✨19 | Silver Blaze
Jueves, junio de 2011
Mañana
Un solitario Holmes permanecía sentado en la cocina. Ambos codos sobre la mesa con elevadas manos sosteniendo su taza de té hirviente recién preparado. Su felina mirada calculadora no era quitada desde la puerta del baño, ni siquiera debido al hecho que alguien se había recién integrado al cuarto.
―¿Qué sucede, Sherlock? ―pregunta el doctor Watson, siguiendo con la mirada algún vestigio de aquel objeto de interés que tenía tan alerta a su amigo.
―Estudio en progreso.
―¿Estudio? ―repite atónito el rubio, cayendo en cuenta de que era efectivamente a lo Holmes observaba: la puerta del baño―. ¡¿Qué le has hecho al baño esta vez?!
―Nada. Sanders se toma una ducha.
―¿Por qué en nuestro baño?
―Su sistema de calefacción de agua está averiado.
―Oh... ―responde John despreocupadamente, para luego tomar una taza y verter café dentro de ella. Tensándose luego de figurativamente atar cabos en su mente―. ¡Espera un segundo! Dijiste "Estudio en progreso"... ¿Qué significa eso?... No tendrás cámaras ahí ¿verdad? ―pregunta finalmente el doctor encarando al rizado con preocupación, instintivamente cubriéndose desconfiado e incómodo el cuello con su bata. Sherlock nota aquel gesto con su mirada periférica, no pudiendo evitar devolverle una ofendida vista.
―No hables estupideces, Watson ―se defiende para luego volver a ignorar al rubio, logrando que la postura de John se viera notablemente relajada―. No necesitaría de un elaborado plan en absoluto si quisiera ver a Sanders tomando una ducha.
Los ojos del doctor se iluminan con asombro y una genuina carcajada es frenada por él mismo. Watson oculta la atónita risa como tos luego del sorbo que le había dado a su café; y se toma unos segundos más para intentar hacer sentido de la aseveración de Holmes mientras toma asiento frente a su amigo.
―¿Qué significa eso?
―¿Qué cosa?
―Eso, eso que dijiste hace unos segundos. Que no necesitarías de un elaborado plan si quisieras ver a Alice tomando una ducha ―el moreno sólo responde con un fuerte bufido disuasivo y una muy leve sonrisa ladina, aun sin quitar su penetrante mirada desde la puerta. John, por su parte, no podía mantener la compostura debido a lo directo de la anterior aseveración, por lo cual decide cambiar el tema ya que sospechaba que su amigo no resolvería sus dudas, aunque insistiera―. Entonces... ¿Cuál es el objetivo del estudio?
―A parte de su intrínseca tendencia a la autodestrucción, Sanders también posee un nato don destructivo. Cada cuarto al que entra sufre un cambio con su presencia. Dejando un rastro de destrucción por donde vaya...
―Ya casi no nos quedan tazas, o platos o vasos...
―Exacto. Aquello me llevó a una hipótesis, la cual deseo comprobar finalmente con este experimento: Ella tiene una pésima visión periférica.
―No... No lo creo. Según mi parecer ella es sólo... algo torpe con las cosas a su alrededor. Si simplemente fuese su mirada periférica no notaría la presencia de los objetos que destruye; usualmente desarrolla una fijación en ellos. Esa es la alerta, si ella toma algo, ya sabes que puedes despedirte de aquel objeto. Estará roto antes de que ella deje el lugar.
―Eso... ―dice dubitativamente haciendo sentido de la conclusión de John y viéndose distraído con la alarma del cronometro de su celular―. Sanders ya saldrá de la ducha, eso quiere decir que debemos esperar un estrépito en unos segundos ―Watson pestañea repetidamente―. Quité el soporte lateral a la salida de la ducha.
―¿Cómo sabes el tiempo exacto que ella se toma para darse una ducha? ―Holmes no responde y actúa como si no hubiera escuchado aquella pregunta. John, al notarlo, decide debatirle para ganar nuevamente la atención de su amigo―. Me horrorizaría si pensara que ella está en peligro, pero, sé que no lo está.
―Ella caerá.
―No.
―Lo hará.
―¿Quieres apostar? ―le desafía directamente el doctor con aire confiado. Holmes le devuelve una felina mirada, dejando su taza de té sobre la mesa y juntando ambas palmas sobre sus labios. Para finalmente levantar una ceja con discordia como señal de aprobación―. Si ella no cae usarás el gorro de cazador durante veinticuatro horas, sin excepciones.
Sherlock bufa con burla y asiente.
―Si ella efectivamente cae: usarás un pañuelo de seda lila alrededor de tu cuello como accesorio durante veinticuatro horas. Sin excepciones.
John asiente en respuesta y ambos miran fijamente la sellada entrada del baño; unos segundos más tarde la morena, ya lista, sale desde el cuarto secándose el húmedo cabello con una toalla. Paralizándose bajo el umbral de la puerta, observando con incomodidad a sus contemplativos amigos.
―¿Qué les sucede?
―¡No cayó! ¡JÁ! ¡en tu cara, Holmes! ―grita repentinamente Watson para la envidia de Sherlock y la confusión de Alice.
―La torpeza tiene que ver con su mirada periférica, al fin y al cabo.
―Cierra la boca. Iré por el gorro ―le responde evasivamente su amigo para dirigirse hasta la sala, lanzándole desde allá el gorro al detective. Quien lo ve caer con desprecio sobre la mesa, para luego tomarlo lentamente y colocárselo sobre sus negros rizos, esbozando una falsa sonrisa en dirección a la chica; no ayudando en absoluto a Sanders en cambiar su expresión de confusión, la cual le acompaña hasta dejar el 221B.
.
Mediodía
―Al menos hay buena música ―agradece con ironía la chica debido al decepcionante sándwich el cual compró en el casino del tren como merienda.
―Es la segunda vez que pasan "Love of my Life" de Queen en una hora.
―Y que así sea. Mínimo bellas melodías... Ahora ―espeta ella dejando de lado el sándwich de la discordia―. Me pueden aclarar esto por favor... ¿Cuál es la razón para ir nuevamente a Dartmoor? No creo que vayamos a darle una fraternal visita a Henry Knight ¿o sí?
―No me mires a mí. Es usual que yo también sea simplemente arrastrado en el camino. Y creo que esta práctica se ha vuelto tan común... que Sherlock aún no se ha dignado a contarnos el motivo de este viaje ―responde John con cansancio, afirmando su codo sobre el sujeta-brazos de su asiento junto a la ventana, para luego sostener su cara con su puño lanzándole una inquisitiva mirada al detective el cual, distraído por el paisaje y sus propios pensamientos, obviaba la discusión de sus compañeros de cabina de tren.
―¿Holmes? ―pregunta Alice para llamar la atención de este. Pero no recibe respuesta alguna―. ¡Holmes! ―vocifera finalmente, pisándole al mismo tiempo el pie para conseguir alguna reacción por parte de su amigo quien da un ligero respingo y con aire ofendido responde irritadamente para ambos.
―Silver Blaze.
―¿¡Silver Blaze!? ―exclama John con sorpresa, asustando a la chica.
―Exacto. Silver Blaze, comúnmente referido como "Llamarada plateada".
―¿Qué sucedió con él?
―Se le ha perdido el rastro desde hace dos días...
Sanders mueve ambas manos en el aire con el objetivo de atraer la atención de sus compañeros.
―Un momento... ¿Quién es aquel sujeto?
―Es un caballo, Alice. Uno de los mejores potros de carreras en el Reino Unido. Es una montaña de oro andante. Ha ganado dos veces el torneo real de Wessex y, según los pronósticos este año, alzaría su tercera copa...
―No si ya está muerto ―refuta Sherlock con una sonrisa irónica en respuesta al relato de su rubio amigo.
―Espero que no... ―interviene este, consternado―. Aposté quinientas libras a su favor.
―Lo sé.
―¿Podrías darnos más detalles sobre el caso? ―interrumpe la chica. Holmes cambia su foco visual hasta su costado izquierdo en donde ella se encontraba sentada―. Al igual que el caso que investigamos en el castillo escocés, aun no tengo la menor idea a qué vamos ―y, él aun esbozando aquella petulante sonrisa, se dirige hacia su compañera.
―¿Con qué objetivo? Yo soy el pensante. Ustedes sólo un adorno visual. Más bien dicho, sólo influyen en la simetría de nuestra imagen colectiva ―como una instantánea respuesta a las ácidas palabras de Sherlock, ambos referidos ruedan los ojos simultáneamente. Reacción inesperada para Holmes la cual causa que, para no perder la atención del cuarto, decida hablar sin parar―. El caballo de carreras Silver Blaze era efectivamente alistado para la competencia nacional por su preparador de por vida, el señor John Straker. Pero, hace una noche, el potro desapareció desde el establo en que era vigilado, no dejando rastro alguno debido a las intensas lluvias de aquella noche. Durante la mañana siguiente, Straker fue encontrado muerto en el camino rural veintidós, a un par de kilómetros desde el castillo Mercia, por ende, los establos de entrenamiento. El hombre, según lo informado por Lestrade, tenía una data de muerte reciente y lo único que fue encontrado en la escena del crimen que no perteneciera a él era una bufanda roja de cachemira.
―¿Se sabe ya a quién pertenece?
―Aparentemente hay testigos los cuales aseguran que la prenda la llevaba puesta el señor Fitzroy Simpson la noche del incidente. Aquel siendo acusado de intentar obtener información sobre Silver Blaze por el cuidador nocturno de establo.
―Pero él no es el asesino ¿verdad?
―Claro que no lo es, mi querido Watson. De otra manera no estaríamos viajando hasta Dartmoor.
―¿Cómo puedes estar tan seguro? ―inquiere la chica con genuina curiosidad, mientras el detective sólo se reajusta cómodamente sobre su asiento para seguir observando el paisaje.
―Pronto lo sabrán.
Las dos horas se van con rapidez y los pasajeros dejan la estación. Su transporte les esperaba a la salida del paradero ferroviario, guiándole hasta el antiguo castillo perteneciente por generaciones a la familia del octogenario Coronel Ross.
―Sir Ross aguarda por ustedes en la sala, síganme por favor ―anuncia con gracia el mayordomo luego de darles la bienvenida con una elegante reverencia.
Los colegas siguen al hombre sin pensarlo a través de los enormes y refinados pasillos del castillo, cuyo esplendor no había sido apaciguado siquiera por el agresivo paso del tiempo.
―¡Señor Holmes!
El detective intenta quitarse el sombrero de cazador, pero se arrepiente al notar de reojo la vigilante mirada de Watson sobre él.
―Coronel Ross, un gusto conocerle.
―El gusto es mío. Doctor Watson, señorita Sanders... ―continúa el anciano mientras agita las diestras de sus invitados.
―Acabo de notar un programa diario respecto al funcionamiento del castillo y sus horarios de visita en la entrada.
―Efectivamente, señor Holmes. Tomen asiento por favor ―les invita el hombre, haciéndole un gesto con la cabeza a su ama de llaves para que les sirviera el té―. El ala Este de mi hogar funciona como hotel y museo de la corona.
―Interesante... ―suspira el moreno, saliendo de su instantáneo trance sólo por la cercana presencia de la mujer que les llevaba té y la soñadora mirada que Watson le dirigía―. Señorita Evans ¿verdad?
―Así es, señor.
―Usted vio al sospechoso, el señor Simpson, usando la bufanda roja de cachemira.
―Exactamente. Él se aproximó agresivamente a mi cuando volvía desde dejarle la cena a mi primo quien cuidaba de Silver Blaze aquella noche ―contesta cándidamente la aludida, haciendo una pausa al no evitar mirar a John fijamente cada cinco segundos―. Yo me hice a un lado y le evité, corrí dentro del castillo ya que el viento y la fuerte lluvia comenzaban a desorientarme.
―Y es así como las alfombras de mi oficina quedaron cubiertas de lodo con sus huellas ―finaliza el octogenario con tono cansado
―Supongo que tienen cámaras en los establos y sus alrededores o ¿me equivoco?
―Por supuesto que las tienen ―interrumpe Sherlock a su amigo―. El problema es otro ¿no es así?
―Ciertamente, el jueves por la noche hubo una feroz tormenta como relató la señorita Evans. La cual causó cortes y sobrecargas eléctricas en toda la villa.
―Que conveniente... ―musita suspicaz―. ¿Tenían alguna otra medida de seguridad?
―Sabuesos y perros ovejeros. Pero ninguno de ellos pareció percibir al intruso.
Sherlock ríe sonoramente, manteniéndose como el centro de atención de los presentes.
―¡Brillante! Si Lestrade tan sólo tuviera algo de imaginación, llegaría a grandes alturas en su profesión y hubiese resuelto este caso sin siquiera tener que haber recurrido a mí siempre confiable intelecto... ―espeta con entretención el rizado, para luego ponerse enérgicamente de pie―. ¿En qué dirección está la morgue?
―El chofer les espera a la salida, les llevará donde necesiten. No se preocupen por nada, mi staff llevará sus pertenencias hasta las habitaciones.
Holmes se apresura hasta el vehículo con sus compañeros siguiéndole el paso de cerca. Los colegas son recibidos de inmediato por policías en la pequeña morgue del pueblo y son pronto dirigidos hasta el cadáver del preparador fallecido. Sherlock comienza con la usual práctica de escanear la figura completa del sujeto en cuestión con su lupa, además de su ropa y pertenencias. Mientras tanto, John habla con el médico a cargo de la examinación del cadáver y tomaba nota de lo que le era dicho.
―¿Para qué necesitaría un bisturí...?
―¿Qué sucede? ―se apresura a decir la chica al notar el distraído semblante de su amigo. Quien parece despertar al escuchar la voz de ella y levanta en el aire un pequeño bisturí el cual se encontraba dentro de una bolsa de evidencia.
―Según lo que tengo entendido, el señor Straker no era un cirujano... Eso tal vez explicaría su cráneo roto... ―responde el moreno con una sonrisa ladina. Saliendo nuevamente de la habitación a paso acelerado.
Sorprendentemente, son dirigidos devuelta al castillo por órdenes del detective, quien se pasea esta vez por los establos.
―Disculpen... ¡Disculpen! Los visitantes no pueden rondar esta zona.
―¿Señor Hunter?
―Con él... ―asiente desconfiado―. ¿Quién es usted?
―Sherlock Holmes, detective consultor.
―¡El detective del periódico! ―se sorprende el hombre al hacer sentido de todo, causando que no pudiera ocultar su naciente risa ante la vista de Sherlock―. ¡Incluso lleva puesto su sombrero! ―le asevera a John, quien ríe sonoramente cuando se integra a la escena―. A ustedes también los conozco. Son bastante famosos, siempre leo su blog doctor Watson ¡qué contenido!
―Muchas gracias.
―¿Aún está bajo el efecto de las drogas, señor Hunter? ¿le gustaría compartir? ―el semblante del hombre se oscurece repentinamente ante el comentario.
―Fui drogado... ―balbucea lúgubre―. Yo no contamino mi cuerpo voluntariamente...
―¿Qué fue lo que comió esa noche?
―El especial del jueves. Desde hace dos siglos que se come esa misma preparación todas las semanas. La receta de la familia Ross de pollo de campo y curry con patatas rusticas. Mi prima, la señorita Evans, me trajo la porción aquella noche, luego de comer perdí el conocimiento.
―Oh, Señor Hunter... ―pronuncia el rizado con falsa amabilidad mientras posa su brazo izquierdo sobre los hombros del aludido―. ¿Puede llevarnos hasta la cocina?
Los colegas siguen a Holmes con atención. Llevaban sólo un par de horas en el lugar y el detective no les había compartido absolutamente nada, así que sus resignados amigos simplemente le seguían con aire curioso. De esa manera, cuando entran a la amplia cocina, recorren y consultan en los alrededores sobre la receta, los horarios y personal; finalizando en no más de diez minutos. Los tres se reúnen nuevamente para comentar sus descubrimientos en el pasillo fuera del cuarto, divisando a un par de metros al fondo a la señorita Evans, quien le dirige una sutil sonrisa al doctor antes de desaparecer por el pasillo a la izquierda.
―John ¿por qué no te encargas de la señorita Evans?
―¿Encargarme?
―Has lo que siempre haces. Toma notas.
―¿Sobre qué? ―continúa ceñudo.
―Necesito que llegues a conocerla bien.
―¿Para qué?
―Haz lo que digo... ―ordena con cansancio. Notando finalmente la ofensa en el semblante de Watson debido a lo autoritario de su tono―. Por favor...
―Está bien. Supongo que no será difícil. Ella se ve como una muy afable mujer...
―Por supuesto ―responde Alice con mirada pícara, intentando conectar su vista con la de Holmes. Ella creía entender la situación actual. Y, sin siquiera decir una palabra, Watson sigue a la chica por el extenso corredor―. Eres un muy buen amigo después de todo.
―John es se vuelve increíblemente depresivo cada vez que no hay algún interés amoroso en su vida. Nos estoy ahorrando el disgusto de lidiar con él y sus borracheras de fin de semana... Sin mencionar que nuestra apuesta aún sigue en pie y yo he cumplido, no he fumado un cigarrillo en dos meses. Así que me vendría de maravilla el dinero extra.
―Claro, como digas... ―desestima su segundo comentario en bondad de su máscara de orgullo―. Y yo que pensé por un momento que la investigación había tomado un inesperado rumbo en dirección a la señorita Evans.
―Así lo sería... Para alguien que ve, pero no observa. Me decepcionas, Sanders ―comenta con fingida tristeza mientras sostiene la puerta de salida, dándole el paso a la morena.
―Entonces... ¿Qué tienes hasta el momento?
Holmes camina en silencio junto a ella hasta el inicio del camino rural veintidós, el cual se extendía sereno desde el ala Oeste de la propiedad. El detective se detiene inesperadamente y escanea a la chica de pies a cabeza.
―Dos kilómetros ―pronuncia con calma, al mismo tiempo en que entrecierra los ojos con astucia.
Sin dudarlo, ambos se echan a correr por el resbaloso camino. Los primeros metros son definitivamente del rizado, por lejos. Pero, la velocidad no lo es todo, no cuando la distancia impera. Alice poco a poco alcanza al moreno y le adelanta unos centímetros ya cuando casi llegaban hasta la cinta policial que les cerraba el paso a transeúntes. Sherlock, al verse en desventaja, opta por atrapar a la chica por la espalda desde la cintura y levantarla para impedirle seguir con la carrera.
―¡Eres un tramposo, Holmes!
―Ya había ganado.
―Aun no alcanzábamos la cinta.
―¿Quién postuló la cinta como destino final? ―espeta él aun levantando a la agotada chica sobre el suelo―. Nadie.
―No me molestaría en absoluto ser cargada así devuelta al castillo.
Sherlock ríe irónico y la suelta rápidamente para sobrepasar la cinta policial, la cual marca el sitio del suceso.
―La teoría oficial de la policía es que el señor Simpson intentó robarse a Silver Blaze, pero fue sorprendido por el formador Straker y ambos pelearon a muerte mientras el caballo arrancó; causando que el señor Simpson golpeara con furia la cabeza del ya difunto con su bastón de metal y arrancara de la escena.
―Y tú difieres.... ¿Por qué? ―pregunta ella observando de cerca los movimientos del rizado, quien seguía el difuso rastro de las huellas de Silver Blaze en el barro.
―Perros.
Y así sin más, con la efectiva ayuda del eficaz investigador consultor, Silver Blaze fue encontrado en no más de cuatro horas desde que Holmes y sus colegas habían arribado hasta Dartmoor. El potro sólo presentaba un fino corte superficial en su pata izquierda trasera. Pero su estado físico en general era totalmente favorable; lo cual significaba que el caballo podría efectivamente participar en la gran carrera el miércoles. El coronel Ross, extasiado de felicidad al volver a ver a su preciada mascota y compañero, abrazó apretadamente al detective. Quien sin saber cómo reaccionar simplemente se quedó estático durante unos segundos.
El coronel Ross, extasiado de felicidad al volver a ver a su preciada mascota y compañero, abrazó apretadamente al detective quien, sin saber cómo reaccionar, simplemente se quedó estático durante unos segundos.
―¿Cómo supo dónde estaba? ¿Cómo...?
―Todo a su tiempo ―le calma con tono solemne―. El día de mañana le daré los detalles a usted y la policía.
―Por supuesto. Deben descansar, lo merecen. Son bienvenidos a usar las primicias cuanto quieran ¡Siéntanse como en casa! Katie, tú te encargarás personalmente de atenderles ―dice por último el hombre con una radiante sonrisa aun dibujada sobre sus labios, para luego caminar fuera del lugar con la ayuda de la señorita Evans.
―Sé lo que dirás... Pero creo no haber encontrado nada sospechoso respecto a Katie ―comenta John en voz baja, acercándose a sus compañeros y vigilando de reojo que la aludida no se encontrara cerca.
―¿Quién dijo que ella era una sospechosa?
―¿Qué?
―¿Lograste llegarle a conocer de alguna forma durante estas horas?
―Bueno... Hemos hablado muchísimo, de todo básicamente...
Alice y Sherlock se miran con complicidad, logrando que John al fin entendiera lo que sucedía.
―Oh... Claro... Eres un.... ―bufa molesto―. ¡QUIERES EL DINERO DE LA APUESTA!
―Sí y no ―responde con un puchero resignado―. Supuse que todos merecíamos un descanso. Y bien sé lo deprimente que eres cuando no tienes con quien hacerte el galán.
Sanders y Watson no pueden evitar observar sonrientemente atónitos a su amigo quien solo responde encogiéndose de hombros con desinterés. En ese preciso instante, Katie entra a la sala y aguarda bajo el umbral de la puerta. Así, John sin pensarlo dos veces camina hasta ella mientras que sus compañeros se marchan por la vía contraria.
―Ellos son una pareja ¿verdad? ―consulta la curiosa mujer―. Lo digo por lo que escribes en el blog ―aclara―. No me guío por los periódicos.
―Yo vivo en la misma casa que ellos y créeme. A veces no sé qué pensar... ―responde John a su sigilosa compañera quien frunce los labios debido a la culpa.
―¡Oh! Puede que yo haya ordenado dejar sus maletas en la misma habitación... La de recién casados. No estaré en problemas o ¿sí?
―Para nada, si efectivamente no son una pareja... Sería una fantástica broma y si quieres me puedo llevar todo el crédito ―Evans ríe tímidamente y camina hasta un refinado aparador caoba, para así servirle un trago a John.
―Por el bienestar de Silver Blaze y... el destino ―enuncia la morena levantando su copa, siendo imitada por el encantado doctor.
A un par de metros desde el castillo, los amigos caminaban a paso lento a través de la frondosa ruta hacia el cercano lago. La noche había caído hace poco y aún quedaban vestigios del primaveral calor en el ambiente, por lo tanto, aquello le hacía un recorrido ideal para la necesaria introspección.
―¿Por qué ahora?
La alusión al tiempo, a la prisa, hace que al detective se le apriete el estómago. Él y Mycroft se habían reunido nuevamente hace un día y... Bueno, el mayor no tenía buenas noticias, muy al contrario. Por lo mismo, él deseaba por primera vez mantenerse distraído, aunque fuese por un corto periodo, creía merecerlo, necesitaba vivir, compartir, hablar y disfrutar para recordar... Y, a pesar de que era todo preventivo, la negativa parte de sí no podía evitar ya estar de luto por lo perdido, ello a pesar de que era una posibilidad de cincuenta a cincuenta. Esa sensación era drenante. La expectación, la calma que antecede a una tormenta. Él podía sentir como la fugaz felicidad encontrada para sí durante el último año se escurría entre sus dedos.
―La vida nos obliga a cambiar continuamente de escenarios... ―musita el rizado gravemente. Alice se abraza a sí misma, apegando su chaqueta aún más a su cuerpo para capear la brisa helada que comenzaba a alzarse al ya estar más cercanos del lago―. Debemos crear memorias las cuales no sean posibles de reemplazar con cotidianidades. Y este me pareció el lugar perfecto para hacerlo.
Ambos finalmente cuando llegan a su destino: El lago de Dartmoor. De esa manera, debido a la lejanía de las luces del castillo, las estrellas brillaban a su máximo esplendor sobre el bosque, logrando mantenerles a los dos distraídos en un contemplativo silencio durante unos minutos.
―Debí haber traído conmigo una frazada... ―se queja la morena después de un rato sentados a las faldas del lago.
―Supuse que estarías al borde de la hipotermia.
―¿Y aun así te amas demasiado como para prestarme siquiera tu bufanda?
―Por supuesto y eso es debido a que tengo algo mucho más efectivo para poder aumentar la temperatura corporal ―contesta satisfactoriamente el moreno sacando una fina botella de brandy desde su chaqueta. Dejando atónita a la chica, quien estira sus manos con entusiasmo para recibir el trago.
―¡Sherlock Holmes! ―se sorprende―. Me siento como una adolescente, robando licor desde la cabina de sus padres.
―No fue difícil en absoluto.
―Añejado de sesenta años... ―lee la impresionada chica para luego lanzarle una mirada de preocupación a su amigo.
―Encontré a Silver Blaze, sano y salvo.
Se justifica el detective, quitándole la botella a Sanders desde las manos y sentándose sobre una roca para observar el paisaje mientras daba el primer sorbo, impactando de sobremanera a la joven.
―Eres todo un misterio...
―Si no lo creyeras así, me sentiría ofendido.
Alice ríe ante el comentario de su amigo y acepta la botella luego de acercarse junto a él. Un par de horas pasan rápidamente y ellos no perciben rastro alguno del frío en el ambiente, cuyo manto ya cubría a todo aquel que osara permanecer en la intemperie a elevadas horas de la noche. Los estragos del añejado Brandy ya se hacían notar en el detective, cuyo estado de ánimo además de intereses de conversación variaban cada minuto sin ninguna lógica aparente. Alice, en tanto, de buen ánimo respondía entusiasmada a cada tema que él planteaba, nostálgica y feliz de recordar los "viejos tiempos".
―¿Recuerdas esa vez que estábamos en la casa de Soo Lin Yao y casi te estrangulan? ¡Oh! Te conocía muy poco, pero aun así temí por tu despreciable vida...
―Ambos salvamos la vida del otro en aquel caso.
―¡Por una amistad duradera! ―vocifera la chica con orgullo y da un sorbo, invitando al detective a hacer lo mismo. Ella se detiene durante unos segundos, haciendo recién sentido de lo que había proclamado―. ¿Puedo preguntarte algo?
―Sólo hazlo.
―¿Cuándo te diste cuenta de que confiabas en mí lo suficiente como para revelar este otro lado de tu persona?
Sherlock arruga el ceño, con la mirada aun fija en el oscuro y sereno lago, para luego beber un largo trago de la botella.
―Fue un proceso, bastante lento... Pero supongo que tuvo sus raíces cuando decidí compartir mi música contigo.
―Espera un segundo... ―inquiere la chica, confusa, intentando no caer al dejar su posición de flor de loto al arrodillarse―. ¿Fue cuando compartimos aquel primer cigarrillo sobre la azotea?
―Exacto.
―Eso fue hace más de un año, Holmes...
―Trescientos ochenta y tres días, para ser exacto ―dice como si nada y ella abre ambos ojos con enormidad.
―Vaya... Tanto tiempo desperdiciado...
―Claro que no. Sabes que todo tiene su tiempo. Lo poco que he aprendido de las relaciones interpersonales, lo he aprendido de ti y John. Sin mencionar que, por lo que sé hasta ahora, la única forma de conocer realmente a una persona es sobrevivir la adversidad junto a ella. Los sentimientos se desarrollan en el camino, nacen, crecen y fortalecen con el paso de los segundos. Nada que sea apresurado deja una huella en la mente del otro.
―Me agrada esa filosofía que has adoptado.
―Claro que sí, mujer narcisista ―bufa irónico―. Así vives.
―Así viviremos ―corrige ella con una emotiva sonrisa, causando que Holmes, repentinamente amargo, no pudiera sostenerle la mirada por mucho.
―Volvamos al castillo ―le interrumpe el rizado con un naciente nudo en la garganta, poniéndose de pie y brindándole su mano en ayuda―. Tus nudillos ya están tomando un tono púrpura, ello a pesar de que has ingerido prácticamente un cuarto de la botella por ti misma.
―Bien sabes que no lo hice sola.
Así, juntos caminan por el sendero devuelta a la luz artificial que irradiaba desde las cercanías del antiguo edificio de piedra, cual les daba una bella e incomparable bienvenida. Por inercia, la chica no había soltado la mano del detective quien, taciturno, solo contemplaba su perfil mientras caminan en sordo silencio a través de la espesa arboleda que cubría el cielo del sendero. Y, lo que al principio era un simple murmullo, se transforma eventualmente en un pequeño concierto. La morena, quien era siempre propensa a contagiarse de diversas melodías, cantaba suavemente "Love of my Life" de Queen, canción cual había sonado repetidas veces durante su trayecto de la mañana en tren.
―Lo que quieres es causarme una jaqueca ¿verdad? ―pregunta el rizado para fastidiarla, pero ella hace caso omiso y sigue tambaleándose por el camino al ritmo de su propia melodía. Holmes la abraza de un costado y pone una mano sobre su boca. Causando un inesperado ataque de risa cual nace por parte de ella para cuando ya iban entrando a los jardines del edificio.
―¿Qué crees que estará haciendo John? ―consulta luego de recomponerse.
―¿Tú que crees? La forma en que intercambiaban miradas me hace suponer que efectivamente nuestro soldado debe tener una muy buena noche según sus propios parámetros ―responde Sherlock, sarcástico, mientras imita a la morena al pedir su llave en la recepción.
―¿Podemos nosotros tener una muy buena noche también? ―pregunta Sanders sin rodeos quitándole el gorro de cazador desde la cabeza a Holmes, no sorprendiéndolo en absoluto.
―Creo que de todas formas dormiríamos en la misma habitación ―responde mostrando el número de su llave, la cual era idéntica a la de Alice.
―John...
―Tuvo un poco de ayuda. Te lo puedo asegurar.
La, ahora, algo tambaleante pareja sube a duras penas las escaleras, y luego de unos minutos de caminata a través del largo pasillo dan con la designada habitación; sorprendiéndose al notar la decoración del lugar, era una suite de luna de miel.
―¡Ni creas que usaré tu apellido! ―bromea ella mientras se sienta sobre el colchón y deshace la formación con pétalos de rosas que saludaban a: "Mr. and Mrs. Holmes".
―Te vendría bien uno real. Sanders... es bastante común.
―Ni lo sueñes, sería retroceder cien años en derechos femeninos... ―continúa ella mientras limpia los últimos vestigios de aquel enunciado.
Sherlock se detiene por un segundo luego de sacarse el abrigo, y, con prematura melancolía contempla la escena. El tiempo no perdona, no cuando al fin en la vida se encuentra algún digno significado por el cual ansiar mejorarse a sí mismo, algo por lo cual aferrarse desesperadamente a la realidad...
Así es como el lúgubre detective llega a la conclusión de que Alice no podía formar parte de su plan como Mycroft lo había propuesto originalmente. Era muy probable que él mismo falleciera en el intento de desbaratar a la célula criminal de Moriarty y no iba a permitirse a sí mismo cargar con la muerte de Sanders en el caso de que las posibilidades no estuvieran completamente a su favor.
―Cuando mis pensamientos van muy rápido, lo cual sucede con bastante frecuencia. Hago notas de voz para mantener registro de lo que veo, pienso y siento ―agrega abruptamente, causando que la chica diera un respingo mientras cerraba las cortinas de la habitación.
―¿Recomiendas que haga lo mismo?
―Sería de mucha ayuda, sobre todo para tus terrores nocturnos.
―Para eso te tengo a ti ¿no? ―sonríe ladina y él baja su mirada, aun de pie junto a la cama, con ambas manos dentro de los respectivos bolsillos de su pantalón.
―Nadie es permanente. La vida muchas veces es un juego de azar.
El semblante de Alice se opaca debido a lo triste del escenario planteado por Sherlock y, casi instintivamente se aproxima al rizado para besar con suavidad sus labios ello con la intención de reconfortarle.
―Por favor no hablemos de estas cosas. No cuando ha sido una memorable velada... ―Holmes le devuelve el delicado roce de labios para separarse solo unos centímetros de ella.
―Solo prométeme que narrarás tus pensamientos, como si fuera a mí a quien te estés dirigiendo...
―Sherlock... ¿Qué...?
Pero ya era tarde, la amarga curiosidad derivada de las palabras del detective era apaciguada con un adictivo y prolongado beso, de cuyo magnetismo no habría escapatoria alguna durante aquella eterna velada.
.
. .
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Ya se imaginan lo que se viene ¿Verdad?
❤
PD: Historia inspirada en el cuento "Estrella de Plata" de Sir Arthur Conan Doyle.
P.D2: Agreguen mis otras historias a sus bibliotecas, si quieren aww ❤️
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