✨ 42 | Into the woods |Parte III|

¡Despierta!

Alice siente una feroz bofetada sobre su mejilla izquierda, pero no le es posible abrir los ojos de inmediato. Así, paulatinamente, poco a poco va integrándose en la situación... La cual parece nada prometedora.

―... El jefe dijo que debíamos capturar a este bastardo y quizá a su compañero, pero no mencionó nada de una chica ¿qué haremos con ella? No me molestaría tener algo de diversión esta noche...

Patt, creo que eso no dependerá de nosotros.

La joven escucha un fuerte golpeteo de cadenas y quejidos muy cercanos a ella. Y, cuando finalmente puede enfocar su mirada realiza que se trataba de Sherlock, atado al otro extremo de lo que parecía ser el interior de un pequeño camión de carga, al igual que ella misma.

―¡Bienvenida! Sé que estarás sorprendida, también nosotros... Bueno, no tanto ―sonríe con malicia―. Nos advirtieron que el detective maniaco podría aparecer, pero no nos dijeron de tan agradable sorpresa ―el hablante toma a la chica desde las mejillas con bruta fuerza, pero esta se reúsa alejándose rápidamente. Él se agacha de cuclillas frente a ella―. Cooperarás con nosotros por las buenas o por las malas ¿alguien más está con ustedes? ―Alice sólo entrecierra los ojos.

―¡Responde! ―grita el otro hombre golpeándola con su pie en las cosillas. Y, aunque agonizante, Sanders le escupe en la cara cuando se recompone.

―¡Está bien... está bien! Vamos a calmarnos todos ―espeta quien vigilaba, intentando que el escupido no golpeara nuevamente a la brava chica―. No hay necesidad de exasperarse... ¿Qué tal si les dijera a ambos que me han reportado que tenemos a John Watson en nuestro cuartel? ―Alice y Sherlock se miran estupefactos. Estaban atrapados, ella ya no tenía el brazalete que Mycroft le había dado en casos de emergencia, sino que el doctor era su única esperanza. El captor sonríe y le tapa la boca con cinta adhesiva a la morena―. Esa reacción es todo lo que necesitaba. Patt, no tienen a nadie más. Ella es toda tuya, si deseas.

Dicho aquello, el hablante se baja desde la parte trasera del camión y se dedica a conducir. Mientras tanto, el otro macizo hombre, Patterson, no dejaba de burlarse de la sombría situación de aquellos atrapados. Pero, su atención eventualmente se centra totalmente en la chica, acosándola e intentando tocarla, lo cual causa que ella le diera un gran cabezazo, desatando así una implacable ira. La morena había agotado su paciencia.

―¡Eres una maldita salvaje!... Y a mí me gustan las salvajes... ―comenta mientras se limpia la sangre desde su nariz con la pañoleta que le arrancó a la chica desde su cabeza. Luego se voltea hacia un desafiante Sherlock―. Estás invitado a ver, si quieres.

Dicho aquello, se abalanza sobre Sanders, desencadenándola y así ambos caen sobre el suelo metálico. El hombre le sujeta con firmeza el cuello para luego desabrocharle el abrigo a la fuerza y quitárselo, rasgándole parte de la polera desde el escote. La joven no puede hacer nada más que forcejear, ya que, aquel hombre la doblegaba en masa, edad y casi estatura, sin mencionar que se encontraban en movimiento por la rural ruta en el interior del oscuro bosque.

Él logra con una sola mano sujetar ambas de Alice, mientras baja de un solo impulso la cremallera de su pantalón, ello como si aquella rutina fuese una costumbre para él. Sanders, ya casi sin fuerzas por la falta de aire debido a la cinta que seguía obstruyendo su boca, continúa forcejeando, pero a ojos cerrados esta vez. Esperaba lo peor cuando él ya intentaba colar su mano dentro de los pantalones de ella, intentando apartar su ropa interior...

Sin embargo, Patterson súbitamente le es quitado de encima. Sanders se echa hacia atrás y se pone dificultosamente de pie, estaba helada y aturdida. La escena frente a sus ojos es borrosa y todo parecía suceder en cámara lenta. Holmes peleaba a muerte con aquel hombre dentro del vehículo en movimiento.

―Toma las llaves... ¡CORRE! ―grita el detective sin más.

Alice obedece gracias a una inyección de natural adrenalina y, sin saber cómo, salta sobre ellos, toma las llaves, se quita la cinta desde su boca y abre las puertas traseras del camión. Este iba aproximadamente a unos setenta kilómetros por hora en aquella inestable ruta de tierra, pero, sin dudarlo, ella salta al desierto y oscuro camino.

Gracias a la misma adrenalina, ella no asimiló el dolor que le causarían todos aquellos moretones, torceduras y cortes en su cuerpo. Simplemente se pone de pie y de inmediato se dispone a correr a través del bosque sin mirar atrás, sin poder siquiera ordenar sus pensamientos, ya que, sólo sentía la necesidad de alejarse lo máximo que pudiera desde ese lugar, desde aquellos hombres.

De esa manera, cuando el aire no era suficiente y sus piernas ya no soportaban más, se detiene. El bosque aún seguía en penumbras, y la joven ignoraba donde se encontraba, pero no le importaba nada más en ese momento que el recobrar el aliento. Su pecho ardía, era como si sus pulmones estuviesen en llamas, así que debe sostenerse de un árbol para no caer sin más sobre el suelo. Inesperadamente, alguien le sujeta desde el hombro y ella, sin pensarlo dos veces, se echa a correr, internándose en el oscuro bosque, aunque, pronto es alcanzada y sujetada fuertemente desde la cintura.

―¡Sanders!... ¡Sanders, soy yo... Sherlock!

―¡NO... SUELTAME, SUELTAME! ―grita ella desesperadamente sin abrir los ojos, pateando con ferocidad las pantorrillas del detective, pero este no se rinde, y con dificultad la voltea hacia él.

―¡MÍRAME, ALICE! ¡SOY YO! ―él la sacude con más fuerza desde los hombros y, cuando a la chica ya no le quedaba más energía, cuando ella no hacía más que tiritar y mover su cabeza causando que su pequeña coleta se desarmara. Él toma la cara de la joven entre sus manos para enfocar su mirada en él―. Yo no te haré daño, mírame.... ¡Alice Sanders, reacciona de una vez...!

―¿Sher... Sherlock...? ―susurra como un leve silbido y el magullado detective asiente reconfortante. De un momento a otro las piernas de ella pierden toda estabilidad, pero él alcanza a sujetarla entre sus brazos y suavemente se posan sobre el suelo―. Tienen... Tienen a John...

―Lo sé.

―Debemos ir por él ―insiste tiritando debido a su creciente ansiedad y él, con ojos igualmente vidriosos, mantiene la calma por ambos. Alice respira agitadamente y hunde su cara sobre el pecho de Holmes el cual la tenía rodeada entre sus seguros brazos, cubierta con su empolvado abrigo, ya que, ella había perdido el propio en el camión.

―Lo haremos.

Un par de silenciosos minutos pasan y poco a poco ella logra estabilizar su respiración y temperatura.

―¿Cómo te libraste de las cadenas? ―pregunta alzando su mirada desde el torso del detective.

―Cuando escupiste a aquel hombre, menuda distracción. Con mi pie logré patear sigilosamente la llave y sacarla de la parte trasera del cinturón del conductor. Debo reconocerlo, eres inadecuadamente brillante cuando ni siquiera te lo propones.

Dicho aquello, posa su cabeza sobre la de su triste amiga, la cual le abraza con más fuerza que antes y llora en silencio con él reconfortándole. Era la primera vez que Holmes le hacía un cumplido sin un insulto que le siguiera.



.



Lentamente el sol comienza a alzarse anunciando el inminente amanecer y los amigos, luego de caminar incansablemente a través del espeso bosque, ya habían logrado encontrar la base de los traficantes de pieles y animales que trabajaban con Demarchelier.

Alice y Sherlock logran finalmente escabullirse por la puerta trasera del escondite, ya que, el vigilante dormía plácido en su puesto de trabajo. Ambos caminan lenta y silenciosamente por el largo y oscuro pasillo del lugar hasta que dan con John, el cual era prisionero en un alejado cuarto. Y, milagrosamente, sin mayor dificultad pudieron noquear al guardia y liberar al doctor, pero, en ese preciso instante, una chillona alarma comienza a sonar, interrumpiendo así el bendito silencio que les rodeaba.

―¿Qué sucede?

―No lo sé...

Sherlock les ignora a ambos y toma las armas del inconsciente vigilante, para así lanzarle la pistola a Alice y la navaja a John. Los colegas salen sigilosamente desde el lugar, cuidando no toparse con alguno de aquellos malhechores en el camino. Y, mientras corren, repentinamente ella se detiene en seco, distraída con papeles esparcidos sobre el piso. Cuando les recoge se da cuenta de lo que se trataban, eran documentos y fotos de transacciones ilegales involucrando animales: Los trabajadores de Demarchelier se disponían a deshacerse de toda la evidencia. Sanders retomó el paso, en busca de sus colegas, pero, antes de doblar por el pasillo, sintió la necesidad de detenerse.

―... Ustedes no irán a ninguna parte. Ya me han causado suficientes problemas... ¿Por qué no nos hace esto más fácil, señor Holmes, y suelta el arma? Como verá, está en desventaja.

―No lo haré.

De acá no saldrá vivo ―ni un solo sonido fue escuchado durante un par de segundos―. Patterson ¿me acompañas?

Alice se integra sorpresivamente y, sin siquiera pensarlo, dispara contra uno de los hombres, sorprendiéndose gratamente al notar que le había dado a su agresor en el hombro derecho, mientras que Sherlock había herido a Demarchelier en el estómago en ese breve momento de distracción. John, por su parte, se apresura a quitarle a ambos sus armas.

―... ¡SCOTLAND YARD! ¡MANOS EN ALTO!...

Los presentes logran escuchar a la policía a las afueras del lugar y la chica mira inmediatamente a Sherlock, el cual hace un seguro ademán con su cabeza y ella pronto comprende... Él era el quien había tomado el brazalete, él le dio la señal de peligro a su propio hermano y al MI6. Por lo tanto, ignorando su entorno, la joven camina directamente hacia el herido Patterson y lo apunta directamente con su arma.

―Te recomiendo pensar en cosas desagradables, de lo contrario te desangrarás en cuestión de minutos.

―Alice... ¡No! ―grita un consternado John, adivinando sus intenciones. Pero, la chica le dispara a su agresor sin siquiera titubear.



.



―Me parece conmovedora y bastante inquietante tu obsesión por vigilarme, Mycroft.

―Es mi deber como hermano y protector ―dice el mayor con un dejo de desdén en su tono de voz.

―¿Protector? ―consulta un ceñudo Sherlock―. Yo no necesito a un protector.

―Sin embargo, ocupaste el brazalete de la señorita Sanders ―espeta indicando a la silenciosa y ausente chica. Sherlock se vuelve realmente defensivo.

―No era solo mi integridad la que estaba en peligro.

―Está bien, sigamos con lo nuestro ―dice Lestrade, incómodamente de pie junto a su propio escritorio, ya que, como era de costumbre, cada vez que iba Mycroft a su oficina ocupaba su puesto―. La evidencia que nuestros detectives y los investigadores del MI6 lograron rescatar es muy contundente. La empresa Demarchelier se irá abajo en cuestión de días y sus inversionistas, testigos y socios criminales, serán puestos a disposición de la ley como corresponde...

―Ese es el lado bueno, no creo que todo sea tan color de rosa... ¿No? ―comenta Watson.

―Claro que no, John ―responde Mycroft alzándose con gracia desde su puesto―. Resulta que aquella empresa tenía más que solo socios... Tememos que pertenecían a una red criminal la cual ha causado los más grandes y serios problemas en el mundo. Y, al parecer, ha atacado con más fuerza a nuestro país durante los últimos meses. Una organización cuyo jefe es intocable....

James Moriarty...

Los presentes comparten una lúgubre mirada y todos, a excepción del doctor quien había accedido a contextualizar a Lestrade sobre su previa y completa investigación con Sherlock, dejan el lugar. Mycroft ofrece llevarles devuelta a la calle Baker y, aunque hubiese sido más común que su hermano menor rechazase la oferta, decide aceptar sólo debido al ausente semblante de Alice a su lado.

El detective se sentía amargamente culpable por el actual estado de la morena. Sanders había asistido en el caso sólo debido a su insistencia y, por ello, estuvo al borde de ser abusada sexualmente por un maniaco. Sin mencionar el maltrato físico que había sufrido en aquella pelea de vida o muerte y posterior escape desde ese camión en movimiento... Todo era su culpa.

Alice continúa subiendo en silencio las escaleras hasta su propio piso y se encierra ahí. Su mente, aproblemada y todo, casi como un método de supervivencia, de permanencia, estaba en blanco. Luego de haber apretado el gatillo todo se sentía extrañamente distante, y ella no parecía formar parte de nada de lo que sucedía a su alrededor. Así, la morena toma una rápida ducha y el agua caliente sobre su cuerpo parece momentáneamente traerle devuelta a la vida. El dolor de las llagas, rasguños y hematomas en su cuerpo se manifiestan de pronto y el agua se lleva los restos de sangre y barro que le cubrían. Sanders deja la ducha, viste su bata y camina directo a su habitación. La joven tenía marcadas las manos de su agresor sobre su piel y realizarlo causa que su respiración se agite de sobre manera. Pronto se viste para asegurarse de cubrir las marcas, y camina rápidamente hacia la cocina para buscar una botella de agua porque su boca comenzaba a secarse como si estuviese al borde de la completa deshidratación. Temblorosa, da un desesperado sorbo y afirma su espalda contra el frigorífico, con su cabello sin secar aun goteando sobre sus hombros.

―¿Estás bien? ―consulta un consternado Sherlock, quien, ondeando su bata azul, se une con cautela al piso y cierra la puerta tras él.

―Me siento extraña... Desorientada ―musita lo último―, no puedo respirar apropiadamente ―dice con un hilo de voz y dejando caer su botella de agua cual se resbala sin más. Holmes se apresura hacia ella y le toma la mano.

―Sígueme ―el detective la guía con cuidado hasta el sofá doble de la sala y ambos toman asiento. Él, aun sin soltar la mano de ella, le observa preocupado. Su amiga mantenía sus ojos cerrados y tensa mandíbula mientras palidecía cada vez más, así que decide intervenir―. Cuando era un niño, hubo un periodo en el que sufría de constantes ataques de pánico. Así que reconozco las señales cuando las veo ―confiesa apretando levemente su agarre y ella le observa curiosa, algo sudorosa―. Mi padre era el único que solía notarlo o, quizá, al único que le importaba realmente. Así que, cuando me veía en un estado similar, me llevaba hacia la terraza de la casa y nos sentábamos sobre su favorito sofá. Ahí tomaba mi mano y me pedía respirar con calma, al igual que él, ello hasta que no necesitara más su guía ―ella le observa con mirada cristalina y asiente agradecida. Él suspira profundo y exhala cuando busca sujetar la otra temblorosa mano de ella―. Respira, en calma... Estoy aquí... Estarás bien.

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