07 | Trato hecho
Después de unas inesperadas estresantes horas, la joven arriba finalmente al 221 de la calle Baker. Y, aunque decidió caminar sola a casa terminando así exhausta, sube de igual forma en dirección al departamento B, ya que, su moral no le permitía sentirse tranquila consigo misma luego del trato acordado con aquel demandante hombre en El club de Diógenes.
John en tanto, se encontraba viendo televisión sentado cómodamente sobre su sofá individual, y, Sherlock por su parte, en la cocina, usaba un delantal color marrón además de unas grandes y transparentes gafas, todo ello mientras rostizaba lo que parecía ser un pulgar humano.
―Hola, John... Sherlock ¿qué diablos...? ―el doctor se voltea hacia la chica y le sonríe resignado. Holmes, sin embargo, ni siquiera se inmuta ante la presencia de ella y continúa concentrado en lo suyo.
―Alice, él está trabajando en un... Experimento... Aunque no me preguntes sobre qué trata, porque no podría imaginarlo ―le contextualiza con agotado tono de voz―. Bastante desagradable ¿no crees?
―Demasiado... ―concuerda aun con cara de espanto, ello mientras cuelga su abrigo y bufanda en el perchero junto a la puerta, dejando así a la vista su casual tenida de jeans ajustados y negros, además de beige blazer cual calidez hacía juego con el marrón tono de la cuerina de sus botines―. ¿Cómo has estado John?
―Bastante bien... nada nuevo.
―Qué bueno... ―murmura la distraída chica de vuelta, acercándose cada vez más a la cocina y sentándose finalmente frente a Sherlock. Este suspira profundo, para luego quitarse sus gafas protectoras y observar más claro a la chica al otro lado de la mesa.
―Basta de rodeos, Sanders. Hoy tuviste un día interesante, bueno, parte de él ¿por qué no nos iluminas? Tiene que ver conmigo, por algo estás aquí ―suelta a toda velocidad sin quitar su penetrante mirada desde ella. Watson apaga disimuladamente el televisor y se acerca curioso hasta la mesa en donde trabajaba el detective.
―Sí, algo pasó hoy... ―comenta afirmando su mejilla sobre su mano para así lucir desinteresada, sin siquiera inquietarse con la acertada deducción de Sherlock―. Sucede que un auto comenzó a seguirme desde Scotland Yard, y, luego de algunas cuadras, una mujer llamada Anthea se bajó de él y me pidió que me integrase a ella. Yo acepté a regañadientes y partimos hasta un adinerado recinto llamado "El club de Diógenes". Ahí me reuní con un hombre que...
―Te ofreció dinero ―completan John y Sherlock al unísono.
―Exacto.
―¿Aceptaste? ―interviene Holmes de inmediato, al fin soltando las pinzas y el rostizado pulgar, para así él juntar ambas manos frente a su barbilla con interesado semblante, como si estuviera a punto de saber el resultado de un bien anticipado estudio.
―Sí, si acepté, ya que supuse que podría darte una parte del dinero, ya sabes, para no parecer una total sinvergüenza ―se encoge de hombros desinteresadamente, aun bajo la escudriñadora mirada de sus compañeros―. A veces, si eres bueno conmigo, puedo alterar la información a tu ventaja y así ambos ganamos.
Sherlock se mantiene estático por lo que parece una eternidad, para luego agachar su cabeza y aplaudir levemente.
―¡Brillante!... ―celebra para la sorpresa de todos―. John, deberías ser un oportunista como ella... a veces.
―¡Hey! ―se queja ofendida―. Es verdad que te daré algo del dinero, pero debes recordar que yo tengo la palabra final en esto. Así que debes ser bueno conmigo. Además... ―continúa para salvar su manchada moral―. No lo hice sólo porque soy ambiciosa o materialista, sino que fue porque me di cuenta de que aquel hombre no quería hacerte daño precisamente. Él sólo quiere que te espíe por alguna razón sentimental... Así que me pareció una buena idea que me pagara por ser tu niñera. Al final del día no creo que sea algo que cualquiera pueda hacer y menos con tu impredecible temperamento.
El detective pronto enfría su semblante.
―Claro ―espeta despectivo―, eres una psicóloga. Se supone que debes saber cómo leer a las personas. Al parecer no eres tan mediocre como pensaba ―Alice rueda los ojos en respuesta, mientras John divaga en voz alta.
―... Me llevé una muy mala impresión de Mycroft cuando le conocí ―alza su consternada mirada hacia Holmes―. Pensé que quería dañarte Sherlock. Si tan sólo hubiese sabido que él era...
―¿Mycroft? ¿¡quién diablos puede llamarse así!? ―grita la chica aguantando una carcajada
―El mismo hombre que te dio el dinero que ahora tienes en tu cuenta...
―Su hermano, Mycroft Holmes ―dice John indicando al detective con un ademán de la cabeza.
―Espera... ¿su hermano? ―la joven abre los ojos con enormidad, en shock, para así examinar con cuidado las facciones de Sherlock, quien arruga la frente, visiblemente incómodo debido a la repentina atención de su entrometida vecina sobre él―. O sea, en algún momento pensé en similitudes. Noté que son igual de socialmente desagradables... Pero ¿¡hermanos!?
―Quiero la mitad del dinero ―interrumpe un indiferente Holmes, colocándose nuevamente sus gafas y volviendo a rostizar el pulgar cercenado cual sostenía con una pinza.
―Ni lo sueñes, te daré el 20%. Lidiar contigo va a ser estresante ―la chica saca su chequera desde el bolso que había colgado junto a la entrada y toma el lápiz que Holmes tenía frente a su microscopio.
―40%.
―30% debido a que sé que eres tú el agujero negro en mi alacena. Así que esta es mi última oferta ―el detective vuelve a alzar la mirada y quitarse las gafas para entrecerrar sus tenaces ojos en dirección a la rubia, aunque, luego de tan sólo unos segundos se rinde y accede con una leve reverencia.
―Acepto.
―Trato hecho.
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