53 | First date
―Y luego le dije que se fuera al demonio ―comenta Moran con satisfecha indiferencia mientras se acomoda sobre su puesto.
―Qué efectiva forma de hacer negocios.
―Debe ser así. Tengo una reputación que mantener ―se defiende el orgulloso empresario mientras afirma ambos antebrazos sobre sus rodillas para así observar con mayor atención a la chica que viajaba junto a él en la cabina trasera de su elegante auto.
―A veces no sé qué pensar de ti...
―¿Y en este instante? ―él sonríe encantador, pero genuino.
―Pienso que eres... ―dice pensativa, aunque suspicaz―. Extraño...
―¿¡Quién quiere ser normal!? Las personas normales nunca lograrán ser excepcionales ―se regocija orgulloso de lo dicho―. Lo tomo como un cumplido
―Es una filosofía decente. Debo admitirlo.
―Tú eres una mujer muy extraña entonces ―agrega él con una juguetona sonrisa y ella alza una altanera ceja en su dirección.
―Gracias, muchas gracias.
Un sonriente Sebastian se acerca lentamente hacia la chica, quien inexplicablemente se relaja al sentir su tibio aliento sobre sus labios. Atrayente e implacable, cuando se lo proponía o cuando ella así lo permitía, Moran tenía un inevitable efecto sobre sus deseos y... De manera inesperada el celular del empresario comienza a sonar, desconcentrándolos a ambos y devolviéndoles a la realidad. Rompiendo en mil pedazos aquella soñadora y romántica atmósfera.
―¡Maldición! ―bufa resignado y ella muerde su labio, curiosa.
―Adelante, contesta.
Moran obedece y se aparta de la chica hacia el otro extremo de la cabina trasera del automóvil que les llevaba como pasajeros. Transitaban por el centro de Londres, por lo tanto, el ruido proveniente desde el exterior se encargó de ocultarle con éxito a Sanders la conversación que Sebastian llevaba en su móvil. Así, después de unos tensos minutos para él, este cuelga el llamado y se reincorpora con un oscuro semblante.
―Alice, lo siento mucho. Ocurrió una emergencia y debo viajar ahora mismo a Berlín.
―Oh... Podemos dejar el teatro para otro día.
―No, no ―niega seguro―. Ten los boletos, invita a tu amiga la hacker o quien sea. Disfruta la noche.
―Gracias ―dice ella recibiendo las elegantes invitaciones entre sus manos.
Sebastian pronto le indica al conductor que se dirija hasta la calle Baker y, pensativo, pierde su mirada sobre el paisaje, resignado. Alice le observa de soslayo durante todo el camino y, un par de cuadras antes de que arribaran, no puede evitar enlazar su mano con la de él y regalarle una reconfortante sonrisa de empatía. Ahí, por una fracción de segundo, ella puede jurar haber notado una chispa de nostalgia en la mirada de él, pero, luego de un prolongado suspiro, el empresario desvía la vista y, a pesar de que seguía sosteniendo la mano de ella, la morena puede sentir como todo el semblante de él se tensaba. Eventualmente, juntos se desabordan el automóvil y Moran le escolta caballerosamente hasta su apartamento, ya que, ella vestía elegante; un largo vestido de falda tubo sin aberturas, de cuello corte halter y descubierta espalda, cuyos pliegues de negra tela de suave seda daban la impresión de que ella estaba realmente cómoda en esa tenida y, era cierto, como pocas veces lo estaba cuando vestía distinguida, lo estaba de verdad.
―Lo siento tanto. Pero te lo recompensaré cuando vuelva ―asegura el empresario, no deseando soltar la mano de ella cuando ya estaban bajo el umbral del 221D.
―No te preocupes, ojalá esté John. Riley me acaba responder que no está Londres ―musita tristemente, ya entrando a su apartamento sin quitar la vista desde su teléfono.
―John no está, fue a una cita con... ¿Sarah? ―interrumpe Holmes, cómodamente sentado sobre el sofá doble de la sala, ello mientras veía televisión.
―¿Qué haces aquí? ―consulta la agotada chica, pero él le ignora.
―Moran ―saluda con un cortés ademán de la cabeza en dirección al poco impresionado empresario.
―Holmes.
―¿Qué sucedió aquí? ―la cansada morena se pasea atónita por su desordenado piso―. ¿Qué buscabas?
―Una versión más joven de ti. Fotos familiares, registros académicos, información personal que me pueda servir para extorsión futura. Pero sólo he encontrado malos intentos de arte ¡hilarante! ―responde entretenido mientras alza un par de fotografías de paisajes que tenía sobre la mesita de té, ello con la intención de que Sebastian también viera su descubrimiento.
Ella, enojada, le quita las "artísticas" fotos desde las manos y dificultosamente comienza a ordenar las cosas que Holmes había esparcido en la sala, intentando no tropezar gracias a los altos tacones y el ajustado vestido que llevaba puesto. El detective apaga el televisor y ahora se sienta en el banco del piano, para así comenzar a cambiar de páginas las partituras sin intención de marcharse desde el lugar.
Moran, por su parte, curioso y suspicaz, observa la peculiar escena desde el umbral de la puerta.
―Ya debo partir. Te llamaré cuando vuelva.
―No hagas promesas que no cumplirás.
―Justo en el corazón ―espeta mientras se acerca a la joven en la sala y se toca la parte superior izquierda de su pecho como si le doliera. Holmes, desde su puesto, rueda los ojos de inmediato al presenciar aquella interacción―. Recuerda que la función comienza en cuarenta y cinco minutos.
―Lo sé, contactaré a Molly.
―Molly Hooper no está en casa. Tiene un reemplazo nocturno en el hospital San Bartolomé. Pero yo estoy disponible ―Alice le observa confundida mientras el seguro detective caminaba hacia la ventana para distraer su mirada en la calle Baker.
―Genial, así sería un doble espectáculo ―añade Moran con sorna, e ignorando la mirada resentida proveniente de Sherlock, el empresario besa tiernamente a la joven y toma su cara entre sus manos―. Sé una buena chica.
―Nunca ―responde ella empujándole juguetonamente y este le cierra un ojo, pronto se voltea hacia Holmes para dirigirle una leve reverencia como despedida y así abandonando el lugar.
Alice, en tanto, guarda en silencio el resto de los papeles que el detective había desordenado, olvidándose de su presencia en el departamento durante esos tranquilos y contemplativos minutos.
―"Justo en el corazón" ―se burla con desdén, observando el auto de Sebastian desaparecer por la calle―. ¿Qué edad tiene? ¡es patético!
―¿Sigues aquí?
―Claro. Ve por tu auto.
―¿Por qué?
―Iremos al teatro ―dice mientras guarda sus manos dentro de los respectivos bolsillos laterales de sus siempre elegantes pantalones―, ¿no?
―Pensé que bromeabas.
―No. Me es interesante que él te haya invitado a ver una obra de teatro. No parece del tipo que aprecie el arte dramaturgo ―confiesa suspicaz―. Debe tener un propósito oculto.
―Las apariencias engañan, Sherlock. Además, creo que el propósito de la invitación hoy era otro...
―¡Sólo date prisa! ―ordena con un grave grito y ella, ceñuda, obedece a regañadientes tomando su elegante abrigo de faux fur para así salir desde lugar en su compañía.
Debido a la privilegiada ubicación céntrica del 221 de la calle Baker, los amigos no tardan en llegar al teatro y, luego de mostrar sus entradas, prontos son dirigidos al palco real, el cual tenía la mejor vista del teatro hacia el escenario. Así, a medida que entran al lugar, un par de detalles comienzan a llamar la atención de ambos. En medio de los caros sofás individuales posicionados en dirección al plató, había una mesita redonda en cuyo centro reposaba una botella de vino rosé sin abrir. Y, como si fuera poco, al lado de la copa, a la derecha, había una aterciopelada rosa roja. Sanders, incómoda por el romanticismo que les rodeaba, mira a Sherlock de soslayo, quien, para su sorpresa, parecía no poder comprender todo aquello.
―Hoy iba a ser nuestra primera cita oficial en público ―le aclara al detective, y este, sin dejar de mirar la escena con incredulidad, sólo se limita a arrugar la nariz con disgusto y tomar asiento.
―¿El caballero llena su copa? ―Sherlock asiente levemente y el garzón procede a verter vino. Las luces del teatro se vuelven cada vez más tenues, lo cual anuncia el comienzo inminente de la obra. Finalmente, el elegante garzón deja dos binoculares sobre la mesita y una vela rosada encendida reemplaza a la botella de rosé en el centro―. Espero tengan una mágica velada ―dice por último y Alice se atraganta con el vino.
Sherlock mira irritadamente al garzón mientras se retira, al mismo tiempo en que las luces del teatro se apagan por completo.
―Bienvenido a nuestra primera cita, cariño ―le susurra la chica al detective y este solo gruñe irritado y desdeñoso en respuesta.
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