Capítulo 3; Atrapada en el Infierno de Hielo
—Conduce con cuidado Gray.
—Está muy herida, ¿se golpeó con las rocas?
—No lo creo, no alcanzo a tocar el suelo, la agarre justo antes de...
La conversación se hizo más clara para mí, y me di cuenta de que eran tres voces de hombres. Además, percibí que estaba en movimiento. Mi única opción para escapar era transformarme, sabía que estaba en un coche y podía liberarme de allí. Sin embargo, si estaba en un lugar con humanos, sería un gran problema. El miedo me invadía por completo.
—Ni lo sueñes o te cortare el cuello antes que intentes transformarte.
La voz del hombre estaba dirigida a mí, y me acurruqué aún más en mi asiento. No había forma de ocultarles que no estaba desmayada.
—Por favor, déjenme ir —supliqué, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, una mezcla de todas las emociones que sentía.
—Oh, pastelito, no te asustes. —Fue la tercera voz.
Sentí una mano posarse en mi hombro, y mi cuerpo se movió por reflejo, alejándome lo más que pude. Mi cabeza golpeó contra algo sólido y me sentí aún más mareada.
—No la molestes, Dalyn. Está asustada.
No quería mirarlos, me aterraba la idea de ver sus rostros y pensar en lo que podrían hacerme. Las historias sobre los dragones negros no eran de las que contabas antes de dormir, y la enseñanza de su crueldad no era algo que ningún dragón quisiera experimentar.
—Déjenme ir, por favor— pedí con menos ganas.
—Nadie va hacerte daño niña, pero no podemos dejarte aquí o morirás.
Las voces se entremezclaban, sin saber quién era quién, y mis sentidos no funcionaban de forma especialmente racional.
—No importa — ya no podía contener los temblores de mi cuerpo debido al llanto, mi corazón humano latía desbocado. —Solo déjenme allí afuera.
—No te haremos daño. Vamos hacia el fuerte de los dragones de escarcha, estamos de paso te dejaremos allí.
¿Dragones negros de paso?, no había opción no a menos que estuvieran pidiendo algo al clan, y no era exactamente tesoros de los que brillaban. No era normal que ellos anduvieran juntos, no sabía mucho de ellos, no eran comunes, se suponía que estaban al borde de la extinción, y los pocos que quedaban solían ser solitarios
—Si no me van hacer daño, por favor déjenme aquí.
El que creía más joven se rio de mis palabras, no podía volver a la fortaleza, cosas malas pasaría. Abrí mis ojos para mirarlos con suplica.
—No vamos a dejar que un dragón muera.
Como si la regla de no matar dragones existiera realmente, me había quedado claro que, si dragones jóvenes eran capaces de cometer tal acto, estos también lo serian. Mire mis posibilidades, uno de ellos conducía, el vehículo tenía tres corridas de asiento, delante de mí estaba el hombre que ofreció cortar mi cuello y junto a mi Dalyn el que parecía tener la voz divertida, el tercero parecía ser solo el chofer.
Mis manos temblaban. En caso que ellos cumplieran su palabra de no hacerme nada, cosa que no creía. De todas formas, iba a morir en ese fuerte luego de ser violada.
—Tranquila pastelito no vamos hacerte nada... o acaso ¿Te paso algo allí?
Quiso saber, vi sus ojos posarse en mi rostro y en mis manos, viendo los cardenales de hielo.
—Cierra la boca Dalyn no es nuestro asunto, no vamos a dejarla aquí o morirá congelada, vamos a la fortaleza si pertenece allí, ellos sabrán que hacer.
—No puedo volver allí...
Mis súplicas no fueron escuchadas. Vi la entrada de la fortaleza y luego al coche metiéndose en el camino de entrada. Había un revuelo en el lugar, claramente los esperaban. ¿Tendrían miedo como yo lo tenía? No lograba captar nada.
Dalyn me obligó a descender del automóvil y avanzar junto a ellos hacia la sala del jefe del clan. Odiaba ese lugar, ya que había sido testigo de muchos intentos de abuso hacia mí. Ahora me encontraba con estos tres hombres imponentes ingresando a ese sitio. Me sentía en peligro y asqueada en extremo.
—Oh, niña, ¿dónde te habías metido? —El jefe del clan tomó mi brazo y me arrastró hacia él, al mismo tiempo que llamaba a algunos guardias—. Prepárenla para esta noche. Esta vez si será especial.
Mi cabello se movía húmedo, rozando mis manos. No podía permitir que me llevaran, ya no soportaba más el frío. Intenté moverme para empujarlo, pero no pasó nada. No tenía fuerzas; me había convertido en un títere. Mi pierna izquierda cedió y comencé a toser agua.
Luego, sentí las manos de alguien que me levantaron.
—Me disculpo por su actuar, ella no ha tenido un buen día.
Fue todo lo que dijo el jefe del clan para describir o comentar todo lo que pasaba, y lo más preocupante es que a nadie pareció importarle, no debía sorprenderme, eran dragones negros contra abusadores.
—Déjame ayudarte —la voz de Dalyn rozó mi oreja.
Sentí un profundo asco y un miedo avasallador.
—No es nuestro problema, Dalyn —el otro hombre habló de nuevo, con una voz ruda y ronca, como si no le importara en lo más mínimo.
—Ella no se encuentra bien, ¿acaso está enferma? —intervino el chofer del coche, su voz sonó plana y sin emociones—. ¿Así tratas a tu propio clan?
—No está enferma, simplemente niega la magia. Ha estado poniendo problemas para reproducirse, pero ya no le queda mucho tiempo, pronto cederá. Al final, todas lo hacen. Sabe cómo funciona esto.
Un incómodo minuto de silencio llenó el espacio mientras todos se miraban entre sí.
—La quiero esta noche...— dijo el hombre.
—¡Gray no! —sisearon ambos acompañantes.
—Ella no está entre los tesoros. Es una virgen y un potencial ejemplar para mejorar este clan. Quizás se convierta en la primera esposa.
La sola idea me provocó una ola de náuseas. Si no podía escapar, estaba destinada a morir, y prefería que fuera yo quien lo hiciera antes que ellos. Había visto una daga en la cintura de Dalyn, la agarré con desesperación y la apunté directamente a mi pecho. Si lograba dañar lo suficiente mi corazón, podría poner fin a mi tormento. Sin embargo, la hoja nunca llegó a tocar mi cuerpo. El tipo no era tan idiota como pensaba; tomó mi mano y bloqueó mi movimiento. La daga se deslizó de mis dedos y mi última posibilidad de escapar se esfumó. Miré a los tres hombres con un odio ardiente. Ellos me habían arrojado de nuevo al infierno de hielo.
—No pierdas el tiempo con esa niña, no lo vale, solo dará dragones con fallos al clan, además de wyvernos.
Esa fue la voz de la primera esposa, o la jefa del clan, tenía mis dudas a quien pertenecía el título.
—¿Me la darás mientras este aquí?, piensa tu respuesta, nuestra alianza depende de ello,
—Supongo que siempre puedo tenerla después, aunque le quitan toda la diversión. Llévenla al dormitorio de nuestros invitados y prepárenla para él. — sentencio el vejestorio regordete.
Me sacaron de la sala y me llevaron a una espaciosa habitación, en el ala opuesta a las celdas. Nadie me forzó a recibir más magia, lo cual agradecí profundamente. Mi cuerpo seguía congelado, y empeoró cuando me hicieron tomar un baño con agua fría. Parecía ser algo que a todos aquí les gustaba, pero después de pasar tantos días al frío, ya no podía soportarlo. Todo estaba mal conmigo.
El vestido que me dieron esa noche resultó ser aún más grotesco que el de las noches anteriores, y mis escamas ya no eran capaces de cubrir nada. Improvisé con una de las telas que colgaban para tapar mi trasero, no quería que quedara expuesto a la vista de nadie. No deseaba ser tocada por nadie. Una vez satisfecha con mi improvisación, exploré la habitación con la mirada. La cama era espaciosa y estaba cubierta de mantas, o tal vez eran pieles peludas, no me atreví a tocar nada, pues temía desatar la ira de ese dragón negro.
Me senté junto a una de las ventanas, en el rincón más alejado. El suelo estaba gélido, y mi ropa no ofrecía abrigo ni calor alguno. Mi cuerpo temblaba, pero no me atrevía a moverme ni a acercarme al fuego de la chimenea.
Recogí mis rodillas contra mi pecho y escondí mi cabeza entre ellas, buscando conservar el calor. De alguna manera, debí lograrlo.
—Despierta.
Sentí la voz del hombre muy cerca de mí. Cuando lo miré, me di cuenta de que se trataba del chofer. Era imponente, su mirada transmitía una fuerza aterradora, y mi miedo se apoderaba de mí.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —mi cuerpo temblaba de frío y miedo, y mis palabras apenas salían en susurros entrecortados.
Lo vi arrodillarse frente a mí.
—Estás congelada.
No sabía si eso era una pregunta o un echo, así que no dije nada, no es como que pudiera hacerlo de todas formas, estaba a merced de él.
—Permíteme —dijo antes de tomar mi brazo y examinarlo.
La escarcha había florecido en mi piel, y aunque era hermoso a la vista, no se sentía bien en absoluto. Dolió aún más en las zonas donde el hielo era más brillante.
—Te están envenenando. ¿Qué tipo de bestias pueden hacer esto?
Nuevamente, no sabía si era una pregunta o no, así que lo dejé hablar sin responder. Hubo un breve silencio, y luego, su siguiente acción fue tomarme en brazos. Grité de miedo y luché por alejarme, pero me sostuvo con más fuerza para impedir que escapara. Luego, me acercó a la bañera y simplemente me dejó caer en ella. El agua estaba caliente, no hirviendo, pero sí lo suficientemente cálida como para ser un baño perfecto, uno que no había podido disfrutar en muchos días.
—Quédate allí, y no me hagas repetirlo.
Comencé a toser sin parar, pequeñas escarchas salían por mi boca, y lo demás era agua. El hombre tocó mi espalda de una manera que no indicaba nada claro; ¿quizás apoyo? Tosí durante tanto tiempo que temí quedarme sin aire.
—Tómalo con calma.
Luego de unos minutos, el agua caliente comenzó a enfriarse. Agradecería por siempre esos minutos de calor que me había brindado el agua de la bañera y el dragón negro. Había sido lo mejor en días. Limpié las lágrimas en mis ojos con rabia, pero no podía dejar de llorar.
—Sal de ahí pronto o ese baño caliente no servirá de nada —puso algo de ropa sobre una de las sillas cerca de la bañera. —Dejaré esto aquí y me daré la vuelta. Vístete.
Hice lo que él dijo, tenía miedo de él y lo notaba. No quería enojarlo así que hice lo que me dijo además también quería ponerme ropa, la que me ayudaría a entrar en calor y mantenerme cubierta. Los pantalones eran demasiado grandes para mí, y el suéter también, pero estaba agradecida de tener ropa que cubriera mis senos, mi cuello y mi trasero. Se sentía tan cálido que mi boca soltó un suspiro de alivio.
—Están nuevos, los compré hace algunos días y no los he usado. Toma esto.
Supuse que tenía alguna razón para decirlo, pero yo no lo entendía. Apuntó hacia un plato en la mesa y luego caminó hacia la chimenea, mientras yo me acerqué a la sopa que había dejado para mí. Estaba caliente, y no pude evitar querer tomarla toda de inmediato. Me quemé la lengua, pero no me importó. Cuando llegó a mi estómago, fue la mejor sensación del mundo. Fue como si el frío de mi piel se desvaneciera momentáneamente. No pude evitar emitir gemidos de satisfacción por lo cálida que me sentía; era un paraíso dentro del infierno de estas últimas semanas.
—Si no hubiese llegado a tiempo, estarías muerta, estuviste a solo unos metros, ¿sabes que con esa altura no alcanzas a transformarte y volar?
—Sí, lo sé —susurré, sin necesidad de añadir más explicación.
Eso es lo que pretendía, pero no completé la frase. Supuse que no era necesario, ya que él asintió como si entendiera todo.
—Puedes acostarte si lo deseas.
Mi cuerpo se puso rígido, miré hacia la cama y luego a él. Me levanté de golpe, retrocediendo. La silla cayó y casi caí con ella.
—No voy a violarte.
Sus palabras eran las necesarias, pero no suficientes para mí. No iba a violarme, pero ¿iba a matarme o iba a obligarme a hacer algo?
—Puedes calentarte —indicó el asiento junto a la chimenea, pero negué con la cabeza. No me acercaría a él.
—¿Cómo te llamas?
No dije nada, no podía articular palabra. El miedo me paralizaba, más preguntas vinieron.
—¿Cuantos años tienes?
Una pregunta más que no respondí, él golpeó la pared junto a la chimenea y salté de miedo. Las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente.
—Lo lamento, no tengo mucha paciencia y estoy molesto.
Se levantó de su asiento. Pensé que me iba a golpear o algo parecido. Pero en cambio, caminó hacia la puerta y salió de la habitación, dejándome completamente sola. Cuando estuve segura de que no iba a volver, me acerqué al fuego y calenté mis manos. Era realmente gratificante poder hacerlo, sentir el calor en mis manos y en mi rostro.
El tiempo pasó y él no volvió. El cansancio me invadió al punto de no poder mantenerme en pie. Me arrastré de vuelta al rincón donde estaba y me acomodé, tapando mi cabeza con el sweater. El sueño hizo lo suyo y me sumergí en él muy rápido.
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