40 | Into the woods |Parte I|

Ya era de noche y Alice conduce agotada hacia su hogar en la calle Baker. Sus reuniones con Mycroft, aunque necesarias, no eran algo que ella disfrutara. El mayor de los hermanos Holmes carecía del carisma de su hermano y era cruelmente frío, ello tomando en consideración que Sherlock no era alguien realmente hábil en lo social, Mycroft era alguien que ni siquiera hacía el intento por empatizar con nadie más que no fuera su propia sangre y eso hacía que la amargura comenzara a contagiarse en sus días.

Sanders, al cumplir su objetivo de rastreo con el MI6, le había sido recomendado mantener las apariencias en aquel trabajo corporativo a pesar de inexistente y continuar con su envolvimiento con Sebastian Moran hasta nuevo aviso. Greta estaba al tanto de cada detalle y sería su única confidente aparte del mismísimo Mycroft, ya que la hacker le respondía jerárquicamente a él también. En tanto, Nick continuaba con su verdadero trabajo financiero, a oscuras de que era lo que realmente sus compañeras trataban a solas.

Así es como, cuando impacientemente recorría el centro de Londres, se detiene en uno de los tantos semáforos que estaban en rojo. Sin imaginar que en ese preciso instante alguien golpearía su ventana, era Sherlock.

La joven arruga el entrecejo y pronto rueda los ojos. Por un momento pretende ignorarle, pero la insistencia de golpeteo del detective sobre su ventana era tal, que no le queda más opción que dejarle subir a la cabina trasera.

―¡Qué suertuda soy! ―dice con sorna y para ella misma, pero Holmes la escucha de igual forma.

―También me alegra verte, Sanders. Pensé que habíamos dejado la innecesaria hostilidad de lado ―refuta amargo cuando la chica acelera―. Como sea, poco me interesa tu simpatía.

―Lo siento... Tu hermano me tiene harta. Ya tuve mi cuota suficiente de Holmes por un día.

―Por supuesto, él suele causar ese efecto en la gente. Pero no seguiré esta conversación porque no me interesa ―dice mientras se traslada desde el asiento trasero hasta el del copiloto, golpeando intencionalmente a la morena de paso.

―Es irritante ¿cómo diablos lo soportaste al crecer?

―Se supone que eres psicóloga ―espeta―. Aprende como lidiar con él por ti misma. Ahora dobla a la izquierda.

―¿Qué?

―¡DOBLA A LA IZQUIERDA!

―Está bien, está bien ―se queja tapándose un oído―. Si me vuelves a gritar otra vez, Holmes, te patearé en las bolas nuevamente y esta vez no habrá remordimiento.

Sherlock le mira rencoroso de soslayo y pronto ordena que se detenga cerca de un callejón muy oscuro ubicado en un barrio marginal a las afueras de Londres. Él se baja desde el auto y le señala a la joven que haga lo mismo, ella obedece prontamente y le sigue a través de ese eterno callejón.

―No pensarás que te será tan fácil conmigo, ¿o sí? ―bromea ella en voz baja, ya que, caminaban muy próximos y poco a poco había menos luminosidad a sus alrededores. Él le observa confundido por sobre su hombro.

―Deja de hablar estupideces y ¡saca la linterna de tu celular desde mi cara! ¡apágala!

La joven da un brinco y obedece en silencio. El teléfono de Sherlock suena y un mensaje aparece en su pantalla. Alice alcanza a ver que era de parte de John, pero el cuerpo del texto sólo eran números.

―¿Qué sucede?

―Estamos en un caso.

―¿Un caso? ¡Oh, Holmes! Yo debo ir a la oficina mañana ¿porqué...?

El detective le tapa la boca a la chica y le obliga a agacharse junto a él tras unos grandes contenedores de basura. En ese instante, una pesada puerta de metal es abierta y un hombre, de aproximadamente dos metros y ciento cincuenta kilógramos, mira en todas direcciones, como en búsqueda visual de algún intruso. Así, luego de veinte segundos, se vuelve a entrar cerrando la puerta tras él.

¿Qué diablos?

Lo sabrías, si en vez de trabajar como señuelo de mi hermano y salir con un imbécil millonario, durante estas dos semanas hubieses cooperado conmigo y John en los casos ―le reprocha Holmes como un susurro.

¿Por qué cada vez que hablas de Sebastian lo denigras? ¡ni siquiera lo conoces! ―dice ella falsamente ofendida. En realidad, sabía que lo que decía su amigo era cierto, pero, por supuesto, él no podía saberlo.

Lo he investigado y no me da buena espina...

¿Algo interesante? ―consulta curiosa.

Ese no es el punto ―refuta también susurrando―. Tienes pésimos gustos.

¿Tú qué sabes de eso...?

Sólo sé... Cosas. Es lo que hago, deduzco.

―¡Oh, sólo cállate!

―¡Tú cállate! ―dice mientras se alza con cuidado sobre sus pies y luego le tironea a ella desde el brazo para que le imitara―. Sígueme de cerca y en silencio.

Ambos caminan silenciosamente hasta llegar al lado opuesto del callejón en donde se podía divisar una ventana entreabierta cuya habitación tenía una tenue luz prendida. Inesperadamente, Sherlock toma a Alice desde la cintura, acercándola a su cuerpo, aunque siempre con la mirada fija sobre las alturas.

¿¡Hey...!?

Esa escalera, alcánzala en silencio ―espeta rápidamente y la alza con gran facilidad sobre él.

La joven logra bajar sigilosamente la metálica escalera y ambos proceden a subir en silencio hasta el tercer piso. Al arribar se esconden bajo el marco de la ventana y escuchan la conversación que se llevaba a cabo en el lugar.

―...Todo está arreglado. Mañana en el bosque Epping... Bueno, no es necesario que lo repita. Ya todos saben qué hacer ―una puerta es abierta y diversas pisadas se hacen notar―. Y recuerden, alguien le pagó a un detective imbécil para perjudicarnos. Si aquel idiota se atreve a dar una aparición en nuestras locaciones mañana, el que me traiga su cabeza será recompensado.

Una fuerte carcajada fue escuchada seguida de un gran portazo. Sanders mira a Holmes con dilatadas pupilas debido a una mezcla de ansiedad y adrenalina, pero este no se movía. Su expresión se había endurecido como nunca, este caso se había vuelto algo personal.


.



―¡Sherlock!...

El doctor se alza desde el escritorio cuando ve a sus apresurados vecinos arribar al piso.

―Era tal como lo pensábamos, John. Mañana a las seis en el bosque Epping a las afueras de Londres.

―Alguien puede ser tan amable de explicarme ¿de qué trata todo esto? ―pregunta la chica mientras toma asiento sobre el gran sofá de la sala del 221B.

―Bueno...

―No ―interrumpe el detective a su compañero con el dedo índice en alto luego de quitarse la bufanda y John posa una agotada mano sobre su cabeza, evidentemente exhausto, ya que imaginaba el reproche que se vendría para Alice―. No te diremos absolutamente nada si no te comprometes a colaborar completamente con nosotros.

―Lo pensaría si es que me dijeran de que se trata.

―Alice, nos sería de mucha ayuda alguien más quien sepa disparar y orientarse en el bosque ―interviene el doctor a pesar de la testarudez de su amigo.

―Saben que trabajo...

―Mycroft no es un problema ―interviene el detective cruzándose de brazos―. Tú sigue enviándole información sobre mí, vigilándome para él.

―No eres mi única prioridad, Sherlock. Además ¿tú le pedirás permiso a tu hermano mayor para que me permita salir a jugar contigo?

―No seas idiota... ―duda―. Pero si, técnicamente sí.

―Bueno... Acepto, hace mucho que no peleo a golpes con alguien... Sherlock se ha portado muy bien conmigo últimamente ―el detective pone los ojos en blanco y el doctor procede a explicarle a la chica en que consiste el caso, tomando puesto junto a ella en el gran sofá.

―Hace un par de días un grupo animalista vino anónimamente a hacer una denuncia en contra de una fina e importante marca francesa de ropa y accesorios, «Demarchelier». Estas personas nos dieron evidencia de que la mayoría de las telas y texturas que se usan para hacer las tenidas y otras prendas de vestir exclusivas, son provenientes de animales, pero no cualquier tipo de animales, sino que aquellos los cuales están supuestamente protegidos en el bosque del parque Epping.

―¿Qué...? ¿por qué harían algo así? ¡es cruel y arriesgado! ―pregunta impactada la joven mientras recibe fotos del lugar en cuestión.

―En la reserva los animales son mejor cuidados, por lo tanto, su pelaje es más sedoso, más apto para convertirse en una prenda de calidad de las que su marca se vanagloria.

―¡Maldición! ¿cómo es que nadie se ha dado cuenta aun?

―Ese es el problema. Aquel hombre que escuchamos hace un rato es el director de la reserva natural. Sospecho que él es el sponsor anónimo que posee el treinta por ciento de las acciones de empresas Demarchelier, lo cual se traduce en una ganancia anual millonaria ―comenta el detective mientras toma su violín con sombrío semblante y se desploma sobre su sofá individual.

―¿Cómo lo haremos para desenmascararles?

―Mañana nos infiltraremos como turistas. John y tú se harán pasar por extranjeros que van por unas noches de camping, mientras tanto, yo me esconderé en la porta equipaje ―dice para pronto comenzar a tocar "Valse sentimentale" de Tchaikovsky y desasociarse de sus alrededores.

El doctor suspira cansado y le entrega el portafolio que recientemente le mostraba, pronto alzándose y estirándose con flojera.

―Me iré a la cama. Mañana tenemos cosas que comprar y preparar.

―Buenas noches, John.

El doctor se marcha desde la sala del 221B y, en tanto, Holmes toca el violín a ojos cerrados, totalmente concentrado y balanceándose levemente al ritmo de las melodías que lograba. La chica quien decide quedarse, le observa fijamente, no pudiendo evitarlo ya que la atrayente pasión que demostraba Sherlock por la música era una cualidad refrescante y totalmente opuesta a lo que ella estaba acostumbrada a ver de él durante su errático día a día, y, por subsecuente, su compañero en calma era una postal realmente digna de admirar. La joven cierra suavemente sus ojos, sintiendo cada acorde, cada melodía de aquella hermosa composición del autor ruso. Ello debido a que el sonido del violín era una de sus cosas favoritas en el mundo...

―¿De qué te ríes? ¿qué haces aquí todavía? ―pregunta él, ahora de pie junto a su sofá individual.

―¿Huh? Oh... ―su tranquilidad es pronto interrumpida por un aventón a la realidad por parte de su amargo vecino―. Me gusta el sonido del violín eso es todo...

―¿Y por eso te ríes?

―Sólo disfrutaba la música... ―se defiende, aunque pronto se resigna―. Como sea... ―bufa alzándose sobre sus pies y caminando hacia la salida.

―¿A dónde vas?

―A mi departamento.

―No estás cansada.

―Lo sé, pero ¿qué quieres que haga? Tú me echas de aquí ―él levanta una ceja y la joven se cruza de brazos, esperando una respuesta, aún bajo el umbral de la puerta. Sherlock da un par de lentos pasos hacia el frente con semblante solemne y manos sujetas tras su espalda baja.

―Podría enseñarte... ―dice levantando levemente su vista, notando de inmediato una chispa de sorpresa en los ojos de ella―... Para así poder evitar tu inepta mirada sobre mí cuando interpreto alguna pieza.

―Si ser tu vecina es un suplicio... No me imagino lo que será tenerte como profesor ―dice con sorna―. No gracias.

―Puedes irte al diablo entonces.

Alice ríe y pretende salir nuevamente, pero, antes de cerrar la puerta, se voltea hacia Holmes el cual ahora miraba por la ventana derecha del apartamento hacia la calle.

―Si acepto tu oferta... ¿Habrá maltrato verbal?

Él se voltea lentamente y detiene su perspicaz y gris mirada sobre la de ella.

―Sólo cuando sea necesario. Con la enseñanza de la música no se juega.

―¿Qué tendría que darte yo a cambio?

Él considera lo dicho durante una fracción de segundo.

―Lecciones de Piano.

Ella pestañea varias veces debido a la gratificante sorpresa. Era un trato equilibrado. Conexión musical, dar y recibir, nada más.

―Considéralo hecho.

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