✨33 | Murder in the Valley
―Por supuesto que no, Sanders.
―Pero...
―No.
Sentencia el rizado con aburrimiento a lo cual la chica bufa impaciente y camina hasta el otro extremo del cuarto de brazos cruzados. John se integra sigilosamente a la sala del hostal y toma el recién desocupado puesto junto a Holmes en el sofá frente a la chimenea.
―¿De qué me perdí?
―Sanders acaba de implicar a James McCarthy como el posible autor del crimen y desea interrogarle.
―¿Y por qué seria ello una mala idea? ―Sherlock fija su felina mirada en el doctor―. Me refiero a que... Bueno, si él tiene algo que ver... Alice podría sacarle información como lo hizo con Crane hace algunos años.
―¡Exacto! ―exclama la exasperada morena devolviéndose hacia sus amigos― Gracias John.
―No es necesario ―insiste Holmes―. Sé que es inocente.
―¿Te explicarás de una vez por todas? Porque yo podría estar en casa, abrigada y bien alimentada si no fuera por ti ―regaña Sanders. Y, sin preverlo, el aludido toma el comentario como una ofensa personal, causando que se parara sobre sus pies y con rapidez tomara su abrigo para salir hacia la calle.
Sus amigos observan preocupados e imitan al decidido detective, fijándose cuando cerraban la puerta que, para su desgracia, las gruesas gotas de lluvia caían cada vez con más violencia sobre el piso..
―Demonios...
Los resignados amigos comienzan a correr bajo aquel moderado diluvio matutino en dirección a lo que parecía ser el valle de Boscombe, eventualmente alcanzando al raudo e imparable detective.
―¿Qué esperamos encontrar luego de que la lluvia haya lavado toda la evidencia junto a la piscina?
―Lo más importante ―contesta Holmes mientras se adentraban con sigilo y dificultad por las vastas tierras de los Turner, avanzando a través del frondoso bosque.
Los minutos pasan y, debido a la difícil caminata, los amigos se demoran el doble en arribar a su destino al hacer lo mejor para evitar resbalar y caer sobre el abundante barro. Aun así, al llegar a la escena no pierden tiempo en inspeccionar el lugar, ya que, según Holmes el arma homicida debía estar cerca.
―Aunque sé que lo médico es lo tuyo, John, no pude evitar echarle un vistazo al informe del forense y, acorde a los datos en ellos Charles McCarthy, recibió un solo golpe contundente en su cabeza. Aquello comprobado por lo poco prolijo de la herida, pero inevitable resultado mortuorio por una muy obvia disfunción multiorgánica... ―narra con su mítica velocidad, aquella que delataba a su cerebro cada vez que este buscaba trabajar al máximo de su velocidad, haciendo la postal mucho más inquietante de lo normal al detective estar inspeccionando el lugar con la determinación de un veterano sabueso―¡LO SABÍA! ―exclama con tenaz entusiasmo, captando así la inmediata atención de sus desconcertados y completamente empapados colegas quienes se acercan con dificultad hacia el victorioso moreno.
―¿Es esa una maldita piedra?
―Oh, querido Watson... Creo que no estaría equivocado al recomendarte el temprano uso de gafas.
Sherlock alza desde el húmedo suelo la gran roca y, gracias a la continua lluvia, el restante barro que le cubría es lavado, exponiendo así una oscura mancha con bordes carmesí en el extremo derecho de la piedra.
―Fascinante ―susurra Alice, genuinamente impresionada. Holmes sonríe ladino y cómplice.
―Lo sé. Y supongo que infieres lo que significa...
―Creo hacerlo...
―Sé que lo sabes...
Un ofuscado John se seca la frente y aclara la vista para dar un paso en frente cortando el contacto visual mutuo de ambos suspicaces.
―¿Podrían explicarme entonces?
Sherlock suspira con fastidio y solo deja caer la piedra sobre el piso, está rozando el pie de John quien da un instintivo salto hacia el costado, no tardando en lucir realmente ofendido.
―Creo que es hora de que le hagamos una visita a los Turner.
Sin más preámbulo, Holmes se echa a caminar por el sendero, siendo seguido desde cerca por Alice y John.
―Sherlock... Recuerda lo que te dijo la chica cuando nos encontramos con ella el día de ayer. Su padre no está enterado sobre la investigación, por ende, debías contactarla personalmente...
El detective finge no escuchar a Watson y procede a golpear con fuerza la puerta de la casa principal, no una, ni dos, si no que en reiteradas ocasiones con el puño cerrado.
―¡Detente!
―¡YA SON PASADAS DE LAS DIEZ DE LA MAÑANA!
La psicóloga y el doctor se miran con desconcierto el uno al otro, mientras su amigo se encargaba de hacer un verdadero escándalo.
―¡Señor Holmes! ―se queja Alice Turner al abrir la puerta y sale apresurada al recibidor, aun así bloqueando la entrada tras ella con cuidado―. ¿Qué...?
―Necesito hablar con su padre ―responde el aludido con una educada sonrisa mientras junta sus manos tras la húmeda espalda baja. La joven Turner, aun desconcertada, se da unos segundos para buscar la mirada de los acompañantes de Holmes, pero estos le evitan, apenados.
―Él se encuentra durmiendo por ahora...
―¿Qué? ¿Mi escándalo no fue suficiente? Me esmeré bastante ―añade ácido.
―Señor Holmes, mi padre ha estado muy deprimido desde la muerte del señor McCarthy... Su doctor le ha dado una medicación bastante...
―Está bien ―interfiere el rizado rodando los ojos con indiferencia―. Supongo que no duerme veinticuatro horas al día ¿verdad?
―No, pero...
―Creo haber encontrado la forma de exonerar a James de los cargos hechos por la policía, aunque, sin el testimonio de su padre me sería imposible proseguir. Por lo tanto, es su decisión, señorita Turner. O continúa ocultándole la información respecto a la investigación que llevo a cabo a su padre o simplemente me permite interrogarle para así liberar a su inocente novio.
Los empapados colegas emprenden acelerada marcha, dejando a una consternada Alice Turner atrás, pronto volviendo hasta el lugar en donde se hospedaban con el sólo propósito de cambiar su atuendo. Sin embargo, son sorprendidos por dos efectivos de la policía al arribar, quienes le imposibilitan el inmediato uso de prendas secas.
―Detective inspector...
―Hyde, lo sé. Usted está a cargo de la investigación sobre el asesinato de Charles McCarthy ―expresa el detective con evidente exasperación, de igual manera aceptando el apretón de manos.
―Me informaron que mientras estuve fuera del condado, otra investigación parecía estarse llevando a cabo y...
―... Un tercero interrogó a James McCarthy y ahora usted se preguntaba cuál era el fin de ello ¿No es así? ―completa Holmes rápidamente, así causando que el anciano policía tuviera que pestañear varias veces para ordenar sus pensamientos.
―Efectivamente.
De pronto, el joven detective que le acompañaba mira a John y Alice, para luego observar al rizado de pies a cabeza.
―Señor... Él es nada más y nada menos que Sherlock Holmes.
―¿Quién?
―El famoso detective de Londres, el que resuelve los casos imposibles. ―comenta el joven, aprovechando de estrechar la mano de Holmes― Un gusto conocerle... A los tres. Sus hazañas... Wow...
Alice, al notar aún la cara de desconcierto del detective inspector Hyde, agrega:
―El detective del sombrero que se suicidó hace dos años.
Sherlock suspira con profundo fastidio ante la incipiente risa de Watson.
―¡OH! ―exclama Hyde y asiente lento―. Vaya, no me habían puesto al día sobre aquel pequeño detalle.
―Entenderá entonces que estoy bastante cerca de la conclusión a este caso.
―¿Conclusión? Ya tenemos a un...
―Sospechoso encarcelado. Lo sé, pero James McCarthy es inocente.
―¿Cómo lo sabe?
Sherlock, ya perdiendo la poca paciencia que le quedaba ese día, le observa neutro durante unos segundos, incrédulo de la poca agilidad mental de aquellos quienes le rodeaban.
―Él no tenía motivo alguno para matar a su padre.
―Nadie debería tenerlo... ―refuta el anciano.
―De hecho, él me dio la más valiosa pista cual tiene el potencial de resolver este caso... ―agrega con suspicacia mientras camina hasta la sala del hostal, siendo seguido por sus cuatro acompañantes―. Alguno de los presentes, no hables Alice ―frena observándole de reojo―... ¿Sabe el significado de "Cooee"?
―No...
―Lo supuse.
Holmes, desafiante y aun húmedo, toma asiento sobre un sofá individual y se cruza de brazos con suficiencia. Alice, por el contrario, harta de su petulancia intencionalmente le patea el tobillo mientras pasa frente a él.
―Ups, lo siento. El piso está resbaloso ―miente con descaro, ganándose una recelosa mirada por parte de un adolorido Sherlock.
―"Cooee" Es un grito usado en Australia para dar la ubicación de uno. Ello es lo que James McCarthy escuchó cinco minutos antes de arribar a la escena del crimen y cuando encontró a su padre este susurró "arat" como sus últimas palabras.
―¿Por qué James no me diría aquella favorable información a mí?
―Es obvio ―replica Holmes, nuevamente cobijándose en su narcisismo. Pero Sanders, impaciente, interfiere.
―El piso aún continúa mojado...
―El señor McCarthy me contactó a través de Alice Turner no sólo para exonerarlo. Si no que con el fin último de encontrar al verdadero culpable de la muerte de su padre... Ya que supongo que él imaginó el estancado futuro de la investigación.
Ambos detectives de Herefordshire comparten miradas de desconcierto, para luego enfocar nuevamente su resignada atención en Holmes.
―¿Y ahora qué?
―Hemos encontrado el arma homicida. Es una simple roca contundente, la dejamos envuelta en una bolsa negra en la escena del crimen, les recomiendo que vayan por ella ―añade adoptando su mítica posición reflexiva, juntando ambas manos estiradas frente a su mentón, casi como un rezo a su propio intelecto―. En lo que respecta a nosotros... Aún tenemos una última interrogación que efectuar.
.
Cuando el reloj de la sala marca las cuatro y treinta de la tarde, Holmes recibe un mensaje de texto: Alice Turner los citaba a su casa, ya que su padre estaba dispuesto a hablar con ellos.
―¿Crees que John Turner sabe quién es el asesino?
―Efectivamente ―sentencia Sherlock como un susurro mientras son transportados por el vehículo enviado por la familia hasta la casa principal.
Los colegas son recibidos por la joven Turner y pronto encaminados hasta el comedor en donde toman asiento a la espera del dueño de hogar.
―¿De verdad crees que él es el culpable de orquestar un asesinato con un objeto contundente como lo era esa roca? ―susurra Watson con evidente incredulidad al notar la amplitud de los pasillos y como en ciertos sectores habían barras de soporte para discapacitados.
―Por supuesto. Yo no discrimino.
En ese preciso instante, John Turner es empujado desde su silla de ruedas por su hija Alice, quien le sitúa a la cabeza del comedor. Dejando así a los colegas a su lado izquierdo, dándole la espalda al gran ventanal.
―Querida, agradecería que cerraras la puerta de la sala tras de ti y, por favor, ve hasta la morada de la señora Park por una mermelada de albaricoque... Sabes lo mucho que me gusta ―dice con dulzura mientras acaricia cariñosamente la mano de su hija.
―Está bien, papá. Hasta luego. ―se despide ella con un preocupado semblante, cruzando miradas por última vez con su padre antes de cerrar la puerta.
―Señor...
―Un gusto conocerles ―interrumpe el cortés anfitrión―. Mi hija solía leerme las historias escritas por usted, doctor Watson, mientras yo me recuperaba de mis operaciones y continuaba con la quimioterapia hace unos años. Soy un gran admirador.
―Gracias.
―Bueno... ―interrumpe Holmes esta vez, impaciente―. Si oyó las historias, a estas alturas sabrá que la verdad es inevitable.
―Así es ―asiente el, de pronto, lúgubre aludido y Sherlock le hace un ademán a Sanders, quien saca su grabadora y la posiciona encendida frente a John Turner.
―Entonces, agradeceríamos que nos contara todo lo que sabe respecto a la muerte del señor Charles McCarthy.
John Turner suspira con pesadez y luego esboza una triste sonrisa a sus atentos acompañantes.
―Charles y yo nos conocimos hace bastantes años en Australia, verá... No siempre fui un ciudadano respetuoso de la ley. Aunque juro por mi vida que no se debía a una maldad innata y desprecio por el orden establecido, no. Era simplemente por mera necesidad... Yo era viudo, con una pequeña de solo meses de edad y no pude encontrar trabajo... Supliqué... Lloré... pasé hambre y la vi enfermar al igual que su madre... Fue en ese momento que me obligué a actuar ―relata el acongojado hombre, a quien le era cada vez más difícil hablar debido a las memorias―. Una noche, luego de haber estudiado por semanas la rutina del banco Ballarat de mi pequeño pueblo de origen, me reuní con un grupo de hombres forasteros en una cantina y afinamos los últimos detalles de aquél robo...
―"arat" ―musita el pensativo detective.
―¿Disculpe?
―"arat" ―repite―. Esa fueron las últimas palabras de McCarthy a su hijo... Supongo que se refería al nombre del banco saqueado por ustedes: Ballarat.
Repentinamente, Turner comienza a toser debido a la agitación y, de inmediato, Sanders le sirve un vaso de agua.
―Muchas gracias... Bueno, el asalto fue exitoso. Nos hicimos ilegales propietarios de muchos millones y escapamos a gran velocidad gracias a un experimentado conductor... Charles McCarthy ―los tres colegas se miran simultáneamente, volviendo de inmediato su interesada vista al narrador―. Luego de aquella noche, cada uno pudo escapar con éxito a rehacer su vida. Durante semanas me sentí preocupado de ser rastreado, es por ello que emigré a Inglaterra y cambié mi nombre además del de mi hija ―el hombre da un nuevo sorbo de agua para aclarar su garganta―. Quince años después un hombre golpea mi puerta en busca de trabajo... Era Charles... Y al reconocerme comenzó mi calvario ―confiesa amargo―. Me chantajeó por años, obligándome a mantener su vida y a su hijo. Le di una casa, un trabajo... Pero ahora también quería a mi hija, mi Alice...
Sherlock no puede evitar mirar a Sanders de soslayo por unos segundos, para luego volver a fijar su atención en Turner al notar que ella lo percibía.
―Su plan era que James y Alice se casaran para que así su hijo también fuera propietario de estas tierras que he trabajado con tanto esfuerzo desde hace más de veinte años... Él lo quería todo y como yo fui el organizador del robo en aquel banco, la pena sería bastante alta... Aunque lo que más me importaba era simplemente que mi hija no... No supiera que su padre fue un maldito criminal...
El hombre comienza a llorar amargamente, incomodando a los presentes, quienes comparten miradas que varían del desconcierto al fastidio. Sin embargo, ninguno podía negar la verdadera naturaleza de las lágrimas de Turner, ya que la empatía que sentían hacia él era palpable.
―¿Quién lo hizo? ―consulta Sanders sin algún preámbulo, alcanzando la mano del acongojado hombre, quien suavemente se suelta del agarre para limpiarse la nariz con su pañuelo de tela.
―Yo ―sentencia posicionando un frasco de pastillas sobre la mano de ella.
―Vicodin... ―lee como un susurro―. Vaya...
―Aquella tarde él me dio un ultimátum: Yo debía estar a favor de una unión legal entre mi Alice y James, de lo contrario todo el mundo se enteraría del robo... Yo tomé muchas píldoras luego de mi sesión de quimioterapia ese día y... Le seguí... ―niega para sí mismo, conflictuado con sus memorias―. Escuché como James se negaba a ser forzado a casarse apresurado con mi hija, pero que le amaba... Me enteré de que era un buen muchacho y realicé que mi odio hacia él era infundado... El veneno de su padre nos estaba arruinando la vida a todos... y cuando el chico caminó... yo... yo...
Las palabras del señor Turner son nuevamente silenciadas por las lágrimas, pero su llanto no es interrumpido esta vez. Los colegas se miran unos a otros con aprehensión, como coincidiendo sin necesidad de decir alguna otra palabra.
―Tenemos lo que necesitamos ―anuncia Holmes y Alice apaga su grabadora, John es quien se alza esta vez y le sirve un nuevo vaso de agua al señor Turner.
―¿Cuál es su expectativa de vida? ―suelta Sherlock sin recato, ganándose un inmediato codazo por parte de Sanders. Pero el anciano no parece incomodarse con la idea de su inminente muerte.
―Sólo un par de meses... Hace años que soy sometido a diferentes operaciones y tratamientos. Sin embargo, el cáncer siempre vuelve de alguna u otra forma.
―Creo que podemos ayudarle, aunque le advierto... Su caso no figurará en el Blog de John ―asegura con complicidad mientras, erguido, alza el cuello de su abrigo. En el fondo de los cristalinos ojos del interrogado se enciende una débil chispa de esperanza, pronto distrayéndose al ver a través del gran ventanal a su hija caminar devuelta a casa
.
Sherlock y John Turner llegaron a un simple acuerdo. En caso de que el detective no fuese capaz de convencer a la policía con su versión de los hechos, tendría que emplear la confesión grabada y firmada por el terrateniente. Pero, como era de esperarse, Holmes logró persuadir a todos en la comisaría de la completa inocencia de James McCarthy y la imposibilidad de rastrear al responsable del asesinato de su padre; ello debido a la intermitente lluvia que azotaba al condado.
―El detective inspector Hyde dijo que durante la semana James sería probablemente liberado. Están ordenando el caso para presentar la nueva evidencia a la corte ―comenta John mientras se une a Holmes y Sanders quienes fumaban a las afueras de la comisaría.
―Entonces nuestro trabajo aquí está hecho ―sentencia el conforme moreno cuando pisotea con determinación su pequeña colilla y procede a caminar por la gélida calle. Sanders se aferra al brazo de Watson debido al frío y siguen a Sherlock a su propio ritmo.
Al arribar al hostal el detective se adentra sin más en el edificio, pero sus colegas, muy al contrario, se encaminan hasta el bar de en frente. Ambos creían merecer un trago luego de aquél extraño fin de semana.
―Muchas gracias ―dice John cuando recoge dos vasos de whisky desde la barra, procediendo a caminar hasta donde su amiga se encontraba sentada.
―No quise pedir la botella porque mañana es lunes y nos iremos en el tren matutino... ―comenta poniendo los vasos sobre la mesa, aunque, para su sorpresa, Sanders bebe su trago con sedienta rapidez―. Vaya... -Suelta anonadado, volteándose sobre sus pies para finalmente pedir la botella.
―No tengo citas durante la mañana, creo que dormiré hasta el mediodía.
―Qué suerte la tuya ―se queja Watson con agotamiento, para luego beber un resignado sorbo―. Mary me acaba de comunicar sobre mi temprano horario.
―¿Mary? ¿te envió un mensaje de texto? ¿tienes señal aquí?
―Por supuesto... Bueno, son sólo dos barras en el pueblo, pero aun así los mensajes pueden ser enviados y recibidos ―finaliza con desinterés mientras llena nuevamente los vasos de ambos. De inmediato, la chica revisa su teléfono celular, notando que su chip telefónico estaba al revés en su compartimiento dentro del dispositivo.
―¿Qué le sucedió? ―consulta John mirando el móvil de Sanders con interés.
―Nada... ―miente ella con suspicacia―. Debe ser porque se me cayó un par de veces. Ya sabes como soy de torpe. Es una verdadera suerte que no se haya destrozado la pantalla a estas alturas.
Watson asiente conforme con la excusa y se echa un par de maníes a la boca. Alice por su lado deduce que aquello no era una coincidencia, ya que no había logrado enviar ni recibir mensajes después de que coincidentemente el detective hubiese entrado sin autorización a su habitación de hostal con la excusa de llevarle la cena. Él estaba jugando sucio. Quería toda la atención de ella.
―Me sorprendió bastante ver esa nueva faceta de Sherlock... ―confiesa súbitamente el doctor, sacando a en un respingo su amiga desde el trance en que se veía atrapada.
―¿Nueva faceta?
―Me refiero a su empatía a ciegas... ―insiste pensativo. Los verdes ojos de Alice parecen iluminarse―. Ambos conocemos a Holmes ¿no te pareció raro que él decidiera seguir su instinto y apoyar a James Turner desde un principio? Usualmente nuestro amigo no escucha razones, sólo sigue pruebas tangibles.
Ella le observa con sorpresa y aún anonadada bebe nuevamente el completo contenido de su vaso sin pensar en consecuencias. Porque le era imposible razonar sobre algo más que no fuese el poco común actuar del detective. Era cierto lo que Watson comentaba y ella no se había detenido a analizar aquel comportamiento fuera de lugar en una investigación. Realmente era una nueva faceta de su amigo.
―Supongo que dos años fuera le han cambiado de cierta forma... ―dice la joven mientras enfoca la vaga mirada sobre su dedo, el cual rozaba la superficie de su vaso de cristal―. Me refiero a seguir su instinto más allá de las pruebas físicas.
―Ya... ―el doctor aclara su garganta para darse el valor de continuar―. Bueno... Ya no le resiento. Él está arrepentido de como manejó todo hace dos años... ―ella asiente melancólica, algo conflictuada consigo misma―. Después de todo ¿cómo podríamos hacerlo cuando ambos deseábamos que todo lo sucedido hace dos años fuese mentira? Supongo que desde ahora nuestro día a día perderá su normal monotonía por completo debido a su constante presencia... Y estoy agradecido por ello.
Luego de una hora de amena charla, los tambaleantes amigos caminan devuelta al hostal, Alice sosteniendo la botella que Watson había pedido de la cual sólo habían bebido un tercio.
―¡Ha conectado una llamada, es Mary! ―se alegra él al sentir el teléfono vibrar dentro de su bolsillo y se apresura escaleras arriba hasta su habitación.
Sanders, por el contrario, al notar que Holmes permanecía sentado sobre el sofá frente a la chimenea, no puede evitar caminar hacia él, casi como si esa silueta fuese un potente imán.
―Ya no bebo. ―sentencia al ver la botella que Alice dejaba junto a su asiento en el suelo.
―Tampoco beberé más... Por ahora ―dice mientras se sienta en la posición de loto sobre el sofá de cuero, observando intensa, pero disimuladamente a su compañero―. ¿De verdad estás sobrio?
―Así es.
―¿De todo?
―¿Quieres que te explique el significado de la palabra sobriedad?
―Sólo necesitaba aclararlo ―refuta evasiva, ignorando la hostilidad de Holmes, pudiendo ver como las llamas de la chimenea se reflejaban sobre sus grises ojos―. ¿Desde cuándo?
―Desde antes de quitarme la vida... ―responde en seco, acomodándose en su puesto―. Si no me equivoco, la última vez que bebí fue durante una noche en tu compañía sobre la azotea del 221.
―Oh... ―musita y le imita en observar el ávido fuego frente a ellos con añoranza―. ¿Fue aquella vez luego del caso en la construcción de ese edificio en el centro cuando a John le cayeron casi diez litros de pintura blanca encima? ―Sherlock asiente y Sanders no puede evitar romper en una pequeña carcajada debido a la memoria. Aquel caso no figuraba en el blog de John, no debido a su naturaleza poco llamativa, si no que debido a la furia que le causó a Watson tener pintura por todos lados durante casi una semana―. Un clásico ―dice limpiándose las alegres lágrimas desde sus ojos, no había visitado ese recuerdo desde hace mucho tiempo―. En ese entonces por cada lugar que John transitaba dejaba un rastro de pintura blanca... ¡Estaba furioso! ¡sin mencionar a la señora Hudson! ―no puede dejar de reír, contagiando de inevitablemente al detective junto a ella.
Holmes deja caer su mirada al piso, ya habiendo contenido su alegría, la cual, debido a la compañía, sus sentidos le obligaban a transformarse en cruda melancolía. Era una sensación extraña, peor que la resignación que se obligó a sentir durante su tiempo fuera de Londres, era un dolor urgente, una herida abierta cuyo único alivio estaba al alcance de su mano, pero no podía tomarle. No era ya permitido, y era su culpa por no haber ejecutado su plan como debía.
La explosiva alegría en Alice cesa después de unos minutos, transformándose en una soñadora sonrisa ladina la cual va tímidamente dirigida a su compañero, no habiendo notando que él llevaba todo aquel rato observándole. Los verdes ojos de ella se desvían pronto desde la mirada de su contraparte; aun le causaba cierto nerviosismo a momentos el penetrante poder de aquellos grises, sobre todo en unido silencio, así que exhala resignada con ella misma, con esa situación, el destino, la vida.
―Es tarde... Tenemos un tren que abordar mañana a las seis y treinta.
―Para mí no es un problema sobrevivir con pocas horas de sueño. Al contrario de tu persona, lo cual a veces me parecía todo un desafío desenvolver de las sábanas.
―Lo siento mucho por ser una humana normal la cual necesita una sana dosis de ocho horas de sueño diarios ―refuta ella con evidente sarcasmo―. Créeme que durante ese tiempo mi subconsciente se vio en la urgente necesidad de crear un mecanismo para bloquear el ruido que emitías debido a tu desvelo; tal cual un caótico gato.
―Bueno, yo necesito más que sólo el cansancio físico para apagar mi mente. A pesar de las extenuantes tardes en tu compañía, de haber un caso fascinante de por medio, no me era posible la idea del físico descanso.
Alice le observa sorprendida debido a la libre implicación de Sherlock debido a su pasada relación, no pudiendo cerrar la boca durante unos segundos, crecientemente incómoda.
―Vaya... ―musita inquieta, con su mirada recorriendo el suelo bajo sus pies para resolver qué decir, a sabiendas que Sherlock no dejaba de observarla―. Entonces en vez de contar ovejas... ¿Juegas ajedrez mental?
―¿Eso es lo mejor que se te ocurrió? ―bufa irónico suspirando resignado. Ella se atreve a observarle el perfil―. Si él no se enteró de nosotros, no sucedió ¿verdad?
La morena pestañea repetidamente, incrédula, sin poder procesar todo lo que aquella última frase implicaba para él, para ella... Ambos.
―Sherlock... ¿Qué quieres decir con...?
―¿Sabe él sobre la naturaleza que tuvo nuestra relación alguna vez? ―interrumpe velozmente y Alice parece quedar sin aliento durante unos segundos, ya que, él le observa reacio de costado, no queriendo voltearse completamente a ella, permitiéndole así al tenue fuego iluminar su cristalina mirada. Los verdes ojos de la chica reflejan los de él en un parpadeo debido a la naciente y repentina culpa.
―Habíamos acordado mantenerlo todo en secreto...
―Me conoces ―sonríe fingido y lúgubre, aún sin desconectar su herida mirada―. Sabes que soy una persona completamente estructurada y que no me es posible concebir lo que está fuera de lo previamente estipulado. Pero me disculparás al no comprender ¿Por qué cuando rompimos todas y cada una de las reglas que nos impusimos en el pasado, no quisiste mencionarle a tu... Actual pareja sobre tu real relación conmigo?
―No pensé que fuese necesario, ya sabes, porque fingías estar muerto. Así que supuse que demostrar mi dolor sería menos incriminatorio. Lo usé como un método de defensa para que no fueses mencionado. Ya dolía lo suficiente autocompadecerme por haber perdido a alguien así.
―Entiendo.
―No. No lo haces ―sentencia ella crecientemente irritada. El alcohol se le había subido a las mejillas y, de pronto, todo conflicto se había desvanecido desde su mente, el alcohol erguía su orgullo―. No sabes lo que es perder permanentemente a tus seres queridos, uno tras otro...
―Ya te expliqué que no tenía otra opción ―le frena tajante, contagiándose del rencor de ella―. Que intenté comunicarme contigo y con John. Quería hacerles saber a pesar de que mi vida pudiese correr peligro. Pero se me hizo imposible...
―Me destrozaste ―musita con rabia, mirando tentada la botella de licor junto a sus sucias botas, sus ojos viéndose cada vez más anegados de lágrimas las cuales orgullosas se negaban a caer―. Tenerte tan cerca me recordaba a ese dolor. Y cuando "volviste a la vida", esa impertinencia era escarbar una y otra vez en esa herida. No me permitiste el tiempo de sanar tu regreso... De concebir la idea de que no te perdí, si no que ambos perdimos lo nuestro. No sentí la más mínima empatía de tu parte... Parecías alimentarte de mi atención... Aún lo haces...
Sherlock respira agitado. Esa molesta pesadez en la boca del estómago, le costaba respirar, su caja torácica estaba tensa, su mirada nublada. Podía sentir su culpa a través de la aguda autoinfringida de ella.
―No me es posible explicártelo de otra forma más que esta, pero... Me sentí enfermo por mucho tiempo debido a tu ausencia, cualquier pensamiento sobre ti me causaba un indescriptible dolor físico que me quitaba el apetito y me hacía difícil controlar mi ritmo de respiración cuyo grado disminuyó, pero del que no creo haberme recuperado por completo al haber insistido en acercarme a ti de esta manera. Aun me es desorientador finalmente tenerte en junto, pero que no se sienta igual de reconfortante que hace años debido a las actuales circunstancias me produce amargura. Tú pareces verdaderamente conforme al haber avanzado. Es mi turno―confiesa ronco mientras se inclina hacia la chimenea, posa ambos antebrazos sobre sus rodillas y fija su pensativa mirada sobre sus manos entrelazadas―. Te quiero en mi vida, pero esta sensación me hace realizar que no te necesito para vivir como pensé en algún momento. Supongo que eso es algo sano después de todo.
―Lo es... Sherlock... Nunca dependimos el uno del otro, nunca lo hicimos ―Alice se inclina hacia en junto y posa su helada mano sobre la muñeca izquierda del melancólico detective―. Mientras duró lo nuestro... Tú... Me hiciste muy feliz. Lo nuestro significó mucho para mí.
Él asiente lento y pensativo para sí mismo, conforme, pronto suspirando relajado y enderezándose sobre su puesto, aunque sin soltarse del agarre de ella, la cual no puede evitar verse distraída por el ritmo de las pulsaciones que involuntariamente podía traducir.
―Supongo que eventualmente mi subconsciente se permitirá a sí mismo expresarse en tiempo pasado. Ya que mi cuerpo es débil y aun no puede alinearse con mis obstinados pensamientos y delata sin más este no correspondido error humano.
A Sanders le invade la culpa, no solo por involuntariamente exponer los sentimientos de Holmes así, si no que debido a que era muy probable que sus pulsaciones se alinearan con las de él en ese preciso momento. Sherlock se suelta del agarre y se alza, ella le imita, casi con un dejo de desesperación y no puede evitar ofrecer su muñeca izquierda.
―Así estaríamos a mano.
Holmes respira profundo y exhala lento mientras observa hacia el techo con ambas manos dentro de los respectivos bolsillos de su pantalón. Sanders traga pesado, atenta, pero él es pronto en darle la espalda con la intención de dejar la sala. Sabía muy bien que entre ellos nada volvería a ser como antes y que de él no dependía realmente.
―Este es el único misterio cual prefiero dejar en las sombras. Buenas noches.
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. .
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Para les interesadis el caso de los dos últimos capítulos están inspirados en el cuento "El Misterio del Valle de Boscombe" de Arthur Conan Doyle.
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