El asedio onírico

Capítulo 8


Percy y Nico se encontraban en el departamento, concentrados frente a la pantalla donde la imagen de Iris comenzó a formarse. Quirón apareció en el arcoíris, su expresión seria indicando la importancia de la llamada.

—Quirón, ¿ha habido algún ataque reciente? —preguntó Percy, ansioso por cualquier noticia.

El centauro negó con la cabeza. —No hemos tenido reportes de nuevos ataques. Sin embargo, hemos estado investigando sobre la sustancia oscura que encontraron la última vez.

Nico frunció el ceño. —¿La brea? Esa cosa estaba relacionada con...

Quirón asintió. —Exactamente. Parece que proviene de los dominios de otro dios, no del inframundo.

Los dos semidioses intercambiaron miradas preocupadas. —¿Qué más han descubierto? —preguntó Nico, anticipando lo peor.

El centauro suspiró antes de continuar. —Además, hemos interceptado conversaciones que sugieren que un dios importante podría estar planeando visitar los dominios de Hades pronto.

Percy y Nico se miraron alarmados. Sabían que las visitas de los dioses a lugares tan sombríos no eran un buen augurio.

—¿Alguna idea de quién podría ser? —preguntó Percy, tratando de entender la gravedad de la situación.

Quirón frunció el ceño. —No tenemos detalles precisos aún, pero esta información es preocupante. Parece que algo de gran importancia está ocurriendo entre los dioses.

Nico se levantó de un salto. —Entonces necesitamos ir allí. Debemos encontrar una forma de entrar en el inframundo y advertir a Hades antes de que sea demasiado tarde.

Percy asintió con determinación. —Estamos de acuerdo. Vamos a prepararnos y partir lo antes posible.

Quirón los observó con seriedad. —Manténganme informado de cualquier descubrimiento que hagan. Les deseo éxito en esta peligrosa misión.

La imagen de Iris se desvaneció gradualmente, dejando a Percy y Nico con una sensación urgente de deber. Se dirigieron hacia la puerta, listos para enfrentar los desafíos que les esperaban en su misión al inframundo, decididos a proteger tanto a los dioses como a los seres del inframundo de cualquier amenaza inminente.

Se encontraban en el umbral entre el mundo mortal y el inframundo, donde Nico se movía con la familiaridad de quien conoce los rincones más oscuros y secretos de los dominios de su padre. Aunque no necesitaba guías ni indicaciones detalladas, Nico repasó mentalmente algunos detalles mientras Percy observaba con atención.

—Nico, sé que conoces bien este lugar. Si algo te preocupa, estoy aquí para escucharte —dijo Percy, reconociendo la inquietud en los ojos de su amigo.

Nico asintió, su expresión seria. —Es solo que... siento que hay más en juego aquí, algo que no estamos viendo claramente.

Percy asintió con seriedad. —Entiendo. A veces las cosas más importantes están ocultas a simple vista. Pero estamos juntos en esto, Nico. Vamos a descubrir la verdad juntos.

Nico le miró agradecido, sintiendo el apoyo de su amigo. —Gracias, Percy. Sé que podemos hacerlo.

Percy le sonrió, alentador. —Recuerda también nuestra promesa a Morfeo. Estamos aquí para ayudarle a recuperar lo que es suyo.

Nico asintió con determinación. —Sí, tienes razón. Vamos a hacer lo correcto.

Estaban decididos a encontrar una manera de advertir a Hades sobre los posibles peligros que acechaban, confiando en que juntos podrían enfrentar cualquier desafío que encontraran en su camino hacia su destino en los dominios subterráneos.

Percy y Nico llegaron al imponente palacio de Hades, un lugar sombrío y majestuoso que resonaba con la presencia del dios del inframundo. Encontraron a Hades en su trono de ébano, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor. El dios observó a ambos semidioses con una mezcla de curiosidad y expectativa mientras se erguía en su trono, su mirada penetrante barriendo la sala con autoridad.

—Nico, Percy —dijo Hades con su voz profunda y resonante—, ¿qué los trae aquí?

Nico intercambió una mirada rápida con Percy antes de tomar la palabra. —Padre, hemos recibido información de que un dios importante podría estar planeando visitar tus dominios pronto.

Hades arqueó una ceja, su expresión enigmática. —Nico, como hijo mío, sabría si algún dios intentara adentrarse en mis dominios. ¿Estás seguro de esta información?

Percy intervino rápidamente. —Entendemos que suena extraño, pero hemos interceptado conversaciones que sugieren una visita inminente. Algo grande está ocurriendo.

Hades frunció el ceño, pensativo. —Es cierto que los hilos del destino a veces se enredan de maneras misteriosas. Explíquenme con detalle lo que han descubierto.

Nico y Percy compartieron todo lo que habían aprendido, mientras Hades escuchaba en silencio, absorbido por las revelaciones. La sala resonaba con la seriedad del momento mientras los hijos de Hades exponían cada detalle, desde las sospechas iniciales hasta las conversaciones interceptadas que sugerían una amenaza hacia los dominios subterráneos.

Al final, el dios del inframundo suspiró profundamente, sus ojos brillando con una mezcla de preocupación y determinación.

—Esta situación es más complicada de lo que imaginaba —dijo Hades con solemnidad—. Parece que hemos caído en una trampa. No buscaban ingresar a mis dominios, buscaban distraernos mientras perseguían a otro.

Nico y Percy intercambiaron miradas de comprensión. —¿A Morfeo? —preguntó Nico, su voz llena de preocupación.

Hades asintió lentamente. —Así parece. Morfeo es vulnerable ahora, y si lo capturan...

—No dejaremos que eso suceda —interrumpió Percy con determinación—. Vamos a encontrar a Morfeo y protegerlo.

Nico asintió, compartiendo la determinación de su amigo. —Estamos juntos en esto, padre.

Hades asintió en aprobación. —Vayan. Encuentren a Morfeo antes de que sea demasiado tarde. Y recuerden, el inframundo siempre está con ustedes.

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Después de la cena con los hermanos Park, regresé al departamento de Percy. Al llegar a la entrada del edificio, algo en el ambiente me hizo detenerme. Era una sensación extraña, una mezcla confusa de presagios que no podía ignorar. Observé un polvillo plateado en el suelo, tan tenue como el recuerdo de los sueños pasados.

Mi primer pensamiento fue que podría ser obra de Hypnos, mi hermano mayor, dejando su huella característica. Siguiendo el rastro con curiosidad, me adentré en un callejón oscuro cercano. Matthew, mi fiel cuervo, graznó nervioso desde mi hombro, sintiendo la tensión en el aire.

Sin embargo, mis sospechas se vieron truncadas cuando me encontré con Okníton, mi hermano menor y ahora corrompido por el poder.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo Okníton con una sonrisa retorcida—. ¿Morfeo, el débil mortal persiguiendo trampas?

Fruncí el ceño ante su insolencia, sintiendo cómo la oscuridad de su presencia me envolvía. Okníton solía ser un aliado, pero ahora era un enemigo siniestro, dispuesto a todo por sus propios fines.

—No soy solo un mortal —respondí con voz firme—. Y sé que esto no es una coincidencia. ¿Qué estás tramando, Okníton?

Okníton soltó una carcajada, un sonido que resonó con una malicia que me erizó la piel.

—Oh, hermano, siempre tan ingenuo. No todo es lo que parece.

Antes de que pudiera reaccionar, Okníton se abalanzó hacia mí con una velocidad que no esperaba. Lo confronté, mis palabras llenas de indignación.

—¿Crees que puedes escapar de tus acciones? Derramando la sangre de nuestra familia, estás cruzando límites que no deberías.

Pero Okníton no mostró remordimiento alguno. En lugar de eso, canalizó su poder oscuro, desatando una ráfaga de pesadillas que envolvieron mi mente como un vendaval de terror. Matthew graznó con desesperación, sintiendo mi lucha interna mientras las visiones de Okníton me envolvían sin piedad.

Cada instante de agonía era como mil dagas en mi mente y cuerpo. Sentía cómo las heridas graves me debilitaban, confundido y luchando por mantener la conciencia. Caí al suelo, exhausto y desorientado, mientras el dolor me envolvía en una niebla oscura.

La voz de Percy y Nico resonó en la distancia, como un faro en medio de la tormenta de mis pensamientos confusos. Aunque mi visión se nublaba y el dolor me dejaba apenas consciente, logré distinguir que Okníton había desaparecido en las sombras del callejón.

Con un último esfuerzo, traté de levantarme para advertirles, pero mis fuerzas me abandonaron y caí inconsciente, dejando que el polvillo plateado en el suelo fuera la única testigo de la traición y el peligro que acechaba.

Matthew graznó angustiado, posándose cerca de mí en silencio, como si también entendiera la gravedad de la situación.

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