09 | The hounds of Baskerville |Parte II|

En un par de horas ya estaban listos para partir. Los colegas tomaron cada uno un pequeño bolso de viaje y empacaron lo necesario para el fin de semana. Alice conduciría, ya que, Dartmoor estaba a sólo unas cuatro horas de Londres, hacia el sur, y Holmes había previsto la necesidad de transporte adicional debido a la ruralidad de su destino.

―... ¿CRUCERO JUNTOS? ¡NO TENÍAS ALGUNA INTENCIÓN DE LLEVARME A UN BARCO!

―Oh, parece que la señora Hudson confirmó al fin la existencia de la esposa en Doncaster ―se sorprende el doctor mientras se une a sus amigos para observar la escena desde las afueras del café Speedy's.

―Esperen a que se entere sobre la mujer de Islamabad ―indica Holmes, quien inexpresivamente sostiene una abierta puerta del automóvil, pronto haciéndole un ademán a la chica para que imite al doctor y entre al jeep, pero esta se niega enérgicamente.

―Quiero ver si le da una bofetada...

―Sube de una vez.

Sanders observa curiosa la escena protagonizada por su casera durante un par de segundos más, para luego caer en cuenta del camino que el detective le indicaba.

―¿Qué? ¿tú?

―Si.

―Pensé que no conducías... ―dice contrariada.

―Claro que lo hago. Ahora dame las llaves.

―Pero...

Sherlock le quita las llaves y la empuja dentro del auto en dirección al asiento del copiloto. Watson, al igual que la chica, observa la situación con incredulidad; ambos uniéndose en un expectante silencio.

―¡Cállense! ―grita irritadamente el rizado al cabo de unos veinte minutos de viaje.

―No hemos dicho nada.

―Pensaban. Es molesto.

John se calla y devuelve su indiferente vista en dirección al paisaje. Alice por su lado, intenta prender el estéreo del auto, pronto recibiendo un fugaz golpe en la mano antes de que pudiera alcanzar el botón de encendido.

―Ni se te ocurra.

―¿Por qué no?

―No quiero escucharte cantar.

―No lo haré ―asegura sobando su mano.

―Ni tararear.

―No lo haré.

―Ni...

―¿Respirar? ―dice el doctor, integrándose desde el asiento primero―. Lo siento, pero así ella moriría

Holmes calla por unos segundos y le arrebata el teléfono celular a la chica, prende el estéreo y escoge una canción según su gusto; decidiéndose finalmente por Red right hand de Nick cave & the bad sedes.

https://youtu.be/Gmwc86yUydU

―¡Vaya! Otra prueba de tu buen gusto ―asevera ella con suficiencia, perdiendo también su mirada sobre el pasante paisaje que dejaban atrás. Sherlock finge no oírle.

Así, después de tres horas y cuarenta minutos de viaje, llegan hasta las afueras de Devon. Las interminables y verdes praderas que se extendían frente a ellos daban la ilusión de que la lúgubre ciudad de Londres se había esfumado hace una eternidad desde sus vistas. Holmes decide estacionarse a un costado de la poco transitada carretera principal, para así apreciar el paisaje del pueblo desde una mediana montaña rocosa. Pronto, John se une y señala las ubicaciones de Baskerville, Dewer's Hollow y el pueblo respectivamente, todo con la ayuda del mapa que examinaba. La chica, por su parte, acompaña al detective en las alturas.

―¿Qué es eso? ―grita para hacerse escuchar por Watson quien no tenía intenciones de escalar con ellos.

―Es un campo minado. Baskerville es prácticamente una base militar. Por lo que está rodeado ―asevera el doctor mirando en la dirección indicada por la joven con sus binoculares―. Asumo que siempre han intentado mantener a los intrusos fuera.

―Claramente ―finaliza el detective, pronto procediendo a bajar seguido de la chica.

Él da un enérgico salto para aterrizar seguro sobre el piso y se voltea hacia su compañera, quien arruga la nariz y se limita a sentarse sobre la roca, conflictuada. Aquella era una caída de al menos dos metros, y, debido a que sus cicatrices en el muslo y abdomen aun solían doler a causa de un bruto esfuerzo, un impulso como ese le podía sacar lágrimas. Sherlock le mira con petulancia debido al titubeo, bufa agotado y decide caminar hacia ella para indicarle con las manos que se afirme en él; tomándole desde la cintura y aproximándola hacia su cuerpo para ayudarle a bajar con suavidad.

Muchas gracias, my lord ―dice ella con un acento presuntuosamente inglés, aún bastante próximos el uno del otro. Sherlock levanta una ceja inexpresivamente, pero le sigue el juego respondiéndole solamente con un educado ademán de la cabeza. Así, ambos se separan y caminan independientemente en dirección al auto. John les sigue de cerca, aun sin comprender lo que había presenciado.

El detective conduce a sus amigos hasta el pueblo y siguen su camino hasta el principal hostal del lugar. Holmes estaciona el jeep y los tres se bajan de inmediato para encaminarse a la recepción. Ahí, mientras pasaban, escuchan a un joven en sus tempranos veintes hablar con un grupo de personas sobre la cantidad de recorridos turísticos disponibles cada día. Enérgicamente repartía volantes para todos los presentes, los cuales miraban con avidez el poster que el chico cargaba con él, cual rezaba: "Cuídese del sabueso".

Sherlock bufa incrédulo y sube arrogantemente el cuello de su abrigo; siendo observado atentamente por sus amigos.

―¿Qué? Hace frío.

Alice y John se observan mutuamente con suspicacia, como si leyeran los pensamientos del otro. Así, al entrar, la joven se apresura hacia el baño, mientras que los amigos caminan directo a la recepción. Sherlock paga el total, abandonando a John para que llenara la información requerida por el hostal.

―Lamento no tener una habitación doble para ustedes, muchachos.

―Está bien ―el alarmado doctor luce desconcertado por unos segundos―. Nosotros no...

―Aquí tienen. Ya les daré su cambio ―dice con una genuina sonrisa el afable hombre de la recepción entregándole las tres llaves a John, quien se queda sin palabras.

Eventualmente, Alice se le aproxima, aun intentando quitar la humedad de sus manos y mira a su amigo con curiosidad al notar su incómoda expresión.

―¿Qué sucede?

Watson le ignora al notar una boleta de compra de carne roja sobre el aparador; lo cual resultaba extrañamente contradictorio, ya que, aquel era un restaurant vegetariano. Sanders se apresura en guardar el papel dentro de su bolsillo al notar donde yacía la atención del doctor. En ese mismo instante, el recepcionista vuelve a escena.

―No pude evitar fijarme en el mapa del páramo ¿Una calavera y Huesos cruzados?

―¡Oh, eso!

―¿Piratas? ―bromea la chica y el rizado hombre ríe con amabilidad.

―No, no. Ese es el campo minado de Grimpen.

―Claro.

―No es lo que piensa ―se apresura en añadir―. Aquel es el campo de pruebas de Baskerville. Ha estado allí por más de ochenta años. No estoy seguro de qué haya ahí realmente.

―¿Explosivos? ―inquiere un casual John.

―Oh, no sólo explosivos. Vaya a un recorrido en ese lugar, y dicen que si tiene suerte puede que simplemente salga de ahí en pedazos. Sólo les advierto, por si salen de paseo.

Alice ríe por lo bajo mientras recibe dos cervezas, para así seguir a Holmes fuera del lugar, quien procedía a sentarse frente al joven que guía los recorridos turísticos en las cercanías. Sanders se les une y le entrega su bebida al rizado.

―No es verdad ¿o sí? Tú no has visto a ese... "Sabueso" ―interroga el rizado al chico de turismo.

―¿Son de la prensa?

―No nada de eso. Sólo turistas curiosos ―replica ella tomando un despreocupado sorbo de su cerveza. El desconfiado chico vuelve a darles las espaldas a los colegas.

―¿Lo has visto?

―Tal vez.

―¿Tienes alguna prueba?

―¿Por qué iba a decirles? ―espeta molesto el guía turístico, poniéndose de pie―. Disculpen.

Holmes se apresura a hablar para evitar su partida.

―Gané la apuesta, Sanders.

―No puede ser tan simple como eso ―se queja ella, siguiéndole el juego―. Maldición.

El joven se voltea contrariado en dirección a los amigos.

―Esperen ¿Qué apuesta?

―Bueno, le aposté a ella que usted no podía probar que había visto al sabueso.

―Cincuenta libras perdidas ―espeta frustrada al mismo tiempo que saca su billetera―. Los chicos en el pub aseguraron que podías probar la existencia del monstruo.

―Bueno, vas a perder tu dinero, amigo ―le dice a Holmes con desdén.

―¿A si?

―Si. Hace un mes aproximadamente en el páramo lo vi. Estaba lleno de niebla, así que no pude rescatar mucho.

―Ya veo, sin testigos supongo...

―No, pero...

―Que conveniente, nunca los hay.

―No, esperen ―levanta la voz mientras busca distraídamente en su celular para mostrarles una foto―. Miren.

―¿Eso es todo? No son pruebas suficientes en absoluto ―espeta con burla, ello mientras bebe de su cerveza. Watson se les une en silencio, intentando comprender el contexto de la plática que llevaban sus amigos―. Págame, Sanders.

―Esperen. Eso no es todo. A la gente no le gusta ir al paramo ¿sabe? Les da mala espina.

―¡Oh! ¿Está embrujado?

―No. Nada de eso ¡No sea estúpido! ―le reprocha al burlesco rizado―. Pero me parece que hay algo suelto, algo perteneciente a Baskerville.

―¿Un clon? ¿Un perro mutante? ¿¡Un muto!? ―agrega Alice con interés. El chico asiente lentamente.

―Puede ser. Sólo Dios sabrá cómo nos han estado contaminando todos estos años. No confío en ellos...

―¿Eso es lo mejor que tiene? ―lo interrumpe Sherlock maleducadamente.

―... Hace tiempo tuve un amigo en el ministerio de defensa ―cuenta lúgubre―. Un día cualquiera, luego de que el volviera de un viaje nos juntamos a pescar. Ahí lo volví a ver, blanco como una sábana «Hoy he visto cosas terribles, Fletcher» me dijo. «Cosas que no quiero volver a ver». Por lo que supe, lo habían enviado a una locación secreta por cosas de trabajo. Pero, al volver, él... no era el mismo sujeto que yo alguna vez conocí ―comenta consternadamente, escarbando con cuidado dentro de su mochila―. En los laboratorios de allí, en los realmente secretos, dijo haber visto cosas verdaderamente terribles. Ratas grandes como perros y perros... perros del tamaño de caballos ―finaliza mostrando una gran huella marcada con precisión en una placa de barro seco. Los tres colegas se miran anonadados, para luego continuar contemplando la indiscutible prueba física de la existencia de aquel sabueso.

―¿Dijimos cincuenta libras? ―le recuerda la joven y Sherlock se apresura a entregarle el dinero para caminar con rapidez en sentido contrario, seguido de inmediato por John.

―Muchas gracias.

―Buena suerte ―le desea el orgulloso joven, la chica le cierra un ojo en respuesta antes de apresurarse hacia sus amigos.

―... Hablé con Henry Knight...

―Aún queda una hora de luz, John. Necesito oscuridad absoluta para llevar a cabo el plan que le concierne a él ―refuta Holmes cerrando con fuerza la puerta del automóvil. Watson se le une de copiloto, siendo la chica renegada a regañadientes hasta el asiento trasero.

El detective inicia marcha sin decir una palabra y conduce hasta la entrada de Baskerville, bajo las nerviosas miradas por parte de sus compañeros. Al llegar a la resguardada recepción de la base militar, son frenados por dos soldados armados, quienes proceden a rodearles dejando a sus entrenados perros olfatear el exterior del automóvil. Un tercer vigilante se acerca exigiendo con firmeza alguna identificación, a lo cual Sherlock responde de inmediato con amabilidad. John se voltea para mirar a Alice y comprobar que ella estaba tan confundida como él.

―¿Cómo diablos?

―No es específicamente para este sitio, Sanders. Es de Mycroft. Y, ya saben... Acceso a todas las áreas ―el detective aclara su garganta ásperamente―. Se la robé hace un par de años, sólo por si acaso.

―¡Brillante!

―¿Qué cosa? ―pregunta confundido.

―¡Nos atraparán!

―Claro que no, John ―Watson entrecierra los ojos, causando que el rizado suelte una última aseveración con honestidad―. Bien, tal vez ahora no... Pero si en un par de minutos.

«Hola. Buenas tardes. Pensamos dar un recorrido por su base militar ultra-secreta, por favor»

«¿Puedo tomarme una foto con su chihuahua gigante de dos cabezas? Por favor, es mi cumpleaños».

Apoya irónicamente la chica al doctor. Holmes sonríe con tranquilidad, ignorándoles, para luego observar como las puertas se abrían frente a ellos. El militar le entrega su identificación al mismo tiempo en que le da unas pocas indicaciones, e inician marcha. Sanders y Watson se tragan su sarcasmo con amargura, volviendo a sentarse rectamente y silenciosos en sus respectivos puestos. Sherlock mantiene su alegre fachada al notar la actitud de sus amigos.

―El nombre de Mycroft literalmente abre puertas...

―Se los dije ―frena a John―. Él es prácticamente el gobierno británico. Y calculo que tenemos al menos veinte minutos antes de que noten que algo anda mal.

Un nuevo guardia les indica que se detengan y estacionen el jeep. Sherlock obedece y los tres siguen al militar. De pronto, un vehículo se estaciona frente a los colegas, bloqueándoles el paso.

―¿Qué pasa? ―consulta el agitado hombre―. ¿Tenemos algún problema?

―Tenemos algún problema, SEÑOR ―le corrige Holmes con voz autoritaria al inmiscuido militar que acababa de bajarse desde el automóvil. La chica no puede evitar perder el aliento durante un segundo debido a la impresión.

―Lo siento, señor ―asiente asertivo.

―¿Nos estaban esperando?

―Su identificación fue registrada de inmediato, señor Holmes ―explica―. Cabo Lyons, seguridad ¿Algo anda mal, señor?

―Espero que no, cabo. De verdad que no.

―Lo que sucede es que aquí no se hacen inspecciones. Nunca las han hecho ―insiste―. Simplemente no pasa, señor.

―¿Ha escuchado hablar sobre inspecciones sorpresa? Capitán John Watson del quinto regimiento de fusileros de Northumberland ―espeta el doctor, caracterizándose automáticamente en su papel de soldado. El cabo responde el formal y ceremonioso saludo, para luego observar a la chica con curiosidad. Esta busca dentro de su billetera y saca una brillante insignia plateada.

―Alice Sanders, MI6 ―sus colegas la miran imperceptiblemente de reojo.

Watson se adelanta en conjunto al cabo Lyons, mientras que Sherlock camina próximo a Sanders lanzándole una mirada interrogante.

―¿Qué? Todos usaban sus alias. Yo sólo quería ser popular.

―¿La insignia?

―Riley tenía unas cuantas arrumbadas por ahí. Anthea se las había conseguido.

Holmes bufa incrédulo ante el egoísmo de ella.

―Y para navidad me regalaste un estúpido perfume... ―se queja.

―Deja de lloriquear ―espeta ella introduciendo su mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta del rizado para depositarle disimulada y sutilmente la placa dentro―. Feliz... ¿Cumpleaños?

Los tres se detienen fuera de la puerta, ya que el cabo dudaba al observar nuevamente a los colegas.

―Me temo que el teniente Barrymore no estará contento, señor. Tendrá que verles a los tres de inmediato.

―Dudo que poseamos el tiempo suficiente. Tenemos que hacer una revisión exhaustiva. Ahora mismo y es una orden, cabo ―espeta el doctor con autoritaria voz. Ganándose unas genuinas miradas de admiración por parte de sus amigos.

―Por supuesto señor.

El cabo pasa su tarjeta de autorización por la banda magnética que se encontraba en las afueras de la puerta, siendo imitado por el detective de inmediato, quien mira su reloj de muñeca con avidez.

Bonito toque. Nos hiciste temblar sobre nuestros zapatos, John ―susurra la chica, siendo audible sólo para sus colegas. Sherlock sonríe imperceptiblemente en respuesta.

Hace años que no abusaba de mi rango.

¿Lo disfrutaste?

Oh, sí ―le responde el satisfecho doctor a su amigo.

Pronto son guiados hasta un ascensor el cual necesitaba autorización nuevamente, así los tres son escoltados hasta el piso menos uno del recinto. Cuando las puertas se abren, un intenso e inmaculado blanco ambiente es expuesto a la vista de todos, casi encandilándoles por un segundo. Al cabo de unos metros de caminata, los colegas se sorprenden al ver la cantidad de animales enjaulados y personal científico en los alrededores.

―¿Cuántos animales mantienen aquí? ―consulta Holmes.

―Muchos, señor.

―¿Alguna vez han escapado?

―Tendrían que saber usar el ascensor, señor. No los estamos criando tan listos.

―A no ser que reciban ayuda ―pronuncia el investigador con ironía, observando penetrantemente a un hombre cano de semblante sereno que caminaba hacia ellos.

―¡Ah! ¿Y ustedes son...?

―Está bien, doctor Frankland. Sólo les muestro las primicias.

―¡Caras nuevas, que bien! Aunque tengan cuidado de no quedarse atrapados. Yo sólo vine a arreglar un grifo y heme aquí, veinte años después ―bromea ávidamente antes de proceder a caminar. Sherlock y Alice comparten una suspicaz mirada mientras Watson se dirige otra vez hacia Lyons, aun dentro de su papel.

―¿Hasta dónde baja ese ascensor?

―Muy abajo, señor.

―¿Qué hay allá abajo?

―Hay que guardar los desechos en alguna parte ¿no? Señor ―explica asertivo―. Por aquí, por favor.

―Entonces ¿Qué hacen aquí exactamente?

―Pensé que lo sabía señor, ya que esto es una inspección...

―Bueno, yo no soy un experto ¿O sí? ―se defiende el doctor, haciendo que su severo tono de voz nuevamente intimidara a aquel joven militar.

―Desde investigación con células madre, hasta la cura al resfriado común, señor.

―Pero armamento en su mayoría ¿Verdad?

―Sí, de alguna forma.

―¿Biológico o químico? ―interviene Alice.

―Cuando una guerra termina, otra comienza. Señorita. Nuevos enemigos que combatir y debemos estar preparados.

Nuevamente Sherlock repite el proceso de identificación junto al ascensor y bajan un piso más en asesor y son recibidos por una profesional mujer en sus cuarentas.

―Doctora Stapleton ―se apresura el cabo luego de llegar a su destino.

―¿Stapleton? ―repite el detective con asombro, como si hubiese recordado algo importante.

―¿Si? ―consulta la extrañada aludida―. ¿Quiénes son?

―Prioridad ultra, señora. Una inspección ordenada por altos mandos del gobierno.

―¿Es en serio?

―¿Cuál es su función en Baskerville?

La interpela el detective con brusquedad. Ella ríe algo anonadada por la extraña situación de la que era parte.

―No puedo decirlo ―responde segura―. Secretos oficiales.

―Ciertamente que sí es libre, le sugiero que siga de esa forma.

―Tengo muchos dedos metidos en diferentes pasteles. Me gusta mezclar sabores. Bueno, genes mayormente ―confiesa sin más, algo desinteresada―. Y de vez en cuando... dedos de verdad.

―¡Stapleton! ―exclama Sherlock de pronto―. Sabía que conocía su nombre...

―Lo dudo.

―Es dicho que no existen las coincidencias ―espeta con arrogancia el detective mientras anota algo en su libreta―. Qué aburridas vidas deben llevar aquellos que no creen ―finaliza el rizado levantando en alto su escrito. Confundiendo de inmediato a la científico.

―¿Ha estado hablando con mi hija?

―¿Por qué Bluebell tenía que morir, doctora Stapleton?

―El conejo... ―murmuran sus amigos haciendo sentido del repentino cambio de rumbo de la investigación.

―Desapareció desde dentro de una asegurada conejera. Que sugerente. Claramente un trabajo interno ¿Por qué? ―musita―. Porque brillaba en la oscuridad.

―No tengo idea de lo que habla ¿Quién es usted?

De pronto, Sherlock mira en dirección a su muñeca y comienza a despedirse bajo la atónita mirada de todos.

La científico intenta interrogarle, pero sus intentos son infructuosos, ya que los visitantes suben con suma prisa hasta el ascensor.

―¿Nos introdujimos a una base militar para investigar a un conejo? ―pregunta Watson enfadadamente, intentando mantener el paso de su alto amigo. El elevador los devuelve hasta el piso menos uno y ellos continúan con su carrera hasta la superficie.

―¡Ja! veintitrés Minutos. Mycroft se está volviendo lento.

Se regodea el rizado mirando con satisfacción su teléfono móvil. Pero, esta vez deben compartir el ascensor con el doctor Frankland, quien les recibe con amabilidad. Cuando al fin llegan a primera planga, se sorprenden al ser esperados por un aparentemente irritado militar con severo semblante.

―Mayor... ―musita el joven militar que les acompañaba.

―¡Esto es un maldito escándalo! ¿Por qué no fui avisado?

―Mayor Barrymore ¿verdad? ―inquiere John intentando entrelazar manos con el enfadado militar quien le ignora. En vista de la naciente sospecha, los tres colegas proceden a caminar con rapidez en dirección a la salida a pesar de la inamovible posición del mayor, el cual ahora les seguía regañando furiosamente.

De improvisto, el cabo Lyons se apresura a encender una alarma. Habían descubierto y sido alarmados de que la identificación no estaba autorizada. Las primicias comienzan de inmediato a manifestar estado de emergencia debido a los potenciales intrusos.

―¿Quién es usted?

―Debe haber un error en el sistema. Tendrá que hacer un informe al respecto ―le defiende Alice con aplomo, al mismo tiempo en que Sherlock le entrega su documentación al Mayor.

―Aparentemente no se trata de... Mycroft ―musita iracundo al no reconocer al Holmes en la foto―. ¡¿QUÉ RAYOS SUCEDE! ―grita exasperadamente. Causando que el doctor Frankland interfiera.

―No se preocupe. Sé exactamente quienes son estos caballeros.

―¿Lo sabe?

―Si. Me estoy volviendo algo lento con el reconocimiento de caras, pero el señor Holmes es alguien a quien no esperaba ver por acá.

―Oh... Bueno... ―susurra Holmes.

―Qué bueno verte otra vez, Mycroft ―coincide el cano doctor estrechándole fraternalmente su mano. Sherlock responde con naturalidad―. Tuve la oportunidad de conocerle en una conferencia de la OMS en... ¿Bruselas?

―Viena.

―Oh, Viena. Eso es... ―asiente con complacencia―. Este es Mycroft Holmes, señor. De seguro fue todo un error.

Barrymore le indica al cabo Lyons que apague la alarma del lugar y mira desafiantemente a Frankland.

―Que pese sobre su cabeza, doctor.

―Muy bien, yo les mostraré la salida. No se preocupe cabo.

Los cuatro se apresuran a salir del lugar. Alice aprieta y libera con intensidad sus puños, compartiendo pronto una tensa mirada con John. Aquel militar no les había agradado en absoluto.

―Gracias.

―Esto es sobre Henry Knight ¿verdad? ―pregunta el cano doctor acelerando su paso hasta alcanzar a los colegas y mirarles con detalle. Estos comparten una cómplice e involuntaria mirada―. ¡Eso pensé! Sabía que él necesitaba ayuda, pero nunca imaginé que fue a contactar a ¡Sherlock Holmes! ―comenta entusiasmadamente―. No se preocupen, sé quiénes son. Nunca salgo de su sitio web. Creí que usaría su gorra.

―Esa no era mi gorra.

―A penas lo reconocí sin la gorra.

―Esa NO era mi gorra ―vuelve aclarar irritado.

―También leo el blog, doctor Watson. Me fascina.

―Muchas gracias.

―Ese de la cosa rosada y el de la muleta de aluminio. Sin mencionar el escrito por usted señorita Sanders, el de las hermanas y el diamante. Reí durante todo el relato.

Alice sonríe evasivamente y continúa, acelerando su marcha en dirección al automóvil. Pero calmando su paso al notar que Sherlock se detenía.

―¿Conoce a Henry Knight?

―Bueno, en realidad conocí a su padre. Aunque él tenía un gran número de teorías locas sobre este lugar... De cualquier forma, seguía siendo un muy buen amigo ―el cano doctor se voltea disimuladamente. Para luego hablar con cuidado―. Verán, no puedo conversar libremente ahora. Pero, en caso de cualquier cosa que necesiten saber, este es mi número telefónico. Si cree que puedo ayudar sólo llámeme.

―Nunca pude preguntar, señor Frankland ―añade el detective―. ¿Qué es lo que verdaderamente hacen aquí?

―Me encantaría decirle, señor Holmes. Pero luego debería asesinarlo ―ríe ávidamente, pero Sherlock mantiene su impasible postura.

―Eso sería extremamente ambicioso de su parte ―bufa irónico―. Hábleme de la doctora Stapleton.

―Nunca habla de un colega.

―Eso es exactamente lo contrario de lo que hace al negarse tan rotundamente. Es sospechoso

―¿Es así no?

―Estaremos en contacto.

―Cuando quiera.

Sherlock se apresura hasta el jeep, bajo el interrogante semblante de sus amigos.

―¿Y? ¿Qué fue eso sobre el conejo? ―inquiere la chica posicionándose a su lado. Él la mira con soberbia y procede a subir el cuello de su abrigo con una expresión segura suficiencia.

―¡Oh, detente por favor! ―se queja ella y John se une.

―¿Podemos dejar de hacer esto? Sólo por ahora.

Holmes se detiene y contempla a ambos contrariado.

―¿Hacer qué?

―Tú, subiendo el cuello de tu abrigo y siendo todo misterioso para lucir genial ―replica el doctor con ímpetu y fastidio antes de subirse a la parte trasera del auto. Sherlock mira a Sanders, aun confundido.

―Yo no hago eso.

―Sí, lo haces ―regaña, aunque, pronto parece irse perdiendo en lo mucho que le agradaban las facciones de su amigo―. Siempre lo haces. Y debo reconocer que de verdad te hace lucir... ―la chica, algo aturdida, se frena de inmediato al notar que hablaba en voz alta―... Bastante bien.

Estupefacta, ella arranca hasta al jeep en donde un silencioso Sherlock se integra como conductor, y antes de partir él gira su cabeza hacia la morena; sólo observándola con una arrogante, pero, sobre todo petulante ceja alzada. La chica se limita a ignorarle contemplando el paisaje fuera de la ventana, tratando así de ocultar la ardiente rosácea sobre las manzanas de sus mejillas.

―Entonces... ―comenta John desde la cabina trasera―. ¿El conejo?

―Kirsty Stapleton. Cuya madre se especializa en mutación genética.

―Hizo que el conejo de su hija brillara.

―Presumiblemente con un gen floreciente de medusa. Removido y trasplantado en otro espécimen. Una práctica común estos días ―agrega la chica, aun sin quitar la vista desde el paisaje. John asiente lento, pero, aun curioso.

―¿Y?

―Ahora sabemos que la doctora Stapleton hace experimentos en animales. La verdadera pregunta es ¿ha trabajado en algo más mortal que un conejo?

―Para ser justos, ese es un campo bastante amplio ―finaliza el doctor con gracia, al mismo tiempo en que se vuelve a sentar correctamente en la cabina trasera. Holmes no parece haber entendido la ironía en absoluto.

Eventualmente, los colegas arriban a su destino: La casa de Henry Knight. Desde un principio el doctor parece anonadado, observando con admiración cada rincón del lugar como si no creyera lo que ven sus ojos; la amplitud y armonía de decoración del lugar era distractora, modernidad en medio de un pueblito atrapado en el tiempo. En tanto, a diferencia de Watson, sus compañeros acompañan al dueño de casa con naturalidad a través de los pasillos.

―¿Es acaso usted rico? ―dice John bajo la molesta mirada de sus amigos. Henry se encoge de hombros y asiente casual, para luego seguir guiándoles hasta la cocina, en donde los amigos son invitados a tomar asiento para prepararse bebidas calientes.

―Hay un par de palabras que aparecen constantemente en mi mente ―comenta el pensativo dueño de casa―. "Liberty" y "In"... Sólo eso.

John anota las palabras con cuidado en su libreta, mientras que la chica le da un sorbo a su café antes de interrogar al rizado en junto.

―¿Aquello significa algo para ti?

―Libertad en la muerte ―dice con mirada ausente―. ¿No es esa la expresión?

―La única verdadera libertad ―repiten ambos como un susurro y al unísono. Henry, luego de guardar la leche, se voltea hacia a ellos, su expresión de angustia permanente poco variaba.

―Entonces ¿Ahora qué?

―Sherlock... ―interviene John, al fin dejando de lado su libreta―. Tienes un plan ¿No?

―Correcto ―asiente acompañado de una falsa sonrisa―. Te llevamos devuelta al páramo.

―Está bien.

―...Y vemos si algo te ataca ―finaliza aún más alegre.

―¿¡Qué!? ―espetan sus tres acompañantes al mismo tiempo con desconcierto. Sherlock les regala una confiada sonrisa.

―Eso debería acelerar las cosas.

―¿De noche? ¿Quieren que vaya de noche hacia el páramo? ―musita casi imperceptiblemente el traumado hombre.

―Así es.

―¿Ese es tu plan? ¡es una idiotez! ―le regaña la morena con fastidio. Holmes le devuelve una resentida mirada.

―¿Alguna mejor idea?

―Ese no es un plan ―insiste iracunda―. Pretendes usar a Henry como carnada sabiendo que su salud mental está comprometida ―continúa cada vez más enojada, ya que, el detective no cambiaba su petulante expresión desafiante―. Y, si es cierto que hay un monstruo allá, ninguno de nosotros está seguro...

―Si hay un monstruo allá afuera, Sanders ―refuta con suficiencia―. Sólo nos queda una cosa por averiguar y es en donde habita.

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