Capítulo 13
Habían pasado dos meses desde que Beatrice había caído en coma. Abel, todos los días, se encargaba de asearla, vestirla, e incluso cepillaba su cabello con tanto cariño que Fiona temió que él mismo se enfermara.
—Abel, por favor, vamos -insistió Fiona. El mayor suspiró.
—Papá...
—Fiona... -ella sonrió un poco.
—Al fin lo dijo -ambos abrieron sus ojos sorprendidos. Abel fue el primero en reaccionar, abrazando con fuerza a Beatrice, quien se quejó al sentir los enormes brazos de su esposo apretar su frágil cuerpo.
Fiona salió corriendo en busca del médico.
—¿Qué sucedió? -preguntó Beatrice con voz débil.
—Tuviste un accidente, pero por suerte estás a salvo -Abel sonrió— Y estás embarazada.
—¿Qué? la joven abrió ligeramente la boca, incrédula. Abel asintió.
—Llevas dos meses ya -ella asintió lentamente— Debes cuidarte y comer bien.
—Está bien, querido -dijo Beatrice, sonriendo débilmente antes de que Abel la besara con ternura.
—Déjala descansar -intervino Fiona—El médico debe revisarla. Vamos, Abel.
—Fiona... -Beatrice sonrió mientras Fiona le devolvía la sonrisa y sacaba a rastras a Abel.
El médico confirmó que, para suerte de todos, el embarazo de Beatrice estaba bien. Solo debía reposar y alimentarse adecuadamente para ganar las fuerzas perdidas. Abel, desde entonces, se volvió sobreprotector y meloso. No la dejaba sola ni un instante, y siempre que Beatrice salía, él la seguía como su sombra.
—Aún no saben que estás bien, querida. ¿Qué quieres hacer? -preguntó Abel una tarde mientras la ayudaba a caminar por la habitación.
—Mantengamos esto en silencio unos días más -respondió ella— Pronto será el baile de aniversario del imperio. Ahí puedo hacer mi aparición.
—¿Tienes sospechas sobre el accidente?
—Sí, pero sin pruebas no podemos avanzar en nada.
—Bien, haré lo que sea por conseguirlas, pero por favor no te pongas en peligro-Abel la miró preocupado. Beatrice sonrió con dulzura.
—Contigo a mi lado, ¿qué peligros puedo encontrar? -dijo ella, y Abel sonrió, sentándola suavemente en sus piernas.
—Verte embarazada me da aún más ganas de tomarte -murmuró Abel, inclinándose para besar su cuello, haciéndola reír—Si no estuvieras en recuperación, ya te habría hecho mía.
—Tienes problemas para quedarte callado, Abel -dijo Beatrice, entre risas.
—Así soy yo -respondió él mientras su lengua recorría la clavícula de su esposa— Mi hermosa esposa.
—¿Lo soy?
—Lo eres. No sabes cuánto sufrí sin ti, cuánto quise ir y destruir el imperio para encontrar al culpable de tu accidente.
—Eres increíble, querido esposo -dijo Beatrice, acariciando su rostro—Yo dependo mucho de ti.
—Y yo de ti -respondió Abel, con voz grave—Sentía que me moría, querida. Sentí que mi mundo se venía abajo.
—Mi querido... -Beatrice lo abrazó con fuerza—Ya estoy aquí y tendremos un bebé. Todo está bien.
—Tendremos un ejército -dijo Abel, riendo.
—Borra esas ideas de tu cabeza, Abel -lo regañó ella con una sonrisa—Uno más después de este, pero quiero disfrutar mi tiempo contigo. Tener muchos niños sería caótico, suficiente con Fiona y Siegren.
—Ese Siegren, ladrón de hijas... Ojalá tengas solo niños. Las niñas siempre se van con los más idiotas.
—Suele pasar -respondió Beatrice, con una sonrisa traviesa. Abel la miró con fingida molestia.
—Yo soy un ejemplo de marido: guapo, millonario, y me sé mover en la cama.
—Eres un pervertido caliente, no tienes remedio.
—Es tu culpa, yo era casto antes de conocerte -dijo Abel, soltando una carcajada.
—Ajá... voy a darte el beneficio de la duda -dijo Beatrice, riendo también.
Mientras tanto, en otra parte del imperio, Louise había llegado frente al príncipe heredero. Él la miraba con deseo, y ella sabía que lo tenía en sus manos. Solo faltaba que el emperador aceptara casarlos.
—Esa mujer es molesta -dijo la emperatriz con desdén—No va a ser la esposa de mi hijo.
—Concuerdo —respondió el emperador—. La princesa heredera debe ser adecuada para ese puesto, no vulgar.
—La haremos mi concubina -agregó la emperatriz—.Así dejará de insistir.
—¿Estás demente? -protestó la emperatriz, pero el emperador la ignoró. Enfurecida, la emperatriz se retiró— ¡Busquen los antecedentes de esa mujerzuela! No se la dejaré tan fácil zordenó a sus sirvientes.
Beatrice y Abel, ambos paseaban por los jardines, disfrutando del cálido sol. Las flores en plena floración y el aire fresco hacían que el ambiente pareciera casi irreal. Para quienes los observaban desde lejos, era evidente que ambos estaban profundamente enamorados. Se podían ver las chispas de amor entre ellos.
—Ojalá encontrar un amor así -suspiró una joven dama que los veía desde una esquina del jardín.
—Ojalá encontrar un duque como él. Es amoroso, amable y mataría por ella. ¿Por qué mi esposo no es así? -comentó otra dama, con un suspiro de envidia.
Beatrice no pudo evitar sonreír al escuchar los comentarios. También estaba de acuerdo con ellas. Abel era el tipo de esposo que todas deseaban, pero solo ella había logrado tener.
Su esposo, su vida entera.
Beatrice estaba segura de que el amor que sentía por Abel era inmenso, y él la amaba de la misma manera. Mientras caminaba a su lado, con su vientre abultado por la vida que crecía en su interior, se sentía más afortunada que nunca.
Todo lo que alguna vez había soñado lo tenía a su lado. Y aunque los peligros aún acechaban, sabía que juntos podrían enfrentarlos. Abel era su refugio, y ella era su fuerza.
¿Qué creen que sea? ¿Niño o niña?
¿Podrá el emperador tomar a Louise o la emperatriz la matará?
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