27 | Supervivencia

Tic, toc, tic, toc...

Alice estaba al borde del colapso. La joven no sabía con exactitud cuántos días llevaba internada en el hospital y menos sabía que había sucedido finalmente con sus compañeros de misión. Sin embargo, a pesar de su evidente debilidad por los fármacos suministrados para calmar el dolor de la puñalada propinada por Koskova, la agonizante morena decide bruscamente ponerse de pie e ir hasta el reloj colgante en la pared para quitarle las baterías al ruidoso reloj sobre la amplia y estéril muralla.

―Deberías volver a la cama. Descansa ―R entra a la habitación y le quita desde las manos el desarmado reloj a la chica, dejándolo sobre la mesita junto al sofá doble encarando a la cama―. Si no respetas tu tiempo de reposo jamás sanará esa herida... ―continúa la mujer con relajado tono, guiando a una frustrada joven hasta el catre hospitalario.

Sanders la observa con desconfianza desde el rabillo del ojo; la morena llevaba la misma peluca y peinado de siempre. No obstante, algo parecía distinto en su semblante y no podía descifrarlo en aquel instante debido a las distractoras y crudas punzadas provenientes desde su herida.

―¿Cuánto ha pasado?

―Casi cuatro semanas.

―¿Mila? ―consulta Alice mientras R la cubre con las sábanas y vuelve a su lugar la aguja intravenosa.

―Se la tragó la tierra.

―Diablos... ―susurra Alice, no engañando a R en absoluto.

―No soy ingenua. Sé que tú le dejaste ir... ―confiesa para sorpresa de Alice―. Sabía que lo harías y me alegro por ella. Koskova me recuerda un poco a mí misma durante mis mejores... ―la morena duda por un segundo para luego continuar―... aunque peores años. A mi parecer ella no merecía morir, no cuando ha hecho tan buen trabajo y sobre todo tratándose de no alardear frente al resto arruinando así la misión. Esa fue la señal... Ella cumplió su parte del trato y el MI6 aun así la quería fuera de escena de forma permanente.

―¿Quién ordenó su ejecución?

Lady Smallwood ―suelta R rodando los ojos como de costumbre al hablar de dicho personaje de alta relevancia para el MI6―. Mycroft estaba indeciso, así que le convencí para que tú fueras el verdugo.

―Les manipulas a tu voluntad ¿no?

―Este era mi última oportunidad para jugar con el peligro. Ahora soy libre.

―¿Thomas?

―Aun aquí en París ―Sanders frunce el ceño interrogante―. Su hermano vive aquí. Le di unas cuantas semanas de vacaciones hasta que se integre oficialmente a Scotland yard.

―¿Esa es la paga que solicitó por quince meses de tortura? ―Alice no puede evitar soltar aquella pregunta con un tono despectivo el cual causa una genuina sonrisa en R como respuesta.

―No fue tortura para él. Thomas quería ganar experiencia en el campo de la investigación y será el link directo entre la policía y el MI6.

―Y, entonces... ―suspira la chica, agotada―. ¿Qué será de mí?

―Luego de lo sucedido en el hotel, Lady Smallwood se negaba a recompensarte con la información confidencial sobre el paradero de tu hermana ―comenta R al mismo tiempo en que saca un archivo desde su cartera de cuero negro―. Pero, entre nos, la detesto y no me interesa lo que ella diga. Tómalo como un regalo atrasado de navidad... O cumpleaños... ―finaliza entregándole a la chica la carpeta cual contenía la información sobre Cassie y su nueva identidad protegida―. Al parecer los Holmes tienen una debilidad por ustedes. Mycroft la cuidó bien, ella ha tenido al parecer una vida aburridamente normal en comparación a ti ―comenta tomando asiento sobre la esquina inferior izquierda de la cama de Sanders―. Y Belfast ha sido de su total agrado ―Alice recibe el regalo y con ojos cristalinos comienza a leer ansiosamente el archivo durante unos minutos, realizando así que todos sus temores fueron infundados; su hermana pequeña estaba bien, siempre lo estuvo desde que se alejó de su familia... Cassandra tenía una buena vida―. Los esfuerzos por desbaratar la célula terrorista de Moriarty aún no terminan, es por ello que una potencial reunión entre ustedes podría ponerla en riesgo. Te recomendaría esperar hasta que Mycroft te dé una señal.

―¿Mycroft sabe de esto? ―consulta haciendo un ademán en dirección al archivo―. ¿Él autorizó que me dieras la información?

―Él supuso que la robaría y me dio aquella recomendación cuando me llamó hace diez minutos ―Sanders continúa leyendo las páginas del informe el cual explicaba la vida que Cassie; ahora llamada Elizabeth, llevaba una tranquila vida en la capital de Irlanda del norte y la música clásica se había transformado en el camino de su profesión luego de años de estudios en el conservatorio irlandés―. Te darán el alta en dos semanas. Procura descansar ―comenta R poniéndose de pie, distrayendo simultáneamente a la chica―. Por lo tanto, ahora oficialmente relevo mis responsabilidades como "enfermera" ―finaliza irónica a pesar de que acudió fielmente al hospital cada fin de semana para cuidar a Sanders no importando que su contrato ya había terminado y que en ocasiones la chica ni siquiera estaba consciente. R se había tomado el bienestar de Alice como algo personal y creía que estar a su lado era lo mínimo que podía hacer por la ahora distante amiga de su novio.

La morena suspira profundo, acaricia fraternalmente el hombro de la joven y camina lento hasta la puerta, siendo seguida por la mirada de la paciente.

―Creo que la peluca ya está de más.

―No, no lo está. No hasta que yo lo decida necesario ―responde guiñando un ojo luego de voltearse sobre sus pies―. Autorizaré a Thomas para que venga a verte durante el tiempo que te queda en el hospital. Creí que si te veía tan débil como lo estuviste durante las primeras semanas... Él sucumbiría al llanto y, en realidad, nadie quiere eso. Thomas es un chiquillo algo sensible.

―Gracias, hubiese odiado una escena ―ríe la nostálgica chica mientras observa a R alejarse hasta llegar finalmente a la puerta―. ¿Volveré a verte?

―Tal vez.

―Y ¿cómo debería llamarte entonces?

La falsa morena se detiene en seco bajo el umbral y sonríe con calma.

Mary.

.           .           .

―¿Estás segura de que puedes caminar bien?

Dos semanas habían transcurrido como un sueño y Sanders ya era dada de alta desde el Hospital Americano de París. El siempre empático Thomas la acompañaba desde que R le había autorizado para visitarla y, como era de costumbre, el gentil joven no paraba su incesante charla.

―Fue solo una puñalada en el abdomen. No tuve una fractura en el tobillo, niño. Estoy bien, sólo debo andar con cuidado ―insiste ella negando tomar a su acompañante desde el antebrazo.

―Qué suerte que Mila no te haya dañado algún órgano...

―Lo sé ―responde con una amarga media sonrisa suspicaz―. Los médicos decían que la herida parecía hecha por un cirujano...

Ambos continúan con la tranquila caminata hasta que salen por la puerta principal del hospital a la fría calle en donde un taxi les esperaba. Thomas carga la maleta de la chica al carro, mientras ella sube sin más.

―El hotel es bastante agradable, por esa razón decidí quedarme ahí y no pedirle alojo a mi hermano. ―comenta Thomas con entusiasmo al unirse a Alice en el automóvil.

―¿Tu familia es francesa?

―No... En realidad, Europa es pequeña después de todo...

Sanders asiente pensativa mientras observa por la ventana como la nieve cubría paulatinamente la acera y a todo aquel caminante, ignorando así a su ansioso acompañante quien, de pronto ansioso, no puede contenerse por mucho más.

R me prohibió básicamente hablar contigo durante la misión ―confiesa Thomas repentinamente, captando la completa atención de la chica―. Soy un gran fan de Sherlock y ella creía que si lo mencionaba podría incomodarte.

La joven es tomada por sorpresa al escuchar el nombre de Sherlock ser mencionado en voz alta y frunce los labios casi imperceptiblemente, para luego suspirar resignada y negar con un sutil ademán, como intentando no permitirle al dolor del recuerdo volver a atormentarle.

―Ya han pasado casi dos años... Supongo que debería superarlo de una vez ―miente con frío descaro, logrando de manera exitosa calmar el tenso semblante de Thomas quien suspira aliviado.

―Quiero que sepas que siempre creí en él. Los medios son una basura... Al menos luego de unos meses reconocieron su culpa en el deceso de él. Lo lamento mucho, no puedo imaginar lo que debe ser perder a un amigo de esa forma ―le consuela el sensible joven, notando que ella se encoge evasivamente de hombros como intentando esquivar la emocionalidad de su comentario. Lo cual le obliga a cambiar radicalmente de tema―. ¿Crees que mañana te sientas lo suficientemente bien como para salir a recorrer el Louvre?

―Eh... Tal vez...

―¡Oh vamos! Escuché a tu médico decir que el reposo total no era necesario, sólo debes limpiar de tu herida con regularidad.

―No lo sé...

―Supongo que a Ethan le encantaría verte...

Alice abre los ojos con sorpresa y observa confundida a su compañero durante unos instantes.

―Espera un segundo... Barnes es tu apellido ¿verdad?

―Si.

―¡Vaya!... Europa sí que es pequeña...

―Él me dijo que te conocía hace un par de años, cuando Sherlock, John y tú le ayudaron a Alec y luego a él en el caso de la pintura del Reichenbach...

La chica suspira con fastidio al recordar a Alec Shelby y su petulante sonrisa.

―Por supuesto... Eso hace del abogado del diablo tu hermano también.

Thomas ríe ante el sobre nombre y el exhausto semblante de la chica.

―Ya no ejerce como abogado, se está postulando como líder de su partido luego de un periodo como miembro del parlamento.

La chica hace una mueca de disgusto y continúa observando por la ventana de su transporte. El viaje termina luego de unos minutos y Thomas acompaña a Sanders hasta su habitación, dejando la maleta junto a la cama, despidiéndose casi de inmediato al notar que ella no levantaba su cara desde la almohada después de haberse lanzado sobre el colchón.

Las horas pasan impasibles, aunque, a pesar de su agotado cuerpo, el punzante dolor le despierta. Alice había dormido casi siete horas sobre su herida y brazo, sin mencionar que no había tomado la medicación indicada. A duras penas se pone de pie y revisa su maleta en busca de sus medicamentos hasta que da con ellos. Si importarle mucho las consecuencias, ella traga el doble de las píldoras recetadas y permanece sentada en la misma posición durante un par de minutos. Con ojos cerrados inhala y exhala calmadamente, como deseando que aquello acelerara el efecto de las drogas y el dolor desapareciera de una vez para dejarle volver a soñar en blanco. De pronto, no puede evitar verse distraída al notar una tenue luz roja la cual provenía desde el interior de su bolso. La chica hurga en este hasta que logra encontrar el origen: era la grabadora de voz obsequiada alguna vez por Holmes. Sanders la toma con poca delicadeza debido a su paulatina pérdida del control sobre sí misma y nota que la parpadeante luz se desvanecía poco a poco, al igual que la nitidez con la cual observaba su entorno. Así, involuntariamente aprieta con fuerza el aparato, presionando así una serie indeterminada de botones al azar.

«... Miércoles 22 de Enero, año 2013

(...) ...»

La voz de Sherlock es lo último que escucha antes de caer inconsciente sobre su cama, durante una indeterminada y tumultuosa cantidad de horas.

¿Alice? ¿estás ahí?

La joven es despertada de improvisto por Thomas quien golpeaba su puerta. Desorientada, ella se alza sobre sus pies y camina para recibir al chico.

―¿Qué sucede?

―Son las tres y treinta de la tarde ―dice mientras revisa la hora en su reloj de muñeca―. ¿Aun dormías?

―Dupliqué la dosis.

―¡No debes hacer eso! Sabes que es peligroso...

―¡Oh cierra la boca! No sabes lo que es tener un agujero en el abdomen.

Thomas frunce los labios y cierra la puerta tras él para seguir a la tambaleante chica hasta el centro del cuarto.

―Iré a tomar una ducha ―anuncia ella mientras lentamente saca una tenida al azar desde su maleta para luego arrastrar sus pies hasta el baño.

El chico se sienta sobre la cama y espera paciente por unos minutos hasta que decide prender la tv con el objetivo de distraerse. Así, cuando vuelve a tomar asiento, nota que había un objeto sobre la cama y se sorprende al notar que conocía aquel aparato: Era una grabadora de última tecnología del MI6. Él trata de encenderla, pero, realiza que la batería estaba acabada, por lo tanto, toma el cable universal desde la maleta de Sanders y conecta el aparato para que cargara debidamente. De esa manera, luego de una larga espera, la chica al fin sale del baño, se traga un pequeño puñado de píldoras ante la mirada de reprobación de su acompañante y ambos toman sus abrigos para dirigirse hasta las afueras del hotel.

―¿Y tu hermano ahora está de curador en el Louvre?

―Sí, desde hace un año.

―¿Qué te contó sobre mí? ―pregunta una curiosa morena mientras arregla su roja bufanda alrededor de su cuello―. No nos conocimos mucho, según yo no había mucho que decir.

―Bueno... Al principio estuvo muy decepcionado de que no le contactaras, pensó que había dejado una mala impresión en ti. Sin embargo, luego, al verte con Sherlock, entendió que tus prioridades eran otras.

―Sabio.

―Se podría decir que sí.

―¿Sabe que hoy te acompaño?

―No... ―dice y titubea un momento―. Tampoco sabe que nos conocemos.

―¿¡Qué!?

―Ambos nos conocimos trabajando para el MI6. No podía decirle... Ahora la misión está completa, por ende, juntarnos no influye en nada ―Alice le observa expectante durante unos segundos, pero pronto se encoge de hombros con indiferencia mientras se disponían a andar juntos por la nevada acera parisina.

El Hotel Britannique quedaba a no más de diez minutos del museo de Louvre, por lo tanto, la caminata no pareció ser un problema para la decaída chica. Con calma recorren parte del centro de París por la acaudalada avenida junto al ancestral muelle François Mitterrand. Thomas no paraba de hablar de cualquiera que fuera el tema que se le viniera a la mente, mientras que Sanders sólo asentía con falsa predisposición, ya que, luego de tan sólo un par de minutos en el exterior... Se arrepentía de haber dejado su cuarto.

―... Y es así como terminé con la pierna derecha fracturada, lo cual me limitó y no pude ser formalmente parte del cuerpo de policía británico... Mi padre insistió en que explotara mis otros talentos y como siempre he sido bueno con la electrónica e informática, heme aquí...

Alice se detiene por unos segundos al observar a lo lejos a un alto hombre de largo abrigo negro, cuya silueta le recordó tanto a Holmes que por un segundo casi pierde el aliento, dejándole en un deplorable estado de desazón.

―¿Estás bien?

―Si... si... ―responde ella lúgubre y evasiva cuando adelanta el paso―. ¿Por qué policía?

―¿Huh?

―¿Por qué querías ser policía?

―Detective en realidad.

―¿Detective? ¿En serio?

―Es fascinante ―sonríe esperanzado―. Tu mejor que nadie debería entenderlo.

―Por supuesto que entiendo el atractivo de tener el control sobre la evidencia, pero no cuando eres parte de una institución en sí.

―¡Oh la ironía! Tú también trabajaste para Scotland yard.

―Sí, pero fue porque estaba en un programa de protección a testigos.

―¿Qué?

―¿Qué? ―se burla ella ante la perplejidad de su acompañante.

―¿Alice Sanders no es tu verdadera identidad?

―No, y es un secreto al igual que la misión en la que estuvimos involucrados ―replica indiferente―. Por ende, si alguien se entera sobre mí sabré que fuiste tú y te acusaré con el idiota de Mycroft. En resumen... Tendré que asesinarte.

Thomas deja entrar a la chica al Louvre aun con la boca entreabierta por la sorpresa.

―¿Entonces soy el único de ustedes que no había estado nunca involucrado con alguna agencia de inteligencia para alterar mi identidad?

―Exactamente... Lo cual es peligroso, puede que los terroristas te estén rastreando ahora mismo ―vuelve a bromear la irónica joven, pero esta vez nota que Thomas estaba genuinamente asustado―. Hey, solo intentaba tomarte el pelo. Nunca saliste de aquella habitación en el hotel, para cualquiera eras solamente un amanerado masajista ¡No me dejes jugar con tu paranoia! ―ríe Alice ante el pálido semblante de su compañero.

De pronto, un hombre de mediana edad se les acerca interrumpiéndoles y consulta sobre dónde se llevaría a cabo la charla inaugural sobre arte contemporáneo anglo. Thomas se ofrece a llevarle, ya que era a ese mismo espacio donde ambos se dirigían.

―Buenas tardes a todas y todos. Mi nombre es Ethan Barnes y soy el curador encargado de la sección de arte contemporáneo del museo de Louvre ―comienza el apuesto castaño cuando se posiciona en el escenario del auditorio. Thomas le saluda enérgicamente con la mano, captando su atención de inmediato, a lo cual él responde con un leve ademán―. Hoy hablaré sobre... ―en ese instante, a pesar de su cambiada apariencia, con sus ojos amables logra reconocer que Alice era quien estaba sentada junto a su hermano menor entre los asistentes, y olvida por un segundo sobre lo que hablaba―. Eh... Hoy, hoy hablaré sobre... ―tartamudea y ríe avergonzado al notar que se había distraído por completo ante la sorpresa de aquella coincidencia―. Lo siento mucho ―se disculpa al mismo tiempo en que retrocede hasta la mesa tras él ―anoche madrugué y no tomé mi café matutino... y como verán. No funciono sin la vieja y confiable cafeína ―se disculpa finalmente y toma un sorbo de su bebida caliente―. Ahora... Bueno, ahora recuerdo a lo que venía. Okay. Siendo parte de la semana de aniversario del ala de arte contemporáneo... Sean bienvenidos a una extensa charla sobre arte moderno y cómo su antigua técnica evolucionó para influenciar nuestras expectativas del futuro ―cuenta con entusiasmo, pero, al no ver respuesta por parte del erudito público, se obliga a sí mismo a salirse del libreto―. Prometo no hacerlo aburrido... En lo posible. Pero, bueno... De otra forma ¿Por qué estarían aquí durante un viernes por la tarde habiendo tantos pubs en las cercanías?

Muchos de los presentes ríen y así Ethan continúa con la charla sobre diferentes piezas de arte moderno anglosajón alrededor del museo Louvre; sus orígenes, autores, historia y anécdotas. Thomas sonríe de sobremanera durante una breve mención de su nombre en una anécdota que Ethan relataba y comparte una breve alegre mirada con su compañera. Alice se sentía fascinada con el desplante del castaño y el sutil sentido de humor, cual hizo que los noventa minutos de cátedra pasaran como un suspiro.

Así, cuando Barnes termina la charla, invita a los asistentes a pasar al salón de al lado en donde había una gran exposición de algunas de las nombradas pinturas, además de atractivos bocadillos y bebidas. La gente comienza a caminar en la dirección indicada, también felicitando a Ethan al pasar junto a él. Thomas y Alice esperan hasta que las demás personas abandonen completamente la sala antes de acercarse a saludar.

―¡Hey! Señor de ansiedad injustificada ¡Lo hiciste fantástico! ―le felicita su hermano menor, abrazándole fraternalmente.

―Sí, bueno... Pensé que estaba alucinando por un momento y luego caí en cuenta de que no estaba perdiendo la cordura ―comenta observando a Alice de pies a cabeza con el ceño fruncido, pero, un delator brillo en sus azules y profundos ojos―. Me gusta ese color de cabello... ―pronuncia gentil haciendo alusión al tono chocolate que ahora reflejaba la cabellera de Sanders.

―Gracias... Me gustó tu clase. Definitivamente asistiría a tus cátedras si fuera estudiante de arte.

―No es necesario el grado para que vengas. Esta es mi primera charla de varias por la celebración anticipando el aniversario de la sección de arte contemporáneo y estás más que invitada a asistir... Aunque te rogaría que no rieras si me ves caer en una pequeña laguna mental.

―Lo siento... No podría evitar burlarme ―responde ella seriamente, causando una sutil risa en Ethan, cuyo hermano observaba la escena con cómplice suspicacia.

―Iré por unos bocadillos ―anuncia Thomas disuasivamente, pero Alice se le une de inmediato siendo seguidos por el curador de arte moderno hasta la barra de snacks.

―¿Cómo se conocieron? ―suelta el expectante castaño de manera repentina al notar como Thomas le quitaba con rapidez la copa de champagne a Alice desde las manos y la alejaba desde su alcance.

―Scotland yard ―responden ambos al unísono y se miran con orgullo al coincidir siendo tan precisos; logrando que Ethan asienta lentamente, como si la respuesta fuese suficiente.

―¿También estás de vacaciones?

―Si. Me apuñalaron, creo que las merecía ―ambos Barnes abren los ojos con susto, cada uno con distintos motivos. Sanders pisa sutilmente el pie de Thomas para calmarle antes de alcanzar una nueva copa de champagne. El mayor de los hermanos observa con preocupación a la autodestructiva chica y frunce los labios antes de hablar.

―Si en efecto te hirieron, supongo que estás con medicamentos para el dolor los cuales no deben ser acompañados por alcohol ―comenta Ethan quitándole la copa y devolviéndosela a un garzón―. Corran la palabra, ella no puede beber.

―Ni sueñes que vendré a una clase tuya nuevamente.

―Bueno, si bebes en exceso quizá estarías inconsciente para la próxima semana y tampoco vendrías. Prefiero saber que estás viva y molesta, que intoxicada.

―Amen ―concuerda Thomas, causando que Alice rodara los ojos con infantil fastidio.

Par de abuelas... ―refunfuña ella y se dispone a recorrer solitariamente la galería para observar las pinturas que adornaban los amplios y blancos muros de marfil. Logrando, gracias a la clara luz artificial, apreciar como nunca los trazos y colores sobre los lienzos de diversos materiales.

La tarde transcurre entre colores, anécdotas y charlas casuales con contemplativos extraños también fascinados con los vestigios de un acechante futuro imaginado en el pasado. De pronto, el dolor abdominal y el cansancio vuelven, obligando a la ahora morena chica a despedirse del curador de arte contemporáneo.

―Te espero aquí el próximo martes a las cuatro y treinta de la tarde. Hablaré sobre uno de tus pintores favoritos ―comenta Ethan con suspicacia mientras le extiende la mano a la chica.

―Tentador.

―Te daría mi tarjeta, pero creo que la perderías nuevamente.

―E intuitivo... ―continúa Alice con el mismo tono irónico, aun agitando la mano de Barnes mayor. Él no puede evitar sonreír para sí mismo.

―De verdad te esperaré.

―Lo pensaré... ―responde intentando no ser contagiada por la sutil sonrisa del castaño; ambos ignorando que eran observados de cerca por un entretenido Thomas.

―Yo también vendré por si a alguien le importa.

Alice rueda los ojos y le suelta finalmente la mano a Ethan para así caminar hasta la calle junto a Thomas y abordar un taxi en dirección al hotel en donde se hospedaban. La morena se despide del chico y encierra en su cuarto como era de costumbre, pronto caminando hasta su mesita de noche en donde tenía guardadas sus píldoras para el dolor; tomando dos sin dudarlo un segundo. Ella se mentía a sí misma. El intenso dolor punzante ya había cesado durante el día. Supuestamente esas píldoras a base de morfina sólo debía consumirlas mientras se encontraba internada, pero la sensación de adormecimiento que le brindaban le habían vuelto completamente dependiente.

Sanders se desploma sobre su cama y se comunica con recepción para que le trajeran una botella de vino tinto. Se suponía que tenía prohibido beber y mucho más cuando se sobremedicaba constantemente, pero no podía evitarlo. Tenía que continuar ese juego suicida hasta desvanecerse y así quizá poder comenzar un nuevo día al siguiente. A la joven simplemente le aterraba la noche y el sepulcral silencio que la ahogaba poco a poco, y, para peor, estaba sola. Completa e irremediablemente sola en un país extranjero.

De pronto, observa que junto a sus píldoras su grabadora tenía una luz verde prendida, indicando que estaba cien por ciento cargada. Curiosa, la chica desconecta el aparato y como una epifanía recuerda el fragmento de la noche anterior en que creyó escuchar la voz de Holmes por unos segundos. Alice se apresura a encender el dispositivo y a presionar botón tras botón intentando con ansias encontrar la grabación en cuestión, dando con una... La despedida que Sherlock había grabado. El audio que escuchaba día tras día desde que lo descubrió. Ya había pasado tanto desde aquello y ella no parecía poder superarlo. Al parecer todo había sido un sueño, una ilusión.

La morena se acurruca sobre su cama y se dispone a escuchar nuevamente la grabación hasta que poco a poco pierde la consciencia y es cobijada entre los reconfortantes brazos de Morfeo.

.            .           .

Las horas siempre parecen vacías en una mentalidad colapsada, ya que, para esta no es posible enfocarse en nada más que su profunda amargura. Sanders giraba de un lado a otro sobre su colchón, el chirriante ruido interno que hacía su consciencia la atormentaba; los recuerdos de vidas pasadas, el cariño perdido... Las bocanadas de dos píldoras cada seis horas ya no parecían surtir el mismo efecto que al principio, su resiliencia había aumentado: Era hora de aumentar la dosis.

Alice toma el doble de píldoras y bebe desde una casi vacía copa de vino a los pies de su cama. Para luego tomar puesto sobre el piso en donde hace unos segundos el cristal estaba. La chica contempla directamente hacia el espejo de pie frente a ella y su reflejo la descoloca. Sería mentir el asegurar que a ella nunca le importó su exterior, pero también lo sería decir que su vida rotaba alrededor de la idea de una buena apariencia. Sin embargo, su demacrado y enfermo aspecto la obligan a cerrar los ojos durante unos segundos.

Ella presiona sus rodillas contra su pecho y las abraza, escondiendo su cara entre sus piernas para gritar de rabia en contra de sí misma ¿Cómo era posible que ella hubiese sucumbido de esa forma? La decadencia en la cual se encontraba era pasivamente sofocante. Era como si viviera dentro de un sueño, como si tuviera el control de despertar cuando quisiera. Aunque, paradójicamente era, al contrario: Cada vez que los rostros, voces, existencias de su madre, hermano o Sherlock se pasaban por su mente, ella sólo atinaba a consumir las píldoras que le fueran necesarias en ese punto para lograr caer inconsciente. Aquella rutina cumpliría ya tres semanas, y, con la partida de Thomas a Londres su oscura soledad simplemente se multiplicaba en su interior. Aunque no todo era gris.

Ethan procuró tomar, en gran parte, el noble rol de su hermano menor, logrando sacar poco a poco a Sanders desde su zona de aislado confort, aunque muchas veces le resultaba casi imposible. La joven limitaba sus días a asistir a las charlas de Barnes en el Louvre, sus citas médicas para solicitar más calmantes y caer inconsciente sobre el piso de su habitación hasta el próximo día. También, de vez en cuando el castaño le invitaba a recorrer las cercanías del museo parisino, o simplemente a beber café. Y Alice, a pesar de negarse, siempre terminaba siendo persuadida por la amabilidad y talento para una buena charla por parte de él. Tanto así que, durante las últimas dos semanas, a pesar de que ella había procurado cerrar toda frontera comunicacional con el exterior, Ethan parecía poder ver a través de sus tristes ojos.

―Sé que no soy el indicado para decirte esto, pero... ―duda inseguro de cómo continuar―. Me preocupas... Pareces estar en constante duelo.

―¿Crees que debería ya superarlo? ―responde ella con rapidez.

―Por supuesto que no. Absolutamente, al contrario, debes vivirlo y sentirlo al hueso, hasta que logres asimilar una vida sin aquellos a quienes amabas ―refuta Ethan con convicción―. Perdiste a una de las personas más importantes en tu vida... Estoy sorprendido de como veo que lo sobrellevas con tanta dignidad. Cuando mi madre falleció, yo era un adolescente y créeme que no podía levantarme si quiera. El dolor era demasiado.

Alice sonríe forzadamente mientras toca los bordes de su copa de café con la punta de los dedos sin dirigirle la mirada a Barnes. El curador de arte se había trasformado en un gran apoyo durante esas últimas semanas y, desde la partida de Thomas, la chica no tenía a nadie más con quien hablar a parte de los doctores durante sus controles médicos. Sin embargo, no le había contado mucho más sobre ella o sobre su familia, ya que, ello significaría que su identidad estaría comprometida y no deseaba complicar las cosas con quien la chica creía ser el personaje menos complicado que conocía, en el buen sentido, claro. Aun así, confesaría algo, por el bien de su manchada moral; no permitiría que él pintase un idealizado cuadro de ella en su subconsciente.

―En el último tiempo... He... He desarrollado cierta dependencia a las píldoras para el dolor ―confiesa con voz entrecortada. Su acompañante asiente con lentitud, invitándola a proseguir con gentil confianza―. Yo... yo soy capaz de consumir una gran cantidad al día y, al parecer, soy bastante buena ocultándolo... ―Alice suspira para calmarse, ya que sus manos comenzaban a temblar de manera involuntaria―. Sé que no es una excusa, pero... Todos los días son iguales, siento que estoy atrapada en un espiral interminable de vacío interno. Y no hay nada que me motive a seguir... nada que me mantenga ocupada... Nada que pueda ya desviar mi atención desde lo que evité por tanto tiempo... Ya ni siquiera recuerdo como es sentirse bien... o feliz...

Barnes le observa comprensivo, sus azules ojos cristalinos cayendo pronto sobre las pálidas y delgadas manos de Alice rozando la tibia porcelana de su café.

―Una de las cosas que aprendí del luto es que... Debes simplemente aguardar hasta que todas las piezas vuelvan a encontrar su lugar ―agrega él luego de que la chica ya ni siquiera se atreviese a alzar su mirada―. Yo no soy un ejemplo moral para juzgarte y no lo haré. Es por lo que quiero que sepas que estoy para ti si necesitas hablar con alguien o si simplemente necesitas compañía.

―Gracias... Pero, esto va más allá de mí y me he vuelto dependiente de una necesaria soledad que me aterra ―bufa molesta consigo misma―. Cuando nos despidamos, lo más probable es que vuelva a mi habitación de hotel y tome un par de píldoras acompañadas de la botella de merlot que tengo junto a mi cama.

―¿No has pensado en buscar apoyo psicológico? Siempre es necesario.

―Sonará estúpido, pero... Me avergüenza mucho la idea de tener que acudir a una cita con un colega... Sé que es ilógico viniendo de una psicóloga no practicante, pero es eso es parte de lo que me retiene.

―No sabía que eras psicóloga.

―Es la mayor paradoja sobre mi persona ―sonríe amarga y él asiente suave.

―¿Qué otra rutina tienes aparte de acudir a mis clases? De lo cual estoy muy agradecido, por cierto.

―Básicamente mi día sólo consiste en dormir hasta tarde, ir a controles médicos por mi herida, comer... en ocasiones, fumar en la azotea del hotel y beber hasta desvanecerme... Extraño ejercitarme, correr me daba ánimo como nada lo hace...

―¿No has pensado en la meditación?

―No soy ese tipo de persona.

―Nadie lo es y créeme, yo tampoco lo era. Sin embargo, he podido sobrellevar la ansiedad y el estrés gracias a esos breves minutos al día que tomo para relajarme.

―¿Yoga?

―No realmente, pero darte un tiempo para conectarte contigo misma, en paz, silencio, tranquila.

―Pensé que eras más del tipo que va al gimnasio cinco veces a la semana. No imaginé que meditabas.

―Voy al gimnasio, a veces, porque intento mantenerme ocupado... ―sonríe honesto mientras se encoge de hombros―. Hace que olvide el volver a estar solo en casa cada noche.

La velada continúa entre sinceras charlas y pequeñas galletas de azúcar, de las cuales, sorpresivamente, Alice no parecía obtener suficiente. Así, cuando el reloj marcó las nueve y treinta, ambos decidieron partir y Ethan insistió en acompañar a la chica hasta el hotel en donde ella se hospedaba, argumentando que él vivía a tan sólo diez minutos de distancia y que la caminata le servía.

―Gracias por escoltarme y por la charla. De verdad lo agradezco ―sonríe abrazándole con fuerza, sorprendiéndolo durante un segundo.

―Después de tanto tiempo... No esperaba que eras el tipo de personas que abraza.

―Es preferible a un beso en la mejilla ―contesta separándose de él. Ethan sonríe suavemente y observa a la chica caminar hasta la entrada del hotel.

―Alice... ¿Cenarías conmigo mañana por la noche? ―la chica se detiene por unos segundos, sorprendida, y luego no puede evitar observar los adornos en las calles aludiendo al catorce de febrero, lo cual es notado inmediatamente por Ethan, quien reivindica su propuesta―. No es una cita. Mis intenciones no son románticas en absoluto. Mentiría si no dijera que me gustaste alguna vez, pero esa es otra historia. Sólo te estoy invitando a comer en mi hogar, como amigos.

La morena aguanta la respiración durante unos segundos, para luego decidir no evadir las transparentes intenciones de Ethan.

―¿Tú cocinas?

―Usualmente soy bastante desconfiado de mis capacidades porque sobre pienso absolutamente todo, pero creo que mi único talento seguro es en la cocina. Tengo excelentes referencias.

Alice observa al seguro y gentil hombre por unos segundos y ríe para sí misma antes de responder.

―No como carne.

―Edificio Dantè, apartamento cuatro en la calle Rue de Valois a las seis treinta, mañana por la tarde ―dice conforme y alzando ambos brazos, así recibiendo ligeros copos de nieve sobre sus palmas.

La chica asiente con una media sonrisa y continua su camino, pero directamente hasta la terraza esta vez; ocuparía el vacío sitio de fumadores. Cada vez que estaba con Ethan, a pesar de que se refirieran a sus problemas, ella sentía como si el peso de sus emociones se aliviara paulatinamente.

De pronto, la ansiedad le llamó una vez más y ella saca el frasco de píldoras desde el bolsillo de su chaqueta para consumir un par como si nada. Necesitaba adormecerse ya y borrar la noche con la esperanza de que mañana también fuera un buen día.



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La tarde parisina trae consigo a un incómodo invitado; el frio en la capital no solía ser tan extremo, sin embargo, Sanders, ya acostumbrada a la humedad de Londres, no puede evitar sentir como un escalofrío recorría su cuerpo entero al mismo tiempo en que cruzaba la calle. Ella, a pesar de haber solicitado referencias de la dirección dada por Ethan en la recepción del hotel, de igual forma se guiaba con el GPS de su teléfono celular, ya que, no se arriesgaría a recorrer cuadras demás en aquel frío exterior. Y, para su alivio, él no había mentido cuando le aseguró que sus residencias estaban a menos de diez minutos una de la otra. De esa manera, Alice toca el timbre del apartamento cuatro y la entrada le es concedida de inmediato, así la chica decide subir por las escaleras hasta el cuarto piso, encontrando la puerta solitariamente abierta.

―¿Hola? ―habla mientras se invita a sí misma hasta el sorprendemente amplio recibidor, cerrando la entrada tras ella―. ¿Ethan? ―consulta caminando con cautela hasta la sala desde la cual era posible ver hasta la cocina en donde el moreno freía con gran destreza un conjunto de coloridas verduras.

―¡Alice! Siéntete como en casa. Puedes colgar tu abrigo en el recibidor... ―la chica hace caso para luego encaminarse hasta la cocina en donde, al parecer, Ethan continuaba una plática de la que ella se había perdido la mitad―... Y es por lo que hoy la clase terminó tan tarde. Luego me apresuré hasta el supermercado, pero imaginarás que por la fecha estaba repleto. Aunque, al menos pude obtener todo lo que buscaba. Tendremos una deliciosa cena, y no estoy alardeando.

La chica ríe por lo bajo y luego recompone su postura, para así observar con más atención la postal frente a ella... Normalidad. Ethan Barnes era definitivamente un hombre común y corriente. Apuesto, sensible y bastante culto, sin embargo, ordinario... En el mejor sentido de la palabra. Su amable aura era suficiente como para hacerte sentir en casa.

―¿Disculpa?

―Te preguntaba qué habías hecho hoy ―reitera vaciando las doradas verduras fritas dentro de un bowl; Alice se había perdido un momento en sus propios pensamientos.

―Nada interesante, por supuesto.

―¿Eso te trae tan pensativa entonces?

Ella arruga la frente con sorpresa y se cruza de brazos, afirmándose contra el aparador de la cocina mientras le observa suspicaz.

―Me preguntaba a mí misma ¿Qué tipo de persona usaría ese tipo de diseño de delantal? Que no fuera obviamente una muy buena madre ―Barnes no puede evitar sonrojarse levemente y reír por ello, relajando un poco su ardua tarea de chef.

―Bueno... Lo compré en Londres hace algún tiempo ―confiesa mientras le entrega los cubiertos a la chica y le indica con un ademán donde colocarlos―. Traje a casa conmigo el delantal sin notar que el estampado decía «Soy una súper mamá» y... ¿Sabes? Me ha dado excelentes resultados. Cada vez que salpica algún líquido, nunca se ha transferido entre telas. Es una victoria a pesar de su erróneo mensaje.

―No tan erróneo después de todo. Eres mi madre nodriza en París.

―Eso... ―comenta extrañado desde la cocina, volviendo pronto hasta el comedor; acomodando los platos y las copas en sus respectivos puestos―. Aunque sea bastante extraño... Lo tomaré, creo entender el contexto.

―Cuidas de mí, alimentas y sermoneas en un país que no conozco muy bien.

Barnes ríe aun extrañado mientras camina hasta el otro cuarto y observa el contenido del horno, volviendo nuevamente junto a la chica con una botella de vino.

―Te permitiré sólo una copa. Tú eres un potencial búho, por ende, bebes en exceso durante la noche para dormirte. Son las siete de la tarde, ello significa que probablemente no has bebido aun, es por lo que me tomaré la libertad de limitarte hoy. Es por tu propio bien ―finaliza entregándole una moderada copa de tinto a la chica, quien le observa con exagerada y falsa hostilidad cuando él se quita el delantal de cocina.

―Clásico de hermano mayor; sensatez pura y ocultas ansias de dominio sobre el otro.

―¿Me psicoanalizarás?

―No. Al parecer contigo no es necesario. Pareces ser un libro abierto ―responde ella tomando asiento ante el ofendido semblante de Barnes quien va por la comida sin mediar una palabra hasta su vuelta.

―¿Crees que soy tan simple?

―No es un insulto. No cuando has cruzado camino con la misma gente que yo he conocido.

―Creo entender... Trabajar con Sherlock te hizo cruzarte con diferentes criminales ¿verdad? ―Alice asiente para luego tomar un sorbo desde su copa; por primera vez el nombre del detective no le inquietaba de manera inconsciente al ser pronunciado en voz alta―. Alec me comentó sobre como lograste hacer confesar al psicópata de Crane en Florida... Desde ese momento supe que sería inútil continuar insistiendo en una cita contigo ―finaliza el castaño riendo e imitando el anterior actuar de la chica. Esta simplemente abre los ojos con falsa incomodidad, para luego probar desde aquel apetitoso plato; no pudiendo creer lo maravilloso que era.

―¡Diablos!

―Lo sé ―sonríe él con humilde suficiencia y continúan con la comida hasta acabarla más rápido de lo que esperaban.

―¿Dónde aprendiste a cocinar así? ―consulta ella mientras ayuda a secar la loza que Ethan lavaba.

―Mi madre era una chef muy bien conocida. Mi padre nunca estaba en casa, pero ella sí. Éramos muy cercanos, aprendí todo de ella ―comenta con nostalgia en sus ojos, teniendo que esquivar la mirada de su acompañante debido a las lejanas memorias―. Ella falleció hace casi quince años luego de batallar contra el cáncer que la aquejaba. Yo estudiaba en el extranjero y no alcancé a llegar para despedirme de mamá...

―Lo lamento.

―Gracias.

El castaño y la joven terminan con la limpieza, dirigiéndose luego hasta la sala. Ambos tomando asiento sobre el gran sofá en cuyo frente había un muy delgado televisor, del cual Alice no quitaba la vista de encima, ya que, lo prolijo de su superficie reflejaba claramente la silueta de ambos.

―Soy un cinéfilo empedernido ―confiesa poniéndose de pie y abriendo la cómoda que sostenía a la TV dejando al descubierto una gran cantidad de películas en DVD y, sorprendentemente, también en VHS―. Son sólo mis favoritas, el resto de mi colección está en mi casi abandonado apartamento en Londres.

Alice abre ambos ojos con gran sorpresa. En ese estante fácilmente se podría asumir que había hasta cien diferentes películas. La chica se arrodilla junto a Ethan para leer con atención los títulos frente a ella, llevándose una agradable sorpresa.

―¡Tienes Reservoir dogs en VHS!... ¡Fight club! ¡Taxi driver! ¡A Clockwork Orange! ¡The Shining! ¡Psycho! ¡Star wars, las originales!

―¿Fan?

―Las he visto más de lo que me gustaría reconocer ―confiesa en voz baja―. De pequeña solía encerrarme en mi cuarto por muchas horas al día.

―Elige algo para ver ―concede el alegre anfitrión ante la vista de su encantada acompañante quien duda por unos segundos no pudiendo decidir ante tantas alternativas.

―¿Cuál es el VHS más antiguo de todo estos?

El castaño recupera desde casi el medio de la fila la solicitada película y se la entrega a la expectante chica.

―¿«Casablanca»?

―¿La has visto?

―No... No en realidad. Aunque conozco la frase «Siempre tendremos a París» ―confiesa mirando la detallada carcasa del video, para luego abrirla y descubrir una nota dentro de ella.

―Esa nota que ves es de mi padre. Él le regaló ese video a mi madre para su primer aniversario, ya que, se conocieron luego de una función en la matiné. Ambos compartían un innato amor por la cinematografía y se comprometieron luego de un año de haberse conocido después de ver Casablanca.

Vaya... ―susurra y sonríe para sí misma, devolviéndole el video a Ethan―. Supongo... que quizá ya es hora de que la vea.

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A la mañana siguiente, Alice despierta lentamente, poco a poco acostumbrando su visión a la luminosa habitación en la cual se encontraba, así también ganando paulatina consciencia de que ella probablemente se encontraba aun en el apartamento de Ethan. La joven se sienta sobre la prolija cama, notando que llevaba la misma ropa de ayer a excepción de su chaqueta y zapatos. De esa manera, la adormilada joven pronto observa la hora en el reloj despertador sobre la mesita de noche; eran las nueve y quince.

Ella, ligeramente ansiosa y en busca de contexto, decide recorrer descalza la habitación del moreno y, por mera curiosidad, se detiene a observar las fotos sobre el ropero; su familia, infancia y risas retratadas le causan una sana envidia a Sanders, quien sólo se limita a sonreír melancólica antes de dejar el cuarto en dirección a la sala. La habitación principal del silencioso hogar se encontraba vacía al igual que el baño y cocina, pero, cuando ella notaba las simétricamente dobladas frazadas sobre el sofá de la sala, puede escuchar a Barnes entrar al lugar.

―¡Hey! Fui por café y unos bagels. Son veganos, los mejores de Paris. Supuse que podríamos tomar desayuno juntos y luego te acompaño hasta el hotel donde te hospedas de camino al Louvre. Mi turno empieza en una hora aproximadamente...

Una agradecida Sanders sigue con la mirada hasta la cocina al entusiasta castaño y se sorprende durante una milésima de segundo por cuan cómoda se sentía a su lado. Lo casual y gentil de la compañía de Barnes era lo único que la mantenía cuerda últimamente, pero no podía limitarse a volverse dependiente de alguien más durante la búsqueda de su propia sanidad mental. Ella aún debía poner en orden el desastre de puzle que era su vida por ahora y su hogar no estaba precisamente en París.

Hoy volveré a Londres, debo hacerlo...

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