✨47 | Geekstown
La primera semana de junio se hacía notar con creces a los alrededores de la gran metrópolis inglesa. Los turistas invadían Londres, sobre todo cuando un poco común buen clima se apoderaba de la costa. Siendo los fines de semanas los predilectos para todos aquellos deseosos de recorrer la hermosa y ancestral ciudad.
John por su parte, soltero y aburrido en su habitación, observa a través de la ventana hacia el patio del 221, en donde la señora Hudson recogía verduras frescas para la cena. El doctor bufa agotado, en breve tendría que partir hasta el hospital de San Bartolomé para cubrir su último turno de la mañana, así que se prepara en calma, pronto bajando las escaleras hasta el 221B en donde encuentra a un ensimismado Holmes experimentando en la cocina.
―¿Qué tal?
―Aburrido.
―Igualmente ―comparte y el rizado alza una petulante ceja, con su mirada aun fija en los lentes de su microscopio.
―Entonces renuncia.
―Lo haría, pero la seguridad financiera es importante ―dice irónico mientras saca una botella de agua desde el frigorífico―. Ya sabes.
―Si tú, a través de tu Blog, te dedicaras a buscar casos para mí, podríamos hacer de mi hobby algo bastante lucrativo. Ya ha pasado.
―Sí, pero entonces dejaría de ser un hobby para ti ¿no?
―No, no realmente. No suelo separar la satisfacción mental desde la satisfacción económica de manera exclusiva. No cruzo el umbral de la avaricia, sólo tomo ventaja porque todos necesitamos dinero para vivir ―comenta como si fuese obvio. John arruga el entrecejo.
―Esa es una visión bastante frívola para vivir.
―Es realista. Sanders la comparte con creces. Ella continúa espiándome para Mycroft y siendo remunerada por eso.
―Te da una parte del dinero.
―Sí, es porque encontró una alternativa para ese dilema moral ―sonríe satisfecho―. Te aconsejo que intentes hacer lo mismo o siempre lucirás igual de miserable.
―Gracias ―responde irónico―. Tus alentadoras palabras siempre alegran mi día.
―No hay de qué ―el indiferente detective continúa en lo suyo, y, al cabo de un par de horas, habla sin notar que su amigo ya se había marchado―. Has lo que te dije, John. Sólo renuncia.
―Esa es una pésima sugerencia ―replica una extrañada Alice, afirmada de costado desde el umbral de la puerta de la cocina.
―¿Dónde está John? ―consulta el confundido detective, quitándose sus gafas.
―Se fue a trabajar. Tenía turno a las seis ―la joven alza su teléfono celular cual marcaba que eran casi las nueve de la noche.
―Oh.
―¿Por qué le decías que renunciara?
―Él no parece muy a gusto con su trabajo en el San Bartolomé.
―Yo también lo noté.
―Así que le recomendé trabajar conmigo y repartirnos el dinero de los casos de manera equitativa.
―Eso no es algo seguro...
―Fue su argumento.
Alice asiente pensativa y pronto toma puesto frente a él en la cocina. Holmes entrecierra sus ojos con suspicacia, ya que, ella lucía ligeramente maquillada, algo despeinada y su perfume comenzaba a atraer la atención de los sentidos de él, sin embargo, pronto nota que las dulces notas de este parecían invadidas por un toque masculino.
―¿Jugaste a la espía con Moran hoy?
―Almorzamos en su casa.
―Y se te antojó postre ¿no? ―ella abre ambos ojos con sorpresa, ruborizándose un poco debido a la acertada y amarga deducción de él. Holmes suspira pesado al constatar que había adivinado bien―. Es peligroso, deberías saberlo. Tú, sobre todo, siendo una profesional de la salud mental.
―No te metas en mis asuntos personales, Sherlock. Simplemente no lo hagas ¿bien?
Él tensa la mandíbula, aunque, pronto se encoge de hombros para así darle a entender que no le interesaba lo suficiente el tema. De esa manera, Sherlock se quita la bata café claro mientras ella aun le contempla.
―¿Qué quieres?
―Estoy aburrida...
―Consíguete un novio de verdad entonces. No uno que tenga una oculta y, posiblemente, terrorista agenda.
―¿Terrorista?
―No finjas que no lo sabes ―ella se hace la desentendida y se alza con una complaciente sonrisa sobre sus labios. Pronto dirigiéndose hacia la salida de la cocina―. ¿Dónde vas?
―A mi piso. Se me antojaron unas palomitas de maíz y una película. Eres bienvenido si quieres...
―¿Para perder el tiempo? ―bufa desdeñoso. Ella rueda los ojos.
―Siempre pretendes hacerte el difícil, y, al final, de igual manera terminas invadiendo mi piso.
Él le observa desaparecer por las escaleras y frunce los labios, pensativo. Sanders, en tanto, arriba a su piso y se sirve una copa de vino dulce mientras que las palomitas de maíz se preparaban en el microondas, bebiéndosela tan a prisa como su snack estaba listo.
―Así que... ¿Esta es tu vida?
Ella arruga el entrecejo y se voltea hacia Holmes quien se integraba a la sala, finalmente desplomándose cómodo sobre el sofá doble.
―¿A qué te refieres?
―Eres una psicóloga a quien le pagan por relacionarse con otros, incluso fuera de sus horas de trabajo ―comenta casual―. Eso no es saludable. Tu enfoque, hace más difícil la distinción entre lo real y lo profesional.
―Estoy bebiendo ―gruñe ella, agotada―. No tengo ganas de una pelea de intelectos.
―No, porque yo ganaría fácilmente.
―En realidad es porque sólo quiero ver una maldita película. Así que beberás, comerás y te callarás ―dice entregándole su copa de vino, mientras ella dejaba el bowl de palomitas sobre la mesita de té en frente.
. . .
Durante una fría y solitaria tarde de domingo, una exasperada señora Hudson recogía papeles, revistas y comics que yacían esparcidos sobre el sucio suelo del 221B. Y, a pesar de su insistencia en que ella no era más que la arrendataria del lugar, no podía soportar ver a sus inquilinos vivir de tal descuidada forma. No era justo, por supuesto. Pero, después de tanto tiempo, ella no podía evitar sentir a John y Sherlock como sus hijos, al fin y al cabo, ellos se encargaban que no hubiese monotonía en sus días y que la soledad fuese sólo un lejano recuerdo.
―¡Pero qué desconsiderados!
Espeta Alice desde el umbral de la puerta del 221B al arribar a casa luego de haber salido con Molly al parque. La señora Hudson sólo se limita a suspirar profundamente y fruncir los labios cuando comparte una cansada mirada con su inquilina. Así, Sanders sin dudarlo comienza a ayudarle a poner en orden aquel lugar, ya que, sabía muy bien que, aunque intentara persuadir a la casera de no limpiar por ellos, ella lo terminaría haciendo de igual forma.
Repentinamente, Holmes y Watson entran hasta el departamento en compañía de un joven de aspecto nervioso, y, agitados, intervienen.
―Señora Hudson, por favor. Nosotros nos encargaremos de este desastre.
―Sanders necesitamos que nos acompañes. No preguntes nada, sólo viste esto ―Sherlock le lanza una bolsa, la chica revisa su contenido para luego le devolver una mirada de confusión a los presentes.
―Descuida, no serás la única ―dice John apresuradamente, tratando de calmar a su amiga.
Y, de esa manera, al cabo de unos minutos Sherlock, John y Alice caminan vestidos completamente de negro, como ninjas; ello mientras, el joven de aspecto nervioso, lleva puesto un disfraz de lo que aparentemente parecía ser un superhéroe. Inesperadamente, antes de que ella pudiese darse cuenta, estaban en medio de Soho en el centro metropolitano de Londres haciendo una pobre imitación de lo que sería una pelea de ninjas. Puñetazos iban, puñetazos venían. Patadas iban, patadas venían. Todo era evidentemente falso, pero, los cuatro disfrazados continuaron con el teatro hasta que una gran multitud se juntara. Luego de aquello, los tres colegas tuvieron que borrarse de escena.
―¿Pero qué mierda fue... fue todo eso? ―espeta la chica mientras intenta recobrar el aliento, afirmándose contra la pared de un callejón escondido y sin salida.
―El fin de un caso ―responde secamente Holmes quitándose la capucha.
―Cuando leas mi blog entenderás ―agrega el cabizbajo doctor quien se mantenía de cuclillas. Alice agita su cabeza con innegable desconcierto.
―Son un par de dementes ¿lo sabían?
Los amigos se cambian parcialmente de ropa y vuelven agotados hasta el 221B. John desaparece de inmediato cuando continúa hasta su piso, pero Alice decide quedarse, ya que, Holmes alzaba el arco del violín en su dirección, indicándole con desafiante mirada suspicaz. Y ella, por razones obvias, no parece querer negarse a la implícita propuesta.
El detective, de inmediato se sumerge en su papel de tirano instructor y sólo con ánimo de fastidiar a su compañera, la trata con poca delicadeza, porque sabía que ella respondería con igual hostilidad. Era lo que hacían y se regodeaba en eso, justificándolo en su predilección por la monotonía. Alice le da un codazo cuando él causa que ella esté al borde de perder el equilibrio, ya que, pateó sus pies para separarlos y ajustar su postura. Sherlock, ceñudo por el punzante dolor, se posiciona tras ella y le toma con firmeza desde sus manos para así manejarle como si fuese una marioneta. La morena, algo sorprendida por la envolvente y reconfortante cercanía, le observa hacia arriba por sobre su hombro, y, cuando él le devuelve la mirada, esta le guiña un ojo con picardía.
―Siento que sobro aquí ―comenta un contemplativo John desde la cocina, sosteniendo una cerveza y pronto dándole un sorbo, ello sin despegar su atenta mirada desde sus compañeros quienes, de pie tras el sofá individual de Holmes, observando hacia la ventana, aún continuaban comprometedoramente juntos.
―Sólo ajusto su postura ―se justifica con John―. Es increíble que no estés jorobada―le reprocha a ella esta vez y Alice rueda los ojos cuando él se aleja un par de pasos a su derecha, observándole pensativo―. Toca.
Ella obedece y no pasa mucho hasta que él le interrumpa. Así pasan al menos diez minutos de interrumpida clase, ello hasta que Holmes nuevamente la frenara.
―¡Oh, vamos! ―se queja adolorida―. Mis brazos no son de goma... ―refunfuña después de que Sherlock posicionara, otra vez, correcta y bruscamente ambas extremidades de la joven.
―Un perro es adiestrado con más facilidad... ―espeta despectivo y caminando a su alrededor―. Sólo mantente recta.
―Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...
―¿Qué haces? ―consulta Holmes, evidentemente confundido. John alza la mirada desde su laptop, curioso y entretenido.
―... siete, ocho, nueve, diez, once, doce...
―Ella simplemente intenta lidiar con tu insoportable persona ―explica Watson y Alice no puede evitar reír por la nariz al ser descubierta.
―¡Hey! ―Holmes le arrebata bruscamente el instrumento musical desde las manos a la chica y camina con paso decidido en dirección a su habitación.
―Al menos ignorarlo ayuda a aguantarlo.
―A veces, pero sabemos muy bien que Sherlock tarde o temprano se hace notar y con creces ―refuta volviendo a enfocar su atención en la bandeja de correo electrónico.
Alice reprime con todas sus fuerzas las ganas de seguir fastidiando a Holmes, así que se dirige a la cocina con la intención de distraerse haciendo un té.
―Debí suponerlo...
―¿Qué cosa? ―pregunta el doctor desde el otro lado del apartamento
―Acabo de encontrar el té que había comprado hace unos días y desaparecido misteriosamente la mañana siguiente desde la inseguridad de mi alacena.
―Oh... Lo siento, no sabía que te pertenecía. Sólo apareció en el mueble.
―Sherlock es un mago, aparentemente ―se queja la joven pronto activando el hervidor de agua. Y, mientras esta llegaba a su punto de ebullición, se dedica a revisar su teléfono.
Luego, mientras ella ya preparaba el té, ve de soslayo pasar raudamente a John hacia el cuarto de Sherlock, y, casi al instante, ambos caminan en dirección a la sala principal del 221B.
―¡Alice, tienes que leer esto! ―vocifera Watson y la joven se aproxima de inmediato con té para John y ella.
―También quiero té ―alega Holmes, visiblemente ofendido.
―Prepárate el tuyo ―espeta la aludida luego de dar su primer sorbo con mirada desafiante y John les ignora a ambos para comenzar a leer.
«Querido doctor Watson,
Le escribo con gran urgencia. Mi nombre es Isabella Newman, tengo dieciocho años y soy participante en el torneo anual "Audi quattro Winter games" con sede en Queenstown, Nueva Zelanda. Soy campeona juvenil de Sky, disciplina la cual he practicado desde que tengo memoria...»
―¡Blah, blah, blah! ―espeta Holmes moviendo exageradamente sus manos en el aire―. Sólo lee lo interesante, John.
―Intentaba crear un contexto ―bufa el doctor y continúa con la lectura.
«...Desde hace unos años que Queenstown tiene una muy mala fama. Accidentes en auto, aviones estrellados, muertes por imprevistos durante competencias. Pero nada como esto: Ruidos subterráneos inexplicables, avistamientos de patrones de luces extrañas y la desaparición de cuatro participantes de diferentes disciplinas juveniles en las últimas cuatro semanas...»
―Nueva Zelanda es parte del cinturón de fuego del pacífico, ¿verdad? ―pregunta la joven
―Exacto.
―¿Cinturón de fuego? ―pregunta Watson y, al ser ignorado por Holmes, Alice procede a resolver su duda.
―Cinturón de fuego se le denomina a una rotura en las placas tectónicas de la tierra, la cual conecta millones de kilómetros a través del océano pacifico. Países como Japón, Chile, Perú, Hawái, gran parte de Indonesia, etc... Es un gran tema, hay países que son afectados periódicamente. Yo viví un gran terremoto hace años... Aunque fue en California... Esa es otra falla y de otro tipo...
―Ya cállate. A nadie le importa ―refuta Sherlock y le indica al doctor que siga con la lectura.
«... Sé que puede estar descartando los sonidos subterráneos debido a que Nueva Zelanda es un país sísmico, pero señor se lo juro... Puede oír claramente una voz en cada rugir. Los lugareños insisten que es la leyenda del lago Wakatipu, historia Māori que explica el origen del lago y el aprisionamiento de un gigante que habita bajo las aguas del lago...»
―Las luces pueden ser solamente aureolas boleares...
―Dijo que tenían patrones extraños, Sherlock. Una persona que habita tanto tiempo en los Alpes debe saber la diferencia.
―Es una niña. Seguramente una idiota ―replica con desdén.
«... Cada desaparición deja atónitos a los policías locales. Los captores no dejan rastros de ADN, los participantes desaparecidos parecen ser tragados por la tierra y la nieve. Sólo una pista es encontrada cada noche que aquellas desapariciones toman lugar... Los rugidos y las luces son percibidos por todos los habitantes de Queenstown, para luego algún joven participante (que se hospedan en el resort) es abducido y en el lugar en el resort en que por última vez estuvo, encontrar una pluma de un Takahe...»
―Takahe es un ave de plumas color índigo que habita ambas islas en Nueva Zelanda. Está en peligro de extinción ―responde Holmes al ver los signos de interrogación en los ojos de sus colegas―. Interesante... bastante interesante y... Demasiado simbólico.
«... Por favor ayúdenos, doctor Watson. Háblele al señor Holmes sobre nuestro caso...»
―¡Blah, Blah, Blah! ―agrega el mencionado con impaciente semblante.
―Entonces ¿tomamos el caso, Holmes? ―él junta sus manos y las posiciona ambas bajo su mentón, sosteniéndolo con la punta de los dedos y mirando dubitativamente hacia el vacío.
―¿Cuánto dinero has ahorrado del soborno de mi hermano, Sanders?
―Un par de miles de libras. Pero, es mi dinero, Holmes. Además, yo no iré con ustedes, trabajo en Londres con Riley y Hardy ―John frunce los labios mientras el detective escribe en su teléfono―. ¿Qué?
―No es que conozca mucho a Mycroft, pero estoy seguro de que te enviará con nosotros.
―Necesito escudos humanos, mientras más... Mejor ―coincide el detective y, en ese momento, el celular de la chica comienza a sonar.
―¿Hola?
―Señorita Sanders, tengo entendido que tiene un nuevo caso con mi hermano y el Dr. Watson.
―Ah, Mycroft, por supuesto... ―Holmes le quita el celular a la chica y selecciona la opción de alta voz.
―Has elegido un muy buen momento para demonstrar tu complejo de poder respondiendo tan pronto, Mycroft ―dice con sorna―. Necesitaremos suplementos y dinero para nuestro viaje.
―¿Y por qué debería dárselos? Tú eres un detective privado, deberías autofinanciarte.
―La avaricia no es elegante, hermano mayor.
―Tampoco lo es la holgazanería, hermano pequeño. ―sus amigos se miran extrañados y sorprendidos. Sólo fue audible una pequeña e irónica risa al otro lado del teléfono, risa característica de Mycroft Holmes―. De acuerdo, financiaré su insulso viaje. Con la condición de que no se demoren más de siete días.
―No me tomará tanto en resolver el caso.
―No lo sé, hermanito. Te has vuelto lento.
Y, antes de que Sherlock tuviese tiempo de replicar, Mycroft ya había colgado la llamada.
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