56 | A scandal in Belgravia |Parte I|

Los tres colegas caminan raudamente fuera del palacio de Buckingham y pronto abordan un fortuito taxi en dirección a la calle Baker con Watson y Sanders aún desconcertados por la entusiasta reacción del detective respecto a la estrategia de la dominatriz.

―De acuerdo, lo de fumar ¿cómo lo supiste? ―consulta el doctor finalmente, cuando ya iban a la mitad del camino a casa.

―La evidencia estaba frente a tus ojos, John. Como siempre ves, pero no observas.

―¿Observar qué?

―El cenicero ―replica el detective sacándolo desde un profundo bolsillo de su chaqueta y sus colegas ríen cómplices en respuesta.

Al llegar hasta la calle Baker, Holmes sube como un rayo hasta su apartamento seguido por Watson de cerca. Sanders, por el contrario, se dirige donde la casera quien se encontraba en la cocina.

―Gracias por cuidar de Loki, señora Hudson.

―Es un caballerito, me ha acompañado donde quiera que vaya.

―¿Le ha causado problemas? ―pregunta la morena, de cuclillas y acariciando al pequeño que comía desde su plato.

―Me ha costado mucho trabajo evitar que se suba a las cortinas, pero nada más ―sonríe la casera―. ¿Los chicos están aquí?

―Sí, un nuevo caso. Bastante confidencial, no puedo hacer más comentarios al respecto.

―¡Oh! Que alegría que Sherlock tenga algo en que enfocar su mente, mis pobres paredes sufrían por su aburrimiento ―dice mientras le sirve una taza de té a Alice.

―¡Lo sé! Pero al parecer este caso le entusiasma bastante.

―¿Por qué lo dices?

―Dominatriz ―dice en voz baja y cierra un ojo exageradamente. La casera ríe como una colegiala―. Es la única pista que puedo darle.

―¡Oh! ¿sabes? A pesar de su coraza de niño testarudo, siempre supuse que Sherlock era un ser bastante pasivo. Ya sabes, en el fondo es un chico dulce... ―Sanders mira impactada a la señora Hudson y ríe sonoramente en respuesta.

―No podría estar más de acuerdo, Holmes es totalmente pasivo ―dice lo último para pronto beber un sorbo de té. Ignorando que sus colegas habían escuchado todo desde el umbral de la puerta de la cocina del 221A.

John ríe por la nariz y Sherlock cierra los ojos con rabia.

―Ignoraré los estúpidos comentarios respecto a mi persona, sólo debido a que tenemos algo más importante que hacer ―Alice da un respingo, haciendo que Loki saltara despavorido desde su regazo al piso―. ¡Vamos!

―¿Para qué debo ir yo? Ella me conoce, arruinaría todo... En realidad, nos conoce a todos. En la fiesta en que nos presentamos, ella fue la que me habló sobre ti. Deberías al menos disfrazarte, Holmes.

―Ya tengo una coartada.

Resignada, la chica sigue al detective y al doctor hacia las afueras del departamento para pronto abordar nuevamente un taxi. Luego de unos minutos, Sherlock le indica al conductor que se detenga y los colegas se disponen a caminar a través de un callejón.

―¿Cuál es el plan?

―Tenemos su dirección.

―¿O sea que solo tocamos el timbre y listo?

―Exacto ―los doctores se miran contrariados.

―Ni siquiera te cambiaste de ropa.

―Ella te reconocerá de inmediato, Sherlock.

―Por eso es hora de agregar un poco de color ―el detective se quita la bufanda, se la lanza a su amiga y se para en frente de sus compañeros, bloqueándoles el paso.

―¿Llegamos?

―Estamos a dos calles ―observa a John, luego a Alice por un momento. Pero finalmente fija su mirada en el doctor―. Golpéame, en la cara.

―¿Golpearte? ―consulta un desconcertado doctor.

―Sí, golpéame en la cara ¿acaso no me oíste?

―Siempre escucho golpéame en la cara cuando hablas, pero generalmente es sólo subtexto ―bromea Watson y Alice asiente efusivamente. Holmes pierde la paciencia.

―¡Oh, por Dios! ―espeta Sherlock y golpea a John directo en la cara. Sanders no alcanza ni a decir una palabra cuando el doctor le responde con un contundente puñetazo a su compañero, casi derribándolo por completo―. Gracias, eso fue... ―Watson, aun furioso, se abalanza sobre el aturdido detective y le hace una llave alrededor del cuello con los brazos. Holmes, con dificultad para respirar, intenta calmar a su amigo―. ¡Ya fue suficiente, John!

―Recuerda, Sherlock ―dice amenazador―: ¡Fui un soldado y maté gente!

―¡Eras un doctor!

―¡Tuve días malos!

Sanders, ya un poco alertada por la ira del doctor, los separa rápidamente. Ambos recuperan la compostura de forma casi instantánea y, sin decir alguna otra palabra, caminan a paso decidido en dirección a la casa de Irene Adler.

―¿Pretendes hacerte pasar por un sacerdote? ¿acaso crees que ella es ciega?

―Será sólo una coartada, necesitamos que su asistente nos deje entrar, eso es todo. El resto lo solucionaremos sobre la marcha ―dice mientras ajusta el cuello de su camisa―. Es vital que me den tiempo a solas con ella, necesito interrogarla. A mi señal, John, ejecutas el plan B.

―¿Plan B? ―pregunta la joven, algo perdida.

―Fuego.

Finalmente, llegan a su destino, Holmes procede a tocar el timbre de la residencia de la dominatriz y la farsa comienza.

―¿Hola?

―Oh, disculpe por molestar. Pero fui atacado y creo que se llevaron mi billetera, mi teléfono... ―dice con una fea mueca de dolor―. ¿Podría ayudarme?

Puedo llamar a la policía, si lo desea ―responde una voz femenina a través del citófono.

―¡Gracias! Gracias... ¿Podría esperar aquí mientras llegan? Por favor... ―no se escucha respuesta desde la línea, pero la puerta frontal se abre poco después y los colegas entran a la lujosa casa―. Gracias, muchas gracias...

―Vimos cómo pasó todo, soy un médico ―añade John cuando se dirige a la pelirroja―. ¿Tiene botiquín?

―Claro, en la cocina. El teléfono está en esa habitación. Pueden esperar en la sala... ―Alice asiente y el doctor junto la pelirroja caminan a la cocina.

―Lo saben ―le susurra Sanders a su amigo.

―Lo sé.

Así es como Alice se esconde en la pequeña sala al lado derecho de las escaleras para vigilar la situación, ya que, Holmes no le había permitido entrar con él a la sala aún. Y, luego de unos minutos, siente el ruido de tacones descendiendo escalones. La chica no puede dar crédito a lo que acababa de ver: Irene Adler, se dirigía completamente desnuda hacia la sala principal en la cual Sherlock aguardaba por ella. Indecisa, prefiere esperar a que John aparezca en escena para unírsele en aquella incómoda y explícita situación.

―...Bueno con esto debería bastar ―comenta el doctor, pendiente de los suplementos médicos que llevaba. Alice lo alcanza y le jala disimuladamente la chaqueta para alertarle, pero él no cae en cuenta de inmediato. Ambos, sin embargo, quedan pronto anonadados con la escena: Holmes sentado sobre un sofá y la desnuda dominatriz de pie muy próxima a él mordiendo sugestivamente el alzacuello de sacerdote. Irene gira levemente su cuello y mira a los recién llegados sin inmutarse en absoluto.

―Me perdí de algo ―suelta un ceñudo Watson―. ¿No?

―Por favor, adelante... ―anuncia caminando lejos del suspicaz moreno―. Siéntense ¿quieren un té? Puedo llamar a mi asistente, si lo desean.

―Bebí té en el palacio ―anuncia el petulante detective. Ella sonríe sagaz.

―Lo sé.

―Claramente.

Holmes y Adler se miran fijamente, el detective parecía interesado en obtener la mayor cantidad de evidencia con sólo mirarla... A la cara. Pero, al parecer le resulta imposible y su frustración se vuelve palpable. Sanders se sienta lentamente a la derecha de su colega. Y John, aun en el umbral de la puerta, decide romper el silencio.

―Yo también bebí té en el palacio, si es que a alguien le interesa.

―Sabía que volvería a verte, querida ¿qué tal? ―interviene Irene posando su seductora mirada sobre Alice.

―No me quejo.

―Por supuesto que no, Moran es un bombón. Me sorprendió mucho escuchar sobre su relación. Puedo asegurarte de que tendrán muchas aventuras juntos. Pero debes cuidarte la espalda, créeme. Hay una oscura sombra tras él... ―asevera la dominatriz cerrándole un ojo provocadoramente a la joven y esta sólo se limita a levantar una irónica ceja en respuesta. Irene rompe el contacto visual con la fémina y se dirige nuevamente al frustrado detective―. ¿Sabe cuál es el problema con los disfraces, señor Holmes? ―este sólo conecta su mirada con la de ella, interrogante―. No importa cuánto se esfuerce, siempre son un auto retrato.

―¿Piensa que soy sólo un sacerdote con la cara ensangrentada?

―No. Creo que está dañado, delira y cree en un poder superior. En este caso, en usted mismo ―Holmes se arregla el cuello de su camisa irritadamente―. Alguien lo ama, si tuviera que golpear esa cara. También evitaría la nariz y los dientes ―ambas mujeres miran fijamente a Watson. Este, incomodo nuevamente, desvía el tema.

―¿Podría vestirse por favor? Cubrirse con algo... Una servilleta ―suelta aquello sin pensar y todos le miran desconcertados.

―Una servilleta ¿en serio, John? ―replica Alice con ironía.

―¿Se siente expuesto?

―Creo que John no sabe hacia dónde mirar.

―No. Yo creo que él sabe exactamente donde... ―Irene se pone de pie para encarar al nervioso doctor―. No estoy segura de usted ―le reprocha al detective recibiendo el abrigo que él le cedía para cubrirse.

Holmes camina suspicaz por la sala intentando poner sus pensamientos en orden.

―Si necesitara mirar mujeres desnudas entraría sin golpear a la habitación de Sanders.

―Nunca golpeas antes de entrar ―alega la aludida.

―Monitoreo de rutina ―se justifica. La joven tuerce la boca con disgusto.

―No importa, tenemos cosas más importantes de qué hablar ―la dominatriz se sienta al lado de Alice y comienza a quitarse los zapatos―. Dígame, necesito saber ¿cómo sucedió?

―¿Qué cosa?

―El excursionista con el golpe en la cabeza... ―dice la exótica morena, con la aspereza de su seductora voz a flor de piel―. ¿Cómo fue asesinado?

―No... Es... Por eso que estoy aquí ―responde el contrariado detective, ceñudo.

―No. Ustedes están aquí por las fotografías. Pero eso nunca pasará ―responde confiada―. Así que rellenemos con algo interesante...

―¿Cómo sabe? Esa historia aún no se publica ―pregunta un confundido doctor uniéndose a las mujeres en el sofá.

―Conozco a un policía, bueno sé lo que le gusta.

―¿Tienes una debilidad por los policías? ―manifiesta Alice con recelo. Irene arruga su nariz.

―Tengo una debilidad por las historias de detectives, y los detectives. La inteligencia es el nuevo sexy ―asevera la sensual dominatriz, Alice entiende las intenciones de Irene de inmediato y se muerde el labio intentando, ligeramente asustada de la venidera reacción de Holmes.

KJADJLAKJDJKDSJDALSK ―Sherlock emite un sonido distorsionado y los amigos no pueden evitar mirarlo en completo shock, ya que, nunca hubiesen anticipado aquel balbuceo de palabras. Era como si gracias a la rapidez de su cerebro, sus pensamientos fuesen demasiado complicados para ser explicada con claridad. Esa era definitivamente la última reacción que esperarían venir de él tratándose de un caso común y corriente―. La posición del auto es relativa a la del excursionista.

―Entonces ―consulta la curiosa mujer―, ¿no fue asesinado?

―No.

―¿Cómo fue entonces?

―La víctima era un deportista recién llegado desde un viaje y sé que las fotos que busco están en esta habitación.

―Bien, pero ¿cómo? ―insiste hipnotizada en la mirada del rizado.

―Así que están en este cuarto ―se alegra conforme―. Gracias... Sanders, John cuiden la puerta. No dejen que nadie entre ―sus amigos miran suspicazmente al detective y abandonan lentamente la habitación cerrando la puerta tras ellos.

―¿Dónde crees que esté la asistente pelirroja de Irene?

―No lo sé... ¿Tienes un encendedor?

―Claro.

John enciende una revista que encuentra sobre un mueble cerca de la escalera. Y, así es como, luego de unos minutos, la alarma contra incendios comienza a sonar incesablemente.

¡ESTÁ BIEN, YA PUEDEN APAGARLA! ―el doctor y la chica dificultosamente logran contener el fuego, pero, la alarma continúa chillando― ¡DIJE QUE LA APAGARAN!

De pronto, la sirena es silenciada e inesperadamente y los amigos son reducidos por cuatro hombres armados en el corredor, todo en el más estricto silencio. Así, le posan junto a la puerta de la sala, escuchando cada detalle de la conversación entre Holmes y Adler.

―¡MANOS ATRÁS DE LA CABEZA! ¡USTEDES AL PISO, QUIETOS! ―Watson y Sanders son arrodillados a la fuerza frente al tenso detective.

―¡Lo siento, Sherlock!

―Señorita Adler, al piso.

―¿No me quiere a mí de rodillas también? ―le consulta el desafiante rizado a los amenazadores infiltrados.

―No, señor. Quiero que abra la caja fuerte.

―Norte-americano. Interesante... ―observa de reojo a Sanders―. ¿Por qué el interés?

―Abra la caja por favor.

―No sé el código ―responde con calma.

―No, estábamos escuchando cada palabra de su conversación. Ella mencionó que usted sabe el código.

―No lo sé.

―Asumo que me perdí de algo ―comenta el irritado americano―, por su reputación, asumo que usted no, señor Holmes.

―¡Oh por Dios! ¡sólo ella sabe el código!

―Sí, señor Watson. También sabe la contraseña para encender la alarma anti-robo y llamar a la policía. Aprendí con el tiempo a no confiar en ella.

―El señor Holmes no sabe...

―¡CÁLLATE! Una palabra más, sólo una y decoraré la pared con tu cerebro. Eso para mí no será difícil ―Adler mira penetrantemente a Holmes y este corresponde la intensa mirada―. Señor Archer, a la cuenta de tres dispárele a la señorita Sanders.

―¿QUÉ? ―grita la atónita aludida con un dejo de terror en su voz.

―UNO

―No sé el código ―espeta el detective, intentando reprimir su asfixiante temor.

―DOS.

―¡NO LO SÉ! ―exclama ligeramente desesperado―. ¡Ella no me lo dijo!

―Estoy preparado para creerle en cualquier momento, y creo que podríamos también invitar al doctor Watson a unírsele a su amiga... ―otro de los infiltrados apunta de pronto también al doctor―. ¡TRES!

―¡DETENGASE!

Alice y Watson recobran el aliento, casi causando que se derritieran sobre el piso gracias al alivio. Holmes, por su parte, cierra los ojos con nerviosismo, como tratando de recordar algo vital guardado entre sus memorias. Así, luego de unos escasos segundos, procede a digitar cuidadosamente el código. De esa manera, al presionar el sexto número, mira a Irene por sobre su hombro en busca de alguna señal, la cual sutilmente le advierte sobre la inminente trampa.

―Gracias señor Holmes ―insiste el americano―, ábrala por favor.

¡VATICAN CAMEOS! ―anuncia el detective con voz grave y todos se agacha instintivamente, menos los atacantes.

Un disparo le llega a aquel quien apuntaba a John a la cabeza. Sanders se voltea sobre el piso quitándole el arma a su agresor, usando todo su peso para atraerlo al piso y azotarle la cabeza contra el mármol. Holmes, en tanto, se voltea en una milésima de segundo, quitándole el arma al cabecilla del grupo y golpeándolo con la misma para abatirlo. Adler, por su parte, le da un fuerte codazo a su agresor en la entrepierna, arrebatándole el arma para apuntarlo a la cabeza.

―¿Te importaría?

―En absoluto ―responde la dominatriz noqueando finalmente al hombre de un sólo golpe. Watson, a su izquierda, examina con preocupación a su captor.

―Está muerto...

―Gracias ―espeta la dominatriz ignorando al doctor, ya que su atención recaía por completo sobre el semblante del habilidoso y brillante detective―. Es usted muy observador.

―¿Observador? ―interviene Alice.

―Me siento halagada.

―¿Halagada? ―ahora John.

―No lo esté ―le frena el rizado sin realmente corresponderle el evidente interés―. Vendrán más de ellos, hay que vigilar el edificio ―instruye, y así con Watson sale de la habitación e Irene se apresura hacia la caja fuerte, pero ya estaba vacía.

―Sherlock tiene tu teléfono.

―Lo necesito devuelta.

―No me digas eso a mí, tu plan de amenazar a la familia real fue bastante mediocre ―bufa Alice con desdén y brazos cruzados.

―No sólo hay fotos en ese dispositivo, sin él estoy en problemas ―explica frustrada y no parece sorprenderse al oír el ruido de tres disparos provenir desde el exterior―. Mi vida corre peligro...

―... Sanders, ayuda a John a revisar el resto de la casa. La policía viene en camino ―la chica asiente, mira a una afligida Irene por última vez, para pronto encogerse de hombros.

Alice se integra a la revisión y recorre la planta baja de la casa, mientras que su colega va al segundo piso. El baño lucía normal, y la cocina no parecía haber sido el lugar por dónde habían entrado aquellos hombres. Por tanto, la chica caminó un poco más y logró dar con la puerta trasera del edificio, cual estaba cerrada con seguro.

―¿Está sellada?

―Sí, definitivamente lo está...

―Irene Adler me sugirió que revisara.

―¿Te sugirió? ¿ella? -Alice se alarma de inmediato y pronto corre hasta la planta superior seguida por el confundido y alarmado doctor.

―... Así es como quiero que me recuerde. La mujer que lo venció... Buenas noches, señor Sherlock Holmes...

El detective permanecía de espaldas sobre el piso, pareciendo no poder moverse con normalidad, balbuceando y respirando dificultosamente. Ello mientras que la conforme dominatriz lanzaba su látigo hacia un costado y observaba con alegría su teléfono celular recién recuperado.

―¿¡Qué le has hecho!? ―exclama Alice apresurándose hacia su convaleciente amigo en compañía de un igualmente preocupado doctor.

―Dormirá durante un par de horas. Asegúrense que no se ahogue en su propio vómito, haría que su cadáver se viera muy poco atractivo ―comenta la seductora mujer cuando camina con gracia hacia el baño.

―¿Qué es esto? ¿qué le ha dado? ―pregunta John, de rodillas junto a su amigo para examinarlo.

―Él estará bien, he ocupado eso en muchos de mis amigos.

―Sherlock ¿puedes oírme? ―insiste el doctor. Sanders se alza, amenazante e Irene apunta una gran jeringa en su dirección, frenándola bajo el umbral de la puerta del baño.

―¿Sabes, querida? Estaba equivocada sobre él. Si sabe dónde mirar. Sólo se hace el desentendido. No te atrevas a subestimarlo.

―¿Por qué lo dices?

―El código de mi caja fuerte ―manifiesta sutilmente la seductora dominatriz, sentada sobre el marco de la ventana del baño, sujetando una gruesa cuerda que había alcanzado desde el árbol en junto.

―¿Cuál era?

―¿Debería decirles? ―pregunta a la distancia al agonizante detective, obviamente no obteniendo una afirmativa respuesta. La mujer ríe satisfecha para sí misma―. Mis medidas.

Irene Adler se lanza de espalda por la ventana y Sanders corre a ver por donde escaparía, pero, para su gran sorpresa, la mujer ya se había esfumado.

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