19 | The great game |Parte III|
Greg les conduce hasta la escena del crimen cual, ubicaba en un espacio abandonado, estaba rodeada de edificios abandonados muy cercanos al río Támesis, dando así una húmeda y fría bienvenida a quien tuviese la mala suerte de arribar.
―El auto fue alquilado ayer por la mañana por un tal Ian Monckford. Trabajaba en un banco ―comenta el D.I. mientras levanta y pasa por debajo de la cinta amarilla que delimita la escena―. Un citadino que pagó en efectivo. Le dijo a su mujer que se iba en un viaje de negocios y nunca regresó de vuelta a casa...
Sherlock comienza a chequear dentro del carro mencionado en busca de pistas que aclararan lo sucedido. En tanto, Sanders habla con Lestrade sobre las posibles causales, aunque, Watson por su parte, observaba atento desde una moderada distancia, sin real intención de involucrarse.
―¿Aún siguen con él? ―consulta Donovan de pronto, pillando por sorpresa al doctor.
―Si... ―responde dubitativamente.
―Los polos opuestos se atraen ¿no es así?
El despectivo tono de la rizada es suficiente como para ser oída por Alice la cual estaba a tan solo un par de pasos adelante.
―Nosotros no somos...
―Deberías buscar un hobby ―le interrumpe Sally―. Trenes en miniatura, estampillas... Es más seguro...
―¿Por qué no opinas sobre asuntos que si requieran de tu punto de vista? Por lo que sé, aun estás en horas de trabajo, Donovan ―interrumpe una ruda Sanders a su colega cual, luego de un bufido de frustración, se voltea hacia Lestrade quien, como siempre, intenta ignorar el altercado y sólo se encarga de dirigirle la palabra a Holmes; así que la rizada se rinde y emprende marcha―. John, no tienes por qué darle explicaciones a Donovan ―insiste la rubia cuando se posiciona junto a él―. Es una imbécil prejuiciosa...
―Lo he notado, pero aun así no va conmigo el ser descortés con los demás. Para eso les tengo a Sherlock y a ti.
―Bueno, estás en rudas manos entonces ¡Johnny-boy!
―No me digas así. Tengo 32 años ¡por Dios santo! ―se queja Watson con una perfecta mezcla de enojo y diversión en su voz.
Sherlock, por su parte, camina directo hacia una lúgubre señora, la cual lloraba en las cercanías. E, instintivamente, sus amigos le siguen al realizar que el semblante de Holmes cambia en cosa de milisegundos; desde frío calculador a completamente vulnerable.
―Señora Monckford...
―Sí... lo lamento, pero ya hablé con dos policías... ―responde cortante.
―No, no soy de la policía ―se justifica con suave tono, observando de soslayo a su derecha―. Nosotros somos... ―se corrige e interrumpe a Alice para atraerla a él con un seguro abrazo desde el costado de su cintura. La joven hace su mejor esfuerzo para no parecer extrañada y mira a John de reojo, el cual tenía una expresión desorientada.
―Sherlock y Alice Holmes. Grandes y buenos amigos de su esposo ―dice sacudiendo su mano al mismo tiempo en que sus ojos se vuelven cristalinos, y, debido a ello, el doctor se voltea para ocultar su anonadado rostro y disimular su incomodidad―. Él y yo crecimos juntos. E incluso asistió a nuestra boda... Nos casamos muy jóvenes, verá... ―la mujer, quien lucía bastante desconfiada, luego mira a la rubia de pies a cabeza, la cual solo le dedica una débil sonrisa cuando posaba su diestra sobre el pecho del rizado para simular reconfortarle.
―Lo siento... ¿Quién? No recuerdo que él les haya mencionado alguna vez...
―Oh... esto es terrible. Quiero decir, no lo puedo creer... ―Holmes, aun dentro de su papel, mira a Alice con un puchero apenado y esta, al no poder contener la risa, sólo esconde su cara sobre el pecho del detective, aunque él, algo incómodo debido a la cercanía corporal, se tensa de inmediato y disimuladamente le aparta lo suficiente como para liberarse de ella y caminar hacia la señora Monckford―. Nos vimos el otro día... El mismo viejo Ian, sin ninguna preocupación...
―Lo siento, él estuvo deprimido por meses... ¿Quiénes son? ―la mujer comienza a desesperarse ante la invasiva presencia de Holmes.
―Es raro que alquilara un auto... ¿Por qué lo haría? Es sospechoso ¿verdad? ―las lágrimas, cuáles aun corrían desde los ojos del detective, no dejan de confundir a los observantes.
―No. Sólo olvidó renovar su impuesto de conducción. Eso es todo.
―Ah, bien, ese era Ian. Muy típico de él.
―No, no lo era...
―No lo era ¿verdad? Interesante... ―el detective vuelve nuevamente a su yo original y comienza a caminar deprisa en dirección opuesta a la señora Monckford, cual le observaba iracunda.
―¿Por qué le mentiste? ―le pregunta John al rizado cuando le alcanza, teniendo que trotar ligero.
―A la gente no le gusta contar cosas, pero si le gusta contradecirte. Tiempo pasado ¿lo notaron?
―¡Si!... No... ―responden la chica y el doctor respectivamente.
―Me referí a su esposo en tiempo pasado... Y ella sólo participó. Un poco prematuro no creen, acaban de encontrar el auto...
―¿Ella asesinó a su esposo?
―Eso es un error que un experimentado asesino no cometería.
―Oh, ya veo... ―concuerda la chica.
―Yo no... Explícame, por favor... ―insiste Watson y Donovan al verle pasar grita:
―¡... Prueba con la pesca...!
Sin embargo, la morena es olímpicamente ignorada por los tres compañeros quienes ya se disponían a dejar el lugar.
―Lo que sucede es que después de una situación tan repentina como lo es la posible muerte de un ser amado, esposo en este caso, para una persona es imposible hablar en tiempo pasado sobre su ser querido en cuestión. Es todo debido a los sentimientos y el shock que pueden experimentar algunos después de un suceso tan traumático. Siempre queda un poco de "esperanza" de que aquella mala experiencia no sea real ―aclara Alice para el doctor, simulando comillas con sus dedos al decir la palabra esperanza.
―Estás lenta... ―le dice Sherlock con una ladina sonrisa al mirarle de soslayo. Ella sólo responde dándole un suave codazo sobre el brazo mientras caminan a toda prisa.
―¿A dónde vamos?
―Autos Janus. Acabo de encontrar esto en su guantera ―le entrega una tarjeta de presentación a John.
Así, los tres se dirigen hasta Autos Janus, y, después de hablar brevemente con la recepcionista, son de inmediato atendidos en la oficina del dueño de la tienda. Alice y John se sientan frente al escritorio, mientras Holmes decide quedarse de pie.
―No sé cómo puedo ayudarles, caballeros... dama.
―El señor Monckford alquiló un auto de su empresa ayer... ―John resume a grandes rasgos.
―Sí, un muy buen auto. Un Mazda RX8... Me gustaría tener uno propio...
―¿Es uno de esos? ―dice Sherlock indicando una foto tras el entrevistado, acercándose a él.
―No, Holmes... Esos son Jaguar, observa el logo ―refuta la rubia antes de que alguien más pueda contestar.
―Veo que el caballero no sabe mucho sobre autos, pero si la señorita.
―Usted tiene el dinero para comprar uno ¿no? Un Mazda...
―Sí, tiene razón. Pero es como trabajar en una tienda de golosinas... Una vez que empiezas a comer ¿quién te puede parar? ―le responde al detective con una sonrisa inocente y comienza a rascarse el brazo izquierdo de forma inconsciente.
Holmes se devuelve y le dedica una mirada de complicidad a Sanders, la cual mentalmente seguía las pistas que el detective había encontrado. John por otro lado, concentrado en sus notas, continúa entrevistando al dueño del lugar.
―¿Usted no conocía al señor Munckford?
―No, sólo era un cliente. Vino aquí y alquiló uno de mis autos. No tengo idea que le pasó... Pobre diablo...
―Buenas vacaciones, señor Ewart... ¿Eh? Lindo bronceado, es atractivo ―interrumpe la joven sacándose su chaqueta y echándose para atrás en su silla frente al dueño del lugar. Muy provocativamente y a la vista de todos.
―¿Eh?... ―responde el distraído hombre mirando notorio deleite a la rubia―. Oh... no, no, no. Voy al solárium... Muy ocupado para tener vacaciones. A mi espos... A cualquiera le gustaría tomar un poco de sol ―cuidadosamente pronuncia la última oración, sin despegar los ojos desde Alice, ello al igual que un ceñudo y suspicaz Watson.
―¿Tiene cambio para la máquina de tabaco? ―pronto se acerca el detective para ahora él captar la atención del embobado hombre, sacando un billete de diez libras y acercándoselo a Ewart, cual busca en su billetera sin buen resultado.
―Lo siento. No tengo...
―¡Oh! no importa, muchas gracias por su tiempo, señor Ewart. Nos ayudó bastante.
Los tres colegas no tardan en salir de la oficina hacia la calle con rapidez y continúan su apresurada caminata por la acera.
―Yo tengo cigarrillos en casa, a pesar de haberlos dejado hace un tiempo, si quieres...
―Tengo parches de nicotina ¿recuerdas? Estoy bien ―le responde el Holmes a la chica.
―Oh, no sabía...
―¿Qué fue todo eso? Alice y su coqueteo. Tú y el cambio para cigarrillos... ―interrumpe John deteniéndose inevitablemente algo confundido frente a la tienda.
―Necesitaba ver dentro de su billetera, ello después de que Sanders verificó que él estuvo en el extranjero.
―¿Cómo lo saben?
―Un real embustero no tan solo actúa, sino que también luce como tal... ―explica ella encogiéndose de hombros.
Los tres se dirigen hacia el hospital de san Bartolomé y Holmes, como de costumbre, desaparece en el laboratorio sin siquiera dirigirle la mirada a Molly por más de tres segundos. John por su parte, sigue a su compañero de apartamento, pero, la joven decide quedarse junto a la contemplativa forense, quien comía un emparedado y tomaba té a solas en la cafetería de personal.
―Y... ¿Cómo va todo?
―Bien, bien... ―le responde Hooper con su usual sonrisa incómoda.
―Lo siento por lo del otro día... Holmes es algo... Bueno, es un imbécil de tomo y lomo.
―No te preocupes. Ya estoy acostumbrada a él... Le conozco desde el año pasado ―Molly le da otro mordisco a su sándwich, pero su nostálgica mirada es más que evidente para la rubia.
―¿Cómo es él usualmente?
―¿Jim? ―Alice asiente―. Él era muy amable y no gay, no en absoluto. Además, muy cariñoso conmigo... Fuimos al cine, a comer, vimos Glee y le agradaba a mi gato, Toby, o señor bigotes como a él le gustaba llamarle... ―relata con un brillo apagado en sus ojos.
―¿Era?
―Terminé con él...
―Oh, vaya, el sonaba agradable según lo que cuentas... Ver Glee juntos, todo un sueño... ―dice la chica con falso entusiasmo y lucha con todas sus fuerzas para no hacer comentarios sarcásticos.
―Sí que lo era... ―responde la melancólica forense.
Mientras tanto, Alice es alertada vía mensaje de texto de que sus compañeros emprendían raudo camino de vuelta a Scotland yard.
―Diablos, debo partir. Nos vemos, Molly y... Lamento tu reciente ruptura amorosa.
La chica se alza sobre sus pies y se apresura en dirección a Scotland Yard en donde le dirigen raudamente hacia la sección de estudios y evidencias en el subterráneo del gran edificio.
―... Ewart tenía un billete de veinte mil pesos colombianos en su billetera... ―comenta Holmes y en eso Alice se integra algo agitada.
―Me dijo que no había salido del país recientemente ―ella se cruza de brazos y el detective continúa.
―Cuando le pregunté por los autos, los cuales yo sí sabía que eran Jaguar... ―le devuelve un vistazo presumido a la joven, quien sólo rueda los ojos―. Pude ver su línea de bronceado, nadie usa una camisa en el solárium. Y su brazo...
―¿Su brazo? ―pregunta Lestrade
―Se lo rascaba continuamente, lastimándose y sangrando. Insolación, es lo más probable después de haber visitado un país como Colombia por estas fechas ―termina la chica.
―Volvió desde Colombia luego de ayudar a Ian Monckford a comenzar una nueva vida ―agrega Holmes―. La mujer de él recibe el seguro de vida y divide el dinero con Autos Janus...
―Espera...
―Sí, ella también está involucrada ―enfatiza―. Lestrade, vaya y arréstelos a todos ―Holmes se voltea hacia Watson y Sanders―. Debemos informarle a nuestro terrorista que resolvimos el caso... ―sus compañeros le observan sorprendidos y pronto le siguen para caminar hacia la salida del recinto gritando con entusiasmo, ello bajo la neutra mirada de todos―. ¡Estoy que ardo!
Al volver hasta la calle Baker, Sherlock corre hacia su laptop y escribe una nueva entrada en su blog, en la cual explica cómo el caso fue resuelto. Y, así es como el teléfono rosa suena inmediatamente.
―Él dice... que puedes venir a recogerme.... Ayúdame... ¡Ayúdame, por favor! ―suplica el cautivo y angustiado hombre desde la otra línea y los colegas inmediatamente llaman a Scotland yard para que vayan por él. Y, así, Sherlock les sonríe tétricamente victorioso a sus acompañantes, los cuales no cambian su expresión de preocupación.
―Muero de hambre... Vamos a comer a alguna parte, yo invito ―propone la joven caminando hacia la puerta y sus colegas le siguen sin más.
―Debemos estar cerca de casa, ya que el terrorista puede volver a llamar ―justifica Holmes―. Conozco un lugar.
El detective guía a sus compañeros hacia un pequeño restaurant a un par de cuadras de la calle Baker y Sanders junto a Watson ordenan su almuerzo, mientras que Sherlock sólo pide un café.
―¿Cómo...? ―le consulta el asqueado detective a la chica, la cual devoraba un delicioso sándwich vegetariano.
―Déjame en paz... ―bufa irritada y con la boca llena―. Ni siquiera paramos a respirar desde que este caso comenzó...
―Sherlock ¿notaste que...? ―intenta consultar el pensativo doctor con la mirada fija sobre su plato de pasta, pero el rizado le interrumpe en seco.
―Probablemente.
―... No ¿has pensado que posiblemente el terrorista sólo esté jugando contigo? ―finalmente le dedica una dura mirada a su amigo―. El sobre, forzar la puerta del 221C, los zapatos del niño muerto... Todo era un ataque destinado a ti...
―Sí, lo sé.
―Entonces él es... ¿Moriarty?
―¿Moriarty? ¿el que menciona el taxista en el estudio en rosa?... ―pregunta Alice con evidente sorpresa en su voz.
―Puede ser... ―responde Holmes de inmediato, ignorando a propósito la molestia que le causaba el amarillista título fabricado por John. En eso, un nuevo mensaje es notificado, y, por defecto, la pantalla del teléfono rosa muestra la imagen de una mujer de avanzada edad y maquillada con exageración, lo cual le hace lucir de muy mala clase―. ¡Puede ser cualquiera! ―grita un frustrado Sherlock.
―Sí, es cierto... ¡Rayos! Alguien debería enseñarle a maquillarse. Es base, corrector y polvos traslúcidos... No concreto sobre la cara... ―concuerda Alice quien lucía espantada.
―Para suerte de ustedes dos, llevo bastante tiempo cesante.
―¿Qué quieres decir? ―consulta el irritado detective al doctor.
―Quiero decir que la señora Hudson y yo vemos demasiada televisión.
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