28 | No Privacy
Una extrañamente cálida mañana le da la bienvenida a Alice quien se levanta muy temprano a pesar del cansancio, ello solamente con el objetivo de ir a dejar a John y Sarah al aeropuerto. La pareja, la cual iba y venía cuando se trataba de estabilidad emocional, ahora finalmente lucía feliz y conforme, ya que tendrían un buen merecido tiempo de calidad para ellos completamente a solas.
―¿Ambos llevan sus pasaportes?
―Sí, mamá ―responde Sarah entre risas.
―Doce días... ―suspira agotada cuando ya se acercaban al punto de embarque―. ¿No creen que es demasiado? ¿qué haré yo sin John en la calle Baker?
―Tendrás que sobrevivir como lo has hecho hasta el momento, Alice. Además, creí que ya habías ganado experiencia siendo la niñera de Sherlock... Incluso me atrevería a decir que se llevan mejor de lo que esperaba ―comenta con irónico y tranquilizador tono―. Superado eso, ya puedes enfrentar cualquier cosa...
―Si... Claro... ―replica la aludida rodando los ojos―. No se les ocurra volver sin fotos de La comarca. Sobre todo, tú John, que estás en deuda por dejarme y te pareces bastante a Bilbo Bolsón, por lo tanto, como paga, debes posar en un pórtico y fumando una larga pipa.
―Ya comenzarás con eso otra vez...
―¡Es verdad, te pareces al actor que lo interpreta en el cine! ―coincide Sarah de pronto.
―No... No lo hago.
―Si, lo haces... ¡¿Cómo no lo había notado antes?! ―exclama su novia con sorpresa ante el ceñudo semblante del doctor.
«El vuelo 398 con destino a Wellington, Nueva Zelanda, está próximo a despegar...»
―Que tengan un buen viaje ―la chica abraza brevemente a la pareja y les contempla marcharse hacia el punto de embarque.
Y, como si se tratase de magia, Mycroft le envía la dirección de su nuevo lugar de empleo en ese preciso instante. Alice supone de inmediato que lo más probable era que el mayor de los Holmes la estuviese vigilando desde alguna de las cámaras de seguridad del aeropuerto, ya que John le había contado que él solía hacerlo, espiar a los demás debido a un complejo de poder. Por lo tanto, la joven busca con su mirada periférica los puntos de vigilancia, pronto encontrando una cámara y levantando su dedo del medio en el aire, para luego salir del lugar a paso seguro.
Alice conduce hasta la dirección que le fue enviada vía mensaje de texto y un gigante de cristal se presenta en su camino. La joven se sorprende bastante por la infraestructura de aquel edificio llamado "Leadenhall", cuál era la construcción más grande de todo el Reino Unido y en donde ella trabajaría ahora.
La chica ingresa al ascensor y presiona el número treinta y dos como le indicaba Mycroft en su mensaje; así, cuando las puertas están por cerrarse, una mano se interpone en medio de ellas para impedirlo. Un muy alto y nervioso joven se integra, y, sin hacer algún tipo de contacto visual con Alice, se dirige hacia el tablero de comandos del elevador, de esa manera, al revisar la selección, titubea para luego pararse tensamente erguido mirando hacia el frente sin modificar nada.
La morena no puede evitar sentir curiosidad al respecto y le contempla, reconociéndolo vaga, pero efectivamente. El desconocido vigila a la chica de reojo y, luego, nerviosamente observa hacia la pantalla la cual indicaba que aún faltaban veintinueve pisos por subir.
―Disculpa, Hola... Soy Alice Sanders ―dice la joven estrechándole la mano. Él la mira con una mezcla de susto y sorpresa.
―Eh... Hola, yo... Yo me llamo, Liam... No, Nicholas Liam... Nicholas Hardy... ―recibe torpemente el saludo de la chica.
―¡Lo sabía! Seremos colegas. Ayer vi una foto tuya, Mycroft me la mostró y explicó que trabajaremos juntos.
―Sí, también a mi... Pero pensé que eras rubia...
―Lo era ―ríe cómplice, pero, al notar su incómodo semblante, no puede evitar consultar―. ¿Te sucede algo? Luces nervioso.
―Eh... ¿Yo? No, no, no...
―¿De verdad hiciste tu doctorado en Cambridge a los dieciocho años?
―Si...
―Vaya, eres todo un prodigio... Yo obtuve ese grado a los... Bueno, bastante más tarde ―el joven sólo sonríe incómodamente en respuesta y vuelve su mirada hacia donde los números de los pisos iban pasando―. No eres muy hablador ¿verdad? Mycroft me lo advirtió...
―¿Qué... qué te dijo sobre mí?
―Qué no tenías talento en el ámbito de lo social, pero que eras un genio con los números.
―Oh... ―se lamenta.
El elevador emite un sonido, el cual indica que ya habían llegado a su destino. Al abrirse la puerta, una chica la cual lucía aún más joven que Nicholas, les esperaba.
―¡Al fin!... ―exclama―. Síganme.
Ambos obedecen a la joven y son guiados hasta una sala de conferencias vacía en donde los recién llegados toman cómodo asiento alrededor de una pulcra mesa de conferencias.
―Buenos días. Mi nombre es G. Riley, solo díganme, Riley, debido a que mi nombre de pila es un secreto de estado ―comenta en tono autoritario la joven rubia mientras se pasea de un lado para otro―. Soy su maldita jefa y deben hacer lo que yo les diga. Si no cumplen los mataré lenta y dolorosamente... ―Nicholas observa aterrado la escena; por otro lado, Alice sólo contempla algo extrañada a la histriónica Riley frente a ella―. Sólo bromeaba ¡debiste ver tu cara de susto! ―señala al chico con sorna―. Fue hermoso, hermoso... ―se regodea casi doblándose de la risa―. Actuar seria no va conmigo... No, ahora, en serio. Mi nombre es Greta Riley, ―hace una gran y teatral reverencia―, pero, insisto, sólo díganme, Riley. Detesto mi nombre, es como de anciana gorda con trenzas y alemana. Como sea, llevo dos años trabajando aquí y soy la encargada de "cierta fracción" del departamento de servicios informáticos. Trabajaré con ustedes en sus misiones, o sea, seré su hacker personal ―finaliza lanzando con petulancia parte de su lacio y largo cabello hacia atrás, lo cual le causa gracia a Sanders.
―¿Puedo hacerte una pregunta? ―Riley asiente con una genuina sonrisa―. ¿Qué edad tienes?
―Veinte.
―¡Diablos! ¿soy la única no prodigio en este lugar?
―Así parece, Alice. Pero esto no se trata de quién tiene el IQ más alto, esto se trata de trabajo en equipo. Esa es la filosofía de este lugar... ―dice afirmando ambas manos sobre la mesa y mirando directamente a Sanders a los ojos, aunque luego corta el contacto visual, ya que, su rápida mente divagaba―. Bueno, no lo es en realidad. Pero es mi puta filosofía. Y el otro grupo hubiese malditamente funcionado si me hubiesen escuchado...
―¿O... otro grupo? ―pregunta Hardy con dificultad, curioso.
―Si. Hace un par de meses que se disolvió. Uno murió debido a que delató al otro que cometió traición por soborno y fin ―se encoje de hombros―. No pude hacer nada para evitarlo. Cuando la codicia y el dinero se entrometen en medio de cualquier ámbito en la vida... Todo se va increíblemente a la mierda.
―Entonces... ¿Cuándo es la primera "misión"? ―pregunta Alice.
―Estoy trabajando en ello. Busco el factor más sospechoso entre los negocios que han pedido entrar al mercado inglés. Durante esta semana me comunicaré con ustedes si es que encuentro algo.
―¿No... tendremos que venir?
―No a menos que yo los llame, Nicky.
―Oh, muy bien...
―Bueno, eso es todo. Ya cumplí con informarles. Tengan... ―Riley les entrega llaves a ambos―. Esas son de sus "oficinas" aquí. Pueden venir cuando quieran en realidad, pero si yo fuera ustedes, estaría disfrutando del aire libre y un par de grandes cervezas.
―Entendido, gracias por el consejo ―Alice le extiende una mano cordialmente―. Fue un gusto conocerte, Riley.
―El gusto fue mío, querida... ―responde la joven cantando infantilmente.
Alice sale de la oficina en dirección al ascensor y espera por él. Pronto, Nicholas se le une y entran juntos al elevador.
―Y... ¿Qué planes tienes para el almuerzo, Nick?
―Casa... Tengo mucho trabajo pendiente... ―responde evasivamente y algo extrañado debido al apodo.
―Sabes que tendremos que llegar a conocernos de alguna forma ―comenta ella con desenfado, más que nada deseando demostrar que había abierto una ventana de comunicación en caso de que él la deseara después.
―Lo sé...
―¿No te agrado?
―No... No es eso ―se excusa avergonzado.
―¿Entonces qué?
―La gente en general me agobia... ―confiesa en voz baja, con la mirada fija sobre los pasantes números del ascensor.
―Soy psicóloga ¿sabes?
―Lo sé...
―Puedes contarme lo que sea, te puedo ayudar. No como una profesional, pero, tal vez como una ¿amiga? ―Nicholas levanta su mirada por unos segundos, aunque luego la baja rápidamente.
―Lo pensaré ―la chica saca un papel y escribe sobre él.
―Ten, este es mi número telefónico por si necesitas, no lo sé... Hablar con alguien sobre lo que sea.
―Lo tendré en cuenta... ―el ascensor finalmente anuncia el primer piso―. A... Gracias, adiós.
.
El viernes por la noche la chica llega hasta Baker Street después de una improvisada y larga tarde de chicas en compañía de la siempre romántica Molly Hooper. La forense resultó ser una gran fanática de Glee, por lo tanto, invitó a Alice a ver la serie con ella y su gato a casa. Sanders aceptó con una sola condición, que la próxima vez verían The walking dead. Molly accedió sin titubear, ya que no tenía conocimiento sobre aquella serie y no sabía lo que le esperaba, sobre todo a alguien que se desempeñaba en un solitario rubro como el de ella.
Alice suspira pesado al subir las escaleras, y pronto se alarma al realizar que no veía al detective desde el martes en la madrugada. Las puertas del 221B habían estado cerradas por aquellos tres días seguidos y su alacena estaba intacta; por lo tanto, la joven comenzó a preguntarse si debería ir a visitarlo o si tan solo debía esperar a que el cadáver comenzara a oler mal. Sin embargo, optó por la primera alternativa, ya que no tenía ánimos de lidiar con culpa. Así es como buscó su conjunto de llaves dentro de su cartera, en el cual tenía una copia del 221B, ya que Holmes no era el único con derecho a invadir departamentos ajenos... Y además John se la había dado.
―¿Sherlock?
Nadie responde, la chica enciende las luces y comienza a buscar al detective, primero por la sala, luego sigue en la cocina, el baño... Y finalmente se encuentra a ella misma frente a la puerta cerrada de la habitación de Holmes. Entonces, a pesar de creer anticipar los problemas en que se metería en caso de ser descubierta, la morena entra sin pensarlo más, ya que era una oportunidad de retribución única.
Ella se escabulle dentro del cuarto y examina el lugar, no impresionándole la pulcritud del detective en su sagrado espacio personal a diferencia de la polvorienta sala del 221B. Ella estaba segura que él tenía, en menor medida, trastorno obsesivo compulsivo, además de guiños a otras patologías las cuales se había visto obligada a ignorar para respetar el deseo de él de no ser psicoanalizado. Así, después de un rato de escudriñar superficialmente, ella se frustra. La chica esperaba encontrar algo, cualquier cosa que fuese interesante, pero para ello debía ir más a fondo.
Sanders busca en los "típicos" escondites que usarían las personas comunes y corrientes. Debajo de la cama, en el cajón de ropa interior, lo cual causó que riera casi como una colegiala al notar que el siempre crítico detective usaba ceñidos boxers Calvin Klein bajo sus infinitas capas de ropa oscura. Y, de esa manera, ella continuó buscando en el armario, pero no encontró nada interesante.
Alice se detiene en medio del cuarto de Sherlock, batallando contra su insensatez y ganas de seguir curioseando. Así, a la chica pronto se le viene a la mente su hermano mayor. Ella hacía lo mismo de pequeña cuando él no solía estar cerca, ya que su hermano tenía muchos juguetes que no le prestaba y los escondía en puntos estratégicos en su alcoba. Holmes le recordaba en ciertos aspectos a él, la moderada brutalidad, las peleas y el protegerse el uno al otro sin reconocer que lo hacían, el orgullo, la camaradería...
En ese momento, como una ampolleta al encenderse, apareció una idea de un posible escondite en su cabeza. El detective tenía una mesita de noche bastante antigua, la cual en su parte inferior tenía una placa de madera removible.
―¡Ah!... ¡Te tengo, Holmes!
La chica aventura su mano debajo de aquel pequeño mueble y se topa con una caja metálica la cual atrae hacia ella. La abre con cuidado de no quitarle el polvo o dejar huellas y revisa su contenido. En su mayoría eran papeles además de diversas partituras nuevas y antiguas, listas de fechas o documentos. Ella guarda en su cartera una canción redactada, al parecer, por un pequeño Holmes según lo que deducía de la fecha, ya que le parecía adorable y pronto da con el certificado de nacimiento de Sherlock.
―William Sherlock Scott... Vaya ¡qué nombre!
Ella continúa hurgando, así encuentra un dibujo muy pulcro de un perro, el cual tenía "Redbeard" escrito atrás, al parecer con la letra de un pequeño niño, la misma de la partitura que había guardado.
―Oh... ―la joven hace un puchero y sigue mirando los contenidos de la caja. Así, dentro de un sobre saca otra foto cual, al verla, la chica casi grita. No podía aguantar la risa, pero también la ternura de lo que tenía frente a sus ojos, ya que era de niveles estratosféricos―. Esta foto será mi protección ante cualquier amenaza ¡brillante! ―Alice guarda la captura dentro de su billetera y, tan pronto como puede, ordena todo, cuidando cada detalle y dejando la habitación tal como estaba.
Con ambas manos en la cintura, satisfecha, mira nuevamente la alcoba y se siente orgullosa de su gran capacidad de espionaje sin dejar huellas. Así, para cuando ya pretendía irse, se voltea hacia la puerta, pero... Holmes le bloqueaba el paso.
―¡Oh...! ―musita sintiendo como el aire abandonaba sus pulmones.
―¿¡Qué... haces ―musita amenazador―... EN MI HABITACIÓN!? ―grita finalmente el alterado detective.
―Nada, sólo... ―se excusa alarmada, temiendo tropezar con sus altos tacones al dar un necesario paso hacia atrás. Holmes podía lucir tremendamente amenazador si se lo proponía―. Sólo te estaba buscando... Yo... Hace mucho que no te veía ¡pensé que estabas muerto!
―Mientes... ―espeta acercándose lentamente hacia la chica, adentrándola más en su cuarto―. ¿Qué tomaste?
―Nada.
―¿QUÉ TOMASTE? ―insiste con voz gutural debido a los inmensos ojos cristalinos de ella. Podía notar que su conciencia la inquietaba.
―Nada...
Alice, irremediablemente temerosa, intenta pensar en una manera de escapar y no pasa mucho hasta que dé con una solución que el mismo Holmes había ocupado en su contra en un escenario casi idéntico a este, aunque ella apelaba más a la resignación que la amenaza. Así es como mira por sobre el hombro Sherlock, fingiendo asombro, como si alguien estuviese atrás de ellos. El detective al notarlo, a pesar de que su instinto le demandara lo contrario, no puede evitar mirar hacia atrás también y la chica aprovecha esa fracción de segundo para correr fuera de la habitación. No obstante, Holmes pronto la atrapa desde la espalda, ya que la joven usaba tacones altos y la velocidad no era una realista opción en ese caso. Él le agarra con firmeza por la cintura y ella pataleta agresivamente, hiriendo las pantorrillas de él hasta que ambos caen fuertemente sobre el suelo.
―¡SUÉLTAME!
―¡ENTRÉGAME LO QUE SEA QUE ME ROBASTE!
―¡NO TE HE ROBADO NADA!
―¡SI NO FUERA ASÍ NO HUBIESES INTENTADO DARTE A LA FUGA!
Sherlock, quien mantenía a la chica atrapada con un brazo desde la cintura y con el otro desde el cuello, no le deja más alternativa a la fémina que jalarle el cabello y golpearle las piernas con sus tacones para defenderse e intentar zafarse del agarre.
―¡SUELTAME, MALDICIÓN!
La chica le muerde el brazo a Holmes y él grita con fuerza. En ese momento, una alarmada Hudson aparece en escena, quedando petrificada al ver lo que estaba sucediendo en el suelo de la cocina del 221B.
―¿Qué...? ―balbucea, sosteniéndose insegura del muro a su derecha―. ¡SHERLOCK, ALICE... ¿QUÉ ES ESTO? ¡DETÉNGANSE! ¡NO SE MATEN!
La casera se obliga a sí misma a intentar intervenir y golpetea suavemente los brazos del detective para que soltara a la chica, pero él no cede, sólo haciendo más fuerte el agarre, al punto de casi asfixiarla al presionarle sin piedad sobre su cuerpo.
―¡ESTÁ BIEN, ESTÁ BIEN! ¡ME RINDO! ―grita ella a duras penas mientras golpetea los brazos de él cuales simulaban a una boa―. ¡TE ENTREGARÉ LO QUE TE ROBÉ!
Holmes, al oírle, aminora paulatinamente la fuerza de su agarre hasta liberarla por completo, pero se mantiene alerta. Alice se endereza, baja su falda para que le cubriera los muslos como debería y se sienta sobre el piso para buscar dentro de su cartera y sacar la partitura que había robado. Ella supuso que necesitaría un plan B en caso de cualquier cosa, sabía que el detective eventualmente se daría cuenta que algo había alterado su escondite... Pero nunca pensó que él la iba a descubrir justo después de la transgresión.
De esa manera, pronto ambos se ponen de pie en sepulcral silencio. La señora Hudson ayuda a la joven y Sherlock examina la partitura que ella había robado desde su escondite; era sólo una transcripción, una de sus primeras lecciones.
La casera, por su parte, quien luce bastante asustada; y, al notar que el semblante del detective se había relajado completamente, decide volver a sus quehaceres en el primer piso.
―Si escucho gritos nuevamente, jovencitos ―dice con voz amenazadora―. Llamaré a Lestrade.
―Que tenga buena noche, señora Hudson ―susurra Alice quien vigilaba al contemplativo rizado de soslayo.
La sacudida casera baja de vuelta a su apartamento y Holmes camina en pensativo silencio hacia la ventana derecha del 221B, la chica pronto se sostiene de la mesa y quita sus tacones haciendo una mueca de dolor, para así seguirle en silencio y afirmarse finalmente en contra del umbral de la entrada principal del piso.
―¿Cómo encontraste mi escondite? ―consulta él sin voltearse a mirarla.
―Soy buena escudriñadora.
―Ya lo noté ―suspira fastidiado―. ¿Qué pretendías hacer con esta partitura? ¿de qué te serviría?
―Comerla, saben deliciosas con arroz ―responde sarcásticamente y Holmes se voltea para mirarle aburrido―. Sólo la encontré adorable y pensé en intentar seguir la melodía...
―Puedes conseguir esta partitura en la internet. Es una canción infantil común. Yo sólo la transcribí porque solía hacerlo para grabar las notas en mi mente.
Sherlock dobla la hoja y la guarda dentro del bolsillo delantero en su chaqueta. Para así continuar mirando pensativamente por la ventana, aunque, pronto vuelve a voltearse lentamente hacia su acompañante, luciendo extrañado esta vez.
―¿Dónde está John?
―Se fue hace dos días a Nueva Zelanda con Sarah, Holmes.
―Ah... ―susurra este, Sanders arruga la frente algo desconcertada, aunque decide finalmente emprender marcha a su piso.
―Creo que quedaré con un par de hematomas ―se queja para sí misma mientras acaricia con delicadeza la irritada piel de su cuello―. Como sea, buenas...
―Estoy trabajando en un nuevo caso... ―le interrumpe súbitamente al sentir los pasos de su vecina alejarse en dirección a la escalera ascendente, así que le sigue con calma, deteniéndose bajo el umbral de su puerta con ambas manos dentro de los bolsillos de su pantalón, luciendo casualmente desinteresado―. No me vendría mal una asistente.
―¿Qué...?
―Ya sabes... ―dice encogiéndose de hombros. Alice alza una inquisitiva ceja―. Alguien a quien usar como escudo humano...
―Oh... ―susurra ella, pronto permitiéndole a una sutil y burlona sonrisa apoderarse de sus facciones―. Me estás pidiendo ayuda.
―No. Sólo soy relativamente considerado al recordarte que tienes la obligación de conducirme a donde lo necesite. Te pagan por eso.
―No. Técnicamente me pagan por vigilarte... ―se burla cruzándose de brazos―. Sólo reconoce que te soy útil.
―No.
―Reconoce que te agrado.
―No ―espeta ofendido.
―Reconoce que soy inteligente.
―No.
―¡Reconócelo!
―No.
―Entonces vete a la mierda ―finaliza la chica y le lanza un beso sarcásticamente con la mano para luego caminar hacia la puerta. Él tensa su mandíbula, realmente fastidiado.
―Sanders...
―¿Sí, Sherrrrrrlly? ―Alice se voltea con una aún más malévola sonrisa dibujada en su rostro.
―Eh... ―él se calla durante unos segundos, para rodar los ojos con impaciencia y luego continuar como si lo que iba a decir le causara nauseas―. No, no eres totalmente inútil... ¡Y no me digas "Sherlly" a menos que quieras saber lo que es sufrir!
La morena alza ambas cejas con sorpresa y ríe victoriosa para así continuar su camino de vuelta al 221D.
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