50 | Vendetta
Dicen que la paciencia es virtud, pero Sanders ya estaba demasiado harta como para poner la otra mejilla. Desde que se había mudado a la calle Baker, no tardó en descubrir que no tendría privacidad alguna. Holmes aparecía de forma constante donde fuera que ella estuviese sin siquiera tener la común cortesía de anunciarse. De esa manera, requiriendo automáticamente de su asistencia y la de John sin considerar que ellos tal vez podrían estar ocupados en problemáticas propias de su día a día.
Aun así, a Alice no era que le molestara la periódica inyección de adrenalina que significaba colaborar con Holmes, pero, pronto la morena llegó a la alarmante conclusión que, durante los cinco meses que llevaba viviendo en Londres, no había logrado nada de lo que se había propuesto personalmente con anterioridad: Armar los cimientos de su propia vida a futuro. Una, de lo posible, no tradicional, pero tranquila, para así enfocarse en su profesión y, así, eventualmente reencontrarse con su familia. No obstante, con el detective y su caótica energía que le rodeaba a ella por defecto, últimamente había un gran número de clientes que se peleaban por conseguir su asistencia, lo que significaba todo menos un tan necesario respiro para ella.
Sherlock se estaba volviendo famoso y, por ende, el triple de estrés para el doctor además de ella misma. Pero, esta vez Alice sí que estaba frustrada; trabajando para Mycroft durante el día, siendo arrastrada a alguno que otro caso por Holmes menor durante las noches... Aunque, pensándolo bien, la falta de sueño no era el más urgente de sus problemas, no. Su mayor indignación con el detective consultor se debía a su falta de conciencia por la privacidad de otros.
Ella estaba segura de que Holmes no iba al cuarto de John, levantaba sus frazadas y le lanzaba agua, lo tironeaba desde las piernas o intentaba asfixiarlo con la almohada cada vez que este no respondía a sus demandas. Alice no sabía si su respeto hacia el doctor era por la diferencia de edad entre ellos, cual es de cinco años aproximadamente, o, simplemente le gustaba demasiado para arriesgarse a fastidiarle.
Por el contrario, el trato del detective hacia ella era más tosco y... ¿Fraternal? Quizá podrá definirse así. Después de observar la hostilidad con la que se tratan entre los hermanitos pseudo-sociópatas, Alice creía que Sherlock la veía como una hermana menor... Posiblemente. Ya que, su relación reunía muchas características propias de la trata entre los Holmes, cuales incluyen insultos, golpes, apoyo, lealtad y complicidad. Y, finalmente, era por lo que ella se dejaba llevar, desafiaba y quedaba, sabía que en el fondo que la bruta lealtad era la única manera, aunque bastante abstracta, para alguien como Sherlock de expresar su preocupación por otros.
Pero toda acción interpersonal tiene un límite social... Y, después de un nuevo altercado, ya era hora que Sherlock aprendiera a respetar los espacios ajenos por las malas.
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Hace cinco horas...
―No creo que sea necesario, Riley ¿te importa si hablamos sobre esto mañana? Estoy muerta. Sólo quiero descansar... ―suplica la morena dándole énfasis a la última palabra.
―Jugar con los Holmes cansa, lo sé. Como sea, nos vemos mañana.
La joven corta la llamada, abre la puerta del edificio, sube agotada y, para su grata sorpresa, no había moros en la costa en el 221B, lo cual significaba que al fin tendría tiempo de calidad para ella a solas.
Toda la semana había sido un desastre debido a que Mycroft y Sherlock parecían competir por quien consumía más de su tiempo y vitalidad, por lo tanto, una copa de vino y una buena serie era lo que realmente necesitaba. Así, luego de un par de horas, ya lista para una relajante noche de series, irónicamente decide ver "The walking dead" como si aquello fuese a ayudarle a dormir tranquila. Y, para su nula sorpresa, debido a una repentina escena, ella derrama tinto sobre sí misma arruinando su favorito pijama.
Alice continúa refunfuñando por lo bajo mientras se despoja de su ropa y busca otra tenida para usar. Usualmente ella mantiene todo debidamente ordenado y doblado, pero, desde que comenzó a notar que Holmes registraba todas sus pertenencias, decidió estratégicamente mantener sus ropas con tal desorden que el trastorno obsesivo compulsivo de Sherlock no pudiese aguantarlo. Aunque, el detective hurgaría de todas formas, pero con recelo e incomodidad, ya que, aparentemente este no parecía obtener suficiente de la secretiva chica.
Finalmente, Sanders se da por vencida y decide sólo usar una tanga y una remera blanca bastante vieja pero larga, hasta el comienzo de los muslos; era siempre frío en Londres, pero junio después de todo. Y así, no pasa mucho hasta que el tinto logre surtir efecto en ella, quien cae fácilmente en los reconfortantes brazos de Morfeo. Sin embargo, un par de horas más tarde, la repentina luz y frío de la madrugada resucitan de pronto a la joven quien, con dificultad logra integrarse e intentar comprender lo que sucedía.
―¿Qué?... ―pronto divisa una alta y oscura silueta trajinando sus pertenencias. Parpadea un par de veces para enfocar mientras se alza leve y, por supuesto, quien más que Sherlock Holmes iba a ser lo suficientemente desalmado para despertarle así. Pero aquello no era todo, el detective se voltea y, ceñudo, mira a la joven, quien aún estaba aturdida―. ¿Qué rayos quieres? ―pregunta algo fastidiada sentándose finalmente sobre la cama, sintiendo como se le resbalaba por el brazo uno de los tirantes de su reveladora remera. Pero, Holmes no responde y ella, después de unos segundos entiende el porqué del extraño semblante de su amigo.
La luz intensa de su habitación hacía que absolutamente nada, NADA quedara para la imaginación bajo esa blanca playera. De pronto, toda la sangre se le sube a las mejillas y sólo atina taparse con las sabanas para así bloquear la sorprendida mirada de él.
―¡VETE! ―chilla iracunda. El detective da un respingo y le lanza instintivamente la ropa que había recolectado para ella―. ¡SAL DE AQUÍ, HOLMES! ―vuelve a gritar ella lanzándole un zapato esta vez, el cual Sherlock logra esquivar con éxito.
―Skfjfsdkbhkjjlj ―alcanza a emitir el detective cual suena como un rápido e incomprensible gruñido. La chica sólo se impacienta y un desconcertado Sherlock carraspea para corregirse a sí mismo de inmediato―. Necesito-que-bajes-en-cinco-minutos-al-221B ―suelta la frase como un trabalenguas y sale a paso acelerado de la habitación, siendo casi el blanco perfecto del zapato restante de Sanders.
―¡NI LO SUEÑES! ¡DATE POR MUERTO!
―Quince, catorce, trece, doce, once, diez, nueve... ―murmura el detective mientras baja a toda velocidad los escalones en dirección al recibidor del 221B en donde era aguardado.
―¿Esos fueron gritos, Sherlock?
―Ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno... ―continúa contando, concentrado sólo en sus pasos mientras desciende―. Quince, catorce, trece, doce, once...
―Alice no vendrá con nosotros ¿verdad? ―consulta el fastidiado doctor, pero es ignorado―. ¿Qué le hiciste esta vez?
Insiste preocupadamente al ver que Holmes seguía su ausente camino hacia las afueras de la calle Baker sin mirar hacia atrás. John duda por unos segundos y observa en dirección al 221D, sin embargo, pronto le sigue el paso a su acelerado compañero.
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Presente
Sanders quería vengarse de Holmes de alguna u otra forma. Sabía que lo más estúpido sería hacerle sentir la misma humillación que ella había sentido, por lo tanto, aquello era el lógico paso a seguir en esa situación debidamente estúpida, como su causante.
Tal vez poner sus dedos en agua fría mientras duerme o destaparlo y lanzarle agua, rayarle la cara, depilar sus cejas... Muchas opciones y sólo una minúscula posibilidad. El gran problema, en realidad, era el cómo iba a lograr escabullirse en el cuarto del detective sin que él lo notara. A pesar de que ella sabía que Holmes usualmente no le ponía llave a su habitación, ya que tenía una suerte de "trato" con Mycroft, lograría entrar de todas formas. Pero ¿lo sorprendería? De eso no podía estar ciertamente segura.
Eran ya las cinco y treinta de la madrugada. Sanders baja lentamente y a oscuras desde su apartamento para escabullirse por la puerta de la cocina del 221B. Así, casi conteniendo la respiración camina, paso a paso, por el corredor cual dirigía hacia la habitación del detective. Gira lentamente, milímetro a milímetro, hacia su derecha el picaporte y con suavidad empuja la puerta, sólo lo suficiente como para que ella pudiese escabullirse.
Su visión, cual ya estaba completamente adaptada a la oscuridad, logra captar con nitidez la piel blanca de Holmes, ya que, prácticamente parecía brillar en la oscuridad, recordándole a los extraños, pero, fabulosos vampiros de la saga de Crepúsculo. Y, casi instintivamente, ella hace una mueca de disgusto por la asociación. Sherlock, quien permanece recostado en la misma posición de siempre, al estilo Tutankamón, estirado horizontalmente sobre el medio casi exacto de su cama, pronto cambia su ritmo y respira profunda y lentamente. Por lo tanto, la joven se queda estática, esperando por alguna señal de él queriendo despertar. Ella se mantiene como una estatua durante unos segundos, observando atenta. Holmes, sin esa petulante mirada y venenosa retórica, era un ser realmente digno de contemplar. Alice sonríe para sí misma durante un segundo. Él lucía tan tierno así, durmiendo plácidamente... Por lo mismo, pronto decide proseguir con su plan: Vendetta.
La joven prende inesperadamente la luz de la habitación, y vacía una gran taza llena de agua en la cara a su amigo, así al próximo segundo levanta las frazadas que envolvían al detective encontrándose con la sorpresa de que... Sherlock Holmes duerme completamente DESNUDO durante el verano.
―¿Qué...?... Sanders... ―musita el desorientado rizado mientras su amiga, al realizar lo que había hecho, ahora sólo podía mirar hacia el techo, ruborizada y en completo desconcierto debido a la explícita vista de la descubierta anatomía de su compañero.
―¡OH...NO!... Lo siento... No lo sabía...
Alice pronto arranca despavorida hasta su apartamento y cierra la puerta con llave y pestillo de emergencia, el cual nunca había usado. Ella no podía creer lo mal que había salido la broma para ambos, pero, de una cosa estaba segura: Holmes la iba a hacer pagar caro por ello.
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