28 | Better

―¡Alice, querida! ―exclama la señora Hudson al abrir la puerta del 221 de la calle Baker, pronto abrazándola con avasalladora fuerza. La joven corresponde el gesto en menor medida, causando que la entusiasta casera diera un paso atrás invitándola a pasar y no pudiendo evitar mirarla de pies a cabeza―. Oh... No te ves nada bien... ¿Qué has hecho todo este tiempo? ―consulta acongojada cerrando la puerta tras ella mientras Sanders acomoda sus maletas junto a la escalera.

―¿Gracias?

―¡Necesitas una cena urgente! ¿Me dirás alguna vez dónde fuiste y para qué?

―Es confidencial. Nos matarían a ambas.

―¡Oh, por favor! Necesito algo de emoción en mi vida ¡Cuenta! ―insiste la anciana mujer obligando a la morena a tomar puesto en la cocina mientras prendía el hervidor para luego recalentar la cena que ella había preparado.

―Intentaré contextualizarla solamente porque se la debo por irme durante tanto tiempo... ―enfatiza Alice ganándose la curiosa mirada de su acompañante―. Se trataba sobre una operación para desbaratar la organización de ya sabe quién ―suelta con fingido desinterés, yendo ella misma por agua caliente para su té. La señora Hudson arruga la frente pensativa, aun revolviendo en contenido dentro de la olla.

―¿Ahora lo llaman como aquel villano sin nariz?

―¿Qué?

―Como el de los libros para niños.

―¿Voldemort? ¡No! ―niega la chica con incredulidad, al parecer la señora Hudson había leído los siete libros de Harry Potter que ella le había dejado―. Sigue siendo llamado Moriarty, aunque es preferible omitir su nombre porque causa ciertas reacciones desagradables en otros al ser nombrado...

Ese... maldito... hombrecito... ―vocifera con enojo la casera mientras saca un plato desde la alacena y lo posa agresivamente sobre el mueble para servirle sopa a la chica, cambiando su semblante casi de inmediato al dirigirse nuevamente a su acompañante.

―Y ¿Qué tal?

―Excelente... Creo que aún faltan cosas por resolver respecto a ese tema... Mycroft sabe más al respecto.

―¿Le has visto?

―Un par de veces desde... usted sabe. Y, bueno, ya no le he visto por casi un año ―la señora Hudson entrecierra los ojos y bufa molesta cuando coloca el plato en su lugar, obligando a Sanders a comer.

―¿Puedes creer que no me ha visitado? ¡Nadie lo ha hecho! ―vocifera nuevamente, pero con rencor en su voz esta vez.

―Lo siento mucho.

―No te disculpes, querida. Tú eres la única que tuvo la buena decencia de al menos explicarme que debías partir y por qué no podías estar en contacto. Ni siquiera John me ha hablado.

John... ―musita realmente extrañada―. ¿Desde cuándo no ha visto a John, señora Hudson?

―Querida, John se marchó un par de semanas luego de que tú te fuiste. Él ni siquiera medió alguna palabra conmigo con la anticipación necesaria. Simplemente me visitó un día y me entregó un sobre con el dinero equivalente a dos meses de arriendo por adelantado, sin algún número telefónico o nueva dirección al despedirse de mí.

¿John? ―se cuestiona cabizbaja y a sí misma. En ese preciso instante, su foco de atención cambia, Loki, el gato negro, entra a la cocina desde el corredor y se detiene en seco al verla. Esta le llama con entusiasmo, aunque para su nula sorpresa el felino se devuelve por donde llegó―. Vaya... Creo que me ha olvidado.

―No, no es eso. Sólo está algo sentido por dos años de abandono, eso es todo.

―Qué alivio ―responde la joven al reprochador sarcasmo indirecto de la señora Hudson para así continuar con su comida.

Luego de una sopa, pan, galletas y dos tazas de té, la casera deja ir a Sanders entregándole la llave del 221D. La agotada chica sube rápido las escaleras, no queriendo observar directamente el 221B como era de costumbre hasta llegar a su piso, así divisando de inmediato el trozo de papel frente a sus pies: Era una nota escrita a mano.

«Octubre 12, 2011.

Lamento no haberme despedido como corresponde. Lamento no haberte abierto la puerta aquella mañana. Pero nadie más que tú entendería por lo que estoy pasando. Espero estés bien donde sea que hayas ido. Si alguna vez necesitas con quién hablar puedes, llamarme a mi nuevo número telefónico: 020-556-7782. John»

La melancólica chica se mantiene de pie y semblante ausente durante unos segundos, ello hasta que finalmente decide sacar su teléfono celular y cerrar la puerta tras ella. La morena camina en círculos por la sala y duda por unos segundos hasta que decide redactar un mensaje de texto. Ello, a su parecer, sería menos emocional que una llamada.

«¿Qué tal la vida?

, Alice»

La chica aguarda ansiosa durante un rato, pero eran las ocho de la tarde y seguramente John estaría ocupado. Por ende, decide comenzar con el desempaque. De esa manera, sin querer poner mucha atención en los detalles, la joven se apresura hasta su habitación y abre su maleta en el centro de la cama, traga un par de píldoras y comienza a sacar sus pertenencias para posicionarlas en su lugar. Sin embargo, cuando se acerca a su armario, no puede evitar notar la densa capa de polvo que cubría su reflejo en el espejo de pie. Ella posa una mano sobre este y la desliza, dejando una perfecta marca a consecuencia de su tacto, despejando así la vista de sí misma; habían pasado casi dos años. Casi dos años de eludir su realidad. Casi dos años de batallar en contra de su inconsciente. Casi dos años desde que Sherlock se había quitado la vida.... En ese preciso instante su teléfono celular vibra, era John.

«¿Estás en Londres?

De ser así ¿te apetece ir por una cerveza mañana por la tarde?

El pub de siempre, seis y treinta.

, John»

Alice esboza una media sonrisa para sí misma cual borra todo vestigio de amargura desde sus facciones, así respondiendo favorablemente. Al parecer, ya era hora de que ambos cerraran cierto capítulo de sus vidas.



.              .           .




Al día siguiente, tal y como lo habían acordado, la morena se abre paso en el pub hasta la barra y pide una cerveza, suponiendo que John se había atrasado, pero se equivocaba. De esa manera, mientras Sanders se distraía con la variada e inamovible cristalería del clásico bar, alguien se aproxima a ella desde la derecha.

―¿Alice?

La alarmada joven se voltea y reconoce de inmediato a John, cuya apariencia se veía alterada sólo por un poco favorable bigote, pero, que no alteraba en nada aquel siempre gentil semblante tan característico del doctor.

―¡John!

Los distanciados amigos se dan un apretado y sentido abrazo el cual dura más de lo que hubiesen imaginado, así, cuando se separan, ambos se observan detalladamente el uno al otro como intentando procesar el paso del tiempo a través de la apariencia.

―Tu cabello...

―Tu... bigote... ¿Por qué?

―Quería intentarlo alguna vez ¿tú?

―No tuve tiempo o ánimos de ir al salón de belleza ―responde ella encogiéndose se hombros, agotada. Su amigo asiente comprensivamente y le solicita al bartender una cerveza, para luego guiar a la chica hasta una mesa para ambos―. ¿Qué ha sido de ti todo este tiempo?

―Me mudé desde la calle Baker a finales de dos mil once y ahora vivo en West Norwood al otro lado del Támesis. Bastante cerca de la clínica en que trabajo hace más de un año ¿Qué hay de ti?

―Llegué ayer desde París y volví a mi apartamento en el 221D.

―Oh... ―reacciona Watson, perdiendo un poco el entusiasmo, negando algo contrariado para sí mismo―. Pensé... Pensé que, luego de notar tu cambiada apariencia, habías hecho lo mismo que yo...

―¿Evadir la realidad por la mayor cantidad de tiempo posible?

―Si.

―Bueno, así lo era. Hasta que ayer realicé que nunca podré arrancar de alguien que ya no está aquí. Menos de su recuerdo ―John la observa fijamente durante unos segundos, para luego romper contacto visual con la chica mientras niega suavemente.

―No nos veíamos desde hace casi dos años. No deberíamos hablar de esto. No ahora... ―sentencia el doctor con una complaciente y falsa sonrisa dibujada sobre sus, ahora, amargos labios cuales intenta lavar con un sorbo de fría cerveza―. ¿Tienes planes para cenar? Porque me gustaría que conocieras a alguien.

Alice ladea su cabeza unos milímetros a la derecha y observa con curiosidad a John.

―Almorcé hoy con la señora Hudson. No creo que se moleste conmigo al dejarle plantada durante la cena ―asegura ella y así ambos proceden a terminar sus bebidas.

Los amigos abordan un taxi a las afueras del pub y Watson indica la dirección de destino. Así, durante el viaje este le cuenta la historia de cómo encontró su trabajo actual y las interminables anécdotas que vivía diariamente en la clínica de West Norwood. Alice, por su parte, decide sólo contarle sobre su estadía en París, omitiendo todo detalle relacionado al MI6 y la asistencia post mortem que Sherlock requirió de ella; la joven pensaba que definitivamente aquella información podría resultar hiriente para John. De esa forma, luego de unos casi treinta y cinco minutos arriban a su destino e ingresan a la amplia residencia de John cuyas luces estaban ya encendidas, señalando la presencia de un tercero en la morada.

―Aguarda un momento, iré por mi novia ―dice con cierta timidez en su voz, causando que Alice no pudiera evitar sonreír debido a la incomodidad de Watson con esa ya ultra-usada palabra. Decidiendo ella finalmente distraerse con las adorables fotos sobre la chimenea de la sala... A esa mujer la conocía....

―Alice ―anuncia John causando que la chica suelte la foto en su lugar dando un respingo, para luego voltearse en dirección a la pareja―. Ella es Mary Morstan, mi novia.

La chica sólo tiene unos milisegundos para decidir qué posición tomar en el asunto, por lo tanto, simplemente decide hacerse la ingenua; aunque sin quitarle los ojos de encima a la mujer que ella alguna vez conoció como R.

―Un gusto.

Ambas se saludan con un ligero abrazo, pero, al separarse, Alice no puede disimular muy bien su escudriñadora e intensa mirada.

―¿Se conocen? ―consulta Watson precipitadamente, a lo cual las dos mujeres niegan de inmediato. Mary sonríe con suavidad para luego invitar a Sanders hasta la cocina por una copa de vino, dejando a un confundido doctor tras ellas.

―¿A qué te dedicas, Alice?

La morena bufa con desdén y acepta el cristal dando de inmediato un primer sorbo. Su garganta se sentía seca. Sanders estaba en amarga alerta.

―Soy una psicóloga que no ejerce de manera tradicional. Mi último real empleo fue con Scontland yard.

―Ser policía suena mucho más interesante que ser una simple enfermera ―comenta con resignación aludiendo a sí misma, a lo cual Alice no puede evitar soltar una ligera e irónica carcajada ante el descarado engaño.

―¡Qué gran mentira!

John observa a ambas mujeres reír por una broma la cual no entendía desde el umbral de la puerta a la cocina y decide tomar los utensilios que Mary le señalaba para ordenarlos sobre la mesa del comedor. Alice espera que el doctor salga de escena para encarar a la rubia.

¿¡Qué diablos!? ―exclama como un herido susurro a lo cual la aludida responde con solemnidad.

Luego de la cena.

Morstan comienza a servir la comida y le entrega su plato a Sanders, quién, aún algo atónita, camina decidida hasta la mesa y toma posición junto a John, cuya atención estaba completamente sobre el estéreo y el género musical que elegiría para acompañar la plática. Así, la cena transcurre tranquila entre conversaciones estratégicamente enfocadas en John, quien continuaba sin notar la tensión entre sus féminas acompañantes. El doctor estaba simplemente deleitado al tener un trozo de su antigua vida con él, sin necesidad de tocar aquellas heridas ocultas que aún continuaban dolientes en su subconsciente. Alice, por su lado, se sentía entre la espada y la pared, pero no creía que fuera lo correcto actuar sin mediar palabra con Mary alias R primero... No cuando de ello dependía la felicidad de uno de sus mejores amigos... Bueno, el único mejor amigo que le quedaba.

―Ya es hora de que vaya a casa ―se disculpa la chica poniéndose de pie y recuperando su teléfono celular para así llamar un taxi. Sin embargo, es frenada de inmediato por Mary, quien se coloca su abrigo y toma las llaves de su carro con gran rapidez.

―Ni lo pienses, son casi cuarenta minutos de viaje hasta la calle Baker. Yo te llevaré, John puede encargarse de los platos sucios ―Watson observa a su novia con asombro y asiente seguro para luego despedirse de su amiga, continuando después su camino a la cocina mientras las mujeres salen hasta la calle.

―¿Debería alarmarme con lo fácil que te es manejarle? ―consulta una suspicaz Alice subiendo al auto de Mary. Esta sólo ríe en respuesta y echa a andar el vehículo.

―Supongo que si no supieras sobre mi vida anterior, ahora estarías bastante contenta con el hecho de que nos dividamos las labores en el hogar.

―Eso no lo discuto, yo mejor que nadie sé lo cómodo que John era y como nunca lavó una cuchara en su vida a menos que no fuese debido a un desastre causado por... ―la morena se detiene de súbito. La melancolía desviaba su foco de atención―. El tema es otro.

Morstan ajusta su retrovisor cuando el semáforo da en rojo y observa fijamente a Sanders en junto durante unos segundos, para luego continuar por la ruta.

―Trabajé muchos años para la CIA. Pero, a diferencia tuya, no como una debida agente... ―confiesa con la mirada fija sobre la oscura calle―. Hacia el trabajo sucio, ese que los de cuello blanco no harían. Y, luego de un tiempo, me cansé de depender de sus protocolos, de encargarme de aquellos los cuales querían eliminar sin siquiera obtener una primicia sobre sus faltas. Es ahí cuando decidí adoptar una nueva identidad. Me mudé a Londres y todo iba excelente hasta hace cuatro años ―continúa su relato con calma, para pronto oscurecer su semblante―. El MI6 de alguna forma supo sobre cómo unos ex compañeros de labores y yo nos habíamos desasociado de la agencia de inteligencia norteamericana y nos chantajearon por un tiempo, usándonos como títeres a cambio de nuestra indefinida libertad. En resumen, yo compré la mía a base de ciega obediencia...

―¿Quién te asegura que estás a salvo?

―Nadie. Pero, durante los años, logré obtener la mayor cantidad de información posible para comprometer al MI6 y a todo aquel quien sabe sobre mi antiguo ser.

―¿Eso me incluye?

―Por supuesto. No soy una idiota... Y, aunque sé que valoras muy poco tu vida como para entrometerte conmigo, sé que no harías nada. No cuando fue John quien persiguió una relación conmigo.

―Necesito más detalles para creerte ―sentencia la chica viendo el mapa en su teléfono celular―. Tienes tiempo suficiente.

Mary sonríe satisfecha ante la naturaleza confrontacional de la morena; aquella era una de las cualidades que despertaron una genuina simpatía por la chica. A su parecer, alguien con ese tipo de determinación y urgencia de conocimiento, no se desviaría de lo que realmente importaba en la vida.

―Nos conocimos en la clínica en donde yo echaba raíces para mi nueva vida civil; él fue contratado como nuevo médico y yo le asistía. Fue algo paulatino, natural... Y créeme que me plantee por unos momentos mi envolvimiento con John, sobre todo al tener conocimiento por lo que había pasado recientemente y el aun no haber terminado mi relación con el MI6...

―¿Cuánto llevan juntos?

―Un año y tres meses, casi en su totalidad viviendo juntos.

Alice asiente lento, aun tratando de sacudirse el natural miedo que la invadía por Watson. No quería que su amigo se viera arrastrado al mundo que ella y Mary alguna vez habían pertenecido. Pero Morstan, al parecer, sólo quería empezar desde cero, al igual que ella lo había hecho alguna vez... Sería egoísta de su parte negárselo.

―Mentiría si dijera que no me agradas... Mary. Pero me veo en la obligación de amenazarte, aunque sea estúpido porque es obvio que eres infinitamente más experimentada que y ―Morstan asiente conforme, sin quitar los ojos desde la pista―. Pero entenderás que John es mi amigo. Es una de las personas que más valoro en este mundo y te juro que haría lo que fuera para protegerlo.

―No te preocupes, tenemos las mismas intenciones.

―Bueno, supongo que entonces... ―Alice suspira profundo mientras deja caer su mirada sobre las frías calles de Londres luego de la lluvia―. Tendremos que aprender a dejar el pasado atrás.

―Yo ya me encargué de ello, sólo faltas tú ―agrega la rubia estacionándose afuera del 221 en la calle Baker. Alice se baja desde el carro y camina hasta la solera para buscar sus llaves del apartamento, a lo cual Mary baja el vidrio para hablarle―. ¡Hey! ―grita haciendo que la morena se volteara hacia ella―. También me agradas ―finaliza cerrándole un cómplice ojo, procediendo a acelerar por la avenida en dirección a su hogar junto al doctor.




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Dos semanas pasan y Sanders logra seguirle el ritmo a la vida Londinense como solía hacerlo hace un par de años. Con la ayuda de John y Mary la joven obtiene un empleo como psicóloga en la clínica en la que ambos trabajaban y comienza con un par de turnos al lunes siguiente, logrando así establecer una óptima rutina de atención para un puñado de nuevos pacientes.

―¡Oh, cierra la boca! Conozco esa sonrisa, los ojos cristalinos, la falta de aire debido a tan solo una pequeña carcajada por a algo lo cual supongo que no es tan gracioso... ―comenta la rubia enfermera tomando cómodo asiento sobre el sofá de la oficina de Alice―. Estás flechada por alguien ―Alice rueda los ojos, irónica, y camina hasta Mary para recibir el pastelillo que la enfermera sostenía en dirección a ella―. ¿Qué tan encantador es el hermano de Thomas?

La morena bufa incrédula y entrecierra los ojos, echándole una rencorosa mirada a su acompañante mientras tomaba asiento frente a ella.

―Por supuesto que sabrías...

―Sentido común... ―se burla Morstan para luego cambiar su semblante a uno más relajado―. Bueno, en realidad hace un par de días me encontré con Tom y me contó sobre como tú y su hermano hicieron mágico "click" de inmediato ¿se conocían desde antes?

―Algo así... Nos vimos por primera vez en la Galería de arte nacional y luego nos encontramos nuevamente en un par de casos en que asistimos a Sherlock. Nada más...

―¿Y ahora?

―Bueno... No lo sé...

―¡Oh, vamos! Estuviste en Francia por más tiempo del que esperabas... Debo decirte que la cuenta de hotel fue carísima ―Alice se encoge de hombros con indiferencia ante la falsa preocupación de Mary―. Supuse que no volvías a Londres porque habías encontrado algo bueno a que aferrarte.

―En realidad fue bueno y malo...

―Claro. Eso me recuerda que... Escondí tus píldoras ―Sanders abre enormemente los ojos con sorpresa y es interrumpida antes de poder esbozar alguna palabra―. Aproveché cuando fuiste al baño luego de tu segunda cita. John me comentó hace unos días como le parecía que tu apariencia lucía drenada, que tu usual suspicacia no estaba presente. Es por ello que decidí revisar tu chaqueta, ya que, una persona adicta siempre trae consigo lo que necesita. Pero, para el alivio de todos, no creo que seas adicta crónica, por ende, supuse que no debería preocuparme por revisar tu apartamento también en caso de reservas.

―¡Maldición! ―exclama la molesta morena, atorándose con un trozo del pastelillo que Mary le había obsequiado―. Eres un dolor de cabeza... ―bufa fastidiada, relajando así su semblante para luego ponerse de pie y caminar hasta de vuelta a su escritorio.

―¿Debería decirte que también registré tu billetera? ―Alice se voltea alarmada sobre sus pies y desesperadamente toma su cartera para comprobar la versión de la rubia―. No las encontrarás. Quemé las recetas cuando fui por un cigarrillo justo después de arrojar tus píldoras por el retrete.

Sanders se queda sin palabras ante la astucia de Morstan, quien aprovecha el lapso de sorpresa para arrancar desde la consulta, permitiendo así al siguiente paciente ingresar hasta la oficina de la morena.

El día pasa sin mayor anécdota más que la dolorosa jugarreta de Mary en su contra. Alice da lo mejor de sí para intentar distraerse y así olvidar lo difícil que le sería dormir esa noche; aquellas malditas píldoras se habían vuelto su única compañía profundamente reconfortante... Pero, a fin de cuentas, la enfermera y el doctor estaban en lo correcto, ella se había perdido en los fármacos y aún estaba a tiempo de encontrarse a sí misma... Esta era su oportunidad para tomar otro camino, para así al fin devolver su vida sobre los rieles de lo que era debido y sano para ella.

De pronto, su atención desde las vitrinas de las abarrotadas tiendas del céntrico Londres se ve distraída al recibir un nuevo mensaje de Ethan. Desde que ella volvió a Londres se mensajeaban a diario; eran textos cortos, simples pero, poco a poco, bastante constantes. Al parecer ninguno de los dos podía obtener suficiente de lo que fuese que esperaran del otro. Cualquiera fuera la ocurrencia, Ethan se lo hacía saber. Cualquiera fuera la referencia, Alice se lo hacía saber. La chica se sentía a veces como una colegiala riendo ante algo tan simple o nerd, era como si nadie más tuviese el poder de distraerle como él lo hacía. Era un tipo de superficial complicidad que le resultaba familiar, pero lejana. Cálida y lo suficientemente reconfortante para el periodo de su vida actual.

«¿Mango o fresa?» Consulta Barnes a través del texto, Sanders ríe mientras camina hasta un supermercado para comprar algunas reservas: «Despende... ¿Qué harás?» De inmediato le es respondido el mensaje: «Sólo un jugo... ¿Soy ridículo verdad? Ya se me acaban las excusas para hablarte :(» La chica recoge desde los estantes lo que cree necesitar para sobrevivir durante una semana, tomándose unos eternos quince minutos en escribir: «Entonces fresa, y debes saber que no eres el único aburrido. Acabo de hacer las compras para la semana completa... Adivina en qué se basará mi dieta». Responde ella mientras paga por sus productos en la caja, para luego caminar hasta la solera a la espera de un taxi: «Arroz, pasta y verduras» Sanders suspira pesadamente al notar lo predecible de su persona: «Exactamente» Un taxi responde a su llamado y la joven se sube de inmediato, indicando el 221 de la calle Baker como destino. «Se me ocurren mil alternativas. Pero, supongo que, al no ser una aficionada en la cocina como yo, no tendrías la paciencia para explorarlas. Es por ello que no me molestaría ofrecerme para ser tu chef personal, al menos durante un fin de semana. Luego podrías decidir si no estoy apto para el cargo... :)» La chica se sorprende debido a aquel texto y no puede evitar sonrojarse ante aquella osada jugada ¿Era aquel un eufemismo? Alice se cubre la boca con sus fríos dedos para evitar reír y distraer a su conductor. Ethan se estaba jugando la vida al parecer y ella creía tener la voluntad de seguirle el juego. Pero, no de inmediato, un poco de tortura sería lo indicado.

Así, Sanders decide no responder apresuradamente, de hecho, dejaría que pasaran un par de horas para jugar con la fe del castaño. Sin embargo, ella no tiene tiempo de pensar siquiera al llegar a casa, ya que, la señora Hudson insiste en que coman juntas y le hace posponer el orden de sus compras para más tarde. De esa forma, cuando al fin es liberada, la chica se dedica al orden de su vacía alacena y procede con su poca elaborada rutina antes de dormir. Obviamente, desde su consciencia no se había desvanecido su pendiente respuesta a Ethan, es por lo que cuando el reloj da la medianoche decide llamarle como nunca lo había hecho debido a su preferencia por los mensajes de texto.

―Hey.

―¡Oh diablos! Pensé que nunca más escucharía de ti...

―Esa es precisamente la reacción que buscaba ―confiesa malévola, riendo mientras se recuesta relajadamente sobre su cama―. Quería jugar un momento con tus expectativas, pero luego mi casera me raptó para la cena y creo que me excedí con el tiempo del experimento.

―Oh... eres malvada.

―Me declaro culpable.

Un momentáneo silencio les invade en la línea.

―Y... ¿Qué dices? ―consulta Barnes sin más preámbulos a lo cual Sanders ríe suavemente.

―Mi alacena está llena ¿Estás libre durante el fin de semana?

Ambos continúan la conversación hasta que Alice cae milagrosamente dormida entre sus sábanas. Aquella noche la siempre lúgubre joven no necesitó las píldoras; sólo bastó una familiar voz y amena plática para que ella lograra disipar la tristeza que le seguía desde hace un tiempo, e hiciera luz dónde ya parecía haber triunfado la oscuridad.




.            .            .




Sanders y Watson interactuaban a diario en el trabajo. De vez en cuando Mary raptaba a la chica para la hora de la cena o simplemente los tres pasaban a beber una cerveza al bar más cercano. No obstante, aún había una arista de aquella relación la cual tenía a la chica sumamente preocupada. Ella sabía, gracias a Morstan, que el doctor estuvo por mucho tiempo con asistencia psicológica debido a lo acontecido con Sherlock y que nunca había querido mediar una sola palabra con ella respecto a su fallecido amigo. Al igual que ella, John se encontraba en una fase demasiado dañina de negación. Al igual que ella, John no había querido hablar sobre el tema. Al igual que ella, John no tenía las agallas para visitar una vez más los interiores del 221B. Es por lo que, luego de una semana de trabajo en el área de la salud mental, la joven decide finalmente pedirle apoyo a Watson para hacer algo lo cual había evitado desde el día uno: Visitar la tumba de Holmes.

En un inicio, el doctor se muestra tenso ante la petición, pero luego de una reconfortante conversación con su comprensiva novia, decide que está lo suficientemente preparado para volver a la tumba de Sherlock, la cual no visitaba desde su funeral. 

―Gracias John... ―comenta su amiga en voz baja mientras caminan a través del antiguo cementerio general de Londres―. Y lo siento también... Pero no hay nadie que...

―Lo sé. Es por ello que vine. Nos lo debemos el uno al otro ―responde el tenso rubio con resignación hasta que llegan a la lustrosa y oscura lápida que pretendían visitar. De inmediato, los ojos de la chica se anegan de lágrimas, lo cual desata una batalla en su interior para contener su incipiente e instintivo llanto.

―Así que era cierto... Este era el punto final ―logra articular ella, disimulando una testaruda lágrima que bajaba por su mejilla derecha. John suspira pesado y sólo atina a asentir aun con la vista fija sobre el grabado con el nombre de su amigo―. Nunca tuve la oportunidad de un cierre ¿sabes? Cruelmente tú le viste perecer y ser sepultado... Yo estuve en negación durante todo este tiempo, lo cual se ha transformado en un maldito y constante agobio...

―Entiendo. Durante meses me acosaron pesadillas con lo que viví durante su deceso... Las imágenes... su inexistente pulso... Imbécil... ―añade el doctor con creciente rencor en su voz, a lo cual Sanders responde tomando firmemente su brazo e indicándole que se sentaran sobre el seco pasto progresivamente otoñal frente a la lápida de Holmes. John obedece, pero niega el cigarrillo que ella le ofrece.

―El trauma siempre estará presente, es una cicatriz grabada a fuego en el subconsciente... Pero hay algo que podemos hacer para lidiar con el dolor ―ella saca desde su cartera dos botellas individuales de cerveza, logrando una sutil carcajada por parte de su pálido amigo.

―Esto es decadencia en su más puro estado.

―No me refiero a volvernos alcohólicos, hombre ―ríe Alice en respuesta entregándole la botella a su amigo―. Me refiero a que las buenas memorias pueden ayudar a procesar el duelo... Podemos asumir su horrible partida camuflándola con otros aspectos de nuestras experiencias juntos. Después de todo, no tenemos un palacio mental y nuestra mente común se encargará de distorsionar nuestros recuerdos de su partida. Sólo recordaremos la última vez que recordamos el evento, no el evento en sí. Por lo mismo, depende de nosotros reconfortarnos con lo bueno.

John la observa confundido y asiente para luego dar un sorbo a su cerveza.

―Si tú lo dices... ―la chica termina su cigarro y se pone de cuclillas para apagarlo sobre el año de defunción de Holmes ante la perspicaz mirada de Watson; así, cuando ella vuelve a su posición, guarda dentro de una bolsa la colilla y abre su cerveza para unirse a su amigo el doctor quien no puede contener su curiosidad―. Tú y Holmes eran novios ¿verdad? Porque puedo jurar que escuché más de lo que me gustaría reconocer y si... Les vi besarse una vez. De hecho, tengo pruebas.

Alice es tomada por sorpresa y casi se ahoga con el sorbo de cerveza que había bebido recientemente, a lo cual Watson sólo atina a darle unas cuantas palmadas sobre la espalda hasta que ella deja de toser.

―Nunca... Nunca fuimos novios...

―¡OH, POR FAVOR! ―vocifera con irritada impaciencia ante la negativa de su amiga.

―No estrictamente... ―se corrige ella de inmediato, acomodándose tensa en posición de loto sobre el pasto.

―Muy bien, tienes mi atención.

―¿Por qué el repentino interés?

―¿Disculpa? Ambos eran mis mejores amigos y el cambio en su relación fue tan paulatino que no paraban de confundirme ―suelta él con ofensa, para así continuar presionando a su acompañante―. Ahora, vamos ¡Habla!

―Está bien... ―refunfuña―. Holmes y yo teníamos un acuerdo.

―¿Así lo llamaban?

―Así lo era... al principio... Luego las cosas se salieron de control.

―¿Cómo?

―Sin querer comenzamos a tener una relación exclusiva ―relata sin poder corresponderle la mirada a Watson―. Por lo tanto, Mycroft intentó interferir...

―¿Mycroft sabía?

―Por supuesto, nos descubrió una vez...

―¿QUÉ?

―No como crees... ¡John! ―le frena la chica con evidente incomodidad. Watson sólo ríe en respuesta―. Como sea, continuamos juntos hasta que... Bueno tú sabes...

El semblante del doctor vuelve a oscurecerse luego de una breve chispa de alegre curiosidad.

―¿Por qué no estabas en San Bartolomé ese día?

―Cuando tú te dormiste en el laboratorio, Sherlock y yo nos reunimos en la azotea... esa maldita azotea... ―recuerda la chica con pesar, dando un largo sorbo a su bebida antes de continuar―. Me pidió que fuera a cierto lugar, simplemente me sacó de escena...

El doctor fija su mirada en la lápida de Holmes y luego en Alice, quien se da por vencida y no puede evitar las lágrimas esta vez. Causando que John la abrazara sobre los hombros y la atrajera a él, manteniéndose así hasta que la amargura y tristeza que debía fluir desde su interior, lo hiciera.



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El inesperadamente ansiado fin de semana había arribado y la chica caminaba nerviosa de allá para acá dentro de su hogar. Esperaba que Ethan arribara a Londres en un par de horas, por lo tanto, como nunca se sintió más en la necesidad de verse como la mejor versión de sí misma, es por ello que decide aplicarse un poco más de maquillaje de lo usual. La joven había limpiado hasta la última esquina de su polvoriento apartamento y reacomodado su loza debido a que, según lo dicho por Barnes, este usaría su abandonada cocina. Así, cuando ya eran las cuatro y treinta de la tarde y ella sólo debía peinarse o al menos procurar que su larga trenza lateral no luciera desarmada, sin embargo, de súbito es sorprendida por la señora Hudson quien entra en escena cuando la joven terminaba regar las nuevas plantas que adornaban su cocina.

¡Woohoo! Alice querida, tienes visita... ―la morena se voltea sobre sus pies y realiza que la casera estaba acompañada de nadie más que un sonriente Ethan Barnes―. ¡Qué guapo amigo hiciste en París! Debería acompañarte para la próxima.

Bromea la anciana mujer dándole un ligero golpecito a Ethan sobre el brazo a lo cual él responde con una divertida sonrisa; ella así disponiéndose a dejar la bandeja con dos tazas de té que testarudamente había decidido subir por sí misma para agasajar al invitado.

―Es bienvenida cuando guste, señora Hudson.

Sanders nota como la casera flirteaba disimuladamente con el invitado y cuando logra captar la vista de ella le indica con un suave ademán que se retirara. Esta hace caso y abandona el lugar con una cómplice sonrisa adornando sus labios, respondiéndole a Sanders con una pícara mirada antes de cerrar la puerta tras de sí.

―Creo que tienes una admiradora ―comenta la ligeramente ruborizada morena cuando se integra a la sala―. ¿Cuánto tiempo te retuvo en su piso?

―No mucho... Bueno, lo suficiente para ponerse al día sobre cómo nos conocimos.

―Vaya... ―suspira Alice con incomodidad, mientras rompe la distancia con Ethan para darle un apretado abrazo del cual se separan sólo un par de centímetros, lo suficiente para mirarse fijamente. Alice alza las cejas y él responde algo inseguro, sólo abriendo sus azules ojos con enormidad―. ¡Al diablo! ―murmura ella para sí misma, luego atrayéndolo y atreviéndose a besarle suave en un inicio, pero, debido a la cantidad de tiempo que había transcurrido sin que ella besara a nadie en los labios, además de la creciente química corporal con el gentil hombre frente a sí, ese roce de labios finaliza con una efusividad propia de la más penante ansiedad por parte de ambos.

Gracias... ―susurra él con una agradecida y aliviada mueca embobada mientras unían sus frentes a ojos cerrados.



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Sé que no les puedo pedir imparcialidad a ustedes porque están aquí por Sherlock y blah blah blah, pero, yo soy una wh*re por el desarrollo de personajes y creo fielmente que Ethan merece contexto, fallas y virtudes, así que el próximo capítulo será uno NUEVO y en gran parte sobre él. Empatía, chiques, empatía. Esa es la clave de la buena escritura y eso es lo que intento lograr algún día c:

La canción que inspiró este capítulo, escúchenla es hermosa:

https://youtu.be/0aoG4JCgLGw

(Calma y paciencia que en el capítulo 30 vuelve Sherlock a causar el acostumbrado caos en la vida de todos)

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