03 | Juego de intimidación
―Un gusto señor Holmes. ―responde con recompuesta naturalidad cuando accede a darle la mano, sin embargo, el repentino roce libera una pequeña descarga eléctrica la cual personalmente le alarma, aunque no al suspicaz moreno en frente.
―Sólo llámame, Sherlock, por favor ―dice mientras continúa escaneando a la chica de pies a cabeza con su mirada.
Alice por su parte, sin explicarse el porqué de su rara actitud, comienza a sacarse su chaqueta trench y vuelve a sentarse sobre el gran sofá para voltearse hacia John quien decide romper el hielo.
―¿Hace cuánto tiempo llegó a Londres, Alice? ―consulta el afable doctor―. El acento fue un delator inmediato.
―Lo sé ―ríe resignada y John le imita―. Hace menos de veinticuatro horas aterricé desde Nueva york. Y, actualmente, me estoy hospedando en un hotel ―Holmes entrecierra sus ojos, pero no pestañea, distrayendo momentáneamente a la chica quien le vigilaba por el rabillo del ojo―. Así que, durante esta mañana Lestrade, mi nuevo jefe, contactó a la Señora Hudson y...
―Lestrade... ¿Greg Lestrade? ―interrumpe el doctor, asombrado, ello mientras comparte una cómplice mirada con el sagaz Holmes.
―Sí, el mismo ¿le conoces?
―Sí, si... verás, Sherlock es algo como... ―duda―. Un detective, así que hemos cooperado con él en varias ocasiones...
―¿Algo como un detective, John? ―interfiere Sherlock visiblemente ofendido, dejando de contemplar a la chica para, tenso, caminar en sentido contrario alcanzando su violín y así sentarse sobre un pequeño sofá gris junto a la chimenea al otro lado de la sala―. Soy un detective consultor, el único en el mundo.
John rueda los ojos ante la constante corrección y suspira con acostumbrada resignación.
―Claro... ―responde en voz baja la escéptica observante y, en ese momento, la señora Hudson vuelve a entrar al departamento con una bandeja cual contenía una taza de té y un trozo de torta de chocolate.
―Supuse que tendrías hambre, querida, y estos chicos nunca tienen comida, así que tuve que bajar hasta mi departamento para buscar algo que darte para desayunar. Ten ―dice con tono maternal mientras posa los aperitivos sobre la mesita de té frente al sofá.
―Oh... ―suspira genuinamente sorprendida ante el amable gesto― ¡Muchas gracias, es una santa!
―¿Por qué está aquí? ―pregunta Sherlock de pronto y en voz alta con la mirada fija en Alice, señalándole con el arco de su violín, para pronto abandonar el instrumento y ponerse de pie para caminar hacia donde John y ella permanecían estáticamente sentados.
―Estaba... ―intenta decir mientras se ayuda del té para tragar el pastel que llenaba su boca―. Estaba viendo el piso de arriba, ya que necesito un lugar en donde quedarme y Lestrade me envió acá... ―suelta rápidamente como un trabalenguas, deseando no tener chocolate entre sus dientes, bebiendo un nuevo sorbo de tibio té para cerciorarse de ello.
―No, no tiene chocolate manchando sus dientes ―agrega el irritado rizado para la sorpresa de ella―. Ahora, pregunto por qué está aquí específicamente ¿cuál es su agenda en Londres? ―enuncia finalmente mientras avanza, entrecerrando sus ojos y acercándose aún más a ella.
―Sherlock... ―le previene John en tono de advertencia.
Alice suspira resignada, alza una ceja con indiferencia y se levanta segura desde el sofá, señal inequívoca de no estar intimidada en absoluto, para así mirar directamente hasta el fondo de los grises ojos que le asechaban.
―Quería averiguar por mí misma el porqué de la disponibilidad del piso y su precio de arriendo tan bajo... Aunque creo que ya lo sé.
Finaliza cuando decide caminar hacia Holmes, ello hasta quedar frente a él y así regalarle una cerrada e irónica sonrisa. Sherlock alza la barbilla en el aire con suficiencia y sonríe ladino mientras enlaza ambas manos tras su espalda baja.
―Se cree muy lista ¿no es así, señorita Sanders?
―¿Cómo sabe mi apellido? ―la sorprendida chica se cruza de brazos, instintivamente comenzando a golpear su pie con insistente ritmo sobre el piso, ello bajo la tensa mirada de los presentes.
―Soy un detective consultor, el único en el mundo y tengo mis métodos. Puedo leerla por completo con tan sólo mirarla ―dice con una leve sonrisa de suficiencia y John también se les une frente a la entrada.
―Amigo, por favor...
―¿A sí? Pues dígame ―continúa Sanders, ignorando la figurativa bandera blanca que John pretendía poner entre ellos―, si es tan bueno como dice ¿qué ve en mí?
―Alice ¡no...! ―de lamenta John en voz baja, captando la fugaz atención de la curiosa rubia.
―Oh Sherlock, por favor... No otra vez... ―la señora Hudson pone una mano sobre su frente, exasperada, como sabiendo exactamente qué era lo que se vendría.
El moreno, por su parte, suspira complacido antes de comenzar.
―Te llamas Alice Sanders, tienes aproximadamente veintiocho años y, debido a tu acento, aunque bastante convincente, vienes del adinerado lado este de Norteamérica. Tu cabello natural no es tan claro, tampoco estrictamente liso y, por su estado, diría que lo tiñes bastante seguido y de colores extravagantes. Tienes tatuajes en tu cuerpo y también antiguas perforaciones. Y... Por el nivel de coordinación de tus dedos ―dice Sherlock observando las manos de la chica quien, aún de brazos cruzados, le miraba neutralmente, golpeteando sus dedos en un compás notablemente estable―. Diría que tocas el piano y tal vez la guitarra. Eres físicamente activa, tu figura indica que corres por las mañanas, y tu autoconfianza me dice que manejas muy bien alguna disciplina de defensa personal. Tus brazos lo evidencian, tanto como la postura de tus piernas; pero hay algo más... ―él da una zancada hasta la chica, invadiendo notablemente su espacio personal, y toma su muñeca sin permiso para repentinamente subirle la manga de la suave blusa―. Autoflagelación y otras marcas, lo cual indica que, durante aproximadamente tu adolescencia tardía, según el estado de las cicatrices y la delgadez de tu brazo, tuviste anorexia nerviosa y una muy baja autoestima. Estabas desesperada por llamar la atención de otros, ello al intentar hacerte desaparecer de tan escabrosa forma frente a los ojos de todos ―Alice libera con brusquedad su zurda y baja su manga con recelo―. A pesar de todo, aquella enfermedad no llegó lejos y, al parecer, lograste recomponerte sin ayuda de nadie, es así como nació tu interés por la psicología. Pero ¿criminalista? Ese es otro tema, te gusta lo complicado, los rompecabezas; desconfías de la mayoría de la gente que llegas a conocer y tienes un desapego emocional bastante evidente. Puedo apostar a que ninguna de tus relaciones fraternales o amorosas duran debido a que te aburres con facilidad y temes salir lastimada porque no tienes la menor idea de cómo luciría una relación sana para alguien como tú, aunque tu tendencia a la complacencia no te deje permitirte ser realmente fría. Eres una adicta a la adrenalina, el alcohol, el azúcar y.... fumadora ocasional ―diciendo aquello, Sherlock levanta una vez más su mentón con orgullo, mirándola con inconfundible superioridad y frialdad.
Alice observa hacia un punto indeterminado en la sala, y, con una actitud muy calmada, con ambos puños sobre sus caderas y relajados hombros, interviene:
―Muy bien... Si cree que con eso podrá asustarme señor Holmes, está muy equivocado ―dice alzando su dedo índice con sarcasmo, descolocando la postura de él quien esperaba que la reacción de ella fuese completamente opuesta. Alice le regala una cerrada y fingida sonrisa, pronto ignorándolo para hablarle a la casera tras él―. Señora Hudson, me quedaré en el apartamento, esta misma tarde traeré mis pertenencias, no son muchas después de todo. Sólo debo ir por mis maletas al Leeds.
―Oh, maravilloso... ―la anciana, quién parecía en repentino shock, camina en círculos durante unos segundos―. Será mejor que vaya a revisar el acuerdo de arriendo. Te espero abajo para discutirlo, querida.
Alice le sonríe amablemente a la hablante, para luego volver su neutro semblante hacia Sherlock.
―En cuanto a usted señor Holmes, no logrará intimidarme. Como sabe soy una psicóloga y podrá deducir que he cruzado camino con personas además de psicópatas de la peor calaña durante años... Y, por lo visto, usted no es un considerable obstáculo para mi comodidad ―dice mientras camina hacia el sofá para así recuperar su abrigo, luego dirigiéndose a la puerta mientras se abriga y acomoda su bufanda de hilo alrededor de su cuello―. Bueno, y si lo fuera, también soy muy hábil con las armas, por si no lo notó mirando mis dedos y blah, blah, blah ―agrega lo último con infantil énfasis, logrando una instantánea risa en John, pero una muy malhumorada vista por parte de Holmes―. Diría que lamento perturbar su paraíso de monotonía obsesiva compulsiva, pero, no quiero fundar nuestra relación en mentiras. ¡Nos vemos John! ―dicho aquello, la chica baja las escaleras y Watson parece estallar en una repentina carcajada.
Sherlock, por su lado, ceñudo, sólo se limita a observar fijamente a la rubia descender y perderse por las escaleras.
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