❤️ 06 | Désiré, Désirée

El viaje de vuelta a Londres transcurrió sin mayor novedad más que John habiendo recibido un oportuno mensaje en su blog sobre un intrigante caso cual atrae la atención del detective quien, de inmediato, pretende atender al llamado de ayuda, no importando que hubiesen arribado esa misma mañana a casa. Así, los amigos decidieron emprender apresurado camino hacia el acordado lugar de encuentro con su cliente; Alice en tanto, al negarse a acompañarles, sólo se limitó a dormir durante el día, ignorando que la señora Hudson había amablemente intentado dejar una bandeja con comida en su habitación, pero, que no había visto más remedio que marcharse al no recibir respuesta por parte de su agotada inquilina.

De pronto, su vibrante teléfono celular le atrae de vuelta a la realidad. La despeinada morena intenta quitarse su largo y enmarañado cabello desde la cara y a tientas busca el teléfono entre sus frazadas. Eran aproximadamente las siete de la tarde y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, logrando así que su habitación fuese cada segundo sumergida en una cálida penumbra. Alice cierra los ojos con fuerza después de observar brevemente el casi cegador brillo de la pantalla de su móvil, no tardándose en adaptar su vista y leyendo así los mensajes que le habían despertado; Riley le contaba que se había encontrado con Nick hace un rato y que este, gracias a su nuevo empleo, había sido ascendido a un puesto en un importante ministerio estadounidense y pronto emigraría, así que la rubia proponía una junta de despedida para la próxima tarde.

Sanders se alza a duras penas y estira sus extremidades con floja delicadeza. Ella, al arribar en la mañana, se había dado una ligera ducha y ahora vestía su clásico pijama, el cual consistía en un largo pantalón de esmeralda velvet y una blanca playera sin mangas de cuello redondo, así que en la actualidad sólo se limita a caminar hacia la cocina con el objetivo de prepararse un tan necesario té mientras responde el mensaje de texto favorablemente.

―¿Dormiste todo el maldito día? ―se queja Holmes al integrarse en el 221D y notar que su despeinada vecina estaba en la cocina.

―Si ¿y?

―Es un desperdicio de tiempo.

―Bueno, es mi problema ―responde ella con casual indiferencia mientras reúne lo necesario para su té y él se detiene algo inseguro, ya que, temía empeorar su estado de ánimo.

―Aun estás enojada ¿verdad? ―pregunta tenso y la morena arruga el entrecejo mientras verte agua en su taza.

―¿Por qué estaría enojada contigo?

―Porque... ―extiende la palabra, ello debido a que intentaba descifrar el contrariado semblante de su amiga, la cual honestamente parecía perdida―. No lo sé. Sólo digo ―intenta retractarse―. Te has aislado y actuado como una indiferente idiota estos dos últimos días.

―Sólo sigo agotada por el viaje ―se excusa―. Tú tenías razón ―él alza una inquisitiva ceja―, beber y trabajar en un caso no es una combinación astuta.

―Precisamente.

Ella sonríe cerrado y toma puesto en una de las sillas junto a su mesa para dos. Sherlock, en tanto, pensativo, se prepara un té por sí mismo. Alice, aparentemente, no tenía clara memoria de lo sucedido en Irlanda; específicamente, de la ligera discusión que habían tenido en su cuarto, así que, si ella no traía ese preciso tema a la palestra, él tampoco lo haría, ya que, su ego había tomado el completo control de su embriagado cuerpo durante esa noche.

―¿Puedo preguntarte algo?

―Ya lo estás haciendo ―responde él en seco, ello mientras toma puesto frente a su amiga con la tibia taza de té entre sus pálidas manos. La morena suspira profundo y tuerce sus facciones con ligera incomodidad, causando que Holmes prediga de inmediato la consulta.

―¿Qué pasó luego de que arribáramos por la madrugada a la cabaña en Limerick?

―¿Realmente no recuerdas nada?

―Bueno... Recuerdo fragmentos, pero, no lo sé... ―duda insegura―. Creo que podría ser sólo un producto de mi ebria imaginación ―Sherlock bebe un sorbo de su té sin quitarle la mirada desde encima y ella pestañea repetidamente en su dirección, luego manteniendo sus verdes ojos bien abiertos debido a su alarmada curiosidad―. ¿Hice algo estúpido? John me fastidió durante todo el viaje en avión diciéndome Cenicienta porque uno de mis zapatos lo encontró en las escaleras.

El detective ríe ligero para sí mismo y se detiene sólo porque su amiga continuaba observándole preocupada.

―Estuviste en mi habitación durante un rato.

―Oh... ―musita ligeramente ruborizada. Holmes traga pesado, porque también comenzaba a caer presa de una infantil timidez―. Y... ¿Qué sucedió?

―No lo recuerdo todo de manera específica...

―Pero tú tienes memoria eidética ―le interrumpe de inmediato. Él rueda los ojos, exasperado.

―Sí, pero eso sólo significa que tengo la capacidad para recordar más detalle que una mente común cuando estoy en mis sanos cabales; sin embargo, bebí en exceso esa noche al igual que tú, así que los escenarios que perduran en mi memoria, aunque nítidos, no son completamente lineales o completos ―explica rápido, casi como un trabalenguas. Ella le observa atenta y asiente lento―. Mi cerebro decidió por sí mismo resguardar sólo algunos de esos recuerdos, no todo el contexto ni cada detalle.

―¿Entonces?

Él pestañea repetido mientras observa sus manos alrededor de su taza y suspira antes de conectar su mirada con la de ella.

―No tuvimos sexo, pero casi lo hicimos.

―Okay ―musita Alice, pensativa mientras bebe su té, pronto viéndose alarmada, tal como si una urgente memoria aflorara. Sherlock se sacude internamente, deseando que no fuese lo que él pensaba que era―. Eso lo explica entonces.

―¿Qué?

La chica se alza desde su puesto y baja parte de su pantalón para mostrarle su muslo al sorprendido y algo sonrojado detective; pequeños y circulares hematomas adornaban la pálida piel de invierno de ella, denostando un pasado y firme agarre por parte de él.

―Hoy en la mañana noté estas extrañas marcas y no se me ocurrió inmediatamente de qué podría tratarse ―comenta entretenida y él, algo perturbado, frunce los labios.

―Lo siento, no...

―Tranquilo ―le calma mientras vuelve a cubrirse y a tomar su puesto―. Ninguno de los dos estaba en su sano juicio esa noche.

―Si ―se apresura en agregar―. Es cierto. Ninguno de los dos estaba su sano juicio.

―No me extrañaría que tu espalda luciera algo irritada. Tu piel es tan pálida que cualquier cosa la vuelve colorada ―ella ríe y su compañero sólo arruga el entrecejo.

―No sería así si no te comportaras como una desenfrenada salvaje.

―Bueno, lamento haber causado todo ese caos en Limerick.

―¿Qué dices?

―De haberte importunado así.

―No fuiste tú ―aclara y ella parece genuinamente tomada por sorpresa. Sherlock continúa algo inseguro, ya que, ni siquiera él se reconocía a sí mismo en los fragmentos que recordaba―. El alcohol no es una buena suma a todo este asunto.

―No en exceso, es claro ―asiente, pero, pronto duda―. Aun así, te dio iniciativa...

―Actué como un completo imbécil.

―Siempre actúas así ―bromea ella y Sherlock le da un poco delicado puntapié en el tobillo―. Como sea ―continúa la chica con una entretenida mueca de dolor mientras soba su piel―. Cuando llegue el momento de jugar Cluedo, dentro de lo posible debemos estar en nuestros cabales. En control de lo que sucede para así poder recordarlo ¿no?

―Estoy de acuerdo.

Alice sonríe cerrado y baja su mirada hacia su taza, cuyo tibio contenido de claro color caramelo intentaba distraerle con su sereno y minúsculo oleaje causado por la agitación de su cuchara. Sherlock, aun algo culpable por lo que él recordaba sobre aquella noche, una breve y amarga escena en la cual se había comportado como un indolente idiota, duda una última vez si vociferar su remordimiento o no, pero, ella interrumpe sus cavilaciones.

―¿Venías para contarme sobre el caso que investigas con John?

―Es tema casi cerrado. Te contextualizaré una vez que sea resuelto ―dice con tono monótono, aun algo distante en sus pensamientos, volviendo en sí sólo para apoyar sus próximas palabras―. En realidad, sólo vine para comprobar cómo estabas.

―Estoy bien.

Cabizbajo, él sonríe ladino para sí mismo, bebe de un solo sorbo lo restante de su té y le dirige un respetuoso ademán de la cabeza a su amiga antes de dejar el 221D de manera decidida y casi apresurada, todo bajo la melancólica y cristalina mirada de ella.

.

A la mañana siguiente, el detective y el doctor emprendieron camino hacia el parque Hyde a tan solo un par de minutos desde su hogar. Ahí, un vagabundo de la red secreta de Sherlock aguardaba para entregarle una pieza clave para resolver su actual investigación, no obstante, primero tendría que comprobar su hipótesis en el equipado laboratorio de San Bartolomé.

―¡Molly! ―exclama Holmes al abrirse paso acompañado de John en la sala. La castaña se sobresalta durante un breve segundo, pero, al ver a Sherlock, no puede evitar sonreír de manera encantadora.

―¿Qué tal?

El detective pasa de largo y ella le sigue sonriente con la mirada. Watson, en tanto, se detiene frente a la forense y le observa sorprendido. La chica, quien arribaba de vuelta a Londres luego de casi un mes de vacaciones en el extranjero, lucía saludablemente bronceada y usaba su largo cabello rojizo suelto de manera despreocupada, dándole así un seductor aire veraniego a su look.

―Vaya, esas vacaciones debieron haber sido excelentes ―dice él y la forense se sonroja mientras recibe el fraternal y ligero abrazo por parte de John―. ¿No es así? ―pregunta en voz alta y el aludido, quien se mantenía ocupado preparando lo que deseaba revisar en el microscopio, ignora a sus acompañantes a propósito―. ¿Sherlock?

―Si, si... ―dice luego de observar el lente por un par de segundos. Tardándose en alzar realmente su mirada, pero, al hacerlo, nota que lo que infería John era cierto―. Oh, primera vez que mi impresionable compañero no exagera ―sonríe cerrado y ella le observa cristalina―. Tu tez nunca había lucido mejor, Molly. Los tonos cálidos realmente te hacen armoniosa gracia.

Así, él vuelve a lo suyo. En tanto, ambos sorprendidos observantes se mantienen en silencio. La agitada y conmovida forense pronto no puede evitar arrancar de la sala, porque estaba feliz, pero, aturdida; aquella era la primera vez que Sherlock le había hecho un genuino cumplido sin una pizca de veneno que le siguiera. John, por su parte, al notar que Hooper se había marchado a apresurado paso torpe, camina hasta posicionarse junto a él.

―Eso fue demasiado ―le reprende―. Ahora ella volverá a enamorarse de ti.

―Ella no estuvo o está enamorada de mí ―discute cada vez más fastidiado con el doctor―. Sólo es un capricho.

―Cual alimentas con esas palabras.

―Fue un genuino cumplido que tú instigaste si mal no recuerdo. Así que déjame en paz ―bufa irritado mientras vuelve a enfocar su vista en el lente. De esa manera, el rizado se mantiene inmerso en la investigación, no tardando en verse ligeramente distraído por el molesto comportamiento de John quien escribía y reía para sí mismo sin parar―. ¿Qué edad tienes? ¿dieciséis?

―Oh, dame un respiro ―refunfuña el rubio, sin dirigirle la mirada, aún pendiente de su teléfono―. ¿A qué hora terminarás con eso para que le comuniquemos los hallazgos al cliente?

―¿Por qué la prisa?

―Iré a pasar la noche al apartamento de Darleen. Sus compañeras de piso estarán fuera durante el fin de semana.

―¿Y luego te aburrirás de ella también? ―agrega burlón.

―Cierra la boca ―espeta ceñudo y Sherlock ríe satisfecho―. La señora Hudson también saldrá este fin de semana, pero, ella no dijo dónde o con quién, así que yo infiero que debe ser con el panadero del Speedys ―comenta luego de un rato, pero, su amigo no responde―. Llevaría a Darleen a casa sino fuera porque no hay manera de sacarte a ti del 221B.

―Bien pensado. Eres libre de marcharte por el tiempo que desees.

―Claro ―responde suspicaz―. Supuse que no te molestaría en nada la idea de quedarte a solas con Alice.

―Ella vive en su propio piso.

El doctor entrecierra sus ojos y se cruza de brazos, sin molestarse en intentar disimular que deseaba irritar a su compañero, pero, este le ignora; tenía cosas más importantes que repasar en su mente. No mucho después, cuando una recompuesta Molly se vuelve a unir, el detective decide que era hora de marcharse y así lo hace, sin despedirse. John le sonríe algo incómodo a la forense, ello para pronto seguir a su indiferente amigo hacia un taxi cual les dirige hasta la residencia de su cliente.

Alice en tanto, a tan solo diez minutos de distancia, en la Galería nacional de arte británico, recorría sus amplios y elegantes pasillos en compañía de Nick y Riley, ya que, había sido el primero quien eligió el panorama para la desgracia de la última.

―Si no me agradaras tanto, ya me habría marchado ―se queja la rubia―. Deberíamos estar bebiendo, bailando ¡DISFRUTANDO! ―grita lo último, pero sus acompañantes le reprenden algo temerosos porque podían notar la molesta vista de todos alrededor sobre ellos―. Ay ¡¿qué?!

―Saben que tengo mi vuelo agendado a las cinco de la mañana del sábado ―suspira agotado el siempre pacífico Nick―. Luego de empacar lo último hoy, sólo quiero dormir tranquilo para tener un buen viaje sin resaca.

―Aburrido.

―Sensato ―le apoya Alice mientras abraza fraternalmente el brazo derecho de él y así caminan hacia una de las hermosas pinturas en exhibición. Greta refunfuña para sí misma, pero, pronto les sigue sólo con la intención de decir algo disparatado para quitarle la seriedad a los elaborados análisis de sus amigos sobre aquellos retratos.

De esa manera, luego de su improvisado paseo por los interiores de la galería de arte nacional, los amigos terminan su tarde en un bello café en las cercanías en donde la morena se ve ligeramente distraída por su teléfono móvil cual le indicaba que Sherlock le llamaba, pero, al ella no responder la línea, un mensaje de texto se apodera de su completa atención.

―Holmes menor no te da ni siquiera una tarde para ti misma ¿ah? ―bromea la rubia. Nick bebe de su latte y se une a la naciente conversación.

―¿Qué pasa al final entre ellos?

Alice, quien luego de leer el mensaje «221B, ahora, si quieres ―SH», intentaba descifrar qué era lo que él intentaba decir, tarda en realizar que sus acompañantes se burlaban de ella en sus narices.

―... Estoy bastante segura de que tienen la relación más tóxica e incestuosa de la que puedas imaginarte, Nicky.

―... Eso suena terrible.

―¡Oh! ¡callen! ―les reprende ofuscada y sus amigos ríen cómplices―. ¿Hasta cuándo seguirás usando esa palabra? ―enfrenta a Greta―. ¡Sabes muy bien que él y yo no somos familia!

―Pero él y yo te donamos sangre luego del término del caso Hart ―interviene de inmediato―. Así que, técnicamente... Recibiste sangre de él en tus venas.

Nick abre la boca sorprendido por el drama y observa a la asqueada morena en junto.

―Cambiemos de tema ―suplica cabizbaja y algo mareada por el disgusto―. ¡POR FAVOR!

Los amigos continúan bromeando a costas de Sanders, ello hasta que el tema cambia radicalmente debido a la acechante nostalgia y posterior despedida. Nick parecía ansioso, pero, genuinamente conforme con la idea de un nuevo empleo y hogar, por lo tanto, Alice y Greta no podían más que sentirse alegres por el buen porvenir de quien había sido un excelente colega y fiel amigo durante aquel agitado año.

Así, después de que los tres nostálgicos compañeros separaran caminos, la chica decide abordar un taxi cual no tarda en dejarle en su hogar. La pensativa morena paga el viaje y pronto se abre paso en el recibidor, cuya oscuridad llama de inmediato su atención. Ella, suspicaz, se quita su chaqueta de cuero color cappuccino y decide ir hasta el 221A en búsqueda de la casera, pero, sólo se encuentra con una nota de ella pegada sobre la nevera sostenida por un adorno magnético con forma de banana «Iré de paseo. Vuelvo el Domingo. Alice, querida ¡por favor no olvides a Loki! ―MH. P.D: Las galletas en el horno son para todos, Sherlock». La morena pestañea varias veces y observa por sobre su hombro, a la distancia viendo el lleno plato de comida y otro de agua para el felino, pero, ni rastros de este. Preocupada, ella emprende apresurado camino por las ascendentes escaleras, chocando pronto con Holmes de frente.

―¡Ah! ―se lamenta cuando, sin querer, Holmes pisa su pie. Él retrocede, serio.

―¿Dónde estabas? ¿por qué no respondías tu teléfono?

―Salí con Nick y Riley ―se excusa sin siquiera mirarle, ya que, sólo pensaba en encontrar al gato―. ¿Has visto a Loki?

―Me mordió así que le patee en dirección al sol ―la morena se voltea asustada hacia él y su amigo rueda los ojos, impaciente―. Él si me mordió. Intenté patearlo, pero, arrancó a tu apartamento.

Ella suspira aliviada, asiente rápido y se dispone a subir las escaleras. Holmes da un par de pasos en su dirección, inseguro de cómo abordar el tema, pero, finalmente viéndose forzado a hablar sin más para así no perder la atención de ella.

―Sólo estaremos nosotros en el 221 hoy. Y, al parecer, se mantendrá así hasta el domingo ―Alice se detiene sobre las escaleras y se voltea hacia él, atónita. Sherlock se encoge de hombros, con toda la solemnidad que le era posible reunir en ese momento―. Es tu decisión.

―¿Dónde está John?

―Me dijo que pasaría el fin de semana en el apartamento de su novia. Le vi empacar una pequeña maleta hace un rato.

―Oh, bien... ―asiente lento y el detective le hace un ademán para que entrara el 221B, pero, ella le observa sorprendida―. ¿Ahora? ¿no que tendríamos casi todo el fin de semana?

―Exacto.

―... Debo ir a ver a Loki...

―Ese maldito gato está bien ―refunfuña mirando su reloj de muñeca, irritado―. Ya van a ser las diez y llevo esperándote toda la tarde. Podría estar haciendo algo más productivo.

―¿Toda la tarde? ―repite ella sólo con el afán de fastidiarle, ya que, podía notar que él lucía ansioso, incluso, bastante inseguro y eso le parecía adorable.

―¿Sabes? Vete al diablo.

El orgulloso detective, ofuscado, se devuelve por la cocina hacia el corredor en dirección a su habitación y pretende encerrarse, pero, la chica se infiltra en el lugar a través de la puerta del baño, antes de que él pudiese evitarlo. Alice se mantiene ahí, afirmando su espalda en contra de la puerta y observándole con infantil entretención, mientras que él, tenso y aun algo irritado, sólo se limita colocarle pestillo a la entrada, ello mientras observa intensamente a su compañera, pronto volteándose sobre sus pies y caminando en dirección a la ventana luego de prender una sola lámpara para alumbrar el lugar.

Alice muerde su labio inferior durante unos segundos y, después, suspira profundo, no por un romántico instinto, sino que debido a una genuina falta de aire. Se le hacía difícil creer que al fin sucedería... Él se sentía listo para que sucediera.

―Entonces...

―¿Entonces? ―repite él con tono pesado.

―Este Sherlock y el de Limerick son distintos ¿verdad?

―Estaba ebrio durante esa noche.

―¿Debería tomar yo la iniciativa? ―sonríe ella, suspicaz mientras camina hasta donde él se encontraba, aunque, pronto decidiendo tomar pesto sobre el costado derecho de la cama. Sherlock arruga el ceño, contemplativo de como la morena se quitaba sus mocasines con elegante delicadeza―. Digo, para hacer más simples las cosas.

―Sé sobre biología ―se defiende ofendido, con un semblante altivo―. Y creo conocerla mucho mejor que tú a pesar de no poseer experiencia práctica ―le recrimina dando un seguro paso hacia ella―. Tengo una memoria eidética.

―Nunca pondría eso en duda ―dice honesta, sonriendo suave mientras estira con gracia su primaveral falda sobre sus muslos―. Sólo me refería a que podríamos intentar hacer de esto menos incómodo para ambos.

―Ya es lo suficientemente incómodo.

―Entonces podemos aguardar hasta mañana.

―No ―se apresura en añadir y, algo abatido por su interno conflicto, se fuerza a sólo tomar puesto junto a ella sobre el colchón―. Ya estamos aquí.

La joven sonríe para sí misma y le observa en junto. Sherlock parecía extrañamente distante, pero, ella deducía que se trataba sólo de su casi inamovible orgullo. Al detective no le agradaba recorrer terreno desconocido y menos cuando alguien parecía saber más que él, por lo tanto, ella dejaría toda su ironía de lado. Debía tomarse ese momento en serio. Para su amigo era un gran paso y, para sí misma también, porque esa era la primera vez que se disponía a dormir con alguien por algo más que curiosa lujuria.

Sanders, como lo había propuesto, termina siendo quien toma la iniciativa. La chica, valerosa, deja atrás todos sus temores. Ella quería estar ahí con él y él deseaba que ella le deseara durante esa velada. Era tema cerrado. Los contratiempos no tenían cabida cuando la sinceridad era el idioma de ambos en aquella habitación. Sherlock responde el beso que le era brindado sin siquiera pensarlo. Ya se había vuelto cosa de instinto el desear los labios de Alice y, a pesar de lo inconveniente que aquel impulso podría resultar en su día a día, no había nada que quisiera hacer al respecto, no cuando el roce de los dulces labios de su compañera era siempre reconfortante, casi como si todo su pesar fuese rotundamente acallado por ella. Todo estaría bien. Sólo se trataba de ambos. Él confiaba en ella como en nadie.

La morena se encarga de guiar a su compañero para que este se quitase poco a poco lo que vestía. Primero su siempre impecable blazer de tela oscura, luego desabotonando en conjunto su blanca camisa de fina tela. Ambos no pueden evitar sonreír, interrumpiendo así el extendido beso, ello mientras parecen tomarse una eternidad en desabrochar aquella camisa; por lo tanto, él se la quita sin más como si se tratara de una playera. Y, luego, Sanders se voltea ligeramente para pedir ayuda con el cierre trasero de su azulado vestido, cuya cremallera se extendía desde el centro de su espalda ello hasta terminar a la altura de su cintura.

Él, a diferencia de ella, se toma su tiempo con cada movimiento. Nada estaba calculado, pero, a pesar de que una muy humana ansiedad comenzaba a invadirle, no deseaba apresurarse. Quería recordarlo todo, cada detalle, cada roce a su piel, el suave aroma a vainilla que invadía sus fosas nasales mientras le ayudaba a deshacerse de su vestido, su gentil expresión, sus cristalinos ojos e irritados labios debido al roce. Sherlock se alza junto a ella y deja caer en junto el sedoso vestido. Alice, en tanto, se encarga de quitarle el cinturón a su compañero y con sólo una mirada le instruye que continúe con sus pantalones, así ella se deja caer sobre la cama y se sienta casi en noventa grados, afirmando su espalda en contra del cabecero, de pronto, algo ansiosa cuando él se une en junto, e igualmente estático, ambos se mantienen en silencio durante un par de minutos, ello hasta que Sanders decide sostener la mano de él.

―Podrías apagar la lámpara. Así habría menos distracciones y, como tú tienes una buena vista nocturna, recordarías sólo lo necesario.

Sherlock obedece y pronto en la oscuridad se vuelve hacia ella, ambos así acomodándose lo suficiente para recostarse el uno frente al otro. Él se sentía vulnerable como nunca antes lo había hecho. Alice caminaba por un terreno inexplorado de su ser porque así él mismo lo había decidido, y todo parecía fluir a la perfección. Lo cual contrariamente hacía que se alertara el doble.

Holmes no podía evitar sentirse inconsecuente consigo mismo. Si alguna persona le hubiese preguntado sobre la posibilidad de dormir con alguien hace un año, él simplemente habría desechado la idea sin motivos más que la genuina desconfianza. Ya que, más que el disgusto que le causaba pensar en lo desagradable que podría ser la intimidad desde el punto de vista de alguien quien no creía en la necesidad de adoptar aquel tipo de animalesco y primitivo placer; la vulnerabilidad requerida de ese acto era lo que realmente le aterraba al punto de la paranoia. Para él aún era difícil el comprender como algunas personas eran capaces de bajar su guardia con otros de esa manera. De entregar su cuerpo a la merced de otro y, a veces, muchos sólo por estar en la búsqueda de un momentáneo placer... Sin embargo, él no era quien, para juzgar al resto, no cuando lo que conocía como placer era tóxicamente químico y no humano, sino que casi sobrenatural, una insensata danza entre la decadencia y la muerte.

Y ahí era cuando entraba Alice. Él nunca había pretendido mentirse a sí mismo respecto a ella. En un principio la joven realmente le irritaba con su siempre complaciente sonrisa en contraste de su explosiva naturaleza y gentil tratar a pesar de que él hacía lo posible para alejarle. Ella era como un maldito gato callejero que se había situado sin más en el 221 y se había hecho parte de su vida en un parpadeo. Aun así, su orgullo poco a poco debió descascararse porque, sin importar que a él le desagradaba de sobremanera adaptarse a nuevas personas, ella le era de utilidad e, incluso, le parecía alguien de quién valía la pena aferrarse, ya que, al igual que John, Alice le había demostrado ser alguien leal e infalible. Así que su siempre complaciente sonrisa ya no le era molesta, su explosiva naturaleza le estimulaba y su gentil tratar se había vuelto agradable parte de su rutina.

La morena acorta su distancia con la de su compañero sobre la cama y acaricia con suavidad su pómulo derecho durante unos segundos antes de buscar un nuevo beso cual, para su sorpresa, le es brindado con una ternura y suavidad que la desorienta. A pesar de que se encontraban sólo en su ropa interior sobre el colchón, aquel sentido roce de labios no era muestra de una incipiente lujuria, sino que lo era de una profunda estima, casi gratitud por el simple hecho de existir.

Alice se deja a si misma ser consumida por la dulzura de ese beso, cediendo toda su agencia y permitiéndole a él posarse sobre ella. Le era imposible pensar claro, de hecho, sólo un par de cosas podían dar vueltas en su soñadora mente, una siendo lo increíble de aquella sensación y lo segundo, que deseaba que no se detuviese nunca. Las, ahora, seguras manos de él recorriendo su piel, sus húmedos labios rojos debido al dulce roce, el tibio aliento y la suavidad con que le trataba... Era casi como llegar a conocer al verdadero Sherlock por completo. No había rastro de esa petulancia y aspereza tras las que usualmente se ocultaba, sino que él era quien siempre había sido, gentil, dócil y honesto. Recordar que ambos tenían un trato y reglas que seguir era casi criminal, no obstante, ahí ella estaba lista para rendirse ante él sin siquiera pensarlo dos veces.

De esa manera, a pesar de que ambos se esmeraban por hacer de ese momento eterno, ello como si creyesen que fuese su último día juntos, la naturaleza humana hace de las suyas de una manera casi desenfrenada. Poco a poco ambos parecían presa del fuego intenso que se proponía a consumirles desde adentro, unas feroces ansias de tacto que sólo la propia desnudez podría saciar. Así es como ambos se disponen a deshacerse de lo restante de sus escasas vestimentas y él se ve algo aproblemado con el broche del brasier de ella.

―¿Necesitas ayuda?

―¿Cuántos broches tiene esto? ―se queja aun intentando descifrarlo y ella no tarda en ayudar, deshaciéndose sin mucho esfuerzo de esa prenda―. Nunca sueles usar brasier y hoy decides hacerlo ―le reprocha. Sanders ríe por inercia.

―¿Habías notado eso?

―Por supuesto ―replica con su curiosa vista aun sobre los libres pechos de ella. Alice alza el mentón de él para que este le correspondiera la mirada―. Londres es una ciudad fría y tú siempre estás al borde de la hipotermia.

―Bueno, lo tendré en cuenta desde ahora. Mirón.

Aquella breve y algo infantil charla, de alguna manera, había logrado aminorar el impacto que era el ahora haber realmente avanzado hasta donde nunca antes habían llegado. Ambos se encontraban comprometedoramente desnudos en aquella oscura habitación, cómodos en la cama del detective, él sobre ella, se sumían en besos y caricias que ahora parecían ser obra de un más primitivo instinto que de sus propias voluntades. Era casi como si ellos lucharan contra una interna fuerza que clamaba por cercanía absoluta, por consumación de algo que ella deseaba de sobremanera, y que él nunca habría pensado en también anhelar.

―¿No crees que deberías usar protección? ―consulta Alice cuando, gracias a una sobrehumana muestra de fuerza de voluntad, se aparta levemente desde él―. Yo continúo con mi tratamiento anticonceptivo, pero, lo sugiero por tu comodidad...

―Estás sana. Ya lo verifiqué ―responde Holmes volviendo a lo suyo, no percibiendo la confusa expresión de su compañera mientras se dedicaba a devorar el cuello de esta y aventurar sus manos desde sus muslos a sus pechos. Ella insiste.

―¿Cómo podrías saberlo?

Él, algo agitado, se detiene, tardándose en juntar el valor para corresponderle la culposa mirada.

―Hice mi propia investigación ―confiesa y ella abre ambos ojos con enormidad. Él aclara su garganta, expectante―. Irrumpí en la oficina de tu ginecóloga y revisé tu historial ―finaliza con un dejo de temor en su voz y Alice no puede dar crédito a lo que escucha―. ¡Lo siento! ―se apresura en decir, ya que, ella continuaba muda―. Lo siento.

―Esa es una invasión de privacidad tremenda...

―Lo siento...

―Podrías simplemente haberme preguntado.

―Fue antes de haberte propuesto el trato. Hubiese sido raro ―se defiende. Ella le observa atónita.

―¡Es aún más raro enterarme de esta forma! ―se queja meneando su cabeza y él bufa exasperado, rendido e intentado apartarse, pero ella vuelve a atraerlo y enrolla sus brazos alrededor de su cuello para besarle.

―No soy un pervertido ―intenta aclarar cuando se aparta ligeramente desde los labios de su amiga para así respirar―. Yo sólo...

Pero ella no le permite continuar con sus excusas. Al contrario, la morena en tan solo unos segundos logra que él olvidase siquiera que era lo que pretendía decir, ya que, el deseo nuevamente hacía de lo suyo y, con la ayuda de ella, él daría el próximo paso. El resto fue un acto de naturaleza pura. Todo comenzó inesperada y suavemente. Era infinitamente agradable, un alivio para sus disparatados sentidos, sin embargo, no era suficiente. A pesar de la satisfacción de aquel simple pero ajeno acto, el goce no era suficiente. De pronto, ambos parecían nuevamente poseídos por sus deseos, y lo que comenzó de una apacible forma, no tardaría en convertirse en la antítesis de la suavidad. Causando que, eventualmente, Alice no pudiese evitar rendirse ante el calor de su avasallador compañero y aferrarse a la espalda de este con todas sus fuerzas mientras él daba lo mejor de sí para no perder el control en un acto que nunca había ejecutado; así que, a pesar de disfrutar del placer derivado de ello, parte de él se mantenía continuamente alerta ante diversas y posibles señales de descontento o incomodidad que su compañera pudiese demostrar. Holmes deseaba que ella se sintiese bien al igual que él.

―Sherlock ¿estás bien? ―consulta Sanders luego de una indescifrable cantidad de agitados minutos, ello al notar que él muchas veces frenaba su ritmo al oírle gemir fuerte.

―Lo estoy ―asegura―. ¿Lo estás tú? No quiero causarte daño.

Ella le observa ligeramente conmovida y toma la cara de él entre sus manos para besarle suave.

―No me has hecho daño. Has estado fantástico.

―Sabes que con eso sólo alimentas mi ego ¿verdad? ―dice ligeramente sarcástico y aliviado. Ella sólo se limita a besarle nuevamente―. Gracias, muchas gracias... ―continúa burlón entre besos. Alice se separa desde él y le observa suspicaz por un momento.

―Es mi turno ―advierte.

―¿De qué?

Sanders no dice alguna otra palabra y le empuja ligeramente hacia un lado. Holmes, algo inseguro, obedece y su compañera no tarda en montarse sobre él. Su respiración vuelve a agitarse, pero, esta vez no es por el movimiento, sino que lo es por el sólo pensamiento de que ahora estaba a la merced de ella y, por su encendida verde mirada, podía entender que sería su fin.

Ella se inclina sobre él y le besa fugazmente antes de devolverse a su inicial e imponente posición, no tardando en dejar que sus ágiles y atrevidas caderas hiciesen el resto. Y, a pesar de que la vista de ambos ya estaba adaptada a la oscuridad, la parcial luz que ingresaba desde los lejanos faroles del alumbrado exterior les permitía a ambos obtener una fragmentada percepción del insuperable potencial que tendría para sus sentidos la nitidez en ese escenario, pero, sólo el pensamiento de aquello era suficiente a esas alturas. Pupilas dilatadas, piel erizada, muecas de agonizante placer y la completa anatomía del otro al descubierto eran detalles que no eran necesarios de observar, ya que, el sentimiento era tal que se traducía a la perfección con cada atrevido y fluido movimiento.

Y Alice no pretendía detenerse, no podía creer hacerlo, no cuando el vigor de su meneo era el único medio posible con el cual ella podía expresar sus ardientes deseos por el momento, y él no opondría resistencia alguna. Para ninguno de los dos era posible tener una clara noción del tiempo, en esas instancias nada era completamente certero, nada aparte del progresivo abatimiento de sus sudadas y extenuadas fisionomías, las cuales se contraían a menudo debido a las fuertes sensaciones que anticipaban al clímax mutuo; así, finalizando en un agonizante y jadeante beso.

―Necesito agua... ―dice Alice a duras penas cuando se deja a si misma caer a un costado, aun intentado recuperar el aliento.

Sherlock, sereno y algo más recompuesto, viste su bata azul y va por una botella de agua para su compañera, pronto volviendo a la habitación y cerrando la puerta tras él para así entregar lo pedido. Ella lo agradece con un ademán de la cabeza cubierta con las sábanas hasta el cuello y muda, ya que, se le hacía imposible hablar debido a la sequedad de su garganta. Así, la chica bebe casi la mitad del contenido bajo la contemplativa mirada de él quien, eventualmente, vuelve a sentarse sobre la cama.

―Así que esto es por lo que todos pierden la cordura.

―No todos ―agrega ella haciéndole una ligera reverencia en junto, ello mientras le devuelve la botella. Él bebe un prolongado sorbo.

―Puedo entenderlo, en parte, aun así, me sigue pareciendo poco práctico y peligroso. Sobre todo, si se practica de manera frecuente y descuidada.

―Es porque lo que dices son precisamente sus mayores desventajas. Pero, debes ver el vaso medio lleno. No todo es blanco y negro ―dice con tono pícaro―. Ahora sabes que es entretenido y, también es bueno para el corazón.

―Tu solías correr maratones y hace dos minutos estabas al borde de morir ahogada ―le reprocha irónico.

―¡Hey! ―reclama ofendida―. Llevaba meses sin algún real tipo de actividad física. Supongo que esto cuenta...

―Lo hace ―sonríe ladino mientras se acomoda en el respaldo de la cama―. Pero, yo no estoy cansado.

―¿Son esas buenas noticias?

―Lo son si no te duermes. Recuerda la tercera regla de nuestro trato.

―¿Podemos olvidarnos del trato durante este fin de semana?

―Hicimos el trato con el objetivo de precisamente mantener lo nuestro a raya.

Alice pone los ojos en blanco y bufa agotada, pronto lanzando la sábana que le cubría para un lado, ello mientras se sienta sobre el otro extremo de la cama, dándole la espalda a su compañero con el objetivo de vestir su ropa interior. Sherlock observa con atención los tatuajes de su amiga y se aproxima para leerles. Ella se estremece ligeramente debido al repentino y suave tacto sobre el costado inferior de sus costillas.

―Eso está en español ¿no?

―Así es.

―¿Qué dice?

«Te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma», es parte del Soneto XVII de Pablo Neruda. Solía ser una completa romántica en la secundaria ―hace una mueca disuasiva, algo avergonzada de sí misma―. Tenía quince y pensé que sería "cool" hacerme un tatuaje con algo así. De alguna forma, también creí que sería un buen augurio para mi futuro romántico ―confiesa resignada y nostálgica―. ¿Has leído el soneto? ―él niega―. Si lo haces alguna vez quizá entiendas a lo que me refiero.

La chica vuelve a enrollarse en las sábanas de su amigo y este se une a ella, en silencio y pensativo ¿qué sucedería ahora? Se sentía mejor de lo que se había podido sentir en años.

―¿Por qué te agrado? ―consulta él de manera inesperada, recostado y mirando hacia el techo en aquella oscura habitación. De pronto, el lejano sonar del Big ben les distrae por lo que parecen ser unos eternos minutos, y ella se acomoda de costado para observarle con suavidad.

―Eres una buena persona. Un leal amigo y un excitante personaje, en todo sentido ―sonríe cabizbaja―. Y, a pesar de que usualmente eres un bruto idiota, puedo notar que realmente te preocupas por quienes quieres. Confío en ti ―él suspira profundo y asiente lento sin corresponderle la vista―. Me haces sentir segura y contenta. Eso es difícil de encontrar.

―Soy lo mejor que pudo haberte pasado ¿no es así? ―dice con sarcasmo, ello casi como un reflejo de su siempre imprudente idiotez. Realmente aun le costaba procesar la emotividad, así que se escudaba en la ironía cuando su orgullo no daba abasto. Alice lo lee de inmediato, adivinó que esa sería su reacción, así que sólo se limita a sonreír y vuelve a acostarse de espalda, para así contemplar el oscuro techo con una conforme mueca.

Y no pasa mucho hasta que Sherlock rinda su sarcástica naturaleza y terco orgullo por la búsqueda de un suave beso, cual, a diferencia de los anteriores, tarda sólo un par de segundos en volverse de una índole más efusiva y van directo a donde deseaban ir nuevamente, él siendo esta vez quien tomara la iniciativa y control de ritmo, ello hasta que deben detenerse por completo, expectantes de un cercano ruido de pisadas y un posterior golpe a la puerta de la habitación.

―¿Sherlock? ¿estás despierto? ―consulta John.

Holmes y Sanders comparten una aterrada mirada; esa puerta no estaba con pestillo, él había olvidado asegurarla.

―Lo estoy ahora, gracias por eso... ¿Qué quieres? ―grita lo último con evidente desagrado mientras le cede su bata a ella y esta se cubre completa con las frazadas luego de vestirla.

―¿Quieres beber un trago? Me vendría bien uno ―dice luego de afirmar su espalda en contra de la pared del corredor, agotado―. Darleen y yo nos peleamos. Creo que terminó conmigo.

―Saldré en breve ―anuncia mientras termina de vestirse y comparte una lúgubre mirada con Alice, la cual finge un puchero, lamentándose aquella mala suerte.

―Bien. Ocuparé el baño.

Ambos ven aquella como la oportunidad perfecta de escape y la morena deja la habitación rápidamente en puntillas, siendo seguida por el rizado desde cerca, cual es sorprendido por un prolongado beso en las faldas de las ascendentes escaleras, ello hasta que sienten que John pronto dejaría el baño; así Alice se esfuma hacia su apartamento y él se reintegra al 221B desde la entrada de la cocina. Watson saluda a su amigo con un ligero ademán de la cabeza y, se detiene un segundo al notar su desordenado semblante.

―Luces algo ruborizado.

―Dormía.

―¿Con quién? ―bromea el doctor mientras camina en dirección al mueble en donde guardaba el licor y alcanza también dos vasos.

Sherlock decide no responder y guarda ambas manos en los respectivos bolsillos de su pantalón, sólo limitándose a regalarle una complaciente sonrisa a su amigo, el cual, luego de unos segundos, entorna la vista en su dirección, suspicaz.

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