27 | Fashion emergency
―Y... ¿Qué más haces aparte de trabajar para Mycroft y teclear en tu celular todo el día? ―le pregunta Alice a Anthea después de que esta le haya dado las medidas e ideas de vestuario que eran requeridas a la vendedora.
―No debo hablar de mi vida privada cuando trabajo.
―¡Oh vamos! Seremos compañeras de labores ―la joven levanta ambas cejas en reiteradas ocasiones y Anthea no puede evitar sonreír.
―Bueno... Técnicamente no cruzaremos senderos profesionales ―le corrige.
―Siempre pareces extremadamente ocupada.
―Es porque lo estoy ―suspira resignada, cruzándose de brazos, afirmada junto al espejo―. Es imposible tener una vida relajada si eres la asistente personal de Mycroft Holmes.
―Ni siquiera lo puedo imaginar.
―Tanta información, tantos secretos que podrían hacer que me cortaran la cabeza si los revelara. Pero soy una excelente encubridora y aún más, una muy buena mentirosa ―le regala una cómplice mirada a su acompañante. Ella ríe sonora en respuesta.
―Anthea no es tu nombre real, entonces.
―No, no lo es. Una medida de seguridad recomendada por mi jefe.
―Muy cliché.
―Lo es y lo sabes ―asegura la suspicaz morena guiñándole un ojo.
En tanto, llega la vendedora de la pomposa tienda empujando un gran colgador metálico con aproximadamente diez tenidas diferentes. La siguen cuatro asistentes, dos cargando cajas de zapatos y otros dos bolsos de diferentes tamaños y texturas. Alice se voltea hacia Anthea con una expresión de completo desconcierto.
―Una de las razones por las que amo mi trabajo, Mycroft no escatima en gastos cuando se trata de estilo ―dice satisfecha―. Ahora, ve a probarte las tenidas.
Así, después de un par de horas probándose ropa, la joven termina exhausta. Anthea le había obligado a usar uno de los vestidos y zapatos de tacón alto para que comenzara a acostumbrarse a ello, porque la práctica era realmente necesaria para sus torpes pisadas. Y de esa manera, al terminar la compra, la joven se recuesta sobre la mitad del asiento trasero del auto, totalmente agotada.
―Toda la ropa estará en tu apartamento cuando llegues. Ahora debemos ir al salón de belleza.
―¿Podemos ir mañana?
―Sí, claro... ―responde sarcástica ante la súplica.
―¡Por favor, estoy exhausta!
―Cualquier persona se sentiría revitalizada con tan sólo saber que al llegar a casa tendrá tanta ropa fina y accesorios nuevos para complementarle esperando por ella. Además, ahora tendrás ayuda urgente para ese cabello.
―¿Urgente? ¿qué le pasa al mundo con mi cabello?
―Puntas partidas, diría que rostizadas ―comenta con un dejo de disgusto―, el color y el corte no son aptos tampoco para tu nuevo empleo.
―Maldición... ¿De verdad está tan mal? ―Alice mira apenada un mechón de su largo cabello, ya que realmente pensaba que había mejorado en algo la apariencia de este debido a la crema que originalmente le había robado a Sherlock.
―Podría ser aún peor, como cuando te conocí ―cede la honesta morena―. Pero un ojo escrutiñador lo notaría de inmediato.
El trayecto no dura más de quince minutos y las mujeres arriban a un salón de belleza muy exclusivo, ubicado en el centro de Belgravia. Ambas ingresan al lugar y Alice es amablemente guiada hasta su asiento.
―Oh, no... ―se lamenta el estilista mientras examina cuidadosamente cada aspecto del dañado cabello de la chica.
―¿Hay esperanza alguna para ella, Luigi? ―pregunta Anthea, entretenida.
―Si hubiese caído en las manos de alguien que no fuera yo, lo más probable es que no ―responde el peluquero con un muy evidente acento italiano―. Será mejor poner estas talentosas manos a la obra si deseamos terminar hoy.
El peluquero viste con una suave capa negra a su clienta y pronto comienza a mojar su cabello con un rociador para peinarlo, no tardando en alcanzar sus tijeras.
―¡Hey, hey, hey! ¡Aleja esas tijeras! ―exclama una aterrada Sanders―. ¡Nooooo! ―masculla al ver que un largo trozo de su rubio cabello cae sin más al piso.
.
La joven sube lentamente por las escaleras para no hacer ruido. Eran las doce de la noche y le fue imposible sacarse los zapatos, ya que estos tenían un broche muy delicado en el tobillo y ella no recordaba cómo diablos quitarlo, por lo tanto, no arriesgaría la integridad del material de aquel zapato que fácilmente costaba más que todo el antiguo contenido de su closet.
Alice, en tanto, tenía sentimientos encontrados: Por un lado, no se sentía cómoda con la imposición de ese nuevo estilo más refinado de lo casual que ella acostumbraba, ya que vestir sólo por el "poder de una etiqueta" no le representaba en lo absoluto; Pero, por otro lado, debía reconocer que se sentía más hermosa que nunca, llamativa, si así podía definirlo, ello a pesar de que tan sólo llevaba un delicado vestido de negro velvet con blanco cuello redondeado, casi como el de una muñeca, además de torturadores tacones Louboutin negros de suela roja. Al parecer, Anthea tenía un buen ojo para traducir su forma de vestir, logrando así que no le molestara realmente tenerse que adaptar a aquel cambio.
Ella ingresa con cuidado al recibidor del 221 de la calle Baker y sube ilesa el primer piso, no siendo interceptada por la señora Hudson. Pero, sabía muy bien que el desafío verdadero era pasar cerca del 221B sin ser vista. De esa manera, la ahora morena, al notar que la puerta principal estaba cerrada, sabe que es buena señal, por lo tanto, continúa ascendiendo sin notar que la otra entrada, la que daba a la cocina, se mantenía entreabierta y John junto a Sherlock le observaban desde ahí.
―¿Alice? ―la chica, incómoda, se voltea con dificultad para mantener su equilibrio y mira al doctor y al detective con los ojos enormes, similares a los de un siervo encandilado―. ¿Qué...?
El curioso doctor se acerca y abre la puerta por completo para ver desde cerca a la chica.
―Mierda... ―susurra la joven, y así, resignada, se une a sus vecinos en la cocina, los cuales no le quitaban los ojos de encima.
―¡Luces fantástica! ―la elogia John de inmediato y Alice sonríe tímidamente, desviando su mirada de manera fugaz hacia sus altos zapatos, ya que, podía notar como ambos le observaban de pies a cabeza―. ¿No es así, Sherlock? ―insiste el doctor ahora dirigiéndose a su amigo y él, después de unos segundos, reacciona y responde sólo encogiéndose de hombros, para luego tomar un sorbo de su té, aún sin quitarle su curiosa vista de encima a la chica, sobre todo de su nuevo tono de cabello―. ¿Por qué este cambio tan radical?
―Es una larga historia...
―Tenemos tiempo ―continúa mientras observa cómo su amiga ahora lucía significativamente más alta que él―. Además, yo me voy de viaje mañana, por lo tanto, es ahora o nunca.
―¿Hacia dónde?
―Nueva Zelanda con Sarah, durante una semana y media.
―¡Qué envidia!
―No cambies el tema, Sanders ―la joven ignora al detective quien interviene repentino y busca té entre los estantes. Sólo encontrando una caja vacía.
―¿No tienen más té?
―No, lo siento ―el doctor indica su taza con un ademán de la cabeza―. Esta era la última bolsa...
―¿Cómo puede ser eso posible? ¡Holmes, tú me robaste ese paquete hace sólo un par de días!
―Sherlock es como una maldita tetera... ―se queja John.
―La solución es simple, compra más té.
―¡No, tú compra tu propio té!
―¡Niños, dejen de pelear! ―grita de pronto el cansado doctor y sus vecinos le miran con ofensa―. Ahora, Alice, termina con el misterio y habla.
―Sé que Mycroft está detrás de todo esto. Él te paga semanalmente por vigilarme e incluso te regaló un automóvil. Así que espero que esto no sea lo que estoy pensando ―espeta el detective con tono serio.
―Si lo es, Holmes. Ahora trabajo oficialmente para tu hermano en el MI6. Y sé que se supone que debe ser un secreto, así que deben saber que los asesinaré si no juran silencio.
Bromea entrecerrados sus ojos en dirección a sus acompañantes, pronto decidiendo caminar hacia las afueras del 221B, en donde nota que sus vecinos aún le seguían atentos con la mirada cuando ella, torpe pero digna, subía por las eternas escaleras hasta su hogar.
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