✨ 15 | The blind banker |Parte VIII|
Sherlock y Alice entran en inmediato pánico. El detective comienza a dar frenéticas vueltas en círculos durante unos segundos por la sala, desesperado e intentando poner sus pensamientos en orden. Mientras que, la petrificada chica, parece quedar en blanco debido al nerviosismo.
―¡Tranvías! ―grita él de improvisto, yendo pronto hasta su librero desde el cual saca un mapa de Londres cuál estira por completo sobre el escritorio con la ayuda de su silenciosa amiga, así encontrando lo que necesitaban en menos de un treinta segundos―. ¡Vamos!
Los compañeros abordan un taxi y Alice soborna al conductor para manejar a exceso de velocidad, con el objetivo único de llegar lo antes posible en ayuda de John y Sarah, quien era muy probable que también estuviese cautiva junto al doctor. De esa manera, ambos llegan a lo que probablemente fue una estación de metro alguna vez, lugar cual ahora lucía deplorablemente abandonado.
Los colegas continúan con su caminata y entran a un túnel, dentro del cual se escuchan lejanos ecos bastante distorsionados, pero lo suficientemente constantes como para dar a entender que pertenecían a una conversación. Y, a medida que Holmes y Sanders avanzan, les es lógicamente más difícil ver por donde pisan siendo ello un gran contra al sigilo que tanto necesitaban. Por lo tanto, la chica prende la cámara infrarroja de su celular para así guiar el camino sin comprometer su posición.
El detective, quien le seguía de cerca, se alarma de inmediato luego de una curva, ello al notar una lejana barricada incendiaria. Sherlock arrastra bruscamente a la rubia posicionando su mano sobre la boca de ella, atrayéndola hacia la pared izquierda del túnel y quitándole finalmente el teléfono celular para apagarlo; pronto, le obliga a ponerse de cuclillas al escuchar pasos próximos y esta, quien aún forcejeaba, ya que el rizado no paraba de apretujarla en contra la pared, sólo se detiene cuando él la abraza tapándola casi por completo con su abrigo, quedando ambos cubiertos y difuminados bajo la oscura tela.
Alice, alerta, no sabe a qué se debía aquel accionar tan repentino. Sin embargo, el detective quien, al estar prácticamente encima de la joven y tenía su mejilla comprometedoramente junto a la de ella, nota como esta parecía tensa e incómoda ante la abrazadora cercanía corporal, por lo tanto, él decide mover levemente su cara, dejando a sus labios posarse sobre el lóbulo de la oreja derecha de su compañera.
―Zhi-Zhu ―susurra casi inaudiblemente, desencadenando así un electrificante escalofrío en ella, quien comprende el mensaje de inmediato y asiente suavemente, dando a entender que cooperaría de la mejor manera en la estrategia de camuflaje: Hacerse bolita.
El tiempo transcurre extrañamente lento entre la penumbra y ambos sienten pasos próximos a ellos, pero, después de unos segundos, se pierden en el silencio. Sherlock les descubre sigilosamente, mira en todas direcciones y divisa una silueta negra de mediana estatura cual se alejaba en dirección a la barricada.
Los compañeros se acercan lo máximo posible a la luz y se esconden tras un gran contenedor, logrando finalmente ver a John quien estaba amarrado a una silla mientras una baja mujer lo apuntaba con un arma a la cabeza, para luego voltearse hacia uno de sus asistentes e indicarle que quitara la manta que estaba sobre, lo que parecía ser, la misma ballesta usada en el show.
Alice ahoga un grito y aprieta con su zurda el antebrazo de Holmes, cual estaba petrificado observando la fatal escena: Sarah, quien era mantenida atada a una silla tenía una venda alrededor de su boca, y ahora era puesta a un par de metros frente al arma; causando que ella forcejeara mientras lloraba y emitía sonidos desesperados por su vida.
John y la mujer de negro, quien le apuntaba con la pistola directo a la cabeza, discutían enardecidamente, aunque, pronto, ella pierde la paciencia y comienza a gritar para hacerse oír entre sus acompañantes.
―¡NECESITO A UNA VOLUNTARIA DE LA AUDIENCIA! ¡OH! GRACIAS SEÑORITA. USTED LO HARÁ MUY BIEN ―dice burlesca e indicando a Sarah con un cuchillo, luego cortando la bolsa de arena, cual al vaciarse haría que la ballesta disparara certera al cuello de la prisionera―. DAMAS Y CABALLEROS. DESDE LAS COSTAS LEJANAS E ILUMINADAS DE NW1, ES UN PLACER PRESENTAR A LA BELLA COMPAÑERA DE SHERLOCK HOLMES EN UN TEMERARIO ACTO QUE DESAFÍA A LA MUERTE.
―¡POR FAVOR! ―grita Watson desesperado--. ¡NO SOY SHERLOCK HOLMES!
―¡NO TE CREO!
―USTED DEBERÍA ¿SABE? ―responde el detective saliendo desde su escondite―. SHERLOCK HOLMES NO SE PARECE EN NADA A ÉL ―la mujer de negro apunta al detective a distancia y uno de sus asistentes es raudo en ir tras él.
―¿CÓMO ME DESCRIBIRÍAS, JOHN? ¿INGENIOSO? ¿VIRTUOSO? ¿ENIGMÁTICO? ¿DINÁMICO?
―¡UN COMPLETO IDIOTA!... ―grita Alice y Sherlock le pega un codazo mientras corrían, dándole directamente sobre un pecho―. ¡Diablos!
―INCREÍBLEMENTE IMPUNTUAL ―responde Watson con una sonrisa esperanzada, ello mientras la iracunda mujer asiática buscaba donde apuntar su arma.
―MI QUERIDA SEÑORA, ESA PISTOLA ES SEMI AUTOMÁTICA. SI DISPARA LA BALA VIAJARÁ A MÁS DE 1.000 M/S ―grita Alice esta vez.
―QUE ASÍ SEA.
―¡BIEN! ―Holmes se abalanza sobre el asistente de la mujer y lo golpea en la cabeza, incapacitándolo limpiamente con un tubo de acero que había encontrado en las vías―. EL RADIO DE CURVATURA DE ESTOS MUROS DE ES CUATRO METROS. SI NO ACIERTA LA BALA REBOTARÁ Y PODRÍA DARLE A CUALQUIERA. INCLUSO A USTED ―dicho aquello, Sherlock y Alice se echan a correr otra vez.
La mujer trata de seguirles el paso a sus sombras apuntando con su arma, pero, en ese momento Alice salta y de una sola patada bota uno de los dos barriles metálicos en los cuales habían prendido fuego para iluminar aquel lúgubre sitio. Holmes, por su parte, corre a desatar a Sarah, pero un hombre lo comienza a asfixiar, por tercera vez esa semana, ello al colocar una gruesa cuerda alrededor de su cuello.
Alice, en tanto, lucha a muerte en contra de Zhi-Zhu. La araña finalmente toma a la rubia por el cuello y pretende a azotarla contra la pared, sin embargo, la desesperada chica, con gran dificultad saca el puñal que llevaba en su bolsillo y se lo clava por el costado derecho de su caja toráxica. Él, después de unos segundos de shock, cae sobre el piso con Sanders en junto, tratando así de recobrar el aliento.
Al mismo tiempo, John mira atónito la bolsa de arena que se iba vaciando cada vez más y él, al continuar amarrado sobre una silla de madera, intenta liberarse con todas sus fuerzas, balanceándose hasta caer estrepitosamente sobre el piso para así arrastrarse raudo, aun atado, y empujar justo a tiempo la ballesta cual al disparar le atraviesa el estómago al hombre que asfixiaba a su amigo el detective.
Alice, tan pronto como se recompone, corre a desatar a Sarah quien, pálida, no podía vociferar ni una sola palabra.
―Está bien, está bien... Todo terminó ―le abraza y esta rompe en llanto.
Sherlock ve como la mujer de negro corre sin mirar atrás hacia el final de las vías, sin embargo, exhausto, decide no seguirle. En cambio, va a ayudar a su amigo el cual aún estaba tirado sobre el piso. Así, el doctor al ser liberado se alza rápidamente y camina hacia su pálida cita.
―No te preocupes... ―dice el rubio con tono incómodo, ello mientras se acerca a Sarah y se pone de cuclillas junto a la silla en la que ella aun continuaba sentada―. La siguiente cita no será como esta.
Los abatidos compañeros vuelven hacia el exterior y no tardan en llamar a la policía para así esperar sentados por ellos a las afueras del, ahora, desolado túnel.
Alice, a la cual aún le temblaban sus manchadas manos, eventualmente se pone de pie y se aleja un par de metros al frente para disimular su creciente ansiedad. Zhi-Zhu estaba muerto, era lo más probable y... Ella le había quitado la vida. Sherlock, contemplativo, al notar el tiritar de la menuda silueta de su vecina, no pierde tiempo en seguirle, ya que esta pretendía ocultarse tras una gruesa viga de concreto.
―Es la primera vez que le quitas la vida a una persona ¿verdad? ―comenta él para romper el hielo, eso después de observarle respirar agitada durante unos segundos. Ella cierra sus ojos en respuesta.
―Vaya pregunta.
―¿Sientes remordimiento? ―insiste él, pero, la joven sólo intenta a ocultar sus manos sin querer devolverle la mirada―. Porque no deberías. Fue en legítima defensa. Si no era él, lo serías tú, o John, o Sarah o yo... ―Sanders no responde y sólo puede atinar a abrazarse a sí misma, dejando caer parte de su peso sobre la viga de asfalto. Holmes, consternado, se posiciona frente a ella―. Si yo hubiese estado en tu posición, hubiese actuado de igual manera.
―Él era un mal hombre... ―musita como un suspiro y Sherlock se sorprende al notar que ella no había derramado ni una sola lágrima.
―Lo era y tú tuviste el coraje de ponerle fin a su veneno sin siquiera planearlo. Fue accidental y por el bien común... ―la pálida joven parece regularizar el anteriormente agitado ritmo de respiración y alza su opaca vista hacia Holmes quien se mantenía a dos pasos de distancia, ya que, realmente no sabía cómo reconfortar a una persona más allá de lo estrictamente verbal―. Legítima defensa, no lo olvides.
Susurra finalmente, observando atento, ello mientras las sirenas de Scotland yard se hacía oír cada vez más cerca de escena. Y así, luego de una hora, los cuatro presentes son interrogados, sobre todo Watson y Sanders, ya que ambos habían dado de baja a un criminal durante esa noche. Eventualmente, después de todos aquellos protocolos policiales, los involucrados son finalmente dejados en paz. Decidiendo caminar juntos hasta la gran avenida, aunque Dimmock pronto les alcanza y se les une momentáneamente.
Sarah y John continúan en su ruta, pero Alice y Sherlock, quienes caminaban silenciosamente coordinados, se detienen mirándole fijo.
―Nosotros debemos partir ―habla el rizado por ambos, ya que presentía que la ausente chica sólo quería volver a casa―. No hay necesidad que nos de algo de crédito en su informe.
―Señor Holmes...
―Tengo grandes esperanzas para usted, inspector. Una carrera brillante ―suelta el rizado sin más. Lo cual causa una humilde sorpresa en Andrew quien sólo atina a enderezarse orgulloso sobre su puesto debido al inesperado halago.
―Voy dónde me señale, señor Holmes ―Sherlock pretende seguir con su camino, pero no puede evitar detenerse un par de pasos más adelante en espera de su abatida vecina.
Dimmock se voltea hacia la ausente joven y le contempla consternado, sin embargo, ella le interrumpe antes de que él pudiese decir algo.
―Fue un gusto cooperar con usted, detective inspector.
John se ofrece a acompañar a Sarah hasta su hogar, mientras que unos silenciosos Holmes y Sanders abordan un taxi cual les lleva a moderada velocidad hasta la calle Baker. En casa, una preocupada señora Hudson les recibe en el primer piso, ya que, Lestrade le había informado sobre la situación, ello luego de intentar ponerse en contacto con Sherlock o Alice a través de ella, debido a que estos no respondían sus teléfonos. Sin embargo, él niega las atenciones de la casera por ambos y libera el camino para que la extrañamente lúgubre Sanders subiese en paz hasta su piso.
Así, la chica desaparece por las ascendentes escaleras y él se ve de pronto tentado a seguirle, no obstante, se arrepiente, ya que, no tenía nada nuevo para decirle sobre la legitimidad de su actuar en defensa propia que no le haya dicho ya.
. . .
A la mañana siguiente, los tres amigos comparten un austero desayuno en el 221B y Watson lee en voz alta el código que Holmes y Sanders habían traducido la noche anterior.
―Así que: «Nueve millones por el pasador de Jade. Guarida del dragón negro, tranvía»
―Una instrucción para todos los operadores en Londres. Un claro mensaje de lo que estaban tratando de reclamar.
―¿Qué? ¿por un pasador de Jade? ―consulta el doctor, desconcertado.
―Vale nueve millones de libras, John. Debían llevarlo al tranvía, el cual era su escondite en Londres ―explica la joven, sólo bebiendo té a diferencia de sus hambrientos amigos.
―Esperen... ¿Una horquilla para el cabello vale nueve millones de libras?
―Aparentemente.
―¿Por qué tanto?
―Depende de a quién le pertenecía ―agrega Holmes observando, ceñudo y de soslayo, el apagado semblante de la usualmente irónica rubia.
―¿Dónde estará ahora?
―Dos agentes con base en Londres. Uno de ellos roba algo, una pequeña horquilla para el cabello, la cual ofrece como regalo a su interés amoroso ―el detective da un sorbo a su té y continúa, ahora dejando caer su vista sobre John―. Eddie Van Coon fue el ladrón. Robó el pasador de Jade cuando estuvo en China.
―¿Cómo sabes que no fue Lukis?
―Por el jabón... Van Coon le regaló la horquilla a su secretaria ―Holmes se pone inmediatamente de pie, tomando su abrigo y saliendo sin más desde el departamento, aun así, los doctores logran alcanzarle cuando este ya abordaba un taxi.
Sherlock se esfuma una vez más desde sus vistas cuando iban por las eternas escaleras, así que juntos deciden ir hasta la oficina de Sebastian, el banquero.
―¿De verdad entró por el balcón? ―dice mientras firmaba un cheque por cincuenta mil libras a nombre de Sherlock Holmes.
―Clava una tabla a través de la ventana y todos tus problemas de precaria seguridad habrán terminado ―responde la chica con un ácido tono sarcástico y él le observa irritado.
―Bien parece que tú y Holmes son tal para cual ―le responde el banquero con desdén, a lo cual ella sólo sonríe falsa y complaciente―. Desagradables ambos.
―Gracias ―finaliza el doctor al recibir el cheque que Sebastian alzaba en su dirección, así ambos salen desde la oficina con victoriosas muecas. Escuchando, no mucho después, un fuerte grito proveniente desde una sala cercana, para luego ver a un casual Holmes salir desde ella.
. . .
Y sólo un día debe transcurrir para que el descubrimiento de aquel tesoro llegase a la primera plana de todos los periódicos británicos. Al día siguiente, Alice entra al 221B muy temprano por la mañana con el periódico matutino entre sus manos, cual se lo entrega a Holmes quien desayunaba junto a John.
―¡Tenía más de 1.000 años de antigüedad y estaba en su mesita de dormir todas las noches!
―Trágico ―comenta Sherlock―. No conocía su valor y Van Coon no sabía por qué lo estaban persiguiendo.
―Mejor debió sólo haberle conseguido un gato de la suerte ―bromea Watson, logrando una leve risa en Holmes, pero la alegre mueca se borra tan rápido como aparece. Ello siendo automáticamente realizado por la rubia.
―Te importa ¿verdad? Que Shan haya escapado. No fue suficiente que John y yo hayamos acabado con dos de sus ayudantes.
―No. No es eso ―asegura―. Debe ser una red amplia, Sanders. Miles de operarios. Nosotros sólo rasguñamos la superficie.
―Sin embargo, descifraste el código, Sherlock ―intenta animarle el doctor―. Quizá Dimmock podrá localizarles a todos ahora que lo sabe él también.
―No, sólo descifré este código. Para mañana ya usarán uno nuevo. Todo lo que los contrabandistas deben hacer ahora es tomar un libro diferente ―dicho aquello, el conforme detective sólo se devuelve en silencio a leer su ya abierto periódico.
Alice contempla la escena en silencio y suspira algo decepcionada, aunque muy pronto no puede evitar sonreír ladina para sí misma al notar un dorado resplandor gracias a su vista periférica, cual correspondía al gato de la suerte que había sido recuperado por Holmes desde la superficie del piano de ella en el 221D, y que ahora agitaba su continua y dorada patita sobre la chimenea de sus vecinos.
Al parecer, finalmente se avecinaba algo de tranquilidad... O tal vez no.
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