22 | The great game |Parte VI|

―¿Hacia dónde ahora?

―Calle Baker. Necesito esperar por una respuesta.

Los amigos abordan un taxi el cual les lleva prontamente a casa. Al arribar ambos suben hasta el 221B y Sherlock comienza a caminar impacientemente de un lado para otro. Alice sólo se recuesta sobre el gran sofá a revisar su cuenta anónima de Twitter, ignorando de esa manera a su errático vecino. Y, después de un rato, no se sienten más pisadas cercanas.

Alarmada, la rubia recorre el total perímetro con su mirada, pero el detective ya no estaba en el lugar, por lo tanto, ella se conforma con continuar distraída en lo suyo. Así es como, sin siquiera recordar cuándo cae, ella duerme por lo que parecen ser segundos para pronto ser despertada de improvisto por una fuerte presión sobre su estómago.

―¡Ahhh! ―se queja una adolorida Alice y observa hacia arriba encontrando a Sherlock quien, a ojos cerrados, tenía ambas manos juntas afirmadas justo bajo su mentón y se había sentado sobre su abdomen―. PERO... ¿¡QUÉ MIERDA!? ―no hay respuesta inmediata a pesar del iracundo grito―. ¡HOLMES! ―la chica se empieza a mover de un lado para otro y el detective finalmente reacciona.

―¿Qué?

―¡PÁRATE DE UNA VEZ!

―¿Qué haces aquí? ―le observa enojado bajo él―. Estaba en mi palacio mental, vete.

―Me iría, pero, primero ¡saca tu maldito trasero de mi abdomen! ―Holmes se alza sobre sus pies y le llega un mensaje de texto al mismo tiempo.

―Vamos ―exclama de pronto y toma a la chica por el brazo para arrastrarla con él a bajar las escaleras. Y, en ese preciso instante en el que ambos salen del apartamento, aparece John desde la acera contigua.

―Alex Woodbridge no tenía ningún conocimiento particular sobre arte.

―¿Y? ¿No tenía otros pasatiempos o hábitos?

―Era un astrónomo aficionado... ―responde Watson. Holmes sonríe suspicaz y camina hacia un lado del Speedy's café y ahí estaba, la misma chica sin hogar a la que el detective le había dado dinero tempranamente.

―Alice, ve a buscar tu auto.

―¿Qué? Lo dejé esta mañana en Scotland yard...

―Le envié un mensaje a Lestrade hace un rato, un oficial lo dejó en el estacionamiento subterráneo de Baker st.

―Muy bien... ―la chica se apresura en búsqueda de su auto, y pronto ambos colegas se le unen―. ¿Hacia dónde?

Vauxhall Arches ―responde Holmes y la joven conduce hasta allá con la ayuda del GPS.

―¿Cómo sabes dónde ir? ―pregunta de pronto el doctor.

Red de vagabundos...

―¿Qué?

―Mis ojos y oídos en toda la ciudad.

―Entonces... ―dice Alice―. De agradecimiento les das palmadas en la espalda y...

―Uso gel desinfectante después, sí ―responde irónico para el desagrado de sus acompañantes.

El viaje continúa, ello hasta que Sanders detiene el carro en un callejón bastante oscuro y alejado de la ciudad. Y, así, el doctor junto al detective se bajan, pero cuando Alice pretende hacer lo mismo, Holmes le detiene interponiéndose frente a ella.

―No, tú te quedas aquí.

―¿Por qué?

―Podría ser peligroso. Así que...

―Ah... ―ella hace un irónico puchero emotivo―. ¿Ahora te preocupas por mí?

―No ―bufa molesto al ser interrumpido y tergiversado―. El auto. Debes cuidarlo y esperarnos en caso de que debamos arrancar rápidamente. Debes estar alerta.

―Como sea... ―se resigna echándose hacia atrás sobre su asiento, ello mientras Holmes y Watson se alejan por el callejón. Eventualmente, el aburrimiento le tienta a sintonizar alguna radio local, de esa manera, "R U MINE?" de los Arctic monkeys comienza a sonar en el estéreo; y, después de unos pocos minutos, Sherlock ya le golpeaba la ventana con fuerza.

―¿Por qué siempre eres tan ruidosa?

―Es mi carro, pídele uno propio a tu hermano. Además ¿por qué no te callas y subes tu ingrato trasero de una vez al auto?

Holmes bufa y aborda el vehículo junto al doctor. La chica maneja hasta donde le es indicado y los tres bajan en conjunto esta vez. Pronto entrando a una facultad perteneciente a la universidad de Londres. Y así, a hurtadillas, se dirigen hacia el salón de exhibiciones.

―¡Ay!

―Lo siento... ―como un susurro John se disculpa con la chica, a la cual le pisó el pie con fuerza ya que le es imposible ver con claridad por donde iba.

Y ya que les es casi imposible ver más allá de sus propias narices, no pueden evitar chocar entre ellos en ocasiones, todo debido a la parpadeante luz que alumbraba a ratos el profundo cuarto, cual tampoco ayudaba mucho a orientarles por el camino correcto a seguir. Así, luego de lo que parece una eternidad, los colegas entran por lo que aparenta ser el escenario... Y ahí está el Golem, junto al proyector, asfixiando a una inocente mujer.

―¡GOLEM! ―grita un gutural Holmes con ambos doctores sosteniendo un arma a cada lado, ello cuando pronto se siente un golpe.

De esa manera, la fugaz y estable luz se extingue nuevamente. El audio de aquel video proyectado comienza a ir más rápido y distorsionado de lo normal, instigando un aura de lo más tenebrosa.

―No puedo verlo, hay que rodearlo ―urge John y los tres comienzan a correr en distintas direcciones.

―¿Para quién trabajas esta vez, Dzundza...?

La luz vuelve y la chica, que buscaba por todos lados, mira hacia el escenario. El Golem asfixiaba a Holmes esta vez. John llega primero y apunta al asesino, el cual sólo lanza a Sherlock hacia un costado y va ahora por él. Watson pierde su arma en la oscuridad y lucha pataleando en todas las direcciones cuando es alzado, aunque pronto es derribado bruscamente.

De inmediato, el detective se pone de pie y en posición de pelea desafía al gigante hombre. Sin embargo, el Golem golpea a Sherlock en la cabeza y comienza prontamente a asfixiarlo, aunque Alice se lanza rauda sobre él y se agarra desde su cuello, tratando de estrangularle o al menos derribarle hacia el piso con todo su peso. En tanto, él se mueve de un lado para otro, ella saca su cuchillo y le apuñala en un costado. El asesino a sueldo grita desgarradoramente y le lanza sobre John y Holmes con desmedida fuerza.

El detective, al ver que arrancaba, logra encontrar el arma de Alice que hace unos minutos John había extraviado, usándola para disparar sin éxito.

―¡Maldición! ―grita la chica sobándose una muñeca―. Al menos apuñalé al bastardo...

―Delicada dama... ―agrega Sherlock con sarcasmo y alzándose sobre sus pies.

―Cállate, ya he perdido la cuenta de las veces en que te he salvado el trasero, Holmes ―regaña a la defensiva y el rizado suspira agotado al soltar las manos de aquella a quien recientemente había ayudado a alzarse.

―Te pagan por ello.

―Ah... Si, si... es cierto... ―la rubia se encoje de hombros y John camina junto a ella para ir devuelta a la calle Baker con Holmes siguiéndoles contemplativo unos pasos atrás.

Los tres suben al 221B y el doctor va en búsqueda de unos vendajes mientras que el detective, más inquieto que nunca, caminaba de un lado para otro en la sala.

―¿Puedes dejar de moverte tanto?

―Es mi apartamento.

―Es molesto, Sherlock ―reconoce el doctor y procede a vendarle la mano izquierda a Alice―. Es sólo un leve esguince, estarás bien en un par de días.

―Gracias, John ―el detective, quien no dejaba de dar vueltas y murmurar por lo bajo, termina por hartar la paciencia de la joven―. ¡Detente! ―la chica lo sujeta de frente, fuertemente por los hombros, y le sostiene con firmeza para observarle directamente a los ojos―. ¡Ve a tomar una ducha o a dormir o algo! Si el idiota de las bombas quiere contactarte él llamará ¡maldita sea!

Alice suelta finalmente a Sherlock con desmedida brusquedad y este le mira rencoroso con el ceño fruncido, mientras que John, bastante sorprendido, observa la situación en sepulcral silencio. Ella ignora las miradas de sus amigos y, enojada, sube hasta su departamento para ir directamente a la cama.

Y, como si ella sólo hubiese logrado cerrar los ojos por cinco minutos, ya era de mañana.

―Despierta, vamos a la galería ―exclama Sherlock abriendo las cortinas de la habitación de par en par. Dejando al descubierto así, un típico día nuboso en Londres.

―Vete al diablo... Debo ir a Scotland yard hoy y aun no es la hora de salir de la cama... ―Holmes le lanza una almohada a la cara y la chica en vez de alarmarse, la deja sobre su rostro para cubrirse de la luz.

―Lestrade estará allá, debes ir.

―Nah... No te creo nada... De nada...

El detective pronto pierde la paciencia y se acerca a ella para cargar la almohada sobre la cara de la rubia, cual forcejea impacientemente hasta que Holmes se detiene.

―¿¡QUÉ MIERDA TE PASA!? ―la chica se pone de pie y camina amenazadoramente hacia el detective, arrinconándolo comprometedoramente en contra de la pared. Sherlock sonríe con sutileza y se mantiene silencioso durante un par de segundos.

―Que bien, ya despertaste. Tienes quince minutos ―él se retira rápidamente desde la habitación y Alice cubre su cara con ambas manos, casada de todo y más de su molesto y errático vecino.

En menos de diez minutos la rubia ya está lista y desganada baja hasta donde sus amigos le esperaban. Así, a regañadientes ella les conduce hasta la galería. Eran las ocho de la mañana y, después de todo el ajetreo vivido durante el día anterior, los doctores lucían fatal y Holmes, como siempre, parecía un muerto viviente, aunque lo último era normal viniendo de él.

Los colegas pronto entran al lugar encontrándose con Lestrade junto a la señora Wenceslas, la infame encargada de la exposición, frente a la presunta imitación de Vermeer.

―Es una falsificación, debe serlo ―asevera Sherlock contemplando la pintura, pensativo.

―El cuadro ha sido sometido a todo tipo de pruebas conocidas por la ciencia.

―Es una muy buena falsificación, entonces ―se voltea desafiante hacia la encargada ―usted sabe sobre esto ¿no es así? Todo tiene que ver con usted.

―Inspector, estoy desperdiciando mi tiempo ¿le importaría retirarse con sus amigos?

―Usted deje de gastar nuestro tiempo y deje de mentir, señora ―Alice le increpa y se cruza de brazos, igualmente desafiante que su vecino. Pero, en ese preciso instante, el celular rosa suena, captando así la atención de todos.

―La pintura es una falsificación ―dice Holmes y pone el teléfono en altavoz, pero nadie responde―. Es una falsificación, es por lo que asesinaron a Woodbridge y a Cairns... ―silencio―. ¡Oh, por favor! Probarlo es sólo un detalle. El cuadro es una falsificación. Lo resolví, lo descifré. Es falso, esa es la razón de sus asesinatos ―silencio―. Muy bien, lo demostraré ¿me darías más tiempo?

Diez...

―Oh, esto no puede estar pasando... ―exclama Alice quedando sin aliento―. ¡Es un niño, es la voz de un niño!

―¿Qué dijo? ―pregunta el doctor, alarmado.

―Diez... es una cuenta regresiva ―responde el detective, mirando desesperadamente el cuadro en busca de respuestas―. Es una falsificación... Pero ¿cómo puedo demostrarlo? ¿¡cómo!?

Nueve...

―Este niño va a morir, ¡dime por qué es una falsificación! ¡DIME! ―Holmes le grita a la señora Wenceslas.

Ocho...

―No, mejor... ―se arrepiente de inmediato―. ¡CÁLLESE!

Siete...

―Debo resolverlo yo mismo... Sólo funcionará de esa forma...

John pronto comienza a caminar de un lado para otro y Lestrade, quien estaba estático mirando, no hace más que intentar controlar su propia respiración. Holmes por su parte, desesperado escanea con su mirada cada detalle del cuadro en cuestión. Y Alice, quien presenciaba la escena de cuclillas con ambos antebrazos sobre sus rodillas, sólo atina a cerrar los ojos al entrelazar sus manos, ello para que así la ansiedad no le consumiera.

Seis...

―Debe ser posible, debe estar justo frente a mis ojos...

Cinco...

―Sherlock, el niño ésta contando más rápido... ¡Está acelerando! ―grita el doctor.

Cuatro...

―¡OH, EN EL PLANETARIO, USTEDES TAMBIÉN LO OYERON! ―vocifera de pronto el detective mirando a ambos colegas. La chica se pone de pie lentamente con expresión confundida―. Oh... eso es brillante ¡MAGNÍFICO! ―Holmes le lanza el teléfono a Watson y camina extasiado alejándose de la pintura. Notablemente satisfecho consigo mismo.

Tres...

―¿Qué es brillante? ¿¡QUÉ!?

―¡¡MALDICIÓN, SHERLOCK!! ―ambos amigos gritan respectivamente y el detective vuelve para quitarle el teléfono a John desde las manos.

Dos...

―La supernova de Van Buren.

Por favor... ¿Hay alguien ahí? Ayuda...

―Ahí tienes, averigua dónde está y que lo recojan ―Sherlock le entrega el celular rosa a un aliviado Greg y este sale a toda prisa desde el lugar―. Ahí ―espeta indicando el cuadro―. La supernova de Van Buren, una estrella explosiva. Apareció en el cielo en 1858.

―Entonces... ¿cómo pudo ser pintada en 1640? ―agrega alegremente el Doctor, suspirando aliviado, así marchándose junto a su compañero.

Por su parte, Sanders desacelera su paso para hablarle a la, ahora, esposada.

―Le dije que no mintiera... Nos hubiese ahorrado un mal rato a todos. A ese pobre niño... ―le reprocha Alice para pronto salir tras sus colegas.

Así, la elegante señora Wenceslas es debidamente arrestada y llevada hasta Scotland Yard para ser interrogada por Lestrade, Sanders y Holmes, dejando fuera a Donovan por razones obvias, para el detective.

Sherlock se sienta junto a la sospechosa frente al escritorio de Lestrade, y Alice permanece de pie junto a su jefe.

―¿Sabe? Es interesante. Sobre y papel de Bohemia... Un asesino llamado como una leyenda de Praga y usted, señora Wenceslas. Todo este caso tiene un distintivo olor a checo ¿es eso dónde nos lleva? ¿qué estamos buscando, inspector?

―Bueno, conspiración criminal, fraude... ―narra Lestrade siguiéndole el intimidante juego al rizado―. Puede que, eventualmente, sea juzgada como cómplice, o, encubridora, al menos. Sin mencionar la agravante de lo brutal que ha sido el asesino, haciendo estallar gran parte de un edificio con toda esa pobre gente...

―¡No sé nada sobre eso! ―grita la desesperada mujer cuestionada―. Todas esas muertes... Por favor ¡créanme! ―Holmes mira a Alice la cual asiente lento y este le hace el mismo ademán a Lestrade, confirmando de que la acusada decía la verdad―. Yo sólo quería mi parte. Los treinta millones... ―hace una pausa y mira al detective con urgente honestidad―. Encontré a un hombre mayor en Argentina, un verdadero genio de pinceladas inmaculadas cuáles podrían engañar a cualquiera... ―Sherlock frunce el ceño y la mujer se retracta―. Bueno, casi a cualquiera... Pero yo no sabía cómo hacer para convencer al mundo de que la pintura era genuina... Fue sólo una idea... Una chispa que él transformó en un incendio...

―¿Quién? ―pregunta Sherlock súbitamente.

―No lo sé... ―susurra la mujer y Lestrade comienza a reír irónico―. ¡Lo que digo es cierto!

―Lo es, Greg ―Sanders le reprende―. Continúe.

―Tomó bastante tiempo, pero eventualmente yo estaba en contacto con gente... Su gente. Bueno, nunca hubo un verdadero contacto... Sólo mensajes... susurros....

―¿Y esos susurros tienen un nombre? ―consulta Sherlock aproximándose a la mujer sobre su silla.

La señora Wenceslas, quien luce al borde del colapso, pierde la calma e inevitablemente sus ojos se vuelven cristalinos, pero al final, de igual forma, logra pronunciar un nombre.

Moriarty...

El semblante de Holmes cambia de inmediato. Este se echa hacia atrás sobre su asiento y levanta su mirada hacia Alice quien intenta controlar su respiración, ya que, como su amigo no le había hablado lo suficiente sobre el tema, ella no debía parecer muy familiarizada con ese nombre.... Ese infame nombre: Ahora todo estaba en juego.



.



―¿Por qué vamos hacia una estación de trenes, Holmes? ―preguntaba Sanders mientras conduce a través de las siempre ajetreadas calles de Londres.

―Sólo conduce... ―Alice suspira agotada, pero pronto comienza a tararear y estira su mano hacia el estéreo del auto para así poner algo de música, pero Sherlock le golpea el brazo de inmediato―. No.

―Idiota ¡eso me dolió!

La rubia, aun con la mirada pendiente sobre la ruta, sólo estira su izquierda hacia el lado y le jala fuertemente uno de los rizos al detective y este, mortificado, le mira más ofendido que nunca, pronto respondiendo al hacer lo mismo, aunque, excediéndose lo bastante como para que la chica se rinda de inmediato.

―¡Maldición!... ―se queja con voz aguda―. Ya basta, tregua ¿ok?

―Sólo... conduce.

Ambos llegan a la estación de trenes y, luego de estacionar el carro, pronto caminan a través de las líneas. A cada metro de avanzada, más era posible distinguir dos figuras a distancia, la más pequeña resulta pertenecer a John. La otra se aleja y el doctor, para el momento en que sus colegas llegan a su lado, estaba de cuclillas murmurando para sí mismo.

―La intersección ―dice Holmes en voz alta y el doctor se voltea con sorpresa.

―¡Si!

―Yo sabía que llegarías ahí eventualmente. West no fue asesinado aquí, es por eso que hay tan poca sangre.

―¿Cuánto tiempo llevas siguiendo el caso?

―Desde el inicio, no dejaría ir un caso así para sólo molestar a mi hermano ¿no crees? ―John rueda los ojos con exhausto semblante―. Vamos, tenemos una casa que invadir. Últimamente Sanders ha desarrollado una cierta inclinación por eso.

―Y nunca estoy a solas ―discute ella. Así los tres caminan juntos hacia un vecindario bastante lúgubre tras la estación de trenes.

―Los planes de defensa sobre el desarrollo de esos misiles no han dejado el país, de otra forma el personal de Mycroft lo sabría ¿no es así? ―asevera Alice encogiéndose de hombros con ligereza.

―Exacto. Aunque la gente piense lo contrario, seguimos teniendo un servicio secreto.

―Sí, lo sé, lo conozco ―responde John, algo irritado.

―Lo que significa que quién robó la memoria no puede venderle, o, no sabe qué hacer con ella. Apuesto por lo segundo.

Los tres arriban hasta el frontis de una casa, la cual exhibe una larga escalera hacia su entrada lateral.

―Ya estamos aquí ―anuncia el rizado con una risa conforme.

―¿Dónde? ―preguntan ambos acompañantes y Sherlock avanza sin decir una palabra. John y Alice le siguen pronto al subir la extensa escalera de piedra.

―Sherlock ¿qué tal si hay alguien ahí?

―No lo hay ―responde el detective y rápidamente le saca a la chica un sujetador desde el cabello con muy poco cuidado, tanto, que un par de cabellos rubios son de inmediato lanzados al viento por él.

―Sé más delicado, ¡imbécil! ―se queja ella sobándose el costado de su cabeza. Aunque, siguiendo atenta con la mirada a su indiferente compañero―. No lo lograrás en menos tiempo que yo.

―¿Quieres apostar? ―el detective se detiene y da un paso próximo a la joven.

―Por supuesto. Debes hacerlo en menos de treinta y cinco segundos ―ella se acerca de igual forma y se alza de puntillas, habiendo tan poco espacio entre los dos que sus narices estaban próximas a rozarse.

―Si gano me alimentarás por una semana. Tres comidas al día, aunque no tenga hambre, y té ilimitado.

―Si yo gano usarás sin excusas una ridícula corbata de patitos durante dos semanas ¿hecho?

―Hecho ―ambos hacen una leve reverencia y John les observa perplejo.

―¡Son un par de niños! ¡SE SUPONE QUE ESTAMOS INVESTIGANDO UN MALDITO ASESINATO!

―Contrólate, John. No queremos que todo el vecindario se entere que invadiremos propiedad privada... Nuevamente ―dice Holmes, volteándose hacia el apartamento. Este se pone de cuclillas y comienza a maniobrar la chapa de la puerta con el pasador de Alice.

Veinticinco segundos habían transcurrido y nada, él mira de reojo a la chica, quien sonreía burlonamente. Sin embargo, Sherlock es rápido en doblar el sujetador de cabello, deformándolo y lo intenta nuevamente, saliendo victorioso.

―Treinta y tres segundos ―anuncia John.

―¡HICISTE TRAMPA! ¡Yo abrí el maldito candado sin alterar nada!

―No dejaste eso en claro cuando accediste a la apuesta ―se burla con petulancia―. Siempre lee las letras pequeñas de un contrato, Sanders. Espero una muy abundante cena hoy, la que quizá no desee comer.

―Esto no se quedará así, Holmes. Me vengaré ―le amenaza la chica apuntándole con el dedo índice cerca de la cara antes de entrar al apartamento.

―A todo esto... ¿Dónde estamos? ―pregunta John desde atrás.

―Perdón ¿no lo dije? ―pronuncia irónico―. En el piso de Joe Harrison.

―¿Joe...?

―El hermano de la prometida de Andrew West. Él robó la memoria del MI6 ―responde Sherlock mirando por la ventana del apartamento hacia afuera―. Asesinó a quién iba a ser su cuñado... Vaya familia.

El detective saca su lupa desde el bolsillo y comienza a examinar el marco de la ventana. El doctor se acerca.

―Entonces ¿por qué lo hizo?

―Oh ¡preguntémosle! ―responde una sonriente Alice cuando escucha que se abre la puerta del lugar.

Ambos colegas sacan sus armas. La chica camina hacia el inicio de la escalera con su pistola en alto y Harrison, al verla, intenta lanzarle la bicicleta que llevaba con él, pero se detiene al divisar a John también con un arma al lado de la joven.

Oh-oh... ―dice el doctor con tono sarcástico―. ¿Por qué no subes y conversamos?

El tenso hombre, al verse acorralado, no puede darse el lujo de negarse y finalmente sube en silencio hasta la sala para sentarse en medio del sofá. El detective y sus compañeros, quienes de pie frente a él le observan fijamente, no abandonan sus imponentes posiciones, pero sí guardan sus armas.

―No quería hacerlo... ¿Qué va a decir Lucy? ¡Dios! ―se lamenta de pronto el dueño de casa.

―¿Por qué lo asesinaste? ―le interroga el doctor.

―Fue un accidente, lo juro...

Sherlock ríe por lo bajo y prosigue.

―Pero robar los mapas de misiles de un programa de defensa militar no fue un accidente ¿no es así?

―Empecé a traficar... ―confiesa amargo y tenso, cerrando ambos ojos debido a la vergüenza―. La bicicleta es un gran disfraz ¿no creen? ―consulta fijando su mirada sobre el piso―. No sé cómo empezó, acabo de terminar de pagar mi apartamento, estoy endeudado con mucha gente peligrosa...Y, luego del compromiso de Westie, él se pone a hablar sobre su trabajo. Usualmente él es muy cuidadoso al respecto, pero esa noche, después de unos tragos no pudo guardar el secreto. Me habló de aquellos planos de misiles y me mostró el pendrive. Pensé que valdría una fortuna un secreto como ese y fue bastante fácil robarle la información, él estaba totalmente ebrio. La siguiente vez que le vi supe por su expresión que lo sabía...

―¿Qué pasó?

―Forcejeamos y cayó por las escaleras... Iba a llamar a la ambulancia, lo juro... pero era demasiado tarde. No sabía qué hacer, así que lo arrastré hasta acá... Sólo me senté en la oscuridad para pensar qué hacer...

―Que brillante idea se te ocurrió ―dice Holmes sarcásticamente―. Arrastraste el cuerpo y lo dejaste sobre el vagón de un tren. El cuerpo de Andrew West pudo haber llegado muy lejos, ello si el tren no hubiese tomado el tramo de vías curvas.

―La intersección ―señala Watson.

―Exactamente.

―¿La tienes aun? ¿la memoria portátil? ―pregunta la chica y Joe asiente―. ¿Me la entregarías? ―el abatido y derrotado dueño de casa se pone de pie y va a buscarla. Se la entrega a ella y los tres salen desde el apartamento sin decir una sola palabra hasta llegar al auto de Alice.

―La distracción terminó, el juego continúa.

―Tal vez ello también terminó. Aún no tenemos noticias del terrorista ―le reprocha John al cerrar la puerta del copiloto.

―Tiene razón, Sherlock. Quizá ya se acabó...

―Recuerden, cinco pips. Es una cuenta regresiva y sólo ha habido cuatro. Ello significa que algo grande nos espera ―asevera el seguro detective.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top