🔥05 | Fuego
John, aun algo ebrio luego de la animada fiesta de cumpleaños de su novia cual, desde la oficina, continúo en un popular pub del centro de Londres, exhausto se abre camino en el 221 de la calle Baker y sube a paso flojo por las escaleras, desviándose directamente hacia el baño el que abandona después de un rato para recuperar una botella de agua desde el frigorífico y así continuar su camino hasta su habitación cuya puerta abre y, justo antes de cerrarla, se encuentra con la sorpresa de que su compañero de piso bajaba desde el 221D, ordenando sus alborotados rizos, ello hasta que realiza que era observado.
―¿Qué? ―consulta ceñudo y defensivo en vista de la curiosa mirada de su adormilado amigo.
―Son las cuatro y treinta de la mañana...
―Oh, puedes ver la hora con claridad ―le interrumpe con fría indiferencia, ello mientras apresuraba su paso descendente―. Supongo que no necesitarás un balde para evitar un desagradable desastre.
El detective se pierde por las escaleras, dejando al doctor con la ardiente incógnita en su mente, cual se ve exponencialmente aumentada al escuchar que la puerta del 221D era cerrada por Alice. Así, a la mañana siguiente, con una punzante resaca, John intenta dejar su habitación con agonizante voluntad, ya que, necesitaba algo de agua con urgencia.
―Oh, John, sólo vete a la cama ―lo regaña Alice al verle, desaliñado, dejando su habitación, ello mientras la chica bajaba desde su propio apartamento―. Yo te traeré algo para superar el mal rato.
No pasa mucho hasta que la morena cumpla con lo ofrecido y se le integre en la habitación; ella traía consigo una bandeja que contenía una jarra con fresca limonada, un vaso y una banana.
―Bendita seas por el necesario potasio ―sonríe el agradecido doctor cuando ella posa lo que cargaba sobre la mesita de noche.
―¿Sabías ese truco?
―Conozco la ciencia, pero nunca me había visto en la necesidad de aplicarla.
―Anda, entonces ―le anima su amiga quien toma puesto junto a él sobre la cama―. Estarás repuesto en menos de lo que esperas.
Él obedece y suspira algo fastidiado debido a la aún punzante jaqueca.
―La edad me está pasando la cuenta ―se queja. Ella sonríe comprensiva.
―A todos... Es por lo que ahora me limito al alcohol sólo cuando la ocasión le amerita ―dice mientras observa como su amigo el doctor bebía de un solo trago un vaso completo de limonada. Ella, pensativa, recorre el lugar con la mirada, pronto alzándose segura y encaminándose hacia la puerta―. Estaré en el 221B por si...
―Por supuesto que estarás en el 221B.
―¿Qué...? ―consulta contrariada ante la irónica interrupción, volteándose hacia él. John sólo se limita a sonreír para sí mismo mientras se sirve otro vaso de limonada―. Como sea. Si te da apetito me avisas y ordenamos algo para la cena.
Sanders deja la habitación y baja las escaleras, ensimismada, y no precisamente porque John le fastidiase, sino que, por primera vez, no se sentía internamente defensiva respecto a insinuaciones sobre romance porque si existía algo entre ella y Sherlock, aunque, no de la usual naturaleza que otros esperasen. La noche anterior no había sucedido nada entre ella y el detective, lo cual se contradecía bastante con el verdadero objetivo del trato que tenían.
Los amigos sólo se habían limitado a ver una película, en completo silencio y sentados a un par de seguros centímetros el uno del otro. De esa manera, durante la mitad de la cinta, ella decidió hacer té para ambos y, al regresar, la chica tomó puesto bastante próxima, así rozando su muslo con el de él, ello como si no se hubiese dado cuenta de su mal cálculo. Holmes sólo sonrío complacido consigo mismo porque intuyó que ella haría eso. Alice siempre tanteaba su camino con iniciativa, pero, a diferencia de él, nunca ocultaba sus intenciones. Ese tipo de honestidad en su actuar era el núcleo de su confianza en ella, a pesar de que en un inicio sus intenciones parecían confusas, ya que, él seguía teniendo problemas para descifrar códigos sociales, con el pasar del tiempo aprendió a reconocer su gentil idioma no verbal. De esa manera, cuando ya no quedaba té y los créditos corrían, ambos yacían dormidos. Acurrucados, él abrazándole desde la cintura y reposando su cabeza sobre el sofá, le permitía a ella relajarse con el sereno compás de su respiración mientras que permanecía cómoda sobre su pecho, tal como si estuviesen envueltos en un sentido abrazo. Pero, a pesar de lo reconfortante de aquella escena, eventualmente la helada de la madrugada terminaría despertándoles y ambos se despidieron casi mudos a causa de aquella repentina vuelta a la fría realidad.
Alice entra al 221B y nota que este lucía igual de desordenado que siempre y sus luces estaban encendidas, por lo tanto, era posible que el detective estuviese alrededor, pero no lo estaba a simple vista al menos, porque la cocina estaba vacía al igual que la sala y el baño; no obstante, la puerta de su habitación estaba cerrada. La chica suspira decepcionada. No tenía excusa para llamarle, así que decide no hacerlo; ella encontraría cómo pasar el rato, pero, no transcurre mucho hasta que John se le una.
―¡He regresado a la vida y tengo un hambre de muerte! ―exclama uniéndose a la sala y ella le observa ceñuda desde el sofá grande, en donde buscaba algún interesante caso a abordar en los periódicos del presente día.
―¿Qué se te antoja?
―Una maldita hamburguesa ―ella le observa con desaprobación, casi dejando caer su lápiz rojo―. ¿Qué?
―¡Eres un doctor! Se supone que sabes que estás parcialmente deshidratado y que ese tipo de menú no ayudará a tu causa.
―Lo sé muy bien, créeme. Pero quiero una maldita hamburguesa.
―¿Sin papitas?
―Muchas papitas. Lo recompensaré con otro litro de limonada... Es sólo que no he comido nada real en casi veinticuatro horas ―se justifica mientras se desploma junto a ella y observa curioso las secciones que su amiga había destacado en el periódico―. ¿Dónde está Sherlock?
―No lo sé. En su habitación, tal vez.
―De seguro aún sigue agotado por haber madrugado ―comenta con una sonrisa ladina, todavía con la mirada fija sobre su lectura. La chica arruga el ceño y él, complacido, lo nota de soslayo―. Le vi ayer bajar bastante despeinado desde tu apartamento.
―¿Mi apartamento? ―consulta decidiendo en un microsegundo hacerse la desentendida, pero, John ríe sonoro y cierra el periódico para así observarle suspicaz, pero, sobre todo, curioso.
―¿En qué andan ustedes dos? ―ella, algo acorralada por la repentina pregunta, pretende negar con la cabeza, aun sin saber qué decir, pero él se adelanta―. Ni siquiera intentes negarlo. Te oí cerrar la puerta después de verlo a él bajar por las escaleras ―Alice cierra la boca y tensa su mandíbula―. ¡Vamos! ―insiste con un ligero tono pícaro―. ¿Qué diablos hacían juntos a esa hora? Que hayas intentado negarlo me parece bastante incriminatorio y no trates de decirme que se trata sobre un caso, porque, de lo contrario Sherlock ya me hubiese arrastrado con ustedes.
De pronto, Holmes irrumpe como una tromba desde el corredor y cocina, sosteniendo su laptop en la derecha y ondeando su bata azul sin alguna delicadeza.
―¿Berrinches? ―le consulta con tono indignado a Watson. Este le observa de vuelta, contrariado, y su amigo se detiene frente a la mesita de té para así leer con amargura desde lo que aparentaba ser el blog del doctor―. «... Pero, lo más decepcionante de este asunto no es precisamente la pérdida de tiempo que significó para todos el atender una falsa alarma, sino que lo es la obligatoria calma de la que mi amigo tendrá que verse preso, lo cual sólo se traduce en caos para todos en el 221 debido a su inestable estado de ánimo y sus siempre molestos berrinches derivados del "aburrimiento crónico" ―padecimiento convenientemente creado por sí mismo para justificarse en sus peores momentos―...»
―¿Acaso miento?
―Oh, eres un pésimo amigo, Watson ―le regaña Alice; no porque en realidad compartiera la ofensa de Holmes, sino que, debido a que deseaba que el doctor olvidase su interrogatorio. El aludido observa a sus molestos amigos con rechazo.
―Es mi blog ―alega―. Puedo compartir mi punto de vista y anécdotas como se me dé la gana.
―El ochenta por ciento de tus lectores están ahí por mí. Así que agradecería que cada vez que desees expresar tus idiotas ideas, omitas mi existencia. De seguro puedes encontrar algo entretenido en tu vida sobre qué hablar.
―¡Oh, cierra la boca, Sherlock! De no ser por mi blog no tendrías casos ni la mitad de interesantes...
Sanders suspira agotada y se echa hacia atrás sobre el sofá para pedir la cena desde su teléfono mientras sus vecinos discutían, pronto viéndose algo alarmada por John quien caminaba a paso decidido hacia el baño. Sherlock le observa marcharse, ofuscado.
―Gracias por eso. Nos salvaste.
Él se gira hacia ella y cierra su laptop sin quitarle su petulante mirada de encima.
―Ah, sí, eso ―dice con un tono de falsa complacencia―. Antes solías ser una decente mentirosa. Creo que debo recordarte que la primera regla de nuestro trato es la confidencialidad.
―No necesitas recordármelo. Lo sé y no pretendo decirle a nadie. Pero, no me puedes pedir que mienta cuando me han acorralado como él lo ha hecho ―ella se inclina sobre su puesto y vigila en todas direcciones antes de hablar de manera confidencial al detective―. John no te hubiese visto de no ser porque decidiste marcharte en medio de la noche.
―La tercera regla del trato es "no convivencia".
―Lo sé. Sólo digo que esa es zona gris. Si no jugamos Cluedo, pero, dormimos en la misma cama, técnicamente el trato continúa intacto.
La joven le contempla atenta mientras él, de semblante solemne, toma relajado asiento en junto, ello con la intención de revisar los periódicos que su amiga tenía esparcidos sobre la mesita de té.
―No nos desviemos del núcleo de lo que acordamos, Sanders. Si añadimos más niveles, podríamos perecer bajo una inminente avalancha de inoportunas confusiones ―dice luego de elegir uno de los ejemplares para examinar con un aire de fría indiferencia. Su compañera le observa ligeramente herida―. Mantengamos nuestras mentes en el centro de todo esto y guiémonos por ella. De lo contrario, no creo que esto funcione... No para ti.
Ella succiona el interior de sus mejillas casi imperceptiblemente y suspira en calma. No se sentiría abatida por ello. Debía recordarse a sí misma que con él no podía tener verdaderas expectativas de algún tipo de relación diferente.
―Por supuesto ―responde cortante y con una inexpresiva sonrisa, ello mientras recupera uno de los periódicos y se lo lanza sin mucho cuidado a él en junto―. Creí que ese caso podría parecerte interesante.
. . .
Como todos los años, durante la tercera semana de abril, se da inicio al "Limerick music festival" en el castillo de San John. Limerick, una costera ciudad británica ubicada al sudeste de la república de Irlanda, cuya antigüedad y variados castillos atraen turistas de todas partes del mundo, era la sede de un popular festival musical cual reúne a las más connotadas bandas del sur del país por dos semanas. Pero, el comienzo de aquel ameno espectáculo venía siendo empañado por una serie de sorpresivos incendios que le seguían desde muy cerca por años, ello al igual que a varias otras actividades públicas en dicha ciudad.
Y, como era de esperarse, no mucho después del comienzo del espectáculo el primer foco incendiario tomó lugar. La gran y nueva incógnita de todo era que no solo se trataba de un incendio aislado, sino que, un par de horas transcurren hasta que un segundo edificio se vea en llamas, seguido de un tercero y un cuarto no mucho después; de tal forma que la compañía de bomberos de la ciudad tuvo que comenzar a pedir refuerzos a pueblos aledaños debido a que ya no daban abasto con la cantidad de intensos focos de fuego. Así, Aquella infernal noche llegó a su fin, pero, las llamas insistieron hasta el próximo día, dejando a varios habitantes sin hogar a tan solo dos días de iniciado el público evento.
Por lo mismo, a causa de lo alarmante y desconcertante del caso, no solo la formal policía irlandesa se vería envuelta en la exhaustiva investigación, sino que, detectives privados serían también consultados para, finalmente, lograr esclarecer la situación. De esa manera, Alan Gallagher, el detective privado irlandés que llevaba ya un día de ventaja contextualizándose sobre el caso, recibe con alegría a los colegas londinenses la tarde siguiente de haberse enterado de la situación en Limerick.
―Supuse que te agradaría este caso, Holmes.
―En efecto ―concuerda el rizado mientras inspecciona con su lupa de bolsillo algún rastro presumiblemente dejado en la intacta parte trasera del primer edificio incendiado.
Sanders y Watson observan atentos el mapa de la policía en donde los diferentes focos de incendio habían sido marcados con una roja X. Extrañamente, las cuatro locaciones eran paralelas unas a las otras, separadas solo por una distancia de aproximadamente tres kilómetros entre ellas.
―Esto no tiene sentido...
―Es como si alguien estuviese trazando un camino ―concuerda John.
―Eso es lo mismo que decía Gallagher por la mañana, pero, como sabrán, aquella suposición no le llevó en ninguna dirección y por eso ustedes están aquí ―agrega una morena mujer en sus cercanos treinta, pronto decidiendo presentarse―. Oficial de la policía, Angela Smith.
―Un gusto ―responden los amigos al unísono.
Así, Watson decide caminar junto a Angela dentro del incendiado edificio para hacerle las preguntas de rigor que ayudasen a la investigación, ello mientras que Sanders vuelve su mirada al mapa desplegado sobre la superficie del coche policial estacionado, siguiendo el camino restante con su dedo índice.
―Aquel es el castillo de San John ―le explica Gallagher integrándose junto a ella en compañía de un taciturno Holmes.
―Los incendios apuntan directamente hasta allá.
―Por supuesto ―confirma Sherlock, solemne―. Es probable que la persona que esté haciendo esto desee atentar en contra del festival de alguna forma.
―¿Por qué alguien querría hacer algo así? Si fuera parte de mi plan quemar el castillo, lo haría sin más. Sin riesgos de error, limpio ―agrega irlandés con su típico fuerte acento en donde las "r" predominaban sin recato, ello con un marcado desinterés mientras dobla el mapa.
Alice mira a Sherlock en busca de alguna reacción desfavorable, pero, para su sorpresa, él parecía concordar con Gallagher.
―¿Es en serio? ¡Vaya!... ―suspira decepcionada. Ambos le dirigen una mirada interrogante, el rizado ligeramente ofendido―. Estamos tratando con un pirómano aquí.
―¿Cómo puedes estar tan segura?
―Exacto ―concuerda Gallagher con su par―. ¿Cómo? A mí me gusta incendiar cosas, pero eso no me transforma en un pirómano.
―Sherlock, recuérdame no dejar a Gallagher nunca más sin supervisión en mi apartamento ―espeta la chica con asombro. A lo cual el aludido bufa irónico―. Ambos saben que la piromanía se engloba en la categoría de trastornos disruptivos del control de impulsos y de la conducta ¿no? Los síntomas suelen presentarse tempranamente y pueden ser tratados durante la adolescencia luego de previo diagnóstico psicológico. Pero, si persisten durante la edad adulta, se puede deducir que aquel trastorno se ha vuelto crónico...
Ella se detiene para tomar aire, pero, Sherlock la presiona, insistente, para que siga hablando.
―Continúa.
―... Según lo que explicabas anoche por teléfono, Alan. Estos incendios suelen ser causados durante periodos de alta congestión de personas. Tales como fiestas y festivales en la ciudad. Y, ya saben, un episodio de piromanía se lleva a cabo como un método de disuasión de tensión corporal y emocional, ergo, el recto camino de destrucción dejado tras el paso de esta persona.
―¡Brillante! ―susurra Sherlock mientras Gallagher asiente lentamente, intentando hacer sentido de las inferencias de la chica y corroborarles con lo que él mismo sabía. John se les une pronto, y, aun observando sus notas, consulta:
―¿De qué me perdí?
La tarde pasa con rapidez entre inspecciones a locaciones incendiadas, cámaras de tránsito y privadas e interrogaciones a los presuntos testigos. Así, los detectives y sus colegas habían llegado a la pronta conclusión de que, quien fuera el responsable de aquellos incendios intencionales, debía tener algo que ver con la organización o cuidado de los grandes eventos en la ciudad. Hipótesis la cual logró acotar significativamente el listado de sospechosos, en donde figuraban agentes políticos, organizadores y staff que no superaban los tres años de laburo en Limerick.
Y, en la ciudad, aquella semana musical parecía no haberse visto afectada en absoluto por la adversidad. Debido a ello, la vida nocturna era estimulantemente atractiva para los visitantes. Pubs abiertos hasta altas horas de la madrugada, música en vivo y los mejores bebestibles irlandeses parecían un panorama imperdible.
―Los oficiales están alertados. Habrá completa vigilancia sobre el castillo de San John, sin mencionar las propias medidas de seguridad internas del lugar, cuales son muy sofisticadas ―informa Gallagher cuando se reúne con los londinenses a las afueras de la estación de policías, en la ya casi oscura calle―. El festival se llevará a cabo como es de costumbre en los jardines, pero nadie será admitido en los adentros del castillo.
―Excelente.
―Sólo nos queda esperar hasta mañana ―completa Watson.
―Así es. Por el mismo motivo les propongo que nos vayamos de juerga ―espeta con fuerza el detective irlandés al mismo tiempo que zapatea con su pie derecho una sola energética vez. Los colegas de la calle Baker se miran unos a otros.
―Me apunto ―dice John de inmediato y mira a Alice quien ríe.
―Qué manera de maltratarse esta semana, Watson ―bromea sarcástica―. Cuenten conmigo.
―¿Holmes? ―consulta Gallagher, pero, el aludido no relaja su altivo semblante, ni siquiera porque sus alrededores comenzaban a ser parcialmente alumbrados por las luces públicas y las decoraciones adjudicadas al animado festival.
―No, gracias.
―Oh vamos, no es necesario que te bebas el Támesis ―le insiste.
―Prefiero tener mi mente despejada cuando trabajo en un caso, y, sobre todo, cuando infiere peligro físico ―dice lo último mirando a sus colegas con desaprobación.
―Entonces, nos vemos por la mañana ―agrega Alice poniendo los ojos en blanco durante un segundo, así entregándole las llaves de la cabaña en donde los tres eran hospedados.
―No crean que me dignaré a abrirles la puerta.
―Siempre podemos forzar las entradas ―dice John, cruzándose de brazos ante la amargada postura de su amigo.
―O pueden dormir en mi cabaña ―añade Gallagher estirándole el brazo a la chica, la cual lo acoge con agrado para cruzar la calle. Watson le echa un último vistazo a Sherlock antes de marcharse, sorprendiéndose ante el rencor en su mirada.
De esa manera, Gallagher se encarga de abastecer la mesa en el pub elegido con la más sabrosa cerveza irlandesa según su gusto y alguno que otro shot de cortesía de la casa. Así, los colegas no tardan mucho en beber sus tragos desinhibirse, causando que la garganta les doliera de tanto reír de la nada. Y, cuando la tercera ronda de cervezas y destilados claros había llegado a su fin, Alan decide que era tiempo para que probaran lo que, a su parecer, era el mejor whisky de toda Europa.
―¿Sherlock? ―consulta un sorprendido John. Holmes se quita su abrigo y toma asiento junto a él quien esboza una amplia sonrisa al verle al igual que el resto, y le cede la última cerveza llena y su respectivo shot.
―Supongo que serán cuatro vasos entonces ―agrega el detective privado irlandés con entusiasmo, para luego volteare hacia Sanders e invitarle con un raro acento británico y una histriónica postura―. My lady.
Alice ríe vívidamente al aceptar su mano y Sherlock, muy por el contrario, mira la escena con repudio para luego beber de un solo sorbo el contenido de su shot, pronto continuando con la cerveza bajo la a atónita mirada de John.
―¿Por qué ríe? ―consulta con una mueca de desagrado debido al fastidio―. Eso no fue gracioso en absoluto.
―Es porque estamos un poquitín ebrios, Sherlock ―responde el doctor tambaleándose un poco y tomando el último sorbo de su vaso de cerveza para luego mirarle con atención―. La cerveza irlandesa es muy fuerte si la combinas como lo hacemos en Londres. Demasiado...
―Detente, John ―le reprocha su frustrado amigo, aun vigilando a Alice a distancia―. No creo que pueda cargarte a ti y a Sanders a la vez.
―No creo que debas preocuparte por Alice, al parecer, Gallagher puede con ella.
Sherlock mira con severidad a Watson en junto, quien pestañea varias veces con expresión distraída, para luego indicarle con el dedo índice que observara otra vez hacia la barra. Alice reía efusivamente junto a Alan, quien no parecía querer guardar más distancia desde ella mientras continuaba relatando lo que parecía una estupidez según la percepción del resentido rizado. Así, finalmente el barman les entrega una botella de whisky más cuatro vasos y ambos caminan de vuelta a la mesa en donde eran esperados.
Para la sorpresa de todos, Holmes le arrebata la botella a Gallagher y llena su vaso con una considerable cantidad, bebiendo su contenido en un abrir y cerrar de ojos; así repitiendo el acto por segunda vez, bajo la atónita mirada de sus acompañantes. Alan aleja la botella al prever que Sherlock no tenía intenciones de detenerse.
―¡Hey! ―exclama Alan―. Con calma, marinero.
―Otro.
―¡Vaya! ―musita Alice, impresionada.
―¡Otro! ―exige casi de una naturaleza vikinga.
―Las resacas de mezclas de whisky y otros licores son asquerosas. Créeme, yo he hecho eso mismo luego de beber cerveza además de shots... Y fue el peor inicio del año de mi vida, Sherlock ―comenta la chica con una mezcla de preocupación y entretenimiento en su voz.
―Otro ―insiste ahora alzando su vaso en dirección a Gallagher quien llenaba los restantes.
―No es necesario que le cuiden ―coincide John―. No es un niño... Ten ―así, él le cede su vaso lleno.
―Esto se pondrá feo...
De esa forma, entre risas e insulsos diálogos pasan un par de horas dentro del animado pub en el vivo centro de Limerick. Y, los colegas estaban por finalizar su segunda botella de whisky irlandés, cuyo contenido había sido bebido con suma rapidez por los cuatro integrantes de esa mesa.
―Estoy en el cielo y el infierno al mismo tiempo ―comenta John con una risa que mezclaba la euforia y el miedo a la vez, ello causando una general risotada en la mesa, de la cual ni siquiera el amargo Holmes puede escapar.
―Yo creo que es hora de que se detengan ―dice Gallagher al notar como los desinhibidos londinenses se comportaban: La lucidez de John fluctuaba de manera inestable, causando que este sólo pudiese mantener un ojo abierto por vez; ello mientras Sherlock y Alice se lanzaban maníes con frecuencia, cuales usualmente se les quedaban en el cabello.
―¡Ay no! ―se queja la morena con pesar cuando unas gotas de licor de su vaso son salpicadas sobre la tela de su rojo vestido tipo shift.
―Llamaré un taxi para ustedes ―dice Gallagher con, ahora, un ligero tono preocupado cuando observa como Sherlock bebe de un solo trago otro vaso de whisky.
Así, Alan les guía hasta el taxi y les hace abordar para, luego de darle la dirección al conductor, despedirse de ellos, de los cuales nadie estaba lo suficientemente consiente de su alrededor como para corresponder.
―Tengo náuseas ―musita John mirando hacia el techo del taxi y sus compañeros le observan con preocupación―. Vomitaré.
―No lo harás, es sólo la cerveza odiándote. Respira con calma. Sólo cinco minutos más y llegaremos ―lo reconforta Alice, aunque, al igual que el detective, ambos se apartan hacia un lado para así evitar la posible y asquerosa avalancha.
La chica, sin realizarlo, ya que vigilaba a John a moderada distancia, termina sentada sobre el muslo del detective y sólo lo nota cuando este afirma su fría mano sobre su descubierta rodilla; ella le observa en junto, notando la proximidad y, debido a la exponencialmente aumentada atracción física debido al valor líquido que era el alcohol en sus venas, su primer instinto es rendirse y sólo besarle, pero, se frena a pocos centímetros de sus labios al recordar que Watson estaba en junto, sin embargo, este parecía realmente concentrado en no morir con sus ojos fuertemente cerrados. Sherlock moja sus labios y ella muerde el propio inferior ante la vista, pero, el detective pronto le empuja con ligereza para que así volviesen a acomodarse como correspondía sobre sus puestos en la cabina trasera del taxi que les transportaba debido a que este ya llegaba a destino.
Los amigos son prontos en desabordar el taxi y el conductor les informa que el viaje ya había sido pagado, así que ellos se limitan a entrar a su cabaña, tomándose unos considerables dos minutos en poder abrir la puerta principal.
―¿Necesitas ayuda para... subir? ―consulta una igualmente tambaleante Alice, pero, el doctor niega y sube sin más por la angosta escalera hacia su habitación en el segundo nivel, junto a la que ella había escogido.
Sherlock, en tanto, se mantenía observante, afirmando su espalda en contra de la puerta principal y observando con atención a su amiga la cual, al notarlo, debe afirmar su mano en contra de la pared para distraerse e intentar recordar qué era lo que había pensado temprano esa noche, no tardando en acordarse de su preventiva idea; así es como, a tientas se encamina por el largo y estrecho corredor hacia la cocina al final del pasillo, en cuyo frente se encontraba un pequeño baño de invitados y otra habitación, de la cual el detective se había apropiado temprano. La morena saca una botella de agua y le da un necesario sorbo, pronto viéndose ligeramente revitalizada debido al frío de esta.
Holmes, por su parte, aun afirmado en contra de la puerta principal, cierra sus ojos con suavidad y suspira profundo. No se sentía mareado, se sentía ansioso y no ayudaba que Alice estuviese cerca, no cuando ella era precisamente quien le hacía sentir así; intranquilo, feliz, cálido, maravillado y frustrado. Y aquella noche la amargura se había manifestado como nunca en él, era casi como si sintiese que mucho se escurría entre sus dedos sin que pudiese evitarlo y, desesperadamente, quería evitar esa sensación de caída libre, de impotencia, porque, creía de manera ferviente que quien causaba aquello era capaz de frenarle. Pero, temía que la voluntad ajena no se correlacionara con la suya, así que, su alcoholizado ser sólo le motivaba a actuar por primitivo instinto durante esa noche.
―¿Qué...? ―susurra la tambaleante chica al ser interceptada de frente y por sorpresa en el estrecho pasillo. Sherlock bloqueaba su paso en la oscuridad y, antes de que ella pudiese decir alguna otra palabra, él le acorrala con ímpetu contra la pared.
―¿A qué estás jugando? ―le pregunta el detective casi como un gutural susurro. A ella se le eriza la piel y no puede apartar su mirada desde los labios de su compañero.
―No entiendo...
Holmes no espera respuesta esta vez y, sin mucha delicadeza, toma su cara entre sus frías manos y besa a la chica con apasionada dedicación. Alice, por su parte, no pierde el tiempo y le atrae a sí con un firme agarre desde el cuello de su blazer, ello con el objetivo único de limitar a como dé lugar la posible distancia entre ambos, ya que, la morena deseaba hacer durar lo máximo posible aquel deseoso beso al temer que el ánimo de él fuese fugaz como siempre, no obstante, ella pronto es sorprendida por la inusual seguridad y facilidad con la que Sherlock le sostiene desde la cintura, dominante, pronto dirigiéndola sin más hasta el interior de su habitación, en donde se separa desde su amiga sólo para cerrar la puerta con pestillo tras él. Sanders, algo aturdida y con su fucsia labial esparcido sobre todos los alrededores de su boca y mentón, observa en cámara lenta como él se quitaba su blazer frente a ella en la oscura y reducida habitación. A pesar de su estado etílico y, a pesar de lo excitante de su actual situación, ese actuar en él parecía impropio.
El rizado, aun presa de su propio frenesí, parece ignorar por completo la perplejidad de su compañera, así que sólo se limita a lograr que esta se quitase su chaqueta de cuerina negra, para pronto continuar con un efusivo beso, el cual, debido a su sorpresiva intensidad, causa que ella deba retroceder un par de considerables pasos, causando así que perdiese el equilibrio y cayera sobre la cama americana de una plaza que tenía aquel cuarto. Sherlock no tarda en unirse a ella, posándose sobre la aun sorprendida, pero, completamente entregada chica, ello mientras seguían con aquel húmedo beso.
―La hebilla de tu cinturón me hace daño... ―se queja ella cuando al fin ambos deciden dar un tan necesario suspiro y él se separa levemente de su compañera lo suficiente como para que esta se encargara por sí misma de quitarlo de su camino, aunque no se atreve a ir más allá.
Holmes, sin importar lo último, vuelve a acaparar los labios de su amiga, sorprendiéndose por aquella nueva comodidad encontrada al deshacerse de la metálica hebilla que les torturaba a ambos, sin embargo, pronto comienza a sentir que ahora era su ropa la que incomodaba. Su camisa le sofocaba y sus pantalones le aprisionaban. Él había logrado quitarse los zapatos al igual que ella sin siquiera tener que alcanzarles, aun así, nada parecía suficiente. Cada movimiento de la lengua del otro era como un desafío al vigor implícito que incrementaba en el interior de ambos como el fuego. Alice, quien le abrazaba desde el cuello, sólo podía limitarse a enrollar sus dedos entre los sedosos rizos de él desde los cuales caían un par de maníes que ella le había lanzado en el pub; mientras que Sherlock, a pesar de poseer completa libertad de movimiento de sus manos, sólo se limita a sujetar posesivamente y, a ratos, acariciar sin mucha suavidad los muslos de su compañera, cuales aprisionaban sus caderas con una brutalidad que sólo se podría derivar de las desesperantes ansias causadas por un comprometedor e íntimo roce.
Luego de un par de borrosos, cálidos y deseosos minutos, Alice se las arregla para desabotonar la camisa de él, esta vez teniendo el valor de no limitarse con su pantalón, ya que, la biología masculina era bastante difícil de obviar en ese candente escenario. Aunque, pronto las muñecas de ella son aprisionadas en un bruto agarre y dispuestas una a cada lado, junto a la cabeza de su expectante dueña.
―Tú no verás a nadie más ―manifiesta con voz dominante, con su cara bastante próxima a la de ella.
Sanders se demora unos segundos en comprobar la connotación de lo dicho por él, ello cuando Sherlock, arrodillado entre las piernas de ella, se quitaba su camisa. Alice, ofendida, se sienta en casi noventa grados para refutar, pero el ebrio y, ahora, controlador detective, aprovecha que el corto vestido de su amiga estaba recogido hasta su cintura para así quitárselo con facilidad, dejando al completo descubierto la casual lencería de tono beige que ella llevaba puesta, para pronto volver a posarse sobre la chica para buscar un nuevo beso, pero, esta corre la cara.
―¿A qué te refieres con eso?
―¿Qué? ―consulta, aun insistiendo para besarla a pesar de que ella se retorcía bajo él para evitarlo.
―Que no veré a nadie más...
―No es en el sentido literal ―se defiende ceñudo, recién bajando la intensidad de su actuar y retrocediendo un par de centímetros para conectar su mirada con la enojada de ella.
―La segunda regla del trato...
―¡No me interesa! ―exclama genuinamente fastidiado y ella se calla por inercia, debido a que una latente vena dejaba ver su palpitar a través de la porcelana piel del cuello de su amigo―. Estás conmigo ahora y yo estoy contigo ―dice irritado―. No te quiero ver así de cerca de Gallagher otra vez.
―¡¿QUIÉN TE CREES QUE ERES PARA HABLARME ASÍ?! ―grita ella con enojo y disgusto, intentando quitarle a él de encima, pero este no cede―. Déjame ir, Sherlock ¡te lo advierto!
―¿O qué? ―le desafía rozando su nariz mientras sostiene fuertemente ambas muñecas de ella por lo bajo.
―Te golpearé. Será en defensa propia.
―¿Defensa de qué? ―consulta él con una petulante, pero, falsa sonrisa, no tardando en nuevamente acaparar la cara de ella con sus manos para, esta vez, forzar un beso. La chica reúne todas sus fuerzas y le empuja con éxito hacia un costado, causando que él le soltara por el miedo a perder el equilibrio en aquel colchón de una sola plaza.
―¡A la mierda contigo y con este estúpido trato! ―bufa despectiva y furiosa, ello mientras da lo mejor de sí para mantener el equilibrio, de pronto todo le daba vueltas. Holmes se reintegra a duras penas debido a lo caído de su pantalón, del cual se deshace sin mucha gracia mientras refunfuña.
―Como quieras. De todas formas, en mis sanos cabales no me acomoda la idea de dormir contigo si también lo harás con todo el mundo.
―No puedo creer que tus inseguridades te hagan creer esas cosas de mí ―confiesa con mirada cristalina, aquello siendo un profundo escarmiento para él―. Pero me alegra saberlo después de todo.
La morena intenta recuperar su esparcida ropa, pero él le frena.
―No te vayas ―insiste con bajo tono mientras le quita el vestido a ella desde las manos, quien oponía bastante resistencia―. Pasa la noche aquí...
Ella, testaruda, nuevamente intenta alcanzar su ropa, pero él le guía a paso lento hacia atrás, logrando que su compañera se viese algo alarmada al encontrarse en contra de la pared nuevamente.
―¿Por qué siempre tienes que ser semejante imbécil? ―se lamenta con pesar, ya que, otra vez el deseo causado por la proximidad hacía que le faltase el aire; al tenerle ahí, presionando su cuerpo en contra el de ella, desorientándole con su adictivo aroma y posesivas maneras.
La aun ebria chica vuelve a caer víctima de lo que su carne clamaba y su orgullo se ve simplemente sepultado bajo el apetito que los labios de él le despertaban. Y no debe pasar mucho hasta que ambos notaran que estaban en tierra desconocida, un lugar peligroso al cual nunca habían ido juntos y que ahora les incitaba a deshacerse de aquella fina tela que les separaba de la completa desnudez. Por lo mismo, debido a la ansiedad que le causaba el riesgo, Alice, aun en contra de la pared, alza su muslo para acomodarse de mejor manera y permitirle a él un mejor ángulo, pero, a pesar de que su instinto guiaba cada movimiento, Sherlock se frena a sí mismo de improvisto y deja caer su cabeza sobre el hombro de ella.
―Estoy demasiado ebrio... ―susurra aun sosteniendo las caderas de ella con firmeza, sin quitar su completo peso desde encima. Sanders busca su mirada, pero este la niega y susurra―. No quiero que sea así.
Ella asiente y Sherlock, conflictuado, se aferra a la mano de la chica para atraerle hacia la cama, en donde ambos se unen y cubren con las gruesas frazadas cuales le cobijan gratamente, ya que, debido al interno calor del que eran presa hace un rato, ninguno de los dos había podido percibir los escasos cuatro grados de temperatura durante aquella madrugada. Alice le da la espalda y él le abraza desde la cintura, cayendo prontamente dormidos absortos independientemente en un espiral de exhaustos y poco claros pensamientos.
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A pesar de que el clima en Irlanda solía variar con bastante frecuencia, este tenía la costumbre de mantener un patrón bastante sólido de nubosidad durante las tardes. Patrón el cual había sido roto para la desgracia de los habitantes del 221. El sol alumbraba con ferocidad los jardines del castillo de San John y los amigos no podían desear otra cosa que la muerte absoluta.
―¿Qué tal esa resaca? ―grita Alan dándole una brusca palmada a Holmes y Watson cuando se posicionaba entre ellos.
―Silencio... Silencio... ―clama el primero, sobando el tabique de su nariz y levantando milimétricamente sus oscuras gafas.
―¿Los oficiales están en sus posiciones?
―Así es, doctor Watson ―asiente Alan, indicando a los oficiales a una moderada distancia en donde también se encontraba Sanders, la cual conversaba con una miembro del cuerpo de bomberos―. La policía está rodeando secretamente el castillo. Sólo nosotros cuatro hemos sido autorizados para entrar, pero, debemos tener cuidado de no quedar encerrados en alguno de los cientos de cuartos en el lugar, el sistema de seguridad es rotativo. Cuenta con una alarma y un sensor de movimiento el cual se activa cuando alguien entra a alguna habitación y les encerraría. De esa forma han logrado detener a muchos intrusos ―comenta algo distraído viendo como John vaciaba el contenido de la botella de agua que Alice le había entregado hace un rato―. Debemos separarnos para monitorear los pasillos del lugar.
Los aludidos asienten certeros y no transcurre mucho tiempo hasta que el plan se ponga en marcha. Así comienzan las rondas, cuales toman unas considerables dos horas hasta ser interrumpidos por Watson.
―¡Sherlock! ―le llama Gallagher cuando este finalmente deja el castillo debido a la alerta―. La policía la ha capturado.
―¿La?
―La oficial Smith, de la policía. Watson la ha descubierto. Ella es la pirómana.
El doctor había sorprendido in fraganti a la policía Smith cuando esta intentaba incendiar el extremo sur del gran castillo. John, quien vigilaba la segunda planta del lugar, dio inmediato aviso a la policía, quienes la arrestaron a segundos de que esta lograra su cometido.
Así, a Sanders le concedieron una entrevista de quince minutos con la mujer, confirmando de esa manera su teoría inicial. Smith, en efecto, era una pirómana. Resultaba que la mujer no ocupaba el fuego voluntariamente por placer como lo hacen los incendiarios. Al contrario, ella no podía manejar los impulsos que la llevaban a causar los siniestros. El fuego era una forma de canalizar sus emociones, sobre todo el estrés. Padecimiento el cual aumentaba con consideración debido a las diversas fiestas celebradas en Limerick; ya que, trabajar como policía no le ayudaba a su salud mental en absoluto. Institución la cual, por supuesto, adoptaría severas medidas en su contra.
―Qué lástima que ya deban volver a Londres ―se lamenta el detective irlandés mientras imita a un solitario Holmes a las afueras de la prefectura de policías y enciende un cigarrillo.
―No hay nada más que debamos hacer aquí.
Alan alza una petulante ceja y sonríe para sí mismo ante la acostumbrada hostilidad del londinense, cual se había visto exponencialmente aumentada luego de la noche en el pub.
―Creo que es necesario que aclarar algo contigo ―Sherlock arruga el ceño, sin dirigirle la mirada mientras golpea con suavidad su cigarrillo para que este soltara la ceniza―. No tengo ninguna intención de interponerme entre tú y Alice ―él le observa molesto en junto―. Ten en mente que también trabajo analizando situaciones y personas, sin mencionar que eres bastante obvio en lo posesivo que eres con ella. Así que grábalo en tu mente ―dice abriendo ambos ojos con enormidad de manera condescendiente―: Nunca haría una movida con ella... No cuando sé muy bien que eres un químico graduado de Oxford y que fácilmente podrías asesinarme sin que nadie pudiese rastrearte.
―Eso es cierto ―se regodea neutro y dándole una fumada a su cigarro. Alan entrecierra sus ojos.
―Aunque, si terminan lo que sea que tengan, agradecería bastante que me avisaras ―el rizado vuelve su tensa atención a él y Gallagher ríe satisfecho con su broma, pronto alzando ambas manos frente a él de manera protectora―. ¡Sólo intentaba tomarte el pelo! No me mates, por favor.
―Entonces no hables estupideces.
―Te aconsejo lo mismo ―refuta con un dejo de ironía, ello mientras imita a Holmes y apaga la colilla de su cigarrillo―. No seas un idiota. El espacio tiempo funciona diferente en la mente de una mujer que guarda rencores y, de la forma en la que les he visto interactuar hoy, diría que estás en problemas, amigo mío.
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