🌟03 | Lo más lógico

Alice y Sherlock, con el tiempo, habían creado una sutil manera de hacerse saber, de forma no verbal, que fumaban en la azotea para así ser acompañados por el otro; el pequeño pasadizo hacia el ático del edificio se encontraría semiabierto de ser el caso. Esa noche, su puerta había sido dejada así adrede por Holmes, pero, Sanders decide no unírsele. De hecho, dos días consecutivos rechaza silenciosamente la oferta, y, a pesar de ambos relacionarse sin algún tipo de aspereza durante ese tiempo... Ella aún se encontraba internamente irritada por la continua correspondencia entre él e Irene, sin embargo, eso nadie lo podía saber, ya que, le era incluso difícil reconocérselo a ella misma, sin mencionar que su orgullo se encontraba lo suficientemente herido como para siquiera querer intentar lidiar con los amargos celos por alguien quien, era probable, no tuviese la misma concepción de relaciones interpersonales que ella. Todo parecía ser un caso perdido a momentos.

Aun así, a pesar de todo, gran parte de la joven no se podía resistir ante el disimulado esmero de él a diario para llamar su atención. Sherlock ya no solía embestir en su contra con venenosas deducciones o irrumpir de manera inconveniente en su hogar, sino que se limitaba a enviarle mensajes de texto o no verbales, invitarle a reunir pistas para casos o simplemente ir por algo para comer. Ella a veces se sentía algo desorientada al respecto. Ese gran cambio en su relación con él le maravillaba e inquietaba al mismo tiempo y cada vez se le hacía más difícil guardar ese inseguro rencor en su contra.

―Sabía que era una mala idea ―bufa John, fastidiado―. Te lo dije, Alice. Te lo repetí muchas veces desde que llegaste a este apartamento hace un año... ¡NO SE JUEGA CLUEDO CON HOLMES!

―¡No puedes negar que lo que digo es plausible!

―¡Aunque lo sea, así no funciona el juego! ―replica su amigo y la morena ríe complacida por la caótica escena, sentada sobre un cojín frente a la apagada chimenea del 221B, encarando la pequeña mesita de té entre ambos sofás individuales.

Sherlock rueda los ojos.

―Bien... Yo digo que fue el coronel Mostaza con un cuchillo en el observatorio ―suelta con voz monótona, echándose satisfecho hacia atrás sobre su sofá. Alice abre el sobre y comprueba que lo inferido era cierto.

―Ganó la partida.

―Genial ―exclama John, sarcástico, mientras se alza desde su puesto y camina a paso decidido hasta la cocina.

Sherlock afirma su codo sobre el reposabrazos del sofá y roza sus labios con los dedos de su zurda, pensativo mientras observa la silueta de Alice a no más de un metro desde él, en frente, ello mientras la joven ordenaba pacientemente el juego de mesa, aun sentada en posición de loto sobre el cojín de Union Jack. De pronto, debido a que su vista periférica le alertaba, ella alza su mirada y se encuentra con los fijos ojos del detective sobre sí y sólo atina a desviar su atención, algo cohibida, sin embargo, la típica adrenalina de la que su cuerpo se alimentaba cuando estaba cerca de su amigo le invade y le devuelve una inquisitiva y algo irónica mirada casi al instante.

―¿Qué?

Él no responde. Sólo continúa mirándole de la misma atenta forma; ello como si le estudiase o intentara retratar su imagen en su mente con nítido detalle. Sanders baja su vista y contiene su sonrisa mientras niega resignada. Ella se alza de pie y toma la caja con el ya empacado juego, cual guarda en la repisa en junto; y, sabiendo que aún era observada, se voltea y detiene frente al paso que Holmes bloquea con sus estiradas y cruzadas piernas, cuales él recoge cuando su amiga alza ambas cejas con ligero ímpetu.

―Deja de actuar tan rarito ―le reprocha con falso enojo mientras golpea con poca fuerza su antebrazo izquierdo y camina así en dirección a la salida del 221B―. ¡Buenas noches, chicos!

―Nos vemos mañana ―responde John, con su espalda afirmada en contra de la mesa de la cocina, suspicaz, habiendo observado la totalidad de aquella interacción―. ¿Qué hay con eso? ―le pregunta a su amigo luego de corroborar que Sanders estaba fuera de escena. Sherlock arruga el entrecejo, ya enderezado sobre su puesto, cruzando de manera altiva sus piernas esta vez. John ríe irónico―. ¡Oh, vamos!

―No sé a lo que te refieres.

―Amigo... ―insiste entre risas, acercándose a él desde la cocina, pero, el detective continúa mirándole inexpresivo―. No soy un idiota ¿sabes?

―¿Gracias por la aclaración?

―No seas infantil ¡sólo asúmelo! ―se queja el doctor, pero, Holmes sólo se alza con gracia desde su puesto y camina hasta su cuarto, abandonando así a su molesto compañero de piso.

Alice en tanto, se encontraba sentada sobre el moderado alfeizar de su ventana que daba hacia la siempre caótica calle Baker. La morena, algo aturdida como de costumbre por culpa del detective, suspira lento y profundo para así calmar su traicionero pulso. Él jugaba con su mente. Sólo su maldita felina mirada fija en ella era posible de causar que se volvieran débiles las rodillas... Ese era definitivamente un nuevo grado de locura.

Aquella tarde, al igual que la anterior, se habían reunido a buscar nuevos casos para trabajar en conjunto, ya que, ninguno de los tres tenía un real trabajo remunerado. John había terminado el nuevo reemplazo que hacía en una clínica privada y vivía de sus ahorros, al igual que Alice quien, a pesar de que Mycroft aún le depositaba a su cuenta cada semana, no podía evitar sentir remordimiento, ello, al contrario de Sherlock quien era feliz al vivir tan cómodo sin necesidad de lanzarse sobre cualquier caso sólo por dinero. Por lo mismo, para continuar sosteniendo su estilo de vida y pagando la renta, debían encontrar nuevos casos que fuesen tan interesantes como lucrativos. No obstante, a veces se les hacía realmente complicado debido al factor de la distracción. Discusiones, apuestas, golpes o bromas. A veces Sherlock, a veces Alice, incluso John cedía ocasiones de ser quien ponía orden para generar caos propio, pero, usualmente terminaban procrastinando tal como si fuesen un grupo universitario de estudio en aquella abarrotada sala del 221B.

Sanders sonríe para sí misma, abril le mostraba una nueva perspectiva. La tristeza aun la cargaba dentro de sí, pero era una fracción más de su sentir, no tenía el completo control porque ella sabía que aceptarle era gran parte de su sanación... Sí, al fin podía decir que lo sabía y ello lo comprobaba al tan sólo ser capaz de disfrutar los pequeños momentos de la vida, esas nuevas vivencias e interacciones que le motivaban a seguir adelante. Ella abraza su flectada pierna derecha y echa su cabeza hacia atrás, reposándola así contra el marco del alfeizar, tranquila, conforme... ¿Feliz?

Cuando faltaba un cuarto de hora para media noche, Sherlock al fin oye que su compañero de piso se había marchado hacia su habitación, así que, usa su abrigo y bufanda para ir a fumar un cigarrillo en la azotea. Lo intentaría nuevamente, sería algo ruidoso sólo al bajar la escalera plegable desde el ático para así llamar la atención de su vecina; esperaba que sirviera, ya que, directamente ninguno había buscado la compañía del otro, sólo fueron cordiales y casuales, extrañamente civilizados y frustrantemente platónicos durante esa semana. Y él extrañaba con pesar charlar a solas con ella, sin interrupciones de Irene esta vez. Así, cuando el silencioso rizado llega al tercer piso, su respiración agitada por el ejercicio se ve aún más irregular debido al avistamiento de la entreabierta entrada al ático: Ella esperaba por él.

Sanders sonríe conforme para sí misma cuando oye el metálico sonido de la puerta de la azotea ser abierta. Ella se encontraba sentada sobre el barandal de fría piedra, fumando y dándole la espalda a su compañero quien, en silencio, toma puesto en junto y enciende su propio cigarrillo, da una profunda calada y exhala el humo con solemne calma. Así se mantienen por lo que parece una eternidad, pero, eventualmente el silencio es roto por el Big Ben anunciando la medianoche.

El fuerte bong de la torre causa que un leve escalofrío recorra su espina y Alice cierra los ojos por unos segundos. Se sentía liviana, pero agitada. Tener a Holmes cerca sólo instigaba una inevitable cascada de inconsecuentes sentimientos en ella. Lo quería cerca, pero, sentía culpa por querer eso. Deseaba besarle, pero, no podía permitírselo... Ardía de curiosidad al saber cuáles eran sus intenciones con ella. No había nada remotamente claro en su relación a estas alturas y la ansiedad le estaba carcomiendo por dentro.

―¿Qué te sucede? ―consulta Sherlock, ceñudo y atento a la tensa postura de su amiga en junto. Ella niega y hace un evasivo gesto, apartando así la ya apagada colilla de su acabado cigarrillo―. Dime.

―¿A qué te refieres?

―Buscas respuestas ―dice él con tenacidad. La joven sólo se limita a cortar el breve contacto visual―. Hace aproximados doce minutos que tu cuerpo se tensa intermitentemente. También te afirmas sólo con el brazo izquierdo y tu pierna diestra está sobre la otra. Inconscientemente intentas alejarte de mí. Lo cual es ilógico, ya que, solemos estar próximos con mucha frecuencia. Sin mencionar tus ojos, de los cuales sólo los párpados altos subían cada cierto tiempo durante tus cuestionamientos mentales, al igual que lo hacen cuando estás asustada o incómoda ―Sherlock hace una pausa para tomar aire y prosigue sin siquiera inmutarse―. Y ahora no dejas de acariciarte el codo derecho. Debo suponer que tus dudas son de un ámbito personal.

―Me observas bastante.

―Siempre lo hago ―responde encogiéndose levemente de hombros, como si ya no le importara que ella supiese que la admiraba a distancia.

Alice cierra los ojos con fuerza. No quería creer que esa fuera una aseveración de tono romántico. No podía serlo. No cuando Holmes insistía en que todo aquello era de una naturaleza insulsa y que él no hacía esas cosas. La chica sonríe suave para darse el valor de hablar.

―Sherlock... ¿Puedo hacerte una pregunta? ―inquiere cabizbaja, casi arrastrando sus palabras. Él, contemplativo de su perfil, responde irónico.

―Depende de muchos factores.

Alice le ignora. Una de las tantas cosas que habían cambiado entre ellos era que, desde hace un tiempo a esa parte, sus respuestas hacia ella habían evolucionado de una seca negativa a una aseveración positivamente... Ambigua. Él siempre jugaba a hacer todo más difícil, pero, ella tenía la paciencia y poder de estrategia suficiente para mantener la fluidez de una conversación con su siempre reservado y sarcástico amigo. Lo asertivo era frecuentemente camuflado por la testarudez innata del detective consultor.

―Hace mucho que nos conocemos, hemos compartido confidencias... ―Sanders aclara su garganta y pronuncia con cuidado cada palabra, como temiendo no hacerse entender―. Y, al igual que tú lo haces, yo también te he observado... Bastante.

―Eso no es una pregunta ―manifiesta impaciente, quitando la vista desde el horizonte y fijándola sobre la joven.

―¿Eres asexual? ―dice sin más rodeos y contiene su respiración por un segundo. Sherlock entorna sus ojos.

―¿Por qué me preguntas eso?

―Porque quiero saber.

―Esa no es una razón suficiente ―sentencia cortante, ahora sin dirigirle su mirada.

―¿Qué quieres que diga?

―Lo que te motivó a hacerme esa pregunta ―dice conectando su gris vista con la cristalina de ella.

―Yo... ―duda―. Pregunto porque tu forma de actuar con Irene me causó curiosidad ―confiesa tensando su mandíbula con ligereza mientras distrae su mirada sobre la calle―. Parecías responder muy bien a las insinuaciones de ella ―musita lo último, rodando levemente sus ojos para obviar la incomodidad antes de agregar―. Lo nuestro no lo tomo en necesaria consideración porque tu tratar conmigo nunca ha sido de una naturaleza sexual... Bueno, podríamos exceptuar el beso durante el caso Ramirez, pero, en ese debías fingir deseo y no pondré en duda tus dotes actorales ―Alice se demora en alzar su vista, encontrándose con la ceñuda y fría mirada de Sherlock sobre ella―. ¿Entonces?

―La asexualidad engloba un amplio espectro de orientaciones...

―Es cierto ―coincide de manera apresurada. Interrumpiéndolo debido a su creciente ansiedad por saber. Él le contempla atento―. ¿Cuál es tu orientación?

―¿Por qué insistes en saber? ―refuta algo molesto por la presión―. ¡Sólo dilo!

Ella le mira alarmada y pronto sonríe disuasiva, decidiendo voltearse y bajar desde el barandal para alzarse segura sobre la azotea. Holmes le imita pronto.

―Mejor olvídalo ―ella saca un nuevo cigarrillo y lo enciende rauda―. No deberías por qué responder si no deseas. No está bien que...

―No. No lo soy completamente, o eso creo ―confiesa sin más y su amiga le observa con sorpresa―. Luego de que mencionaras el tema cuando confirmaste que eres bisexual, decidí averiguar al respecto y lo he mantenido en mente desde entonces, ya que, según muchos teóricos, la sexualidad es fluida y depende de muchos factores que varían constantemente. Por lo mismo, he llegado a la conclusión que, a pesar de no querer lo mismo con igual frecuencia que la mayoría, no significa que no lo vaya a desear alguna vez bajo mis propios términos.

―Bien... ―musita casi ausente, olvidando que dejaba su cigarrillo transformarse en ceniza frente a sus labios. Él se encoge de hombros con ácida ligereza.

―¿Alguna otra consulta? ―dice sarcástico y ella no puede evitar soltar lo primero que se cruza por su mente en ese momento.

―¿Dormiste con la mujer? ―él arruga el entrecejo con ímpetu esta vez y Alice continúa―. Durante la víspera de año nuevo, cuando ya sabías que ella estaba con vida, desapareciste por toda la tarde. No cenaste con nosotros en el 221A y llegaste casi a medianoche, justo a tiempo para las campanadas de Big Ben.

―¿Mantuviste esa duda en mente durante cuatro meses?

―Si... ―reconoce con un dejo de amargura y mira su cigarrillo en junto para darle un suave golpe con sus dedos, dejando así caer la liviana ceniza sobre el piso. Holmes moja sus labios y se cruza de brazos con suficiencia.

―Sí, nos encontramos en el bar del hotel en el que se hospedaba durante aquella tarde y compartimos un par de tragos. Luego, ella dio lo mejor de sí para persuadirme de subir hasta su cuarto ―Alice alza ambas cejas con poco asombro mientras exhala lentamente el humo de su fumada―. Pero decliné sus invitaciones y no dormí con La Mujer. No soy un idiota.

―¿Y por qué no serlo... aunque sea por una tarde?

―Porque sólo un completo iluso confiaría en ella. Irene vive para engatusar y es la mejor en ello, eso se lo puedo conceder sin dudas. No obstante, soy lo suficientemente racional como para lograr distinguir entre real deseo y engaño.

―¿Cómo?

―Supongo que... El genuino deseo para mí viene sin ataduras. Es algo así como un rápido instinto que mi mente no tiene tiempo de frenar... Está a la par con ser un repentino idiota cuando realmente no lo eres ―dice con un dejo de desagrado. Sanders muerde su labio inferior, complacida con esa personal perspectiva.

―Así es usualmente...

―Bueno, no es algo que yo haya experimentado tantas veces como para acostumbrarme a la sensación ―se defiende algo irritado―. ¿Qué hay de ti?

―¿Qué?

―¿Cómo funcionas en ese aspecto? ―pregunta quitándole con brusquedad el cigarrillo mentolado a su amiga, ya que, esta poco había fumado de él―. Ciertamente no eres una libertina emocional como John. Tiendes a aislarte emocionalmente con frecuencia como yo a pesar de que vives tu sexualidad de una manera más desinhibida.

―¿Desinhibida?

―Dormías con Sebastian, aunque no sentías nada real por él ―dice rencoroso―. Aquello no hubiese sido parte de tu trabajo si no lo hubieses permitido. Lo hacías porque te gustaba a un grado físico. Eso es precisamente lo que nos diferencia.

―Pero, eso no sucede siempre... La atracción repentina... ―se defiende ella algo avergonzada―. Tú lo dedujiste hace tiempo. Yo llevaba años sin dormir con un hombre por ese entonces y me venció la curiosidad.

―Tu carne es débil.

―Y depende mucho de la persona ―agrega rápido―. Mi historial no es para nada extenso.

Él alza sus cejas, fuma suspicaz y, cruza sus brazos para afirmar su espalda en contra del barandal de piedra.

―Soy todo oídos.

―¿Esperas que te cuente sobre mi experiencia sexual? ―niega en desconcierto―. ¿Por qué?

―Porque me interesas.

―¿Qué?

―Sólo habla ―le presiona, ignorando la sorpresa de ella.

―Bien... ―gruñe sacudiendo con ligereza sus hombros para deshacerse de la incomodidad. Él le había confesado bastante, así que ella le recompensaría con un similar nuevo grado de confianza―. Tuve varios amores platónicos durante mi adolescencia, pero, nunca se concretó alguno, ya que, siempre cambiaba de residencia y escuela. Así que mi primera vez fue con un compañero en la academia que era un par de años mayor y quien fue mi novio a distancia durante un par de años, ya que, fue trasladado a la costa oeste. Luego salí con una chica mientras estudiaba y participaba en la investigación de un caso en la universidad de Boston, pero, duró poco porque ella no era del tipo que creyese en la monogamia... Y, después de ella está Sebastian.

―Esa es una lista considerablemente corta ―responde sorprendido―. Un viernes para John ―Alice no puede evitar soltar una risa nerviosa y apenada.

―No seas así con él. Algunas personas se esmeran y demoran más en encontrar a alguien quien les agrade... ¿Qué me dices tú? ¿cuál es tu número?

―Sé más específica.

―¿Cómo? ―consulta confundida y él se encoge de hombros mientras se distrae apagando la colilla del mentolado que le había quitado―. Bueno... ¿Has dormido alguna vez con una mujer?

Él pretende hablar, pero, se frena durante unos segundos, con un solemne y suspicaz semblante.

―Responderé esa pregunta una vez que tú seas completamente sincera y confieses por qué insistes tanto en saber sobre mi sexualidad.

―Me estás acorralando.

―Por supuesto.

Ella bufa algo estresada y camina hacia el barandal de piedra, en donde afirma sus brazos e intenta distraer su repentina timidez al mirar sus enlazadas y frías manos. Sherlock le observa atento en junto.

―Bien... Yo... ―titubea―. Pregunto porque me atraes bastante de esa forma... Y, aunque sé que no es necesariamente reciprocado, preferiría escucharlo de tu parte para así acabar con todo este tema en mi mente.

―¿Cómo sabes que la atracción no es reciprocada?

―Porque tú siempre insistes en que el sexo es innecesario y...

―Francamente, sí, el sexo me parece innecesario, sucio e inquietante ―le interrumpe―. Es primitivo y capaz de ser una mortal debilidad debido al grado de vulnerabilidad que se rinde al involucrarse en ese tipo de íntimos actos físicos con otro. Por lo mismo, se me hace poco sensato el vivir una vida sexual sólo en base a lo superficial. Con ello es bastante plausible que caigas presa de malas intenciones, de usar o ser usado a la conveniencia de otro.

―Bueno... Las malas experiencias son inevitables... ―agrega la chica―. De hecho, por lo que sé, la primera vez casi siempre es decepcionante debido a que la curiosidad termina quemándote. Créeme... Yo sólo estaba feliz de haber terminado con esa "expectativa" de madurez. Ahora sé que fue estúpido de mi parte. Debí haber esperado y elegido mejor... Pero, me ganó la impaciencia.

―Eso es precisamente a lo que me refiero.

―¿Entonces?

―Entonces ―repite él imitando la tensa postura de su amiga en el barandal―. Con toda esta información sobre la palestra... ¿Qué concluyes sobre mí?

―Diría que te mantienes en el espectro asexual, pero, más del lado gris, ya que, manifiestas deseo, pero, este depende de factores como la confianza y la "utilidad" que le veas al tema. No eres alguien quien se dejaría atrapar sólo por el atractivo superficial y momentáneo de ello.

―Bien... ―asiente conforme―. ¿Dónde aplica eso a nosotros?

―¿Nosotros? ―consulta alarmada y él bufa impaciente.

―Tu curiosidad es instigada debido a tu atracción física hacia mí, la cual, no mentiré, es recíproca ―Sanders puede sentir como su pulso se dispara. Él continúa inmerso en su razonamiento, tal como si explicara una clave deducción de un caso―. Diría que lo más lógico sería que durmiéramos juntos. Primero, porque tenemos un grado alto de confianza, el cual no poseo con nadie más y nos entendemos bastante bien. Segundo, porque la atracción corporal es innegable y ya se está volviendo algo imposible de ocultar y, tercero, somos vecinos, lo cual es bastante conveniente debido a la cercanía de nuestros hogares.

―¿Cuánto tiempo llevas considerando eso como una opción?

―No mucho, en realidad ―niega leve, relajado―. Pero, tu insistes en fomentar mi curiosidad con cada inesperado beso. Y ya me conoces, soy alguien quien no puede quedarse a medias. Las dudas me son realmente frustrantes.

―Pero... ―balbucea, aun incrédula―. Tú siempre dices que no avalas las relaciones amorosas y...

―No estoy proponiendo una relación amorosa ―aclara observándole con extrañeza. Ella pestañea repetidamente debido a la impresión―. El sexo tiene una razón biológica que se sustenta con creces. De lo contrario la tensión corporal y posterior placer no serían un tema. En cambio, lo complicado de las expectativas sociales que constituyen las bases de lo que es o no es una relación amorosa, el romance, es sólo un innecesario fastidio.

―¿Quieres que sólo seamos amigos con beneficios?

―Si así es como le llaman... ―se encoge de hombros―. Ambos ya somos buenos amigos. Los protocolos románticos no serían necesarios en absoluto. Sería sólo agregar una nueva arista a nuestra amistad.

―Yo no hago eso ―refuta ella en seco.

―Dormías con Sebastian a pesar de no sentir nada más que lujuria por él ―discute con un mismo grado de ofensa.

―Si... Pero tú eres mi amigo... Podría asegurar que eres mi mejor amigo... ―insiste―. No podría hacerlo con ese nivel de desapego emocional. Me preocupo por tu bienestar.

―También me importa tu bienestar ―agrega luego de unos contemplativos y silenciosos segundos. Pronto disponiéndose a caminar en dirección a la puerta. Ella le sigue a paso lento―. Sólo considéralo. Tenemos buena química corporal, vivimos cerca y confiamos bastante el uno en el otro.

―Esto... Esto es demasiado ―musita Alice como un suspiro. Su corazón latía a mil por segundo, conflictuado―. Además, no sé cómo intentas convencerme de arriesgarme así contigo cuando ni siquiera respondiste mi pregunta sobre tu historial.

Holmes inhala profundo y pronto exhala prolongado mientras sostiene la abierta puerta de metal, contemplativo de sus fríos nudillos envolviendo el picaporte.

―Nunca he dormido con una mujer, porque jamás me he sentido lo suficientemente cómodo para siquiera contemplar la fatídica idea de completa vulnerabilidad en mi mente. Ese tipo de reconfortante intimidad sólo la he podido experimentar a tu lado ―finaliza cabizbajo, intentando obviar el acelerado latir de su delator corazón―. Tómate el tiempo necesario para considerarlo.

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