30 | Diamonds are a sister's best friend |Parte II|
―¿Segura de que no le tienes miedo a las agujas? ―consulta Molly con tono maternal.
―Segura ―insiste Alice con su brazo izquierdo al descubierto de su, aún, húmeda ropa.
―...Porque yo sí. Odio las agujas con todas mis fuerzas.
―Molly... Tú eres una forense, se supone que trabajas con esas cosas cada día...
―Sí, pero no soy yo a quien pinchan y cortan ―dice acompañada de un ligero escalofrío.
Así, Hooper procede a inyectar a Sanders, a la cual le sorprende lo indoloro de la situación. Ambas vuelven pronto al laboratorio en donde Sherlock se encontraba examinando los tres cuerpos relacionados al caso y la morena, deseando mantener su distancia porque aún continuaba algo mareada debido al accidentado viaje, le observa un par de pasos al costado.
―¿Alguna novedad, Holmes?
―Nada explícito hasta el momento ―responde el evasivo detective mientras escanea minuciosamente los cuerpos y heridas de aquellas difuntas mujeres con su lupa de bolsillo.
Aburridas, las chicas cruzan miradas.
―Alice, luces abatida... ―se lamenta la forense―. ¿Quieres un café?
―Claro. Sólo con una de azúcar, por favor.
―¿Sherlock? ―se voltea a preguntarle al concentrado detective.
―Sí, gracias. Neg...
―Negro, dos cucharadas de azúcar. Lo sé ―completa Molly con una brillante sonrisa y abandona el lugar. Sanders, por su parte, no puede evitar sentir un poco de lástima por la forense.
De esa manera, un par de segundos pasan en sepulcral silencio, ello hasta que Sanders, luego de ajustar la venda sobre su mano herida, estornuda repentinamente y Holmes levanta su mirada al instante, algo molesto.
―Lo siento.
―Te dije que no debías estar expuesta a un ambiente cálido si llevas puesta ropa mojada. Tus pulmones comenzarán a traicionarte ―Alice le ignora y se acerca para observar más detalladamente a los cadáveres.
―Ni que tuvieras tanta suerte de verme con menos ropa, Holmes... ―él pone los ojos en blanco y, para su desgracia, ella vuelve a estornudar.
―¡MUÉVETE O CONTAMINARÁS TODO! ―le grita un enfadado Sherlock.
La chica abre sus ojos inmediatamente y se aparta para detenerse a un costado de la puerta.
―... Aquí tienes tu café, Alice.
―Gracias, Molly... ―contesta para pronto volver a estornudar.
―Oh... Deberías cambiarte de ropa. Necesitas secarte ―sugiere la forense mientras le entrega su respectiva taza a Sherlock.
―Lo sé, si tan solo ALGUIEN me dejara volver a Baker Street para cambiarme... ―y la morena nuevamente estornuda.
―No nos iremos hasta encontrar algo ―refuta cortante y con la mirada fija en su lupa.
―No le veo el caso a que yo esté aquí. Aparentemente no hay nada en lo que yo te pueda ayudar por el momento... ―un nuevo estornudo.
―Eso no importa en realidad.
Otro estornudo.
―Te puedo dejar las... ―estornuda―... Llaves y...
―Molly, ―bufa el ya harto moreno. La distraída forense le dirige su brillante mirada―. Dale la llave de mi casillero a Sanders.
―Eh... ¿Qué?
―Coge algo de ropa para que te cambies y no tardes ―le instruye a su compañera―. No necesito a un cuarto cadáver.
La joven rueda los ojos en respuesta y sigue de malas ganas a Hooper por un largo pasillo hasta llegar a los camarines del personal del hospital.
―¿Cómo es que Holmes tiene un casillero propio? ¡ni siquiera trabaja aquí!
―Bueno... Yo se lo conseguí, verás... ―intenta justificarse con evidente timidez―. Él pasa mucho tiempo en la morgue, necesita donde guardar sus cosas...
―Te tomas muchas molestias por él y ni siquiera acostumbra a agradecerlo como corresponde ¿no crees? ―Molly sólo suspira tristemente y se encoge de hombros.
―Este es su casillero.
―Gracias.
La chica queda a solas en el camerino, y observa curiosa el contenido del compartimento de Holmes. Como era de esperarse, todo era muy pulcro y ordenado, ello casi simétricamente...
―Hola, TOC... ―susurra para sí misma con un dejo de ironía.
El contenido del casillero se limitaba a un traje negro de dos piezas, un abrigo, una bufanda azul marino, dos camisas, un cinturón de cuero negro y un par de zapatos de igual color, ello además de documentos, probetas y químicos con sus respectivas etiquetas. Alice opta por tomar una camisa blanca que le llega hasta la parte media de sus muslos; lo cual no era de extrañarse, Holmes le sacaba más de trece centímetros de ventaja en estatura. Ella pronto amarra el ceñidor alrededor de su cintura y acomoda todo en su lugar. A simple vista parecía un corto vestido de primavera. Finalmente, se enrolla la bufanda al cuello y toma el largo abrigo para protegerse del frío cuando salieran del lugar.
De esa manera, la chica va a dejar su ropa mojada hasta el auto en donde Holmes había dejado la propia y pronto se devuelve al laboratorio de análisis junto a su compañero. Ella toma asiento cerca de él y Sherlock, sin levantar la mirada desde su microscopio, comienza a revelar sus deducciones hasta el momento.
―... Debido a que las tres mujeres no tienen ningún rastro de haber peleado, sido golpeadas o forzadas. Aseguraría que el asesino es alguien a quien conocían, alguien a quien no respetaban ni temían.
―Suena lógico...
―Por supuesto que sí, yo lo dije ―la chica bufa aburrida.
―Bueno... Entonces ¿el asesino sólo les tenía rencor a esas tres hermanas? ¿no crees que volverá a asesinar a otro miembro de la familia Grandferrel?
―No.
―¿Por qué?
―Ya obtuvo su venganza y su ganancia ―refuta como si fuese obvio.
―¿Y de qué se trataba todo ese simbolismo, entonces?
―Quería hacerles entender, a la familia en cuestión, que nunca debieron hacer lo que sea que le hicieron.
―¿Que no debieron meterse con la persona equivocada?
―Exacto.
Alice asiente lentamente, considerando la información y comprendiéndola con calma, pronto creando sus propias conjeturas.
―Tú dijiste que posiblemente fue un familiar... Tal vez un primo o prima... No lo sé, ¿un hijo no reconocido? ...
―¡EXACTO! ―exclama el entusiasmado detective casi saltando sobre su asiento; pero, deteniéndose en seco al ver con molestia a la chica usando su ropa―. Te dije que tomaras "algo", no todo el contenido de mi casillero.
―Era "esto'" o volver a la calle Baker.
―... El señor Grandferrel, como todo hombre con complejos de poder, tenía una debilidad por las mujeres ―cuenta exitosamente cambiando de tema.
―¿Tuvo un hijo fuera del matrimonio?
―Precisamente. Con su sirvienta más leal cual trabajó quince años para su familia.
―¿Cómo lo sabes?
―Ya te lo dije, hice mi tarea ―asegura inclinándose con suspicacia sobre su puesto―. Cuando me contactaron por primera vez busqué todos los datos posibles sobre aquella familia, y, una de las primeras cosas que apareció online fue el gran escándalo público en la que esta se vio envuelta hace un par de años.
―¿Escándalo?
―Si. La sirvienta, la señora Genova Pinciotti, demandó a Sir William Grandferrel por manutención alimenticia para su hija, Magdalena, de diecisiete años en ese entonces. Obviamente, él lo desmintió todo y falsificó la documentación a su favor, siendo así su contrincante derrotada públicamente en la corte ―narra con rapidez―. Y, en febrero, Magdalena Pinciotti perdió su batalla contra el cáncer. Tenía leucemia.
―¿Quieres decir que Pinciotti cometió el múltiple asesinato? ¿cómo es posible que alguien con tan pocos recursos haya podido llevar a cabo algo así de elaborado?
―Sí, ya lo consideré, es por eso que también sé que tuvo algo de ayuda ―comenta satisfecho―. Uno de los presentes en aquel salón durante la mañana.
―¿Qué...? ¿cómo...?
―La respuesta está frente a tus ojos, Sanders ―le reprocha―. Como siempre ves, pero no observas.
―... La función de las reacciones explícitas es encubrir una verdad implícita... ―dice pensativa bajo una disimulada, pero orgullosa mirada de su acompañante. Así, después de unos cuantos segundos cae en cuenta de lo que el detective implicaba―. Ira... ¡OH, HOLMES, ERES UN MALDITO GENIO! ―la joven brinca sobre su asiento y él no puede evitar sonreír satisfecho―. ¡Ahora sólo necesitamos pruebas!
―Eso nos lleva a nuestra tercera locación.
.
Los colegas caminan por uno de los barrios más desposeídos de lado este de la ciudad. Y, para su suerte, no llovía o había personas transitando las calles de aquel frío y sombrío lugar. Alice observa con pesar el contraste que había entre el centro de Londres y aquella pequeña localidad. Pero no le sorprende en realidad; incluso en uno de los países más desarrollados del mundo era posible encontrar esta gran brecha económica que los medios insistían en ocultarle al resto del planeta.
Inesperadamente, Holmes le jala desde el brazo y ambos se ocultan al costado de una casa.
―Aquella es la señora Pinciotti ―susurra.
Una demacrada mujer, de aproximadamente unos cincuenta años, sale a toda prisa de su hogar y sube a su viejo auto oxidado, para después desaparecer calle abajo. El detective le señala a Sanders con un ademán de su cabeza que sigan adelante. Así, ambos caminan sigilosamente por los alrededores de la propiedad, llegando pronto hacia la puerta trasera de la casa, aunque, obviamente, estaba cerrada. Por lo tanto, ellos intentan abrir todas las ventanas, pero el único punto de acceso disponible era un tragaluz lateral que estaba a un metro ochenta desde el piso y era la mitad de ancho de una ventanilla normal.
―Yo subo primero.
―No. Me dejarás afuera ―niega con un susurro la defensiva joven.
―No lo haré.
―Sí, lo harás ―el detective bufa irritado―. Si no me ayudas a entrar contigo... ¡Gritaré!
―No lo harías...
―Pruébame ―Sherlock entrecierra los ojos. La joven inhala y abre simultáneamente la boca como si fuese a chillar con todas sus fuerzas.
―¡NO! Shssst... ―pretende taparle la boca cuando le empuja en contra de la muralla, vigilando por sobre su hombro―. ¿Sabes que eres un maldito estorbo?
―Tu requeriste mi presencia aquí. Reconoce que sin mi o John no puedes vivir... ―Alice le guiña un ojo y Holmes, ofuscado, decide ignorarle. Toma impulso, entra y, después de un par de segundos, saca su torso por donde se escabulló.
―¿Entrarás? ―susurra gravemente―. No tenemos todo el día.
Alice salta, se aferra a las manos de Sherlock y él la atrae exitosamente hacia la ventana, pero, cuando el torso de la chica está adentro, la camisa queda enganchada dejando a la mitad de su cuerpo colgando afuera.
―¡Maldición! ―la joven comienza a patalear y Holmes le sigue tironeando con desmedida fuerza―. ¡DETENTE, ESTOY ENGANCHADA! ―el detective hace caso omiso a la advertencia y continúa con más fuerza, así ambos caen disparados sobre el piso de fría madera―. ¿¡QUÉ TE DIJE!?
―¡Oh cállate!... Arruinaste mi camisa ―se queja al verle tirada junto a él―. Tú registrarás el primer piso. Yo, el segundo.
Holmes se alza de un salto y desaparece por las escaleras. La chica, por su lado, comienza a revisar la pequeña y desordenada planta baja de la casa. Busca en cajones, bajo los sillones, el baño e incluso la alacena; pero nada. Lo único que había por todo el lugar, aparte de cartas de condolencias y fotos de su hija, eran recibos de cuentas vencidas que variaban desde quimioterapia, hasta la luz, el gas y el agua.
La chica no puede experimentar otra cosa que no sea tristeza e incredulidad respecto a la participación de aquella mujer en dichos crímenes, pero, aun así, faltaba atar cabos sueltos. De pronto, el rugido de un motor le alerta y luego este se apaga. Alice se apresura hasta el frente y nota por la ventana principal que se trataba de la dueña de casa y un acompañante los cuales se bajaban del vehículo. Así es como la morena se apresura al segundo piso en busca de su colega.
―¡Sherlock!... ¡Sherlock! ―el detective asoma su cabeza desde una habitación y la chica corre hacia él―. Ella... Alguien más... Están aquí.
Ambos oyen que la puerta principal es abierta y se apresuran dentro de aquel cuarto en el cual Holmes estaba anteriormente investigando.
―¿Qué haremos?
―Escondernos ―susurra devuelta el detective.
Ambos miran hacia todos lados. El cuarto que ahora invadían perteneció, aparentemente, a la joven fallecida y sólo tenía una cama americana y cajones sin armario.
―¿Y ahora qué? ―Sherlock camina sigilosamente hacia un gran baúl cerca de una ventana, el cual sólo tenía un par de hojas en su amplio interior.
―Perfecto.
―¿Estás bromeando? ―él alza ambas petulantes cejas en su dirección.
―Yo encontré este escondite. Buena suerte encontrando uno propio. Mándale mis saludos a Lestrade cuando te apresen por invasión a propiedad privada ―dicho aquello, se mete de espaldas dentro del baúl haciendo mucho ruido al cerrarlo.
―¿¡Pero, qué!? ―pasos se escuchan cada vez más próximos y la joven, sin pensarlo dos veces, entra al escondite del detective.
Así, atrapados en aquel ínfimo espacio para dos cuerpos adultos, ambos se mantienen en silencio. Alguien entra a la habitación, camina alrededor en ella y deja algo sobre el baúl. Para, después de un par de interminables minutos, marcharse sin cerrar la puerta.
Los colegas respiran aliviados y pretenden compartir una mirada cómplice, pero, recién en ese instante caen en cuenta de la comprometedora posición en la que se encontraban. La chica estaba apretujada sobre el detective, con una pierna a cada lado y las manos sobre su pecho. De igual forma, Sherlock, quien había sido pillado de sorpresa por Alice, trató de evitar instintivamente un golpe, pero terminó dejando una mano contra el abdomen de la chica y otra en un lugar no correspondido.
―Sherlock... Este no es el momento para hacer conocidas ese tipo de intenciones... ―ella acerca su cara para susurrarle aún más bajo al oído―. ¿Podrías sacar tu mano desde mí...? ―la joven puede sentir como todo el cuerpo del detective se tensa al caer en cuenta de lo que ella implicaba y este, como un torpe reflejo, quita la extendida zurda desde el pecho izquierdo de la chica. Golpeándose los nudillos en contra del baúl de madera―. ¡No hagas ruido!
Un largo rato pasa y aun se sienten pasos cerca. Los colegas no saben cómo actuar. Si salen, cabe la posibilidad de que los maten o los apresen. Y, aunque ninguna de las dos opciones podría ser fácil para la dueña de casa, para poder llevar efectivamente la investigación, los sospechosos no debían saber que eran vigilados.
―¿Traes tu teléfono contigo?
―No.
―Lo debí imaginar ―el detective comienza a deslizar su mano derecha hasta el bolsillo de su pantalón, pero pronto se pilla con el suave interior del muslo de Alice y se espanta debido al disgusto de aquel íntimo roce.
―Es sólo un muslo, Holmes ―reclama al notar la incomodidad de la que él era presa a causa de la indeseada proximidad física entre ambos―. No quedarás embarazado debido a ello.
―¿Por qué no te pusiste pantalones?
―Eran gigantes, se me hubiesen caído... ―se justifica―. Debo reconocerlo, tienes un gran trasero ―el detective la golpea con su puño sobre el mismo pecho en que le había tocado sin querer y ella se tapa la boca debido al dolor, para luego jalarle sin piedad el cabello a Holmes.
―¡Basta! ―se vuelven a escuchar sonidos en las cercanías.
―¿Por qué tienes el celular en el bolsillo de tu pantalón si siempre lo sueles cargar en tu chaqueta?
―Guardé evidencia dentro del bolsillo de mi chaqueta.
―¿Qué encontraste?
―La siguiente pista y la posible resolución del caso ―Alice asiente, comprensiva, así que desliza suavemente su mano por la cadera de Sherlock. El alarmado detective se siente ultrajado por ella―. ¿¡QUÉ HACES!?
―¡Hey, cálmate! ―enfatiza mirándole directamente a los ojos cuando nota que él sujetaba su muñeca con fuerza―. No abusaré de nuestra confianza. Se me ocurrió una idea y funcionará sólo si es que logro sacar tu celular desde ahí ―el detective entorna sus ojos, desconfiado, pero finalmente asiente una sola vez y ella a duras penas saca el teléfono desde el bolsillo del pantalón sin desconectar su mirada con la de él―. ¿Ve? Su dignidad sigue a salvo, señorito Holmes ―él bufa irritado y desvía la enojada vista un par de segundos mientras ella logra conectarse a internet y enviarle un mensaje a Riley.
«Necesito de tus talentos, estoy en problemas. Por favor hackea algo y averigua el número telefónico actual de Génova Pinciotti, ex sirvienta de la familia Grandferrel. Inventa algo para que salga inmediatamente de su hogar. ―AS»
En menos de 15 segundos le es respondido el mensaje.
«Invasión a propiedad privada, imagino. ¡Qué entretenido! Me debes un par de cervezas por esto. –Riley»
―¿A quién le enviaste ese mensaje? ―consulta curioso mientras leía de arriba abajo desde la pantalla. Alice se mantenía cómodamente recostada sobre el pecho de él.
―A Riley, mi nueva colega...
―¡Trabaja para Mycroft!
―Yo también lo hago, no es la gran cosa ―dice con desdén―. El gran hermano te observa de todas formas. Ahora cállate.
El detective pretende discutir, pero, en ese instante, el teléfono de la casa suena, así que la chica se apresura a poner una mano sobre la boca de Holmes para que no emita sonido alguno. Y, después de unos minutos, escuchan un portazo pronto seguido de un auto cual acelera a toda velocidad por la calle. De esa manera, ambos son finalmente libres y salen de inmediato desde el escondite para apresurarse fuera de la casa por donde originalmente entraron.
―¿Hacia dónde ahora, Sherlock? ―pregunta Alice mientras enciende el motor de su vehículo.
―A la mansión Grandferrel. Al parecer yo estaba equivocado en ciertos aspectos.
―¿En qué?
―La señora Pinciotti no tiene nada que ver en esto ―agrega con la mirada fija en la casa de la mencionada, cual veía desaparecer a través del espejo retrovisor―. Y sí, alguien perteneciente a esa adinerada familia está en inminente peligro.
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