31 | Diamonds are a sister's best friend |Parte III|

Alice conduce a toda velocidad por la carretera hasta la mansión de sus clientes, pero, al llegar se encuentran con la ingrata sorpresa de que ningún miembro de aquella familia se encontraba en el lugar y Hammond no respondía a su teléfono móvil.

―¿Dónde están todos?

―En el hospital, señor ―contesta el elegante mayordomo luego de permitirles entrar hasta el salón de invitados de la mansión―. Lady Amelia Grandferrel sufrió un grave infarto. No he recibido más noticias sobre su estado de salud...

―¿Puede decirnos en qué hospital? ―pregunta la chica esta vez.

―No... Lo siento. Me pidieron expresamente que mantuviera el secreto debido a la prensa y otros posibles inconvenientes.

―Nosotros no somos la prensa.

―Lo sé, pero aun así no estoy autorizado para revelar el hospital privado en que se encuentran ―insiste solemne―. Tomaré su recado si desean.

―Necesito que el señor Hammond me contacte de inmediato ―espeta el detective.

―Se lo comunicaré a penas le vea.

―Gracias, muchas gracias ―dice la joven antes de echarse a correr tras Sherlock a través del corredor hasta la salida―. ¿Qué sucederá ahora?

―Esperar.

―¿Qué? ¿a qué, Holmes? Tú dijiste que alguien está en peligro...

―Si... ―responde pensativo pero indiferente de la humana urgencia―. Lady Amelia.

―¡TENEMOS QUE HACER ALGO!

―Ya es muy tarde.

―¿Qué...?

―Es una octogenaria, es obvio que no va a resistir.

―¡SHERLOCK HOLMES! ―grita Alice, ofendida debido a la falta de empatía. El detective sólo le ignora y sube al auto.

.



―¿Necesitas mi ayuda en algo? ―pregunta la chica afirmada junto al marco de la puerta, ello mientras el detective caminaba de un lado a otro dentro del 221B.

―No ―se detiene y continúa despectivo―, ¿para qué iba yo a necesitar algo de ti?

―Genial. Buenas noches ―Alice no duda un segundo en escapar de Sherlock hasta su propio piso.

La joven toma su celular, una toalla y su bata para ir a encerrarse al baño. Ilumina el lugar sólo con velas aromáticas y vierte diferentes esencias sobre el agua de la tina. Y así procede a relajarse con algo de música, ya que, eran realmente escasos los momentos de tranquilidad que tenía para sí. Siempre había algo que hacer, en un comienzo el responsable era Scotland yard, luego Mycroft y sus mandados, Molly y sus problemas amorosos o Holmes que le arrastraba a donde fuera con él y John. Una completa locura desde que llegó a Londres, pero, aunque exhaustivo, no creía arrepentirse de nada. La chica deja la tina para secarse y vestir su suave pijama; pronto se recuesta sobre su cama y comienza a revisar las notificaciones en su celular hasta que da con un mensaje que Riley le había enviado hace un par de horas.

«Mientras tú sales por ahí con el hermanito de tu jefe, yo estoy aquí trabajando. Me debes la vida, pero ya te dije que preferiría unas cervezas. ―Riley»

La chica ríe sonoramente y, en ese momento, recibe otro mensaje.

―Que no sea Mycroft... Que no sea Mycroft... ―susurra esperanzada y, para su sorpresa, el remitente era un número desconocido.

«Hola, soy Nicholas. No quiero incomodarte, sé que es casi media noche... Pero sólo quise escribir... Y, bueno... Eso, espero que hayas tenido un buen día. ―NH»

La joven se sorprende bastante y decide responder el mensaje, ya que, esa era la razón principal de por qué tenía un BlackBerry: Prefería sustancialmente escribir a hablar por teléfono.

―«Hola, no hay problema, acabo de llegar a casa y recibí tu mensaje, ¿todo bien?»

―«Oh... Estoy bien. Nunca pensé que responderías tan rápido. No quería preocuparte, es solo que... Es extraño. Estoy nervioso por este nuevo empleo. No se parece a nada que ya haya hecho.»

―«Te entiendo y realmente no sabes cuánto. La incertidumbre me está matando» ―miente, ya que, gracias al caso que investigaba con Sherlock, había olvidado por completo su nuevo trato con Mycroft.

―«Me tranquiliza, al menos, saber que no soy el único al borde del pánico jaja.»

―«¿Sabes? Estaba pensando invitar a Riley a unas cervezas la próxima semana, ¿te gustaría unírtenos?»

―«Oh... Yo no soy un gran bebedor.»

―«Siempre hay una buena excusa cuando hay buena compañía. Ya saldremos con algo ¡vamos!»

―«Bueno... Está bien. Me dejan saber.»

―«¡Por supuesto! Yo coordinaré todo y te escribo.»

―«Gracias. Buenas noches, Alice.»

―«Buenas noches, Nick.»


.


A la mañana siguiente, Alice va a trotar muy temprano por las calles de Londres. El frío aire matutino llena sus pulmones y los débiles rayos del sol primaveral se alían con las pozas de agua, dejadas por la tormenta del día anterior, para encandilarle de manera frecuente. Raramente, el flujo de gente a los alrededores no es tan denso, por lo tanto, la chica es libre para correr por los alrededores del parque Hyde. Así, después de veinticinco minutos y cuatro kilómetros de recorrido, la chica se detiene, de espalda algo inclinada y sosteniendo su peso con sus manos sobre sus rodillas, al parecer, se había sobre exigido aquella mañana; es por esa razón que decide pasar a la tienda a comprar algunas cosas para comer un llenador desayuno. Huevos, pan, leche, té y queso. Pretendía compartir con su vecino, aunque no por mera generosidad, por supuesto. La joven quería terminar el caso lo antes posible y sabía que Sherlock tenía ya la respuesta final, así que supuso que un par de carbohidratos lo convencerían de revelarle lo que había averiguado en su ausencia.

Sanders llega hasta la calle Baker y sube las escaleras hasta el segundo piso. Aunque, para su sorpresa, la puerta principal está abierta. La chapa parecía forzada, pero no le da mayor importancia por el momento, se trataba del hogar de Holmes después de todo.

―¿Sherlock? ―llama la chica y nadie responde―. Que bastardo más perezoso... ―ella va hasta la cocina y deja las compras sobre la mesa, para después activar el hervidor de agua―. Holmes, levántate ya... ―grita nuevamente, pero nadie responde.

Y, después de unos minutos, la chica ya tenía listo el desayuno, por lo tanto, decide finalmente ir al cuarto del detective; aunque, al abrir la puerta descubre, sin embargo, que el lugar estaba vacío. Ella frunce el ceño fastidiada y resignada.

―Más comida para mí ―gruñe para sí misma cruzándose de brazos. Aunque, en ese momento, inconscientemente fija su mirada sobre una esquina de la habitación. El abrigo y la bufanda estaban ahí, cerca de la cama al igual que sus zapatos―. ¿Pero qué...? ―ella camina hacia el baño y nadie se encontraba ahí.

Es en ese preciso instante que, como si se tratara de una fatal y lúgubre epifanía, la chica recuerda con espanto la chapa forzada e intenta atar cabos sueltos en su mente; sabía ahora que algo andaba mal y ella se siente tremendamente inútil, ya que, no tenía pista alguna y aparente del posible paradero de Holmes.

La morena vuelve a entrar a la habitación del detective, y va en busca de alguna inmediata señal de su persona, pero, eventualmente, se sienta sobre la cama después de un rato, totalmente frustrada; sin embargo, pronto realiza que había algo bajo ella. Se levanta y descubre que era el laptop de Sherlock bajo las sábanas. Le abre y una página web de rastreo de artefactos móviles vía GPS aparece de inmediato. El email perteneciente a él estaba ya ahí, pero sólo había dos dígitos de la contraseña. La chica lo supo en ese instante, él había sido raptado e intentó dejar una pista. "El estudio en rosa", según lo que había leído en el Blog de John.

―Sabía que venían por él... No alcanzó a escribir toda la contraseña ¡MALDICIÓN! ―la joven se comienza a deshacer los sesos tratando de descubrir la posible contraseña, pero no puede pensar en nada, se sentía demasiado nerviosa para enfocar su concentración. Así que se para y comienza a escudriñar por todo el cuarto, en busca de alguna otra pista―. Detective consultor ―escribe, pero es incorrecto―. "Dos intentos restantes" ¡mierda...! ―Sanders sostiene su cabeza con ambas manos, exasperada. Sabía que el tiempo jugaba en su contra y tal vez ya era demasiado tarde para explicarle a Riley, quizá a esas alturas Holmes ya estaría muerto. En ese momento, como obra de magia, una nueva palabra se ilumina en su mente―. Redbeard ―teclea con cuidado... Resultando victoriosa. El mapa comienza así a cargar y a volverse cada vez más y más específico―. ¡Arribado a Clandorf Alley hace cinco minutos! ―lee la chica en voz alta y llama a Lestrade inmediatamente.

―¡Greg! Soy yo, Alice. Necesito tu ayuda, es urgente ¡Sherlock está en problemas!

―¿¡Qué!?

―Al parecer fue secuestrado... ―habla tan rápido que piensa estar a punto de perder la respiración―. Tengo la dirección.

―¡Dímela, iremos de inmediato!

―Clandorf Alley, 4000.

―¿Es en serio?

―Si... Localicé su teléfono celular vía GPS.

―Acabo de verificar la dirección en mi base de datos ―comenta con escepticismo el inspector policial―. Ahí se encuentra una fábrica procesadora de alimentos y carnes abandonada.

―¿Crees que lo convertirán en espagueti?

―No. Creo que pretenden despellejarlo como a un cerdo.

―¡DIABLOS!

La chica corta la llamada y corre hasta su departamento en busca de su arma, para después ir sin perder más tiempo hasta su auto. Así, mientras ella baja hasta el subterráneo de la calle Baker, su celular suena impacientemente. Ella lo ignora al principio, pero este no cesa.

―¿Diga?

―Buenas, habla Riley. Voy hacia tu departamento, necesito decirte algo.

―Riley, estoy en aprietos ahora. Te hablo después.

―¿Qué sucede?

―El Holmes menor está en peligro.

―¿Qué? ¿Dónde?

―En una fábrica abandonada, fue secuestrado.

―Dame la dirección, voy contigo, sé pelear.

Alice accede y conduce hasta la locación que le indicaba el GPS. Tan pronto como arriba se baja desde el vehículo y nota que no había señales de ningún oficial de Scotland yard hasta el momento. Así ella camina ansiosamente por el exterior del lugar y encuentra, tras unos grandes y descuidados arbustos, dos autos negros estacionados. Unos segundos después llega Riley.

―¡Mierda! ¿qué haremos? ―dice mientras saca un bate de béisbol desde el auto, amablemente brindado por su apresurado taxista quien no tarda en marcharse por donde llegó.

―Entrar.

La joven no lo piensa dos veces y se aventura dentro del deteriorado edificio, su colega le sigue de cerca. Todo estaba en penumbras a pesar del moderadamente despejado día a las afueras, ya que, las ventanas estaban tapadas con tablas de oscura madera, lo cual hacía casi imposible ver por dónde ir. Alice tensa la mandíbula. Sabía que si alguna de las dos usaba la linterna de sus celulares las podían descubrir casi de inmediato, por lo tanto, decide ir a ciegas con su arma por delante, apuntando hacia la oscuridad. Y, a medida que avanzan con cuidado, ruidos de voces eran cada vez más cercanos. Una luz al final del pasillo les llama la atención y se dirigen directamente a ella, cuidando pasar desapercibidas.

―... Se lo volveré a preguntar ¿dónde están las cartas, señor Holmes?

―No le incumbe, señor Foley ―responde con tono desinteresado el solemne detective.

―¡LAS CARTAS!

―¿Cartas? ―consulta el rizado con voz grave cual ocultaba una pizca de ironía en su tono―. ¿Qué cartas?

Pronto se escucha un fuerte chasquido de dedos y pasos acelerados por el lugar. Alice se arriesga y mira sigilosamente por la esquina del muro que la cubría. Así logra ver a Sherlock recostado sobre una banda de metal yaciendo completamente estirado, con sus extremidades encadenadas, próximo a una gran máquina procesadora. La joven ahoga un grito tapándose la boca con ambas manos cuando ve de que se trataba todo: El detective estaba a punto de ser mutilado por una sierra procesadora de carne. Riley da un salto sobre sus pies debido a la impresión que le causa la reacción de Alice y se aventura a mirar también, de esa manera, su curiosa expresión se ensombrece drásticamente.

―¿Algunas últimas palabras? ―dice Foley mientras pone una mano sobre una gran palanca roja.

―Me encargaré de que lo condenen a pena de muerte ―Sherlock responde con ácida calma.

―Sabe que no hay pena capital en Inglaterra... ―se mofa el hombre―. Nos vemos en el infierno, señor Holmes.

El hombre jala de la palanca y la cinta metálica comienza a moverse lentamente. Es en ese instante en que las chicas salen de sus escondites y Alice le dispara directamente al pecho a uno de los acompañantes del secuestrador. Mientras tanto, los otros dos secuaces van en su ayuda y ella junto a Riley corren directamente hacia ellos. Uno de los hombres saca una pistola, pero Greta alcanza a golpearle con su bate la mano en que la sostenía y luego le da en la cabeza; dejándole inmóvil sobre el piso.

La morena, en tanto, sigue con su carrera al rescate de Holmes. Sólo quedaba Foley y un ayudante, el cual corre en dirección a Riley. Alice logra darle en un hombro al secuestrador, pero este, derrotado y desesperado, se escabulle entre la oscuridad del lugar.

―¿¡SANDERS!? ―grita el aliviado detective, a duras penas levantando la cabeza debido al amarre de su cuerpo. La chica corre hacia donde estaba la palanca, pero estaba atascada y todas sus fuerzas no son suficientes para moverla. Por lo tanto, Riley llega ayudarla y ni siquiera de esa forma pueden cambiar la situación.

―¡MIERDA!

―¡Requete-mierda! ―complementa la joven rubia―. Hola, por cierto, soy Riley ―saluda con un casual ademán de su cabeza al impaciente detective quien avanzaba en la banda metálica hacia su segura y escabrosa muerte.

―¡La fuente de poder, electricidad! ―grita Holmes.

Ambas jóvenes se echan a correr por el lugar, viendo a duras penas con las linternas de sus celulares. Los segundos pasan con una rapidez sobrenatural y Sherlock se acercaba más y más a la sierra. Alice, quien corre de un lado para otro pronto, cae estrepitosamente sobre el piso; y, al alzar la mirada, milagrosamente nota que en frente de ella está la caja de energía de la fábrica, por lo tanto, así se apresura hacia ella.

―¡Está cerrada! ¡RILEY, TRAE TU BAT!

Greta se apresura hacia ella y golpea fuertemente, logrando así abrir el contenedor. Alice baja raudamente la palanca y todo se detiene. Ambas corren de vuelta a Holmes para comprobar que estuviese a salvo: Gracias a ellas él evitó solamente por centímetros de ser cortado en dos.

¡SCOTLAND YARD! ¡MANOS EN ALTO!

Sherlock bufa irritado y sonoramente, logrando con éxito captar la atención de Greg.

―¡Qué oportuno, Lestrade! ―espeta con desdeñoso sarcasmo―. Pondría mis manos en alto, pero... Ya verás, estoy encadenado.


.


James Glanston Foley Jr. Viudo de Dominique Grandferrel. Tuvo un corto amorío con la joven Magdalena Pinciotti, hija de Génova ―comenta Holmes―. El señor terminó obsesionándose con la chica, la cual, al terminar todo vínculo con él, fue amenazada de muerte y acosada hasta el cansancio. En aquel mismo periodo salió a la luz la relación que Génova y Sir Grandferrel tenían desde hace más de treinta años. Por lo tanto, también se supo una verdad abrumadora que cambiaría el destino de todos. Magdalena también era una Grandferrel.

―¿Qué? ¿cómo sabes todo eso? ―pregunta Alice, la cual estaba sentada entre el detective y Riley frente del escritorio de Greg en Scotland yard.

―Al principio, como todos los medios de comunicación, sólo lo sospechaba. Pero, luego de invadir la casa de Pinciotti contigo. Encontré las pruebas de ADN pertinentes, las cuales eran de cuatro diferentes laboratorios. No había duda alguna que Magdalena si pertenecía a aquella familia.

―¿Qué hay de los asesinatos tan elaborados?

―Venganza ―dice como si fuese obvio―. Tras la muerte de su amada, cegado por su enferma obsesión y avaricia, decidió asesinar a las tres responsables de que a la joven se le hayan cerrado las puertas de un posible futuro. El diamante fue sólo un simbolismo, ya que las hermanas Grandferrel fueron las que lucharon más férreamente en contra de que su hermana, no legal, recibiera algo de dinero o cualquier cosa. Haciendo que, debido a la precaria situación monetaria de la familia Pinciotti después del despido de ambas, Magdalena muriera sin más, ya que, no pudo financiar un tratamiento de mejor calidad en contra del cáncer que la aquejaba.

―Que bastardas... ―musita Riley con disgusto.

―Exacto. Y Foley nunca amó a su esposa, él estaba atado a un matrimonio por conveniencia. Por lo tanto, no le fue difícil asesinar a aquellas hermanas y luego a Lady Amelia Grandferrel. Su meta era eliminar gradualmente a todos los posibles herederos, pero yo me interpuse en su camino ―finaliza el detective con una sonrisa burlona.

―¿Tienes pruebas de todo aquello?

―Por supuesto, están en mi apartamento ―el moreno se alza seguro sobre sus pies―. Envía a tu oficial menos irritante por ellas y asegúrate que Foley reciba la pena de muerte.

―Absolutamente ―responde Lestrade observándole extrañado.

Holmes, Sanders y Riley dejan el edificio y caminan hacia el estacionamiento de Scotland Yard; así, Sherlock automáticamente se dirige hacia la puerta del copiloto, pero Greta le gana el lugar.

―No te molesta ¿o sí? ―le pregunta la rubia al ofendido rizado, y, sin esperar una respuesta, sube cerrando la puerta junto a ella. Holmes le fulmina con la mirada y se sienta en la cabina trasera del vehículo a regañadientes. Alice por su parte, sólo ríe para sus adentros.

―¿Sobre qué quieres hablar conmigo, Riley?

―Sobre nuestro primer "proyecto", querida. Pero debe ser en privado ―responde entrecerrando los ojos en dirección a Sherlock por el retrovisor, el cual responde de igual hostil forma. Después, ella vuelve su mirada para escribir en su celular―. Le escribo un mensaje de texto a Nicky... ¿Importa si nos reunimos en tu hogar?

―No, no en absoluto.

Los tres llegan hasta la calle Baker y Holmes entra directamente a su apartamento, pero se alarma cuando Alice no le sigue. Por el contrario, ella continuaba subiendo por las escaleras junto a una risueña Riley.

―¿A dónde vas?

―A mi apartamento ¡duh!

―Pero necesito hablar contigo. Hay muchos detalles sobre el caso de los que no sabes ―reclama el detective frunciendo el ceño.

―El caso ya está resuelto. No me necesitas para nada ya ―responde la chica cruzándose de brazos y Holmes frunce los labios pensativamente.

―No, en realidad no.

Así es como, sin más, él cierra su puerta estrepitosamente frente a ellas. Greta ríe por la nariz y Sanders solo rueda los ojos ante aquella escena. Las mujeres arriban finalmente departamento y se desploman sobre el sofá doble. Eran las ocho de la tarde y la chica, quien había ido a trotar por la mañana, aun llevaba puesta la misma ropa deportiva.

―Siéntete como en casa, Riley. Iré a tomar una ducha y cambiarme de ropa.

La rubia asiente y enciende el televisor. Así, después de treinta minutos, Sanders ya estaba lista y, cuando va de vuelta a la sala, no puede evitar preguntarse cómo era posible que Riley fuese una agente prodigio experta en su campo. La hacker comía patatas fritas a puñados, mientras sostenía una cerveza en su otra mano y reía sonoramente mientras veía Toy story en Disney channel. Nick, quien al parecer había llegado hace poco, ya que, aún llevaba su chaqueta puesta, contrario a la chica, estaba sentado derechamente junto a ella con una expresión de genuina incomodidad.

―Nick ¡ya estás aquí! ―se alegra y él sonríe tímido―. ¿Algo para beber?

―Oh, un té. Gracias.

―Sé un macho como yo y toma cerveza ―espeta Riley sin despegar su vista desde la tv.

―No me gusta beber, gracias.

Alice ríe por lo bajo y sirve el té, para después sentarse cerca de sus colegas. Greta, al notarlo, apaga la tv y su expresión cambia drásticamente.

―Bueno, los cité a ambos debido a que tenemos en la mira a un sospechoso magnate, el cual pretende entrar al mercado financiero británico durante el próximo mes ―ella se pone de pie y camina a paso seguro por alrededor del lugar con la mirada de Hardy y Sanders en ella―. Se trata de la compañía A.L.I.V.E, de origen alemán y que ha tenido un gran éxito en Norte américa, Asia y parte de Sudamérica. Pero, no podré seguir informándoles sobre esto, si el Holmes menor no deja de espiarnos ―dice repentinamente y abre la puerta principal. Sherlock queda petrificado y sin saber cómo reaccionar, pone ceremonialmente ambas manos tras su espalda baja para alzar su barbilla con digno semblante.

―¡Sherlock, vete de aquí! ―grita Alice desde su sofá individual junto a la apagada chimenea, pero el detective la ignora, entrando al lugar y sentándose sobre un sofá vacío en junto.

―Me quedo.

―Está bien ―Riley alza una petulante ceja y cierra la puerta―. Si no fueras el hermanito de Mycroft, ya te hubiera echado de una sola patada en el trasero. Sólo debes prometer que no te involucrarás. Son temas del gobierno, por lo tanto, un detective privado...

―Consultor ―le corrige un cortante Holmes y Hardy parece más incómodo de lo normal.

―Como sea. Ello nos podría delatar, resultando la muerte para nosotros y una vergüenza para el gobierno y blah blah blah ―espeta la hacker moviendo exageradamente las manos frente a ella.

―Está bien. No me mezclaré con sus asuntos. Sólo deseo saber de qué se trata.

―Entonces, como decía ―retoma la joven―. La empresa A.L.I.V.E ha experimentado un crecimiento desmedido desde su fundación hace dos años. Superando las expectativas de lo posible de manera bastante increíble. Por lo tanto, es nuestra misión descubrir de qué se trata todo aquello, si esa empresa es digna de confianza o si forma parte de una organización criminal o de narcotráfico para lavado de activos.

―¿Cuándo comenzamos? ―pregunta Nick, sin despegar la vista periférica desde Sherlock, intermitente y nerviosamente.

―La próxima semana ―anuncia la rubia y se voltea hacia Sanders―. Alice, ahí es cuando tus "súper-poderes" persuasivos entrarán en acción y... Quizá un poco más. Dudo que Mycroft te haya contratado sólo por lo interno ―dice una irónica Riley mientras busca algo en su celular y se lo entrega a su colega―. Él es Sebastián Moran, el CEO de A.L.I.V.E.

―¿Es una broma? ―pregunta Alice, incrédula y gratamente sorprendida.

―No, claro que no... ―niega la ceñuda rubia―. ¿Por qué lo sería?

―... Debería ser ilegal ser así de sexy... ―continúa la morena casi sin aliento y con sus enormes ojos clavados en la foto.

Holmes y Hardy, curiosos, se acercan a Sanders para ver la imagen con más detalle. Sherlock bufa despectivo.

―Él luce común ―agrega sin darle importancia y Alice hace una mueca incrédula, lo cual le irrita―. Mi hermano debió buscar a una persona mejor calificada y que pensara con la cabeza en vez de... ―el reproche del detective es interrumpido por un golpe en la nuca que Alice le propina sin más. Él responde de igual hostil manera.

―Oh... si es bastante guapo... ―agrega Nick en voz baja, ello para la sorpresa de todos.

―Todos estamos de acuerdo en eso... Y dudo que Alice tenga baberos ―dice Riley, resignada.

―¿Estás bien de la cabeza? ¿No se supone que es un sospechoso? Además, es bastante viejo... ―espeta Holmes con una expresión de disgusto―. Calculo que debe rondar los cuarenta y cinco.

―Sherlock sólo tiene ojos para John ―ríe Alice y el detective la empuja haciendo que ella caiga sentada sobre el piso con la instantánea del empresario a su lado.

―Viejo para ti, idiota, aun no cumples treinta. A eso me refería ―le regaña áspero―. Pareces una adolescente. Sé digna.

―Como sea ―interviene Riley―. Yo también babearía por Moran si fuese mi tipo, pero deben saber que es el empresario más hijo de perra del que yo tenga conocimiento.

―¿Por qué?

―Aparte de ser un genio de los negocios, es un casanova, machista, republicano y bueno, todo lo malo que puedan imaginar...

―Corrompido por el poder y el dinero, supongo ―deduce Holmes.

―... En parte si, querido ―concuerda―. Según mis investigaciones, desde muy pequeño que ha tenido aptitudes extraordinarias pero problemáticas. Nació en Irlanda en 1967, pero vivió su infancia y adolescencia en Alemania, el país de su madre. Estudió hasta los dieciocho años en el internado de elite Von Hammersmark y, al graduarse, volvió a vivir a Irlanda junto a su padre. Estudió finanzas y administración en Oxford y luego, cuando comenzó el conflicto con Irak y Afganistán, se enlistó en el ejército británico. Fue designado a Irak y ahí se desempeñó como francotirador. Tanto fue su nivel de experticia, que pronto fue promovido como Capitán de su propio escuadrón. Después de una polémica misión suicida, fue destituido y devuelto a Alemania. Es ahí cuando, desde la nada misma, nace el gran imperio de A.L.I.V.E.

―¡Vaya!

―Exacto.

―¿Cuándo es la reunión, Riley? ―pregunta un ansioso Nick.

―El lunes por la tarde ―dice agotada―. Así que, lo siento, chicos, pero tendremos que postergar lo del pub para otro día.

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