Reto 1: Ficción Histórica

Tal vez por eso los dioses...

Tenochtitlán 1410

El día en que Alotl se casó con su hermano fue uno de los más dolorosos en la vida de Quetzalli.
Pese a los momentos que actualmente vivía junto a ella, era inevitable recordar con amargura aquel momento en que Alotl e Ikal por fin se habían unido ante los dioses.

El primer momento en que se sintió vulnerable fue en una madrugada cuatro años atrás después de ver a sus padres debatiendo algo que parecía importante. Esa noche, horas después de que el sol se ocultara, ambos, junto a Ikal, partieron rumbo a la casa de Alotl cargados de ostentosa aguardiente.
Por supuesto que Quetzalli sabía lo que estaba a punto de suceder. Después de todo Ikal ya estaba en la epítome de sus veintes y Alotl, como joven casadera de dieciséis recién cumplidos, se imponía como mujer en busca de su esposo. No porque ella lo decidiera sino porque los decesos de los padres eran irrevocables.

Se sintió vulnerable. Si. Pero no estaba preocupada en ese momento. La primera intención de pedida de mano siempre era rechazada como muestra de dignidad y pureza, aunque a sabiendas solo de ella como cómplice en una trampa, no podría afirmar que pureza fuera una palabra que definiera correctamente a Alotl.
Cuando los padres y hermano regresaron con las manos vacías, sin los regalos, ella aún no estaba preocupada.

Alotl recostó al pequeño de dos años que estaba entre sus brazos en un suave tapete en el rincón de la habitación. Sameel, como joven pequeñuelo bien portado, se quedó con ojos cerrados en él, sumido en un profundo sueño gracias a los arrullos de su madre. Inmediatamente después de cerciorarse que el hijo se arropara correctamente, Alotl se dirigió al otro lado de la habitación, balanceándose y meciendo las caderas hasta llegar a la persona en segundo tapete, más grande y más acogedor, un tapete nupcial. A pesar de lo que fuera, era claro que en esta ocasión no era un esposo quién se encontraba en él, no, era una mujer de suaves cabellos marrones amarrados en dos trenzas apretadas decoradas con listones de colores.

La suave respiración de los tres se vió interrumpida por en chasquido del cueitl de Alotl rozando el tapete y acomodándose recostada junto a la mujer, quien inmediatamente se colocó de perfil para quedar frente a ella.

----¿Qué pensaría Ikal de verme en su lecho nupcial junto a ti?

Alotl pareció pensarlo por unos momentos, divertida de que a su compañera le diera por sacar un tema demasiado aburrido.

----Es difícil saber qué pensaría, Quetzalli. Pero probablemente te echaría y me obligaría a no dejarte parar a este, nuestro santuario. Aunque seas su hermana, lo vería como una gran invasión a la privacidad, aunque no estaría tan molesto por eso.

----Vivimos juntos por quince años, seguro lo reconozco aún más que tú. ----Solía ser un tema común hablar sobre Ikal, él representaba una de las cosas que aún las mantenía unidas y a la vez separadas. Quetzalli, apagándose cada vez más en seriedad, detuvo su perorata por unos segundos a la vez que observaba con detenimiento a la hermosa mujer frente a ella, repasando hacia atrás de la oreja el filo en la frente de su cabello despeinado apenas sujetado con un listón en la nuca, claramente Alotl no había tenido tiempo de peinarlo esa mañana y su visita no le mejoró la tarea----. Sé... Que su instinto guerrero saldría ante mí, aún como mujer y hermana, si supiera de verdad lo que sucede.

Dos semanas después, los padres y hermano regresaron nuevamente sin el aguardiente. Eso la removió desde lo más profundo de su interior. Estaba claro que la familia de Alotl no rechazaría un casamiento con Ikal y solo se dignaban a seguir la tradición de cortejo.
Otras dos semanas después, cuando posterior a una tercera visita, los tres, quienes habían partido con las manos llenas de chocolate, cacao y azúcar, regresaron otra vez con las manos vacías. Con sólo un significado: Alotl iba a casarse con Ikal, y aunque le doliera en lo más profundo de su corazón, ella no podría hacer nada para impedirlo.

Con los ojos fijos la una de la otra y la suave sonrisa que adornaba las comisuras de ambas, en instantes la lejanía se convirtió en rozaduras de narices y alientos entremezclados, juntándose así los labios en besos carnales suaves y prohibidos.

----¡Quetzalli!

Le llamó días antes de la tercera visita, cuando a través de mensajes acordaron escabullirse en medio de la noche hacia los campos de cultivo que se encontraban en tierra y no en agua.
Ambas chicas eran felices la una con la otra, no necesitaban a nadie más pero no parecía que los demás lo entendieran. A Alotl eso parecía perturbarle de gran manera. Por supuesto, Quetzalli sentía el dolor de ver a quien ama obligada a permanecer junto a otro, pero tampoco podía saber lo que ello se sentía. A sus quince primaveras, se sentía con suerte de no haber llegado a los dieciséis.

----No lo quiero... No quiero a Ikal.

Los brazos de Alotl la rodearon con fuerza mientras algunas lágrimas resbalaban de sus mejillas. Quetzalli, como sentimental que no demostraba ser, le correspondió con el mismo ímpetu, deseosa de borrar la desesperación de su amiga.
Cuándo se separaron, era claro que ninguna se sentía mejor con la situación pero la compañía entre ellas siempre era reconfortante, además de que el remolino de emociones en sus pechos y el revoltijo de sus vientres en sus presencias siempre les devolvían las sonrisas a pesar de cualquier situación que vivieran.
Fue así como Alotl, siendo la más afectada en la situación, se arrojó sobre Quetzalli uniendo sus labios recostadas entre la espesura de los maizales, provocando una situación cada vez más intensa y arremolinadora. No era la primera vez que sucedía, tampoco esperaban que fuera la última, pero pese a lo que cualquier persona ajena pudiera pensar, para ellas era maravilloso entregarse a lo que Xochipilli tenía guardado solo para la vida matrimonial.
Tal vez por eso los dioses obligaban a Alotl a casarse.

Sobre el lecho, Quetzalli acarició a través de la cintura del huepili todo lo que sus manos podían acariciar. Con cuidado de que ningún sonido descuidado despertara a un Sameel disfrutando del sueño mientras ellas disfrutaban del placer carnal y pecaminoso.
No iban a detenerse a pensar en nada, no en momentos tan fugaces y maravillosos como el de ese momento; ni siquiera pensar en Ikal, quien disfrutaba de sus privilegios monogámicos de guerrero y estaba fuera luchando con su vida bajo la profecía de conquista. Tampoco pensarían en él.

Un año después del matrimonio de Alotl, Quetzalli tuvo que casarse.
A ella no le gustaba, pero su palabra para buscar esposo no valía nada sobre la de sus progenitores. Al menos estaba decidida a intentar que su vida no fuera miserable.

No lo logró, porque justo un año más de aquello, su esposo, un guerrero algo presuntuoso tanto en el campo de batalla como en su vida familiar, solicitó separarse de ella en un divorcio formal. Todo porque, en el tiempo, Quetzalli no había logrado darle un hijo. Por supuesto que ella no se negó, había esperado que su marido fallara para solicitarlo ella misma. Aún así el sentimiento de no ser madre (como habían dicho los doctores, que la bendición fértil de los dioses no había llegado hasta ella) se estrujó en el pecho al enterarse que el hijo que Alotl e Ikal esperaban ya estaba naciendo.

Una tarde que aprovechó para ofrecerse a velar a Alotl unas horas, compartió la dulce felicidad que ella desbordaba, guardando su tristeza muy dentro de sí misma.
Y así, viendo a Alotl y Sameel recostados amorosamente en la manta, no pudo evitar pensar qué tal vez el gran amor que le tenía a esa mujer era la razón por la que Coatlicue tanto la castigaba.

Horas después, aún recostadas una sobre otra y disfrutando de la compañía mutua, el llamado de la entrada fue un repentino despertar de la ensoñación en la que habían terminado.
Alotl, como quien vive en el lugar, se levantó de la comodidad para dirigirse hacia quien los interrumpió desde afuera. Ahí, había un guerrero ostentado con finas plumas, adornos coloridos y pintura en el rostro.

Cuándo Alotl regresó dentro, junto a Quetzalli, ambas lloraron de dolor y pérdida. Por un esposo, por un hermano.

Quetzalli observaba desde un rincón fingiendo una sonrisa.
Por toda la ceremonia: los regalos, las hachas encendidas, el incienso y los rezos, incluso a través de los feroces bailes dentro del hogar; no era feliz. Alotl, unida en túnicas junto a Ikal, pese a negarse al matrimonio en sus adentros, se mostraba agraciada con el festejo.
Quetzalli no podía arruinarles esto, no a Alotl, no a su hermano.
No importa cuánto Tlazolteotl le pidiera que amara a cada uno de ellos, así es como debía de ser.

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Bueno... Voy a decir que, tremendos problemas que me dio escribir esto!!!
La verdad es que es la primera vez que escribo algo de este tipo, tampoco había escrito nunca un GL.

Cuando vi por primera vez que el reto era sobre ficción histórica inmediatamente mi mente se llenó de ideas y a la vez se quedó en blanco jaja no sé cómo describirlo.

Aún así, espero que al menos se entienda lo que quise plasmar aquí, algo como parte de mi esencia que, obviamente, siempre incluye un poco de angustia.

Me despido ☄️

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