✨ 52 | Necesaria monotonía
Cientos de luces pequeñas adornaban los jardines de la "modesta" propiedad de Sebastian Moran. La pareja se encontraba en el balcón principal, el cual les brindaba una vista privilegiada hacia el oasis artificial del empresario mientras disfrutaban de una cena a la luz de las velas, sentados uno frente al otro escuchando a The Beatles, sugeridos por la joven. Así, una irónica Sanders se cruza de piernas y suspicazmente refuta la respuesta de su acompañante.
―Lo seguirás negando entonces...
―Sinceramente, no sé de qué hablas ―dice Sebastian mientras le da un detenido sorbo a su copa, ello sin romper el contacto visual con la chica.
―Claro. Me entregaste toda aquella información sobre Alexander Pearce sólo porque "te nació del corazón".
Él sonríe seductor y con un dejo de timidez. Ella le observa atenta.
―Una fuente me informó que Holmes trabajaba en un caso sobre él y, al verte distraída, pensé en ayudar un poco. Detesto no ser el centro de TU completa atención.
―Lo sé, créeme. Lo difícil en realidad es que no puedo sacarme de la cabeza que tú sabes quién es responsable por su muerte y no quieres decirme.
―¿Cómo podría saber yo eso? ―consulta sorprendido, aunque, ella continúa observándole petulante, así que él decide rendirse en parte―. ¡Oh! ¿qué más da? Él era un problema, para muchos en realidad. Fue un alivio tanto para el gobierno británico, como para el amateur de Holmes y Scotland yard.
―De la forma en que lo dices, suena como si tú hubieses estudiado cuidadosamente cada pro y contra ―la chica y bebe atenta desde su copa. Sebastian sólo se limita al sonreír soberbio como siempre lo hacía, aferrándose a su silencio. Así que ella decide cambiar el tema―. ¿Cómo va tu empresa?
―No finjas que no sabes... ―bufa entretenido y sarcástico―. Tu colega es muy habilidosa, a mis informáticos les cuesta mucho trabajo librarse de su presencia en nuestro sistema.
―Monitoreo de rutina.
―Por supuesto ―responde en seco y cambia automáticamente su petulante expresión a una genuinamente agotada―. No hablemos más de trabajo ¿está bien? Me costó encontrarte y ahora no te dejaré ir tan fácilmente.
―¿Y cómo logrará eso, señor Moran?
―Convenciéndote con mi carisma y sensualidad natural ―dice cerrando un ojo seductoramente e inclinándose sobre su puesto. Sanders no puede evitar reír con irónica sorna.
―¡Oh, claro!
Moran se alza con gracia y se inclina frente a Alice para pedirle ceremonialmente un baile. Él parecía regodearse en aquellos irónicos, pero elegantes manierismos para así, mientras le hacía reír a ella, también lograba exitosamente atraerle más allá de sus propias ocultas agendas internas. Había cierto carisma que no todos poseían y Sebastian era la viva prueba de ello. Él era adaptable, rápido, atrayente, irresistible y, aunque ella deseara desestimarle, era imposible... Porque, al final del día, era un magnetismo mutuo y la morena en ocasiones podía jurar que el empresario realmente decía la verdad cuando insistía en que su compañía era gratificante. Aun así, ella se mantenía al pendiente. Era una profesional y tenía mucho en juego, por lo mismo, no dejaría que una atracción física tomara completo control de sí, no podía permitírselo... No ahora al menos.
La joven le sonríe brillante y acepta sin pensarlo, ya que, sonaba "I Am The Walrus" de The Beatles. No la mejor canción para bailar al estilo de un vals, pero eso era lo que la hacía mágica de una bizarra manera. La informalidad, tanto como lo fuera de contexto con la situación y las intenciones de Sebastian, hizo que la chica solo se dedicara a disfrutar el momento, a pesar de que su consciencia la estaba matando mientras ambos coreaban la canción entre risas y giros.
«Sitting in an English garden waiting for the sun. If the sun don't come you get a tan from standing in the English rain...»
.
―¡Que desconsideración! ―exclama Mycroft con su típico ácido, pero elegante tono―. ¿Acaso no le pago bastante para que vigile a mi hermano, señorita Sanders?
Alice se detiene en seco, respira profundamente y luego se voltea hacia el hablante. Desde el umbral de la puerta del 221B el mayor de los Holmes le reprochaba su ausencia durante aquella mañana.
―Supuse que de vez en cuando tendría algo de libertad sobre mi horario.
―Supuso mal ―refuta Mycroft y le indica con un ligero ademán de su cabeza para que se una a él y su hermano en el apartamento. Alice rueda los ojos con impaciencia y se integra.
―Olvidas lo más obvio, Mycroft ―añade Sherlock desde su sofá individual escaneando a la chica con su felina mirada recelosa―. Ella duerme con el enemigo.
―¡Cierra la boca, Sherlly!
―Sebastian Moran no es un enemigo del gobierno británico hasta el momento, hermanito, de hecho, podría decir que es lo contrario luego de su asesoría con lo de Pearce ―agrega lo último alzando ambas cejas―. No obstante, si es una personal distracción para ustedes y, por lo tanto, para mí.
―No para mí.
―Sí, Sherlock. También para ti, y déjame decirte que aquella es toda la información que tenemos sobre él hasta el momento ―bufa con desdén ante la suspicaz mirada del menor―. No es necesario que sigas solicitando la asistencia de Riley para infiltrarte en el sistema del MI6.
―¿Lo investigas? ―consulta la morena, curiosa por el repentino interés de Sherlock sobre Moran, ello mientras toma el puesto de John en el sofá individual frente a él.
―Claro que sí. Te he dicho que no confío en él, algo no calza respecto a su persona. Pero tú, idiotamente caíste en su juego y ahora estás enredada entre sus sábanas.
―¡Dis-trac-ción! ―articula pausadamente Holmes mayor mientras golpetea su paraguas sobre el piso. Los amigos le responden con una mirada de fastidio―. Señorita Sanders, limítese a su envolvimiento con Moran en menor medida y en su totalidad en vigilar a Sherlock para mí ―luego se dirige al detective con desdén―. Supongo que te comportarás, hermanito. No quiero tener que contratar otra niñera... Más funcional quizá.
Así, al notar que su objetivo de hostilidad matutina se había cumplido, abandona la habitación con el aire de grandeza que tan bien lo caracterizaba.
―Tu hermano es un imbécil.
―Todos los hermanos mayores lo son... Todas las personas lo son.
―Si... ―concuerda vagamente cuando decide alzarse energéticamente sobre sus pies para continuar su ruta al 221D.
―¿A dónde vas? ―le sigue Holmes de cerca.
―A mi departamento, a cambiarme.
―Primero me dirás que averiguaste sobre Moran ―espeta haciéndole un firme ademán con la cabeza a su amiga para que entrara nuevamente a su piso. Ella suspira cansada, pero, aun así le sigue y se afirma contra el umbral de la puerta.
―¿Averiguar?
―No creas ni por un segundo que eres la única en notar lo conveniente que fueron esos documentos incriminatorios en contra de Alexander Pearce.
―Dijo que no sabía nada.
―¡Oh, vamos! No creo que hayas estado acabadamente ebria tan temprano ―le regaña―. Supuse que necesitarías más que sólo un cruce de lascivas miradas para ser distraída desde tu verdadero trabajo.
Sanders succiona imperceptiblemente el interior de sus mejillas, orgullosa y manteniendo el intenso contacto visual de su compañero.
―Su postura siempre fue relajada, no hubo nada que su físico lograra delatar. Sus manos estaban libres de tics nerviosos involuntarios, al igual que sus párpados, labios y piernas. Su elección de palabras para referirse al tema en cuestión fue bastante casual. No forzado en absoluto, diría que todas aquellas desviaciones de la conversación respecto a nuestra interacción sentimental son naturales en él. Físicamente no hay nada que pueda delatarle si miente...
―¿Pero?
―Pero... Sus ojos. Sé que podrá sonar estúpido, pero hay algo en sus ojos que no me tranquiliza. No tengo pruebas, pero...
―Es un presentimiento.
―Exacto. Sé que él decide guardarse mucha información para él mismo adrede y que sabe que yo lo sé.
―Esa es la naturaleza humana ―bufa impaciente―. ¿Qué más tienes?
―Bueno... Diría que hay sólo dos opciones si hablamos de su personalidad de manera general ―agrega cruzándose de brazos con ligereza―. Ha sido honesto todo el tiempo respecto a mis preguntas sobre Pearce o, es un mentiroso innato. No un psicópata, no. Responde muy naturalmente a la compañía humana y las emociones, las cuales puedo notar a nivel físico, pasional y emocional. Pero, quizá es un sociópata, en menor grado. "Altamente funcional" como tú te haces llamar. Siente, pero maneja aquello a su conveniencia o vivencia.
Holmes pestañea repetidamente, como sorprendido de que ella de verdad hubiese analizado a Sebastian.
―Brillante. No pensé que te esforzarías en psicoanalizarlo cuando luces tan embobada a su alrededor ―él hace un caballeroso ademán en su dirección―. Bien hecho.
―Eso fue un cumplido... ―Alice arruga el entrecejo, fastidiada―. ¿Me estás felicitando por hacer mi trabajo?
―Claro, por no ser una estúpida distraída como de costumbre.
―¿Tenías que arruinarlo?
―¿Qué esperabas? ¿una estrella dorada en la frente? ―ella suspira exhausta. Holmes, por su parte, se detiene frente a la ventana para observar dubitativamente hacia la calle.
―¿Dónde está John?
―Con alguna de sus desechables novias...
―¿Christine?
Sherlock sólo responde con indiferencia, encogiéndose exasperadamente de hombros.
.
Sanders y Riley dejan a paso relajado el local de comida griega en donde habían almorzado durante aquella tarde. Las colegas repasaban la información obtenida por la morena en relación a Moran y se ponían al día respecto a sus vivencias durante los últimos días, ya que, habían forjado una natural y cercana amistad con el pasar del tiempo.
―Nicky pequeño ahora trabaja como asesor de una afamada firma de abogados. Es un trabajo tradicional, como su familia esperaba ―comenta sin sorpresa mientras caminaban hasta el estacionamiento. Alice teniendo que sujetar su suelto y corto vestido, ya que, una repentina ráfaga jugaba con sus telas―. Después del susto pasado por Pearce, al pobre no le quedaron más ganas de involucrarse en temas relacionados con el MI6.
―Es mejor así. Él no merece esa vida llena incertidumbre.
―Y ¿nosotras sí? ―consulta ceñuda mientras recupera el casco de su moto y se abrocha su chaqueta de cuero negro. Alice ríe con nostalgia y baja su mirada hasta sus bototos durante un segundo, notando así que se erguía sobre un charco de agua de lluvia.
―Claro que no... Pero ambas decidimos continuar por este camino.
―Sinceramente no puedo verme a mí misma en un rutinario trabajo de oficina ―comenta la rubia frunciendo los labios―. Me gusta demasiado probar que soy más lista que el resto como para conformarme con programar trivialidades.
―Oh ―musita Alice―, eso me recuerda que Sebastian sugirió que no es buena idea que sigas hackeando los sistemas de A.L.I.V.E. Ya saben que eres tú y, por ende, el MI6.
―Monitoreo de rutina ―se excusa Riley de inmediato, ceñuda.
―Sí, se lo mencioné ―suspira mientras busca las llaves de su automóvil en su bolso―. Entonces, ¿nos vemos hoy a las ocho y treinta en el restaurant "Quilon"?
―¿Cuántos años cumple John?
―Treinta y tres añitos gruñones ―sonríe como chica buena.
―Bien. Le regalaré un par de calcetines, nunca fallan. Sobre todo, en Londres. Mientras más, mejor ―añade la Hacker mientras se sienta sobre su motocicleta.
―¡Qué generosa, Greta!
―No me llames Greta o te golpeo una ―le regaña indicando amenazadoramente el pecho izquierdo de su amiga y esta alza ambas manos en son de paz, entretenida.
Así, la rubia deja el lugar acelerando a toda velocidad en su motocicleta y Alice, por su parte, aborda su jeep y conduce con rapidez hasta la calle Baker, ya que, de ella dependía que Sherlock asistiera a la cena sorpresa para John. Y, obviamente, no sería una tarea fácil, ya que, llevaba cuatro días intentando convencerle. Lestrade, la señora Hudson, Molly Hooper y ella habían intentado todo tipo de estrategias, sobornos y extorciones emocionales para atraer al detective, pero nada dio efectivo resultado. Por ende, Sanders lo intentaría por última vez.
―¿Sherlock? ―Alice golpea la puerta de la habitación del detective. Sin recibir respuesta―. ¿Sherlock? ¿puedo entrar? ―aun sin respuesta―. El silencio otorga ¿sabes? ―golpea nuevamente y entra a la habitación. Sin embargo, todo estaba calculadamente ordenado y organizado, sin nadie alrededor.
―¿Cuántas veces debo repetirte que no entres a mi cuarto? ―gruñe Holmes desde sus espaldas y ella da un ligero salto debido a la impresión.
―¡Hey! Te estaba buscando ―retrocede un par de pasos dentro de la habitación al escuchar tan próxima la voz de su amigo―. Golpeé muchas veces tu puerta y no recibí respuesta.
―No recibías respuesta porque yo no estaba aquí.
―Wow, lógica ―susurra burlona y el detective rueda los ojos, para así procede a tironear a la chica desde el brazo para sacarla de ahí con rapidez―. ¡Detente, detente! ―de inmediato se zafa del agarre de Holmes y se mantiene junto a la ventana―. Necesito hablar contigo.
―No iré a la cena.
―¡Oh por favor! John es tu mejor amigo ¿qué clase de humano decepciona así a su BFF?
―Ignoraré tu usanza de jergas infantiles ―refuta con desdén―. No me apetece cenar.
―Siempre te apetece comer cuando no tienes casos interesantes, como ahora.
―¿Quién dice que no tengo un caso interesante?
―Tú, querido ―Holmes se cruza de brazos y levanta una ceja petulante. Alice bufa impaciente y se abre paso al resto de la habitación―. Tu cama está tendida. Cuando tienes algo más interesante en qué gastar tu tiempo tus "aposentos" no lucen así. Podría teorizar que fue la señora Hudson, pero no, tu cama está muy perfectamente estirada; como Mycroft ―Sherlock tensa la mandíbula para evitar sonreír, ya que, la broma por parte de Sanders a expensas de su hermano mayor lo hace repentinamente ponerse de buen humor. Ella continúa caminando por la habitación en busca de más pistas―. La capa de polvo sobre tu mesita de noche está intacta, por lo tanto, no has traído nada nuevo e interesante de lectura a tu cuarto ―Holmes iba a refutar, pero ella se le adelanta―. Por interesante me refiero a documentación de algún caso, ya que, nada menor de un "8" pasa por esa puerta. Toda la demás evidencia siempre está en la sala ¿o me equivoco? ―el detective entrecierra sus ojos y la chica se acerca rápidamente a él quitándole la bufanda que llevaba puesta. La olfatea durante un segundo, pero se la arrebatan casi de inmediato―. Pescado y papas fritas.
―No creas que tu pobre imitación deductiva de mi hará que cambie de opinión ―espeta desdeñoso mientras se quita su abrigo y lo cuelga tras la puerta de su cuarto. Alice le observa fijo durante unos segundos, atónita, pero pronto se resigna, moja sus labios y suspira agotada.
―No logro entenderte ¿sabes?
―No hay nada que entender ―responde con rencor.
―John y yo te hemos acompañado en cada una de tus locuras sin pedir explicaciones ¡sobre todo Watson! ¿y así le pagas su completa lealtad a ti?
―Nadie les ha obligado a acompañarme.
―¡¡Él fue raptado y obligado a usar una bomba por ti!! ―grita Alice con rabia caminando de allá para acá dentro de la habitación, quedando al otro extremo de la cama de Holmes. Exasperada, pero, sobre todo, decepcionada ante el frívolo semblante de su testarudo amigo.
―Sí, pero si no hubiese sido él, eventualmente, hubiese sido cualquiera. No los necesito, todas las personas son desechables.
Aquella cruda frase es como lanzarle un balde de agua fría por la espalda a la chica. Para la morena esas palabras eran realmente imperdonables. Tal vez ella no tenía unas altas expectativas sobre su relación con Holmes y, de alguna manera, lo aceptaba. No obstante, no permitiría que John fuese menospreciado, aun menos por la misma persona por quien el doctor muchas veces lo daba todo. Así es como Sanders, en rencorosa e infantil respuesta, patea con fuerza la esquina de la cama del detective y, con mirada desafiante, toma una de sus almohadas la cual usa para limpiar el polvo sobre la mesita de noche.
Holmes observa la escena con genuino asombro, sin embargo, pronto algo parece inquietarlo internamente al punto de ganar un iracundo semblante. El detective rodea con agilidad su cama para intentar atrapar a su irritante vecina, pero, esta camina malintencionadamente sobre la misma desarmándola y ensuciándola con sus lodosos botines. Es así como la ira de Sherlock se vuelve de pronto demasiado incontenible como para que su madurez intercediera, y, su mirada se oscurece totalmente, ya que, todo aquello que evidenciaba su monotonía y obsesión compulsiva de control había sido alterado y ensuciado con creces.
La chica salta un par de veces sobre la cama, embarrándola aún más y tardíamente se da cuenta de su garrafal error; así que, atemorizada, intenta huir desde la habitación, pero el detective la alcanza y la toma desde un tobillo, jalándola fuertemente haciéndole que cayera en seco sobre el colchón.
―¡SHERLOCK, NO! ―grita cuando este se abalanza sobre ella y la atrapa entre sus brazos para hacerle una fuerte llave alrededor de su cuello, intentando así asfixiarla.
Alice, desesperada, se agarra desde el cabello del detective con fuerza y este, iracundo al tratar de quitar las manos de la chica desde encima, le muerde sobre el hombro. Ella chilla con fuerza y logra darle un cabezazo en la nariz, para pronto voltearse y posicionarte sobre él, tomando control y sujetando su cuello con fuerza. El detective batalla, pero, cada vez que se esforzaba por zafarse desde las firmes manos de la joven, ella enterraba sus uñas más profundamente alrededor de su cuello.
―¡Sólo cálmate, Holmes! ¡cálmate! ―insiste, pero el sofocado moreno sigue forcejeando durante unos segundos, apretando con fuerza los antebrazos de ella con sus manos no pudiendo quitársela de encima, debido a que Alice mantenía sus muslos firmemente apretados en contra de la cintura de él― ¡Sherlock, por favor! ―él, ya completamente rojo debido a la falta de aire, se detiene y deja caer sus extremidades sin más sobre el colchón. La chica duda al principio para soltarlo y continúa mirándole fijamente a sus cristalinos ojos. Pronto decidiendo dejarlo ir sin más―. ¿Estás bien?
Consulta ella mientras se desmonta desde él y se hace a un lado, observándole con palpable culpa mientras el moreno se sentaba sobre la cama.
―Si.
―Lo siento... ―musita sincera―. Lamento haberte provocado esta crisis. Fue realmente estúpido de mi parte intentar provocarte así... Sobre todo, yo... ―Sherlock no responde y se pone de pie sin mirar a la arrepentida joven. Esta, en tanto, debido al punzante dolor se revisa el hombro y ve lo simétrica de las marcas que los dientes de Holmes habían dejado sobre su piel―. Vaya, tienes una dentadura perfecta. Debería tatuármela, si es que no me deja una cicatriz, claro.
El detective arregla su apariencia frente al espejo de su closet y, eventualmente se voltea hacia ella con una mueca de la sonrisa más sutil y disimulada que alguien pueda gesticular, le extiende la mano y motiva a Sanders a alzarse desde su cama para que así abandone su habitación. Ambos pronto caminan hasta la cocina en sepulcral silencio y la chica se dedica a preparar té.
Holmes, por su lado, saca desde el refrigerador dos paquetes de salchichas congeladas, le entrega uno a la chica y el otro se lo pone en el cuello donde se encontraban las marcas de las uñas de Alice. La joven se abstiene a no hacer comentarios de doble sentido para no empeorar la situación.
―Entonces no asistirás.
―No.
Ella asiente resignada, vierte el agua en las tazas y se tarda unos segundos en continuar.
―No quiero pensar que es verdad que tú no aprecias a John como a un hermano.
―No lo creas entonces.
―No lo hago... ―coincide observándole a distancia, él se mantenía afirmado contra el frigorífico y perdía su mirada sobre el piso―. ¿El problema es otro?
―La gente. No la soporto.
―¡Oh, Sherlock! ―se lamenta―. ¡Pudiste haberme dicho eso desde el principio! ¡lo entiendo! ―alega mientras le entrega una copa de té a su compañero y se afirma en contra de la mesa, frente a él.
―No imaginé que serías razonable.
―No siempre lo soy. Y, de verdad lo siento por haberte incomodado así ―ella suspira avergonzada. Él le observa ligeramente curioso mientras la chica distraía su vista sobre el vapor de su té―. Limpiando tu polvo y desarmando tu cama... Dos sujetos con trastornos de la personalidad juntos en una habitación, no es buena idea, en absoluto.
―No serías tú sin tu trastorno no tratado de la personalidad, Sanders.
Ella suspira resignada y pronto sonríe, alzando su copa de té como si hiciese un brindis. Así, ambos se mantienen en silencio durante unos minutos, bebiendo aquel dulce té con irónica calma.
―¿Sabes? Se me ocurrió una idea ―él le observa neutro―. ¿Qué tal si le grabas un corto video a John saludándole por su cumpleaños? Sólo eso. Inventa una excusa decente y, supongo, que eso sería suficiente para las expectativas de él.
Sherlock arruga el entrecejo, aunque, pronto asiente como si asimilara la idea de manera favorable.
―Podría intentarlo...
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