24 | Negación

Las gruesas gotas de rocío matutino golpetean a un lento compás todas aquellas superficies que se cruzaran en su pesada caída, humedeciendo con gélido tacto la pálida mano de Alice quien, con un sutil pero entrecortado movimiento, hace que la ceniza se desprenda desde su cigarro y llueva casi imperceptiblemente sobre el patio trasero del 221 de la calle Baker. La morena permanecía sentada sobre el marco de la ventana de su habitación con rojizos ojos hundidos en la oscuridad evidenciando una eterna noche de dolorosas lágrimas e insomnio, sus labios secos cambiando de postura sólo para darle una amarga bienvenida a un nuevo cigarrillo. Y, al contrario de lo acostumbrado, el rutinario enmarañado cabello de ella permanecía rígidamente recogido en una pequeña trenza lateral, cuya caída por la derecha enmarcaba naturalmente los sobresalientes pómulos de Sanders debido a la deshidratación y mala nutrición durante aquellos días. Habían pasado setenta y dos horas... Y ya amanecía nuevamente. Era una pesadilla. Una eterna pesadilla.

La joven deja caer la tercera vacía caja de Malboros y con ello también sus pies sobre el piso de fría madera. A duras penas se endereza y da unos agonizantes pasos hacia el frente para así observar su desgastada silueta en el espejo de pie junto a su armario. Un leve maullido es escuchado a distancia. Alice pestañea lentamente y mantiene sus ojos cerrados durante unos segundos para respirar con calma, así cambiando de dirección y abriendo la puerta de su cuarto. Loki, el felino que usualmente prefería la compañía de la señora Hudson, durante los últimos días insistía en acompañarle, ahora escabulléndose ágil y frotándose entre los tobillos de ella.

―¿Tienes hambre? ¿sed? ―le pregunta la decaída morena al felino mientras rozaba la punta de sus dedos sobre el largo y suave pelaje de él. Este, al escuchar, se apresura hacia el piano y rasca con impaciencia el extremo de él que colindaba contra la pared―. ¿Es tan urgente? ―el gato al escuchar la voz de Alice, comienza a rascar con incrementada desesperación, logrando hacer un espacio para meter una pata entre la pared y el antiguo piano. La chica, quien observaba desde el final del pasillo y decide ir a su ayuda cuando nota que Loki había quedado inevitablemente atrapado―. Tranquilo...

Sanders toma un leve impulso para empujar con fuerza el piano, logrando moverle estruendoso un pequeño ángulo lo suficientemente ancho para que el felino pudiera escapar despavorido hacia un extremo; ella así descubriendo que Loki había encontrado una pequeña bolsa de terciopelo azul marino. La joven le desengancha la uña desde la tela azul a su gato y le deja ir para luego inevitablemente fijar su mirada en el piano, el cual parecía no haberse movido en años y cuya unión con la pared tenía una gruesa capa de polvo y nuevas telas de araña. Sin embargo, la bolsita no parecía tan opaca o afectada por el paso del tiempo, muy al contrario, estaba casi nueva, casi como si alguien le hubiese dejado hace poco en el lugar.

Alice, quien gracias al acondicionamiento paranoico de ambos Holmes ya no creía en las "coincidencias", abre ansiosamente la bolsa de terciopelo, encontrando una moneda de antiguo bronce en la cual divisa, al revisarla minuciosamente, una limpia dirección tallada de manera fina alrededor del borde del penique, rodeando así el característico perfil del difunto rey George V de Inglaterra: «Bride Lane 1396, apt nª9. London, United Kingdom». Con la inscripción brillando notoriamente sobre la desgastada superficie de bronce, era evidente que la moneda había sido alterada de manera reciente. Por la otra cara no había sido intervenida, al parecer, aun así, destacaba la fecha de elaboración de ella: «One penny, 1909»

Alice pestañea varias veces e instintivamente se gira sobre sus pies para mirar ausente en dirección a la cerrada entrada del apartamento. ¿Podría ser...? ¿Era aquello una señal? Pero... ¿De qué?... ¿Sherlock? Rápidamente la morena corre a su habitación para cambiarse la blusa y ponerse unas largas botas de cuero sin tacones. Luego se apresura hasta la puerta principal, toma su abrigo y celular, en el último buscando la ubicación vía GPS y el satélite no tarda en indicarle un edificio bastante antiguo cual se alzaba en una pequeña, pero, céntrica calle de la ciudad de Londres.

Alice cierra de un estrépito la entrada del 221B, para así aventarse a la calle y hacer parar un taxi. El auto se detiene y le lleva donde esta le instruye, no demorándose más de diez minutos en el trayecto. La joven le paga al conductor y se baja con la mirada fija en el aparente complejo de departamentos que se alzaba imponente en frente. Cuando el auto parte, ella nota que el silencio envuelve de manera sepulcral la calle, algo bastante extraño para estar casi en el corazón de la metrópolis inglesa.

La morena, de pronto algo a la defensiva, casi sintiéndose ridícula por ponerse a sí misma en esa situación, no ve otra alternativa más que seguir su instinto, así motivándose a subir las escaleras de desgastado mármol a la entrada, golpeando con firmeza la puerta y no obteniendo absoluta respuesta. Desmotivada, y aun ansiosa, su escudriñadora mirada recae en cuenta de algo: Había un citófono señalando diecinueve apartamentos en nueve pisos, sin nombre en la etiqueta. Curiosa, la chica revisa nuevamente la moneda de cobre con la dirección.

«Bride Lane 1396, apt nª9. London, United Kingdom»

De inmediato, Alice presiona el botón que corresponde al apartamento número nueve y, para su sorpresa, de inmediato le es respondido el timbre.

―¿Cuánto lleva en su mano?

Sanders abre los ojos con enormidad y sorprendida busca alguna cámara cerca que la vigilara; no encontrando alguna a simple vista.

―Un penique...

―¿De quién? ―consulta el misterioso hombre al otro lado del citófono.

―George V... ―susurra ella observando la moneda en la palma de su mano y la puerta de madera se abre de un crujido. La impresionada joven titubea durante unos segundos, pero eventualmente termina ingresando sin mirar atrás.

Los pasillos del edificio, blancos en su totalidad, incluyen altas puertas con redondos y antiguos picaportes de teñido bronce cual decoro mantiene distraída a su visitante. De un crujido se cierra la puerta del edificio y Alice sigue su ruta al segundo piso, encontrando el apartamento nueve casi al final del corredor. La morena golpea dos veces y un alto hombre sale a recibirla, a simple vista parecía un oficinista, sorprendiendo a la chica de inmediato. Él se interpone entre ella y la entrada al lugar, mostrando su amplia palma, como a la espera de algo. Alice le entrega la moneda.

―Adelante ―él, solemne, le da la bienvenida y la invita a pasar, llevándole hasta un cuarto en donde había una descendente escalera.

Sanders observa incrédula a su acompañante, quien sólo le indica con un ademán que baje por la dirección señalada. Ella, bastante irritada, obedece finalmente sólo debido a que toda aquella situación comenzaba a sentirse como un ardid que sólo alguien como Sherlock tendría el descaro de organizar en tal mal momento emocional para todos, así que decide descender por la estrecha y oscura ruta, la cual es levemente alumbrada por luces de emergencia desgastadas. Pasan los minutos y la bajada ya comienza a marear la con los inacabables peldaños cuales parecen mezclarse ante sus ojos; aunque ya a su padecimiento no le quedaba mucho, al fin llegando a tierra firme después de lo que pareció una eternidad.

Un largo corredor se alza frente a ella y, ansiosa por saber el significado de todo lo que sucedía además de las posibilidades, la chica camina con rapidez hasta llegar a lo que parecía una oficina, cuya puerta estaba abierta, en donde la silueta de tres personas era vista desde la distancia en que ella se encontraba. Esperanzada, Alice se aproxima rápida logrando ver el rostro de dos mujeres mayores en primera instancia. Así, cuando llega al umbral de la puerta reconoce la tercera cara, el hombre que se erguía en medio de las presentes era... Mycroft Holmes.

Como natural reflejo, Alice aprieta sus puños con fuerza, rueda los ojos impaciente y se da media vuelta en sepulcral silencio. Se sentía estúpida ¡ESTÚPIDA! Por supuesto que nadie más que Mycroft Holmes no podría entender lo que era el luto y tomaría esta situación como una tentativa de trabajo.

―¡Oh por favor, Señorita Sanders! ―enuncia con impaciencia el mayor de los Holmes y la joven se detiene, aun dándoles la espalda y clavando las uñas al interior de sus palmas con tanta fuerza que al relajar finalmente sus manos, las uñas aún permanecían marcadas sobre su piel. La chica respira lentamente para calmarse y, luego de unos eternos segundos, decide devolverse con fingida compostura a la oficina.

―¿Sería tan amable? ―consulta una rubia y extremadamente elegante mujer, haciendo un delicado gesto con la mano para que Sanders cerrara la puerta tras ella. Alice obedece internamente iracunda mientras ambas féminas que acompañaban a Mycroft se sientan en sus respectivas sillas al otro lado del escritorio.

Holmes en medio de ellas le indica a Alice que tome asiento también, pero esta desobedece cruzándose de brazos desafiantemente y manteniéndose erguida en medio de la oficina, frente al gran escritorio.

―Ambos estamos devastados, créame... ―manifiesta lúgubre―. Y, por su apariencia, diría que no ha descansado en absoluto durante estas setenta y dos horas. Tampoco yo.... Por lo tanto, le recomiendo que tome asiento. Esta reunión será extensa.

―¿Y si no quiero tenerla?

―Nadie la obligó a tomarse la molestia de venir. Le recuerdo que usted tocó el timbre voluntariamente ―añade él con una leve sonrisa de suficiencia, aun sosteniendo ambas palmas de sus manos sobre el escritorio para demostrar dominio sobre la situación. Alice moja sus labios con molestia, simultáneamente desviando su mirada al piso―. Supongo que querrá saber por qué nosotros si nos tomamos las molestias.

―¿Nos?

―Así es ―interviene la elegante mujer tomando la palabra con solemnidad―. Mi nombre es Elizabeth Smallwood. Miembro del parlamento y ultra del Servicio secreto de inteligencia británico al igual que Mycroft. Ella es Vivian, mi asistente personal ―añade lo final como mera formalidad, casi no dándole importancia―. Ahora, por favor siéntese y comencemos.

―Como imaginará, señorita Sanders, aún quedan ramas de la célula terrorista de James Moriarty ―comenta Mycroft mientras ella toma asiento de mala gana, más motivada por su curiosidad que por vocación―. Ya tenemos a un grupo de agentes en América y a otro en medio oriente. La fracción del Reino Unido ya está casi desbaratada, pero aún falta parte de Europa continental.

Mycroft mide sus dichos con cuidado ante el impaciente pulso de una tensa Alice. Ahora Lady Smallwood tomando la palabra.

―Necesitamos que nos ayude siendo parte del equipo que se desenvolverá en la faltante fracción de Europa continental.

―¿Por qué?

―Cumple por completo nuestros requisitos.

―No estoy para nada calificada...

―Tiene buena base en la CIA, los Holmes ya le han contextualizado, y no creo que haga falta mencionar que también posee una poderosa motivación personal. Refiérase a sed de venganza ¿no? -añade la rubia con petulancia. Sanders tensa su mandíbula, amarga―. Por lo tanto, el entrenar deberá ser su norte para cumplir efectivamente. Su soporte es requerido.

Alice entrecierra los ojos aun con la mirada fija en Elizabeth Smallwood, casi tiritando mientras contiene su enojo.

―No me interesa ser MI6. Sólo cooperé con ustedes anteriormente porque no me quedaba de otra.

―¿Ni siquiera por hacer caer la organización criminal por la cual Sherlock dio su vida intentando desmantelar? ―ella exhala con pesadez, casi vaciando sus pulmones, y esta vez fija su resentida mirada sobre el siempre frío Holmes; aquello era vil chantaje emocional―. Señorita Sanders, usted sabe muy bien que debemos mantener en el más estricto secreto esta misión, de lo contrario todo se derrumbará como un castillo de naipes. Es por ello que hemos elaborado minuciosas misiones con pocos, pero efectivos participantes...

―¿Quiénes?

―Tengo entendido que ya se ha encontrado con Thomas Barnes y Mila Koskova; así que sólo le falta conocer a la designada líder del grupo ―comenta Lady Smallwood con ligereza.

―¿Ellos?

―Así es y, debido a su mala condición física actual, dispondrá de tres meses de entrenamiento y estudio con los anteriormente mencionados sujetos.

―Aún no he aceptado nada.

―Lo hará eventualmente ―interfiere el mayor de los Holmes, testarudo, causando que Sanders no pudiese fijarse en otra cosa más que no fuera la gélida fachada de un hombre que hace sólo tres días había perdido a su hermano menor quien se quitó la vida debido a un fallido plan que había sido también orquestado por él; era cierto el apodo, él de verdad era el «Hombre de hielo».

Cierra la boca Mycroft... ¡Cierra la maldita boca! ―lo que comienza como un susurro termina en un amargo grito. Cansada de recibir órdenes por parte de Holmes, la chica no se siente capaz de mantener su ira controlada. En sus pensamientos seguía más latente que nunca el dolor que le causaba el fatal error en el maldito plan conspirativo cual le costó a Sherlock.

Ella se pone de pie iracunda y procede a caminar hasta la salida, pero la elegante mujer se alza y habla con firmeza.

―Tenemos información sobre su única pariente directa con vida... ―catatónica, Alice se detiene en seco y voltea lentamente para encontrarse con los penetrantes y fríos ojos de Lady Smallwood―. Sangre por su sudor. Familia por deber. Esa es nuestra oferta para usted.

Luego de un par de agobiantes y exhaustivas horas, la morena camina pensativamente por las frías calles de Londres no prestando absoluta atención a su caótico alrededor: Era demasiado. Había perdido a Sherlock hace unos días y ahora el condenado servicio secreto, el cual no fue capaz de mantener vivo al detective consultor en primer lugar, le extorsionaba con información sobre su desaparecida hermana para que así ella se viese moralmente obligada y algo desesperada en cooperar con el MI6. Y Mycroft... El maldito de Mycroft Holmes ¿Qué se creía? Sentado ahí, tan tranquilo... Sus manos estaban manchadas de sangre la cual, irónicamente, era también "su" sangre y se atrevía a chantajearla, a formar parte de un ardid cuya monumental falla le había costado su hermano.

La joven llega arrastrando los pies hasta el 221 de la calle Baker y, mareada por el hambre e insomnio, sólo atina a entrar al recibidor de la casa para sentarse sobre los primeros escalones, agotada, abatida, afirmando su frente sobre la pared de hombros caídos.

―¿Alice querida? ¡Oh, qué pálida estás! ―se lamenta la señora Hudson caminando hacia ella―. Sé que no has comido nada de lo que te he llevado... Bueno, quién podría tener apetito después de todo ―comenta la casera mientras le acaricia el hombro a la ausente morena. Ella misma no luciendo en su mejor forma, pero dándose los ánimos sólo para intentar motivar el día a día de sus lúgubres inquilinos―. Necesitas una taza de té y un bocadillo. Sólo lo que puedas comer ―recomienda tomándole suavemente de la mano para incitarle a pararse desde la escalera y guiarla con ella hasta la cocina del primer piso, dejándole sentarse en una de las sillas de su pequeño comedor―. Tampoco he visto mucho a John, se ha transformado en un fantasma... ―confiesa la triste casera con una suave voz melancólica, deteniendo el acelerado paso a momentos, algo desorientada―. Es entendible... La prensa no para de llamar y golpear a la puerta. Sin mencionar los noticiarios y los periódicos con sus mentiras... ―la conversadora mujer le sirve té y biscochos a su pálida acompañante para unírsele con una también lúgubre aura―. Ahora la casa es tan silenciosa...

Alice logra comer un bocado y, sin intentar a forzar una plática, la evidentemente deprimida señora Hudson le hace solemne compañía. Los minutos pasan y las mujeres no intercambian palabras, solo se despiden con una falsa sonrisa luego de que Sanders pudiese comer un par de bocados. Así, la morena sube lentamente las escaleras y cierra los ojos con fuerza cuando llega a la segunda planta para evitar encontrarse de frente la puerta del 221B, aquello causando que chocara con John quien bajaba desde su cuarto. Ambos se habían estado evitando desde aquel fatídico día. Watson da un respingo, él caminaba también distraído, tal vez de igual forma evitando en lo posible una innecesaria vista hacia la entrada de la segunda planta. Los colegas se miran incómodamente por una fracción de segundo, para luego aventarse a seguir sus caminos opuestos.

―Alice... ―pronuncia John un par de escalones abajo, dándole la espalda al 221B. Sanders quien, de igual forma ya había avanzado por la ascendente escalera, se detiene y observa a su ojeroso amigo―. Mañana... Mañana es el servicio. Comienza al mediodía...

A la joven le dan repentinas náuseas y sólo atina a asentir secamente, para así echarse a andar sin más escaleras arriba. Alice, tan pronto como se hace paso dentro de su apartamento, corre hacia el baño, sin embargo, a mitad de camino se da cuenta que su dolor no era físico; su luto aún persistía latente como el primer día y, de cierta forma, ella aun pasaba por un casi inamovible estado de negación. Y así, al no haber comido por tanto tiempo o conciliado el sueño en absoluto, la joven cae completamente agotada sobre su cama, durmiendo casi doce horas sin interrupciones.



.


.


.



Un borroso escenario se forma en la mente de Alice y poco a poco va ganando luminosa nitidez. Los colegas caminaban por una oscura calle a las afueras del centro de la ciudad de Londres; a paso acelerado recorrían sin problema el lugar cual se alzaba con imponente oscuridad frente a sus ojos.

¿Tú crees que luego de toda esta constante persecución él simplemente aparecerá por ahí? ―preguntaba la joven con molestia, causando un irritado bufido por parte del rizado mientras John caminaba en silencio junto a ellos―. O ¿De verdad pensaste que tus "lucidos" amigos de la red de vagabundos podrían identificar una cara a las tres de la mañana de un sábado?

Cierra la boca de una vez, Sanders, y ve por el auto. Corre.

Ah, ni lo sueñes. Fue tu idea dejar el carro a casi tres kilómetros para atender una falsa alarma. Tendrán que resignarse a caminar junto a mí por los diez minutos que faltan aún para terminar este inútil recorrido.

El plural no es necesario. A mí no me metan en sus discusiones, gracias ―gruñó Watson abrazándose friolentamente a sí mismo mientras entraban al amplio refugio bajo un fantasmagórico puente, el cual era alumbrado de manera agonizante por parpadeantes luces de emergencia.

El trio llegó finalmente hasta el vehículo de la chica y subieron rápidamente con el objetivo de volver al 221 de la calle Baker. Holmes, en tanto, taciturno observó de manera fugaz el indiferente semblante de Sanders a su lado, para luego cambiar de foco visual hacia el evidentemente irritado doctor.

Hay noticias en desarrollo sobre Alexander Pearce, al parecer, la información que ahora recibo es más precisa...

Ni lo sueñes ―interrumpió Watson con enojo al realizar la hora y la proximidad que se encontraban de casa―. Me niego a acudir hasta alguna otra de las falsas alarmas dadas por tus amigos vagabundos.

Es necesario, John. Sanders, dobla a la izquierda.

No Alice, vamos a casa.

A la izquierda.

¡A casa!

Insistían los amigos, pero la joven continuó su ruta hasta la calle Baker. Pronto estacionándose a las afueras del 221.

John, el caso sigue en pie.

El iracundo rubio se volteó sobre sus pies y caminó con agresividad hasta su alto amigo para indicarle tensamente con el dedo índice.

No. Trabajo en una clínica de siete a cinco ¡no soy un maldito vigilante nocturno!

¡Oh, por favor! No seas infantil, debemos encontrar a...

¡Alexander Pearce se puede ir a la mismísima mierda, porque con mis horas de sueño nadie se mete! ―gritó con fuerza el doctor, causando que sus amigos se miraran sorprendidos el uno al otro y no pudieran evitar reír a carcajadas en su cara debido a la poco frecuente escena.

Cuida ese lenguaje... ―alcanzó a vociferar la chica entre risas, causando que Watson rodara los ojos y entrara al complejo de apartamentos a paso seguro.

Holmes limpió disimuladamente desde sus ojos lo que parecían ser lágrimas debidas a la risa y siguió a la joven dentro del 221 por las escaleras.

Hablando en serio... Pobre John...

Ah, él se lo buscó al tomar un aburrido trabajo con horario extenso ―refuta el rizado ante el comentario de la chica―. Sin embargo, no vi venir esa reacción producto de mi broma.

¿Broma? ¿Tú haciendo bromas? ¿Qué no era cierto lo de la "pista"?

El nuevo avistamiento del estafador está en desarrollo, aun no es confirmado. Te pedí que siguieras otro curso sólo para entretenerme, ya que, sabía muy bien que no obedecerías. Y John parecía al borde de la histeria cuando me oyó dándote direcciones.

Alice se detuvo en la entrada del 221B y le miró estupefacta, para luego no poder evitar reír para sí misma a pesar de sentir como se manchaba su conciencia.

Sherlock Holmes ¡Eres diabólico!

Sólo quería distraerme... ―respondió él encogiéndose de hombros con indiferencia, sin quitar su penetrante y gris mirada desde ella quien, cuando la risa para, entrecierra los ojos, pensativa, sin romper la conexión visual.

¿Quieres café?

¿Me estás invitando a tu apartamento durante la madrugada?

La morena le miró con extrañeza ante aquel insinuador contexto en que él ponía su inocente propuesta, para luego reír incrédulamente al desechar todo pensamiento comprometedor desde su consciencia.

Y yo que pensaba que tu prolífica mente no procesaba ese tipo de subtexto como una persona promedio.

Tu misma lo acabas de pronunciar, no proceso ese tipo de subtexto como una persona promedio.

Alice, aun confundida, asintió con la mirada perdida y procedió a subir las escaleras junto a Holmes.

Si no fueras tú, me sentiría inquieta respecto a tus intenciones.

Deberías estarlo, porque mis intenciones de invadir tu morada a estas horas están bastante corrompidas.

¿Debería estar alerta por algún tipo de broma de mal gusto?

No, en absoluto. Pero sí te recomendaría ponerle una cerradura a tu alacena, ya que verás, en el 221B se nos ha agotado el té.

Por supuesto, no podía ser de otra forma ―replica irónica mientras entra a su morada observando a su alto amigo por sobre su hombro, ello mientras él sostenía la puerta para ella con una indescifrable media sonrisa―. Me parecía bastante extraño, ya que, la caja de Earl gray ha durado tanto tiempo.

Sanders se dirigió hasta la cocina y preparó café para que a ambos le fuera posible esperar por noticias sobre el posible paradero del afamado estafador fugitivo. El detective toma asiento sobre uno de los antiguos sofás individuales en la sala y dedica su completa atención a la pantalla de su teléfono celular, escribiendo con la exagerada rapidez que tanto le caracterizaba. La joven, por su parte, posa la taza de café sobre la pequeña mesa de centro y se sienta en el sofá doble, poniendo ambos pies sobre él.

¿Qué? ―pregunta el rizado cuando toma un sorbo de su bebida al notar que ella no le quitaba los ojos de encima.

Nada ―responde imitando al detective al devolver su taza sobre la mesa.

Los minutos pasaban en silencio y de pronto ya eran las cuatro y treinta de la madrugada. A lo cual obviamente la morena no estaba ajena, durmiéndose inevitablemente ante la intermitente vista de un expectante detective el cual ya había recibido la respuesta esperada en su teléfono.


.


.


.



Y como un estrépito Alice escucha a Holmes llamar su nombre con voz clara y profunda. La joven es abruptamente devuelta a su consiente realidad, no obstante, esos breves segundos de esperanza derivados de la voz llamante se esfumaron sin más cuando ella había abierto por completo sus ojos. Holmes no estaba ahí. Es más, pronto sería su funeral ¿Qué diablos sucedía?

La abatida morena revisa la pantalla de su teléfono celular y realiza que durante las últimas doce horas de sueño su mente había estado divagando en un antiguo recuerdo de ella y Sherlock; aquello se remontaba hace casi un año, hecho el cual logra causarle una amarga punzada en el estómago. Y no se trataba sólo por el recuerdo del caso en ese sueño, sino que debido a la desesperada y cruel jugarreta de su inconsciente, el cual le despertó con una digna ilusión de la grave voz de Holmes llamando a su nombre con la usual desconsiderada urgencia que tanto le caracterizaba.

Ella se alza sobre el piso y desganadamente se abre paso hasta la sala para así observar la antigua postal que ahora estaba grabada en su mente además de la casi ilegible silueta de Holmes, que a sus ojos continuaba presente en cada rincón de su hogar. De pronto, ella es alarmada de súbito por alguien quien golpea su puerta: Era Watson.

―Alice... ―pronuncia este con dificultad cuando ella abre la entrada del 221D. Él notando de inmediato el demacrado estado de su amiga―. El servicio comienza en unos minutos. La señora Hudson y yo compartiremos un taxi... ¿Nos encontramos allá?

John pregunta lo último no siendo capaz de pronunciar el nombre del lugar al cual se dirigía. Ella, dando lo mejor de sí para no perder el control de su respiración, se moja los labios y suspira con pesadez, no pudiendo articular una audible respuesta. Así, Alice simplemente se limita a negar con la cabeza y evitar el contacto visual con el rubio quien comprende de inmediato y se despide de su lúgubre amiga con un respetuoso ademán antes de perderse de vista al bajar las escaleras.

La joven cierra la puerta tras ella y afirma su espalda en contra. Ahí venían otra vez, la repentina falta de aire, la jaqueca, su cuerpo le advertía que la amargura creciente en su interior necesitaba desbordarse, sin embargo, sus ojos no son capaces si quiera de anegarse a esas alturas. Descolocada, ausente, ella pierde la vista sobre la vacía habitación e, instintivamente, su mirada se posa sobre la caja de madera sobre la chimenea cuyo candado estaba abierto. Curiosa, Alice revisa el interior de la caja, el cual siempre estaba vacío debido a que esta sólo tenía un rol decorativo. Pero, para su sorpresa, la grabadora que Holmes le había regalado durante la investigación del caso Crane yacía dentro.

Alice traga aire sonoramente debido a la impresión y la paranoia la inunda nuevamente tal como lo hizo cuando encontró la moneda del MI6 el día anterior. No obstante, esto no podía ser obra de ellos... Esa grabadora era un tema sólo de Sherlock y ella. Así, el foco de sus sospechas cambia cuando recuerda la frase dicha por Holmes cuando le sugirió la técnica de notas de voz para apoyar su memoria: «Solo prométeme que narrarás tus pensamientos, como si fuera a mí a quien te estés dirigiendo...» ¿Sería que él ya sabía lo que haría en ese entonces? ¿Había él comenzado a despedirse con casi dos meses anticipación?

Sin pensarlo dos veces, ella decide prender el dispositivo, encontrándose con una amarga sorpresa: El último archivo de audio había sido grabado hace cuatro días. La respiración de la chica se detiene durante unos segundos y con ojos cristalinos observa el aparato, casi prediciendo lo que vendrían en aquellos minutos de grabación. Sanders se apresura hasta su habitación y se encierra en ella, para luego buscar sus audífonos y conectarlos al dispositivo. Sin embargo, su temblorosa mano reluctantemente decide tomar un cigarrillo y encenderle antes de darle temeroso inicio a la grabadora. Un fuerte suspiro es lo primeramente audible, lo cual incrementa casi al cien por ciento la oscura ansiedad naciente en la chica.

«... Me ahorraría la molestia de sonar cliché, pero no veo otra forma de parafrasearlo en estos momentos cuando estoy irremediablemente en contra del reloj al decidir desviarme desde el original plan y dejarte un vestigio de una debida despedida...

Ya que, si encuentras esta grabadora con este contenido luego del once de Julio... Es porque obviamente ya he perecido. Y tú por supuesto estarás destrozada y furiosa... Sobre todo, furiosa... Pero debes saber que lo siento, de verdad lo hago.

(...)

Todo ha sido fríamente calculado, cada arista, cada movimiento. Es un plan casi perfecto... Casi. Como todo, es posible que una inoportuna grieta cause mi inevitable hundimiento...Y de eso estuve siempre consciente.

Lamento no poderles haber advertido a ti o a John, pero era necesario mantener la confidencialidad. Es por lo que la farsa instigada por la prensa debe continuar hasta que naturalmente la verdad encuentre su camino a las masas.

(...)

A estas alturas asumo que mi hermano ya te habrá contactado y que tú estarás tan sumergida en la angustia que pequeños detalles a tu alrededor no serán relevantes para luchar tu luto interior. Es por ello que me veo en la obligación de instarte a que aceptes la propuesta del MI6 y así contribuyas a que mi desenlace no haya sido en vano.

(...)

Ahora... Bueno...

(...) »

El detective aclara su garganta en la grabación, inquietando aún más a la ansiosa joven, quien sentada sobre el piso a los pies de la ventana envuelve sus rodillas con sus brazos y esconde su cabeza, concentrando su total atención en las próximas palabras de su, ahora, difunto amigo y amante.

«... Sanders yo...

Alice...

No puedo evitar sentir que mi narrativa existencial se ha visto presa de los más irreverentes clichés e inesperados sentires desde que... Bueno... Ya sabes...

(...)

Desde que nuestra relación tomó otro rumbo.

(...)

Sabes muy bien que ningún actuar de mi parte es efectuado sin prolijo plan que le anteceda. Pero también sabes ya lo suficiente sobre mí como para deducir que ahora, en este preciso instante, mientras sé que, posiblemente, el cotidiano futuro que había pre-dispuesto a tu lado está en inminente peligro de ser destruido a pedazos... No puedo evitar desear con todas mis fuerzas vivir en una realidad ajena en la cual nuestros senderos nunca se hubiesen cruzado.

(...)

Sería más fácil afrontar mi destino...

(...)

Mycroft me aconsejó hace meses que nuestra relación terminara, ya que, a pesar de que las posibilidades estuvieran a nuestro favor, nunca se puede estar cien por ciento seguro de los resultados. Pero, como ya sabes, hice todo lo contrario porque simplemente no pude evitarlo. No me diste oportunidad de hacerlo.

Aunque me cueste reconocerlo... Me aferré a tu ser como nunca lo había hecho con nadie y sé que el dolor me obliga a sentir arrepentido de no alejarme a tiempo, sin embargo, no hubiera sido más que un indolente imbécil. No logrando permitirme conocer alguna vez lo reconfortante que es la íntima vulnerabilidad... Y la cómplice verdad que conlleva. La maravilla y el confort de ser entendido, realmente escuchado.

(...)

Aunque no lo creas, no te subestimo, no puedo hacerlo contigo. No cuando mi lógica mente ve a través de tu indisciplina y ha logrado reconocer a una brillante mujer quien es capaz de descifrar con gracia hasta al más reluctante y sentimentalmente neófito ser...

Abriste mi mente a nuevos horizontes, brindándome la más fiel amistad posible. Por ello también estoy eternamente agradecido.

(...)

Y también sé que no estoy en la posición de pedir nada en absoluto de tu parte... Pero necesito que me prometas algo: Me ayudarás a cumplir el objetivo de borrar el legado de James Moriarty por completo. Es necesario que seas parte de ese posible legado...

(...)

Ahora estoy llegando al segundo laboratorio de la Morgue de San Bartolomé... Watson aún debe estar dormido sobre la mesa y tú... Supongo que ya debes estar llegando a Battersea. En estos momentos comprenderás que debía sacarte de escena.

(...)

El tiempo se acaba...

(...)

Y, a pesar de todas las posibilidades y escenarios, sé que nos volveremos a encontrar, Sanders... Tan solo escucha...

(...) »

El audio finaliza luego de unos segundos de sepulcral silencio y la abatida joven se reduce en su posición, reposando su frente sobre las rodillas. La tarde pasa en lo que parece un abrir y cerrar de ojos, aun así, ella continúa sentada sobre el frío piso de madera ahora viendo hacia la nada. De pronto, Alice reúne el suficiente valor como para emitir una palabra: Usaría finalmente la grabadora como Holmes le había recomendado hace un tiempo.





. . .






Lunes 25 de Julio, 2011


―Le diría lo que sé, pero como imaginará, no sé absolutamente nada... ―comenta el Joven Thomas mientras conduce a través del atochado centro de la ciudad de Londres. Deteniéndose finalmente cuando arriban a su destino: Bride Lane 1396.

Luego de que él presionara el botón del piso dos, la puerta es abierta de inmediato, sin acertijo como cuando ella visitó el lugar por primera vez. Ambos recorren el blanco corredor y esta vez la chica es quien golpea la puerta, para pronto ser recibidos por una morena mujer de mediana estatura.

―Bienvenidos, llegan tarde ―enuncia esta con un resignado suspiro, para así indicarles la ruta a seguir a los visitantes―. Pueden llamarme R.

―¿Sólo R? ¿Sin nombre?

―Exactamente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top