ᴀᴋᴀᴢᴀ: ᴘᴜɴɪꜱʜᴍᴇɴᴛ ᴘᴀʀᴛ. 2

Punishment

Palabras: 2204

Advertencias: Violencia, heridas, muerte(?).

Un gallo cantó anunciando la salida del sol, mis ojos se abrieron e intenté procesar mi alrededor por un momento, fue entonces que los recuerdos de la noche anterior volvieron a mi mente y no pude evitar recorrer toda la habitación con la mirada. Podía notar unos pequeños rayos de luz asomarse por los orificios de mi ventana cerrada.

Akaza debió haberse ido para ese momento, pues ya era de día y él no solía quedarse durante el día en mi casa.
Sin embargo, me sentí extrañada, él siempre se despedía de mí antes de marcharse, incluso si debía despertarme en medio de la madrugada.

Me puse en pie sintiendo mis piernas temblar ligeramente como consecuencia de nuestras acciones durante la noche anterior, una pequeña sonrisa apareció en mi rostro. Era un avance.
Caminé hacia el baño y allí preparé una tina llena de agua.

Me duché y luego comencé a realizar mis comunes tareas del hogar: preparé el desayuno, limpie la cocina y la sala de estar antes de ir al exterior a recibir un poco de luz solar al mismo tiempo que cuidaba mis cultivos.
No sabía si esa noche Akaza regresaría a casa, así como podía visitarme noches seguidas podía simplemente desaparecer por semanas, lo cual siempre lograba preocuparme y él lo sabía. Ni siquiera se molestaba en enviarme una carta avisando que estaba bien.

Mi día se basó en ello, limpiar, cultivar y disfrutar con un poco de tiempo para mí misma leyendo alguna novela o tejiendo una bufanda para Akaza, él insistía en que no era necesario, pues el frío no le afectaba en lo absoluto, pero siempre terminaba aceptando lo que tejía para él.
Para cuando fui consciente del paso de las horas el sol ya se encontraba descendiendo por el horizonte una vez más.

Me encontraba sentada en una silla de madera fuera de mi casa observando el atardecer al mismo tiempo que trenzaba mi cabello en una sola trenza que descansaba sobre mi hombro derecho. La brisa de esa tarde se sentía más fresca de lo usual, por lo que al terminar con mi cabello no dudé en ponerme de pie y caminar hacia el interior de mi casa, poniendo los pies adentro en el momento justo que el sol terminó de caer.

Omnisciente*

Una nueva brisa golpeó el cuerpo de aquella joven de manera más brusca, su cuerpo se giró para observar al exterior, no entendía por qué hacía tanto frío en una tarde de verano. Le restó importancia y terminó de adentrarse a su casa cerrando la puerta detrás suyo, pero después yendo a abrir una única ventana por si Akaza decidía llegar.

Un susurro lejano llamó su atención, haciéndola girarse de repente para asegurarse si alguien más aparte de ella se encontraba en su casa. No había nada.
Su entrecejo se frunció y continuó haciendo lo que comúnmente hacía por las noches, pero esta vez encontrándose en un estado de alerta. Eran esos momentos en los que deseaba que Akaza se encontrara allí con ella, como en más de una ocasión en las cuales masacró a diferentes demonios de las maneras más repugnantes aun cuando estos no podían morir por sus manos.

Un crujido proveniente de la cocina le hizo sobresaltar cuando se encontraba cerrando las demás ventanas.

— ¿Akaza...? — Llamó, esperanzada de que su pareja se encontrara ahí, pero no hubo respuesta alguna.

Su corazón ya comenzaba a agitarse, la sensación de temor y vulnerabilidad llenaban su ser. Akaza no era alguien que bromeara de esa manera, nunca –incluso antes de conocerse bien– intentó asustarla o jugarle una broma que le hiciera sentir temor.

Entonces, un frío acarició el cuerpo femenino, siendo seguido por un suave toque en sus hombros.
La mujer giró su cuerpo con rapidez, encontrándose con unos ojos intensos y de color escarlata que le miraban con desprecio, superioridad y burla. Un jadeo salió de su boca, no sabía quién era, nunca había visto a ese hombre, pero por alguna razón se sentía atemorizada.

— Así que tú eres esa mujer. — Pronunció, observando a la más baja mientras una pequeña sonrisa de decepción aparecía en su rostro. — Ni siquiera vales la pena, pero...

Antes de poder gritar por ayuda y huir de su propia casa, un golpe en su vientre seguido de un intenso dolor congeló su cuerpo en su sitio. Sudor y lágrimas comenzaron a salir cuando su mirada descendió encontrándose con un brazo que atravesaba su cuerpo.

Iba a morir.

— No... No le hagas daño... — Susurró la mujer, mirando al hombre a los ojos, este mostró sorpresa.

¿Una humana insignificante preocupándose por una de sus más preciadas lunas?

Pudo sentir como aquella mano retrocedía dejándole una herida de muerte en su cuerpo, sus manos ni siquiera intentaron cubrirla, no quería sentir el vacío que yacía en su vientre.
Pero como si aquello no fuera suficiente, el hombre mostró su mano ensangrentada, su sangre se heló al ver como las uñas de ese demonio crecían volviéndose puntiagudas.

— Solo eres un estorbo para mí.

Un último suspiro salió de su boca cuando las uñas se deslizaron sobre su garganta. Sus párpados comenzaban a pesar y en pocos segundos su vista se volvía oscura. El hombre entonces desapareció como por arte de magia.

A metros de distancia, un hombre se encontraba corriendo y saltando entre los árboles, su entrecejo se mantenía arrugado. Podía percibir olor a sangre proveniente de la casa de su mujer. Su cuerpo se encontraba tenso y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo, sintió que su inerte corazón se estrujaba al pensar en todas las posibilidades.

— Dime que no fuiste tú... — Susurraba Akaza para sí mismo.

Su velocidad aumentó y en pocos segundos se encontró frente a la casa de su pareja mortal. Sus ojos observaron todo el sitio, la puerta se encontraba cerrada y la ventana por la que él siempre entraba estaba abierta como comúnmente ella lo hacía. Pero era ese olor a sangre, eso era lo que perturbaba su tranquilidad.
Caminó tranquilamente hasta la ventana saltando por ella para adentrarse a aquella casa en donde era el olor a sangre lo que dominaba.

Los ojos se Akaza se llenaron de lágrimas.

Su cuerpo tembló por un segundo mientras caminaba hacia el frente en dónde un cuerpo se encontraba tirado en el suelo, un agujero evidente traspasaba su abdomen y había otro que traspasaba su pecho, a pocos metros de ese cuerpo se encontraba un corazón humano que había dejado de latir hacía mucho. Akaza lloró, un nudo impedía que el aire pasaba por su garganta como normalmente lo hacía, su corazón sin vida dolía con intensidad. Sus manos se acercaron al rostro de aquella joven mujer cuando estuvo a su lado, dando una suave caricia a sus mejillas, entonces Akaza sintió el calor que aún guardaba su cuerpo. Su rostro se acercó al ajeno y con cuidado depositó un corto beso en su frente.

— Esto es mi culpa... — Murmuró entre sollozos, su mandíbula se apretaba con rabia, enojo, frustración. — No debí meterte en esto.

Akaza cerró sus ojos, sentía que su mundo se acababa en ese momento, no importaba cuan feliz pudiera ser siendo inmortal y fuerte... Sin ella... Sin su mujer él no tenía razones para vivir, y la peor parte de ello es que él no podía morir.
Sin embargo y de manera inesperada, Akaza elevó la mirada con rapidez al sentir una suave brisa acariciar su rostro, sus ojos observaron al cuerpo inerte de su amada mujer quien palidecía debido a la muerte de su corazón arrancado. Entonces, un dolor intenso se apoderó de su pecho, Akaza gimió debido al sufrimiento, sus ojos se llenaban de lágrimas de sangre que generaban ardor.

"Akaza..."

Su cuerpo se debilitó, sentía que podía morir en cualquier momento, lo cual no lo veía como un castigo para él en ese momento. Sin embargo, también sabía que podía morir cruelmente por la mano de su creador, por la mano de Muzan.
No necesitaba ser un genio para conocer la razón de aquel dolor, estaba siendo advertido por ese hombre, estaba siendo más vigilado que nunca, pero él no podía alejarse de ella. Esa mujer era su única razón de felicidad, sin ella sería capaz de pedir su propia muerte, y si no se le era concedida, viviría un eterno calvario.

Akaza se enderezó y, con toda la delicadeza del mundo e ignorando el dolor, tomó el cuerpo de la mujer en sus brazos mirándole una vez más antes de caminar hacia la habitación en la que solían compartir algunas noches juntos. Sus labios se presionaban entre sí con fuerza evitando dejar escapar más lágrimas de sus orbes dorados intentando engañarse a sí mismo, convencerse de que todo aquello era producto de su imaginación para poder olvidar el sufrimiento que sentía por tan solo un segundo.

Con la misma delicadeza que tomó el cuerpo de su mujer, Akaza la depositó sobre su cama observando el rostro pálido y bañado en sangre de ___. Sus piernas temblaron, pero no se dejó caer al suelo, al contrario, se giró y retiró de la habitación para buscar un pequeño balde y llenarlo de agua. Volvió al cuarto con agua limpia y una pequeña toalla con la que empezó a limpiar el cuerpo de aquella fémina mientras las lágrimas volvían a deslizarse por sus mejillas, observaba cada centímetro de piel y respetó su cuerpo sin vida incluso al retirar su vestido sucio y ensangrentado. Cada parte de ella fue limpiada, así como las yemas frías de los dedos de Akaza le acariciaron.

Al finalizar, el demonio se dejó caer sentado a un lado de la cama observando al suelo sin emitir ningún sonido, incluso las lágrimas se habían detenido para ese entonces, no tenía más fuerzas para levantarse y marcharse, no estaba cansado físicamente, pero sí estaba destrozado emocionalmente. Sus párpados comenzaron a pesar y pronto su vista se oscureció, hacía tanto tiempo no caía dormido por el cansancio, ni siquiera era capaz de cansarse, pero en ese momento se sentía drenado, devastado.

Sin embargo, no pudo dormir más de unas pocas horas antes de escuchar un ruido que le hizo abrir sus ojos de manera repentina. Su cabeza se giró para ver a su amada y su sangre se heló cuando no encontró el cuerpo descansando sobre su cama en donde la había dejado momentos antes. Akaza se puso en pie y comenzó a buscar por todos lados sintiéndose alterado y preocupado, sus ojos se desplazaban de una esquina a otra sin éxito, el cuerpo delicado de su pareja no estaba por ningún lado.
No lo encontró, no hasta que salió de aquella casa y sus pies se clavaron en el suelo al ver una figura a unos metros observando el cielo estrellado en silencio.

En un principio no comprendió lo que sucedía, por lo que se puso en alerta acercándose a aquel ser frente a él, pero al estar cerca su primera reacción fue la de tomar una larga respiración dando paso a instantáneas lágrimas que salieron de sus ojos.

— ___... — Pronunció. El cuerpo frente a él se giró.

Akaza no se encontró con aquellos ojos claros/oscuros humanos que había apreciado por más de tres años, sin embargo, ese brillo que los caracterizaba continuaba ahí. El color natural se convirtió en un color mermelada en el cual se apreciaban pequeños detalles sobrehumanos. Un largo suspiro de alivio escapó de los pulmones de Akaza, y sus mejillas se pintaron de un suave rosa cuando una sonrisa se estiró en el rostro de aquel renacido ser.

Esta vez no pudo evitarlo y sus rodillas impactaron contra el suelo cuando sus piernas cedieron, lágrimas continuaban escapando de sus ojos al mismo tiempo que Akaza agradecía en susurros repetidas veces por haber sido perdonado. Pronto, un suave toque rodeándolo le hizo elevar la mirada para encontrarse a aquel cuerpo a su lado abrazándolo con fuerza.

Su delicada amada ya no era tan delicada como antes.

Akaza no dudó en abrazarle de vuelta, acercándola a su cuerpo para sentir su calor de nuevo, y aunque su mujer había perdido su alma mortal, estaba seguro de que su esencia continuaba impregnada en todo su ser.

— Perdóname... — Rogó Akaza, una risilla se escuchó de la otra persona.

— Te amo, Akaza. — Susurró ___, sus ojos observaron al demonio frente a ella por un momento antes de inclinarse a depositar un corto beso en su mejilla. — No hay nada que perdonar... No has hecho nada malo.

Una sonrisa apareció en el rostro de ambos, segundos después un gallo cantó fuertemente. Akaza miró a su mujer quien se puso en pie y tomó su mano invitándolo a ponerse en pie también y marcharse de ahí.

— Tu casa. — Mencionó el demonio, ella le miró encogiéndose de hombros.

— Sigue siendo mía.

Una risa escapó de su garganta. Akaza observó el cielo estrellado una última vez antes de tomar sorpresivamente el cuerpo de la fémina cargándolo en su espalda y momentos después se puso en marcha moviéndose a gran velocidad entre los árboles. Podía escuchar las risas impresionadas de la mujer, él solo podía sonreír. Había sido castigado con el peor dolor que se podía sentir, pero la segunda oportunidad que le habían otorgado era... Sin duda alguna el mejor regalo que podían darle.

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