✨ 43 | That woman
Dos semanas trascurren tranquilas. John, luego de su ruptura con Sarah, se forzó a sí mismo a dejar la clínica en donde ella era la administradora para así buscar un empleo. Y, para su suerte, en el hospital san Bartolomé buscaban un reemplazo temporal, de tan solo un par de meses, para uno de sus doctores de planta y, gracias a la ayuda de la oportuna recomendación de Molly Hooper, fue elegido sin mucho lío burocrático.
Holmes, por otra parte, debido a la culpa que le invadía desde lo sucedido en el bosque Epping y, en vista de la lenta recuperación anímica de Alice, decidió ir tras sus espaldas y obligar a su hermano mayor a liberarla durante un tiempo de sus deberes, tomando ventaja así de su compañía para la asistencia en diversos pequeños casos cuales abordó durante aquel tiempo y pasando así, sin siquiera darle mucha importancia en su mente, sus días completos en compañía de su vecina, la cual, día a día lucía más como ella misma.
Alice posa ambas manos sobre los hombros de su compañero quien, frustrado frente al piano, dejaba de tocar debido a un error escuchado por ella.
―Ibas bien, Sherlock ―le sacude levemente―. No te exasperes.
―Tu piano está mal.
―No está mal, son tus dedos los que aún no están acostumbrados ―aclara mientras toma puesto junto a él. Llevaban todo el día en mutua compañía, otra vez, y, para la grata sorpresa de ella, Holmes había sido el que decidió continuar con las clases de piano esa tarde.
―Tu letra es ilegible ―se queja indicando con un ademán la partitura en frente y ella rueda los ojos.
―Intenta nuevamente.
Él bufa agotado y comienza a tocar, aunque, pronto se distrae debido a que la observante chica, sentada junto a él en el taburete, desliza un chocolate mechón de cabello tras su oreja, causando que las notas de su dulce perfume florecieran con fuerza, demasiada como para que los complacidos sentidos de él pudiesen obviarlo.
―¿Qué sucede? ―consulta cuando él deja de tocar y suspira fastidiado―. Luces distraído.
―Yo no me distraigo.
La joven alza una interrogante ceja cuando Sherlock le observa en junto y, sin desconectar su mirada, toma la mano de él sin permiso para posarla correctamente sobre las teclas. Holmes, sin entender por qué se dejaba llevar sin más, permite ser guiado mientras hace lo mejor posible para no fallar con su zurda. Suavemente y en silencio, continúan repitiendo las notas de la canción, logrando satisfactoriamente la melodía de "Für Elise" de Beethoven.
―Lo estás haciendo excelente.
―La retroalimentación infantil no es necesaria. No soy un niño.
―Es mi clase. Yo decido cómo tratarte, tú decides en la tuya... ―él alza ambas cejas con asombro y ella cierra sus ojos para negar rápidamente―. Olvida lo último.
―Muy tarde. Conseguiré una vara ―agrega entrecerrando sus ojos y sonriendo ladino―. Enseñanza tradicionalista, brutal si erras.
―Sabía que me arrepentiría... ―ríe resignada ante la malévola mirada de su próximo compañero, pronto notando que aún mantenía su mano sobre la de él. De pronto, su mente sólo puede maravillarse ante la perspectiva de aquella, ahora, natural cercanía física con él. Y Sherlock, consciente de ello, voltea la propia para sostener la de Alice como si se tratara de algo curioso.
―Tienes las manos más pequeñas que haya visto en alguien de tu edad ―comenta ceñudo―. Sin mencionar que frías... Siempre estás al borde de la hipotermia.
―Bueno, no hay mucho que pueda hacer al respecto ―se justifica con una media sonrisa―. Tú tienes manos de músico. De hecho, no tienes excusa alguna para ser un mal pianista, sólo la poca práctica ―comenta mientras intenta ganar ella el control del agarre y así contemplar la mano de su compañero con tanto detalle como él lo había hecho con ella, pero Sherlock no se lo permite y continúa tocando el piano.
Sanders le observa con una suave sonrisa aun dibujada sobre sus labios y él lo sabe, porque le era posible notarlo sólo al verle de soslayo, sin embargo, a pesar de que eso le hubiese irritado hace algunas semanas, ahora le hacía sentir satisfecho. Era bastante extraño, como si la atención, la encendida mirada verde de Alice sobre él fuese una gratificante recompensa.
―¡Woo-hoo! ―el típico llamado de la señora Hudson al arribar a la entrada de alguno de los apartamentos de sus inquilinos les alerta a ambos, quienes, se separan casi súbitamente el uno del otro. La casera abre ambos ojos con sorpresa y le lanza una pícara mirada a Sherlock antes de marcharse.
―Ya que no respondías mis mensajes o llamadas. Decidí hacer una parada en mi viaje a Irlanda para poder saber si estabas con vida... ―Sebastian se mantiene bajo el umbral de la puerta mientras Alice se acerca para saludarle con un ligero y algo incómodo abrazo, pronto invitándole a entrar.
―Sherlock Holmes ―dice cortésmente el detective cuando también se dirige al recién llegado para estrecharle la mano.
―Sebastian Moran.
―Lo sé.
Moran y Holmes se miran indescifrablemente durante unos segundos y toman puesto sobre los individuales sofás de la sala. Alice, extrañada, sólo contempla la escena como si no estuviese allí, así que eventualmente decide caminar hasta la cocina.
―¿Algo de beber, Seb?
―Un café, por favor.
―¿Qué tal tu viaje a Australia? ―pregunta a la distancia, mientras el empresario decide unírsele para dar la respuesta, sin antes sonreírle con falsa cortesía al cómodo rizado quién no parecía querer marcharse desde el piso.
―Bastante bien. Si esperabas que viera canguros, no. No lo hice. Pero a mi empresa le está yendo de maravilla.
―Genial.
―¿Qué has hecho últimamente? Me tenías preocupado. Pensé que no querías saber más de mí. Estaba confundido al ser enviado una y otra vez a buzón de voz.
―Cambié teléfono y, como nunca aprendí mi número antiguo, decidí elegir uno nuevo ―se justifica entregándole su taza a Sebastian, él asiente lento, decidiendo no continuar con el interrogatorio―. ¿Azúcar?
―No, gracias...
―¿Para mí no hay café? ―le interrumpe Holmes y Alice, ceñuda, le observa desde lejos.
―¿Qué haces aún aquí?
Sherlock sonríe irónicamente y camina hacia ellos, integrándose en la cocina.
―Aun no terminamos las lecciones. Luego continuaremos con violín.
―Tengo visita ―dice ella abriendo ambos ojos con enormidad. Moran, solemne, les observa silencioso mientras bebe su café, contemplativo del actuar de ambos.
―Él no estará aquí por mucho. Hay un auto con el motor encendido esperándole afuera.
La joven mira incómodamente a Sebastian quien, sin siquiera inmutarse, toma un nuevo sorbo de su café para luego regalarles una poco entusiasta sonrisa a ambos.
―Mi avión sale en media hora, como dije, vine aquí sólo a para comprobar cómo estabas.
―Estoy bien... ―responde ella sonriendo infantil y ampliamente.
―Me alegro.
Dicho aquello, bebe un último sorbo de café y camina hacia la puerta. La joven le sigue hasta que ambos se detienen en bajo el umbral.
―Volveré la semana próxima. Astrid está trabajando en el proyecto de un evento que se hará en uno de mis clubes en Londres. Trata sobre el lanzamiento de una novela escrita por un joven autor escocés muy afamado. Supongo que has escuchado hablar de Brian Spinger.
―Por supuesto.
―Estás cordialmente invitada, al igual que Riley y Nicholas.
―Gracias.
―Aquel día estaré devuelta en Londres, ya que finalizaría mi tour de monitoreo de A.L.I.V.E. Por lo tanto, realmente espero verte con ansias.
―Ahí estaremos ―asegura y él le toma una mano para besarla ceremonialmente. Alice, por su parte, no puede evitar sentirse avergonzada debido al poco acostumbrado gesto, sobre todo cuando sabía que el siempre irónico Sherlock les observaba atento desde la cocina.
―Holmes ―dice el empresario con un asertivo y firme ademán de la cabeza en su dirección y el mudo detective responde de igual forma el despido, pronto emprendiendo marcha descendente por las escaleras.
Alice suspira profundo y exhala prolongado, algo tensa. Y, así, eventualmente se voltea y mira a Holmes, el cual rueda los ojos cínicamente en su dirección.
―¿Qué hombre moderno besa la mano de una mujer? ¡este es el siglo XXI! El tipo es un idiota.
―Tú no te quedas muy atrás...
―También es un mal educado ―la joven levanta una ceja, interrogante mientras se devuelve a la cocina en donde el detective preparaba té para ambos―. No me invitó a aquella cosa.
―A ti no te interesan esas trivialidades...
―... Además, estoy seguro de que oculta algo que tú no has descubierto tampoco. Pero, aun no sé de qué se trata... Su semblante es siempre tan difuso... Es un digno oponente de deducciones ―comenta irritado―. Sin mencionar que en sus obvias facultades ¿quién diablos insiste tanto cuando la otra parte no parece realmente interesada?
Alice arruga el entrecejo en su dirección.
―Deja de ser tan entrometido y paranoico, Holmes. Y ahora vierte el agua en mi taza de una vez.
Entre empujones, pasivo-agresivos insultos y burlas de ambos flancos, pasa una completa hora hasta que, agotada, la morena decide finalmente echar a la fuerza a Holmes y su violín desde el 221D; quien, a pesar de ser un prodigio musical con las cuerdas, como profesor carecía de toda paciencia y empatía con su alumna, lo que hacía predecible una infantil pelea al final de su clase.
.
Días después, Alice, Riley y Nicholas ya se encaminaban por la segunda planta de un inmenso recinto en donde la fiesta de celebración por el éxito de la sexta novela del afamado autor inglés, Brian Spinger, se llevaba a cabo.
―Ese idiota es un estafador profesional, pero de bajo perfil. Aquel es un ex político norteamericano que tiene un extraño fetiche con los pies... Ella es...
―¡Basta Riley! Ya sabemos que espías todo el mundo ―le reclama Nick, quien se arreglaba su elegante blazer azulado con nerviosismo, ello como temiendo que alguien les haya escuchado alrededor―. Lo hace sonar como si fuese divertido.
―Mycroft y su obsesión por saber cada paso que dan todos... ―se encoge de hombros―. Aunque, debo reconocer que da algo de satisfacción poseer tanta información de terceros.
―Poder ―completa Alice a quien aquella implicación hace que se le tense el estómago. Por tanto, decide continuar con su cometido al buscar incesantemente a Sebastian con la mirada en los alrededores de aquella fiesta llena de snobs.
―¿Bebidas? ―consulta un cordial camarero al acercarse a ellos.
―¡Por supuesto!
Los tres colegas se limitan a beber y charlar entre ellos. En realidad, ninguno tenía la intención de pretender interactuar con alguna de aquellas personas pertenecientes a la alta socialité y farándula inglesa. Sin mencionar que la única que tenía motivos reales de estar ahí era Sanders, quien a duras penas logró convencer a Riley y Hardy de asistir con ella, ya que, tenía el presentimiento que vería muy poco a Moran aquella noche debido a su siempre ocupada persona, aun así, estrictamente hablando, con tal de que ella le echara un ojo era suficiente para cumplir con su trabajo.
Así, un par de animadas horas transcurren y, aunque la joven aun no veía aparecer a Sebastian por ningún lugar, Nicholas y Greta recompensaban su ausencia lo suficiente. Las fingidas y pretenciosas mujeres y hombres en sus falsos personajes de elegancia miraban con desdén a los tres colegas quienes no paraban de reír con cada broma que se hacían. A pesar de los ocultos motivos de la morena, era una fiesta después de todo y ellos disfrutarían de su mutua compañía como acostumbraban. De esa manera, inesperadamente Riley deja de reír y, con una incómoda expresión, comienza a chasquear los dedos para así llamar la atención de sus acompañantes.
―¿Qué... qué?
―¿Ven a aquél trío de por allá?
―Sí... ¿Es él Brian Spinger?
―Efectivamente... ―asiente suspicaz―. La rubia joven es su esposa.
―Okay... ―responde Nick, poco impresionado―. ¿Y?
―Te preguntarás quien es la morena, la cual parece muy cercana a ambos, Alice.
―No, no en realidad.
―Te lo diré de todas formas ―añade burlona―. Aquella mujer es la famosa y sensual Irene Adler.
―¿LA Irene Adler...? ¿la dominatriz? ―pregunta Nick, de pronto interesado en el chisme.
―¡Exacto!
―Esperen, esperen ―interviene Alice agitando ambas manos en el aire―. Primero... ¿Qué relevancia tiene toda aquella información? Y, segundo... ¿Cómo puede saber Nick que ella es una dominatriz? Pensé que el ámbito femenino no era de tu interés.
―No, no lo es ―confiesa, pronto dándole un sorbo a su trago―. Pero todos en Londres saben quién es ella, que es lo que hace y, a veces, con quien lo hace.
―En resumen... ¿Ella duerme con uno de ellos? ¿es ese el escándalo? ―pregunta la psicóloga un tanto harta de aquel tema de conversación.
―No solo eso. Duerme con ambos, por separado y confidencialmente, por supuesto.
Alice no puede evitar abrir los ojos como platos y mirar directamente a la mujer mencionada, la cual bailaba deleitada junto al afamado y celebrado autor en medio del salón y a vista de todos.
.
Ya habían pasado más de tres horas desde iniciada la fiesta y no había rastro alguno de Moran. La joven se había encontrado con Astrid, la asistente del empresario hace un instante y al preguntarle por él, ella sólo se limitó a encogerse de hombros. Por lo tanto, Sanders y sus colegas decidieron seguir con lo suyo en la terraza del local, bebiendo, riendo e ignorando a todo patán presuntuoso que se encontraba en aquel lugar.
Después de un rato y luego de varias copas de más, la chica decide que es tiempo de ir en busca de su no-oficial y ausente escolta para... Bueno, saber que se traía entre manos, ya que, a diferencia de Nick y Riley, a ella nuevamente Mycroft le había enviado a vigilarle.
―Bueno, creo que les dejaré un rato. Iré al baño de chicas.
―No, no lo harás. Irás en busca de Moran ―bufa Greta, a lo cual Nick asiente con semblante ausente.
―Como sea, nos vemos después.
La psicóloga deja a sus amigos y merodea por el lugar, pero nada. No había rastro de Sebastian y ya era medianoche. Lo predicho por Mycroft parecía ser cierto.
Como era de esperarse, pronto comenzó a irritarse y baja hasta el primer piso a toda prisa, chocando de frente con una estilizada pelirroja cuando doblaba por un angosto pasillo. La alta mujer deja caer accidentalmente su bolso de mano y, por consiguiente, su teléfono celular, el cual deja entre-ver una serie de códigos sobre su negra pantalla. Como un rayo de luz, la bella mujer recoge sus pertenencias sin aceptar la ayuda ofrecida y, luego de una amenazadora mirada, deja a Sanders para caminar rápidamente en sentido contrario a ella.
La morena se detiene un par de segundos, sin embargo, pronto su instinto le ordena seguir a la pelirroja, sorprendiéndose bastante al divisar con quién ella se reuniría. Alice al fin encontró a quien buscaba, el cual no estaba para nada solo. La mujer se acerca seductoramente a Moran y deposita lo que parece ser su teléfono dentro del bolsillo interior de su elegante traje, ello mientras el empresario le da un indiferente sorbo a su bebida. Y así, la pelirroja sigue con su camino y Sebastian observa por sobre su hombro, pronto siguiendo el rastro de ella por el profundo corredor.
Alice, por mero orgullo se siente tentada a seguirles, pero siente pasos tras ella y se distrae de su ruta.
―No es lo que tú crees, si infidelidad es lo que piensas ―Alice se voltea y ahí estaba la famosa Irene Adler―. Aquel bombón es sólo una... Colega de Sebastian. Nada de qué preocuparse, créeme. No todas las mujeres son su campo, si hablamos indecorosamente, claro ―la joven sólo se limita a levantar una desafiante ceja. Pronto queriendo retomar su paso en sentido contrario, pero Adler posa delicadamente su mano en el centro de su pacho para frenarle―. Lo siento, no me presenté. Soy...
―Irene Adler.
―Exacto ―dice complacida y sacando un cigarrillo para encenderlo con sensual gracia.
―Al parecer saber quién es usted es un requisito para todos los londinenses.
―No solo los londinenses, querida. Soy bastante reconocida, en muchos ámbitos. Te sorprendería ―la dominatriz le guiña un ojo y Alice asiente levemente, suspicaz.
De pronto, un camarero les encuentra en el poco transitado pasillo y se alarma al notar el encendido cigarrillo.
―Señorita Adler, esta no es área de fumadores.
Irene suspira calmadamente y su semblante pronto se oscurece a uno solemne, pero profundamente amenazador, como si sus azules ojos pudiesen atravesarle si eso ella deseaba hacer. La exótica morena lame sus labios y continúa observando penetrantemente al garzón, quien ahora lucía irremediablemente inseguro sobre sus pies.
―¿Ah no?
El joven hombre se ve tan alarmado por la felina vista de Adler que traga con dificultad y vigila por sobre su hombro.
―Sólo procure que no le vean, por favor... Arriesgo perder mi empleo... ―suplica y, dicho lo último, él se marcha e Irene vuelve su vista a la estática morena junto a ella. Luciendo nuevamente desenfadada y seductora.
―¿Fumas?
―No, no. Lo estoy dejando.
―Claro que no. Tu pupila se dilató bastante cuando te mostré mis cigarrillos, además, la duda dice aún más. Una persona que no desee algo nunca dudará.
―Lo que me faltaba... ―suspira la chica por lo bajo y acepta resignadamente el cigarrillo.
―Aquella deducción te recordó a alguien ¿no? Sanders... ―Alice la fulmina con la mirada, e Irene sólo le ignora mientras guardaba su paquete de cigarrillos dentro de su fino bolso de mano―. No sólo Sherlock Holmes puede leer a las personas. Y, si te preguntas como sé tú apellido, aparentemente saber quién eres tú: La compañera, y posible interés amoroso del detective privado más famoso de Gran Bretaña, también pasó a ser un requisito de conocimiento londinense.
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