20 | The great game |Parte IV|

John se alza seguro sobre sus pies y camina hacia donde el control remoto de la pública televisión estaba en aquel poco concurrido local, ello para prender el aparato y hacer zapping hasta encontrar a la mujer en cuestión.

En eso, el teléfono rosa suena otra vez y Sherlock contesta raudo.

―¿Hola? ―el doctor vuelve a sentarse junto a Alice y ambos miran con atención al detective―. ¿Por qué estás haciendo esto? ―Holmes contempla con suma seriedad a sus compañeros frente a él; para pronto voltearse a mirar la televisión y, por, sobre todo, a la mujer en aquel noticiario.

«... Continuamos con la noticia de la muerte súbita de la estrella de televisión, Connie Prince. La señora Prince, quien era famosa por su programa de cambio de aspecto radical, fue encontrada muerta hace dos días por su hermano en la casa que compartían...»

Como es de costumbre, Sherlock se pone inesperadamente de pie y camina hacia la salida. La joven paga la comida y corre tras sus compañeros quienes, apresurados, suben a un taxi en dirección a la morgue. Los amigos se encuentran con Lestrade en el lugar, el cual había sido ya alertado por Alice.

Connie Prince tenía uno de esos programas de cambio radical en la TV... ¿lo han visto?

―No ―responden Holmes y Sanders al unísono.

―Muy popular... Ella iba hacia la cima...

―Ya no ―responde el detective escaneando minuciosamente el inerte cuerpo de la mujer sobre la camilla―. Ella lleva muerta dos días según su empleado, Raoul de Santos. Se cortó la mano en una reja oxidada del jardín. Fea herida... ―dice mirando la mano de Connie a distancia―. La bacteria del tétano entra en su corriente sanguíneo y... "Buenas noches, Viena"...

―Eso supongo... ―dice un incrédulo John mientras escanea la herida de la mujer.

―Algo está mal en todo esto.

―¿Qué?

―El atacante no estaría llevando a Sherlock por este caso si no hubiese un factor sorpresa... ―responde la rubia. Holmes se acerca nuevamente al cuerpo y lo inspecciona con su lupa de bolsillo.

―John... La herida es muy profunda, debe haber sangrado mucho ¿no?

―Así es...

―Pero la herida está limpia. Muy limpia y fresca ―él cierra su lupa y se levanta mirando a Watson―. ¿Cuál es el tiempo de incubación de la bacteria en su interior?

―Oh... De ocho a diez días... ―contesta en voz baja, pensativo―. El corte fue hecho mucho después...

―¿Después de que murió?

―Así debe ser. La pregunta es cómo el tétano logro entrar al cuerpo de esta mujer... Quieren ayudar, ¿no? ―pregunta de pronto el sagaz detective a los observantes.

―Sí, claro...

―Necesito que consigan toda la información de Connie Prince, datos, antecedentes familiares ¡Todo!

―Muy bien... ―acuerdan ambos y salen del hospital para encaminarse a la calle Baker.

―Bien... Tú busca en los periódicos y yo buscaré online ―los amigos se dividen el trabajo y buscan información sobre la víctima hasta que Alice encuentra la dirección en donde ella vivía―. Creo que es mejor que le hagamos una visita a su hermano...

Sugiere de pronto y así es como suben al auto de la joven, el que eventualmente estacionó bastante alejado desde el complejo de propiedades en el cual vivía Mr. Prince, ello por cosas de seguridad y anonimato.

―Fingiremos ser periodistas para The Mirror.

―Sólo nos faltó una cámara... ―se lamenta la chica, quien camina a paso rápido junto a Watson.

―No importa, debemos improvisar y sacar la mayor cantidad de información que podamos.

Ellos tocan el timbre de una gran casa blanca adornada por un bien cuidado y frondoso jardín, desde donde un hombre muy alto y exóticamente moreno sale a recibirles para, después de las preguntas pertinentes, invitarles a entrar.

―John Watson. Mr. Prince, un gusto ―el rubio sacude la mano con dicho hombre en el recibidor, quien le mira como si él estuviese hecho de dulce.

―El gusto es mío, querido.

Alice, ignorada y entretenida con la situación, intenta no participar en ella. Pero, después de una disimulada mirada desesperada por parte de John, se presenta.

―Alice Sanders, ambos somos periodistas para The Mirror y venimos a darle nuestras condolencias respecto a su querida hermana... ―la joven explica mientras le sacude la mano.

―Adelante ―Raoul insiste y los cuatro caminan hacia la sala. Ambos amigos toman asiento sobre un sofá para dos personas y el señor Prince se acomoda en frente de ellos, casi posando junto a la Chimenea―. ¿Desean algo para beber?

―No, gracias.

―Estamos consternados... De verdad lo estamos y mucho... ―el sirviente se retira del lugar mientras su jefe toma la palabra―. Raoul es mi apoyo... Si él no estuviera, no sé qué haría ―el hombre baja la mirada y continúa―. No siempre estábamos de acuerdo con mi hermana, pero yo la amaba...

―También el público, Mr. Prince ―dice John con dificultad sacándose a un cariñoso gato esfinge desde encima.

―Oh, ella era adorable... ―continúa Alice, ayudando al rubio con el felino.

―... La vi convertir a chicas que parecían la parte trasera de un refrigerador... en princesas. Aun así, es un alivio, de algún modo, saber que ella está más allá de este valle de lágrimas. Mi querida hermana, me dejó esta bella casa y todo lo que hay en ella...

―Disculpe señor Prince, ¿puedo ocupar el baño? ―consulta la rubia de pronto, y él parece ofendido por la interrupción durante un segundo.

―Claro que sí, ve por el pasillo, segunda puerta a la izquierda.

―Gracias... John ―dice cerrándole un ojo disimuladamente antes de continuar―. ¿Puedes seguir con la entrevista por mí? Creo que hace falta un fotógrafo aquí.

―Absolutamente... ―responde Watson, distraído, ya que el calvo gato volvía a intentar posarse sobre sus muslos.

La chica sale de la sala de estar y va en inmediata dirección al baño para llamar a Holmes.

Sherlock Holmes.

―¿Quién? ―bromea la joven, agravando su voz.

Sherlock Holmes...

―¿Ah?

El detective mira finalmente el registrador de llamadas y vuelve a hablar.

Rubia estúpida, me haces perder el tiempo.

―No del todo, querido. Te necesitamos aquí.

―¿Algo interesante?

―Bastante.

¿Dónde?

―En la casa de los Prince ―comenta mientras, sólo por curiosear, abre el fino botiquín del baño, cual estaba lleno de caras cremas dermatológicas y sueros anti-edad―. ¿Tienes algo con qué anotar la dirección y lo que necesitamos?

―Sólo dilo ―espeta impaciente―. Lo recordaré.

―Bien. Es imperante que traigas contigo una cámara profesional, serás nuestro fotógrafo de espectáculos... La dirección es... ―la joven recupera dificultosamente el papel en el cual había anotado la ubicación del lugar―. 857, North Hamburg St., High Lands Valley... Date prisa. El señor Prince parece muy cómodo con John y si no llegas, quizás pierdas como en la guerra... ―se corta la llamada y una risueña Alice camina de vuelta a la sala y, al ver la escena que había predicho, a un provocador Mr. Prince con la mirada fija en John, ríe por lo bajo y avanza. 

Los amigos siguen entrevistando a Mr. Prince y, al cabo de treinta minutos, llega Sherlock con una profesional cámara flamantemente colgando desde su cuello.

―Es él ―le indica Raoul a Holmes, el cual entra entusiasmado a la sala.

―Ah... Mr. Prince ¿verdad?

―Sí...

―Encantado de conocerlo... ―el detective le estrecha su mano―. Lástima lo de su...

―Sí, si gracias ―le interrumpe el hombre.

―Deberíamos... ―Watson le hace un gesto al detective para que se acerque y así hablarle con mayor privacidad―. Tenías razón, la bacteria entró en ella por otro medio...

―Ah, ¿sí?

―Si...

―Okay ―exclama Holmes cuando decide apartarse de su sagaz compañero―, está todo listo ¿comenzamos?

―Por supuesto ―responde la rubia empujando levemente al rizado para que tomara posición.

Sherlock se acerca al hermano de la famosa ex animadora y comienza a tomar fotos, pareciendo no saber lo que hace. Él levanta el flash portátil de arriba hacia abajo y las fotos, cuales son sacadas tan próximas al señor Prince que causan que el mencionado no pueda siquiera abrir sus ojos.

―No demasiado cerca, por favor. Estoy harto de llorar...

El detective hace caso omiso, pero cesa después de unos segundos, ya que el espantoso gato que habitaba en la casa se paseaba entre sus piernas.

―¡Oh! ¿quién es este? ―consulta un lúdico Sherlock.

Sekhmet. Llamada así en honor a la diosa egipcia.

―Que linda ¿le pertenecía a Connie? ―pregunta la joven esta vez, intentando acostumbrarse a la piel del exótico animal.

―Si, un pequeño regalo de mi parte... ―dice el señor Prince mientras toma en sus brazos a la gata. John mira fijamente a Sherlock y espeta.

―Sherlock, lectura de luminosidad.

―Claro... ―Holmes vuelve a levantar el flash y apunta directamente a los ojos del dueño de casa, encandilándole de inmediato.

―¿¡Qué demonios!? ¿¡Están jugando!? ―Watson acaricia una patita de la gata, mientras el detective seguía con lo suyo, cegando a Mr. Prince―. ¿¡Qué sucede!?

―Colegas, creo que tenemos todo lo que necesitamos ―anuncia la chica y los tres se apresuran fuera del lugar sin mirar atrás.

Y, mientras caminaban fuera de la casa, John salta sobre sus pies con cada paso que da, eufórico.

―Si ¡OH, SI!...

―Crees que fue el gato y no lo fue ―le reprende el detective.

―Claro que sí. Tiene que serlo, por esa vía el tétano entró en su sistema... Huele a desinfectante.

―Una idea genial... ―concuerda Alice.

―Nueva mascota, puede ser algo inquieta cerca de ella... ―insiste el doctor―. Es por eso que tenía los rasguños en su brazo...

―Pensé en ello apenas vi aquellas heridas en su cuerpo, pero es demasiado elaborado para su hermano.

―¿Qué quieres decir?

―Asesinó a su hermana por dinero... ―le responde John a Alice.

―No lo hizo ―discute Sherlock―. Fue venganza.

―¿Vengan...? ¿Qué venganza?

―Raoul, el empleado doméstico ―aclara―. Kenny Prince era el centro de bromas de su hermana, una campaña de bullying virtual. E, irremediablemente, él se hartó de ella. Todo está en su página web... ―comenta el detective mirando a ambos colegas con reproche mientras caminan, como si ellos debieran haberlo supuesto por sí mismos―. Connie amenazó con quitar a su hermano del testamento y Raoul ya se había acostumbrado a un cierto modo de vida...

―Espera... ¿Qué hay del desinfectante en la casa y las garras del gato?

―Raoul mantiene la casa muy limpia. Ustedes entraron por la cocina ¿vieron el piso? Estaba tan aseado como si la vida le dependiese de ello. Ustedes huelen a desinfectante también y no, el gato no tuvo nada que ver en ello. En cambio, los registros de compras online de Raoul sí... ―Holmes se voltea hacia su vecina y le observa con desdén―. Sanders, mi hermano te regaló un auto para que me transportes fácilmente... ¿Dónde diablos está?

―Tras de ti, idiota ―la chica desactiva la alarma del vehículo y suspira irritadamente con una actitud impaciente―. No me pagan lo suficiente por ser tu niñera.

Sherlock hace oídos sordos y sube a la cabina trasera. Así, la rubia les conduce hasta Scotland yard en donde se encuentran con el detective inspector.

―Raoul de Santos es tu asesino. Es el empleado doméstico de la casa de Connie Prince. La segunda autopsia muestra que no fue tétano lo que envenenó a la mujer. Fue la toxina "Bolitinum". Sigue los patrones de Carl Powers... Nuestro atacante se repite.

―¿Cómo lo hizo?

―Inyecciones de botox...

―¿Botox? ―dicen al mismo tiempo los observantes junto a Lestrade.

―El botox es una forma diluida de aquella toxina, al igual que muchas. Raoul de Santos además de otras cosas, se encargaba de suministrarle a Connie Prince su dosis facial regular... Un contacto me facilitó el expediente completo de compras online de Raoul de Santos. Ha estado comprando excesivamente aquella sustancia por meses. Esperó el momento y aumentó progresivamente la dosis hasta hacerla letal.

―¿Estás seguro?

―Lo estoy.

―De acuerdo, a mi oficina ―la chica sigue a su jefe, pero John y Sherlock se quedan atrás.

―Esto... todo este asunto es demasiado, Greg... ―Alice se sienta frente al escritorio y Holmes entra rápidamente para así ingresar a su blog desde el computador de Lestrade y escribir el resultado de su investigación sobre Prince; aprieta publicar, y, en menos de dos segundos el teléfono rosa suena.

―¿Hola?... Díganos dónde se encuentra... La dirección... No... no me diga nada, absolutamente sobre él... ―el semblante de Holmes cambia drásticamente―. ¿HOLA?...

―¿Sherlock? ¿Qué sucede?

―No... ―susurra ella, expectante, al notar que el semblante del detective se enfriaba y palidecía.

Sherlock deja el celular sobre la mesa, con una lúgubre expresión ausente... Había sucedido lo que imaginaba probable, pero temía de igual manera: El caso se había salido de control.

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