21 | The Reichenbach fall |Parte II|
Dos agitadas semanas transcurren desde que Moriarty es encarcelado y puesto a oficial disposición del MI5 para ser interrogado. Sin embargo, los tempranos esfuerzos por hacer hablar al ahora renombrado delincuente son infructuosos, tanto así que no bastan más de seis días para que las fuerzas secretas del Reino Unido se hiciesen presentes en el caso.
Por su parte, Mycroft Holmes, la cabeza del MI6, decidió interrogar por sí mismo al prisionero luego de que este no sucumbiera ante ningún tipo de extorsión estratégica por parte de los agentes. Y el mayor de los Holmes creía saber con certeza lo que Moriarty deseaba, por lo tanto, él le daría lo que requería; alguien tenía que asumir el costo, esa... era una arista fundamental de su plan final.
. . .
―¿Sherlock? ―consulta el rubio, de pie junto a quien yacía con un aura completamente ausente sentado sobre su sofá individual. Los segundos pasan y, en vista a la nula respuesta corporal del detective, Alice chasquea los dedos reiteradamente frente a sus narices.
―¿Qué?
―La audiencia de Moriarty comenzará dentro de veinte minutos. La policía espera por nosotros para escoltarnos.
El moreno abre los ojos lento y suspira con pesadez poniéndose ceremonialmente de pie; distrayéndose unos segundos con su propio semblante reflejado en el espejo sobre la chimenea, deseando mantener su siempre digna compostura. Aquel encuentro había sido fríamente calculado. Mycroft ya cumplió con su parte, ahora era turno de jugar su papel.
De pronto, su campo visual y mental es distraído por sus compañeros. La postura de John es rígida y Sherlock sabe muy bien que no solo se debe a que viste formal, si no que el soldado, sin saberlo, se estaba preparando para una inminente batalla. Por otro lado, Sanders cual ritmo de paso no mentía. La joven solía impacientarse enormemente frente al peligro, lo que era un franco reflejo de su naturaleza impulsiva.
El detective logra conectar brevemente su mirada con ambos acompañantes de forma simultánea, rompiendo el lazo visual para apresurarse en bajar las escaleras. Al otro lado de la puerta aguardaba una pequeña multitud de periodistas, sedientos de algún nuevo dato sobre el caso que llevaba semanas siendo el principal tema de conversación en los medios. Todos deseaban saber el porqué de la "hazaña" de James Moriarty y cuál era el rol de Sherlock Holmes en ello. Así, los colegas se abren paso dificultosamente entre los periodistas y suben a la cabina trasera del carro policial el cual les llevaría a la corte.
―Recuerda... ―pronuncia John con cuidado, ello luego de unos minutos de viaje, pero, es inmediatamente interrumpido.
―Si.
―Recuerda...
―Si.
El rubio bufa con molestia y observa durante unos breves segundos hacia la calle, para luego volver a dirigirle una desafiante mirada a su amigo.
―Recuerda lo que Lestrade dijo. No intentes hacerte el listo.
―No.
―Por favor, mantenlo corto y simple ―añade Sanders dándole un suave codazo al detective, quien iba sentado a su derecha.
―Por supuesto. Sería bastante inconveniente que el testigo parezca ser alguien funcional y competente.
―Funcional no es el problema. Tampoco lo es tu inteligencia, pero si tu arrogancia. Por favor modera esa característica de tu personalidad ―responde la chica de inmediato ante el ácido comentario de su amigo, quien sólo se limita a dibujar una burlona sonrisa ladina en sus labios aun sin quitar la vista desde el paisaje Londinense.
―Sólo seré yo mismo.
―¿Acaso nos escuchaste? ―protesta John con firmeza, pero, el detective le ignora; causando que Watson y Sanders no pudiesen evitar compartir un semblante adornado por la más pura frustración, ya que, ambos presentían que se avecinaba una tormenta.
El resto del viaje transcurre en silencio, cual es contrastado significativamente por el gran alboroto proveniente desde las afueras del tribunal de justicia, en donde una significativa cantidad de personas les bloqueaba el paso intentando obtener algo de información de los colegas. Nuevamente la policía tiene que escoltarlos, ayudándoles a abrirse paso entre aquel mar de gente dentro de la corte la cual no aceptaba la presencia de periodistas en sus primicias.
De inmediato, la fiscal del caso se acerca a los colegas y les muestra el camino al palco de público a los doctores para así encaminarse con Sherlock al otro extremo del estrado. En tanto, todos parecen estar en sus lugares y ansiosos por aquella audiencia. Y, de pronto, las puertas principales se abren con James Moriarty entrando escoltado por dos policías armados; iniciando así el denominado "juicio del siglo".
Luego de unos veinte minutos de revisión del caso, la defensora querellante llama al primer testigo.
―Preséntese.
―Sherlock Holmes.
―¿Cuál es su relación con el acusado, señor Holmes?
―Ninguna personal. Y una vitalmente profesional.
―¿Puede ser más específico? ―espeta ella algo confundida, pero irritada.
―Yo soy un detective consultor. Él es un criminal consultor, he ahí la naturalidad del cruce de nuestros senderos.
―¿Criminal consultor? Amplíe esa respuesta por favor.
―A James Moriarty se le contrata.
―¿Es un negociante?
―Sí, pero no del tipo que repararía su sistema de calefacción ―bromea en seco y muchos asistentes del público ríen―. Él es más bien el tipo que pondría una bomba y planearía un atentado terrorista. Aunque, supongo que derivado de sus habilidades... Quién sabe, tal vez pueda hacer un bastante decente trabajo en su caldera...
―Maldición... ―musita la colorada joven por lo bajo y revisa su teléfono celular el cual no dejaba de vibrar. John, sin notar que la molestia de la chica se debía a la distracción de su móvil, concuerda.
―Lo sé. Tendremos que pagar una fianza por él al final de esta audiencia.
Alice le ignora distraída y deja la sala en silencio para así atender la llamada en el vacío corredor del edificio.
―¿Qué quieres?
―¿Hasta cuándo tendré que recordarle sobre sus modales, señorita Sanders? O ¿Tendré que solicitarle un curso de etiqueta para que aprenda a comportarse?
―Ya no trabajo para ti ¿qué quieres, Mycroft?
―¿Cómo va todo?
―Tú mejor que nadie debería saberlo.
―Y lo sé.
―¿Entonces?
―Requiero de su presencia en el Club de Diógenes.
―¿Con qué objetivo?
―Ya lo discutiremos.
―Pero...
―John Watson acompaña a Sherlock en estos momentos. No es estrictamente necesaria su presencia en el lugar.
―Más tarde...
―Ahora.
Enuncia categóricamente el mayor de los Holmes y corta el llamado, dejando a una iracunda Sanders abandonada al otro lado de la línea. La chica redacta un breve mensaje para John y lo envía antes de emprender exhausto camino por los largos pasillos del mármol, encontrándose con una ingrata sorpresa casi al final de su recorrido: Sherlock era escoltado por oficiales fuera de la corte. La chica se apresura hasta él, pero, un policía le impide el paso. El moreno le observa y sólo se encoge hombros con aburrida resignación, siguiendo así su guiado camino hasta el automóvil de la policía el cual aguardaba rodeado de periodistas sedientos de noticias.
―¿Qué sucedió?
―Fue irrespetuoso con el juez. Estará en custodia hasta que la audiencia termine, luego puede que sea liberado bajo fianza ―narra el oficial quien aún le bloqueaba el paso a la chica, impidiéndole que lograra alcanzar a su amigo. Alice cierra los ojos y suspira con pesadez. Aquello no le extrañaba, John ya lo había predicho.
Cuando el carro policial se va, el hombre deja salir a la chica desde el tribunal. Ella se apresura hasta la calle y logra subir dentro de un taxi antes de que los medios notaran su expuesta presencia. De esa manera, al arribar al club de Diógenes, sola se abre paso hasta la oficina de Mycroft, golpea y entra sin más, sorprendiéndose al no encontrarle en el lugar. Ella bufa con molestia y camina hasta el centro del cuarto para tomar asiento en uno de los sofás para visitas.
―Él vendrá dentro de poco. Atiende una llamada de importancia en estos momentos ―añade Anthea desde la puerta principal, con la mirada fija en su teléfono celular como era de costumbre, para luego desaparecer sin más.
De pronto, la morena se ve distraída por el constante vibrar de su móvil. Notando que John había respondido a su mensaje de texto: «El señor sabelotodo está en custodia de la policía gracias a su extraña filosofía de actuar fiel a su personalidad. Ahora me dirijo a pagar su fianza, ya que, la audiencia terminó de forma abrupta. La defensa de Moriarty no quiso presentar pruebas o testigos a su favor. Por lo tanto, mañana el jurado acordará la connotación de la sentencia.»
―¿Ya terminó la audiencia? ―consulta Mycroft cerrando la puerta de su oficina, para así caminar hasta el centro del cuarto y tomar solemne puesto frente a la chica.
―Si lo sabes ¿para qué te molestas en preguntar?
―Bueno, aquello me da un aura de simplicidad. Es necesario para encajar con... la gente común.
―Ninguno de los dos es un individuo común, Mycroft ―refuta la irónica chica―. Ahora, dime ¿para qué me has contactado esta vez?
―Le tengo una tentadora propuesta de trabajo.
―¿Cómo agente? ―consulta ella con recelo, a lo cual el mayor de los Holmes responde acompañado de una sutil sonrisa. Este se inclina levemente sobre su puesto y sitúa una abultada carpeta sobre la mesita de centro. Distrayendo el curioso foco visual de la joven durante un momento―. No. Sabes que ya no quiero estar involucrada en ese mundo.
―Y aun así continúa involucrada con mi hermano. Lo cual es muy contradictorio ¿no cree?
―Eso es diferente...
―¿En qué? Sigue lidiando con criminales y arriesgando su vida, pero sin obtener nada a cambio esta vez. Bueno, porque a mi parecer lo tumultuoso de una relación romántica no tiene real valor.
―Soy libre ―le interrumpe amarga.
―¿Lo es?
―Lo soy.
―Es extraño... ―dice con venenosa ironía el mayor y ríe nuevamente, sutil, ácido―. Ya que, si de verdad lo fuera, aunque sea querría saber en qué consiste mi propuesta. Pero, al contrario, su enlace romántico con mi hermano la ha debilitado a tal punto que sus ansias de correr hasta él son físicamente extenuantes y muy notorias ―de improvisto, el semblante de él cambia a uno de severa decepción―. Es peligroso, eventualmente aquello comprometería cualquiera que sea el caso en que trabajen en conjunto.... Nunca imaginé errar de esta forma.... ―Mycroft espeta lo último con desdén y le sostiene una férrea mirada hostil a la chica. Quien, por primera vez se ve abatida por una deducción proveniente del mayor de los Holmes, causando que baje su mirada y apriete sus puños con fuerza. El hombre, en tanto, se alza de pie y suspira con pesadez, toma con brusquedad el archivo secreto que había situado en la mesa de centro y camina de vuelta a su escritorio―. Eso sería todo. La entrevista ha terminado... Estaré en contacto.
Sanders, conflictuada, no tarda en arribar a la calle Baker y se mantiene caminando incesablemente de un lado a otro dentro de la sala del 221B. Eran las seis y treinta de esa tarde y aun no tenía noticias de sus amigos. En tanto, se replanteaba todas y cada una de sus decisiones luego de terminado el caso Hart; su "entrevista" con Mycroft la había sacudido hasta lo más profundo de su ser y había logrado abatir su orgullo con tal rapidez, que le avergonzaba. ¿Qué tal si era verdad? ¿qué tal si ella era nuevamente presa de sus circunstancias? ¿era ella realmente libre? De pronto, sus pensamientos son interrumpidos por un estrépito proveniente de la puerta principal del complejo de apartamentos, seguido de apresurados pasos sobre las escaleras.
―... El banco de Inglaterra, la torre de Londres y Pentonville. Tres de los lugares más seguros de Reino Unido y hace seis semanas Moriarty se infiltra en cada uno de ellos como si no fuese la gran cosa ―relata John mientras entra a la sala e imita a Holmes, sacándose su abrigo y bufanda―. Todo lo que sabemos es...
―Que terminó en custodia ―finaliza Sherlock y se detiene en seco al realizar la presencia de Sanders en el lugar al verle en el reflejo del espejo sobre la chimenea. Él le sostiene la mirada durante breves segundos, para luego romper contacto visual y observar en otra dirección. Sonriendo para sí mismo.
―No hagas eso ―gruñe Watson cuando procede a desplomarse sobre su sofá.
―¿Qué?
―La mirada.
―¿La mirada? ―le pregunta el detective a su amigo con aparente confusión.
―Esa mirada y sonrisita petulante de "¡Sé lo que sucede y ustedes no!".
―Todos lo sabemos.
―No, no lo sabemos. Yo no al menos. Es por eso que tu semblante me irrita.
Holmes rueda los ojos y camina hasta Sanders para encararle, procediendo a hacerle un delicado ademán con la cabeza. La chica alza ambas cejas en respuesta y suspira cansada antes de hablar.
―Si Moriarty hubiese querido las joyas, las tendría. Si quisiera a los presos libres, ellos ya estarían en las calles. El motivo de su encarcelación es meramente voluntario, él lo deseaba así. De alguna manera es parte de su plan ―John arruga la frente con incredulidad, pero no pasan más de dos segundos para que hiciera sentido de todo. La chica continúa―. En efecto, si Moriarty no tomó nada en absoluto es porque no lo necesita. Su fin es otro.
―Él ya cumplió con demostrar su poder frente al mundo.
―¡Bingo! ―exclama Holmes con sarcasmo y toma asiento en su sofá individual. Watson, al contrario, con lúgubre y exhausto semblante deja la habitación sin decir una palabra.
―¿A qué hora es la audiencia mañana?
―Mediodía ―responde evasivamente―. ¿Dónde estabas?
Alice pestañea un par de veces, anonadada, y camina hasta la ventana tras el sofá individual de Holmes; obligándolo a seguirla para encararle, pero aun así ella le daba la espalda, ya que, se distraía mirando las oscuras calles del centro de la ciudad.
―Supuse que sabrías.
―Mycroft... ―agrega de inmediato―. ¿Qué quería de ti?
―Me ofreció un empleo. Una "misión" ―dice con cuidado, volteándose hacia él para observarle a los ojos, atenta, logrando capturar un breve vestigio de pánico en ellos. Aunque eso no dura, nuevamente la mirada de Sherlock se vuelve distante y calculadora. Sin embargo, algo más cristalina que de costumbre.
―Lo rechazaste.
―Si.
―¿Lograste averiguar en qué consistía?
―No...
―¿Por qué?
―Fue un rechazo categórico por mi parte... Aunque, de igual forma él no parecía muy entusiasta en darme el trabajo al final de la "entrevista" ―Sherlock alza ambas cejas inquisitivamente y con sorpresa―. Supongo que ello se debió en gran manera a nuestro tratar personal ―añade Alice señalándolos burlonamente a ambos con el dedo índice.
―¿Mycroft no te dio el trabajo debido a mí?
―Según su pensar, mi extrema dependencia respecto a tu persona no causaría más que caos; afectando así mi desempeño profesional y comprometiendo los casos en gran medida.
Holmes cierra los ojos y suspira profundamente con pesadez. Alice, quien no logra interpretar el significado de su actuar, baja la mirada con vergüenza e intenta a caminar fuera del lugar. Siendo interrumpida por el detective quien la alcanza a unos metros de la puerta, dándose el tiempo de resolver sus palabras a decir mientras aun sostiene su muñeca izquierda, agarre del cual la chica por instinto se suelta casi de inmediato.
―Tu dependencia de mí... ¿Ni siquiera intentarás negarlo esta vez?
Alice le mira incrédulamente durante un momento, para luego mojarse los labios y reír con avergonzado sarcasmo.
―¿A quién pretendería engañar con ello? Ciertamente no a ti al menos... Y ¿Sabes? Mycroft puede que tenga razón. No soy realmente libre, pero... Es mi decisión esta vez, estoy conforme y lo asumo.
Aquella inesperada respuesta causa que la respiración del detective se agite significativamente, logrando así que un lúgubre y desagradable sentir se apoderara de él de forma inmediata. Sherlock sólo pudo contener su naciente angustia lo suficiente como para hacer bruscamente de lado a la chica, buscar su abrigo y bajar raudamente por las escaleras del 221. Dejando atrás a una abatida Alice quien al borde de iracundas lágrimas, cubre su colorada cara con ambas manos ante la abrupta partida de Holmes.
. . .
La esperada audiencia que determinaría el futuro de Moriarty se lleva a cabo y sorprendentemente no toma más de media hora. El misterioso hombre es declarado inocente por el jurado a pesar de no haber presentado alguna prueba, sin siquiera haberse defendido en el estrado: él usó su poder frente a todos y probó con creces de lo que era capaz. Moriarty era libre.
―¿Qué sucederá ahora? ―se pregunta John a si mismo luego de terminar su llamada con Sherlock.
―Debemos prepararnos para lo peor ―finaliza la chica al mismo tiempo en que se ven alarmados ante un elegante automóvil que se estaciona frente a ellos. Anthea baja con elegancia desde el carro y ambos suspiran exhaustos ante la escena.
―El señor Holmes desea hablar con usted, John.
El rubio sube sin más y Anthea le sigue. Dejando a Sanders por sí misma en la acera.
―Por supuesto ―espeta ella, resignada, y procede a andar a paso flojo por las céntricas calles de Londres. El 221 de la calle Baker estaba a no más de siete cuadras del tribunal, por lo tanto, decide caminar sin más hasta su hogar.
La morena observa con vaga atención vitrina, tras vitrina comercial. Ella aun no podía ordenar sus pensamientos y sentir respecto a su actual situación emocional; sin mencionar el inminente peligro en el cual todos se encontraban debido a que Moriarty estaba de vuelta en las calles.
De pronto, Alice se distrae con el agudo sonido de un maullido. Así, sin pensarlo dos veces, desvía su ruta y camina hasta un callejón en el cual el sonido del pequeño felino se hace cada vez más cercano. De esa forma, luego de avanzar unos metros, da con una caja de madera cual destapa no encontrando algo en su interior. Sanders endereza su postura algo confundida e, inesperadamente, un pañuelo es forzosamente posado sobre sus vías respiratorias... Todo se desvanece.
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Una casi indescriptible sensación de ahogo se apodera de Sanders mientras intentaba hacer sentido de las circunstancias actuales. Su reducido campo visual estaba distorsionado, todo era borrosamente percibido. Alice yacía sentada en el asiento del piloto de un antiguo automóvil negro.
Poco a poco la chica intenta reunir las fuerzas para salir del interior del vehículo, pero, cuando logra su cometido, sus extremidades comienzan a picar desesperantemente como un vestigio de la sangre recobrando su curso habitual: Ella llevaba aparentemente unas cuantas horas dormida en la misma posición.
El abrumador verde del lugar en que se encontraba le marea significativamente. Ella se afirma contra el automóvil e intenta recobrar la respiración; lentamente cada bocanada de aire se convierte en un vital estabilizador, ya que, era presa constante de leves espasmos involuntarios.
Luego de un par de minutos le es posible pensar con más claridad. Ella había sido drogada. ¿Con qué propósito? Sanders revisa su ropa, el interior inmediato del auto, pero nada. En ese momento nota que las llaves del carro estaban en su bolsillo derecho, por lo tanto, decide emprender marcha.
Se estaba oscureciendo con rapidez y el camino rural en donde se encontraba no parecía seguro, ya que, hace unas horas había llovido, sin mencionar que la morena estaba completamente desorientada; su único objetivo actual era encontrar a alguien y pedir ayuda.
No pasan más de veinte minutos de conducción en línea recta hasta que dé con un gran número de carros policiales asentados fuera de una fábrica abandonada. La joven, encandilada por las luces de las sirenas, intenta acercarse lo más posible. Sin embargo, el paso le es frenado por un oficial.
―¿Alice? ―se sorprende Lestrade quien despachaba una ambulancia, la cual acelera a toda velocidad por la pista. El inspector le deja pasar dentro de la cinta policial y de inmediato llama por radio a Donovan para que les avisase a Holmes y Watson, quienes no tardan en aparecer en escena.
Sanders abraza a John con fuerza y se sostiene en él. Sherlock se detiene en seco y la observa con preocupación, escaneando cada una de las facciones de la chica al igual que su anatomía. Deteniéndose sobre los labios de esta, los cuales toca con delicadeza con su pulgar.
―Deshidratación severa. Sólo estuviste desaparecida seis horas... ―relata pensativamente, sin que pasaran más de dos segundos para encontrar la respuesta―. Cloroformo... ―anuncia mirando a la joven con tangible preocupación―. ¿Estás bien? ―pregunta con un tono de voz entrecortado, anonadando a Watson y Lestrade a pesar de las circunstancias. Ella asiente y comienza a tiritar nuevamente.
El doctor la lleva a una de las ambulancias asentadas en el lugar, en donde es examinada e inyectada con suero para rehidratarla.
―¿Recuerdas algo? ―consulta John arropándola con una suave manta anaranjada.
―Sólo... Sólo que caminaba por Londres. Luego de ello todo se fue a negro ―comenta mientras le quitan la aguja desde el brazo―. Desperté dentro de aquel automóvil...
―Debemos revisarlo, Greg ―espeta Donovan, quien observaba la escena a cierta distancia junto a Anderson. Ambos, acompañados de un par de oficiales, van a inspeccionar el automóvil. Lestrade, por su lado, observa con atención su teléfono.
―El pequeño está en cuidados intensivos, injirió demasiado mercurio. Por otro lado, la niña podrá ser interrogada hoy, servicios sociales la lleva en estos momentos a Scotland yard. Vamos ―comunica el detective inspector y los colegas le siguen sin decir una palabra.
Greg y Sally les conducen hasta el edificio, en donde ellos son los responsables de llevar a cabo el interrogatorio en primera instancia. Dejando a los colegas esperando a las afueras de la sala en donde la pequeña era entrevistada. En aquellos eternos minutos de espera, ninguno emite una sola palabra. Sólo compartiendo preocupadas y furtivas miradas unos con los otros.
―Bien, los profesionales ya terminaron ―pronuncia Donovan altivamente―. Es turno de los amateurs.
―Recuerda ―interfiere Lestrade, dirigiéndose únicamente a Holmes―. Ella está en shock y sólo tiene siete años. Por lo tanto, cualquier cosa que puedas hacer para...
―¿No ser yo mismo?
―Exacto. Podría ser de mucha ayuda.
Sherlock suspira con molestia y se abre paso dentro del cuarto junto a sus colegas, adoptando una suave postura y expresión.
―Claudette, sé que es difícil para ti, pero... ―la chica con sólo mirarle pierde la compostura y comienza a gritar despavoridamente. Indicando al rizado con desesperación, como si este le aterrara en lo más profundo.
Lestrade se apresura a sacarlo de escena, al igual que a sus acompañantes. Los tres colegas son dirigidos nuevamente hasta la sala de espera, mientras que el detective inspector vuelve a hablar con la pequeña, saliendo casi de inmediato de la sala.
―¡No tiene sentido! ―espeta John con fastidio al ver a Greg nuevamente. Este, aun consternado, se acerca a los colegas, sin embargo, Holmes le daba la espalda, ya que su campo visual era concentrado únicamente en las calles londinenses.
―La niña está traumatizada y algo en la apariencia de Sherlock le recuerda al secuestrador.
―¿Qué dijo?
―Nada. No ha dicho una sola palabra.
―¿Y el pequeño?
―Aun inconsciente ―añade Donovan entrando en escena de brazos cruzados. Mirando directamente a Sanders, quien no parece comprender la situación―. Philip hizo un interesante descubrimiento en tu auto prestado ―añade fríamente. Esperando alguna respuesta corporal por parte de Alice―. Un pasamontañas y tu teléfono celular. Ambos aparentemente con residuos de mercurio, los cuales también cubren ciertos sectores del auto en cuestión. Sin mencionar que estamos haciendo muestras de ADN con cabellos encontrados en la ropa de los pequeños.
La morena mira hacia el piso en completa confusión, sin poder articular una respuesta.
―Ella estaba drogada y ya dio su testimonio ―le defiende Watson poniéndose de pie. Holmes se voltea y examina a Sanders con la mirada, cuyo semblante parecía seguir inmerso en la sorpresa.
―Los resultados aún no son devueltos desde el laboratorio. No me juzguen tempranamente, pero es bastante sospechoso que ella esté acá como si nada hubiera pasado luego de haber estado "inconsciente" por tantas horas ―continúa la suspicaz rizada―. Y tú... ―añade con una fingida risa, captando a atención de Holmes―. Excelente trabajo encontrando a los niños con sólo el rastro de una huella. Brillante e... Increíble.
La tensión en el aire era palpable, por lo tanto, Lestrade le indica con un seco ademán a Sally que se retire de la sala; ya que, por más suposiciones que tuviera, aquellas acusaciones no son efectivas sin una orden de arresto.
―No dejen que esto los afecte ―les consuela Greg cuando la morena deja el cuarto―. A mí también me dan ganas de gritar aterrorizado cada vez que Sherlock entra a una habitación.
Los tres colegas dejan el edificio en silencio y Holmes se avienta dentro del primer taxi que se estaciona junto a la calzada. Dejando a sus compañeros abandonados y en espera del próximo transporte.
―Esto es una... Moriarty... Moriarty los tiene a todos bajo sus hilos ―musita la consternada chica mientras acomoda su cuello sobre el borde del asiento trasero del taxi que los encaminaba al 221 de la calle Baker. Watson la observa con preocupado y suspira desesperanzado.
―Es un plan bastante elaborado.
―Y aquí estamos, atrapados en su telaraña. Holmes como el perpetrador y yo como su cómplice ―John la mira lúgubre, sin poder articular un sonido―. Y créeme, que es sólo cuestión de tiempo hasta que tú también seas arrastrado en esto.
La chica cierra los ojos con pesar, cuando se ve alarmada por el doctor quien le ordena detenerse al taxista. Le paga y baja del automóvil seguido por su compañera no muy lejana; Sherlock se encontraba de pie junto a la calzada, frente con un hombre desplomado a sus pies. John, de inmediato verifica el pulso del anónimo personaje, sorprendiéndose al constatar su defunción.
La policía y los equipos de emergencia, contactados por Sherlock, llegan al cabo de unos minutos y se llevan al hombre caído. De esa manera, los colegas caminan raudos las dos cuadras restantes hasta su hogar.
―Era él... Era él... ―repite John para sí mismo, casi como un susurro―. Sulemajni o algo así. Mycroft me mostró su archivo. Es un gánster albano. Vive a dos casas nuestras. Hay cuatro asesinos profesionales viviendo cerca de nosotros...
―Murió porque sacudió mi mano... Salvó mi vida, pero no tenía permitido hablarme... ¿Por qué? ―espeta el molesto rizado mientras empuja la puerta del 221B―. ¿Para qué desean mantenerme vivo? ―se cuestiona, mientras abre su laptop y verifica la señal Wifi―. Debo tener algo que todos quieren. Pero, si alguno se me acerca, los otros le asesinan antes de poder obtener lo que sea que busquen ―de pronto, él comprueba su tesis en su pantalla―. Y, en efecto, toda la atención se centra en este edificio con una red de vigilancia.
―¿Qué podrías tener que sea tan importante? ―consulta la joven mirando en todas direcciones con escepticismo.
―Necesito consultar sobre la limpieza ―musita pensativo―. ¡¡¡SEÑORA HUDSON!!! ―grita el detective desde su puesto, asustando a sus amigos debido a la potencia del ruido.
Así, al cabo de unos breves instantes, la casera aparece en escena, alterada y asustada, sólo usando su bata de noche.
―¿Qué sucede?
―Necesito detalles sobre la limpieza ¿ha sacudido el polvo de las superficies esta semana? Necesito detalles exactos.
―Bueno... el martes sacudí el linóleo.
―NO, en esta habitación ―insiste―. Cualquier interrupción en la línea de polvo nos permitirá encontrar lo que buscamos. El polvo es elocuente e infalible, delataría a un intruso en segundos.
―¿De qué está hablando? ―le consulta la perdida señora Hudson al doctor, quien sólo niega anonadado. Alice entrecierra los ojos con suspicacia y añade.
―¿Cámaras?
―Cámaras ―coincide Sherlock―. ¡Estamos siendo vigilados!
―¿Qué? ¿Cámaras aquí? ¡Sólo visto mi camisón! ―exclama la avergonzada casera y se apresura escaleras abajo para atender la entrada, cuyo incesante timbre anunciaba la llegada de visitantes, ello mientras que los compañeros continuaban con la búsqueda del artefacto en cuestión. Sherlock finalmente encontrando una pequeña cámara en el extremo oculto superior de su estante de libros.
―No ―espeta categóricamente el rizado mientras baja desde su sofá individual y camina hasta Lestrade quien le observaba bajo el umbral de la puerta―. La respuesta en no.
―¡Ni siquiera has oído la pregunta!
―Quieres llevarme a la estación para interrogarme ¿ves? Te ahorré la molestia de preguntar.
―Sherlock...
―¿El grito?
―Si...
―¿Quién fue? ¿Donovan? Apostaría lo que sea a que fue ella. Por lo tanto, de alguna forma ¿"soy responsable del secuestro"? ―consulta con ironía y desprecio―. Ja, ja. Moriarty es listo. Él plantó esa duda en su cabeza, esa persistente sensación. Lestrade, tendrás que ser fuerte y resistir. Ya que, no se puede simplemente matar una idea ¿cierto? No una vez que ya está asentada... ahí ―finaliza suspicaz y tocando con suavidad la frente de Greg con su índice para luego dirigirse hasta su laptop.
―¿Vendrán?
―¿Plural? ―inquiere la chica con ofensa.
―Tu sangre estaba limpia de toxinas y... Fueron encontrados residuos de ADN que coinciden contigo, Alice. Tu cabello...
Sherlock levanta la vista y suspira molesto, procediendo a interrumpir al detective inspector nuevamente.
―Una fotografía, eso es todo lo que requiere Moriarty, es su siguiente movimiento. Primero el grito, luego mi amiga y colega siendo incriminada. Por último, una fotografía nuestra siendo interrogados. Moriarty quiere destruirme pulgada a pulgada. Es un juego, Lestrade. Un juego que ninguno de nosotros está dispuesto a jugar ―Greg le contempla contrariado, sin poder decidir qué hacer―. Dale nuestros saludos a la sargento Donovan.
Lestrade suspira pesado, conflictuado, y deja el lugar con rapidez. Sanders patea frustrada el gran sofá de la sala y se desploma sobre él, mientras que Watson observa desde la ventana a los policías dejar la calle Baker.
―Van a discutirlo ―comenta el detective desde su puesto, jugando con la diminuta cámara de espionaje recién encontrada.
―¿Discutirlo?
―Decidir si regresan con una orden y nos llevan a la fuerza, John.
―¿Ustedes creen?
―Es un procedimiento estándar ―añade de la chica, cruzando sus piernas, sosteniéndose del sofá con fuerza, tensa.
―Debieron haber ido. La gente pensará...
―No me importa lo que la gente piense ―refuta el moreno, pronto volteándose hacia Sanders―. Tú aun estás a tiempo de aceptar la oferta de mi hermano, tomar una nueva identidad y largarte de aquí.
―Cierra la boca ―discute alzándose―. No soy una cobarde. No me interesa lo que los demás piensen de mí ―asegura Alice con severidad, acercándose al detective amenazadoramente, para luego sólo continuar con su incesable y ansiosa caminata de un lado para otro.
―Bueno, les importa cuando los otros les minimizan o tratan de idiotas ―agrega Watson con amarga ironía―. Pero... No quiero que piensen que... Sherlock, yo no quiero que el mundo piense que tú eres un...
―¿Qué? ―inquiere el rizado atentamente desde su puesto.
―Un fraude.
Una fugaz pizca de desilusión se manifiesta en las pupilas del moreno cuando miraba a su mejor amigo directamente a los ojos.
―Te preocupa que tengan razón.
―¿Qué?
―Que tengan razón sobre mí. Sobre nosotros. Por eso estás molesto.
―No.
―No puedes aceptar la idea de que ellos estén en lo correcto. Te asusta la posibilidad de haber sido engañado. Te asusta que Sanders y yo no seamos el tipo convencional, ahora todo tiene sentido ¿no? Somos un fraude.
―No es cierto ―suspira John con molestia mirando a través de la ventana hacia la calle. Alice posa sus manos sobre sus caderas y observa hacia el techo, ansiosa ante aquel inesperado y abrumante conjunto de evidencia.
―Moriarty está jugando con tu mente... ¿¡NO PUEDES VER LO QUE SUCEDE!? ―grita el iracundo detective, golpeando con rabia ambas manos sobre la mesa al mismo tiempo. Pero, el buen soldado se mantiene solemne.
―No, les conozco de verdad.
―¿Al cien por ciento? ―pregunta la resignada chica.
―No, no creo. Aquello es imposible. Qué se yo respecto a su pasado y su actual relación ―dice irónico, con una media e irónica sonrisa comenzando a tomar control de sus labios―. Lo único que sé, Sherlock, es que nadie podría fingir ser tan cretino todo el tiempo.
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