✨✨ 38 | Walk of Shame

Alice despierta totalmente desorientada.

La chica se sienta sobre el borde de la cama y sostiene su cabeza con ambas manos; al parecer había bebido más de la cuenta la noche anterior. Poco a poco se va reintegrando y tomando consciencia de su entorno. Ella comienza a abrir lentamente sus ojos y, de inmediato, se percata de algo: No estaba en Baker street.

Sanders puede sentir como todo su cuerpo se tensa en un parpadeo y se pone en alerta, tal como un desconfiado gato ante ruidos repentinos. Ella así comienza a inspeccionar el lugar con su verde y felina mirada, en busca de alguna posible pista que le pudiera ayudar a descifrar en donde se encontraba, pero nada. La habitación era enorme y solamente alumbrada con los rayos de sol que lograban colarse entre las finas cortinas que cubrían la ventana. Ella mira en todas direcciones por su ropa, ya que vestía un blanco pijama que no reconocía, pero no le encuentra a simple vista. Entonces, no pasa mucho hasta que su confusión y posterior expectación se vea opacada por el temor, ya que, en ese momento siente pasos cerca, así que inmediatamente se vuelve a meter dentro de la cama para cubrirse con las sábanas de seda hasta el cuello.

―¿Sebastian? ―pregunta desconcertadamente al divisar al empresario aproximarse con una bandeja con desayuno en él y unas blancas bolsas colgando desde su antebrazo.

―¿Quién más? Yo te rescaté desde el césped de mi jardín. Estabas muy ebria, querida ―responde con tono burlesco y posa la bandeja sobre los muslos de la chica, pronto dejando las bolsas que traía junto a la mesita de noche―. No hay nada que un buen desayuno no pueda mejorar. Además de un litro de limonada, ese es mi secreto ancestral para sobrevivir a las resacas ―le guiña un ojo de manera cómplice y recupera su propio vaso de jugo desde la bandeja para pronto tomar asiento sobre una silla que arrastra en junto. Alice le continúa observando anonadada.

―Esto... Gracias, pero esto es... muy incómodo...

―Lo sé ―concede alzando su copa como si se tratara de un brindis, ello más como un gesto de empatía.

―¿Dónde está mi ropa?

―En la lavandería ―alza una suspicaz ceja al realizar el aún confundido semblante de la, usualmente, defensiva morena―. Verás, anoche intentaste robar mi vaso y lo derramaste sobre aquel hermoso vestido...

―¡Diablos! ―susurra y Moran ríe instintivamente.

―Es por eso que envié a Astrid esta mañana a que te consiguiera algo de ropa. No iba a permitir que llegaras a tu casa con aquella manchada tenida y los vestigios de tu descontrol de la noche anterior...

―Gracias...

―¿Disculpa? ―interrumpe falsamente confundido―. No te escuché...

―Dije que ¡gracias! ―espeta ella ligeramente entretenida al igual que frustrada.

―Ahí está mejor.

El empresario se alza conforme desde la silla en junto y pronto decide emprender marcha hacia la salida, no obstante, Alice no puede evitar buscar una tan necesaria respuesta.

―Sebastian...

―Dime.

―Nada... Bueno... ―alarga la palabra con palpable incomodidad―. ¿Pasó algo entre nosotros anoche?

―Aunque me hubiera gustado que así fuera, no, nada pasó entre nosotros. Soy un creyente del debido consentimiento y alguien quien realmente no le encuentra atractivo alguno a la necrofilia. En absoluto ―responde encogiéndose de hombros con ligereza―. Aquella entrada a la derecha te dirige al baño. Te esperaré en la sala, Alice ―él hace una considerada reverencia y cierra la puerta tras él.

Sanders bebe tan rápido aquel litro de limonada que Sebastian había traído consigo en la bandeja que se siente enferma durante unos segundos, sin embargo, pronto se obliga a sí misma a correr en dirección a la ducha, ello habiendo ignorado el resto de comida en la bandeja. Así, una vez más queda impactada con el lujo que irradiaba aquel lugar en donde todo espacio era enorme y toda posesión parecía genuinamente nueva, aún así, ella prefería de igual forma su pequeño y acogedor piso en Baker Street.

De esa manera, después de diez minutos la joven ya se había secado el cabello y, ahora en tan solo una blanca bata, inspeccionaba la ropa que Astrid, la asistente de Sebastian, había escogido para ella. Pronto sorprendiéndose por lo mucho que le gustaba la casual tenida que tenía frente a sus ojos: unos skinny jeans negros, un pequeño top blanco de manga larga, un blazer de colores que se matizaban entre ellos y unas largas botas negras de medio tacón. Pero eso no era todo, también había una fina cartera que hacía juego con los zapatos, la cual contenía las joyas que la chica lució durante la noche y su descargado BlackBerry. Así, al terminar de arreglarse, observa la hora en el despertador eléctrico sobre la mesita de noche, horrorizándose al notar que eran casi las seis de la tarde del domingo. Apresurada, sale de la habitación a toda velocidad, teniendo que recorrer así el gran pasillo del segundo piso de la mansión, pronto bajando las escaleras, cuales no parecían tan peligrosas en tacones bajos, y llegando hasta donde Sebastian le esperaba solemne, sentado junto a una apagada chimenea de intenso blanco como las paredes, cómodo sobre su igualmente blanco sofá individual mientras revisaba su delgada laptop.

―Tengo una idea, pero funcionará sólo si tienes algo de tiempo durante esta semana... ―comenta suspicaz, decidiendo no dar todo de inmediato para así tantear su terreno.

―Depende de que se trate.

―Fantástico.

―¿Qué?

―Dijiste "depende", o sea que ya lo estás considerando. Ahora debo ser persuasivo... Y esa es mi especialidad ―finaliza con una sonrisa soberbia pero atrayente, Alice parece rendirse un segundo ante esa atractiva imagen, no obstante, pronto se trae devuelta a sí misma al hacer un fugaz paralelo de aquella deducción con las tantas que Sherlock hacía a sus expensas, por lo tanto, no puede evitar sentir un ligero escalofrío. Al parecer ella sentía algo de atracción por las mentes rápidas.

―Sólo di que tienes en mente.

―Tengo un pequeño viaje de negocios a España y, bueno... En vista de mi crónica falta de tiempo y mis penantes ganas de conocerte mejor, quería saber si desearías acompañarme... ―Alice le mira incrédula y recelosa, porque no podía dar crédito a lo que estaba escuchando―. Anoche, con sólo verte a distancia pude notar que aprecias el arte de Salvador Dalí, por lo tanto, pensé que podría llevarte al museo que está en Girona, ya que también debo pasar por Barcelona...

―No lo sé...

―No tienes que responderme ahora, puedo esperar ―sonríe sincero para tranquilizarla―. Viajaré de todas formas. Sólo te hago saber que hay especio para ti en el Jet y, por supuesto, en mi agenda.

Sanders asiente casi por inercia, ya que, realmente no estaba en condiciones de hacer algún tipo de decisión después de que hubiese olvidado y dormido tanto. Así es como sigue a Moran en silencio quien calmadamente le guía al garaje en donde juntos abordan a su plateado auto de lujo y, cuando las electrónicas puertas se abren, él acelera hacia la pista.

La chica se aferra a su taciturno silencio durante el trayecto, intentando armar aquel puzle de sucesos casi olvidados en su cabeza. Ello, hasta que al fin recuerda fragmentos levemente completos, ella bailando con Moran, luego con Sherlock. Ella y su amigo discutiendo, él insultándola, ella abofeteándolo, él dejándola abandonada... Alice no podía dar crédito a la amargura que le hacían sentir todos aquellos borrosos acontecimientos y Sebastian, al darse cuenta del brusco cambio en el semblante de la pálida chica, enciende el estéreo de su auto. "Easy" de Fight No More comienza a sonar y la joven es alejada instantáneamente desde sus aquejados pensamientos.

―Realmente me encanta esa canción...

―También a mí ―concuerda Sebastian, satisfecho, ello mientras aceleraba por la pista―. ¿Todo bien?

―Si ¿por qué preguntas?

―Tus ojos...

―¿Mis ojos qué?

―Cambiaron, como si hubieses recordado algo... Abrumador ―agrega lo último con sorna, aunque acertado de igual forma. Así que Sanders decide desviar el tema.

―¿Cómo puedes deducir aquello si se supone que vas conduciendo?

―Soy militar retirado. Francotirador ―asegura sonriendo ladino―. Tengo una excelente vista periférica.

―Te creo.

―Entonces... ¿Estás bien?

―Una estupidez ―dice luego de un alongado suspiro.

―Tiene que ver con Sherlock Holmes, ¿no es así? Tu acompañante de anoche.

Alice da lo mejor de sí para no lucir sorprendida, así que distrae su mirada sobre las calles de la gran metrópolis inglesa.

―¿Cómo lo conoces?

―En Londres todos lo hacen ―se encoge de hombros―, y, cualquiera que navegue un poco por internet también lo hace. Menudo compañerito de edificio tienes...

―Sí que lo es...

―Tú y él no son nada ¿verdad?

―Sólo vecinos ―responde de inmediato, como de costumbre cuando alguien infiere romance entre el detective y ella. Él asiente lento.

―Entonces ¿qué sucedió anoche?

―Nada, siempre peleamos. A veces a golpes... Siempre le gano ―finaliza con un dejo de amargura, ya que, no sabía cómo sentirse respecto a Holmes ahora.

―Anoche lucías muy triste, lo cual me extrañó bastante porque tú no pareces ser de ese tipo de personas cuales son abatidas anímicamente debido a cualquier inconveniente.

―No, en efecto no lo soy, pero... Debo admitir que, al parecer, me pasé de la raya con los tragos de cortesía durante la fiesta. Eso fue todo...

―Claro... ―responde el suspicaz empresario y, solemne, sigue su curso del cual Alice no tiene necesidad de indicar el camino, ya que, pronto llegan a Baker street.

―Gracias por todo, Sebastian.

―No hay de qué. Fue un placer ser tu escolta y casera por una noche ―bromea con expresión seria y ella rueda los ojos entretenida, aunque avergonzada al mismo tiempo.

Cuantas ridiculeces habrá hecho aquella noche y él, a diferencia de lo que ella habría imaginado alguna vez, se comportó como un decente ser humano. Alice sonríe y baja del auto, pero, luego de dar un par de pasos, se devuelve hacia el vehículo para agacharse y golpear la ventana del piloto, Moran la baja pronto y ella le habla.

―¿Cómo podré ponerme en contacto contigo de forma directa si es que considero seriamente tu propuesta del viaje a España?

―Me tomé la libertad de dejar una tarjeta con mi número además de e-mail dentro de tu cartera.

―Muy conveniente... y presumido ―arruga el ceño―. Me estás dando por sentada.

―Por supuesto que no, contigo es imposible saber lo que sucederá después de una simple plática. Yo sólo deseaba una excusa para que pudieras intentar llamarme alguna vez...

―Bueno, espera y verás.

Diciendo aquello, la segura joven camina hacia su departamento sin mirar atrás, dejando a un sonriente Sebastian en su lujoso vehículo. Alice pronto sube por las escaleras, rápida y silenciosamente, como temiendo una reprimenda por parte de alguien. Y, como lo sospechó, no puede pasar sin ser vista por fuera del 221B, ya que, ahí esperaban John y la señora Hudson.

―¿¡DÓNDE RAYOS ESTABAS!? ― pregunta el doctor con un tono que mezclaba el enojo y la preocupación de una forma que a la chica la hizo recordar a su madre.

―¡Oh!... Yo...

―¡Te llamamos cientos de veces, jovencita! ―alega la acongojada casera al integrarse desde la cocina.

―Señora Hudson...

―¡No! ―la interrumpe Watson dando un paso en frente―. De verdad no te imaginas por lo que hemos pasado...

―Lo siento...

―¿Para qué tienes celular si no lo contestas? ―insiste el ceñudo doctor.

―John...

―Pensamos que alguien pudo haberte hecho daño... Incluso Lestrade iba a comenzar a buscarte con una orden de Scotland yard. Sherlock estaba desesperado, te buscamos lo máximo que pudimos antes de perder el conocimiento... ―relata exasperadamente mientras camina de un lado a otro en la sala.

―¿Perder el conocimiento?

―Iré a preparar algo de té, para que ambos se calmen... ―suspira la aún preocupada casera y se marcha del lugar.

Alice se integra desde el marco de la puerta y ocupa el sofá individual de Holmes para estar frente al doctor, quien ya se había sentado en el suyo.

―¿Qué sucedió anoche, John?

―Fuimos drogados con nuestros tragos, los tres.

―¿¡Qué!?

―Pearce escapó. Al parecer él no trabaja solo y tiene aliados anónimos. Además, también fue advertido de Sherlock, lo cual es improbable, ya que nadie aparte de nosotros dos y Riley sabía que él asistiría a aquel evento.

―¿Moran...?

―No. Él fue el primer sospechoso y Sherlock lo Investigó. No tiene nada que ver en esto. Resulta que el asistente de la asistente de Moran le pagó a una organizadora de eventos para que creara todo aquel ambiente para la celebración. Como estereotipo de todo adinerado empresario, él no tuvo que ver en lo más mínimo en el plan de aquella fiesta.

―Entonces...

―Entonces Riley hackeó la cuenta de la organizadora de eventos y buscamos a todos los empleados que trabajaron en la mansión de Moran anoche ―completa John mientras se inclina sobre su asiento―. Dimos con tres sospechosos, los cuales entregaron nombres y datos falsos, además yo recordé la cara de uno de ellos. El barman...

―¡El barman!

―Si. Al parecer Pearce lleva su plan B a donde quiera que pretenda cometer un fraude...

―Creo que ya no seré tan confiada con la cortesía ―se lamente―. ¿Con qué nos envenenaron?

―No lo sabemos aún. Sherlock examina en la morgue los contenidos de un vaso que robamos. Fue sin querer, amanecí recostado sobre unos arbustos en el jardín y corrí hacia Holmes, cuando nos encontramos te llamamos y estuvimos más de una hora buscándote cuidadosamente, sin que nadie nos viera. Pero, finalmente tuvimos que arrancar y, cuando tomamos un taxi, noté que aun llevaba el vaso en mi mano...

―Qué historia...

―Sí, lo es... ―concuerda asombrado de sus propias palabras, aunque pronto cambiando su semblante a uno puramente suspicaz―. Pero, en realidad a mí me interesa saber sobre TU historia ¿cómo es posible que tu vestido llegue primero que tú a casa? ―pregunta ahora cruzándose de brazos con suspicacia y la chica frunce el ceño.

―¿Qué insinúas?

―Nada ―alza levemente ambos brazos en señal de paz―. Pero, permíteme decirte que me gusta tu nueva tenida ―ella pone los ojos en blanco debido al sarcasmo en su voz.

―Perdí el conocimiento y, al parecer, derramé alcohol sobre mi vestido, por lo tanto, debía ser lavado. Punto final.

―Y esa ropa ¿de dónde la sacaste?

―Haces muchas preguntas, John ―la chica se alza rápidamente, fingiendo estar irritada, y camina hacia la puerta―. Eres un chismoso, Watson. Deja de ver tantas teleseries en tus ratos libres.

―Sólo preguntaba de manera anticipada ―se justifica con una sonrisa conforme―, sabes que terminarás contándome todo al final...

La escurridiza chica se arranca del 221B y desaparece por las escaleras para así encerrarse en su apartamento, no tardando en realizar que este lucía un poco alterado de su usual orden... De seguro Holmes había estado husmeando en el lugar. Alice suspira profundo, deseaba hablar con él, realmente lo hacía. Según lo informado por John, los tres habían sido drogados y muchas de las decisiones que habían tomado aquella noche, sus palabras, actitudes, incluso pensamientos, a su parecer, debieron haber sido alterados al ya haber estado bajo la influencia en los interiores de la mansión, por lo tanto, no le veía caso a prolongar aquella discordia, no cuando realmente ninguno estaba en sus cabales.

Sanders saca una botella de agua desde el frigorífico y toma parcial puesto sobre la mesa para dos, perdiendo así su mirada sobre las calles de Londres. Moran había sido todo un caballero, aun así, no podía negar que había algo que realmente le inquietaba pero que no podía recordar... De pronto, su atención es atraída a su teléfono, el cual permanecía apagado dentro de su bolso de mano, era muy probable que tuviese incontables notificaciones y así era. Unas treinta llamadas perdidas de John, con mensajes de voz incluidos, unas tantas llamadas de la señora Hudson, Lestrade, Molly, Riley, Nick y una cantidad exorbitante de intentos por parte de Holmes. La morena pestañea repetidamente, sorprendida al leer el último mensaje por parte de él, hace dos horas: "Contesta, por favor". Simple, pero sentido, o eso ella creía. De seguro le carcomía la obsesiva culpa o tal vez estaba realmente arrepentido... Así es como decide que le llamaría, no obstante, Mycroft le interrumpe.

―¿Qué?

―Esas no son maneras de responder, señorita Sanders. Soy su superior.

―Lo sé, pero me interrumpiste cuando iba a llamar a tu hermanito.

―Sus temas personales con Sherlock puede dejarle momentáneamente de lado, ya que, por ahora la necesito aquí, en el Club de Diógenes.

―¿Por qué?

―Envié un auto por usted. Ya debe estar aguardando en las afueras del 221 de Baker Street.

―Pero...

El mayor de los Holmes corta la llamada y ella tensa su mandíbula. Se avecinaba un interrogatorio. Así es como emprende apresurado camino hasta la acera y, en efecto, un elegante auto negro de vidrios polarizados esperaba por ella y, al abordar, no tarda en dejarle en su determinado destino. Sanders se invita a sí misma a entrar y nadie del staff parece querer mirarle dos veces, ya que, se había vuelto una regular visita para Mycroft en el Club.

―¡Ya estoy aquí!

―Por supuesto lo está ―sonríe Mycroft desde su escritorio, irónico―. Puedo verla.

―¿Qué sucede?

―Esa pregunta se la hago yo a usted ¿qué sucedió? ¿por qué pasó la noche en la mansión de Moran?

―Perdí la consciencia...

―¿Por qué?

―John y Sherlock averiguaron que se trataba de alguna clase de somnífero que fue administrado a través de nuestros tragos durante la fiesta.

―Bien ―refuta cortante mientras le observa detenerse frente al escritorio―. Pero eso no responde por qué pasó la noche en la mansión de Moran.

―Él me encontró en el césped del jardín según dijo.

―¿Por qué no estaba con Sherlock y John?

―Porque... ―titubea―. Sherlock y yo discutimos justo antes de que todo comenzar a volverse aún más borroso para mí.

―¿Por qué?

―¡Oh, detente! ―gruñe exasperada debido a la repetición de esa pregunta. Mycroft le observa atento, sin perder la calma.

―Estoy ayudándole a recordar. Tome asiento ―ordena lo último con firmeza, ello mientras él se voltea sobre su gran silla y parece buscar algo en su inmenso mueble trasero. Pronto alzándose sobre sus pies y dirigiéndose hacia un oculto gabinete, que a simple vista parecía un cuadro de la reina de Inglaterra, desde donde saca un vaso de cristal en el cual vierte un trasparente contenido―. Beba esto.

―¿Intentas envenenarme?

―Claro que no. El que esté usted aquí en mi oficina, luego de que todos los miembros del club le hayan visto ingresar, sin mencionar el conductor del auto que le trajo, las cámaras de seguridad y los anónimos transeúntes, ello sería bastante incriminatorio para mí ―comenta con un dejo de indiferencia en su voz mientras le entrega el vaso, para pronto caminar con gracia de vuelta a su puesto.

―Suena como si lo hubieses ya considerado...

―Siempre tengo en mente todas las probabilidades y escenarios posibles. Siempre estoy preparado, señorita Sanders. Considere pensar de mí como una versión avanzada y disciplinada de mi insensato hermano.

―Bueno... ―musita pensativa mientras observa el contenido del vaso―. Si, puedo considerar eso.

―Beba ―insiste mientras enciende las lámparas de su oficina cual ya comenzaba a quedar en penumbras. Ella obedece y no pasan más de diez segundos hasta que la luz a su alrededor comience a sentirse realmente molesta a su vista.

―¿Qué me has hecho?...

―Tranquila. Sólo le he dado un químico cual ayuda a reactivar ciertas trazas celulares en su cerebro para así recuperar memorias recientes gracias al estímulo con luz. Es una droga que ha dado muy buenos resultados en el MI6, ello sin efectos secundarios aparentes a pesar de estar en su etapa inicial de pruebas en interrogatorios.

―¿Etapa inicial de pruebas...? ―musita ella, realmente mareada y sudorosa.

―Sólo escúcheme con atención. Siga el mapa que trazaré para usted y cuando obtenga lo que necesito, le daré el antídoto para que la molestia desaparezca ―Alice asiente a duras penas manteniendo sus ojos abiertos―. Anoche llegó a la fiesta en compañía de Sherlock y se separaron de Watson en el bar. Luego fueron hasta el segundo nivel, pero, al no encontrar nada, volvieron a reunirse con el doctor, el cual urge a Sherlock a seguirle porque creía haber visto a quien buscaban...

―¿Cómo sabes todo eso?

―Hablé con mi hermano durante la mañana. Él llamó pensando que sabía sobre usted ―comenta rápido―. Ahora concéntrese ―Sanders, jadeante, respira agitada, teniendo que sujetar su peso completo sobre sus manos en contra el escritorio de Mycroft―. Usted le acompañó en el bar y luego bailó con él ¿sobre qué hablaron?

―Creo que... ―la casi cegadora luz de las lámparas de Mycroft le permiten formar nítidas imágenes en su mente. Ella intentando ignorar los avances, ella bailando con Moran, ella aferrándose de su cuerpo tanto como él al de ella en la pista de baile. Ambos desinhibidos, él pensativo―. Yo frené sus avances en el bar y, cuando bailamos, le reprochaba el lujo en su casa y él explicaba que sólo la compró para probar que podía...

―¿Qué más?

―Le hice saber que a mí me parecía sin sentido tener un lugar tan grande si no pretendía tener una gran familia, ello, aunque yo no deseara una ―dice haciendo una mueca de dolor debido a que una intensa jaqueca comenzaba a manifestarse en ella―. Y él respondió que así era mejor, que las familias son un fatal dolor de cabeza...

Mycroft entrecierra sus ojos y asiente lento, satisfecho.

―Hemos encontrado a quien buscamos... O, mejor dicho, él la ha encontrado.


.


Una drenada Sanders arriba a su piso y se abalanza sin más sobre su cama. Ya no le dolía la mente como cuando Mycroft le interrogaba, ya que, este le había dado el antídoto para contrarrestar el efecto, no obstante, su agotado cuerpo ya no podía aguantar más estrés. Aun así, a pesar de desear descansar con todas sus agonizantes fuerzas, su memoria no dejaba de dar vueltas como si se tratara de un eterno bucle y, a pesar de que lo dicho por Sebastian, aquella breve oración, había sido capaz de poner a un suspicaz y secretivo Mycroft en alerta; para ella, había otra frase que se había grabado a fuego en su subconsciente, porque realmente le dolía a pesar de que en realidad podía ser que no era del todo cierta, aquella última dicha por Sherlock durante la fatídica noche anterior: Sólo hazme el favor de desaparecer por donde llegaste.

―Estás viva, entonces... ―dice el rizado desde el umbral de la puerta de la habitación y ella sólo tiene la energía suficiente para alzar su cabeza y observarle con todo su sudado cabello cubriendo gran parte de su cara. El detective arruga el ceño―. Luces realmente terrible, Sanders ―espeta lo último con la típica sorna que le caracterizaba, aunque no puede evitar frenarse a sí mismo a continuar interrogándole―. ¿Dónde estabas? John dijo que tu vestido arribó primero y que llegaste alrededor de las seis, pero que después volviste a salir.

―Mycroft me llamó al club...

―Supuse lo último. Mi real pregunta es ¿dónde pasaste la noche?

―En la mansión de Moran.

―¿Dormiste con él? ―consulta tenso, casi decepcionado. Ella niega lento y, con dificultad se sienta sobre su cama. Holmes le observa de pies a cabeza―. Vistes ropa nueva. Esa es una marca extranjera, alemana... ―le recrimina con tono acusatorio y adentrándose a su cuarto, comprobando lo que asumía al revisar la etiqueta del blazer de ella―. Dormiste con él.

―Dormí en una habitación en su casa. No con él.

―¿Cómo podrías estar segura de eso? ―consulta lúgubre retrocediendo un par de pasos mientras ella despeja su cara―. Todos fuimos drogados, tal vez él se tomó atribuciones y...

―¡Él no hizo nada de eso, Sherlock! ―exclama aguda, interrumpiéndole de inmediato―. No pasó nada. Él se comportó como una persona decente.

―Una persona decente... ―bufa incrédulo y despectivo―. ¿Desde cuándo Sebastian Moran es una persona decente?

―Estoy tan sorprendida como tú al respecto ―se queja mientras intenta enfocar su vista en él, ya que, su silueta era solo alumbrada por la luz proveniente desde el pasillo―. Aun así ¿qué te importa? Estoy aquí, estoy bien... Tu paraíso de monotonía permanece.

―Así parece ―responde con evidente frustración, caminando lento hacia la ventana de la habitación de ella, perdiendo su mirada sobre el patio de la señora Hudson.

―¿Qué tal el caso que sigues?

―Es irónico que lo preguntes, cuando por tu culpa perdimos a Pearce ―refuta amargo.

―¿Mi culpa? ―ella sacude su cabeza―. ¿Seguirás con eso? ¡Sabes que yo tenía un propio cometido en esa fiesta! Eso a pesar de no querer hacerlo...

―Pero sí parecías disfrutar de la lasciva atención...

―¡¿POR QUÉ TE IMPORTA TANTO?!

―Porque confiaba en ti ―responde con certeza―. Confiaba en que, de no ser posible para mí o John capturar a Pearce, que tú, a pesar de usar mortales tacones podrías derribar a quien te propusieras. Pensé que te tenía de mi lado, alerta. No jugando a ser una doble agente mientras te derretías a los pies de un imbécil que te usará y desechará en un parpadeo. Te estás entregando voluntariamente. No estás pensando.

Alice deja caer sus hombros al exhalar, decepcionada, dolida.

―Entonces ¿mantienes lo que dijiste anoche?

―No mentí.

―Pensé que las cosas hirientes que me habías dicho eran sólo el alcohol y los somníferos hablando por ti.

―Nadie nunca habla por mí.

―Es bueno saberlo ―musita con su cristalina mirada sobre el piso. Sherlock bufa despectivo al notarlo, ya que, no dimensionaba la extensión del daño―. Vete.

―No seas una niña. Sólo reconoce que...

―¡VETE DE UNA MALDITA VEZ, SHERLOCK! ¡YA NO TE SOPORTO! ―el detective parece genuinamente sorprendido por la explosiva respuesta―. ¡SÓLO HAZME EL ÚLTIMO FAVOR DE DESAPARECER POR DONDE LLEGASTE!

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