✨✨ 36 | Invitación
Sanders observa atenta las opciones sobre su cama. Había reducido sus tenidas candidatas en dos, aunque, tampoco tenía mucho por decidir, ya que, realmente no poseía creatividad para vestirse. Siempre solía limitarse a usar clásicos tonos favorecedores, neutros y, sobre todo, recientemente respetar la regla de los tres colores como Anthea había insistido. De esa manera, cuando pretendía inclinar su preferencia por una combinación y proceder a quitarse su beige bata de baño, la puerta de su habitación se abre de improvisto.
―Aquí tienes tu perfume ―dice Holmes como si nada. Ella sólo atina a cubrirse protectora y completamente otra vez.
―¿Qué...?
―Lo tomé hoy por la mañana. Quería comprobar su composición química y entender por qué dañó tanto la visión de aquel secuaz de Pearce el lunes en el callejón.
―¿Algo interesante? ―consulta ceñuda, ello al realizar que Holmes había ocupado casi la mitad del caro perfume.
―¿Cómo está tu piel en la zona del cuello?
―No sé a qué te refieres...
Sherlock rueda los ojos, exasperado.
―El perfume tiene altas concentraciones de alcohol, el doble de lo que indica su etiqueta y, al parecer, puede tratarse de un defecto de embotellado. Así que te recomendaría comprar uno nuevo y desechar ese.
―Oh... Bien ―musita observando pensativa su botella de perfume y luego se voltea sobre sus pies para revisar la piel de su cuello en el espejo junto a la ventana.
Sherlock se marcha sin despedirse, y, cuando llega hasta la cocina, pronto decide devolverse, encontrando a Alice se rociándose el cuello con dicho perfume.
―Te dejaron caer sobre tu cabeza al nacer ¿no? ―ella rueda los ojos en respuesta.
―Es una botella cara y yo estoy cubierta de crema hidratante ¿qué más da? ―se justifica y, antes de que fuese a elegir una tenida sobre su cama, Holmes interviene.
―Sólo viste casual.
―¿Por qué?
―Para algunos hombres la distracción yace en lo explícito, en la ilusión de inmediata desnudez y marcadas siluetas ―dice con suspicacia―. Para otros, quienes realmente piensan, la distracción está en el detalle, en lo realmente oculto y, sobre todo, lo implícito. O sea, en el subtexto ―Alice alza ambas cejas con interés―. Si vistes casual, como usualmente lo haces cuando no trabajas, él pensará que habla con la persona más allá del gobierno británico. Ahí podrás ganar su confianza y sacarle la información que desees... Claro, eso si eres capaz de separar tu sentir desde tu pensar.
―¿Cómo sabes con quien voy a juntarme ahora y por qué?
―Que Mycroft haya decidido contratarte para hacer algo de lo que nada sabes fue la primera bandera roja. Supongo que hay más que no sé ¿verdad? ―la chica le observa neutra, sin siquiera moverse―. Por supuesto. Como sea, sólo viste algo simple. Verás que tengo razón.
Él se marcha de verdad esta vez y ella cierra con pestillo la puerta de su habitación, pensativa. Tenía que otorgárselo a Holmes, él tenía razón. Y la mayor prueba eran los comentarios hechos por el mismo empresario durante la noche en que se lo encontró en "The Wildling's club", cuando infirió que realmente la estaba conociendo ese día... Y, bueno, le permitiría un rato con la verdadera Alice en su poco memorable genuina cubierta.
La chica viste uno de sus clásicos skinny jeans negros y le complementa con unas zapatillas Converse del mismo tono, finalizando con un top corto de seda verde esmeralda y su favorita chaqueta de cuerina oscura y cierre cruzado. Sanders sacude su semi-ondulado cabello y sólo aplica un poco de máscara de pestañas para destacar su mirada, agregando también un ligero toque de labial fucsia. De esa manera, baja a prisa las escaleras hasta llegar al recibidor del 221B, desde donde era observada por Holmes quien se encontraba sentado frente a la mesa de la cocina, junto a su microscopio.
―Limpia tu boca ―agrega al verle―. De lo contrario sabrá que, a pesar de todo, igualmente te sientes físicamente atraída a él.
―¿Cómo...?
―Tienes tres tonos de lápiz labial ―dice como si fuese obvio―. Rojo sangre, fucsia fresa y rosa pálido. Usualmente sólo usas brillo labial claro, hidratante, pero, cuando quieres llamar la atención de alguien, usas el de tono fucsia, ya que, huele dulce y no es un intento exagerado para distraer desde tus inseguridades, sino que sirve sólo como un conveniente realzador de tu color natural. Es una convincente farsa.
Ella se mantiene inmóvil sobre su posición durante unos segundos y, eventualmente, entra a la cocina para así tomar una servilleta y quitarse el labial sin desconectar su extrañada mirada desde la de él.
―Sólo lo elijo porque sé que me hace lucir bien.
―Precisamente. Pero el tema es "cuándo" y frente a "quién" quieres lucir bien.
Sanders le mira con soberbia mientras se aplica su protector labial claro luego de limpiarse, pronto lanzándole la servilleta manchada de intenso rosa a un poco impresionado Holmes.
―¡Gracias por la asesoría!
De esa manera, ella conduce con calma a través de las calles del siempre errático Londres. Según lo informado por Riley, Alice debía esperar por Sebastian en un restaurant francés cual se ubicaba en las cercanías de Belgravia. Y así, al llegar al lugar deliberadamente atrasada por más de quince minutos, cuando entra le es informado que su acompañante aun no arribaba, así que tendría que ella esperar. Sanders bufa para sí misma con impaciencia y pronto cae en cuenta de que a su alrededor todos ya almorzaban... En románticas parejas.
La morena gruñe para sus adentros. Era una maldita carnada, debía conservar la calma y no dejar que él, siendo tan engreído, la provocara, por lo tanto, daría lo mejor de sí para ocultarse tras su más convincente sonrisa complaciente. Riley había propuesto la cita como una simple reunión para que él entregase los últimos documentos oficiales faltantes que Hardy requería; simple, porque ese era trabajo de los asistentes del empresario, no obstante, la intención era precisamente esa, hacerle creer a él que Alice buscaba excusas baratas para verle a pesar de su orgullo. Sanders continúa revisando el correo electrónico enviado por Greta esa mañana, aunque, pronto es interrumpida.
―¿De algún admirador? ―Alice se voltea hacia su derecha y ahí ya estaba Moran observándole con su típica engreída sonrisa.
―No exactamente ―responde escondiendo su móvil y tratando de mantener la compostura.
―No tengo de qué preocuparme entonces ―ella finge una muda risa y Sebastian se sienta en frente. Sanders no puede evitar darse cuenta de que el empresario no llevaba ningún documento con él―. Sé lo que te preguntas a ti misma en este instante. Y es cierto, no estoy apropiadamente vestido para nuestra cita ―dice poniendo énfasis en la última palabra, esperando alguna reacción por parte de su acompañante, pero esta solo levanta ambas cejas en respuesta―. Y tú tampoco lo estás, lo cual me hace sentir aún más devastado. Ya que, ahora no dispongo de mucho tiempo para disfrutar de tu compañía, querida... De hecho... ―mira la hora en su celular―. Sólo dispongo de un par de minutos, tengo un vuelo que abordar en Heathrow.
Una hermosa camarera se acerca y Sebastian ordena un whisky seco. Alice sólo niega con la cabeza. La joven camarera le mira provocadora y se va sin antes darle un último vistazo a Sebastian, cuya ladina sonrisa es evidencia explícita de su descaro.
―Se está volviendo famoso. Estoy bastante segura de que ella sabe quién es usted ―comenta Alice ásperamente. Él sólo continúa presa de su desvergonzada mueca.
―Astrid le envió los archivos que me solicitaron a tu colega hace una hora.
―Oh... Entonces ¿por qué no canceló? Pude haberme evitado el tráfico.
―No me iba a perder la oportunidad de verte. Sobre todo, cuando ahora sé que se trata de algo mutuo ―responde él seductoramente. Sanders permanece en la misma posición, neutral―. Además, tengo una invitación que hacerte... Bueno, a ti y a tus colegas.
―Continúe.
―El sábado treinta de abril haré la fiesta de inauguración de mi nuevo hogar aquí en Londres y también pretendo celebrar el éxito de mis clubes y de la entrada de A.L.I.V.E.
―¿No cree que se está apresurando mucho? El gobierno aún no le da la autorización para que su negocio ponga raíces aquí.
―Lo hará... Estoy seguro de ello ―la camarera le entrega su vaso a Sebastian y se retira pavoneándose lentamente. No obstante, la mirada del empresario se mantenía clavada en los ojos de Alice.
―¿Qué lo hace estar tan confiado?
Sabastian pretende responder, pero, en ese momento la pantalla de su IPhone se ilumina con una gran "J" en el centro de ella, la cual indicaba una nueva y urgente llamada entrante. Él bebe de un solo sorbo lo pedido y pronto recupera su teléfono móvil.
―Solo lo sé ―el empresario saca un par de billetes de veinte libras para dejarles sobre la mesa y se alza con gracia aun mirando fijamente a la bella morena frente a él―. Fue un placer verte hoy, aunque fuese sólo por un instante ―sonríe cerrado y Alice se estremece, ello porque le parece una expresión realmente genuina―. Espero que aceptes mi invitación y vayas a celebrar junto a mí, sería la cereza en el pastel.
―Seguro ―responde ella con irónico tono, y él sólo ríe, ya que no le era difícil distinguir la tensión que se acumulaba bajo la superficie en ella; así, pronto se coloca sus gafas de sol y deja el lugar sin mirar hacia atrás.
. . .
Y, tal como Sebastian lo había predicho, A.L.I.V.E había recibido luz verde para integrarse al mercado inglés. Por lo tanto, ahora, que no había excusa burocrática para sustentar la paranoia del MI6, de ella dependía averiguar desde cerca las verdaderas intenciones de Moran en Gran Bretaña, ello hasta que, de ser el caso, Mycroft le designara a su grupo un nuevo sujeto de interés que se ajustara mejor al perfil de lo que tan intensamente buscaban.
De esa manera, el viernes por la noche, la chica se integra de improvisto a sus vecinos en el 221B, los cuales ya entrevistaban a un importante cliente. El elegante hombre, un prominente político escocés cuya importante familia fue engañada y despojada de casi la totalidad de sus riquezas en un abrir y cerrar de ojos, contaba angustiado su terrible experiencia, sin embargo, más que devastado por perder el capital de generaciones, lucía realmente furioso.
―Entonces, señor Stevens, usted dice que aquel estafador cambia estéticamente su rostro cada vez que comete un fraude.
―Exacto ―coincide el hombre y le señala con un ademán que abra el expediente que le había entregado, por lo tanto, el detective procede, no antes de compartir una suspicaz mirada cómplice con Watson, ya que, ellos ya seguían el caso de cerca―. Aquellos documentos son las pruebas que he reunido de todo lo que les he contado, además de una foto con su actual y renovada cara captada a distancia.
―Tomo el caso.
―Ah ¿sí? ―responde una sorprendida Sanders ante la inesperada reacción de Sherlock. Ya que, al moreno no solían interesarle los misterios financieros y menos los que posiblemente no ofrecían algo en realidad valioso a cambio por las molestias.
―Si ―espeta en seco el detective, para pronto alzarse sobre sus pies y sacudir su mano con el esperanzado cliente.
―Según lo que sé él se hace llamar Alexander Pearce por ahora y mañana asistirá a una gran fiesta en busca de una nueva millonaria víctima.
―¿Dónde se realizará aquella fiesta? ―pregunta John inmediatamente.
―En la nueva mansión de Sebastian Moran ― Holmes clava de inmediato su mirada en Alice la cual, sorprendida, endurece rápidamente su semblante al notar que él no dejaba de observarle―, es su inauguración. Los más importantes empresarios, políticos y millonarios de Londres atenderán aquel evento.
―El domingo tendrá noticias de mí entonces ―le asegura Sherlock con una leve reverencia petulante. Stevens lo imita sin notar el desdén y luego abandona el lugar. El detective clava de inmediato su felina mirada sobre Sanders―. Si se trata de Moran tú debes estar invitada ¿no es así? Le viste el miércoles.
―¿Estás invitada a esa cosa? ―insiste John con sorpresa, ya que, no tenía mucho conocimiento respecto a Moran, tanto como Alice sobre Pearce.
―Sí, pero debo ir con Nick y Riley. Temas de trabajo... Sin embargo, si fuera por mí, simplemente no iría y me ahorraría la molestia ―responde cruzándose de brazos, resignada.
―Claro que irás, de hecho, nos llevarás a nosotros contigo.
―Holmes ―suspira agotada―, incluso si tuviese la voluntaria intención de ir a esa fiesta, a tí no te llevaría por nada del mundo.
―Lo harás, es por un caso. Fin de la discusión. Avísale a Riley y Nicholas y ve por las invitaciones ―le urge el moreno cuando camina hacia ella para detenerse justo en frente.
―No.
―¿No podríamos falsificar un par de entradas? ―propone John―. O, tal vez, infiltrarnos como camareros...
―No ―responde Holmes, tajante―. Compré un nuevo traje hace algunos días y quiero usarlo.
―¿Por qué comprarías un nuevo traje?
―Me gustó el material ―responde el detective encogiéndose de hombros―. Y luzco realmente bien en él, así que me llevarás contigo ―ella pretende negarse, pero él interviene de inmediato―. Ayudará bastante que tengas un chaperón para tu propósito. No será fácil para Moran acercarse a ti y yo podré infiltrarme con John para encontrar a Pearce. Todos ganamos.
―¿Qué tienes tú con ese tal Moran? ―consulta Watson, ceñudo, ello mientras busca el nombre del empresario en su laptop―. Oh... ―musita al leer sobre él.
―Bien, como sea... Irán conmigo.
―¡Excelente! ―celebra Sherlock y se apresura hasta John para cerrar su laptop de golpe, casi atrapando los dedos del asustado doctor―. Tú ve a comprar un traje nuevo.
―Ya tengo uno...
―Me refiero a uno decente ―dice rodando los ojos y el doctor le mira con fastidio.
―No gastaré dinero propio en un extravagante... ―el detective le entrega su tarjeta y el rubio pestañea repetidamente, algo desorientado.
―Y zapatos que combinen. Debes lucir como un creíble idiota burgués más en aquella fiesta.
Watson, aun algo anonadado, se alza sobre sus pies y viste su chaqueta para pronto dejar el apartamento sin decir una palabra. Alice por su parte, sentada sobre el gran sofá de la sala, alza ambas cejas, irónica, cuando el detective se voltea a observarle desde el medio de la sala.
―No sabía que fueras tan generoso.
―No lo soy. Yo invierto ―le corrige―. Y tú me pagarás por ser tu escolta a la fiesta ―él sonríe malévolo y ella luce realmente confundida―. Págame.
―¿Qué...? ¿acaso eres un escort?
―Llámalo como quieras ―replica aun con esa falsa sonrisa adornando sus labios―. El trato sólo consiste en exclusiva compañía. Quizá un baile. Nada más.
―¿Pero...? ¿no soy yo la que te facilitará el acceso a esa fiesta? ¿por qué diablos debería pagarte?
―Tú requieres mi ayuda también: A mantener a raya al acosador de Moran. Y, yo estoy dispuesto a cuidar de tus espaldas por el precio justo.
―Sólo sé solidario...
―No fingiré serlo para alguien quien recibe cinco cifras mensuales del bolsillo de mi hermano por un trabajo deficiente.
―Hablo de mi situación.
―Ah, eso me importa menos sabiendo de tu inconsciente atracción física a él. Yo sólo procuraré que seas profesional ―rueda los ojos, pronto cambiando su semblante a uno suspicaz―. Ahora... Creo que me conformaría en aumentar a un sesenta por ciento nuestro acuerdo monetario por este mes.
―¿Mes?
―Así es.
―Cincuenta. Porque, si yo quisiera, simplemente no participaría del caso e iría con quienes corresponde, o sea, Nick y Riley.
―Cincuenta y cinco. Porque necesito el dinero más que tú.
―¿Para qué?
―Para reponer lo que Watson gaste y... Costosos productos para el cabello ―dice con notable ironía, logrando sacarle una risa a su compañera.
―Está bien, cincuenta por ciento es.
―Yo dije cincuenta y cinco.
―Me refiero a cincuenta por ciento de manera definitiva mientras siga siendo una "informante" para Mycroft ―le cierra un ojo, segura, y dispone a marcharse, pero él le frena.
―¿Tienes efectivo ahora?
Ella le observa desconcertada debido a su audacia y él le mira neutral con ambas manos dentro de los respectivos bolsillos de su pantalón. Alice suspira resignada, hace un rápido cálculo en su teléfono móvil y pronto recupera la billetera desde su chaqueta para así sacar el dinero.
―Aquí tienes.
―Fantástico ―dice conforme cuando recibe lo que le era entregado, pronto guardándolo en el bolsillo interior de su blazer―. Usa algo agradable a la mirada. Viste para distraer. Escote, diamantes, zapatos de fino tacón alto ―aconseja escaneándola de pies a cabeza, pensativo. Sanders se inquieta ligeramente y se siente algo insegura. Los felinos ojos de Holmes nunca habían contemplado su cuerpo con tal detalle, o ella no lo había notado al menos―. El azul combina con mis ojos y con tu piel. Te sugiero que lo consideres ―la morena asiente como una niña, aun sin saber qué agregar y alcanza a subir un escalón antes de nuevamente ser interrumpida, desde el umbral de la puerta esta vez―. Lápiz labial rojo. Esa sería una excelente adición.
―¿Qué tan rojo?
―Sangre.
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