02 | London calling
―Lo siento tanto, no soy muy buena con los nombres...
―No te preocupes, estoy acostumbrado ―dice el cano detective inspector tratando de bajarle el perfil al error, ello al notar la leve rosácea que comenzaba a cubrir las mejillas y nariz de su nueva colega―. Sígueme.
Él toma la delantera y así ambos se dirigen hasta la abarrotada oficina de Lestrade cual, a pesar de ser medianamente espaciosa, era algo que a simple vista no se podía apreciar en absoluto, ya que sus alrededores estaban repletos de papeles, expedientes y fotos por sobre toda su superficie.
―¿Algo para beber? ¿un café para comenzar bien el día, tal vez?
―Oh, no gracias, ya he bebido uno ―miente Alice la cual, debido al estrés, no había podido consumir nada más que agua embotellada desde hace un par de días.
―Bueno, entonces, como ya sabes mi nombre es Gregory Lestrade, pero dime Greg. No soy gran fan de las formalidades ―comenta afablemente mientras toma puesto tras su escritorio, así invitando a Sanders a ocupar el asiento de frente―. Soy el Detective inspector de la división de criminología de la nueva Scotland yard en la ciudad de Londres... ―él se detiene y le echa un disimulado vistazo a uno de los documentos sobre la superficie de frente―. Me fue informado hace una semana que fuiste seleccionada para ocupar el puesto de psicóloga criminalista en el equipo, por lo tanto, trabajarás conmigo cuando sea requerida tu consulta y... ―alguien golpea la puerta y entra sin esperar respuesta.
―Greg, siento el atraso. Hola, un gusto. Sargento Sally Donovan ―saluda la morena al integrarse, de inmediato dirigiéndose a sacudir la mano de su nueva colega.
―Alice Sanders...
―Al fin tendremos a una psicóloga criminalista de nuestro lado, Sally ―dice él con ligero entusiasmo, mientras la morena toma asiento junto a Alice observándole atenta y curiosa por el rabillo del ojo―. Verás, lo que sucede ―explica Greg a la rubia―, es que al viejo Ronald no le agradaba yo.
―Si le agradabas tú ―discute la sargento―. A él, teniendo certificado conocimiento sobre la mente humana, no le agradaba con quien sueles aliarte.
―Como sea ―se encoge de hombros―, como te contaba, Alice ―continúa Greg como si nada―. Nosotros trabajaremos juntos en los casos en que requiramos de tu asistencia y... Por los documentos y estudios que he revisado, estás bastante capacitada para este trabajo... ―dice indicando con un ademán de la cabeza hacia la pantalla de su computadora ya encendida y la rubia sólo asiente, intentando no perder la corriente de pensamiento traduciendo ese rápido y, a veces, poco legible acento cockney del sur de Londres―. Además, me fue informado que eres excelente entrevistando y haciendo perfiles psicológicos. Lo cual es un alivio, porque el viejo Ronald solía no tener piedad de nadie.
―Oh, entonces, intentaré hacer lo mejor posible para llenar sus zapatos.
―Claro, claro... ―responde Lestrade aún distraído con los documentos de la recién llegada e ignorando la ironía de ella. Alice y Donovan comparten una indescifrable mirada en junto―. Comenzarás tu trabajo dentro de cuatro días, o sea el lunes a las nueve de la mañana, ya que tengo entendido que aún no tienes donde quedarte permanentemente ¿no es así?
―Sí, en realidad no he tenido tiempo para buscar un lugar para rentar aun y llegué anoche durante la madrugada.
―¿Dónde te hospedas? ―consulta Sally de improvisto, captando así la mirada de su nueva compañera.
―En el hotel Leeds.
―Ese está en el centro de la ciudad ―continúa la morena―. La ubicación es buena, pero es bastante sobrevalorado para sólo ser de tres estrellas.
―Así es ―concuerda ante la familiaridad de la rizada con el lugar, ello, aunque no era la encargada de pagar la cuenta de su propio hospedaje―. Si alguno de ustedes sabe de un lugar disponible para rentar, no me vendría mal un poco de ayuda...
―Creo... ―interviene Lestrade―. Creo tener un lugar en mente, pero no lo sé, preguntaré si está disponible.
El pensativo detective inspector golpetea con aire ausente un lápiz sobre la mesa y Donovan se alarma de inmediato, mirando a su jefe con recelo.
―Greg, no creo que sea donde yo estoy pensando. Es una mala broma ―refuta ella en tono molesto, sin embargo, él la ignora debido a que ya buscaba un número en el registro de su teléfono celular. La observante rubia arruga el entrecejo.
―Sally ¿podrías mostrarle a Alice su cubículo por favor? ―le ordena aún distraído, con la mirada fija en su móvil.
Donovan bufa irritada y pronto invita a Alice con un seco ademán de su cabeza a salir desde la oficina para dirigirse hasta los cubículos en incómodo silencio. Cuando llegan a destino, Sanders observa en detalle ese nuevo entorno. Su puesto de trabajo era pequeño y monótono como cualquiera: Con un computador, una engrapadora y una libreta sobre el escritorio, ello acompañado de un calendario personalizado de Scotland Yard, el cual causa que a la rubia le dé un ligero escalofrío de desagrado. Ella sólo se limita a sonreírle a la observante morena, quien, de brazos cruzados sólo levanta ambas cejas en respuesta y se devuelve hasta su lugar de trabajo sin mediar alguna otra palabra.
Sanders se sienta sobre su puesto y realiza que el cubículo de al lado estaba vacío y cubierto de polvo. Ella arruga la nariz y esconde el calendario tras la pantalla del ordenador, aburrida, para luego ingresar al sistema de la policía e inscribirse como miembro ya del equipo con la contraseña pegada en la libreta.
Poco tiempo transcurre hasta que vuelve Greg, y este se afirma sobre el borde superior del cubículo de la rubia para dirigirle la palabra.
―Ya he llamado y es tu día de suerte ―sonríe―. El lugar está disponible y por un precio bastante razonable para estar en el centro de Londres debido a... ―se detiene dubitativo e inseguro de cómo continuar―. Bueno ¿por qué no vas por ti misma a echar un vistazo?
Greg le entrega un papel con la dirección requerida y le informa a la joven que era libre de ir a poner sus asuntos en orden, ya que, hasta el momento, su ayuda no era requerida y su contrato comenzaba a regir desde el próximo lunes.
De esa manera, la chica abandona el edificio y sube prontamente a un taxi para pedir que le lleven hasta la dirección escrita sobre el papel. Así, el automóvil anda a velocidad moderada por el agitado centro de Londres y, no mucho después, Alice desciende en una calle aún bastante transitada.
Sanders vuelve a mirar el papel con la dirección inscrita, ve en frente de ella una puerta con unos números de bronce que indicaban 221B; y, junto ese complejo de antiguos, pero, acomodados apartamentos, se alzaba un bello restaurant de comida al paso adornada con una roja tienda para proteger a sus comensales de la lluvia en su fachada exterior.
La chica da unos inseguros pasos hacia el frente y ve su apariencia sobre el reflejo de la impecable puerta negra. Ella duda un segundo, aun distraída en su propia gris imagen, así que decide soltar y revolverse el cabello logrando así un look algo más relajado, para luego golpear apoyada de la colgante manija de elegante bronce en la entrada, tardando en notar cuatro diferentes timbres a la derecha: 221A, 221B, 221C Y 221D, los dos últimos siendo cubiertos con cinta adhesiva negra. La distraída rubia pronto es recibida por una anciana de mediana estatura y dulce semblante cual, al sólo verle, esboza una brillante sonrisa en su dirección.
―Buenos días, mi nombre es Alice y...
―¡Oh querida! ¿eres la chica de la cual Greg me informó? ¿la que está en busca de un piso en Londres? ―dice con tono amable y Alice asiente energéticamente―. Pues adelante, te enseñaré el lugar ―ella sigue a la mujer cerrando la puerta tras de sí y le acompaña por las escaleras hacia los pisos superiores―. Soy la señora Hudson, y, bueno, esta es mi casa. Bastante grande para una viuda en una ciudad en donde la vida es tan cara... Es por eso que decidí arrendar las habitaciones ―confiesa y, mientras la señora Hudson habla, pasan por el segundo piso el cual tenía ambas puertas cerradas y en una de ellas destaca nuevamente el 221B. Las mujeres, sin embargo, siguen su camino hasta llegar al último piso―. Este es técnicamente el cuarto piso, ya que el que está en medio de ambos es sólo una habitación individual... ―comenta mientras abre la puerta del 221D.
Sanders, al integrarse en el piso, de inmediato puede apreciar una mediana sala de estar con dos grandes ventanas rectangulares en paralelo que daban hacia las siempre agitadas calles de Londres. En el rincón derecho, junto a la chimenea, había un sofá para dos personas y, en frente, una pequeña mesita de té. De igual manera, en medio de la sala, apegado a la pared entre las ventanas, había un sillón individual con un librero a su derecha, y, junto a la esquina izquierda, un piano vertical con una silla al lado; dejando así moderadamente "libre" la alfombra, en cuyo centro, había diversas cajas llenas de polvo al igual que el resto de las superficies. La casera se obliga a sí misma a disculparse.
―Lamento el desorden. Pero uno de mis inquilinos del B es un real acaparador de espacios y, en vista de que no he necesitado ofrecer este piso, ya que nadie lo ha solicitado, no lo he visitado en mucho tiempo ―suspira agotada mientras abre ambas cortinas, propiciando una involuntaria alza de polvo cual causa que Alice estornude suave.
―No se preocupe, entiendo.
―Oh, qué dulce eres para ser... ―sonríe la anciana, pronto observándole interrogante―. Americana ¿no?
―Así es ―Alice asiente sin ofensa del prejuicio, ya que, ella habiendo crecido en los alrededores del Upper east side, sabía muy bien que la mala reputación era justificada para la gran mayoría de sus compatriotas.
La chica continúa con su contemplativo recorrido y observa hacia la derecha, en donde, frente a la chimenea, había dos sofás individuales situados de una forma en que los ocupantes pudieran verse frente a frente si eso deseaban. En tanto a la cocina, esta era pequeña de verdes paredes y tenía un horno, microondas, fregadero, refrigerador y una mesa para dos.
Hacia atrás, por el pasillo a la izquierda, las puertas del baño y el dormitorio estaban casi unidas por el ángulo que se formaba en aquella esquina. El primero contaba con lo básico, una gran ventana y una tina, en cambio, el segundo era bastante amplio y con una gran colcha cual lucía tentadoramente cómoda a pesar de estar sin cubierta.
―Este departamento es bastante pequeño si lo comparamos con el de abajo pero, al final del día, cumple sus funciones. Sin mencionar, que con este me esmeré un poco más con su decoración, ya que, siempre quise que una mujer lo habitara. Según mi gusto tiene potencial, buena luminosidad y clase... ―comenta la señora Hudson entusiasmadamente, cuidando mantener la modestia―. El arriendo seria de £650 al mes...
―Lo tomo, me parece que es perfecto ¡es justo lo que necesito! No me queda muy lejos de mi lugar de trabajo, es adorablemente vintage y... ―en ese momento, Alice cae en cuenta de que algo andaba mal. Era imposible que un piso en el centro neurálgico de Londres fuese tan económico. Aunque, quizás sólo se trataba de paranoia de su parte y tal vez la señora Hudson era muy buena amiga de Greg y le hacía un favor. Probablemente, ella sólo era bastante generosa. PERO, luego recordó el inseguro semblante de Lestrade antes de enviarla al lugar, por lo tanto, no quedaba otra alternativa que encarar a la amable anciana―. ¿Qué es lo que sucede con este lugar? Es imposible que un piso tan equipado y en el centro de Londres tenga un costo de arriendo tan bajo, señora Hudson ¿cuál es el truco?
La casera frunce sus labios y le mira con evidente nerviosismo, como si la rubia hubiese exitosamente derribado su fachada.
―Bueno, querida, lo que dices es cierto y la razón es uno de los arrendatarios del 221B... ―murmura notoriamente acongojada― ¿Por qué no bajamos y le conoces? Así podrás saber si eres capaz de... ¿cómo decirlo?... ―se consulta a sí misma― ¡Entenderlo! ―finaliza como si una ampolleta se hubiese encendido sobre su cabeza.
Así ambas bajan las escaleras con cautela, y, la ansiosa casera golpetea en la puerta del 221B para entrar sin más, anunciando que una visitante venía con ella. La chica se abre paso con actuado semblante seguro y nota de inmediato que la sala de aquel apartamento era casi el doble de la del 221D, aunque ambas estaban decoradas de manera similar, esta contaba con una ligeramente más cálida paleta de colores.
Alice decide interrumpir su rápido recorrido visual para así enfocar su curiosa vista en el escritorio de centro, en donde había dos hombres sentados frente a frente, desayunando y leyendo.
En la fracción de segundo en que la señora Hudson y Alice entran al piso, la chica logra observar rauda a ambos sujetos e intenta sacar lo máximo de información sobre ellos con sólo verles fugazmente; Por un lado, estaba un rubio hombre quien, sentado a la izquierda, comía su desayuno y veía distraídamente la televisión a la distancia con una expresión tranquila y de agotamiento a la vez, aparentando estar inequívocamente en sus medios treintas. Mientras tanto, el otro hombre, en contraste, estaba rectamente sentado sobre su silla y leía ávidamente The Telegraph. El sujeto en cuestión tenía una tez increíblemente blanca, cual contrasta en gran medida con su cabello hermosamente oscuro y rizado; aunque su semblante, a diferencia de su amigo, era de evidente frialdad.
―Chicos, ella es Alice y está viendo la posibilidad de arrendar el piso de arriba ―comenta la señora Hudson haciéndose inmediato paso hasta la cocina, y, abandonando a su invitada quien retrocedía unos pasos hacia el umbral del 221B al realizar que, en efecto, no habían escuchado el inicial saludo.
―Hola ¡adelante! Yo soy John, en mi tiempo libre y doctor Watson cuando trabajo ―se presenta y levanta el alegre rubio para amablemente invitar a la chica a entrar, sacudiendo la mano de ella de paso―. Toma asiento, por favor.
―Oh, un gusto, doctor Watson. Yo también soy algo así como una Doctora, ―comenta ella tratando de bajarle el perfil a su rol, notando por el rabillo del ojo que el pálido moreno no le quitaba la mirada a ambos de encima―. Aunque en psicología criminalista...
―Americana ¡interesante! ―exclama inesperadamente el sagaz rizado, de inmediato alzándose sobre sus tobillos y abriéndose camino hasta ella para observarla penetrantemente de pies a cabeza. Alice siente como la sangre se le sube a las mejillas debido a su fallido intento de un inglés neutral en tan solo un par de palabras, cual mal desempeño había sido descubierto instantáneamente por el moreno quien se detiene frente a ella, y luego de lo que parece un breve trance, él le estrecha sorpresivamente su mano con elegancia―. Mi nombre es Sherlock Holmes.
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