✨✨ 35 | Murder on the dancefloor

―¡FIRMES, SOLDADOS! ―grita John con gutural voz autoritaria. Sherlock y Alice se inquietan desesperados sobre sus posiciones, aun sin saber que estaba pasando.

―¡FIRME!

―¡VATICAN CAMEOS, VATICAN CAMEOS! ―vocifera por otro lado el detective, así tratando de integrarse a la situación.

El agua seguía cayendo gélida sobre ellos y, dificultosamente, él se pone de rodillas en la bañera. En ese preciso instante ambos caen en cuenta de la comprometedora posición en la que se encontraban: Sanders, quién yacía recostada con una pierna a cada extremo lateral de la bañera, tenía Holmes arrodillado entre ellas, sin mencionar el hecho de que la blanca camiseta de la chica, cual era completamente empapada gracias a la diabólica idea de Watson de abrir el grifo de agua fría, no dejaba nada para la imaginación. Ambos se contemplan casi petrificados. Ellos estaban genuinamente impactados debido a la situación en la que habían despertado y no sabían que decir o que hacer al respecto. No obstante, un detalle se les escapaba, no estaban solos en aquel pequeño baño, así, lentamente giran sus cabezas hacia la izquierda.

¡Oh, no, Jawn! ―se queja Sherlock, algo mareado y con dificultad.

Y ahí estaban John y la señora Hudson aguantando la risa. Ambos, avergonzados, vuelven a cruzar sus miradas y los inesperados invasores rompen en una estruendosa carcajada.


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―¿Firme? ―pregunta John totalmente entretenido mientras le entrega una hirviente taza de té a Alice, la cual yacía en pijama y acurrucada sobre el sofá individual de la sala del 221D―. ¿Recibiste acaso entrenamiento militar?

―Mi padre era un Oficial ―contesta ella a secas y sus amigos le observan de inmediato con suspicacia, como esperando que ella prosiguiera, pero no dice nada más.

―¡Oh, querida! Tu infancia debió ser estresante... ―la morena sonríe evasivamente mientras la casera continúa murmurando para sí misma y recogiendo los envoltorios vacíos desde el piso―... No debió ser para nada agradable.

―¡Señora Hudson, por favor deje esas cosas ahí! Sé que han pasado muchas horas desde aquello, pero yo me encargaré de limpiar el lugar más tarde ―le regaña a su arrendataria, la cual parece reacia a dejar de ordenar alrededor.

―Está bien, está bien ―se rinde eventualmente, agotada―. Si necesitas algo, me avisas querida.

―Gracias señora Hudson.

La casera sale del apartamento cargando su bandeja de Brownies espaciales medio llena y John camina lentamente hasta posicionarse en frente de sus vecinos en la sala de estar. El rubio se cruza de brazos desafiante y les mira fijamente, para luego sentarse con cuidado sobre el sofá individual vacío, ello sin despegar la vista desde sus amigos con una evidente expresión interrogante.

―¿Qué sucede, John? ―pregunta un extrañado el detective, aun con una toalla alrededor de su cuello sobre su húmeda ropa y enderezándose correctamente sobre el sofá.

―Ustedes díganme ―les desafía.

―¿Nosotros...? ¿qué? ―espeta Alice totalmente confundida e integrándose ahora desde la cocina.

―¿Qué sucede entre ustedes? ¿por qué no me lo dijeron? ¡estoy fuera del país por doce días y ya se andan acurrucando por ahí! ―exclama con una mezcla de enojo y entretención, sólo con el ánimo de burlarse de ellos.

De inmediato, Alice es atragantada por el té que bebía y no puede parar de toser. Por otro lado, Holmes, quien acababa de sentarse correctamente sobre el sofá doble, ahora algo curvo, sólo mira horrorizado al doctor.

―¿De qué estupideces hablas, John?

―Entonces, cuéntenme ¿cómo llegaron a dormir tan románticamente en aquella bañera? ―se burla mientras le da pequeños golpecitos a Sanders sobre la espalda, para que esta no perdiera finalmente el aire.

―¿Romántico? Dormir dentro de una fría tina de cerámica luego de haber caído estrepitosamente y arriesgando una contusión... ¿Esas son tus expectativas de romance, John?

―Sólo comento lo que inferí al verles, Sherlock ―comenta con mirada pícara―. Y tú parecías muy cómodo sobre el pecho Alice...

―¡Ella me drogó!

―¿DISCULPA? ¿YO TE DROGUÉ? ―la joven se enfurece al escuchar la falsa e incriminatoria afirmación de Sherlock.

―¿Drogas?

―John, lo que sucede es que yo preparé unos "Brownies espaciales" y MEDICINALES para la señora Hudson ―intenta defenderse―. Luego salí con Nick y Riley. Y, cuando volví, Holmes ya se había devorado casi un tercio de la bandeja él solo. Fin.

―Debiste haber dejado una nota ―reclama el detective.

―¿Una nota? ¡es mi maldito apartamento! ―exclama impaciente y con las mejillas coloradas―. En primer lugar, tú no deberías venir a robar mi comida.

―¡Ya, basta! ―grita Watson como si se lo ordenara a soldados de su regimiento―. Vaya, veo que nada ha cambiado...

―¿Y qué iba a cambiar, John? ¿yo emparejado con un neandertal como ella? Discúlpame, pero no tengo tiempo para estupideces o gente estúpida ―Alice le lanza fuertemente una almohada a la cara, haciendo que el detective fuese empujado hacia el respaldo del sofá.

―¡Ni que tuvieses tanta suerte de conseguir a alguien como yo, o nadie en realidad, imbécil, egocéntrico...!

―¡Vete al diablo! ―responde él devolviéndole el cojín además de su enrollada toalla, los cuales hacen que a la chica se le resbale su taza de té de las manos.

―Jesús... ―suspira el doctor cansadamente y rueda los ojos al ver la típica escena de ellos de pie gritándose palabras ofensivas a la cara.

Y, a pesar de que era algo acostumbrado entre la joven y el detective, John no podía evitar sentirse algo decepcionado de que las cosas no hubiesen mejorado en su ausencia como él esperaba.

―¡Sal de aquí, ahora! ―exclama la chica empujando a Sherlock fuera del lugar.

―¡Púdrete, Sanders!

―¡Ay si, como me duele ese insulto! ―se burla la tensa chica antes de darle un estrepitoso portazo en la cara al rizado y voltearse hacia Watson con ambas manos sobre la cintura, respirando agitadamente y tratando de recobrar su compostura―. ¿Cómo mierda pudiste creer que él y yo podríamos tener una relación romántica? ¿acaso es cierto que en Oceanía todo está pies arriba?




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Dos días después de la sorpresiva ducha de la vergüenza, Alice sube sin ánimo alguno en el elevador hacia su lugar de "trabajo". La elegante morena vestía un ajustado vestido color malva cuya falda fluía con libertad hasta la altura de sus rodillas, todo ello bajo un negro abrigo trench y complementado con igualmente oscuros zapatos Versache de mortal tacón alto. Sus colegas la habían convocado y, al parecer, había importantes noticias las cuales eran necesarias de comunicar cara a cara para resolver eventualidades como equipo. Quizá una sorpresiva reunión en el piso veintidós o...

―Hablando de Roma...

―Lo siento por la tardanza ―dice Alice mientras se abre paso dentro de la sala de conferencias, en la cual ya estaba un ojeroso Nick quien, al parecer, aun no superaba exitosamente la resaca del sábado por la madrugada.

―No hay problema, querida ―Greta hace su mejor interpretación de sofisticación.

―¿Alguna novedad? ¿alguien más se nos unirá?

―Si y no... ―comenta pronto frunciendo sus labios y compartiendo una disimulada y cómplice mirada con Hardy―. ¿Recuerdas que te comenté hace unos días sobre un anónimo comprador el cual se estaba apropiando de todos los clubes y pubs alrededor de Londres?

―Si... ―responde desinteresadamente, pero, en ese preciso instante se percata de la dirección que ese dato tomaba.

―Sebastian Moran ―agrega Nicholas mientras se cruza de brazos―. Se ha adueñado de más de doce locales en los últimos tres meses...

―¿Para qué?

―No lo sabemos. Lo acabo de descubrir... ―la hacker le entrega un abarrotado portafolio a su colega―. La única propiedad que se ha hecho pública es "The Wildling's club", pero no sabemos que pretende después de todo. Y, en este rubro simplemente no podemos darnos el lujo de suponer y no saber con certeza. Sobre todo, cuando él se transforma así en el sospechoso más convincente del que tenemos conocimiento.

―¿Es eso ilegal?... Digo, lo estamos tramitando para que su empresa de redes móviles entre al mercado inglés, pero aun así él compra propiedades comerciales aquí sin un motivo claro...

―Lo justifican como inversiones ―aclara Nick―. Aquellos negocios locales ya estaban establecidos en este país, por lo tanto, supongo que Moran tomó ventaja de la letra chica. El real motivo de unirse a ese rubro en particular es la incógnita que intentamos descifrar.

―¡Diablos! ¿qué haremos entonces?

―Ir directo al grano e investigar el porqué de su creciente monopolio nocturno ―responde Greta esta vez con un poco común tono serio―. Y necesitamos que tú entres en acción. Porque la sutileza debe primar, sobre todo ahora que este asunto parece filtrarse sin más entre nuestros dedos.

―Su documentación de A.L.I.V.E está en orden ―complementa Nick―. Y, aunque faltan algunos tratos protocolares, en las próximas semanas de seguro tendremos que ceder la investigación.

―¿Y qué quieren que haga yo?

―Acercarte a él.

―¿ESTÁS JUGANDO CONMIGO? ―grita Sanders con una mezcla de inseguridad y furia en su voz.

―No, claro que no. De hecho, ya he llamado a la asistente de Sebastian, aceptando aquella cita que dijiste que te propuso la otra noche. Ello con la excusa de que necesitamos algunos documentos oficiales para examinar y blah, blah, blah... Pasa tiempo con él y así...

―¡RILEY...!

―Debemos llegar al fondo de esto ―asevera cuando interrumpe su queja―. Alice, Mycroft opina igual que Nicky y yo. Debes intentar sacarle información como sea ―la morena respira agitada y, ofuscada, toma sus pertenencias y se vuelve a colocar su largo abrigo trench. Greta continúa―. Según la deducción de Holmes menor, diría que no te será en absoluto difícil acercarte a él, así que sólo procura mantener la ropa puesta hasta que averigües algo que nos sea de utilidad. Una traicionada Sanders deja la sala de conferencias sin siquiera despedirse―. ¡TE ENVIARÉ UN EMAIL CON LOS DETALLES!



.



Durante la tarde del lunes, Sherlock y John caminan a paso apresurado por las agitadas calles de Londres, cuyos alrededores llenos de turistas, exasperan como de costumbre al impaciente detective. Los amigos acudían a un llamado por parte de una miembro de la red de vagabundos; aparentemente, había un seguro avistamiento del escurridizo estafador, Alexander Pearce, en uno de los pubs más exclusivos del centro de la capital, un lugar en donde sólo eran admitidos trabajadores del mercado bursátil inglés acompañados de bellas damas.

―Debimos traer a Alice ―se lamenta John al notar cómo a los hombres acompañados les era permitido entrar sin más, no necesitando hacer la gran fila, ya que, sólo bastaba con una mirada hacia su despampanante acompañante para que el guardia se hiciese a un lado.

―¿Para qué?

―Para distraer la vista desde nosotros ―responde como si fuese obvio mientras sigue a su amigo hasta un callejón junto al gran y, casi impenetrable, local―. Es una chica bastante atractiva. Dudo que no lo hayas notado.

―Convencionalmente lo es. Pero necesita demasiado esmero y su patética actitud nos terminaría delatado a fin de cuentas, así que no le veo la utilidad a su presencia ahora.

―¿Realmente puedes vivir sólo así? ―espeta el rubio―, ¿sin siquiera apreciar la belleza en lo más mínimo?

―Si con belleza te refieres al atractivo físico en el sexo opuesto, sí. Puedo vivir tranquilo sin aquella innecesaria distracción. Me permite conocer las verdaderas personalidades de otros, sin aquel presunto lujurioso halo de idealización del que la mayoría es casi voluntaria víctima ―el detective escanea con su felina mirada todos los puntos de posibilidad frente a él: Podrían intentar escalar hasta una ventana en el segundo piso cual estaba abierta, aunque nada les garantizaba que estaría vacío al otro extremo... Sherlock continúa concentrado en su propósito, sin notar de inmediato que Watson, algo pensativo, se mantenía en silencio a un lado―. ¿Qué pasa contigo?

―¿Qué?

―Estás muy silencioso. Usualmente estarías dándome sugerencias inútiles para el caso.

―Bueno... ―el rubio frunce los labios con incomodidad y sostiene su espalda en contra de la pared de asfalto―. No creo que desees darte la molestia de oír sobre temas de una naturaleza romántica.

―Que no me interesen esos temas en lo personal, no significa que no desee darme la molestia de escuchar sobre ellos si se trata de ti ―John alza su sorprendida mirada―. Porque así puedo entender de mejor manera las falencias en el relacionar humano sin necesidad de yo mismo tener que experimentar el fracaso.

―Claro... ―musita algo agotado―. Como sea... Creo que no estoy muy seguro sobre Sarah después de todo.

―¿Por qué lo dices? Sonabas conforme cuando hablamos por teléfono.

―Bueno, lo pasamos fantástico, aun así... Creo que ella quiere llevar las cosas muy rápido. Quiere que conozca a sus padres el próximo viernes ―confiesa en voz baja. Holmes frunce el ceño.

―¿Para qué la invitaste a viajar entonces si no querías dar esa impresión? Pudiste haberme llevado a mí a Nueva Zelanda ―Watson deja escapar una burlesca carcajada y su amigo le observa ofendido.

―Lo siento, Sherlock, pero eso ni siquiera se me pasó por la mente. Yo sólo quería tiempo de descanso y algo de entretención en buena compañía.

―Entonces sólo querías usar a Sarah para "poco honorables propósitos".

―¿Qué? ―consulta genuinamente anonadado―. ¡No!

―Dijiste que temes que ella lleve las cosas muy rápido, sin embargo, la invitaste al otro lado del hemisferio sólo para entretenerte con ella, y, ahora piensas en dejarla porque temes que su compromiso se afiance ―resume el rizado con voz monótona―. Esa es la definición de un mal entendido, o, si tu intención fue deliberada, de haber usado a alguien.

―Yo... No... ―musita, pero, pronto su amigo le empuja brusco hacia un lado para que así ambos se escondieran tras un contenedor de basura.

Un par de ebrios hombres con sus guardas espaldas salen acompañados de exuberantes mujeres en mortales tacones, y, rápidamente, los amigos se escabullen dentro del lugar sin que el grupo lo notara a sus espaldas.

Sherlock y John se apresuran y recorren rápidamente el largo corredor hasta dar con el corazón de la exclusiva fiesta. Ellos, elegantemente vestidos, pasan totalmente desapercibidos entre los otros igualmente pulcros asistentes, no obstante, el sudor y descontrol no era parte de su fachada. A diestra y siniestra los infiltrados notan como el alcohol era lo menos de qué preocuparse, ya que las drogas ilícitas abundaban sobre toda superficie. Watson tensa la mandíbula con preocupación y observa a Holmes por sobre su hombro, sin embargo, este parecía inmutable, sólo pendiente de encontrar la cara que rastreaba desde hace una considerable cantidad de tiempo.

De pronto, un inesperado alboroto descontrola los ánimos, y, entre la música es posible oír desesperados gritos de auxilio: Un hombre yacía inconsciente sobre el piso en un progresivamente creciente charco de su propia sangre. Watson se apresura hasta el hombre en cuestión e intenta ayudar. No obstante, Sherlock, ya habiendo captado a un par de sospechosos con su vista, corre tras ellos en dirección al mismo lugar por donde él y su amigo el doctor se habían infiltrado, sin embargo, cuando este llega hasta el oscuro y desolado callejón, nota a un observante Pearce a la distancia, el cual sólo le dirige un respetuoso ademán con la cabeza antes de subir al oscuro auto que le esperaba y que acelera sin más. Así, Holmes intenta acercarse para tomar nota de la patente, pero, de manera sorpresiva, dos corpulentos hombres se unen desde los oscuros costados y bloquean amenazadoramente su paso.

El detective, sobrepasado en número y físico, succiona imperceptiblemente sus mejillas, a sabiendas de que estaba en problemas, aun así, su orgullo no le permite dar paso atrás, así que se mantiene desafiante sobre su posición. De pronto, un disparo al aire les distrae a todos, Sanders se integraba desde la calle y apuntaba en dirección a los maleantes que acorralaban al detective. Uno de ellos va directamente hacia Sherlock, mientras que el otro, cuando intenta sacar su arma, es sorprendido con una feroz patada en la diestra y pierde su arma sin más. Holmes, cuando nota que el enajenado y robusto hombre se venía a toda velocidad en contra, logra hacerse a un lado y, con un trozo de madera que recoge desde el piso, golpea letalmente su cabeza, pero ello no parece ser suficiente. La joven, en tanto, decide pelear a golpes con el corpulento maleante, ya que, usualmente, el desestimo era un factor sorpresa que siempre solía funcionar a su favor y, sólo siendo ayudada por el perfume que cargaba en su fina cartera, logra cegar a su contrincante y hacerle perder el equilibrio para pronto noquearle al azotar repetidamente su cabeza sobre el piso, todo ello aun vistiendo su ropa de oficina, incluidos los tacones. John se integra pronto y socorre al detective, ayudando así a quitarle de encima a su insistente atacante al cual inmovilizan debido a la ventaja de ataque y Sanders se apresura en quitarle el arma desde su cinturón, para pronto noquearlo con la misma de un solo golpe.

Ella sopla fastidiada un mechón de su húmedo cabello que testarudo caía sobre su frente y desarma el arma lanzando así sus piezas en diferentes y distantes direcciones.

―Deberían pagarme el doble.

―¿Qué haces aquí? ―reprocha el agitado, desconcertado y algo molesto rizado.

―Yo le envié un mensaje cuando arribamos al lugar. Pensé que tal vez necesitaríamos refuerzos. Gracias ―dice con humildad en dirección a su amiga y ella responde con un seguro ademán de la cabeza―. El hombre asesinado se llamaba Samuel Dietrich ―comenta lúgubre―. Falleció en la pista de baile luego de ser repentinamente apuñalado por alguno de los simios que acompañaban a Pearce.

Los tres amigos observan a los inconscientes hombres que yacían tirados sobre el frío suelo, sin embargo, pronto se ven obligados a dejar el lugar ya que el urgente sonido de variadas pisadas se escuchaba provenir desde el interior del local.

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