🌟 37 | Química corporal

―Riley está bastante molesta conmigo debido a que le regalé su invitación para la fiesta a Sherlock. Nick, por otro lado, está aliviado.

―Bueno, nadie va precisamente a divertirse esta noche ¿o sí? ―responde Watson mientras intenta arreglar su corbata frente al espejo sobre la chimenea del 221B, pero Alice interviene y le voltea hacia ella para así ayudarle. El doctor casi pierde el habla al contemplar a su hermosa compañera de pies a cabeza―. Vaya...

―Ojos arriba ―le regaña al notar que este lucía embobado y el rubio parece ruborizarse.

―¡Hey! Yo no... ―Sanders alza una petulante ceja en su dirección, ello luego de haber ajustado la corbata de moño en él―. Bueno, para ser justos, ese es un escote realmente distractor.

―Si. Supongo que ese es el punto ¿no?

La morena vestía un escotado vestido de seda azul oscuro con una pronunciada abertura que le permitía total libertad de movimiento a su pierna izquierda, ello complementado con despampanante joyería tono plata y finas sandalias de igual color. Así, mientras Watson se coloca su blazer, Alice, quien ya comenzaba a sentir el frío Londinense colarse en el apartamento, decide cubrirse a sí misma con el largo abrigo trench que había bajado consigo. En tanto, Holmes se integra y John no puede evitar también seguirle con la mirada.

―Luciendo bien, ¿eh?

―Lo sé ―se regodea el elegante detective, quien, luego de ajustar sus mangas con gracia, se dirige a Sanders―. ¿Qué vistes?

Ella desabrocha su abrigo y le permite un vistazo a su vestido. Él sólo alza una petulante ceja en respuesta.

―Morirás de hipotermia ¡este es Londres!

―Tú me mantendrás con vida ¿no?

―No.

Así, los tres compañeros no pierden más tiempo y bajan al recibidor en donde son aguardados por una curiosa señora Hudson.

―Creo que esperan por ustedes afuera... ―comenta mientras les observa unirse a ella desde las escaleras―. ¡Lucen muy guapos! ¡deben traerme fotos!

―Trabajaremos en un caso, señora Hudson. No vamos de fiesta.

―Como sea ―le gruñe devuelta a Holmes cuando este abre la puerta y se dirige a Alice esta vez―. Quiero fotos.

Sherlock habla con el conductor y es él quien finalmente mantiene abierta la puerta de la limusina. Sanders sube sin más, pero, Watson observa a su compañero con escepticismo.

―Solo asistirá la burguesía y farándula de Londres ―bufa su moreno amigo insistiendo con su diestra para que subiese―, no es para menos.

―¿Tú pagaste por esto? ―consulta cuando Sherlock se une a ellos en aquel espacioso y elegante interior.

―Cómo crees ―se burla Alice. Holmes rueda los ojos―. Mycroft es el generoso de la familia, no él.

―¿Por qué haría algo como esto?

―Ya lo mencioné ayer ―insiste la chica―. Yo voy por temas de trabajo... Ustedes simplemente se me adhirieron como larvas.

―Esa es una nauseabunda metáfora ―se queja John algo dolido, pero su amiga le ignora porque, entusiasmada, pretendía abrir la botella de champagne de cortesía que tenía en junto. Holmes suspira fastidiado.

―¿No querrás emborracharte ya? No sé si recuerdes lo ridícula que te vuelves después de beber un par de tragos.

―Oh, cierra la boca. Necesito valor líquido para lidiar con esta noche.

Sanders le sirve copas a Watson y Holmes, pronto bebiendo la suya como si sólo se tratase de dulce ponche. En tanto, John recibe una llamada por parte de Sarah y se aparta hasta el otro extremo de la amplia cabina trasera para así hablar a solas con ella, como algo paranoico de ser oído, sin embargo, Holmes creía entender el motivo: Las cosas parecían ir de mal en peor para la pareja.

Y así, el tráfico nocturno de aquel sábado por la noche, cual es inusualmente abundante, hace que la limusina tuviese que tomarse aún más tiempo de lo esperado en llegar a su lugar de destino. Por lo tanto, Sanders, aburrida, continúa bebiendo su segundo vaso de la jornada, pronto sintiéndose algo acalorada y decidiendo quitarse su abrigo. Sherlock le observa ceñudo.

―¿Qué?

―Se supone que seré tu acompañante y tú pareces a sólo una ráfaga de viento de quedar desnuda frente a todos ―se queja indicándole con un seco ademán de la cabeza, sobre todo en dirección a su completamente descubierta espalda.

―Tan solo procura ser delicado y no pisar mi vestido ―refunfuña agotada―. Tienes permitido tocar todo lo que no está cubierto.

―¿Para qué querría yo eso?

―¿No que serías mi acompañante? Eso quiere decir que debes mantenerme a tu lado. Y yo te pago por eso ―le recuerda suspicaz―. Sólo cumple con tu palabra.

Él bufa irritado, bebe un sorbo de su vaso y vuelve a distraer su mirada sobre la transitada calle, no pasando mucho hasta que arriban a destino. El detective es el primero en bajar, seguido de Watson quien se encarga de ayudar a Alice a desabordar con cuidado. De esa manera, los tres emprenden lento camino hasta la abarrotada entrada, en donde, luego de entregar sus entradas, le es permitido ingresar sin más. Ellos continúan con su caminata, intentando pasar desapercibidos entre cegadores flashes y uno que otro periodista ansioso por una exclusiva, sin embargo, los tres logran ingresar a la mansión sin ser interceptados.

Sanders se detiene no mucho después, realmente impresionada con la opulencia del lugar, aun así, no podía negar que quien fuera responsable de aquella decoración, definitivamente tenía buen gusto. Holmes, en tanto, le sujeta desde la cintura para atraer su atención y la guía junto a él y John en dirección al bar, ya que, este se encontraba en un extremo algo alejado con vista privilegiada del lugar.

―Nos dividiremos...

―¿No que serías mi compañero?

―Tú irás conmigo ―él bufa impaciente ante la interrupción―. Pero, si me atrasas debido a tus incómodos tacones, te obligaré a andar descalza.

De pronto, el barman se acerca a su lado de la barra y les desliza tres vasos de coñac.

―Bienvenidos. Cortesía de la casa.

―Gracias ―Watson no tarda en beber el contenido de su vaso, seguido de inmediato por Alice, ello bajo la reprochadora mirada de Holmes―. Vive un poco, amigo ―insiste entregándole su respectivo vaso―. Un poco de valor líquido nos hará bien a todos, supongo.

―Que así sea ―concuerda Sanders.

―Pearce ya debe estar aquí ―dice Holmes después de beber sin más debido a la presión grupal―. Yo iré al segundo piso... ―la chica le pega un codazo y él, adolorido, se corrige―. Sanders y yo iremos a recorrer el segundo piso y John las proximidades del primero además del patio ―ordena y sus compañeros asienten―. En caso de cualquier inconveniente o novedad, nos reuniremos aquí mismo en veinte minutos.

El detective y la morena vigilan con disimulo a sus alrededores, ella de pronto tomando la mano de él cuando se encontraban frente a las amplias escaleras de blanco marfil.

―¿Qué? Necesito ayuda ¡mira estas sandalias! No arriesgaré mi vida sólo para respetar tu espacio personal.

Holmes bufa con fastidio, pero se aferra a la mano de ella con mucha fuerza y con la intención de incomodarle, aun así, Alice no parece molesta en absoluto. De esa manera, ambos suben hasta el segundo nivel de la hermosa y mansión de ostentoso diseño eduardiano, cuyo corredor superior tenía directa vista al inferior, tal como si se tratara de una interminable terraza interior. Así, los compañeros caminan a paso lento a través del lugar, escaneado con disimulo cada cara que veían, ella intentando evitar a Moran, él intentando encontrar a Pearce, no obstante, ninguna novedad es inmediata. De esa manera, ambos deciden apostarse en un desolado extremo con privilegiada vista a los alrededores. Sanders, sin poder evitarlo, pierde su mirada sobre el grandioso y antiguo candelabro de cristales claros que colgaba desde el punto más alto del techo, pronto dejando caer su vista al frente, sobre una colección de cuadros expuestos sobre las inmaculadamente blancas superficies, siendo "La persistencia de la memoria" de Salvador Dalí cual captara su atención por lo que pareció una eternidad.

―Odio usar tacones... Lo odio ―se queja cuando ya no puede resistir más la incomodidad, así teniendo que intentar reposar su peso sobre el barandal en junto y alza un pie a la vez. Sherlock, al notar que un par de personas se acercaban por el corredor, le pellizca con disimulo sobre su expuesta piel de la espalda―. ¡Ah!

―Calla y compórtate ―bufa irritado y por lo bajo, para luego cambiar por completo su expresión a una más cordial cuando una pareja de adultos mayores pretendía dirigirse a ellos.

―¡Qué linda pareja hacen! ―exclama la anciana y ellos asienten complacientes, aunque compartiendo una hostil mirada con disimulo―. ¿Me preguntaba si podrías decirme donde conseguiste aquel traje? ¿Es Gucci?

―Armani ―le corrige Holmes y la señora y su esposo asienten satisfechos.

―Lo sabía ¡gané! ―se burla él de ella y la elegante mujer sólo rueda los ojos, pronto regalándole un respetuoso ademán a los observantes, y así continuando con su camino en compañía de su satisfecho esposo.

―¿Armani? Vaya, supongo que eso de vestir caro es cosa de familia ―comenta una irónica Alice cuando ellos retoman su recorrido, en sentido contrario esta vez.

―Y tú deberías tomar nota.

―¡Hey! ―se queja con desenfado―. Luzco a tu altura hoy, señor sofisticado ¿no crees? ―insiste mientras intenta hacer una pose mientras caminan, pero él, ligeramente fastidiado, sólo la empuja hacia un lado para luego tomar su mano y así ayudarle a bajar las escaleras hasta el primer piso.

―¡Sherlock! ¡Alice! ―John se apresura a ellos, teniendo primero que pasar entre un gran grupo de personas―. ¡Creo haberlo visto! En el jardín, junto a una mujer y...

―¿Hay otra entrada o salida además de esa gran puerta de vidrio? ―el interrumpido rubio niega certero―. Bien. Sanders, vigila.

―Pero...

El doctor y el detective se apresuran a través de la pista de baile en dirección al jardín y, la abandonada chica, decide devolverse al bar para así sentarse y tener una mejor vista hacia su determinado punto de vigilancia. En tanto, el barman vuelve a deslizar un trago para ella y, a pesar de que intenta negarlo, eventualmente decide beber sin más, ya que, de pronto se sentía algo más liviana que de costumbre... Se sentía bien, cálida a pesar de aquel revelador vestido, a gusto a pesar de su real intención en esa fiesta. Y la estimulante música además de la inmaculada belleza de sus alrededores ayudaban de gran forma a estimular su gozador instinto cual, ella creía, enterrado bajo traumas, incertidumbre, más urgentes prioridades y una siempre cruda paranoia a flor de piel.

―Al fin a solas.

Alice intenta no parecer sorprendida, ya que, sabía muy bien a quien pertenecía esa voz.

―¿Me buscabas?

―Te divisé en el segundo piso, pero, casi se me rompe el corazón cuando te vi tan cómoda con otro ―dice con sorna, ella rueda los ojos y continúa con la mirada fija sobre aquella puerta a la distancia―. ¿Con quién viniste?

―Es sólo mi vecino.

―¿Tu vecino?

―Algo así como un amigo.

―Oh ―musita pensativo mientras da un sorbo a su vaso de whisky―. De la forma en que te llevaba y sostenían manos, pensé que realmente eran algo más ―ella bufa―. No bromeo ―ambos se mantienen en silencio por un rato y, eventualmente, él sigue la mirada de la chica―. ¿Le buscas?

―No.

―No debe ser el mejor compañero si te dejó así sin más junto al bar, luciendo tan hermosa... De seguro no tiene ni siquiera la menor idea de lo que se pierde.

―¡Oh, cierra la boca de una vez!

El empresario, atónito, no puede evitar soltar una sonora carcajada ante la genuina y hostil respuesta de la bella chica que contemplaba en junto, así que se rinde ante ella.

―Realmente me agradas, eres tan malvada, pero debo reconocer que prefiero eso a la complacencia. No puedo confiar en nadie, no cuando todos parecen tan desesperados en quedar bien ante mí. Tú, querida, eres una brisa de aire fresco ―Alice alza una petulante ceja, aun sin dirigirle la mirada―. Por favor dime que bailarás, aunque sea, una canción conmigo.

―Estoy esperando a...

―¿Qué más da? Él te dejó por ti misma y yo sólo pido una canción, nada más ―insiste―. Desearía decirte que tenemos toda la noche para nosotros, pero no es así. Para un hombre de negocios como yo, incluso una fiesta es una nueva oportunidad de expansión, así que, debes saber que con cuatro minutos que me concedas en la pista de baile seré feliz ―la chica al fin le observa a su lado y se estremece internamente. Sebastian lucía increíblemente atractivo en aquel gris traje de suave satín―. Y, si digo algo idiota, eres libre de patearme las pantorrillas. Soy fuerte, puedo resistirlo.

La morena, traicionada por la química corporal y los efectos de aquellos continuos tragos, no puede evitar reír y distraerse totalmente de su cometido original. Así es como accede a aquella petición y va en compañía de Sebastian hasta la pista de baile. Un cover de Feeling good de Muse comienza a inundar los alrededores y las luces se atenúan a medida que la canción continúa sus sensuales notas. El empresario envuelve la cintura de la joven con su zurda y con la diestra toma su mano para así posarla con delicadeza sobre su pecho, bailando así, cómodamente enlazados por un par de cálidos y soñadores minutos.

―¿Te gusta mi casa? ―consulta él de pronto.

―La palabra "casa" le queda irónicamente pequeña ―dice con sorna―. Pero, si. Es bella, aunque hace que inevitablemente me pregunte ¿qué rayos pretendes hacer con tanto espacio si no pareces el tipo de persona que busca formar una familia?

―¿Quién dice que no?

―¿Entonces esas son tus intenciones? ¿compraste esta inmensa mansión para sentar cabeza? ―consulta ella con una genuina cara de confusión. Moran ríe entretenido.

―No, no realmente. Sólo quería probar que podía comprarla. Tengo dinero de sobra para este tipo de extravagancias, así que, entenderás, a veces me aburro y me excedo.

―Por supuesto.

―¿Qué hay de ti? ―ella frunce el ceño―. ¿Piensas en eventualmente sentar cabeza y formar una gran familia?

―No, no lo creo. Dudo ser ese tipo de persona.

―Mejor así ―él la acerca aún más a su cuerpo, logrando que ella respirara su delicioso perfume con masculinas notas de madera―. Las familias suelen ser un fatal dolor de cabeza...

La morena no logra reaccionar a tiempo ante lo dicho por Sebastian, ya que, como en cámara lenta, cuando la canción había finalizado y ambos se habían separado tan sólo unos centímetros del otro, Holmes toma su diestra y la atrae hacia él con tal gracia, que parece digno de un ensayado baile clásico. Así, entre vuelta y vuelta, el detective la aleja consigo hasta que pierden de vista a Moran y ella, aun algo consternada e inexplicablemente confundida, intenta hablar, pero Sherlock le interrumpe.

―¿Hace cuánto que abandonaste tu punto de vigilancia?

―¿Qué?

―¡Responde! ―le presiona con gutural voz y ella alza su cristalina mirada. Él lucia tenso y olía ligeramente a alcohol. Su traje parecía algo magullado y su pómulo derecho se había vuelto de un ligero tono escarlata.

―Hace sólo una canción... ¿Qué...?

Él le suelta con brutalidad y le aparta hacia un lado, pronto echándose a caminar apresurado hacia el otro extremo del salón, en donde se encuentra con un igualmente magullado John. La morena, confundida, logra alcanzarlos, pero, Holmes se voltea hacia ella y no le permite seguirles.

―No. Tú no vienes con nosotros.

―¿Por qué?

―Sherlock... ―interviene John, pero el detective le frena.

―Mantén tu atención sobre Lord Hanninham ―ordena con urgencia―. A pesar de que le interrumpimos con éxito, igualmente piensan que fuimos sacados de la fiesta. De seguro intentarán acercarse a él nuevamente. Ve al segundo nivel, mantente al pendiente.

John asiente como un buen soldado y, luego de compartir una fugaz mirada con su amiga, decide obedecer las órdenes del detective. Holmes, tenso, una vez más se voltea hacia Alice.

―Si tan solo hubieses mantenido tu vista sobre la puerta nos podrías haber dado un norte del actual paradero de Pearce ¡pero no! Te encontrabas demasiado ocupada coqueteando con la misma persona que hace un día me pedías que te ayudara a evitar.

―Sabes que yo no venía sólo para ayudarte en un caso. Es mi trabajo después de todo...

―¿Estás segura de que es solo eso?

―¿Qué quieres decir?

―Que pareces demasiado a gusto y se supones que estás trabajando. Eso es poco profesional

―Actúo.

―Lo dudo ―espeta con desdén―. No eres lo suficientemente racional para eso. No cuando con sólo verte a la distancia pude notar que parecías rendida ante la química corporal de él ―le reprocha dando un firme paso hacia ella para hablarle de cerca―. No eres más de una insulsa niñita adinerada que se cree más lista de lo que es y pretende jugar en las grandes ligas en búsqueda de algo de emoción, ya que, ha arruinado todas y cada una de sus relaciones, quedando completamente sola y a la deriva. Estás desesperada por atención, sobre todo masculina y eso se nota.

―¿Estás bien? ―espeta la pregunta, consternada, ya que, personalmente no lo hacía y, a su parecer, él lucía agitado, sudoroso y algo borroso a su vista―. ¿Toda esta hiriente palabrería sólo porque no te obedecí por un par de minutos?

―No, en realidad lo es porque estoy harto de que me hagas perder el tiempo ―responde con malicia―. Ahora entiendo por qué decidiste usar ese vestido... ―su felina y cristalina mirada le recorre de pie a cabeza con desdén―. No te tomará más de dos segundos quitártelo.

Sanders, casi como un primitivo impulso, le abofetea con desmedida fuerza, causando que la cara de Sherlock se volteara ligeramente hacia la izquierda. Él, igualmente sorprendido por la reacción de su compañera, sólo tensa su mandíbula y decide no dirigirle la vista, desviando así su mirada sobre el piso debido a su ardiente orgullo.

Sólo hazme el último favor de desaparecer por donde llegaste.

El detective se marcha sin más, desapareciendo de inmediato entre la multitud de personas a la altura de la pista de baile. Pronto, un par de chicas se acercan a Alice para preguntarle cómo se encontraba y ella responde evasivamente, sólo atinando a arrancar hacia el jardín trasero del lugar, ya que, no podía pensar claro. De alguna extraña manera, todo parecía darle vueltas y, a pesar de sentirse realmente angustiada por los dichos de Holmes, su molestia física era aún más distractora, al punto de que, eventualmente, termina cediendo el peso de su cuerpo sobre el césped, justo al lado de una vacía banca, ello por lo que parecen interminables horas a la intemperie.

―Intentaría preguntarte sobre tu estado, pero dudo que sea bueno, ello al tomar en cuenta que yaces sentada sobre el césped a tan solo centímetros de un real asiento ―comenta un extrañado Sebastian mientras coloca su blazer sobre los hombros de ella, para pronto posicionarse de cuclillas frente a la desorientada chica―. Sin mencionar que, a pesar de que estamos en primavera, el clima de Londres siempre es una real mierda.

―A veces simplemente lo olvido...

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