✨✨12 | GYM Break
Los cálidos destellos del matutino sol de primavera se cuelan a través de la semiabierta ventana, acompañados de una refrescante brisa con un típico aroma a tierra húmeda mientras diversas aves cantan sus tempranas melodías anticipando próspero clima. Sherlock se sienta sobre el colchón y estira sus brazos con flojera, ello mientras Alice se reintegra con un halo de vapor desde el baño, vistiendo la azul bata de él luego de tomar una fugaz ducha.
―Nos estamos volviendo mejor en esto ¿verdad?
La chica, quien secaba su cabello con una toalla, le observa sorprendida durante unos segundos y sonríe incrédula.
―Supongo ―dice dubitativa y él arruga el ceño cuando su compañera se sienta en junto, ella distrayendo su mirada momentáneamente en el descubierto torso de Holmes, el cual sólo llevaba la parte inferior de su pijama puesto―. Me refiero a que la práctica hace al maestro. Ya sabes.
―Tuvimos bastante práctica anoche.
―¿Piensas que fue suficiente? ―ella alza una irónica ceja en su dirección y Holmes, pensativo, niega.
―Por supuesto que no.
―Entonces ya entiendes a lo que me refiero.
Sanders le da un par de palmadas sobre la rodilla, pronto alzándose desde la desordenada cama para así comenzar a recuperar sus pertenencias esparcidas por toda la habitación. Él sólo se mantiene en la más atenta contemplación de la figura de ella; alarmándose al notar que su amiga pretendía marcharse.
―¿Dónde vas?
―A mi apartamento ―dice extrañada cuando Sherlock se para con ella junto a la puerta―. Son las nueve y treinta. No queremos que John me descubra aquí ¿no? Es un maldito chismoso ―se queja irónica―. No parará hasta saber más de lo que quiera escuchar.
―Tú también oíste sus tambaleantes pasos durante la madrugada ―argumenta de inmediato―. De seguro que dormirá hasta el mediodía de hoy.
―Pero la noche ya acabó...
―Acabará una vez que pases el umbral de la puerta.
Ella entorna sus ojos, suspicaz, y deja caer sus pertenencias sobre el piso sin desconectar su mirada desde la de él.
―Quién lo diría. Te he vuelto en un procrastinador.
―No es una completa pérdida de tiempo cuando aprendes cosas nuevas ―agrega con un puchero resignado cuando camina hacia la ventana y abre ligeramente la cortina para observar hacia el jardín en donde podía ver a la señora Hudson regando sus plantas y verduras. Alice no puede evitar iluminar su mirada con una incontenible sonrisa mientras se deja caer sobre la cama―. Como en todo ―dice pensativo―, hay tanto que aprender...
―Y... ¿He sido yo una buena compañera en esta cruzada por el conocimiento?
Él se voltea hacia Alice y le observa impasible, aunque, pronto sus sentidos son doblegados por su instinto y sólo desea unirse a ella en la cama; y así lo hace, por un par de cálidos minutos, ello hasta que alguien intenta abrir y luego golpea de manera impaciente a su puerta principal. A causa de ello, todo el natural rubor que había tomado propiedad de las mejillas de ambos ahora se ve exponencialmente aumentado a un delator carmesí de la vergüenza por oír a Mycroft llamar desde el otro lado.
―Sé que estás ahí, hermanito ―dice el mayor, golpeteando impaciente la punta de su paraguas sobre el piso―. Lestrade me comunicó sobre su arribo ayer por la tarde. No puedes simplemente ignorar mis mensajes. Sabes que tenemos asuntos importantes que atender.
Sherlock y Alice comparten una desesperada mirada y ambos se apresuran de puntillas por la habitación; ella volviendo a vestir la bata y él su completo pijama. Sanders recupera finalmente sus pertenencias desde las faldas de la puerta y un sagaz Mycroft nota las sombras desde el otro lado, insistiendo una vez más con el seco golpeteo de su puño sobre la madera. Así, el detective le instruye con un gesto a la chica que se oculte en el baño y esta obedece, esperado a que él abra la puerta principal para así ella cerrar la suya.
―¿Qué quieres? ―dice el molesto rizado al abrir levemente, pero, Mycroft no necesita más de un par de segundos para reconocer el dulce aroma que impregnaba a su alborotado hermano, además de divisar parte de su ropa esparcida al fondo.
―Oh, Sherlock ―musita con evidente desagrado y el aludido contiene su respiración, ya que, el mayor sin siquiera dejar de observarle abre la puerta en junto, dejando a una despeinada Alice al descubierto―. Buen día, señorita Sanders ―dice acompañado de una falsa sonrisa, sólo volteando su altiva expresión hacia la avergonzada de ella―. ¿Está perdida?
La colorada morena bufa exasperada y se abre camino sin ningún tipo de sutileza, pronto desapareciendo del corredor del 221B. Holmes mayor se voltea hacia su hermano y le observa con una ácida mirada que denotaba la más pura condescendencia.
―¿Y qué? ―desafía el rizado, aun anteponiéndose a Mycroft en la entrada de su habitación. El aludido suspira agotado y se voltea en dirección a la sala para finalmente tomar puesto sobre el sofá individual de Sherlock quien se le une ondeando su bata color borgoña, pero este último se detiene de brazos cruzados junto a su cráneo sobre la chimenea.
―Francamente, sé que esto no debería sorprenderme, pero, en cierta forma lo hace. Ya que, esta voluntad para involucrarte a ti mismo en una relación amorosa me parece realmente inconsecuente de tu parte, hermanito ―continúa solemne y despectivo. Sherlock, rencoroso, tensa su mandíbula y entrecierra sus ojos levemente―. Tu mejor que nadie sabes que no eres una persona quien pueda regular sus emociones a mero instinto. Y, me atrevería a decir que todo este asunto no se motiva por tu egoísmo, ya que, Sanders parece tener un intrínseco síndrome del salvador grabado en su subconsciente; así que es mutuo. Sin embargo, no puedo evitar pensar que, de acabado, este error humano tendría un costo más grande para ti que para cualquiera...
―Oh, cállate, Mycroft ―se queja disgustado mientras se desploma sobre el sofá individual de John―. Deja de entrometerte en mis asuntos.
―Tienes un historial ―sentencia grave―. Breve, pero delator. Así que no es conveniente que arriesgues perder el control, no cuando tenemos importantes asuntos que atender ―dice lúgubre, inclinándose sobre su puesto―. Asuntos que, al parecer, podrían eventualmente involucrar también a Sanders.
Luego de aquel incómodo encuentro, ella se encerró en su departamento sin pensarlo dos veces. Se sentía como una regañada adolescente. La mirada que Mycroft le había regalado no denostaba más que un profundo desagrado por la situación. Pero... ¿y eso qué? A pesar de que la relación que ella tenía con Sherlock no fuese una relación amorosa en estricto rigor, no significaba que lo que sea que tuviesen no fuera bueno. Entonces ¿cuál era su maldito problema?
La joven se deja caer sobre su sofá individual y, al cabo de unos minutos, nota que no dejaba de mover su pierna, estaba ansiosa. Necesitaba distraerse y, a pesar de que se sentía agotada debido a que poco había dormido la noche anterior, el único inmediato refugio que veía era ir a encerrarse un par de horas al gimnasio Fitness first ubicado en el centro de Londres, cual frecuentaba desde hace un tiempo para así continuar con su mejora física luego del caso Hart.
Ya en el lugar, la morena comienza a arrepentirse de su decisión. El gimnasio no se encontraba lleno, y podía notar que todos sus puntos de entrenamiento estaban disponibles. Ella suspira agotada y posa su pequeña toalla sobre su hombro para así caminar hasta la zona de estiramientos, en donde procede con sus poses acostumbradas; así, para cuando finalizaba su trainer, Terry Ray se acerca a saludarle entusiasta y amable como siempre.
―Semanas sin verte, Lizzie ―exclama mientras toma ambas manos de ella para así ayudarle a alzarse.
―¿Sabes que eres la única persona que me dice Lizzie?
―¿Bromeas? ―dice extrañado―. Es un lindo sobrenombre. Es dulce.
―Y yo no lo soy.
―Lo eres. Pero, lo que no eres es constante ―el moreno se cruza de brazos y entrecierra sus ojos antes de agregar―. Después de tanto tiempo sin venir no te arriesgarás. Comenzarás lento hoy ―dice apuntando a la máquina elíptica. Sanders arruga el ceño con desdén―. Debemos ser responsables.
―¡Qué sería de mí sin tu guía!
El alto moreno sonríe brillante como siempre, causando un agradable contraste entre sus blancos dientes y oscura piel. Ella se encamina hasta la máquina y él la programa.
―Sólo veinte minutos a un nivel mínimo de siete, Lizzy, no abuses de tus capacidades ―advierte―. Luego me buscas.
Sanders obedece y suspira profundo para darse ánimos. De esa manera, para su nula sorpresa no había sudado si quiera una gota, aunque, sus piernas parecían agotadas de igual forma. No pasa mucho hasta que busque a Terry y este, quien instruía a un joven chico, le recomienda que use las mancuernas en junto y realice tres series de cuatro repeticiones, ello para luego llevar a su otro cliente hasta una máquina de escalones.
Unos diez agónicos minutos transcurren y ella no es capaz de terminar siquiera la mitad de lo instruido. Por lo tanto, cuando Terry se reintegra en junto, le instruye al chico deportista que tome puesto y use unas macizas pesas de quince kilógramos, para pronto volver hacia la abatida Alice. El trainer capta la atención de ella para indicarle con un ademán que se recueste sobre un soporte vertical y acolchonado.
―Estás fuera de práctica, querida ―le reprocha mientras elige cuanto pensó sería sabio entregar, no tardando en decidir ser precavido―. Estas semanas de ausencia se han notado. Así que te restaré cuatro kilos por el momento.
Ella asiente y recibe las pesas, siete kilos cada una, con las cuales efectúa sus series bajo la cercana guía del trainer. Eventualmente, Terry le concede un descanso de cinco minutos, para así enfocarse en su otro cliente, quien ahora toma el cómodo lugar previamente ocupado por Alice; aunque, a diferencia de ella, el peso ocupado a levantar era exponencialmente mayor. Sólo dos repeticiones y súbitamente un fuerte estruendo, seguido de gritos de dolor y horror, se escucha al otro lado del complejo deportivo. El alarmado trainer se apresura hasta el lugar bajo la preocupada mirada de la chica quien se sobresalta al escuchar nuevamente un chirriante ruido seguido de agónicos alaridos en la sección de cardio al otro extremo de la sala.
Asustada, Sanders le dirige una consternada mirada al estudiante que seguía con su rutina frente a ella, sin prever lo que acontecería; luego de que el joven posara la doble mancuerna sobre su soporte, al bajar sus brazos, el pesado equipo cae sobre su pecho con gran violencia, casi cuarenta kilógramos de metal aplastando con severidad sus costillas. Alice corre de inmediato en su ayuda y, usando el peso de su propio cuerpo, logra quitarle la mancuerna de encima al agonizante y pálido joven, quien no puede parar de convulsionar debido al dolor, desmayándose al cabo de unos interminables segundos debido al shock.
Al cabo de diez minutos los servicios de emergencia arriban al lugar, llevándose consigo a todos los heridos con extremo cuidado hasta el hospital general de Londres, ello mientras la policía hacía su ingreso también en las primicias. En tanto, Sanders va por sus cosas y, cuando vuelve en escena, busca con su mirada al entrenador entre el casi vacío recinto deportivo sin éxito. Así, cuando decide finalmente decide salir del lugar, se sorprende al notar que Scotland yard interrogaba al trainer. Sally Donovan, para ser más exactos.
―¿Donovan? ―consulta extrañada al integrarse a ellos―. ¿Qué haces aquí?
―Detective Donovan para ti, Sanders ―refuta despectiva―. No interfieras con temas de Scotland yard ¿ok?
―¿Por qué están aquí? Esta tampoco sería tu división.
―La policía fue alarmada. Al parecer esta negligencia fue premeditada ―explica impaciente―. Ahora déjame proseguir.
―No ―insiste Sanders dando un paso en frente―. Terry tiene derecho a un abogado o asesor antes de ser interrogado. Te estás saltando protocolos.
―¿Qué sabes tú?
―Fuimos colegas ¿no recuerdas? ―refuta la joven con mirada desafiante para así encarar más de cerca a la iracunda detective―. Dile a Lestrade que el señor Ray estará en un par de horas en su oficina.
La rizada morena le observa ofuscada y en silencio durante unos segundos, como evaluando lo dicho por ella, y pronto no puede si no limitarse a bufar con impaciencia largarse sin más desde el lugar. Terry mira a la chica acongojado y confundido.
―No me dijiste que fuiste policía.
―No lo soy ―se defiende siendo invadida por un ligero escalofrío―. Soy psicóloga, criminalista por un tiempo, y trabajé con esa idiota.
―¿Qué haré? ―se lamenta el moreno―. Piensan que yo soy el culpable, Lizzie... ¿Cómo? ¿cómo podrían pensar algo así?
Alice no puede evitar verse ligeramente conmovida por el desasosiego del siempre positivo y burbujeante trainer. La tristeza lucía realmente fuera de lugar en una cara en donde siempre abundaban las más sinceras sonrisas.
―Conozco a alguien quien puede ayudar a probar tu inocencia.
Terry y Alice abordan un taxi a las afueras del gimnasio y no tardan en arribar hasta el 221 de la calle Baker. La chica le permite el paso en el edificio a su acompañante, y así ambos suben hasta el B.
―¿Sherlock? ―pregunta la chica desde el umbral de la puerta principal; Holmes se encontraba sentado sobre su sofá individual con ojos cerrados. John, por su lado, leía el periódico en su puesto usual.
―Palacio mental, por supuesto.
―Les tengo un cliente.
Como arte de magia, el detective abre sus ojos y un interesado Watson deja su lectura de lado. Así, la chica invita a Terry a la habitación y posa una silla en medio de ellos para que el extrañado moreno tomara asiento.
―Terry Ray. Un gusto conocerlos ―dice honesto, aunque su semblante dilucidaba duda―. Pero, en realidad Lizzie no me ha explicado muy bien lo que ustedes hacen...
―¿Lizzie? ―pregunta Holmes con burla y un dejo de desdén, pronto mirando a la joven. Ella pone los ojos en blanco durante un segundo―. ¿Americano? ―consulta de pronto cambiando su foco de atención a Terry, y este asiente―... interesante.
―Él es Sherlock Holmes, detective consultor y yo soy John Watson, doctor y su colega.
El moreno hace sentido de las palabras y asiente como un niño pequeño. El rizado escanea fugazmente con la mirada a Ray, para luego suspirar con fastidio.
―No entiendo por qué insistes en gastar tu dinero en un gimnasio si continúas comiendo como una vagabunda, Sanders.
―Vagabundos ―le corrige la chica mientras se acomoda junto a él, sobre el posa brazos derecho de su sofá individual―. Usualmente saqueas mi alacena, Holmes.
El aludido finge no escuchar lo último.
―Entonces, ¿qué sucedió?
―Hoy por la mañana hubo múltiples accidentes en el gimnasio en donde trabajo y la policía asume que yo soy el culpable porque los lunes estoy a cargo de la administración, por lo tanto, de las máquinas y pesas ―relata lúgubre y acongojado―. Pero le juro que hice la revisión matutina detalladamente como siempre lo hago. Si algo hubiese podido fallar, lo habría ya solucionado.
―¿A qué hora fue lo que relata? ―inquiere el doctor tomando notas en su pequeña libreta.
―Un cuarto de hora antes de mediodía ―explica ansioso―. Comenzaba la rutina con dos clientes, uno de ellos Lizzie, e inesperadamente todo se salió de control en diferentes sectores.
―¿Fue simultáneo?
―Si ―responden Terry y Alice al unísono. Sherlock les observa con extrañeza, para luego juntar ambas manos sobre sus labios, pensativo.
―Interesante... ―musita―. ¿Cámaras?
―Varias, cubren cada ángulo de las primicias. La policía tomó las grabaciones.
―Excelente. Ahora dime, Sanders ―interviene el rizado con una media sonrisa malévola―. ¿Por qué creíste necesario acudir a mí si es de conocimiento colectivo que hay grabaciones las cuales están en poder de la policía?
―Porque casi fui yo uno de los heridos ―asegura inclinándose hacia él, quien le miraba hacia arriba desde su puesto. John deja de escribir para observar la postal con una burlona sonrisa―. Creo que lo que intentan hacer con Terry es incriminación, ya que todo fue estudiado meticulosamente debido a que la mancuerna doble que yo usé era sólo tres kilos más liviana que la de mi predecesor ―comenta suspicaz, ahora enderezándose―. Quien sea que planeó aquello fue muy cuidadoso y dudo que se detenga si este plan no funciona como él o ella deseaba.
.
Al cabo de una hora los colegas se integran a la oficina de Lestrade en Scotland yard, acompañando a Terry Ray cual testimonio era ansiosamente esperado por el detective inspector.
―Es bastante conveniente que hayan arribado ―comunica Greg con su típico acento cockney, echándose hacia atrás sobre su asiento tras el escritorio―. Hace menos de diez minutos recibí respuesta del equipo investigativo forense. No hay registro grabado de las primicias.
―¿Cómo?
―Las memorias de las cámaras sólo albergaban grabaciones acústicas. Al parecer, alguien se encargó de dañar los lentes de los dispositivos.
―¿Todos? ―consulta un incrédulo Holmes.
―Absolutamente todos.
―Déjame examinar los dispositivos de audio.
―Sería inútil, Sherlock. Las cámaras estaban cerca de los parlantes de música, por lo tanto, es casi inaudible ―dice resignado.
―¿Cuál es el registro más antiguo?
―Marzo doce. Y si, son memorias reutilizables ―confirma Lestrade―. Luego de un mes y medio se borran todos los archivos para así guardar nuevos.
―Ni siquiera Riley podría recuperar los videos para localizar al o la responsable ―añade Alice cruzándose de brazos con preocupación.
Holmes se pone rápidamente de pie y camina de un lado hacia otro dentro de la oficina. Los preocupados presentes le siguen con la vista. Y no pasa mucho hasta que Sherlock detenga su apresurado paso y sus ojos se enciendan inesperadamente por la suspicacia. Él se voltea sobre sus pies y encara de manera sorpresiva a Terry.
―En efecto, bastante conveniente que los videos desaparecieran ¿no es así? ―dice venenoso como una serpiente. El moreno, mudo, le observa con abiertos ojos cristalinos―. ¿Por qué no reconoce que posee responsabilidad de todo lo que pasó hoy por la mañana? ―el aludido intenta protestar, pero el detective habla más rápido que nadie―. Bueno, de igual forma puedo entender la vergüenza que sería reconocer la holgazanería viniendo de parte de un personal trainer. Pero, aun así, es bastante desconsiderado de su parte que nos haga perder el tiempo de esta forma.
Ray, quien estaba acorralado contra su silla, no encuentra las palabras para responderle el torbellino de acusaciones a Holmes, ello mientras que Alice camina decidida y empuja a su rizado colega hacia atrás para que dejara de invadir el espacio personal del confundido entrenador.
―Su lenguaje corporal es genuino de inocencia. Está atónito por tu rudeza ―le regaña―. ¿Estás ciego o qué?
―Claro que no. Pero sabes que la terapia de shock es siempre necesaria ―sonríe satisfecho―. Sin mencionar que entretenida.
―Lo siento, señor Ray. Es parte del procedimiento ―se disculpa Lestrade mientras le indica al moreno que le acompañe a unirse al doctor quien se preparaba también para correr tras Holmes y Sanders en dirección al ascensor.
Así, eventualmente los cinco se suben al auto del detective inspector a quien le fue indicado que condujera lo más rápido posible hasta el gimnasio del cual Terry estaba encargado por el día y que la policía había cerrado por los accidentes sucedidos durante la mañana.
―¿Tiene alguna idea de quién pueda querer perjudicarlo, señor Ray?
―No... No puedo pensar en nadie. Todo esto suena increíble... ―musita conflictuado. John asiente―. Nadie podría ser tan vil.
―Le falta mundo, señor ―agrega Lestrade mirándole a través del espejo retrovisor. Sanders observa con preocupación al entrenador, dándole así la espalda al detective quien estaba sentado a su izquierda.
―Terry, sé que eres una buena persona ―dice con voz suave―. Pero este es un mundo de mierda y por más que uno desee creer lo contrario, debes aprender a desconfiar ―ella posa su mano sobre el hombro de él―. ¿Es en serio que nadie se te viene a la mente?
―Lo siento, no... ―niega cabizbajo―. Por más que lo intente...
Sherlock entrecierra sus ojos y pronto distrae su creciente incomodidad, causada al ser ignorado por su amiga, gracias a una repentina epifanía. Así, el detective aprovecha aquello como una excusa para ser el único objeto de atención de Sanders una vez más, rodeando imperceptiblemente su brazo derecho alrededor de su cadera, atrayéndola hacia él para así susurrarle al oído.
―... La muleta de aluminio...
Alice tirita levemente debido a la electrificaste sensación que le causa aquella repentina proximidad y entiende inmediato el mensaje. Crimen planeado por envidia que se había salido considerablemente de las manos.
―Brillante... ―susurra ella con sedosa voz. No pudiendo descifrar si la rapidez del pensar de su amigo le hacían desearle más o simplemente había perdido el total control sobre su cuerpo y razón.
―Hemos llegado ―anuncia Lestrade.
Todos bajan del transporte y ansiosamente esperan a que Terry abra las puertas del lugar bajo la atenta mirada de los policías que vigilaban el lugar. Holmes se escabulle en las primicias y se pierde inmediatamente de vista debido a la rapidez con la que examinaba el recinto. John y Lestrade siguen a Ray quien les explica detalladamente cada paso que él había dado durante la mañana.
Sanders, por su lado, camina directamente hacia donde ella había presenciado uno de los accidentes. Se agacha de cuclillas y comienza a escanear con la mirada cada milímetro del desarmado sostenedor de metal.
―Bastante desconcertante ¿no? ―Sanders mira ausentemente a Holmes, intentando ordenar sus pensamientos. Tardanza que causa impaciencia en el rizado―. Sé que viste el extraño patrón en esto. De otra forma estarías tomando notas con John y Graham.
―Greg.
―Como sea ―bufa poniéndose de cuclillas en junto y entregándole un par de guantes de goma a ella―. Tú dijiste que solo tres kilógramos causaron la diferencia. También, según los registros de asistencia del lugar, no te ejercitabas un lunes desde hace semanas. Tu visita de hoy fue imprevista.
―Pero no lo fueron los accidentes.
―Exacto ―sonríe satisfecho―. La persona que busca perjudicar a Ray eligió a cuatro de los más ricos alumnos. Asegurando así, de alguna forma, la difamación de él como entrenador y una disputa legal devastadora ―agrega Holmes mientras le entrega su teléfono celular, el cual contenía fotos de los registros de alumnos cuales cuatro accidentados no eran difíciles de reconocer, ya que, sus apellidos denotaban claramente su ascendencia. El rizado saca una bolsa hermética desde su bolsillo y, con cuidado, toma uno de los rotos trozos de metal para guardarlos―. Otra arista de interés es como Ray insiste en que él hizo la revisión meticulosamente por la mañana. Pero, exactamente a la misma hora, las cuatro personas en esos expedientes sufrieron accidentes.
―Quien quiera que desee dañar a Terry sabe el completo funcionamiento, horarios y rutinas personales del gimnasio.
―Exacto ―concuerda suspicaz―. Por lo tanto, eso disminuye la lista de sospechosos.
La mirada de la chica se ilumina gracias a la epifanía que su compañero le causaba y pronto ella sigue al detective hasta donde se encontraba Lestrade, quien seguía intentando atar figurativos cabos sueltos junto a John.
―Necesito que investigue los movimientos de cada trabajador del recinto. Entrenadores, recepcionistas, guardias, todos. Envíenme fotos del registro de actividades del día once de marzo ―espeta señalando a Greg y Terry―. Nosotros vamos al hospital San Bartolomé.
Y, al cabo de unos diez minutos los tres colegas ya se encontraban en la morgue; interrumpiendo como de costumbre a Molly Hooper para así poder hacer uso de un tan necesario laboratorio.
―¿Alguno de ustedes tiene hambre? ¿O desean una taza de café? ―pregunta amablemente la forense mientras observa con avidez el armonioso perfil del concentrado detective, quien busca por marcas, rastros, residuos o huellas digitales en el trozo de metal que había guardado.
―Por un café estaría eternamente agradecida, Molly ―contesta Alice y John concuerda poniéndose de pie.
―¿Aun tienen la máquina de snacks en el pasillo de arriba?
―Si.
―Bueno, se me antojan unas papas ―finaliza el doctor abriéndole la puerta a Hooper para acompañarla por el pasillo.
Sanders suspira profundo y se distrae un momento, presa de sus internas cavilaciones y preocupada por el eventual resultado del caso que investigaban y sus repercusiones en la vida del siempre amable Terry.
―¿Encontraste huellas?
―Si. Pero, de alguna forma, es el camino más fácil y tedioso ―bufa aburrido, aun observando a través del microscopio―. Tomará mucho tiempo saber con quién coinciden... Mientras que esto... Esto sí que es interesante.
La curiosa chica se acerca unos centímetros a él y mira con extrañeza como Holmes estudiaba ansiosamente cada detalle en el trozo de metal.
―¿Qué es?
Molly vuelve a la sala sosteniendo una taza de café para Alice. Y, curiosa, contempla en silencio la escena. Holmes por su parte, a plena consciencia de la presencia de la forense en el lugar, aun con la mirada fija en su estudio, atrae con firmeza a Sanders desde la cintura con su brazo, haciendo que esta tambaleara ligera debido a la brusquedad del agarre de él. Así, Sherlock le da espacio para que observe también a través del microscopio, hablándole muy de cerca, casi rozándole el lóbulo derecho.
La lúgubre forense es sacada desde sus tristes y melancólicos pensamientos debido a la repentina entrada de Watson al laboratorio; causando instantáneamente que Alice caminara en otra dirección para disimular aquella comprometedora situación, aun sin realizar que habían sido observados por Hooper, cual propia estrategia para disimular su dolor es dejar la sala en silencio y sin que los colegas lo noten siquiera.
―¿Qué hay de nuevo, Sherlock? ―consulta John al integrarse.
Holmes se demora en contestarle a su amigo debido a un repentino mensaje de texto el cual devoraba con la vista.
―Metal antiguo y severamente usado ―comenta suspicaz―, ¿vieron el estado de todos aquellos sostenedores de pesas? Todos nuevos, casi relucientes. Ray pudo haber revisado y monitoreado el lugar durante todo el día. Pero, su estúpida inocencia hubiese desencadenado el mismo resultado.
―Ve al grano, por favor ―lo reprende el doctor con cara de aburrimiento e irritación.
―Él o la culpable estuvo en el lugar en todo momento de la mañana.
De esa manera, los revigorizados colegas se apresuran fuera del laboratorio devuelta hacia el recinto deportivo en donde Lestrade y Terry clasificaban los expedientes de los trabajadores del lugar. En tanto, luego de que los tres abordaran la cabina trasera de un taxi, Alice saca su teléfono móvil e intenta a escribir un mensaje de texto, pero Sherlock le arrebata el aparato antes de que ella pueda enviarlo.
―¡Devuélvemelo! ―exclama ofendida, pero él guarda el teléfono en el bolsillo interior de su abrigo.
―No creo que Hooper quiera saber de ti en este instante.
―¿De qué hablas? Ella me iba a llevar un café ―insiste―. Debo pedirle disculpas por abandonarla sin siquiera despedirme.
―Créeme. Le harías un favor si la dejas procesar todo por sí misma durante unos días ―Sanders recibe devuelta su teléfono móvil con mirada interrogante. Sherlock rueda los ojos con impaciencia antes de bajarse del taxi para unirse a un curioso John en las afueras―. Más tarde me explicaré en detalle ―bufa impaciente―. Vamos.
La noche ya había caído y el ahora lúgubre gimnasio se encontraba completamente iluminado en su interior. Terry y Greg examinaban minuciosamente documentación en la oficina de administración, acompañados de otro corpulento hombre.
―¡Ah! Maravilloso, tenemos compañía ―grita el rizado abriendo de par en par la puerta del cuarto.
―¿Encontró algo nuevo, señor Holmes?
―¿Holmes? ¿Sherlock Holmes? ―pregunta el desconocido hombre, cuyo semblante se desmorona en un segundo. El aludido le mira de pies a cabeza y sonríe complaciente.
―¿Su nombre es...?
―Él es David Matthews ―explica el siempre amable Terry―. Un buen colega y excelente personal trainer. Sólo venía por su billetera la cual olvidó en su casillero....
―... Pero no es tan buen mentiroso, después de todo ―añade Alice luego de entender la maniaca sonrisa en el rostro de Holmes. Todos, a excepción del detective, le observan extrañados.
―No intente nada señor Matthews ―dice seguro―. Sabemos que usted fue quien dañó las cámaras, también sabemos que fue usted quien boicoteó las máquinas queriendo inculpar al señor Ray ―Terry observa con horror a su compañero quien, acorralado, le esquiva la impotente y avergonzada mirada―. La envidia es un vil sentimiento, aunque, la conciencia es un peor debilitante, la cual es capaz de sacar lo mejor... Me corrijo, disculpen. Lo más estúpido y negligente de uno ―se vanagloria en su deducción. Sus compañeros le observan atentos―. Como vio que su plan se salió de las manos quiso venir a ver el estado de su genuinamente complaciente colega, no esperando encontrarme a mí ―el rizado dice lo último con una amplia sonrisa. Para luego voltearse sobre sus pies en dirección a Lestrade quien aún intentaba hacer sentido del caso―. Las fotos que me enviaron del registro de actividades revelaron que fue el señor Matthews el encargado del recinto deportivo el día once de marzo. También noté en un principio, en el mural de trabajadores del gimnasio, que Ray pareció arrebatarle paulatinamente el lugar en popularidad gracias a su "carisma". Sin mencionar de la bacante en gerencia que se encuentra disponible desde hace unas semanas ―cuenta como una vil anécdota―. Un nuevo sueldo subió las apuestas ¿no?
―¿Cómo pudiste...? ―musita un destrozado Terry.
―¡Llevo diez años trabajando en este maldito lugar! ―exclama de pronto el inculpado, furioso debido a que nadie más que él parecía pensar que era una víctima―. ¡Y de la nada llega un extranjero amenazando llevarse todo sin siquiera un poco de esfuerzo...!
―Deje el llanto para su celda, señor Matthews y saque su billetera. Al parecer no menos de cuatro familias armadas de abogados lucharan por verle quedar en la ruina ―espeta la chica con aspereza mientras sostiene a un acongojado Terry y le aleja desde el hostil inculpado.
Así es como Lestrade se encarga de llamar refuerzos para llevarse a David Matthews y tomar la declaración de Holmes, además de las pruebas que demostraban la completa inocencia de Ray.
―Es en serio, no lo puedo creer ―se lamenta agotado―. Él siempre se portó tan bien conmigo.
―La gente es así, Terry ―intenta reconfortarle ella mientras dejan el lugar―. Algunos cambian acorde a la situación y otros una nunca puede conocerles íntegramente.
―Suena como un mundo horrible.
―Lo es ―coincide Holmes cuando se les une en la acera―. Por lo tanto, la moraleja para usted, señor Ray, es no confiar nunca en nadie. Ni siquiera en su esposa o sus hijas.
―¡Sherlock! ―le reprende la joven al entrometido detective antes de subir al taxi que les llevaría devuelta a la calle Baker―. Lo que él quiere decir es que sea más precavido. La gente se aprovecha de los que son genuinamente buenos ―le consuela, ello mientras John se despide con un ligero ademán y también aborda el auto―. Nos vemos el ¿jueves? ―dice titubeantemente luego de despedirse con un ligero abrazo de su entrenador.
―Te esperaré el jueves por la mañana, Lizzie.
―No pierda su tiempo ―grita Sherlock desde el interior del carro―, lo de hoy fue una excepción. Ella extrañamente hiberna en verano.
Así los amigos vuelven a casa, sumidos en el siempre necesario bienestar luego de un caso resuelto, son recibidos por la señora Hudson a quien invitan a comer con ellos en el 221D; y, al cabo de unas horas, luego de que todos se hubiesen marchado, la morena comienza a asear los utensilios. La pensativa chica procede a secar una taza, paciente y distraía, pero, al girarse sobre sus pies en dirección a la alacena, no puede evitar saltar del susto. Holmes estaba tras ella, en completo silencio, emulando a una sombra. La taza se resbala entre los dedos de la temblorosa joven y el rizado la atrapa en el vuelo, para así entregársela de vuelta.
―¡No hagas eso! ―exclama agitada y enojada. Él arruga el ceño.
―¿Por qué? Tu horrible mueca de horror fue graciosa.
―Te detesto ―gruñe ella dejando de lado la loza y pronto abriéndose paso hasta la sala de su apartamento para así calmar su pulso. Sólo deteniéndose cuando nota que Sherlock le observaba con suficiencia y una solemne postura desde la cocina―. ¿Qué sucede?
―¿No me preguntarás por qué no te dejé enviarle ese mensaje de texto a Molly mientras viajábamos en el taxi?
Ella le observa confundida, pero eventualmente curiosa; había olvidado por completo ese detalle.
―¿Entonces?
―Pregúntamelo explícitamente.
―Ah, olvídalo. No estoy de ánimo. Tengo mucha loza que asear ―espeta quejumbrosa, dirigiéndose nuevamente a sus quehaceres. Sherlock se afirma casual y relajado en contra del refrigerador a unos centímetros de ella para así llamar su atención visual.
―Ella nos vio interactuar hoy en la morgue ―dice frívolo―. Bueno, le permití hacerlo ―finaliza satisfecho, como si se tratara de un buen resultado de un experimento. Alice se gira horrorizada hacia él.
―¿Qué? ¿en qué momento?
―Cuando te enseñaba el trozo de metal en el microscopio ―explica conforme―. Sabía que no entenderías lo que veías de todas formas, pero necesitaba crear una situación comprometedora para que Molly apreciara.
Alice deja caer su mandíbula y niega ligero, incrédula de la frialdad de su amigo.
―Eres un maldito bastardo ―susurra para sí misma, pronto decidiéndose a golpetear reiteradamente al rizado con el mantel de cocina sobre el brazo, tal y como si fuera un látigo. Él intenta cubrirse y se apresura hacia la salida con ella siguiéndole desde cerca.
―¿Qué? Le estoy ahorrando años de su juventud ―se defiende, deteniéndose firme y digno frente a la puerta. Alice se cruza de brazos, indignada, para así no continuar golpeando a su compañero con el trapo―. Ya es hora que deje de imaginar cosas conmigo...
―Vete.
―¿Por qué? ―consulta ofendido, pero, sobre todo enojado―. ¿Porque le aseguraste a Molly que no sucedía nada entre nosotros, lo cual es mentira? O ¿Porque te apena su situación ya que crees estar en riesgo de terminar como ella?
Sanders suspira anonadada y entrecierra sus ojos. Las indolentes palabras de Sherlock hacían que desease no darles crédito a sus sanos oídos.
―Eres... Eres increíble...
―Lo sé... ―concuerda él, ligeramente desconfiado, pero, conforme. Aunque, ello no dura mucho, ya que Alice no intentaba ocultar su ira―. Oh...
―¡¡FUERA!! ―grita iracunda.
La morena es pronta en dirigirse hacia él, así doblándole dolorosamente el brazo izquierdo sobre su espalda y empujándolo con fuerza en dirección a la salida.
―¿Cuándo dejarás de ser tan sensible, Sanders? ―se queja dando lo mejor de sí para contener su mueca dolor debido al orgullo―. Todo lo que digo es el resultado de observaciones empíricas de mi entorno. No es un ataque personal.
Alice solo se limita a responderle con un feroz portazo, dejando a un frustrado detective aun de pie frente a la sellada entrada del 221D. Más abajo, un curioso Watson había observado todo desde el umbral de la puerta a su habitación y no puede evitar soltar una burlona carcajada, atrayendo así la fastidiada mirada de su amigo.
―¿Problemas en el paraíso?
―Cierra la boca, John.
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