Capitulo 13


El aire vibraba con la energía festiva del banquete, mientras los discípulos y dignatarios se reunían para celebrar mi cumpleaños en los jardines de Laling Jin. Las mesas estaban adornadas con telas brillantes y flores frescas, y el aroma tentador de manjares exquisitos llenaba el aire. De repente, el bullicio alegre fue interrumpido por el sonido de tambores y gritos que se acercaban desde las afueras de la aldea. Una sensación de pánico se apoderó de la multitud cuando los aldeanos, armados con antorchas y espadas, irrumpieron en los jardines, sus rostros retorcidos por el odio y el miedo.

Los discípulos, incapaces de usar su poder espiritual debido a los sellos de contención, se encontraban indefensos contra el ataque implacable de los aldeanos. Mientras tanto, yo me escondía desesperadamente entre las sombras, consciente de que mi vida estaba en peligro. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, busqué entre mis mantos en busca de algo que pudiera ayudarme en esta situación desesperada. Y entonces, mis dedos se cerraron alrededor del frío metal del silbato que había guardado con tanto cuidado desde aquel día fatídico en los jardines de la mansión Lan.

Sin vacilar, llevé el silbato a mis labios y soplé con todas mis fuerzas, el sonido agudo y penetrante cortando a través del caos como un rayo de esperanza en la oscuridad. El sonido resonó en el aire, envolviendo los jardines en una melodía antigua y poderosa que parecía cortar a través de las sombras y la neblina, disipando el miedo y la confusión que se habían apoderado de la gente.

Los aldeanos, momentáneamente desconcertados por el sonido del silbato, retrocedieron un paso, sus rostros contorsionados por la confusión y el asombro. Fue un breve momento de calma en medio de la tormenta, pero fue suficiente para que yo aprovechara la oportunidad y escapara de mi escondite, corriendo hacia la seguridad de la noche. Corrí a través de los oscuros callejones y bosques, el sonido de mis propios pasos resonaba en mis oídos mientras la adrenalina bombeaba por mis venas. Sabía que no podía detenerme, no mientras los aldeanos enfurecidos y sedientos de sangre estuvieran en mi búsqueda. Pero incluso en mi desesperación por escapar, sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que me encontraran.

De repente, el sonido de ramas rotas y voces guturales me detuvo en seco. Antes de que pudiera reaccionar, una figura oscura emergió de entre los árboles, seguida por otras más. Eran los alienos, criaturas temibles y poderosas, cuyos rostros retorcidos por la malicia me hicieron temblar de miedo.

Sin opción de escape, me quedé paralizado mientras los aldeanos se acercaban lentamente, sus ojos brillando con una luz maligna. Pronto me rodearon, sus garras afiladas listas para atacar en cualquier momento.

Entonces, uno de ellos habló con una voz áspera y gutural, acusándome de ser un monstruo por mi conexión con la familia Wen, una secta conocida por sus atrocidades y crueldades en el pasado.

—¿Qué hace un monstruo como tú aquí? —gruñó el líder alienígena, su voz resonando con amenaza. —Sabemos quién eres, Wen Sizhui. Eres un descendiente de la infame familia Wen, responsables de innumerables crímenes y horrores. ¿Cómo te atreves a mostrar tu rostro entre nosotros?

—¡No tengo la culpa! —respondí, mi voz temblorosa con la emoción. —Era solo un niño cuando esos horrores sucedieron. No sabía nada de lo que estaban haciendo.

Pero los alienos no mostraron compasión, y en su lugar, me sujetaron con fuerza mientras uno de ellos colocaba un sello sobre mi pecho, conteniendo mi energía espiritual y dejándome débil y vulnerable.

—¡Tu sangre es una maldición para todos nosotros! —rugió otro alienígena, sus ojos llenos de odio y desprecio. —Eres un monstruo, un paria entre los tuyos. No mereces vivir entre nosotros.

El dolor punzante se extendió por todo mi cuerpo mientras el sello se afianzaba, envolviéndome en una prisión de oscuridad y desesperación.

El momento de peligro parecía haber alcanzado su punto máximo cuando, de repente, una figura imponente surgió entre las sombras, rompiendo el aura de tensión que envolvía la escena. Vestía prendas refinadas y portaba el símbolo de la familia imperial con orgullo, una indicación clara de su posición elevada.

—¡Dejen en paz a este joven! —ordenó con firmeza, su voz resonando con autoridad.

Los aldeanos, temerosos ante la presencia del príncipe, retrocedieron, dejando a Sizhui libre de sus garras.

—¿Quién eres tú para intervenir en nuestros asuntos? —gritó uno de los aldeanos, su voz llena de resentimiento y desafío.

—Soy el príncipe HanYue de la familia imperial —respondió el hombre con calma, aunque su mirada irradiaba determinación—. Y no permitiré que lastimen a este joven inocente.

La mención de su título real causó un murmullo de sorpresa entre los presentes, quienes se apresuraron a ceder ante la autoridad del príncipe.

—P-perdónenos, Alteza. No sabíamos que él estaba bajo su protección —balbuceó otro aldeano, su voz temblorosa por el miedo.

Sin embargo, no reconocí a aquel hombre. Para mí, era un completo extraño cuya intervención en ese momento crítico era tanto desconcertante como bienvenida. Permanecí en silencio mientras bajaba de su caballo y me tomaba en brazos con gentileza, protegiéndome con su propia figura mientras daba órdenes a sus guardias para detener a los aldeanos y brindar ayuda a las personas de la secta Jin.

—Tráiganme a los responsables de este ataque inmediatamente —ordenó a sus guardias, su voz firme y autoritaria.

Mientras era llevado en los fuertes brazos de aquel desconocido, me aferraba a la sensación de seguridad que me proporcionaba mi rescate inesperado. Aunque no sabía quién era aquel hombre que me había salvado, sentía una profunda gratitud hacia él por su valiente intervención.

—¿Quién eres tú? —pregunté con curiosidad, mi voz apenas un susurro en el tumulto que nos rodeaba.

HanYue me miró con intensidad, sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y pesar.

—Soy un amigo —respondió, su tono suave pero cargado de significado—. Y prometo protegerte, Sizhui, pase lo que pase.

Mientras dirigía la situación con autoridad y determinación, aproveché la oportunidad para observarlo en silencio, preguntándome quién podría ser y qué lo habría llevado a intervenir en mi nombre. Sin embargo, las respuestas tendrían que esperar, ya que el caos a mi alrededor exigía toda mi atención y esfuerzo para asegurar la seguridad de todos los involucrados.

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