04 | ¡4ÆM!
Para el domingo, Alice llevaba tres días rondando solamente el 221D de Baker Street, ya que sólo se limitó a limpiar y remodelar el lugar a su gusto, obteniendo un muy buen resultado. Y, para su suerte, contó con la compañía de John, cuya presencia más que sólo entretenida, fue de gran ayuda sobre todo al mover los muebles y demás cosas por el lugar, ya que, este parecía un poco desinteresado en el arte de la decoración en sí.
El doctor y la chica parecían congeniar naturalmente en su seco humor, por ende, no era de extrañar que, al comer juntos, descubrieran que en efecto tenían muchas cosas más en común. Siendo la más potente, obviamente, su vocación por el cuidado de otros y el pesimismo crónico.
Por lo tanto, luego de días congeniando con Watson, Alice no se podía explicar cómo alguien tan afable como John podía soportar el sorpresivamente desagradable actuar de Holmes... Pero, bueno, siendo ella una psicóloga, averiguaría la explicación a esa disfuncional dinámica tarde o temprano.
Eventualmente, el cansancio de la última jornada de remodelación hace que ella caiga agotada y dormida sobre su cama, sin embargo, nada le prepararía para la madrugada. Aquella noche Alice es despertada abruptamente por unos ensordecedores disparos provenientes desde la planta baja, cuáles, debido a su cantidad, causan que ella instintivamente grite y se lance debajo de la cama para refugiarse; aunque, luego de unos segundos, la joven reacciona sin pensarlo y recupera un revolver cual escondía junto a su cómoda.
Sanders agudiza su audición y se asegura de que los disparos realmente provinieran desde el piso inferior, para pronto bajar sin siquiera molestarse en cubrir sus desnudos hombros con una bata, vistiendo sólo una oscura camiseta de tirantes además de suaves pants de azul velvet cual tela cubría sus fríos pies descalzos, procediendo así con cautela por las escaleras en sentido descendente con el arma por delante; encontrándose de inmediato con John bajo el marco de la puerta del 221B hablando hacia el interior de la sala.
―...Maldición, Sherlock ¡no otra vez! ―se lamenta el rubio luciendo un pálido y drenado semblante.
―¿Qué diablos pasa aquí? ―interrumpe la despeinada y ojerosa Alice bajando el arma, asegurándola para dejarle sujeta a la parte trasera del pantalón de su pijama, anonadada y sin quitar la vista desde Sherlock quien se mantenía flojamente echado sobre su sofá individual.
―Aburrido.
―¿Qué?
―¡ABURRIDO! ―grita el detective para seguir disparando en contra de la pared, ahora frenéticamente de pie.
Alice pestañea varias veces, no pudiendo creer lo que sus ojos estaban viendo. Ella ahora mira la hora en el reloj de la sala y se enfurece al realizar que eran las cuatro de la mañana. John por su parte, aun intentando razonar con su amigo, intenta recuperar el arma, pero este hace un rápido movimiento para esquivarlo. Activando así, sin querer, un sexto sentido en Sanders el cual ella pensaba dormido.
La chica camina a paso firme hacia el detective y le quita el arma al doblar ágilmente su brazo contra la espalda, empujándolo con considerable fuerza en dirección a la chimenea, dejándole increíblemente inmovilizado a pesar de que la delgada figura de ella fuese al menos quince centímetros más baja que la de él. No obstante, la técnica siempre prevalece ante lo inesperado.
―¡SUÉLTAME! ―se queja furioso, retorciéndose, pero realizando de inmediato que el agarre de ella era seguro―. ¡DÉJAME IR!
―Nadie, repito: ¡NADIE SE METE CON MIS HORAS DE SUEÑO! ―vocifera mientras lo suelta de un solo empujón hacia el costado.
―...Dormir es para estúpidos, los cuales no tienen nada en que ocupar sus mentes... ―replica venenosamente mientras soba con disimulo su brazo, alejándose desde la iracunda rubia.
―¡Lo dice el idiota que está tan aburrido que no encuentra nada mejor que dispararle a una pared! ¡A LAS 4 Y MIERDA DE LA MAÑANA! ―grita furiosa saltando sobre sus pies, tratando de igualar el maníaco comportamiento de su vecino, ello ante la catatónica vista de Watson.
―Oh Dios... ―susurra la casera al unirse al alboroto en el segundo piso―. Por favor, no peleen...
―Yo me quedaré con esto... ―dice Alice levantando el arma de Sherlock
―Ni lo sueñes.
El detective, cual miraba con resentimiento su roja muñeca, decide voltearse furioso hacia la chica para así intentar recuperar su arma, pero esta, como un instinto básico, bota la pistola asegurada y lo patea con gran fuerza en la entrepierna al ver que él no había reducido su velocidad de caminata. Así es como Sherlock cae instantáneamente sobre el piso debido al dolor, bajo la aterrada vista de los presentes.
Sanders, sólo en ese instante cayendo en cuenta de lo repudiable y agresiva de su reacción, puede sentir como la sangre se le subía a las mejillas por tercera vez esa semana y como se le nublaba la vista debido a la vergüenza ajena.
―Te lo merecías, por... ¡por bastardo! ―intenta justificarse a sí misma para desechar la culpa, y no tarda en salir despavorida desde el 221B, contando cada escalón hacia arriba para así no pensar en lo recientemente acontecido.
. . .
Su segunda semana pasa rápida y sin mayor novedad. Los casos en que cooperó con Sally y Greg en Scotland yard fueron bastante predecibles y tampoco hubo testigos a los cuales entrevistar, por lo tanto, Alice se limitó solamente a completar el papeleo de cada caso para archivo, cuya repetitiva naturaleza le causaba una automática jaqueca. Sin embargo, internamente agradecía estar fuera de casa.
Durante esos días tampoco se escucharon más disparos en Baker Street, ni tampoco vio al impredecible "detective consultor". Aun así, la consciencia de la chica continuaba inundada por el remordimiento, ya que, no podía negar haber sido un poco brutal con él, bueno, sólo un poco...
―El tipo es un idiota ―susurra para sí misma.
Así pasan los días de la semana y, cuando ya era viernes por la tarde, la rubia abandona alegremente su puesto de trabajo administrativo y deja sin más el gran edificio.
Temprano durante ese día, la señora Hudson le había avisado que no estaría en casa cuando ella volviese por la tarde, lo cual le recordó que John siempre decía que cuando la casera no estaba alrededor: ellos simplemente morían de hambre. Por lo tanto, Sanders decide ser una buena vecina e ir hasta el supermercado para comprar lo necesario para hacer la cena aquella tarde.
La cocina tradicional nunca había sido su fuerte, pero sabía preparar lo suficiente para subsistir placenteramente y no morir de hambre en el intento. Así es como Alice cocina una lasaña vegetariana y arregla la mesa como si no fuera la gran cosa, ya que no lo era. Ella sólo quería pedir perdón a sus vecinos de alguna forma simbólica, para así no tener que hacerlo verbalmente, porque ella sabía muy bien que su reacción durante la noche del domingo, a pesar de medianamente justificada, fue deplorable y, por su moral y profesión, debía ser consecuente con un civilizado actuar.
Así, luego de unos minutos, la indiferente joven baja las escaleras para caminar con calma hasta la puerta principal del 221B cual siempre permanecía abierta. Se detiene bajo el umbral de la entrada y ajusta, de manera instintiva, la falda plato que vestía para arreglar su apariencia, no debiendo buscar mucho para encontrar a Sherlock, quien estaba recostado sobre el sofá con ambas manos juntas y cuyas puntas de dedos permanecían apoyados en su mentón, pareciendo él en una especie de trance.
La chica levanta una ceja poco impresionada, para pronto detenerse a su lado y cruzarse de brazos.
―Hey... ―dice detenidamente, esperando no tener que tocar al rizado para despertarlo, y notando, para su desagrado, que parte de la muñeca derecha de él aún tenía vestigios escarlata de su bruto desarme. Sherlock sólo abre y mueve sus ojos en dirección a la joven sin mediar alguna palabra, manteniéndose en su tensa posición―. ¿Está John? ―el detective entrecierra sus ojos y continúa sin hablar―. No sea infantil, Holmes. Además, yo....
―John no está en el edificio ―la interrumpe con acelerado tono cortante.
―...Bueno... ―susurra defensivamente, para luego rendir su terco semblante―. ¿A quién quiero engañar? En realidad, vine por una tregua. Comenzamos con el pie izquierdo, mi reacción fue repudiable y no tengo el tiempo para estar de malas con alguien a quien a penas conozco.
―No me interesa ―replica cerrando los ojos, pretendiendo ignorar a la chica quien aún se erguía junto a él.
―¿Ni siquiera aunque haya hecho una lasaña como ofrenda de paz? Será sólo de verduras, pero sigue siendo comida. Y mucho mejor para la piel ―Alice le cierra un ojo con entretenida complicidad y afirma ambos puños sobre sus caderas. Pero no recibe respuesta alguna por parte de Holmes, logrando que fácilmente decida darse por vencida y vuelva hacia su apartamento en donde comienza a guardar los utensilios. Aparentemente cenaría a solas en su habitación por tercer día consecutivo.
Aunque, pronto, y para su sorpresa, Sherlock irrumpe en su piso.
―No creas que matarme será tan fácil, me daré cuenta si es veneno.
―Si quisiera matarlo... Lo haría de una forma más lenta y dolorosa. Estudiar maniacos me ha dado muchas ideas, señor Holmes ―responde la chica con una sonrisa ladina, posando nuevamente la loza sobre la mesa.
―Nuestra diferencia de edad sólo se limita a dos años. Es extraño que seas tan formal para dirigirte a mí ―alega el detective quien rueda los ojos con aburrimiento cuando toma asiendo―. Ya te lo he dicho anteriormente. Sólo llámame, Sherlock.
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