El enemigo dentro

Capítulo 21

El ambiente en el campamento era extraño; había demasiada calma y eso me parecía raro. Estaba dentro de la cabaña 15. Mi hermano se encontraba en el centro, mirando diferentes artefactos místicos y revisando la red onírica.

—Es raro que esté en tantos lugares a la vez —dijo Hypnos mientras seguía revisando. Se sentía frustrado y lo entendía.

—Siempre fue así, siempre intentando causar caos —dije mientras tomaba asiento cerca de Hypnos y miraba a lo lejos a Thomas, quien estaba durmiendo en un pequeño sofá—. Creo que Thomas quiere un hijo conmigo.

—¿Qué? —Hypnos se veía sorprendido—. Es decir, no me lo esperaba...

Claro que yo tampoco me lo esperaba en esos momentos.

—Oribell, es un lindo nombre —cubrió mi rostro y suspiré ligeramente—. Tengo un presentimiento extraño, es algo raro...

Antes de poder continuar, se escuchó un grito. Era una joven campista e hija de Afrodita que se alejaba de su cabaña.

—¡Ayuda, ayuda! —gritaba mientras corría. Quirón se acercó a la joven—. ¡Hay una pesadilla, es un monstruo!

Todo cobró sentido. Okniton estaba dentro del campamento.

La tensión en el aire se hizo palpable. Hipnos y yo intercambiamos miradas preocupadas. No había tiempo que perder.

—¡Todos, prepárense! —gritó Quirón, su voz resonando con autoridad mientras reunía a los campistas. A su alrededor, los jóvenes semidioses comenzaban a tomar sus armas, listos para enfrentarse a la amenaza.

—Hypnos, necesitamos un plan —dije, sintiendo la adrenalina bombear en mis venas.

—No puedo mantener a Okniton fuera del campamento por mucho tiempo. Está utilizando las pesadillas de los campistas como portales. Si no actuamos rápido, podría ser devastador —respondió Hypnos, su mirada llena de determinación.

Thomas se despertó sobresaltado al escuchar el alboroto y se incorporó rápidamente.

—¿Qué está pasando? —preguntó, su voz llena de preocupación.

—Okniton ha encontrado una forma de infiltrarse en el campamento —expliqué rápidamente—. Necesitamos tu ayuda.

—¡Voy con ustedes! —dijo Thomas, su determinación iluminando su rostro.

—No, no puedes —respondí, sintiendo que mi corazón se aceleraba—. Es demasiado peligroso.

—¡No me importa! No voy a quedarme atrás mientras ustedes luchan —insistió, su voz firme.

—Morfeo, no puedes dejarlo solo —intervino Hypnos, mirando con preocupación a su hermano—. Thomas tiene derecho a luchar por su propia vida.

Nos encontramos en un tira y afloja de palabras, ambos tercos en nuestras posturas.

—Si Okniton puede entrar en las pesadillas, también puede usar los miedos de Thomas —advertí, sintiendo la urgencia en mi pecho—. Necesito que te mantengas a salvo.

—¡Nunca estarás solo! Cuando llegue la oscuridad, sabes que nunca estoy lejos. Escucha mis susurros en la oscuridad —dijo Thomas, su voz cargada de emoción. Las palabras me atravesaron, resonando en mi alma. Era su forma de prometer que estaría a mi lado, a pesar de los peligros.

—¡Esto no es un juego! —grité, frustrado—. No voy a perder a otra persona que amo.

El aire se volvió tenso entre nosotros, y una chispa de dolor se encendió en su mirada. Sin embargo, antes de que pudiera seguir discutiendo, la voz de Quirón interrumpió.

—¡Todos a la batalla! No hay tiempo que perder. ¡El campamento necesita nuestra protección!

Thomas, decidido, se puso de pie. Yo sabía que no podía detenerlo, así que, con una resignación en el corazón, le hice un gesto para que me siguiera.

—Está bien, ven. Pero mantente cerca de mí —dije, finalmente aceptando que necesitaría su fuerza

De repente, un escalofrío recorrió el campamento. Okniton apareció en el centro, y todos se quedaron paralizados al verlo. Sostenía a Nico en el aire, su cuerpo colgando inerte, como un títere cuyas cuerdas habían sido cortadas. Un silencio pesado se cernió sobre nosotros, y las miradas se dirigieron hacia el monstruo, incapaces de comprender la magnitud de la amenaza que representaba.

—¡Miren! —gritó Okniton, con una sonrisa torcida en su rostro—. Este es el pequeño héroe que han estado protegiendo. Pero, ¿quién lo protege de mí?

Los murmullos de confusión y miedo comenzaron a surgir entre los campistas. Thomas, Hipnos y yo avanzamos, pero un sentimiento de impotencia me invadió al ver a Nico en ese estado.

—Todo siempre ha sido culpa de Morfeo —continuó Okniton, sus palabras salpicadas de burla y desprecio—. El dios de los sueños y pesadillas, el que siempre obtuvo el favor de nuestro hermano. Fue Morfeo quien permitió que todo esto sucediera.

La rabia comenzó a burbujear dentro de mí, y sentí cómo la tensión aumentaba en el aire.

—¡Cállate! —grité, pero Okniton se limitó a reírse, como si disfrutara de mi sufrimiento.

Con un gesto despectivo, soltó a Nico, quien cayó al suelo, golpeando con un ruido sordo. El corazón se me detuvo al verlo herido e inconsciente. Me lancé hacia él, pero antes de llegar, una serie de criaturas emergieron de la oscuridad, intentando cruzar las barreras del campamento. Los gritos de los campistas resonaron mientras la batalla se desataba. Criaturas grotescas, monstruos que habíamos enfrentado en el pasado, comenzaron a surgir de entre los árboles y las sombras. A mi alrededor, los semidioses empuñaban sus armas, dispuestos a proteger su hogar a toda costa.

—¡Formen filas! —gritó Quirón, su voz resonando por encima del caos. Los campistas se agruparon, listos para enfrentar la amenaza.

Hypnos, con su poder, intentaba controlar las pesadillas que Okniton había desatado en el campamento, pero era evidente que estaba perdiendo el control. Los gritos de terror llenaban el aire mientras las pesadillas cobraban vida, atacando a los campistas con una ferocidad que jamás habíamos visto.

—¡Morfeo! —gritó Thomas, su voz llena de desesperación—. ¡No podemos dejar que esto continúe!

Sin pensarlo, corrí hacia el cuerpo de Nico, levantándolo del suelo mientras las criaturas se acercaban. Su piel estaba pálida y su respiración era apenas un susurro. La ira ardía en mí, y sabía que debía actuar rápido.

—¡Protéjanse! —grité a los campistas, mientras intentaba arrastrar a Nico a un lugar más seguro—. ¡No dejen que se acerquen!

Okniton, disfrutando del caos que había desatado, comenzó a lanzar sombras hacia nosotros. Las criaturas se multiplicaban, intentando romper nuestras defensas, pero no iba a permitir que el miedo nos dominara.

—¡Vamos! —dije, gritando a Hypnos y Thomas—. ¡Debemos proteger a Nico!

Ambos asintieron, y juntos formamos un pequeño grupo alrededor del cuerpo de Nico, dispuestos a enfrentarnos a la oscuridad que amenazaba con tragarnos.

—No podemos dejar que Okniton gane —dijo Hypnos —. Juntos, podemos detenerlo.

La batalla rugía a nuestro alrededor, y aunque el miedo intentaba apoderarse de mí, sabía que no podía rendirme. Nico necesitaba nuestra ayuda, y haríamos lo que fuera necesario para salvarlo.

Okniton soltó una risa burlona mientras la lucha se intensificaba. Pero en el fondo, sabía que su victoria no estaba asegurada. Con cada golpe, cada grito y cada lágrima derramada, íbamos a luchar, no solo por nosotros, sino también por Nico, por el campamento y por el futuro que aún podíamos alcanzar. La oscuridad estaba aquí, y aunque Okniton había tejido la trama de nuestro destino, juntos teníamos la fuerza para deshacerla.

El caos en el campamento era abrumador. A medida que los semidioses luchaban contra las pesadillas y los monstruos que se agolpaban en la entrada, el aire se llenaba de gritos y choques de espadas. Yo, Morfeo, un simple mortal ahora, sentía la impotencia recorrerme mientras intentaba proteger a Nico. Annabeth estaba a mi lado, luchando con una valentía que admiraba profundamente. Su espada brillaba con cada golpe, mientras yo intentaba contener las pesadillas que se acercaban a nosotros. A pesar de no tener poderes, la necesidad de proteger a aquellos que amaba me impulsaba a seguir adelante.

Thomas estaba cerca, intentando despertar a Nico, quien yacía inconsciente en el suelo. A pesar del caos, podía ver el miedo en los ojos de mi hermano. Sus esfuerzos eran en vano; las pesadillas parecían implacables, y el rugido de los monstruos resonaba a nuestro alrededor.

—¡Despierta, Nico! —gritó Thomas, agachándose junto a él, pero no había respuesta. Mi corazón se aceleraba. No podía permitir que Nico se fuera, no después de haberlo encontrado nuevamente.

Hypnos, a mi lado, también estaba enfocado en el joven. Su expresión era de desesperación mientras intentaba despertarlo, susurros escapando de sus labios. Pero el sonido del combate nos rodeaba, y cada segundo que pasaba parecía una eternidad. El campamento era un laberinto de lucha, y no había donde escapar. Los monstruos se acercaban, y la decisión de huir o quedarnos era una tortura. Si salíamos, tendríamos que enfrentarnos a la muerte; si nos quedábamos, quizás también. Con un grito de desafío, me lancé hacia el frente, tratando de abrirme paso a través de las criaturas que amenazaban con envolvernos. Sabía que no podía rendirme. No quería pensar en el destino de Nico, así que luché, cada golpe que daba era un intento por mantener la esperanza viva.

—¡Morfeo, cuidado! —gritó Annabeth, y me di la vuelta justo a tiempo para ver un monstruo abalanzarse hacia mí. Mi corazón se detuvo, pero en ese instante, vi a Thomas levantarse y atacar al monstruo, deshaciéndose de él.

—¡No te vayas, Morfeo! —me gritó, su voz llena de determinación. En ese momento, comprendí que no solo estaba luchando por Nico, sino por todos nosotros.

Aun así, el miedo seguía acechando. Okniton había tejido este caos, y la lucha parecía interminable. Con cada golpe, me preguntaba si lograríamos salir de esta. Sin poder, solo me quedaba aferrarme a la esperanza de que algún día, este caos se convertiría en algo más que una pesadilla. Mientras luchaba, sostenía la espada con fuerza, sintiendo el peso de cada golpe que daba. El campamento era un caos absoluto: gritos, el sonido del acero chocando y el estruendo de criaturas cayendo. A mi alrededor, los semidioses batallaban con una valentía que me dejaba sin aliento. Percy, con su espada en mano, se movía con la agilidad de un verdadero héroe, mientras los monstruos caían uno tras otro a su paso.

—¡Morfeo, a tu derecha! —gritó Annabeth, y giré justo a tiempo para enfrentar a otra pesadilla que se abalanzaba hacia mí.

"Lo siento, oh, humanidad, como te amo..." murmuré para mí mismo mientras el acero cortaba el aire. A medida que luchaba, sentía una conexión profunda con cada uno de los que defendían el campamento. Ellos no eran solo semidioses; eran la esperanza, el futuro, lo que le daba sentido a mi existencia.

Ahora, mientras peleaba, empezaba a entender mi propósito como dios. Zeus me había castigado por un motivo, y en medio de esta lucha, esas lecciones se revelaban ante mí. Las palabras de Atenea resonaban en mi mente: "Los mortales no están aquí para servirnos a nosotros, los dioses. Somos nosotros quienes servimos a ellos, velando por su bienestar y manteniendo el equilibrio en el mundo."

Era un concepto que había olvidado durante mucho tiempo, perdido en el laberinto de mis propios pensamientos y deseos. Pero en este momento, rodeado de valentía y sacrificio, cada palabra cobraba vida. La lucha que estaba llevando a cabo no era solo una batalla contra Okniton; era una lucha por proteger la esencia de la humanidad. De repente, vi a Nico tendido en el suelo, su cuerpo inmóvil, y el pánico me recorrió. No podía permitir que se perdiera. ¡No! No podía perderlo de nuevo. Aceleré mi ritmo, cortando con fuerza, mientras un grito interno me empujaba a seguir adelante.

Los semidioses estaban luchando por sus vidas, y yo estaba dispuesto a hacer lo mismo. Con cada movimiento de la espada, recordaba lo que había perdido y lo que estaba dispuesto a proteger. Si Okniton creía que podía ganar, estaba equivocado. No solo lucharía por mí, sino por cada uno de ellos.

—¡Vamos! —grité, buscando reunir a mis compañeros. La energía en el aire era palpable, y su determinación me llenaba de fuerza.

A medida que continuábamos la lucha, un resplandor comenzó a emerger entre la oscuridad. Era un pequeño destello de esperanza en medio del caos. Sabía que debía ser algo más, algo que no se podía detener. Miré hacia el cielo y vi que la batalla no solo era física; era también un enfrentamiento de voluntades, de corazones decididos a proteger lo que amaban. La espada brillaba en mis manos, y con un grito de guerra, me lancé hacia la oscuridad, decidido a liberar a Nico y a todos los que luchaban a mi lado. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, pero ya no estaba solo. Estaba rodeado de jovenes que luchaban con todo su ser. Y por primera vez, como mortal, encontré mi propósito.

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