🌟 39 | Somewhere only we know
Dos días transcurren con una inusual calma en el 221B de la calle Baker, y ello no a causa de una falta de casos que investigar, sino que debido a un tipo de temor que el detective no había experimentado desde hace años...
Luego de su discusión con Alice durante el domingo por la noche, el confundido e irritado rizado dejó sin más el apartamento de su vecina, pronto siendo interceptado por Watson en las escaleras quien, notoriamente molesto bajo el umbral de la puerta de su habitación, interviene con voz grave antes de que su amigo si quiera pensara qué decir para defenderse.
―Te lo he dicho en innumerables ocasiones, Sherlock. No está bien ―espeta indicando con firmeza su índice en dirección al piso superior―. Lo que sea que tengan ustedes. Una rivalidad, amistad, un trato de otra naturaleza... ¡No puede ser así! ¡tú no puedes simplemente tratarle mal según tu estado de ánimo! Alice no lo merece. Ninguno de nosotros lo hace y, usualmente, debemos aguantar más de lo que cualquier acuerdo legal de arriendo estipula contigo como vecino, aun así, intentamos llevar vidas tranquilas.
―¿Qué intentas decir?
―Que deberías sentirte agradecido de ser rodeado por un puñado de personas que realmente pueden ver a través de tus malditos cambios de humor. Sin embargo, debes también tener en cuenta que no todos poseen la fortaleza o están en una posición anímica para soportar lo que les lanzas siendo tú "tu siempre poco empático ser" ―asevera tenso―. Yo soy un exsoldado y he de continuar lidiando con toda la mierda que la vida me traiga, ello a mi manera. Tal vez porque sólo así sé cómo continuar y así lo quiero. De esa manera, voluntaria, supuse que serías un buen compañero de piso. Y te has transformado en mi amigo, mi compañero... Te valoro por eso ―Holmes traga pesado, casi avergonzado. John no solía hablar de temas de una naturaleza profunda―. Pero no me quedaré callado presenciando como la maltratas. Alice es sólo una chiquilla, un par de años menor que tú y está sola en un país extranjero. Ella merece gente que la acoja. Ella merece un amigo en ti, pero tú estás muy ocupado regocijándote en tu tóxico orgullo ―el detective desvía su testaruda mirada―. Pensaría que sólo se trata de misoginia...
―¡No soy un misógino!
―Lo sé ―concuerda con un asertivo ademán de la cabeza, sin desconectar su mirada desde la de él―. Es por eso que me resulta aún más incomprensible el hecho de que no respetes a Alice tanto como a mí. Ambos nos preocupamos por ti. Ambos te apoyamos... E igualmente te esfuerzas descomunalmente para fastidiarla y alejarla de ti. Es injusto. Ella merece mejor.
El honesto doctor niega para sí mismo, resignado, y no se molesta en volver a mirar a su dolido compañero antes de devolverse a su habitación y cerrar la puerta tras él. Sherlock, en tanto, se mantiene erguido y estático en su posición. Estaba algo desorientado y no podía pensar claro en ese momento así que, eventualmente, decide bajar hasta su piso y encerrarse en su cuarto sin siquiera molestarse en apagar las luces del 221B.
Así, después de un par de silenciosos minutos, la primera reacción de su mente se materializa en ira, por lo tanto, patea sin pensarlo el borde de su cama. Él no les necesitaba. Nunca había necesitado realmente a nadie. Las personas eras simples peones en un gran e infinito juego de ajedrez que representaba a la vida y él era un jugador. Las piezas eran siempre desechables, reemplazables, tal vez no del mismo material ¿pero eso qué importaba? Los lazos afectivos sólo materializaban la vulnerabilidad de otros. Y él no era alguien vulnerable. No tenía permitido serlo.
El sol comienza a alzarse desde el este y el ojeroso detective es traído de vuelta desde sus cíclicos y eternos pensamientos por la pálida luz que comenzaba a colarse desde su ventana. De pronto, todo su enojo y orgullo parecía injustificado. La cálida mañana era un recordatorio de que nadie podía dar por sentada la compañía, menos alguien como él, quien contaba día a día la sobriedad y que, hasta hace poco, pasaba sus miserables días en soledad en un pequeño apartamento en un rincón no muy agradable de Londres. Ya que, él, como siempre, se había negado a recibir la directa ayuda de su hermano, de su familia y, de no haber sido por la señora Hudson, no tendría un buen lugar al cual llamar hogar bajo sus propios términos. Por otro lado, estaba John, quien, como nadie en años, había decidido conocerle más allá de lo que representaba y le comprendía. Le daba su compañía y lealtad sin pedir nada a cambio, le aconsejaba cuando debía y era capaz de bajarle desde las alturas para posar nuevamente sus pies sobre la tierra. El doctor se había vuelto en el mejor amigo que jamás había pensado volver a encontrar y en una extensión de su consciencia, así que debía concedérselo... Él tenía razón. Usualmente la tenía cuando se trataban de temas emocionales, de lo que les convertía en humanos.
El detective decide dejar su habitación cuando escucha ruidos provenir desde su cocina, de alguna forma estaba esperanzado en solucionar, sin saber cómo, su discordia con Sanders cuando antes; no obstante, cuando avanza por el corredor, sólo se encuentra con una bandeja que contenía una tetera de porcelana llena de tibio té y un par de sándwiches en junto, para él y John, sobre la mesa de la cocina. Él pestañea repetidamente, sin apetito, así que decide tomar una prolongada ducha. Ya tendría tiempo de abordar a Sanders durante el día, o eso creía.
Alice se levantó muy temprano durante el lunes por la mañana. Y se tardó un par de bendecidos segundos en recordar la amargura del día anterior. Por un lado, tenía a Mycroft y su suspicacia a flor de piel. El mayor de los Holmes se había negado a darle más detalles de cómo continuar su relación con Moran ahora que sabían que él era quien precisamente buscaban, no obstante, el hecho de que el empresario fuese quien estaba al asecho también complicaba las cosas. Era un ataque de dos flancos, fuego cruzado y ella estaba en medio. Por otro lado, estaba Sherlock... La morena cierra los ojos con fuerza y niega tensa. No perdería su tiempo con él. No más. No era necesario. Él mismo se lo repetía cada vez que podía: "No somos amigos". Y ella estaba dispuesta, al fin, a respetar sus deseos. Ya estaba agotada. Todo en su vida volvía a complicarse y, a pesar de haber pensado alguna vez que el rizado ayudaba a alegrar sus días con su don para el más ingenioso caos, no le veía caso a continuar aferrándose a una amistad de un solo lado.
La morena recoge un par de tenidas de ropa y algunas otras pertenencias de necesidad inmediata para pronto dejar el complejo de apartamentos sin decirle a nadie. Eventualmente tendría que aprender a vivir otra vez con Holmes alrededor si quería continuar en su pequeño piso en el 221D, pero eso no sería aún, porque no creía soportar ver la cara de él sin que se sintiera profundamente irritada, pero, sobre todo, traicionada por su propia empatía.
―Lamento molestarte tan temprano, pero...
―¡No, no es nada! ―insiste Nick al dejarle entrar a su hogar.
El chico había sido su segunda opción de llamado. Greta no había contestado, y, luego de pensarlo unos segundos, consideró que sería mejor ir con Nicholas, ya que, de seguro el detective, de importar buscarle, intentaría con Molly y Greta primero.
―¿Vives solo? ―el chico asiente y ella continúa observando con asombro la moderna y espaciosa casa―. ¿Cómo...?
―Mis padres.
―Por supuesto.
La morena toma asiento sobre un hermoso y algo incómodo sofá de cuero blanco y aguarda por Nick quien pronto vuelve desde la cocina con una taza de té que ella no había pedido, pero que tanto interna como externamente agradecía.
―¡Muchas gracias!
―No hay de qué ―sonríe amable, pronto tomando puesto en frente, sobre el gemelo del sofá, aunque, pronto su inseguro semblante, aquel similar a cuando recién le conoció, comienza a mostrarse de manera leve―. Puedo preguntarte... ¿Qué sucedió? ―dice indicando con la mirada el pequeño bolso que ella había posado junto a sus pies―. Claro, sólo si deseas contarme. Porque si no, no es necesario que lo hagas.
―Oh, no te preocupes. No es nada tan profundo ―miente intentando bajarle el perfil a su sentir―. Sólo pelee con Sherlock y pensé que se me haría realmente difícil ver su estúpida cara hoy sin desear partirla de una sola patada.
―Vaya...
―Lo sé.
―Eso suena a que realmente te hirió de alguna forma.
Ella frunce sus labios y se encoge de hombros con ligereza. De esa manera, pasa el resto del día en la serena compañía del siempre tímido Nick y, a la hora de la cena, se juntan con Riley en un local de comida japonesa en el centro de la ciudad, finalizando la noche en la casa de ella así bebiendo y bromeando como si nada en el mundo pudiese molestarles.
A la mañana siguiente, a duras penas se levanta desde la cama de Greta. La hacker roncaba como un león, se movía y hablaba incoherencias cuando estaba dormida, así que la chica, con una moderada jaqueca y aun vistiendo la ropa de la noche anterior, decide invitarse a sí misma a la ducha y asearse. Nick había dejado una donas sobre la mesa para el desayuno antes de irse previo a que ella despertara, y Alice come una sólo en señal de agradecimiento a la buena voluntad y compañía del chico. Pronto, su serena mañana es interrumpida: Mycroft le pedía reunirse otra vez en el Club de Diógenes.
―Me sorprende que haya respondido tan temprano a mi llamado ―se burla él al verle ingresar, ello mientras se mantenía de pie junto a la gran ventana de su oficina.
―No estoy de humor para lidiar con ningún Holmes en lo personal.
―Nuestro trato nunca ha sido personal, señorita Sanders.
―Que agregues tu intento de "humor" lo hace en cierta forma ―espeta tensa mientras camina hacia él a paso moderado.
―Mi sarcasmo es sólo parte de mí. No hago diferencias con eso ―sonríe malévolo y ella se detiene en junto, para así también observar hacia las afueras―. Mi hermanito se esmera en hacerle la vida difícil ¿no?
―He decidido que no me importe.
―Esa no es una decisión ―le corrige―. Es un tema del sentir. Y es eso de lo que preciso hablarle en este momento.
―Adelante.
Él asiente lento y con la mirada sobre el suelo, aún decidiendo como abordar lo que deseaba decir.
―¿Qué tan lejos está dispuesta a llegar para cooperar con el caso Hart?
.
El miércoles por la mañana un auto ya aguardaba por la joven afuera del 221 de la calle Baker. Sanders toma su mediana maleta y la baja lo más silenciosamente que puede por las escaleras. Eran las siete y no deseaba despertar a nadie quien no debiese estarlo; y así, al llegar a la planta del segundo piso, la joven deja caer su equipaje sobre el suelo, ya que, este se le resbala desde donde le sujetaba. Asustada por el ruido, inmediatamente retoma su marcha, presintiendo lo que vendría después de ello, y, como lo imaginó, un ojeroso Holmes se asoma por la puerta de la cocina.
Ambos se miran fijamente al instante, como temerosos el uno del otro. Pero, el semblante de la chica cambia drástico, a diferencia del de Sherlock, y, con total desdén ella retoma el paso bajando las escaleras, dejando a un tenso y contemplativo Holmes atrás, deseoso de enmendar sus insensatas últimas palabras dirigidas a ella durante el pasado domingo.
―Una belleza ¿no crees? ―pregunta el empresario cuando la chica llega a su lado en una privada pista del aeropuerto de Heathrow. Un jet esperaba por ellos.
―Humildad en su máxima expresión... ―comenta ella, poco impresionada debido a que, en lo personal, el lujo excesivo siempre le pareció de mal gusto.
―La vida es muy corta como para actuar con humildad a cada momento ―refuta el desdén con ligereza―. ¿Qué sería de la sociedad sin idiotas presuntuosos como yo?
―¿Un lugar mejor?
―No precisamente. Un lugar más aburrido, en donde gente como tú no tendría a quien odiar ―espeta finalmente con una sonrisa de suficiencia para así guiar a la ceñuda joven hacia el interior del Jet.
De esa manera, el viaje no tomó más de una hora y treinta minutos. Pronto, ambos fueron a registrarse a un lujoso hotel que estaba muy cerca desde donde Sebastian tendría su reunión, y la chica desempacó un par de cosas en su propia habitación, luego se recostó sobre la cama y se quedó instantáneamente dormida sobre ella. El estrés y una continua acumulación de resacas le hacían sentir casi como una anciana, aun así, prefería la idea de pegar pestaña a continuar dándole vuelta a algunos temas en su mente, ello a pesar de que estuviese en un hermoso país en el cual nunca había estado. Y así, parece en cuestión de segundos, pero no pasa mucho hasta que es despertada por un golpe constante en la puerta. La quejumbrosa chica se alza sobre sus pies y camina en su dirección para abrirla.
―¿Has estado encerrada toda la mañana? ¡pensé que saldrías mientras yo no estaba! ―exclama Moran sorprendido y extrañado a la vez mientras entra al oscuro cuarto de la chica.
―No pude evitarlo, desempaqué y me dormí ―responde ella encogiéndose de hombros. Él levanta ambas cejas y suspira resignado, caminando en dirección a las cortinas para abrirlas.
―Bueno, no más entonces. Hoy seremos turistas, ya que, yo a pesar de haber estado aquí antes, nunca me di en realidad el tiempo de recorrer la ciudad. Mañana iremos al museo de Dalí que está a un par de horas de aquí y luego a Madrid.
―Me parece un buen plan ―asiente conforme mientras se sienta sobre su reconfortante cama. Él le observa complacido―. Hablas algo de español ¿no?
―No en lo absoluto. Solo alemán e inglés.
―Suerte que yo sí.
―¿Ah, sí? ―alza una irónica ceja―. ¿Desde cuándo?
―Te sorprendería.
Ambos salen juntos a recorrer la ciudad, y, durante el trayecto de un lado a otro, la joven intenta enseñarle lo mínimo de español al empresario, al cual se le dificultaba inmensamente pronunciar la letra "r" no exageradamente como todo buen irlandés y alemán. Alice, a pesar de que tenía muy en mente lo que estaba en juego para ella, junto a Mycroft decidió mantenerse a oscuras respecto a los detalles. Aquello sólo complicaría las cosas, ella debía jugar a lo que Sebastian quería que jugaran, debía hacerle pensar que estaba en ventaja, que todo ese ardid burocrático había sido recomendado a él por una razón en donde predominaba lo práctico, no el destino. Debía hacerse la desentendida, pero estar alerta al mismo tiempo.
Y así, por la tarde fueron a cenar en las cercanías del famoso barrio gótico de Barcelona, ello para volver al hotel casi a medianoche. Y, para la sorpresa de la chica, Sebastian se despidió caballerosamente de ella al acompañarla hasta su habitación, sin hacer alguna insinuación o engreído comentario como esperaba. Partieron hacia el museo de Dalí al día siguiente, después de haber almorzado; y, al llegar al lugar, Sebastian no pudo esconder su genuina sonrisa al contemplar a la ansiosa chica casi saltando sobre sus zapatos para entrar al lugar al reconocer muchas de aquellas obras de arte.
«Cisnes reflejando elefantes» (1937)
«El ojo del tiempo surrealista» (1971)
«Caravana de elefantes» (1948)
«La tentación de San Antonio» (1946)
«La persistencia en la memoria» (1931)
―«La persistencia en la memoria» Es mi favorita desde que vi una réplica cuando era pequeña... ―confiesa ella con la mirada perdida sobre el lienzo―. ¿No te parece maravillosa?
―No soy muy conocedor de arte... ―responde Moran acercándose a la pintura para contemplarla un poco más de cerca.
―Tampoco yo... Eso es lo que amo del trabajo de Dalí y el surrealismo. Sus pinturas son como un sueño o terribles pesadillas en algunas ocasiones; lo cual hace que me mantenga en un estado de contemplación constante ―susurra lo último―. Como un gato.
―No lo había pensado de esa forma ―ríe Sebastian ante el perdido semblante de su adorable acompañante.
―¿No sueñas muy a menudo?
―No desde que me enviaron a Irak.
―Oh... ―la chica levanta su mirada hacia Moran quien, para su sorpresa, la evita por primera vez y camina a paso lento hacia la siguiente obra.
―Pero aquello está en el pasado ―continúa cuando ella le alcanza―. Quizá pueda intentarlo ahora, después de tanto tiempo ―él sonríe brevemente y vuelve su cara a la pintura, concentrándose y perdiéndose en ella, bajo la curiosa mirada de Sanders. Él decía la verdad...
«Nacimiento de un nuevo mundo»
.
Aquella tarde volvieron por sus cosas al hotel, ya que, pronto debían viajar hacia Madrid debido a que el empresario tenía la última reunión de negocios en la capital española al siguiente día, y este quería sí o sí disfrutar de una noche de juerga junto a su invitada en aquella ciudad. La pareja de turistas fue hasta el Hard rock café en donde tuvieron la justa suerte de encontrarse con la fiesta de aniversario de la sede local.
―Un whisky a las rocas y... ―Moran mira a la joven quien distraídamente contempla a su alrededor, así, después de unos segundos ella reacciona y se acerca a la barra.
―Lo mismo que él pidió.
El bartender no tarda en servir los pedidos y sus clientes beben en contemplativa calma. Sebastian, al contrario de lo que ella pensó en un principio, era buena compañía. Sanders, después de la caótica fiesta en la mansión, había aprendido ciertas características del empresario cuales, al parecer, se dejaban entrever a sí mismas a través de su segura y petulante fachada. Por lo que Alice había logrado deducir, Moran no había sido siempre rodeado por la seguridad del dinero, siendo ello lo que le instigaba a ser un derrochador público, ya que, debía mantener las apariencias a través de extravagancias para así afianzar su estatus, su valor, su poder. Él también era alguien bastante taciturno y disfrutaba de los silencios casuales, tenía una paciencia poco común para alguien con su historial de vida y, de alguna extraña manera, Sanders podía sentir una profunda solemnidad aprendida en él, casi como si el peso de la sabiduría contuviese el fuego de la juventud que alguna vez le hizo ser expulsado con deshonor desde el ejército. Sus manierismos eran seguros, directos y algo irónicos en naturaleza. Él parecía ser alguien quien hacía su tarea, quien estaba lo suficientemente confiado de su conocimiento y destrezas como para molestarse en lucir iracundo, fuera de control. Aunque, la mayor sorpresa que ella se llevó luego de que ambos pasaran ese par de días juntos, a solas en su mayoría, era que él nunca intentó hacer una movida. La trataba con el respeto que merecía. Ella estaba, al parecer, conociendo al verdadero Sebastian mientras ella le dejaba conocer a una casual versión de sí misma, o eso creía. Él debía tener sus ocultos motivos al igual que ella, aun así, a pesar de que él podría ser un mucho mejor mentiroso que ella, Alice creía reconocer la vulnerabilidad cuando la veía y esa pequeña charla en el museo era la prueba...
Al parecer, hacer su trabajo se estaba volviendo aún más difícil de lo que pensaba, ello por empatía más que desagrado.
Más al norte, en Londres, Sherlock regresaba al 221B luego de haberse reunido con un par de sujetos de interés quienes podrían ayudarle a descifrar de una vez por todas el paradero del escurridizo Alexander Pearce, no obstante, por el momento, dar con el estafador parecía cada vez más imposible, lo cual le hace sentir realmente impotente, bordeando en lo inútil... Y ese no era un sentimiento del cual él estuviese acostumbrado, así es como, casi como un desesperado intento de mantenerse a flote, decide romper su racha de casi un año y fuma un cigarrillo de camino a casa.
―¡Hey! ―le saluda el doctor cuando bajaba desde su habitación―. ¿Qué tal todo?
―El caso de Pearce se complica.
―¿Qué tanto?
―Al parecer, es realmente imposible de rastrear ―bufa lúgubre y se dirige directamente hacia la sala, pronto desplomándose agotado sobre su sofá individual. John, quien pensaba salir aquella noche a beber unas cervezas con Mike, al ver el sombrío semblante de su amigo, decide quedarse y le sigue para sentarse sobre su propio puesto en frente.
―Bueno, eventualmente lo encontrarás...
―Y fumé un cigarrillo ―el doctor le observa con sorpresa debido a la última revelación―. De hecho, ahora se me antoja otro.
―¡Ni lo pienses! ―exclama grave―. ¡Dame la caja!
―Oh, supéralo. Ya contaminé mi sangre y pulmones nuevamente ¿qué más da?
El doctor suspira agotado, niega lento y resignado exhala.
―Esto es por Alice ¿verdad? ―Sherlock arruga exageradamente el entrecejo y John le indica energético con su acusador dedo índice―. Intentas reemplazar tu relación tóxica con ella por otra.
―¿Tan poco piensas de mí?
―Podría pensar en que caerías más bajo, como intentar sabotearla una vez más sólo para así demostrar que no te importa en absoluto, pero me abstengo, porque sé que, en el fondo, muy, muy, muy en el fondo... Quizá, a la tercera puerta a la derecha...
―¿Tercera puerta a la derecha?
―Siempre es la tercera puerta a la derecha ―responde rápido―. A lo que me refiero es que, quizá, ella SI te importa, pero no lo quieres reconocer porque eres un imbécil orgulloso.
―Mucha palabrería.
El detective hace un gesto desdeñoso con la muñeca mientras se alza con gracia desde su sofá y camina en dirección al frigorífico, de cuyo fondo saca un par de frías cervezas. Un distraído John, al recibir la suya, le observa con genuino asombro.
―No sabía que había de estas...
―Las compré esta mañana. Supuse que se te antojarían algunas, y ahora me pareció el momento perfecto para una, ya que, decidiste quedarte en casa esta noche ―deduce haciendo un ademán con la cabeza en dirección al teléfono celular que su amigo sostenía, en el cual había recientemente redactado un breve mensaje para Mike.
―Eso es muy considerado de tu parte, Sherlock ―John sonríe cerrado y abre su botella, aunque pronto entrecierra sus ojos al notar que su amigo se mantenía de pie junto a su sofá individual―. Muy considerado... ¿Intentas envenenarme o algo?
―¿Qué?
―No me abstendré de la violencia de ser el caso...
―¡Sólo intentaba hacer algo bueno por ti!
―Oh, bien... ―musita el suspicaz doctor―. Gracias.
―De nada ―responde irónico.
―Entonces... Cuando Alice vuelva... ―da un primer sorbo y lo saborea con calma―. ¿Dejarás de lado tus celos?
―¿Celos?
―Sí, celos.
―Después de todo el tiempo que nos conocemos ¿reduces mi actitud a "celos"?
―Ilumíname entonces.
―Dijiste "vuelva" ... ―Sherlock arruga el entrecejo, desviando el tema a su propio foco de interés―. ¿Dónde está ella?
―Se fue de viaje... ―responde el cuidadoso doctor. Su amigo entrecierra los ojos, incrédulo―. Con Moran...
―Oh... Qué estúpida... ―refunfuña para sí mismo y John salta entusiasmado sobre su puesto, casi derramando su cerveza, para pronto alzarse y perseguir a su amigo por la sala, el cual ahora bebía un sorbo de su propia botella.
―¡Ahí están! ―exclama satisfecho―. ¡Los celos!
―¡No estoy celoso!
―¿Qué es entonces? ―le desafía con ímpetu.
―¡Él es un hombre mayor y la utilizará para lo que sea que quiera ocuparla!
―¡Y Alice es una mujer adulta que es capaz de tomar sus propias decisiones!
―¿Recuerdas las circunstancias en las que ella le conoció a él? ―refuta el moreno de inmediato―. Lo conoció por medio de trabajo. Ella ahora trabaja para el MI6, con Mycroft, lo cual significa problemas. Si mi hermano le pide que esté cerca de él, significa que es para algo importante. Y lo he investigado, él es peligroso. Ella es la carnada y está en la zona de peligro...
El doctor contiene el aire durante unos segundos y le observa impactado debido a la cantidad de información que obviaba, por lo tanto, sólo atina a darle un sorbo a su botella para asimilar antes de hablar.
―Bueno. Ese sí que es un tema ―Sherlock arruga el ceño y sacude su cabeza, incrédulo ante la pronta ligereza en el semblante de John―. Ella si te importa. La valoras.
―¿Acaso oíste lo que te dije?
―Sí, lo hice. Y es por eso que no me alarmo. Porque si tu hermano la asignó a esa "misión" es debido a que tenía que ser así. Confío en su juicio. Él no dejará que ella salga dañada para no dañarte a ti. Debe saber que te importa...
―¡Oh, no pierdas el tiempo con sentimentalismos, Watson!
―Calma, amigo... ―dice John con confianza―. De cualquier forma, si necesita defenderse siempre puede pegarle una feroz patada con su derecha de oro. Y sólo tú puedes dar fe de lo dolorosa que es.
―Una verdadera pesadilla ―musita casi sin aliento e intentando no ser contagiado por la sonrisa de su compañero, ello dando un nuevo sorbo a su botella mientras ambos perdían su mirada por la ventana.
. . .
La casi cegadora luz de la mañana le trae devuelta en sí. Alice se estira flojamente sobre la cama y cierra ambos ojos con fuerza. Se sentía agotada, exhausta... ¿Por qué tanto...? De pronto, su respiración comienza a agitarse, poco a poco comenzaba a recordar lo sucedido durante la noche anterior; el alcohol, la química, el descontrol, y, por supuesto, ella ni siquiera tenía que abrir los ojos para confirmar que, en efecto, esa no era su habitación de hotel.
Sanders se sienta alarmada sobre la cama y hace una leve mueca de dolor debido al descomunal esfuerzo físico que aquella simple acción implicó. De inmediato, comienza a escanear el cuarto con su preocupada mirada y se apropia de una bata de baño para pronto recuperar sus pertenencias y escapar del lugar antes de que Sebastian dejara la ducha. Ella sabía que el empresario tenía una última reunión durante esa tarde y que no mucho después debían abordar el vuelo de vuelta a Londres, así que pretendía evitarle hasta entonces, ya que aún no decidía cómo sentirse respecto a lo sucedido en ese cuarto.
De esa manera, la morena decide no recibir el almuerzo en su habitación, en vez de ello, va hasta la terraza del restaurante principal del hotel y come ahí disfrutando de la vista para distraerse, sin juzgarse a ella misma por querer voluntariamente perder el control a pesar de que Mycroft le dio libertad de acción, y sin sentirse mal porque Sherlock, al parecer, tenía razón sobre ella...
―¿John? ―consulta al responder su insistente teléfono.
―¡Alice! ¿qué tal?
―No me quejo, ¿tú qué tal?
―Algo preocupado. Dices odiar a cierta persona, después te vas de viaje con esa cierta persona y no se sabe nada de ti en días ―le reprocha el doctor.
―¿Sabes que suenas como mi madre otra vez?
―Lo sé, jovencita ―concuerda agudizando su voz de una forma casi ridícula y ella ríe nostálgica.
―Querido, vuelvo esta tarde.
―¿Voy por ti al aeropuerto?
―No te preocupes, un auto me dejará en la calle Baker.
―¿Todo bien entonces?
―Sí, bien... Bien. Nos vemos en breve, John.
―Que tengas buen viaje, Alice.
La chica se vuelve hacia su comida, la cual consume sin muchas ganas para luego moverse hacia el sector de fumadores y romper su racha de tres meses. A sí misma se había prometido dejar la nicotina cuando fumó un último cigarrillo en Nueva York, ahora sería el primero en semanas. Se sentía ansiosa con cada aspecto de su vida y no podía pensar en nada más que le ayudase a hacer contención.
―¡Aquí estabas! ―exclama Sebastian y se sienta junto a ella, notando el cigarrillo, pero prefiriendo no hacer comentarios al respecto―. Llevo buscándote desde que terminó la reunión.
―Lo siento... Pero la vista en esta terraza es maravillosa.
La pareja de turistas pronto deja el hotel en dirección al aeropuerto, en donde abordan el jet que les esperaba para llevarles hasta Londres. El viaje de vuelta a la gran metrópolis inglesa es tranquilo como era de esperarse. La joven intentó evitar a Moran durante todo el trayecto a casa, sin embargo, nunca le negó un accidental cruce de miradas. Lo cual no le resultó muy difícil, ya que el empresario se pasó casi todo el tiempo hablando por teléfono con un socio de negocios.
―Gracias por todo, Sebastian.
―Espero que esto vuelva a repetirse... Y me refiero a todo ―responde él acercándose a la chica después de haberle tomado suavemente la mano en la calle Baker. Esta sólo sonríe complaciente en respuesta y toma su equipaje para entrar inmediatamente al edificio y subir hacia su apartamento sin mirar atrás.
Al pasar por el 221B nota que ambas puertas están abiertas, pero no había nadie a la vista. Ella piensa por un segundo en gritar el nombre de John, pero se contiene. No quería encontrarse a Sherlock, no quería incomodar a nadie. Pronto llega al 221D y cierra la puerta tras ella. En ese preciso momento, siente un leve ruido proveniente desde su habitación, se mantiene quieta durante un par de segundos, como esperando algún otro indicio de que no estaba sola en el lugar; pero no escucha nada, por lo tanto, piensa que son sólo tonterías de su paranoica imaginación.
Alice camina hacia el baño y deja el agua tibia corriendo para llenar la tina. Luego va a su habitación cual puerta se mantenía entreabierta; la joven lentamente le empuja y su cuarto estaba exactamente como ella le había dejado cuando se fue hace algunos días.
Ella abandona su maleta a un lado y rápidamente se quita la ropa, para ponerse su bata encima e ir a darse un baño. Después de lo que parecen ser treinta minutos, ella ya se había secado incluso el cabello, volviendo así a su habitación para vestirse con un par de simples vaqueros y un ancho hoodie azul, pero esta vez su mirada periférica le advertía que había algo inusual. Algo que no estaba ahí cuando ella llegó. Sanders mira sigilosamente en todas direcciones, como buscando al intruso. Pero nada, no había nadie ahí con ella. Sobre su cama reposaba una pulcra y rosa caja rectangular de unos diez centímetros de largo y cinco de ancho; ella entrecierra los ojos con desconfianza y la abre sigilosamente, descubriendo, para su desconcierto, que tan solo eran brownies de chocolate.
La joven, entretenidamente, frunce aún más el ceño y alza la caja notando que bajo ella había una hoja, pero no cualquier hoja, era una partitura de violín cual contenía una nota a pie de página y una pequeña memoria SD pegada en ella: «Apelaría a la típica cortesía de un artista y te ofrecería tocar un dueto, pero, como sé que no aceptarías y no me interesa en realidad, me ahorro la molestia.»
Alice siente como si de pronto la primavera se hubiese manifestado con mayor fuerza y sonríe ampliamente al leer aquello una y otra vez. Esas eran las exactas palabras que la chica había pronunciado luego de una semana de haber conocido al detective y después de ofrecerle una tregua. Él la estaba citando. La joven escaneó la partitura y notó de que canción se trataba «Somewhere only we know» de Keane, pero ¿cómo era posible que él lo supiera? ¿cómo sabía que esa era una de sus canciones favoritas?
Sanders mira hacia todos lados nuevamente, camina hacia su laptop y la abre. La pista en piano de la canción en la cual ella había terminado de trabajar hace poco apareció instantáneamente en la biblioteca de reproducción, por lo tanto, él había logrado descifrar su primera barrera de seguridad. Sin embargo, eso no le molestó, muy al contrario.
Nuevamente se sentía en un dilema respecto al detective y no sabía cómo comportarse en este caso. Agradecerle aquel gesto era un paso obvio, pero... ¿Cómo? ¿abrazarlo?, ¿besarlo? Ninguno de los dos era una persona a la cual el orgullo le fuera fácil de tragar; ella imaginaba cuanto debe haber sufrido su amor propio y ego al hacer un gesto desinteresado por otro ser humano. Ya que, por una situación muy parecida pasó ella cuando tuvo que cocinar para él, como disculpa después de haberle pateado en sus partes nobles días después de conocerle...
Sanders sonríe para sí misma y toma ambos regalos. Ella busca a Sherlock por todo el edificio, pero no le encuentra, al igual que John y la señora Hudson. La chica comienza pronto a frustrarse, ella estaba segura que él se encontraba en el apartamento. Las puertas del 221B siempre son cerradas si ambos no están en casa y si Watson estuviese ahí, ella ya lo hubiese notado, de hecho, él mismo se había hecho notar para interrogarla sobre su viaje. Además, sintió ruidos cuando entró a su apartamento y luego... Luego se desnudó para ir a la ducha. Cuando volvió aquellas ofrendas estaban sobre la cama...
Toda la sangre se le va hacia las mejillas, no pudiendo soportar la idea que Holmes la haya, posiblemente, visto sin ropa.
La joven sube la escalera ansiosamente hacia el 221D, y, en ese momento, instintivamente mira hacia arriba. El título de la canción se le vino a la mente de inmediato. «Somewhere only we know», o, «Un lugar el cual sólo nosotros conocemos».
La azotea del edificio.
Sherlock le había comentado a la fuerza sobre aquel lugar después de que ella le sorprendiera merodeando en el recibidor del tercer piso y la chica nunca había subido hasta allí, no hasta ahora. Pronto tomó impulso y saltó para alcanzar la casi invisible cuerda que colgaba desde el techo, al tomarla la jaló y una escalera de madera se desplegó hasta el piso. Alice la escala y pronto vuelve todo a su lugar. Tiene que pasar agachada bajo unas grandes vigas de madera cubiertas de polvo y telarañas, sin embargo, sigue caminando durante un par de segundos hasta que da con la salida.
Sherlock permanecía sentado en el borde de la terminación del edificio, afirmado sobre aquel extenso barandal de fría piedra, fumando y mirando hacia la activa e insaciable ciudad de Londres. Cuidadosamente, la joven camina hacia él y se sienta a su lado. Él sonríe muy levemente sin quitar la vista del horizonte y se dirige el cigarrillo a su boca, pero, Sanders se lo quita en una milésima de segundo.
―El cigarrillo mata ―dice ella con sorna y da una fumada con semblante desafiante.
Él bufa irónico y, en respuesta, saca rápidamente un trozo de brownie desde la caja que su vecina llevaba en las manos, para calmadamente comenzar a comerle con paciencia, casi miga a miga. Alice termina de fumar el cigarrillo y observa al rizado de soslayo, pronto dejando caer su vista nuevamente sobre la agitada calle.
―Lo que dije el otro día... ―se apresura en decir, aunque se frena cuando ve los inmediatos y saltones cristalinos ojos de la morena fijos en él―. No es cierto. Deberías ignorarlo... Olvidarlo. Nunca tuvo algún tinte de realidad, sé eso ahora.
―¿Cómo?
―Sólo lo sé ―se encoge levemente de hombros con ligereza volviendo a desviar su mirada―. Y, también creo que debería advertirte que no es necesario que creas en mis palabras cuando te insulto, porque...
―Entiendo ―interviene con ligereza al notar que a él le costaba cada vez más escoger sus palabras―. A veces eres un maldito idiota, lo sé... Lo sé con creces. Pero aquí me tienes otra vez. Soy una masoquista emocional.
Sherlock sonríe para sí mismo y, en ese instante, ambos divisan a John caminando en dirección a la puerta del 221 luego de bajar de un taxi. Los amigos se miran suspicaces a los ojos como leyéndose la mente, confabulando coordinada y telepáticamente su siguiente movida, así ambos toman pequeños trozos de dulce brownie y los comienzan a lanzar hacia el doctor. Watson observa en todas direcciones, desconcertado y sin entender que estaba sucediendo, sólo atinando a apresurarse en abrir la puerta.
Alice no puede evitar reír a carcajadas por la perplejidad de John y Sherlock también se ve contagiado por la repentina alegría. Pronto ambos pierden de vista al doctor y el sol comienza lentamente a esconderse en el horizonte. En tanto, los amigos continúan sentados en el mismo lugar, disfrutando de su compañía, sin siquiera decirse una sola palabra más ya que, increíblemente, no eran necesarias.
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