✙•𝓐𝓵𝓶𝓪 𝓭𝓮 𝓸𝓻𝓸•✙ (1/2) [𝐴𝑠𝑔𝑜𝑟𝑒] (CAPÍTULO ESPECIAL)
¡Un regalo para todos mis lectores por las 500 vistas! Muchas gracias, en verdad. Los amo🖤✨ no pude aguantarme más (maldita desesperada Betania-)
Este capítulo especial contendrá dos partes, sí, el pasado de Asgore y parte de la leyenda. Espero que les guste, me inspiré bastante para esto 🖤.
¡Disfruten!
...
El cántico maternal resonaba por esos nobles pasillos, sumiso y armónico, y se perdía en los oídos jóvenes de quién lo escuchaba dormitando. El calor a hogar, los brazos que lo rodeaban con ternura y brindándole una armadura de protección le hacía sentir en familia... Familia, ese término que adoraba tanto, que para su suerte, podía disfrutar de los encantos que esa palabra traía tras de sí, a diferencia de sus antepasados, que no conocían de esa palabra.
Familia... un hogar que sabía, que no todos los pequeños como él tenían al alcance de sus garritas, pero para nadie era un secreto que ellos eran la personificación de dicho término, y Asgore estaba tan agradecido por ello. Oh, qué dichoso se sentía en cada charla, en cada reunión que incluían risas por las noches, en cada canto a los dioses que cada fin de semana llevaban a cabo para finalmente disgustar de una cena espléndida en sus honores.
Se acurrucó en los brazos maternales como un pequeño buscando calor, sin el temor de dejar inundar su alma de esa calidez, porque muy bien sabía que aferrarse a lo efímero no estaba del todo bien, fué uno de los muchos consejos que su madre le había otorgado durante su niñez, a diferencia de su padre, él sí apreciaba sus impuestos, botines de guerra, y los bienes temporales, aunque no para un mal.
Una vez, siendo más cachorro, preguntó a su madre mientras tejía, sus ojos destellaban en curiosidad.
— ¿Mi prometida y yo tendremos una familia como nosotros mamá? —la mayor se sorprendió un poco por aquel comentario, su futuro casamiento con la princesa del pequeño reino vecino no era un tema de conversación frecuente apesar de comprometerlos a la tierna edad de los cinco años, como era tradicionalmente.
— Claro cariño, ¿Por qué lo preguntas? — aún así, su sonrisa no tardó en hacerse notar prestando atención a su unigénito.
— Porque cuando sea mayor como papá, deseo seguir sintiendo este calor en mi pecho y compartirlo con mi esposa.
— ¿Calor en tu pecho?
— ¡Si! ¡El calor de un hogar! —sonrió dulcemente con inocencia, qué hermoso era escuchar esas palabras de su propio hijo. Con una expresión conmovida y una pata en su pecho, alzó al pequeño en sus brazos para sentarlo sobre sus rodillas frente al telar, continuando con su amena conversación del futuro príncipe y el trabajo que toda mujer en cualquier vivienda debía atender.
Con un canto, el cachorro descansó sobre el pecho de su madre, la misma y preciosa canción que Asgore había deleitado el primer día de su nacimiento, y sigue siendo un eco lejano hasta los tiempos actuales.
"... Cómo espero que los sueños que encuentres sean brillantes, amor, ¿podemos encontrarnos en el cielo más azúl? Dónde una mañana nos espera a tí y a mi, así que abrázame fuerte una vez más, pero no me digas adiós, porque sé que te veré en el otro lado. Sólo... en mis sueños... nos volveremos a encontrar..."
...
Pocas veces ocurrían este tipo de eventos en el castillo, mucho menos de forma pública como lo hacían en las plazas al agradecer a los dioses por sus obras y cosechas, o por alguna buena excusa para un buen banquete. Las largas mesas decoradas con finos manteles, las velas de cera de abeja colocadas en medio de estas, aunque más que iluminar eran opacadas por el fuego mágico y los candelabros que daban vida con su luz, pero bueno, debían mantener la compostura según Gorey Dreemurr, el señor de ese castillo.
Bajo su mirada, los sirvientes y criados, así como los cocineros preparaban lo necesario para la espléndida noche en la que rondaban por su mente las principales preocupaciones de un rey como él, y sacaría a la luz hoy mismo. Pero, tal vez, querido lector, considere esto como una pequeñez. Pero para Dreemurr, era algo más grande que incluso su vida misma.
El futuro de su heredero y lo que constaba de su reino entero.
El motivo principal de la visita del rey de los humanos a sus tierras era para formalizar el matrimonio entre su hija y Asgore, ya que, siguiendo los pasos de sus antepasados así mismo su único heredero se veía en la obligación de desposar a la segunda hija del rey Luzar a la temprana edad de los cinco años. Vaya, su vida ya estaba resuelta antes de que él tuviera conciencia de que era así.
Dreemurr sonrió agriamente, cruzado de brazos observando desde las escaleras a sus criados continuar con su organización.
La situación entre ambos reinos tampoco era ejemplar, necesitaban rendir cuentas lo antes posible, una larga charla entre ambos gobernantes en la que en verdad, no sentía agrado en participar. En su velludo rostro se podía admirar el estrés que este rey ha arrastrado durante años para construir los derechos de todos sus súbditos, con las manos de los dioses siempre por delante y confiando en su propia suerte. Pero por supuesto, sus ruegos a Hestia para mantener a su familia a salvo, porque algo que atemorizaba a ese fornido guerrero, era la pérdida de ella.
Recordar aquella esclavitud, el olor a cenizas que su pasado se atrevía a cobrar como venganza al futuro le aterraba, y llega a recordar el por qué llevó la mitad de toda su vida para alcanzar la libertad de su raza, de su reino, de los monstruos...
— Padre —escuchó la voz de su hijo tras de sí, y cerró sus ojos.
Esa libertad que había sacado a la luz para todos, para su familia. Para mantenerlos a salvo y que crecieran en un mundo de oportunidades. Estaba feliz de ello.
— Asgore, hijo mío —sonrió volteandose a ver a Asgore, quién sonriente por la expresión de su padre sólo recibió contento las palmaditas en su hombro.— todo un hombre.
El menor de dieciocho años sonrió alegre, ignorante de la preocupación que el rostro cálido de su padre ocultaba. Oh por Zeus, deseaba tanto cancelar ese matrimonio por conveniencia, que su hijo tuviera la oportunidad de manejar su corazón y elegir a quién deseara, odiaba que esas ataduras pasadas también condenasen a su unigénito, a su vida que apenas empezaba.
«Es una hipocresía de tu parte pensar eso a sabiendas de la situación»
Era cierto, con su suave sonrisa asintió disimuladamente a una de las voces llevando a Asgore a las grandes puertas a espera de la visita, mientras el bullicio de hace un rato en la cocina y las mesas disminuía, preparados todos para recibir al rey vecino.
Asmin, su amada reina lo peinó arreglandole el cabello rubio como a un niño de preescolar a punto de su primer día. Gorey sonrió divertido después de tanto rato dejándose mimar por su amada. Su demonio rondaba alrededor de él como una sombra inquieta, presenció las auras humanas a la distancia.
Obviamente, sus demonios odiaban esas almas, sean angelicales o invadidas por la oscuridad. La naturaleza de ellos y aquella rebeldía a los ángeles los hacían odiarlos. ¿Cómo culparlos? Los días en desgracia que tuvieron que afrontar como un cruel castigo por los mismos dioses lo testificaban; no sólo aquello, sino que, ¡el destino decidió marcarlos como almas rebeldes habitando en un monstruo obstinado como Gorey, la muerte en vida ya había sido marcado en piedra desde la Creación!
Al contrario de los pocos entes que Asgore encerraba en su alma desde la primera aparición a los quince, eran más pacíficos. En cierto modo...
Pero no, los de Gorey estaban cabreados todos, aún más con el pensamiento de controlarse esta noche, más al tener a la vista las carrozas dónde el rey y su princesa aguardaban. ¡Es algo inaudito! ¡En este momento ellos deberían estar en guerra con los humanos, no en medio de una cena para organizar el casamiento y unir lazos! ¡Claro que no! Con cada segundo en el que sus carrozas avanzaban con esa tediosa lentitud, más ganas todos esos demonios deseaban mandar todo a la mierda.
Los carros se detuvieron frente a la entrada a los pies de los escalones de mármol blanco, sus guardias venían resguardandolos desde atrás. Llevaban con orgullo el emblema de tela morada con un bordado dorado de la estrella de seis lados. Asgore contuvo la respiración percibiendo la figura de su futura esposa bajar tomada de la mano de su padre.
La familia real Darem estaba conformada por los dos reyes y sus dos hijos, el mayor, Lucero, veinteañero príncipe y lider de las caballerizas en la Guardia Real del reino de su padre, un orgulloso pero engreído joven que guía con liderazgo a los suyos y con el corazón en la mano.
La menor, Helena, rozando los bordes de los diecisiete años de su vida, testaruda y determinada, sin embargo, de esta joven no podré contar mucho, porque tras toda esa alegría que brilla alrededor de su vida siempre habrá alguna sombra que la opaque.
Gorey, que todo el rato había mantenido su pesada pata sobre el hombro de su hijo sólo se limitó a apretarlo, y él, entendiendo su silencioso mensaje suspiró, ansioso, extraño, deseaba armarse del valor suficiente y huir de ahí lo antes posible, pero ya estaba aquí, con la mirada de la humana escudriñandolo como a un desconocido. Él no ha tenido muchos roces con la princesa Helena desde la primera vez que cruzaron miradas cuando tenían cinco años.
— Gorey, ¡cuánto tiempo! —con entusiasmo en su voz, Luzar se abrió de brazos encerrando al monstruo mayor entre risas y palmadas de respeto, que no tardó en corresponder con el mismo sentimiento. — ¿Cuando fué la última vez que nos reencontramos cara a cara? ¿desde que aquella vez que te saqué como un saco de la taberna de mi pueblo?
— Oh, vamos, eran tiempos difíciles para mí y lo sabías.
A diferencia que todo el mundo cree, ambos reyes comparten una amistad íntima incondicional; Luzar le había apoyado a llegar a la cima y la libertad, Gorey le ha dado cobijo en épocas difíciles, ciertamente ambos se habían extrañado como la eterna alianza que une a estos dos gobernantes. Pero no era suficiente, se requería el casamiento de sus dos hijos para concretar los lazos ante ambos reinos. Ya han ocurrido un par de atentados a las grandes autoridades de los dos bandos, y apesar de las leyes, discursos, palabras, mensajes rogando piedad para el pueblo vecino, las quejas no se hacían esperar, porque las heridas no cicatrizaban por completo, manchadas en los corazones de quienes viven aún en el pasado.
Los gobernantes se separaron del feliz encuentro emotivo, Asmin sólo negaba sonriendo. Esos dos viejos reyes, con bolsas bajo sus ojos y miles de vidas bajo sus autoridades aún no maduraban.
— Helena, hija mía, acércate. —la muchacha se había quedado a unos metros de ellos, quieta sin osar interrumpirlos, hasta ahora que la llamaron a su lado. — Pueden adelantarse ustedes dos si lo desean, nosotros debemos hablar unas cuántas cosas.
Pero Asgore ya no escuchaba, impregnado y atento a los delicados gestos que Helena le había dirigido a su padre por su mandato.
Ella, parecía no pasar de los dieciocho. Mínimo dieciséis años debía tener la criatura de larga cabellera dorada y ojos cristalinos. Su rostro era fino y simple, como una escultura de porcelana. Vestía con un delicado vestido blanco y bordes azules en la falda y mangas haciendo contraste con sus ojos, su escote era prudente para una dama como ella. El cabello, no traía ningún moño. Asgore hizo una mueca, desde que recordaba ella siempre había sido testatura en cuanto al tema. Pero así podía admirar las olas pálidas que se mecían con el viento en su cabellera.
Sonrió, oh, qué dulce sonrisa, ¿qué esconderá tras ese delicado gesto?
— Vamos, Gorey—Asgore enrojeció bajo su pelaje.
— Sabes que no me gusta que me llamen como mi padre —le siguió el juego, caminando con ella hacia la calidez de su castillo.
Hasta que se percató de la presencia de otra sombra, frunció el ceño mirando tras Helena, ella admiraba el castillo con brillos en sus ojos. Asgore se encontró con algo que, ni le disgustó pero tampoco estaba del todo cómodo.
Una monstruo, parecía ser más joven que Helena, y al parecer pertenecía a su mismo linaje de Monstruos Jefes, con ojos violáceos y vestida para la ocasión.
— Ella es Toriel, mi dama —sonrió meneando su mano al aire y suspirando, a lo que la monstruo al escuchar mención de su nombre juntó sus manos y bajando la mirada enrojecida.— es sólo una enclenque que por mandatos de mi padre me la entregó como criada para "cuidarme".
— ¿Una... monstruo?
— Esclava para ser más precisos. Me sigue a todas partes, no le hagas caso y has como si no existiera —tomó su mano ante su expresión de sorpresa y río. — vamos al jardín, se dice que es el más hermoso de entre ambos reinos por su única plantación de rosas tan peculiares. ¿Es cierto que las rosas están relacionadas con sus dotes demoníacos? ¿Puedo ver? La cena puede esperar.
Asgore ladeó la cabeza dudando, mirando entre los platos y los mesones iluminados, sus padres riendo, y finalmente a la princesa, quién sonreía con una agradable y refrescante sonrisa, definitivamente la preciosa expresión de Helena había ganado la guerra, al menos por esta vez. Ignoró el comentario anterior sobre sus rosas, ya que siempre que alguien hablaba en voz alta sobre la naturaleza de los monstruos, no eran temas muy positivos. Siempre y cuando no se metieran en lios, todo estaba bien, así que un paseo por los jardines reales a la luz de la luna con su prometida estaba bien...
También decidió ignorar el hecho de que ella, princesa Darem, humana, tuviera su propia dama monstruo, o "esclava" como parecía pronunciarlo con un tipo de gozo. Asgore mantuvo su vista fija en la monstruo con rostro serio; los tráficos de esclavos, en especialmente de monstruos, no han sido erradicados en su totalidad. Eso, era algo que Asgore deseaba fervientemente eliminar.
— Claro, Helena —sonrió el joven príncipe enseñándole sus blancos colmillos, y tomando el brazo de su prometida fueron al jardín, seguidos por la inmutable presencia de Toriel que apenas sí se dejaba mostrar fuera de las sombras de aquél jardín.
...
— Las cosas están feas allá afuera — comentó Gorey momentos después de silencio para darle un trago a su rojizo vino, lo movía entre su mullida pata de un lado a otro dejándole un aire de elegancia. Luzar suspiró apesadumbrado pasándose una mano por el rebelde cabello rubio.
— Ayer ocurrió un horrible suceso que le costó la vida a un sacerdote en uno de los dos únicos templos entre mi pueblo — Gorey alzó ambas cejas mostrando interés en su relato, aunque aquellos templos no tuvieran ningún significado para Gorey, los tenía para Luzar. — muchos se alzaron como un asedio, el caos era verdaderamente desconcertante, una cuarta parte de mis soldados habían sido enviados para aplacarlo. Terrible, terrible— negó con sus ojos cerrados, con el recuerdo vivo en su mente.— creen que formar disturbios sin sentido me harán tomar una decisión forzada. Pero lo único que me obligaron a hacer es a... ejecutar a aquellos canayas.
Gorey sintió el abatimiento que trajo las sombras de aquellas palabras, lo dejaron perplejo mirando a Luzar por largo rato, mientras este se apoyaba en la mesa con una mano en su frente, negando para sí mismo. Se preguntó qué tan grave fue la situación para llegar a tales extremos al alcance del rey humano, y qué tanto él debió sufrir con ello... Luzar, el gran y benevolente Luzar, conocido como el rey más firme que ese reino pudo haber tenido jamás, castigando a los asesinos y misericordia para los justos.
Pero una ejecución... muy bien pudo haberlos encerrado en alguna mazmorra, o darles un castigo severo y luego dejarlos ir con una advertencia. Pero, algo le decía a Gorey que esa no fué la primera vez que matan a alguna autoridad.
Acarició su barba pálida con admiración.
— Adelantemos el matrimonio lo antes posible. Es la única forma de calmar las aguas que están por ahogarnos. A finales de este año, Asgore Dreemurr y Helena Darem serán marido y mujer.
...
Helena Darem siempre fue una niña ejemplar, aprendizaje rápido, modales perfectos, tez en alto y mirando con superioridad a quienes estaban por debajo de ella para hoyarlos y hacerlos desaparecer de su camino, porque sólo ella tendría alcance a la cima. Sólo ella podría calmar los disturbios entre su gente con el maldito casamiento con Asgore.
Hizo una mueca de sólo pensarlo, limpiando con su vestido la mano que el príncipe había sostenido en su suave y gigantesca pata.
Casamiento que, por mucho que le había rogado a su padre, debía cumplir como obligación por su gente. ¿Por qué? ¿Por qué simplemente no se decide todo con una guerra y demostrar en el campo de batalla quién es superior a quién. No les bastaba con amarrarla desde sus primeros años de vida a una criatura demoníaca sino que, eso significaría la destrucción total de su vida social, tal vez no cómo princesa, pero sí como mujer.
Entre sus criadas, tras aquellas paredes de su castillo escuchaba conversaciones a escondidas, chismes que vagaban de boca en boca flotando con gracia, burlas a su persona por el hecho de contraer matrimonio con un monstruo, y no cualquier monstruo, con el príncipe de ellos, ¿por qué su padre querría castigarla de esa manera tan cruel? Que desdichada se sentía, qué impotente, qué rabia.
Lo peor de todo, es que debía esconder su verdadera faceta, su verdadero sentir tras esas capas de niña adorada y de buena crianza, que aunque sea una verdad, la ambición opaca aquellos buenos dotes.
Al menos, conocía a Asgore lo suficiente para tener presente su buen corazón, un alma de oro que siempre aguardaba en su pecho. Helena lo envidiaba, envidiaba ver cómo él siempre enseñaba a los analfabetas de sus criados, cómo ayudaba en la cocina a sus sirvientes, envidiaba su maldita sonrisa de buen chico. Era un maldito monstruo, alguien arrastrado que debía arder en las fauces de los infiernos más terroríficos.
Con todo eso en mente, empacaba para preparar su estancia a su nuevo hogar: el castillo Dreemurr. Con la presencia de su más fiel esclava, Toriel, como siempre con su maldito silencio la delataba; se encontraba nerviosa, era la primera vez que Toriel, en sus años de servicio, acompañaría a su ama a ver nuevos paisajes, nuevos amaneceres, dónde el arrebol de estos se entremezclaban con los tonos naranjas y majestuosos tras las sombras de los altos árboles.
Toriel nunca había conocido vida fuera ese castillo, quizás, sólo quizás, bajo el techo Dreemurr, se liberaría de su tirana amargada. Sólo tal vez.
...
Pronto la segunda parte ~
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