08 | The blind banker |Parte I|

Para el Martes Alice había ya terminado con gran parte del trabajo pendiente dejado por Donovan, eso gracias a que estuvo durante todo el día anterior sin levantarse desde su cubículo con el único objetivo de avanzar lo más rápido posible en sus relevados deberes administrativos. Por lo tanto, con Lestrade y Sally fuera de la ciudad, la chica no tenía mucho más que hacer. Así es como, tan pronto salió desde el edificio, emprendió camino en dirección a un supermercado, ya que su alacena estaba misteriosamente casi vacía, otra vez. Y, luego de un par de eternos y abarrotados pasillos recorridos, ella ya se encaminaba hasta la caja registradora después de haber rápidamente escogido todo lo que necesitaba; aunque pronto su mirada es distraída por un próximo y familiar perfil.

―¿John?

―Oh... Alice ―responde instintivamente, aun mirando con desprecio hacia la máquina registradora que tenía en frente.

―¿Qué sucede, por qué le gritas a la caja? ―para ese entonces, a la chica se le hacía imposible ocultar su incipiente risa, es por ello que intenta distraerse con el mensaje de error en la registradora.

―No lo sé, no reconoce nada de lo que quiero comprar y al parecer me quedé sin saldo. Tendré que ir devuelta al 221B para pedirle su tarjeta a Sherlock...

―Ten, usa la mía.

―No, no, no...

―Después me las arreglo con Holmes, no te preocupes. Se lo descontaré de su parte del dinero que me da Mycroft ―la chica sonríe segura y toma el puesto de un dubitativo Watson para escanear los productos de ambos.

―Eso suena bien, se lo merece después de todo ¡siempre soy yo el que debe hacer las malditas compras!

Alice asiente entretenida y, poco después de pagar, ambos abordan un taxi en dirección a la calle Baker. Al llegar, John deja las bolsas de su compra en la cocina y se ofrece a ayudar a Alice para subir lo suyo, ya que, la chica había comprado el doble, ello como una medida de mitigación ante los saqueos de los que frecuentemente era víctima. Y, así, cuando Watson baja devuelta hasta el 221B, el detective les esperaba en el escritorio de la sala, al parecer leyendo un interesante email.

―¿Esa es mi computadora? ―pregunta John con un inconfundible irritado tono de voz.

―Por supuesto ―le responde su descarado amigo sin mirarle mientras continuaba escribiendo―. Mi laptop está en mi dormitorio.

―¿Qué... y no pudiste tomarte la molestia de levantarte a buscarle?... Mi computadora es privada ¡está protegida con una contraseña!

―Me llevó menos de un minuto adivinarla. No es exactamente el "Fort Knox" ―dice Sherlock con sorna y una leve sonrisa malévola, vigilando de reojo a la chica quien recién se integraba al lugar.

―De acuerdo, gracias ―interrumpe el exasperado doctor mientras le arrebata la computadora a Holmes desde las manos.

―Te entiendo John, a mí tampoco me gustaría que alguien de dudosos propósitos o, cualquiera en este caso, ocupara mi laptop sin permiso.

Sherlock ignora a sus vecinos y sólo sitúa las juntas manos estiradas bajo su mentón, cerrando los ojos momentáneamente. En tanto, la indiferente chica avanza en la sala y ocupa el sofá de Holmes, ello mientras Watson revisa con preocupación las cartas que había sobre la mesita de té frente a la chimenea.

―Debo encontrar un trabajo... ―comenta abatido―. Con urgencia.

―Aburrido ―bufa el detective saliendo repentinamente desde su trance.

John hace una silenciosa mueca debido al estrés y observa con atención el perfil de su amigo, vigilando a Alice también con su incómoda mirada periférica.

―Sherlock, escucha... ¿Estarías dispuesto a....? ―el detective seguía con los ojos cerrados―. ¡Sherlock! ¿me estás escuchando?

―Ya se murió ―ríe la rubia quien observa al inerte rizado por sobre su hombro.

Aunque, para la sorpresa de ambos, su compañero se alza enérgicamente y con revitalizado ánimo esta vez.

―Debo ir al banco ―Holmes camina con rapidez hasta el umbral de la puerta y se coloca su abrigo. Con la mirada fija en Alice quien, a diferencia de John, parecía no querer moverse desde donde estaba sentada―. Tú vendrás con nosotros.

―¿Por qué...?

Y, antes que la joven pudiera formular una pregunta, el detective ya iba bajando las escaleras con John siguiéndole desde cerca, por lo tanto, su siempre impertinente curiosidad le obliga a ir tras ellos.

Eventualmente, los tres abordan un taxi hacia el banco cual, ubicado en un enorme edificio de diseño vanguardista, contrastaba con enormidad frente al resto de tradicionales edificaciones que se alzaban en aquella céntrica cuadra.

John y Alice, quienes en silencio seguían apresurados a Holmes mientras subían las eternas escaleras mecánicas en el lugar, reducen su velocidad al arribar hasta la segunda planta, la de recepción interna.

―Sherlock Holmes ―el detective se presenta con ceremonial tono a la recepcionista, la cual le dirige con gracia hasta el ascensor en donde marca el piso a donde había sido aparentemente citado.

Al bajar y emprender marcha, Alice va tras ellos, pero, pronto se distrae contemplando la cantidad de cubículos que había en esa sección del edificio, lo cual le hace recordar con amargura que aún le faltaban unos tantos expedientes y documentos por llenar para Scotland yard.

―¡Psst, Alice! ―John y su intento de susurro atraen la atención de la chica, y esta de inmediato se apresura hasta la oficina en donde se encontraban sus vecinos.

―... Colega ―Watson le daba un apretón de manos a un elegante hombre un poco más alto que él.

En tanto, Alice se integra a la oficina y se para instintivamente a la derecha de Sherlock. No pudiendo evitar sentirse incómoda de forma inmediata, ya que el hombre que previamente saludaba al doctor, ahora le miraba insinuante a pesar de que ella estaba abrigada de pies a cabeza con un largo abrigo acampanado y una abultada bufanda, sin mencionar su opaco cabello rubio cual, después del secado durante la mañana, era presa fácil de la estática y el frizz.

―Sebastian, ella es mi novia, Alice Sanders ―miente expresamente el detective, ello luego de notar la causa de la evidente incomodidad de su compañera, clavándole así una seria mirada al banquero.

―Hola ―dice la aliviada chica, convenientemente acompañada de una sonrisa fingida y haciendo una cortés reverencia, siguiendo el juego al igual que un suspicaz y extrañado Watson.

―... Claro ―susurra él con desconcierto―. Tomen asiento ¿quieren que mi secretaria les traiga algo? Café, agua...

―No, estamos bien ―responde John en nombre de los tres―. Gracias

―Así que te ha estado yendo bien. Has viajado mucho ―interrumpe el detective.

―Pues, si...

―Viajando todo el tiempo alrededor del mundo. Dos veces este mes.

―Okay ¡estás haciendo esa cosa otra vez!... ―asevera Sebastian con suspicaz tono y mirada―. Nosotros fuimos juntos a la universidad y, este tipo, tenía un truco que solía hacer con frecuencia. ―dice mirando a Alice y luego a John con una sonrisa burlesca.

―No es un truco... ―se defiende Holmes.

―... Él aseguraba que con sólo mirarte podría decirte toda tu historia de vida sin haberte conocido previamente...

―Sí, le he visto hacerlo ―añade John algo divertido por la perspectiva de una joven versión de su enigmático amigo.

―... Nos asustaba, todos lo odiábamos. Bajábamos a desayunar al salón ¡y este fenómeno sabía que habías tenido sexo la noche anterior!

―Yo sólo observaba ―Sherlock continúa sin perder la calma. Alice, muy por el contrario, debido a la anterior asistencia del detective a ella, ahora se tomaba la ofensa de Sebastian al rizado de forma personal, por ende, sólo deseaba golpearle la cara al idiota banquero para que se callara. Sin embargo, se contenía, ya que aún no estaba enterada del completo contexto.

―Vamos entonces, ilumíname. Dos viajes en el mes, volando alrededor del mundo. Estás en lo cierto ¿cómo pudiste saberlo? ―Holmes iba a hablar, pero Sebastian prosigue―. ¿Hay una mancha en mi corbata de algún tipo especial de cátsup cual sólo se puede comprar en Manhattan?

―No, yo...

―¿Es el barro salpicado en mis zapatos...?

―Solo hablé con tu secretaria afuera... Ella me dijo sobre los viajes ―John y Alice comparten extrañadas miradas debido a que sabían que el detective mentía. Sebastian, por su parte, ríe irónico ante la respuesta.

―Me alegra que hayas venido. Alguien ha irrumpido durante la noche y no sabemos cómo lo hizo.

Pronto, los tres son invitados a caminar fuera de la oficina en dirección al lugar en donde había acontecido lo que Sebastian estaba relatando.

―... Esta es la oficina de Sir William, ex presidente del banco ―cuenta mientras ingresa la clave en la puerta―. La oficina está aquí en forma de monumento y alguien entró anoche.

―¿Qué robaron? ―pregunta la chica.

―Nada, sólo dejaron un pequeño mensaje ―responde guiñándole sugestivamente un ojo a ella y volteándose hacia la puerta otra vez. Alice frunce los labios con disgusto y comparte una seria mirada con Sherlock, quien sólo rueda los ojos en respuesta.

Sebastian ahora usa una tarjeta de identificación para entrar hasta aquel monumento y los cuatro se detienen frente al retrato de un hombre, cual vista estaba rayada con un símbolo de brillante color amarillo; no mucho después teniendo que ir hasta la zona de vigilancia del edificio.

―Sesenta segundos de diferencia... ―comenta el banquero mientras le mostraba a Holmes, Watson y Sanders el video de seguridad de la noche anterior, en el cual faltaban sesenta segundos de imagen―. Así que alguien vino en medio de la noche, pintó y salió de aquí en menos de un minuto.

―¿Cuántas maneras hay de entrar a esa oficina? ―pregunta de pronto el ensimismado detective.

―Aquí es donde se pone realmente interesante. Cada puerta que se abre en este banco se cierra desde aquí ―dice indicando uno de los computadores encargados de la seguridad del banco―. Cada armario, cada baño.

―¿Esa puerta no fue abierta anoche?

El banquero niega solemne.

―Hay una brecha en nuestro sistema de seguridad, encuéntrala y generosamente te pagaremos, Holmes. Cinco cifras... Esto es un adelanto ―finaliza Sebastian sacando un cheque desde el bolsillo frontal de su elegante chaqueta de diseñador―. Dime cómo entró y habrá otro más grande en camino.

Él le ofrece el cheque al detective, pero Sherlock le ignora olímpicamente para abrirse paso fuera del lugar.

―No necesito incentivos, Sebastian ―refuta orgulloso, mirando hacia otro punto y retirándose finalmente, con Alice tras él. Al contrario de John, quien recibe gustoso el cheque ofrecido para financiar la investigación.

Holmes y Alice, después de unos minutos, vuelven hasta la oficina de Sir William. La chica toma fotografías con su celular, mientras que el detective escanea cada rincón en busca de pistas. En tanto, John se les une y le muestra a la joven el cheque de incentivo que le había ofrecido Sebastian a Sherlock, causando que ella arrugara el entrecejo debido a lo ridículamente alta de la cifra. Mientras tanto, el detective sale del lugar y comienza a moverse de un lado para otro, de arriba hacia abajo, montando sin querer un desconcertante show para los trabajadores. Sanders y Watson, anonadados con la escena, se miran el uno al otro en busca de ayuda, pero Sherlock pronto se detiene, y saca un papel desde una puerta para así finalmente ir hacia las escaleras, con sus compañeros siguiéndole de cerca.

―Dos viajes alrededor del mundo este mes... ―musita John―. No le preguntaste a su secretaria...

―Sólo lo hiciste para irritarlo ¿verdad? ―afirma la chica―. Al igual que decir que somos novios, gracias por eso. No soportaba su asquerosa mirada en mí ―agradece la rubia con cándido tono, ganándose una leve reverencia por parte de Sherlock.

―No hay de qué ―dice con voz monótona―. Comprendí tu incómodo semblante, a mí tampoco me agradan las miradas lascivas.

John, un par de pasos atrás, pestañea varias veces notablemente sorprendido, ya que ese era el primer gesto desinteresado que había visto a Holmes hacer para el beneficio de Alice en aquellas dos semanas de convivencia en la calle Baker. Así, eventualmente los colegas lllegan a la planta principal y se dirigen sin preámbulo hasta la salida del inmenso edificio de cristal.

―¿Cómo supiste lo de los viajes? ―consulta John, aún intrigado.

―¿Viste su reloj?

―¿Su reloj?

―La hora estaba bien, pero no la fecha. Esta era de hace dos días, así que deduje que cruzó el límite de fechas dos veces y no lo arregló.

―En un mes... ¿cómo supiste eso? ―esta vez pregunta la chica.

―En su muñeca tenía un nuevo Breitling, salió en Febrero.

―Bien, entonces ¿piensas que deberíamos buscar un poco más por aquí? Quizá nos faltó revisar algún lugar...

―Ya tengo todo lo que necesito saber, gracias.

―Ese grafiti era un mensaje ¿verdad? Para alguien en el banco... ―pregunta Alice, reacomodándose la bufanda alrededor de su cuello mientras Sherlock alza su brazo en el aire para solicitar un taxi.

―Exacto. Y lo ES para alguien que trabaja en las plantas comerciales, sería excelente si encontramos al destinatario...

―Eso quiere decir que aquello nos guiaría a la persona que escribió el mensaje ―añade finalmente el doctor.

―Obviamente.

―Hay más de trescientas personas que trabajan en este banco ¿cómo saber para quién iba dirigido?

―Pilares.

―¿Qué? ―preguntan ambos rubios al unísono

―Los pilares y las pantallas de la edificación. Hay pocos lugares desde donde se podía ver claramente aquel mensaje. Aquello, por supuesto, acorta el campo de búsqueda considerablemente. Además, la hora en que fue dejado el mensaje nos dice mucho ―explica el detective mientras todos observan como un taxi se estaciona ahora frente a ellos.

―¿Es cierto?

―Los financieros trabajan a todas horas y algunos negocian con Hong Kong en la madrugada ―él sonríe para sí mismo, permitiendo a sus acompañantes abordar el taxi―. Ese mensaje fue dejado para alguien que vino a medianoche ―dice finalmente alzando un papel con un nombre escrito para que sus amigos vieran, ello antes de que él les cerrara estrepitosamente la puerta de la cabina trasera frente a la cara de Watson.

―...Supongo que no hay muchos Van Coon en la guía telefónica ¿o sí? ―agrega Alice en voz baja, observando momentáneamente a un sorprendido John de soslayo, ello al mismo tiempo en que Sherlock, como copiloto, instruía al taxista sobre el destino a conducir y correspondía una cómplice mirada a través del espejo retrovisor a la chica.

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