✨25 | Esperanza
La amarga lluvia de octubre golpetea fuertemente la ventana con un compás incansable hasta que el doctor no puede soportarlo más. Eran las tres de la mañana y el ruido ambiental de la otoñal tormenta londinense le obliga a dejar su lúgubre habitación. Nuevamente era presa del insomnio y, ya resignado, él decide ir finalmente por un trago. De esa manera, a oscuras baja los escalones restantes hasta la segunda planta y se dirige directo hacia la cocina del 221B. Inexplicablemente, la ansiedad le inunda de pronto, causando que el abatido doctor se arremetiera contra la alacena sirviéndose de inmediato un cuarto de vaso de whisky para beberlo como si la vida se le fuera en ello.
Los segundos pasan como un torbellino en su mente y el ensordecedor silencio causa que el alivio logrado por el artificial calor del alcohol no fuera distractor suficiente para lo que él realmente necesitaba obviar. Las madrugadas eran unos de los periodos favoritos de su ya fallecido mejor amigo para investigar o simplemente estudiar casos. Aquella sola memoria le insta a mirar directamente hasta el vacío sofá individual frente a la ventana y el abandonado violín en este, cuya desoladora imagen se traduce en una perdida melodía que, posiblemente en algún momento de su convivencia con el detective consultor, le habrá escuchado tocar.
El doctor vuelve su mirada a la botella sobre el mueble y posa ambas manos en este cargando todo su peso. Aun no podía creer lo que sucedió en Julio, aun le costaba asimilar lo que había presenciado acontecer con sus propios ojos. Nuevamente el silencio se apodera de sus sentidos, sin embargo, cae presa del desasosiego por un periodo indefinido esta vez, ya que, su fluctuante concentración no estaba solo fija en mantener el ritmo de su respiración. John no quería sufrir un ataque de pánico, no podía dejar que el abismo le consumiera, igualmente, su subconsciente jugaba en su contra de una manera que bordeaba en la crueldad. Aun así, su férreo orgullo es pronto en retomar control; él no permitiría que los antiguos, pero, recurrentes fantasmas de su periodo en Afganistán y el deceso de su mejor amigo le terminaran arrebatando hasta la última gota de esperanza desde su ser.
Watson alza la vista, saca otro vaso desde la alacena y sirve dos de whisky para dejar uno sobre el sofá de Holmes. No obstante, pronto el rubio capta que le era casi imposible mantener derecho el vaso sobre el cojín así que, curioso, quita el violín y mete su mano entre el sofá, encontrando de inmediato una pequeña caja negra con una nota pegada sobre ella. Watson, inicialmente alarmado, como primer instinto cree necesario ir a discutir ese hallazgo con la señora Hudson, no obstante, al abrir la nota realiza que aquello le pertenecía; Sherlock planeaba darle por primera vez un regalo de cumpleaños: «La apuesta la has ganado, John. Fumé un cigarrillo en compañía de Sanders hace algunos días. Aun así, espero que seas sabio con tu siempre despreocupada elección de citas y que alguna vez termine ese "desfile" de incompatibles romances, porque, según mi juicio, a pesar de quejumbroso y cascarrabias, mereces a alguien que se ajuste a tus expectativas de futuro y que te complemente como es debido en la búsqueda de una significativa felicidad. Happy many returns ―SH».
John, aun atónito, deja el vaso sobre el sofá individual de su amigo para así tomar puesto sobre el propio, decidiendo abrir la envoltura de la pequeña caja que sostenía: Era un reloj Rolex. Maravillado y nostálgico al recordar como bromeaba hace un tiempo diciendo que eso compraría debido a la duración de aquella lucrativa apuesta de ambos, no puede evitar sonreír para sí mismo, pronto observando el valioso reloj cual tenía una pulcra grabación atrás: «Dos de los más poderosos guerreros son la paciencia y el tiempo». Watson suspira profundo, aquella era una frase del libro "Guerra y paz" de Tolstoy, ejemplar que él había tomado prestado de la biblioteca de su amigo hace un tiempo, pero, que no había finalizado debido a los acontecimientos de San Bartolomé en Julio.
El conmovido doctor parece cada vez más relajado, lo cual era una gran novedad porque creía no haber sentido una pizca de paz en meses. Por lo mismo, él alza levemente su copa en señal de brindis tal cual como lo hacía cuando con su amigo compartían una sincera y necesaria charla. Esta era una contundente señal, agridulce, pero, genuina y necesaria; honraría su interna resiliencia, él seguiría adelante.
. . .
El instinto de supervivencia de John le lleva a alejarse lo más pronto posible desde el centro metropolitano de Londres, tomando así el primer lugar que encuentra agradable y disponible al otro lado del Támesis, a casi una hora de distancia desde la calle Baker.
Durante la segunda semana de octubre John logra mudarse por completo, despidiéndose apresurado de una resentida y triste señora Hudson quien no puede evitar llorar ante la perspectiva de quedarse sola nuevamente en el complejo de apartamentos. El doctor revisa por última vez su ya antigua habitación, decidiendo cerrar la puerta tras él al notar que la nostalgia comenzaba a sofocarlo lentamente. Por último, deja una breve carta escrita a mano bajo la puerta del 221D, no pudiendo evitar sentirse inmensamente culpable. Alice, antes de irse de viaje hace casi un mes, había intentado despedirse de él, pero, este siendo incapaz de afrontar el sentimiento de pérdida una vez más, no responde los golpes a su puerta dejándole ir sin alguna palabra de intercambio.
El doctor deja pasar dos semanas sin novedades. Aparte de sus visitas a la psicóloga, no parecía muy entusiasmado en involucrarse con ningún otro ser humano. Sin embargo, sabía que el tiempo se le iba de las manos y pronto terminaría su licencia médica, lo cual significaba que debía volver a ejercer para costear su vida en Londres. Y, como lo había internamente decidido, no podría volver a su antiguo empleo ya que estaba al lado este del Támesis. A pesar de estar dando seguros pasos hacia su recuperación, el duelo aun le hacía imposible querer volver a merodear los paisajes que recorrió tan entusiasmadamente alguna vez con sus amigos. De esa manera, Watson se vio en la urgencia de buscar empleo en alguna clínica cerca de su domicilio, no tardándose demasiado en tener suerte. Para la primera semana de noviembre ya era integrado a un nuevo ambiente laboral con muy buena paga, aunque requería más horas que su antiguo empleo.
―Bueno, esta será tu consulta. Ponte cómodo, sobre el escritorio hay una libreta con tus contraseñas para la intranet y los historiales médicos de los pacientes. La clínica comienza a atender en media hora... ―comenta la joven mujer mirando el reloj sobre el marco de la puerta―. La enfermera encargada de medicina general es Mary Morstan, creo que aún está en su casillero... Como sea, si tienes alguna consulta me envías un mensaje. Trabajo en odontología en el tercer piso ¡Que tengas un excelente primer día! ―finaliza ella agitando la mano derecha de John con optimista seguridad. Deteniéndose durante un momento, como si algo le hiciera sentido al observarle―. ¡Ya sé de dónde te ubico! ―se sorprende a sí misma al soltarle, incomodando enormemente al doctor―. Desde que te entrevisté la semana pasada que tenía la impresión de haberte visto antes... Al fin creo recordar... ¿Frecuentabas la morgue del San Bartolomé? ¿Qué hacías? Según tu curriculum no trabajaste en ese hospital...
―No... Yo... ―titubea―. Yo Sólo asistía en ocasiones a Scotland yard.
―También yo, usualmente ayudaba a Hooper con análisis dentales cuando lo requiriera.
―¿Molly Hooper?
―¿La conoces?
―Sí, es una buena amiga, excelente profesional...
―Y una muy buena chica. Estudiamos juntas en la escuela de medicina y ahora sale con un amigo... ―cuenta alegremente mientras revisa su teléfono celular, cual vibraba impaciente―. ¡Oh diablos! Mi primera paciente ha llegado. Nos vemos.
El contemplativo rubio toma asiento sobre su puesto y suspira desganado, fijando pronto su atención sobre el ordenador. Así la mañana pasa con inexplicable rapidez. Paciente tras paciente era evaluado y diagnosticado por el doctor, quien extrañamente era distraído de su constante duelo por problemáticas ajenas. Así, de pronto, ya eran las dos de la tarde, por ende, comenzaba su hora de almuerzo. Él había empacado una merienda simple para devorar en la soledad de su oficina, pero de imprevisto alguien golpea a su puerta nuevamente.
―Adelante ―anuncia mientras limpia algunas migajas desde las comisuras de su boca. Al mismo tiempo que una baja y rubia mujer entra a la consulta, iluminando la habitación completa con su radiante sonrisa.
―Mary Morstan, un gusto conocerle al fin.
Él de inmediato se alza desde su puesto y extiende su brazo, aun hipnotizado en aquella amable silueta; no realizando las intenciones de ella aun cuando cargaba su lonchera.
―Supuse, al no verle en el comedor del edificio, que se siente solitario en su primer día y como trabajaremos justos me gustaría conocerle un poco más. Claro si no le molesta, doctor Watson.
―Sólo John.
―Muy bien, sólo John ―responde ella tomando asiento como el rubio le indicaba. De inmediato los ojos de Mary se posan sobre el delgado sándwich de pan blanco sobre la mesa―. ¿Ese es tu almuerzo? ¿Es en serio?
―Bueno... No soy muy bueno en la cocina... En realidad, no sé cocinar.
―Pude deducirlo ―comenta entre risas y desliza uno de sus recipientes de comida sobre la mesa. John niega avergonzado.
―No, no puedo aceptarlo...
―Descuida, he comido snacks durante toda la mañana. La señora Hopkins siempre me trae pastelillos cuando viene a una consulta, aun me quedan. Creo poder sobrevivir hasta las cinco comiendo sólo una ensalada ahora.
John sonríe algo cohibido por el seguro tono de ella y procede a almorzar en la reconfortante compañía de Mary. Y ya para cuando el reloj da las tres, la amable rubia se marcha devuelta a recepción a continuar con las tres horas restantes de jornada; dejando atrás a un contemplativo doctor quien parecía radiante ante aquella breve interacción como no se lo había permitido en mucho tiempo.
La rubia por su parte deriva al primer paciente de la tarde hasta la consulta, vuelve a su puesto y, pensativa, succiona el interior de su mejilla derecha. Él era John Watson, ex colega de Sherlock Holmes y... Alice Sanders... La misma chica la cual había entrenado para una operación suicida de la agencia de inteligencia inglesa y ahora supervisaba desde lejos en Bride Lane. La nueva identidad dada por el MI6 estaba comprometida. ¿O no? De alguna forma, a Morstan le costaba pensar que a alguien como Mycroft Holmes se le escapara un detalle como ese. Que ella terminara correlacionándose con Sanders en su nueva vida quizá no cumpliría una función específica, pero, como agente sabía que, aunque la chiquilla deseara delatarla no podría, porque eso significaría romper el código de anonimato que firmaron al comprometerse a trabajar para el MI6; si alguna vez llegaban a encontrarse en otro contexto que no fuera laboral debían asumir desconocerse por completo.
Pero ¿por qué se alarmaba tanto ahora? Recién conocía al hombre en cuestión y para que la chica terminara su misión faltaba más de un año. Sin embargo, no podía evitar dejar aquellas infantiles mariposas apoderarse de sus sentidos. En los ojos de él se notaba con creces que había sufrido y seguía en duelo, pero aun así su dulce naturaleza no parecía ser opacada. Impresionante como tan sólo bastó una hora y un muy simple almuerzo para que un amable doctor lograra hacerle replantearse temas de importancia nivel seis.
Así transcurre un mes y el horario de almuerzo en la consulta del doctor Watson se había vuelto el momento más ansiado del día para ambos. John, de alguna inexplicable forma, había recuperado la motivación de levantarse por las mañanas y enfocar sus pensamientos en algo más que no fueran sus tumultuosas pesadillas sobre experiencias pasadas. Mary era un faro de luz para su continua lúgubre existencia y creía que ella también disfrutaba su compañía con el mismo entusiasmo que él lo hacía. Por ende, un par de días antes de las vacaciones navideñas, él decide que ya era tiempo para darse el valor de invitarla a salir. Es más, que ella disfrutara de una cena de noche buena en su compañía.
El doctor pedalea con rapidez a través de las tranquilas calles de West Norwood y al llegar a la clínica se apresura en tomar una ducha y arreglarse para ver a Mary. Desde hace unas semanas que él acostumbraba a comprarle un mocaccino hecho de café de granos el cual compraba en la tienda frente a su lugar de trabajo. Sin embargo, él no anticiparía que Mary no se presentaría a trabajar aquel esperanzador día.
. . .
―No hay motivo para que estés aquí ―alega Alice con evidente fastidio al ver a 'R' entrar al cuarto el cual compartían los enviados por el MI6. La falsa morena, vestida de camarera, observa a la chica sin demostrar alguna expresión en su cara, para luego mirar en dirección a Mila quien permanecía recostada sobre la cama con la cabeza colgando desde un extremo; mientras que Thomas, al ponerse nerviosamente de pie desde su escritorio, bota involuntariamente el tarro de patatas fritas que tenía sobre sus piernas.
―Si no hubiera necesidad simplemente NO estaría aquí ―refuta la morena y Koskova ríe por la nariz, burlona alzándose y encarando de manera intimidante a la recién llegada.
―Esta chiquilla está porr arruinar todo. Sólo den la orden y me deshago de ella ―pronuncia con su característico y grueso acento ruso.
―¡Cierra la boca, tampoco has sido de mucha ayuda!
―Chicas...
―¡Cállate tú, niño!
'R' mira la escena con aburrimiento para luego lanzar su bolso, el cual estaba oculto dentro del carro de ropa sucia, sobre la cama.
―A diferencia de ustedes, yo si me tomo este trabajo en serio, ya que de esto depende mi retiro exitoso. Por lo tanto, limítense a hacer lo que yo digo... ―la rusa chica iba a replicar, pero 'R' la detiene de inmediato con un tono bastante amenazador―. Ni pienses en añadir algún estúpido comentario Koskova, sabes muy bien quien soy y de lo que soy capaz. No intentes si quiera por un segundo fastidiarme o te arrepentirás el resto de tu miserable vida.
―Okay, Okay... No es necesarrio que te pases al bando psicópata... ¡Dios! ―bufa lo último al mismo tiempo que vuelve a dejarse caer sobre la cama con desinterés.
―Barnes revisa los nuevos juguetes que el MI6 envió para ustedes. Ahora... ―anuncia mirándoles a todos respectivamente―. MI trabajo consistía en monitorearlos desde lejos, ya que, debido a mí fama la operación podría ser comprometida. Sin embargo, fui enviada por que al parecer la lucha de egos ha transformado de ustedes en un trio de niños idiotas. Y sólo dispongo de un par de días para instruirles nuevamente. Por lo tanto, agradecería que se comportaran de una forma profesional para que así los cuatro podamos obtener lo que nos fue ofrecido al firmar el acuerdo ¿Está claro? ―consulta con severidad poniendo ambas manos sobre la cintura. Los presentes asienten, aunque 'R' nota que Alice bufa con evidente fastidio―. Sanders, tenemos que hablar.
La irritada chica sigue a 'R' hasta el baño y ambas se encierran en este.
―Es una peluca ―'R' alza una interrogante ceja y Alice responde susurrando de inmediato―. Han pasado meses desde que te vi por última vez y tu cabello no ha crecido un solo centímetro. De hecho, ni siquiera has estilizado tu cabellera ficticia, ya que no parece dañada por el calor en sus ondas en absoluto ¿Qué tipo de fijador usas? Mi cabello es usualmente un desastre de frizz.
―Ojalá usaras ese poder deductivo en la misión para terminarla de una vez, aunque... ¿No podría haberlo cortado simplemente?
―Si fuese así las puntas se verían estrictamente sanas. Siguen igual de claras como la última vez que te vi.
―Touché ―reconoce ella y se sienta sobre el borde de la tina ahora cambiando su semblante a uno estrictamente serio―. Hemos recibido informes alegando que hay ciertas fracciones terroristas y traficantes agrupándose en Ucrania, más específicamente en Kiev. Es ahí donde deben ser llevadas tú y Mila. Si ganan la confianza de los reunidos en ese lugar lograrán el objetivo de la misión. El MI6 no está poniendo presión por el tiempo que les tome acercarse, al contrario, lo que les importa es la sutileza. Por ende, necesitamos que sean cautelosas y profesionales.
―Esta información deberíamos hablarla con los demás.
―Así será, tú la comunicarás. Estás segunda al mando.
―¿Por qué?
―Diría que por méritos, pero Mila te sobrepasa. Aunque ella es una asesina a sueldo y Thomas es un chico recién egresado. Por descarte, y cierto nepotismo, estás a cargo cuando yo me vaya.
―¿Nepotismo?
―Entre nosotras, estoy bastante segura de que Mycroft sólo confía en ti.
. . .
Para la tarde del veintidós de diciembre Mary arriba finalmente a Londres, y, aliviada por volver a su vida mundana, le es aún más grande la satisfacción al recordar que ya eran las vacaciones de pascua.
―John preguntó por ti todos los días ¿Qué se traen entre manos?
―¿De qué hablas? ―le pregunta Mary a Liv, su colega, quien con picaresca mirada toma un último sorbo a su bebida en aquel pub en donde acostumbraba a juntarse con sus amigas.
―Oh Mary... ¿Quién es John? ―pregunta Janine, curiosamente uniéndose a la conversación, indicándole al camarero que trajera tres margaritas más a la mesa.
―Es el nuevo doctor general en la clínica...
―Y se han vuelto inseparables ―agrega Liv, la dentista―. Al parecer fue una excelente idea contratarle. Ya era hora que superaras a aquel necesitado sujeto...
―No digas eso de David, seguimos siendo buenos amigos.
―Querida, a tu ex se le nota a kilómetros que no puede olvidarte. Yo que tú aprovecho lo que la vida te ha traído.
Mary observa a sus amigas y sonríe pensativamente mientras las chicas conversan. Oh, si su realidad fuera tan simple como aparenta, su actual historia sería diferente. Sin embargo, no podía simplemente lanzarse a esa precisa relación, no cuando su nueva identidad estaba en juego.
Luego de negociar dificultosamente con el MI6 logró ser perdonada por ciertos trabajos independientes que hizo en el pasado, le fue asegurada una nueva identidad y protección de la CIA e Interpol. Por lo tanto, debía ser cuidadosa con las decisiones que tomaba, eso hasta que lograra asentar raíces lo suficientemente profundas para volverla inamovible en esa sociedad.
―Pasarán noche buena en mi apartamento nuevamente ¿verdad?
―¿Por qué no en el mío? ―discute Liv con molestia, Mary finge reintegrarse a la conversación y solo asiente.
―Porque el tuyo parece una consulta médica. Todo es blanco, plateado y estéril... Además, no has cocinado en tu vida y no deseo comer precalentados...
Así las chicas continúan su discusión, sin siquiera notar la asfixiante ausencia de Mary.
Un par de días después, John permanece sentado en su sofá con una copa de whisky en su diestra como ya era costumbre. Sus tardes luego de lo sucedido en julio se habían vuelto demasiado solitarias y, a pesar de su trabajo en la clínica además de constantes visitas a su psicóloga, estas continuaban siendo intrínsecamente vacías. Era doloroso recordar que hace un año exactamente él podía haber sentido cualquier cosa, excepto el eco de la soledad. La noche buena pasada había sido un caos al final de la jornada, pero ello no quitaba lo maravilloso del comienzo de la víspera; el ponche de frambuesas de Alice, la deliciosa cena hecha por la señora Hudson y la música... Sherlock y su natural talento con las melodías...
De pronto la pantalla de su teléfono celular se enciende, era un mensaje de texto: «Hey, John, es Liv. Me preguntaba si estabas libre esta noche buena, ya que, recuerdo haberte escuchado mencionar que tu familia no era de Londres y me preguntaba si querías pasar la víspera de navidad con nosotras. Seríamos Janine, Molly, su novio Tom, Mary y yo. Dime si te interesa para responder con la dirección ¡Saludos!»
El doctor contempla la pantalla durante unos largos segundos, para luego sonreír con suavidad, casi alivio, y responder favorablemente al texto. Mary estaría allí... ¿Ella le habrá invitado? De cualquier forma, el rubio se apresura hasta la ducha al recibir la respuesta de Liv. La dirección del apartamento señalado era un poco alejada y la cena comenzaba en una hora, por lo tanto, decidió tomar un taxi hasta la locación. Aquella era la primera vez que atravesaría el Támesis desde que se mudó del 221B, sin embargo, iría hasta el corazón de la ciudad de Londres, cual estaba algo alejada desde su ex hogar. Aquella noche no quería que los amargos recuerdos volvieran, solo quería ver a Mary.
―Adelante, mi nombre es Janine ―saluda sonriente la morena y besa la mejilla del doctor, invitándole a entrar a su hermosamente adornado hogar. Ella toma la chaqueta de John y le indica que siga por el pasillo.
―¿John? ―una incrédula Molly Hooper se pone automáticamente de pie y se abalanza sobre Watson, abrazándole apretadamente por largos segundos―. ¡Qué coincidencias de la vida! ―se alegra ella, casi conmovida, y le presenta a su novio, Tom; un alto y ligeramente castaño chico.
Liv se les une con una bandeja llena de bocadillos, seguida por Mary quien genuinamente sorprendida, no puede evitar observar al doctor con una radiante sonrisa.
La cena pasa rápida en grata compañía con risas y anécdotas las cuales llenaban por completo aquel cálido hogar. De esa forma, cuando dieron las doce de la noche aún permanecían conversando entusiasmados en el comedor, con vacíos platos de postre, pero llenas copas de vino.
De pronto, el celular del doctor comienza a sonar y él se disculpa para dirigirse hasta la terraza por un poco de privacidad; era Harry, su hermana quien brevemente le deseaba feliz navidad. Watson finaliza la comunicación y afirma ambos antebrazos sobre el barandal para perderse en la hermosa vista de la luminosa y fría ciudad.
―Alguien me contó que preguntabas frecuentemente por mí ―John se voltea para observar a Mary, quien abrigada salía a hacerle compañía al nevado exterior―. Ten ―añade entregándole su bufanda, él le mira extrañado, causando que la mujer decidiera simplemente acercarse y enrollarle la suave bufanda al cuello, quedando bastante próxima al doctor―. Fue una grata sorpresa encontrarte aquí.
―Pensé que tú me habías invitado ―responde él frunciendo los labios con una pizca de decepción en sus palabras.
―Debe haber sido solo cosa de Liv... Ella trabaja de formas muy misteriosas ―ríe Mary, no moviéndose un solo centímetro desde su posición frente a él―. ¿Y cómo se supone que te contactaría? Nunca me diste tu número telefónico... Yo recuerdo haberte dado el mío y nunca fui contactada.
―Lo siento... Pensé que sería algo acosador intentar contactarte luego de tu ausencia. Liv me dijo que estabas bien y... Bueno, no quise molestar.
―Eres bastante modesto. Es irritante.
―¡Oh! ―se lamenta John y ríe por lo bajo para pronto volver a conectar su mirada con la de ella. A pesar de sentirse algo cohibido con la seguridad e iniciativa del actuar de Mary, no podía evitar si no darse el valor de perderse en sus hermosos ojos.
―¿Crees que el destino nos juntó esta noche? ―comenta pensativamente la rubia afirmando sus brazos sobre el barandal de la terraza, imitando la inicial contemplativa postura de él; observando ávidamente como la nieve caía sobre los próximos tejados.
―Puede que así sea... ―responde luego de un suspiro sin quitar su mirada desde el perfil de Mary―. Y me siento como el hombre más afortunado.
Morstan ríe sutil para sí misma y devuelve su melancólica mirada hacia el doctor.
―Y ¿quién soy yo para oponerme al destino?
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Juanito y Mary se merecían un capítulo ❤
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