41 | Into the woods |Parte II|
―Sus nombres, por favor.
―John y Alice Thompson ―le responde el doctor al vigilante de la entrada en el bosque Epping.
Así, después de completar todos los documentos y permisos pertinentes, los amigos avanzan por la pista automovilística dentro del parque. Los colegas tenían dos diferentes coordenadas que indicaban el sector en donde posiblemente se encontraban aquellos traficantes y asesinos de animales protegidos, por lo tanto, decidieron acampar lo suficientemente lejos como para no crear sospechas.
Holmes iba escondido dentro de la sección del portaequipaje, en donde se guarda el neumático de repuesto en caso de emergencias. Y Alice, sólo por querer molestarle, no evita ningún bache o grieta en el camino. Llegando pronto hasta las orillas de una pequeña laguna en el centro del bosque, en donde se estacionan e inspeccionan cada milímetro del lugar con sus binoculares, para así constatar que en realidad no había moros en la cosa.
―Ya eres libre de salir, Sherlock ―anuncia el doctor mientras abre la puerta trasera del jeep.
―¡No! Debiste dejarle ahí dentro... ―exclama la entretenida chica ante la vista de un irritado y despeinado Holmes.
―Sé que todas esas turbulencias en el auto mientras conducías las causaste a propósito para fastidiarme.
―¡No! ―niega energética―. No.... bueno si... Fue gracioso, se escuchaba como si llevara una bola de baloncesto en el portaequipajes ―la chica suelta una gran carcajada y John no puede evitar reír por la nariz al verse contagiado.
Holmes, ofendido, le lanza un pesado bolso a la joven, haciendo que esta cayera sobre su trasero al suelo.
―¡Oh, por favor! Dejen de comportarse como niños... ―regaña el doctor mientras ayuda a Alice a reintegrarse ―repasemos el plan ¿bien?
―Está bien... ―refunfuña ella limpiando sus pantalones―. ¿Holmes?
―Tenemos dos noches para localizar, investigar y juntar evidencia sobre la organización perteneciente a empresas Demarchelier. Debemos ser muy cuidadosos debido a que los secuaces de este empresario son matones realmente peligrosos. Por lo que tengo entendido, muchos de ellos son exconvictos...
―... Que no dudarán en matarnos y hacernos desaparecer si saben sobre nuestras intenciones ―agrega un sombrío John.
―Exacto. Este bosque tiene una superficie de dos mil cuatrocientas setenta y seis hectáreas y la locación del escondite de los cazadores furtivos de Demarchelier es incierta. Aunque, John y Riley lograron dar con dos posibles lugares en este parque en los cuales podría encontrarse aquella fortaleza.
―¿Riley?
―A veces consulto con ella. Es una buena herramienta.
―Persona ―le corrige la morena, pero él la ignora.
―... Yo voy con John al lado Oeste y tú al Este...
―¡Sherlock! ―grita Watson con desaprobación.
―¿Qué?
―No podemos dejarla ir sola... Es una chica, es joven y...
―¿Qué quieres decir, John? ¿que no puedo defenderme sola?
―Defenderte, claro que puedes y confío en ello, pero preferiría que tuvieras compañía. Él lo dijo ―se defiende indicando a Sherlock―, este lugar está infestado de exconvictos.
―¿Irás conmigo entonces?
―No. Pero Sherlock sí.
―¿¡Por qué yo!? ―se queja el rizado tal y como si fuese un niño.
―Porque eres el único de nosotros que no tiene experiencia de sobrevivencia en el bosque... ―Holmes iba a replicar, pero el doctor le frena poniendo su mano derecha en alto―. Ah, detente. Además, Alice es mejor con armas que tú y necesita compañía. Por último... es tu cabeza a la que le pusieron precio. Por lo tanto, ustedes irán juntos hacia el Este hoy al anochecer, verán que puedan averiguar y luego nos juntaremos aquí a las seis.
―Está bien, John... ―bufa Sanders, compartiendo una fea mirada de rechazo con Sherlock en junto.
―Nos comunicaremos vía mensaje de texto, ya que, los walkie-talkie son muy ruidosos y nos podrían delatar.
―¿Cómo sabes que habrá señal?
―He venido mil veces a este parque, Sherlock. Siempre hay señal ―replica Watson, agotado.
Los tres comienzan a desempacar sus pertenencias, ya que, tenía que realmente parecer que acampaban en ese lugar, de otra forma los guardias podrían sospechar de ellos y sus verdaderas intenciones en el bosque Epping.
―Holmes... ¿me puedes ayudar con esto, por favor? ―pregunta la joven mientras a duras penas carga la tienda sin armar entre sus brazos. El detective pone los ojos en blanco durante un segundo y va en su ayuda―. Así está bien... Posémosla aquí... ¡Al otro lado, Sherlock! ―lo regaña nuevamente y el detective frunce el ceño―. Al parecer nunca habías armado una tienda antes.
―No había tenido la necesidad. No soy un salvaje.
―Bueno, pero ser "un salvaje" te ayudaría en los casos ―replica John mientras se acerca a ayudar a la joven. El detective bufa con desdén―. Eres un químico graduado. Supongo que no será difícil para ti iniciar una fogata.
Sanders espera que el irritado rizado se aleje lo suficiente para comenzar a hablarle a su compañero.
―No me gusta la idea de que vayas solo hoy, John.
―Alice... Soy un soldado retirado ―dice con ligereza, intentando bajarle el perfil al tema.
―Lo sé... pero ustedes mismos insisten en que aquellos sujetos son realmente peligrosos. Malhechores a sueldo.
―Sí lo son... Pero esta noche sólo debemos ubicar el lugar. A Scotland yard le toca el resto, ello luego de ser nuestro respaldo ―comenta mientras acomoda las varillas de la tienda. Pronto el rubio se detiene en seco y vuelve a fijar la vista en su amiga―. Aunque, debemos considerar todas las alternativas y... Alice, si algo sucede hoy, no dudes en acudir al código rojo. No le debes ninguna explicación a Sherlock al respecto.
Ella tensa la mandíbula y asiente certera.
―Entendido...
Inesperadamente, escuchan una moderada explosión cercana y pronto ambos miran en esa dirección: Holmes había logrado encender y armar una considerable fogata.
.
Eran ya pasada las ocho y treinta de la noche y la oscuridad se comenzaba a apoderar del bosque. Los colegas deciden mantener las luces artificiales apagadas y el ruido al mínimo durante su estadía, para así no llamar la atención más de lo que posiblemente Holmes y su explosión previa ya lo hicieron. Por lo tanto, su campamento sólo se ilumina con la calidez de la fogata y el reflejo de la luna llena sobre en el lago.
Sanders decide dormir dentro de la tienda, ya que, John se lo había recomendado porque probablemente pasarían toda la noche en búsqueda de la guarida de los cazadores furtivos. Aunque, luego de un rato, ya era hora de la inminente partida.
―Alice... Alice, debemos irnos ya... ―susurra el doctor después de haber abierto el frontis de la tienda. La chica no responde―. Alice... ―intenta nuevamente, pero ella continúa relajada.
―Oh John... ―refunfuña el detective perdiendo la paciencia, se agacha y toma deliberadamente los tobillos de Sanders; arrastrándola rápidamente y dejando la mitad de su cuerpo afuera.
―¡SHERLOCK!
La adolorida y desorientada chica tarda unos segundos en reintegrarse.
―¡MALDITO HOLMES, TE MATARÉ!
―No exageren ―dice restándole importancia mientras el doctor, a regañadientes, ayuda a la despeinada joven a ponerse de pie―. Ya es hora.
Los amigos se dividen como lo habían planeado. John iría solo y armado por el lado Oeste, mientras que Sherlock y Alice investigarían el lado Este. De esa manera, los colegas se adentran en el bosque a paso lento, ya que, la densidad de los árboles no permitía el paso de la luz hacia ellos. Y, a medida que caminaban, por más delicadamente que lo intentaran, de igual forma hacen ruido al no lograr verificar su ruta. Por lo tanto, Sanders, harta de ello, saca de pronto su celular del que ocupa la cámara de vigilancia nocturna con la cual puede ver claramente por donde va. Holmes, al notar que ella iba pendiente de su móvil, le mira extrañado y enfadado.
―¿Qué diablos haces? Estamos trabajando, no deberías...
―¡Oh cállate! Mira... ―replica ella mostrándole la pantalla de su móvil―. Podemos ver claramente con la cámara...
―Yo la llevaré entonces ―dice arrebatándole el artefacto a la joven desde las manos.
―Ni lo sueñes.
―Soy quince centímetros más alto que tú, Sanders. No pierdas el tiempo saltando e intentando arrebatarme el teléfono. Es inútil ―ella se rinde y le da un desafiante empujón de advertencia.
―Tiene cosas personales... Mensajes, archivos, fotos...
―Si son los mismos que están respaldados en tu laptop... Ya los vi todos. Ahora caminemos.
Los amigos avanzan durante horas sin descanso, escondiéndose y evitando ser percibidos por los guardabosques que monitoreaban el lugar. Y, hasta el momento, no habían visto nada ligeramente sospechoso. De esa misma forma, Holmes recibía constantes mensajes de texto por parte de John, el cual indicaba su posición con coordenadas como buen soldado, aunque, sin novedades.
―¡Maldita basura!
Exclama el rizado cuando el teléfono de Sanders se apaga inevitablemente.
―¡Hey! Lleva más de cuatro horas prendido con la cámara infrarroja. No seas duro con él ―le reprende la chica mientras toma de vuelta y con cuidado su preciado BlackBerry.
―Es sólo un teléfono.
―No, es MI teléfono. Y me negaré a dejarlo morir.
Los colegas continúan con su travesía, pero esta vez a ciegas. Pronto llegando hasta un húmedo, oscuro y silencioso páramo. De pronto, una agitada Sanders se detiene en seco y agarra fuertemente el brazo de Sherlock con su mano, evitando así que el detective se siguiese en movimiento.
―Algo anda mal aquí... ―susurra estática.
―¿Qué?
―Silencio... ―dice como un suspiro y observando con suspicacia hacia el cielo. Holmes le imita―. Las aves, los grillos... Nada.
Un leve silbido a través del aire es escuchado de improvisto, seguido de un cegador destello de luz y un implacable golpe en la nuca. Pronto todo se vuelve negro al instante.
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