Un desierto, un monstruo y una quemadura: mi día perfecto
Capítulo 9
El viaje era demasiado tranquilo, al menos eso parecía, pero me sentía algo inquieto; era como si algo nos estuviera acechando en todo el camino. No sabía cómo debía sentirme en estos momentos.
-¿Entonces deberíamos tener un plan o algo parecido? -pregunté mientras miraba a los chicos.
-Primero tendríamos que saber cómo es el museo al que iremos, pero no deberíamos preocuparnos mucho -dijo Lissandro mientras miraba en mi dirección.
-Bueno, tenemos a dos hijos de los tres grandes. Creo que sí deberíamos preocuparnos -Tommy estaba algo nervioso, y se veía que no le gustaba mucho la calma que teníamos en esos momentos. Yo lo entendía perfectamente; era raro.
-Vamos, no es como que solo porque estamos nosotros dos vayamos a ocasionar una guerra o algo parecido -respondió Percy mientras nos miraba y mantenía abrazado a Nico, quien dormía plácidamente en su hombro. Se veía cansado en esos momentos.
-Estemos alerta por si las dudas -Malec no era de muchas palabras, y a veces sentía que me miraba con cierto odio o algo parecido. No estaba seguro de qué pasaba, pero a veces pensaba que yo era el problema de todo.
El viaje en autobús a Arizona era largo y monótono, con el paisaje árido pasando lentamente por las ventanas. La mayoría de los chicos intentaban descansar, pero había una sensación de inquietud flotando en el aire. Cada vez que el autobús pasaba por un tramo desolado de carretera, el silencio se sentía más pesado, como si algo invisible nos estuviera observando desde la distancia.
Percy estaba sentado al fondo, con Nico todavía dormido sobre su hombro. De vez en cuando, él le acariciaba el cabello suavemente, cuidando de no despertarlo, aunque se notaba que sus pensamientos estaban muy lejos. Tommy miraba por la ventana con una expresión seria, tamborileando los dedos nerviosamente sobre la rodilla.
-¿Qué tan lejos estamos? -pregunté, rompiendo el silencio en voz baja.
-Un par de horas más, creo -respondió Lissandro desde el asiento de enfrente, girándose hacia mí. Parecía intentar mantener el ánimo del grupo, aunque no le era fácil.
Malec, quien estaba sentado a mi lado, me lanzó una rápida mirada. No hablaba mucho, y parecía que la tensión del viaje le estaba afectando más que al resto. Su semblante era sombrío, y sus ojos, por momentos, se posaban en mí como si quisiera decirme algo pero no se atreviera.
-¿Estás bien? -le pregunté en un intento de suavizar el ambiente.
Malec asintió en silencio, pero su expresión no cambió. Los otros chicos estaban igualmente tensos, sin mencionar que el destino hacia donde nos dirigíamos -un antiguo museo en Arizona- estaba envuelto en rumores extraños y leyendas que nos habían inquietado a todos desde que habíamos comenzado el viaje.
De repente, el autobús dio un pequeño bote al pasar por un bache, despertando a Nico. Él abrió los ojos desorientado y se frotó el rostro, mirándonos a todos con curiosidad.
-¿Qué pasa? ¿Llegamos ya? -preguntó, adormilado.
-Aún no, pero falta poco -respondió Percy con una sonrisa cansada, dándole una palmada en el hombro. Nico asintió y se acurrucó de nuevo, aunque sus ojos permanecieron abiertos, mirando por la ventana con una expresión pensativa.
Mientras nos acercábamos más al destino, un par de nubes oscuras comenzaron a acumularse en el horizonte, y la carretera parecía perderse en la niebla que se levantaba más adelante. Un escalofrío recorrió mi espalda. Sabía que algo nos estaba esperando en Arizona, y el viaje en autobús era solo el comienzo de lo que sentía que sería una experiencia inolvidable, aunque de una manera que no estaba seguro de desear.
El autobús dio un frenazo brusco, y todos fuimos sacudidos en nuestros asientos mientras el vehículo se detenía de golpe. Afuera, en medio de la carretera, una figura oscura comenzaba a tomar forma, rodeada de una niebla que solo nosotros podíamos ver. Los mortales en el autobús, incluido el conductor, parecían ajenos a lo que ocurría, murmurando por la repentina parada, sin notar la figura que flotaba frente a nosotros.
-¿Qué demonios es eso? -susurró Tommy, con los ojos abiertos como platos.
Percy se inclinó hacia adelante, escudriñando a la figura con cautela. Nico, quien apenas había despertado, se enderezó en su asiento y la observó con una mezcla de sorpresa y reconocimiento. Era una furia, una mensajera del inframundo, imponente y rodeada de sombras. Aunque tenía una expresión intimidante, sus ojos estaban fijos en Nico, sin mostrar señales de ataque.
-Nico... -murmuró Percy-. ¿La conoces?
Nico asintió y, sin dudar, se levantó y caminó hacia la puerta del autobús. Lo observamos bajar con paso decidido, sin que el conductor o los pasajeros notaran nada extraño. Desde el interior, podíamos ver a Nico y a la furia de pie, frente a frente en medio de la carretera.
La furia inclinó la cabeza levemente en una muestra de respeto.
-Príncipe del Inframundo, he venido con un mensaje -dijo, su voz profunda y resonante como un trueno distante.
-¿Qué mensaje? -preguntó Nico, su tono firme y sin miedo.
-Los dominios oscuros han percibido una perturbación en el mundo de los vivos -explicó la furia, su mirada penetrante-. Se aproxima una amenaza que afectará tanto a los reinos de los vivos como a los muertos. Tu presencia será requerida en el Inframundo muy pronto.
Desde el autobús, mirábamos la escena en silencio, sintiendo la gravedad de cada palabra, aunque el resto de los pasajeros seguían distraídos, sin darse cuenta de la conversación entre Nico y la mensajera.
-¿Qué tipo de amenaza? -insistió Nico, su semblante grave.
La furia se quedó en silencio un momento, como si buscara las palabras adecuadas.
-Algo más allá de los mortales y de los dioses, una fuerza que intenta destruir el equilibrio entre los mundos. Cuando sea el momento, tú sabrás.
Luego, la furia inclinó la cabeza una última vez.
-Hasta entonces, Príncipe -dijo, y en un parpadeo, se desvaneció, dejando tras de sí solo una bruma que se disipó rápidamente.
Nico regresó al autobús en silencio y se sentó junto a Percy. Aunque ninguno de nosotros dijo nada, comprendíamos que el viaje a Arizona ya no era una simple misión. Una oscuridad se acercaba, y ahora sabíamos que Nico estaba mucho más implicado de lo que podíamos imaginar.
Sentado en el autobús, trataba de calmar mi respiración, de asimilar lo que acababa de ocurrir frente a nuestros ojos. La furia había venido por Nico, a quien llamó "Príncipe del Inframundo." Las palabras resonaban en mi mente, aunque sabía que, siendo quien era Nico, no deberían haberme sorprendido.
Aun así, esa aparición me recordó de inmediato los sueños que había estado teniendo. Esos sueños que no me atreví a compartir hasta que Percy me miró directamente, como si supiera que ocultaba algo. Sentí un nudo en la garganta cuando vi sus ojos serios, esperando a que hablara.
-Oribell... ¿Tú has estado teniendo sueños extraños, verdad? -preguntó Percy, tan directo como siempre.
Tragué saliva, sabiendo que todos me miraban. Sentía mis manos frías, pero no podía evitarlo; esos sueños me aterraban.
-Sí... -murmuré, tratando de poner mis pensamientos en orden-. En mis sueños, siempre estoy en un lugar oscuro, y hay sombras que me rodean. Algunas tienen rostros... rostros que apenas puedo ver, pero me miran, como si me estuvieran observando, esperando algo.
Sentí un escalofrío al recordar esos rostros borrosos, esas siluetas acechantes que parecían vivas pero también incompletas. Nadie habló, pero sabía que estaban escuchando con atención.
-Esas sombras no hablan, pero transmiten una sensación... como de vacío, de hambre. Es como si quisieran salir, pero no pueden. Algo las contiene. Cada vez que despierto, siento que han estado más cerca que antes.
Percy y Nico se miraron de una forma que no comprendí del todo, pero podía ver que también ellos sentían la inquietud. El mensaje de la furia, mis sueños, y esa amenaza desconocida parecían conectarse de una forma que ninguno de nosotros podía explicar aún, pero que sentíamos profundamente.
-¿Crees que todo esto esté relacionado con tu sueño? -preguntó Percy, su voz apenas un susurro.
-No lo sé... pero los sueños se han vuelto más fuertes desde hace días, como si las sombras estuvieran haciéndose más intensas -admití, sin poder disimular el temblor en mi voz.
Un silencio incómodo se extendió entre nosotros. Nico me miró, y vi en sus ojos algo que no había visto antes: preocupación.
-Si lo que estás viendo tiene relación con el mensaje de la furia -dijo Nico, su voz baja y cautelosa-, entonces esas sombras podrían ser parte de lo que está afectando el equilibrio de los reinos. Y si están esperando salir... quizás estén preparándose para algo grande.
Nadie dijo nada más. Seguimos en silencio mientras el autobús avanzaba, y en el reflejo de la ventana, podía ver las sombras de mis sueños, esperando, acechando. Algo oscuro nos estaba siguiendo, y aunque no sabía qué, tenía la sensación de que pronto estaría cara a cara con lo que había visto en mis pesadillas.
~★~
Cuando el autobús finalmente se detuvo en Arizona, todos bajamos apresuradamente, nuestras mochilas pesadas pero nuestra determinación aún más firme. Nico y Percy iban al frente, como siempre, con una especie de energía concentrada que nos hacía a todos sentirnos en movimiento, aunque ninguno hablaba mucho. El calor del desierto nos envolvía, pero había una sensación extraña en el aire, como si una sombra invisible nos siguiera desde lejos.
-¿Dónde queda el Museo Arcana? -pregunté, tratando de mantenerme centrado en la misión y no en los ecos de mis sueños que todavía rondaban en mi cabeza.
Tommy miró a su alrededor, evaluando el paisaje antes de señalar en la dirección de una calle más adelante.
-Creo que no debe estar muy lejos de aquí. Solo hay que buscarlo -dijo, su tono decidido.
Percy asintió y, con un gesto breve, nos indicó que avanzáramos. Nico y él tomaron la delantera, mientras yo me quedé al final del grupo, con la mirada perdida en las calles secas y polvorientas que nos rodeaban.
Al llegar al Museo Arcana, nos recibió un edificio antiguo, con un estilo gótico que contrastaba con el paisaje desértico. Entramos y el ambiente cambió de inmediato. Había un olor a incienso y humedad, como si hubiéramos cruzado a otro tiempo, a un lugar donde las reglas eran distintas. Las salas estaban iluminadas por una luz suave, y en las paredes colgaban cuadros y tapices de dioses y criaturas que parecían mirarnos desde sus marcos con miradas enigmáticas. Seguimos caminando hasta la sección de dioses grecorromanos, cuyas figuras en mármol parecían observadoras, inmóviles y solemnes. Había estatuas de Hades, Atenea y otros dioses, cada uno colocado en una pose que parecía significar algo más profundo. Nico se detuvo frente a la estatua de Hades, observándola con una mezcla de respeto y tensión.
-¿Hay algo específico que deberíamos buscar aquí? -pregunté en un susurro.
Nico negó con la cabeza.
-Todavía no lo sé, pero es como si algo nos estuviera observando. Como si aquí hubiera respuestas, pero escondidas a plena vista.
Nos adentramos más en el museo hasta que encontramos la sección que habíamos estado buscando: el área de dioses oníricos. El ambiente era aún más oscuro y misterioso; las paredes estaban pintadas en tonos profundos de azul y morado, y había una serie de inscripciones grabadas en piedra que describían a Hypnos, Morfeo y otros dioses de los sueños. Me detuve frente a una inscripción dedicada a Hypnos, el dios del sueño, y me sentí extrañamente conectado. Sus ojos grabados en la piedra parecían conocerme, como si supieran los secretos que me habían atormentado en mis noches.
-Oribell, ven aquí, hay algo que tienes que ver -llamó Percy desde el otro lado de la sala.
Crucé la habitación y me encontré frente a una estatua de Morfeo, con la mano extendida hacia adelante, como si ofreciera algo invisible. Justo frente a su palma había una placa, en la que estaban grabadas las palabras:
"Solo aquellos que vagan en el sueño eterno, dispuestos a perderse en el reflejo de sus propios anhelos, tocarán la esencia de lo prohibido. La arena espera en el umbral de lo desconocido, donde los valientes enfrentan sus deseos más profundos y se desvanecen en sombras."
Nico leyó las palabras en voz baja, con un tono sombrío.
-Creo que es aquí -dijo-. Este museo guarda más de lo que muestra en sus exhibiciones. Algo o alguien quiere que sepamos sobre los sueños... y lo que habita en ellos.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Las sombras de mis sueños, esas figuras hambrientas y pacientes, cobraron sentido en ese instante. Hypnos y Morfeo, dioses de los sueños y el descanso, parecían ser las claves para entender lo que estaba ocurriendo, lo que estaba desatando esa amenaza.
Pero justo en ese momento, sentí algo. Era una energía extraña, un poder que emanaba de detrás de la estatua de Morfeo. No era intimidante; en cambio, era algo agradable, casi familiar, como un abrazo cálido en una noche fría. Lo había sentido antes, pero no podía recordar cuándo o dónde. Miré a mis compañeros, y vi que también ellos estaban sintiendo la vibración que llenaba la sala, una conexión mística que nos unía a todos en ese instante.
Percy colocó una mano en mi hombro, dándome un apretón breve.
-Estaremos aquí contigo, pase lo que pase -me aseguró, con esa convicción tan propia de él.
Respiré profundo, tratando de concentrarme, de ahogar la ansiedad que crecía en mi interior. No sabíamos aún qué encontraríamos, pero en esa sala de sueños y sombras, algo estaba a punto de revelarse, y sabíamos que nada volvería a ser igual. La fuerza que sentimos nos llenó de una resolución renovada, como si el mismo Morfeo estuviera guiándonos hacia un destino que apenas comenzábamos a comprender. Todo parecía estar bien, pero una sensación inquietante me recorrió la piel. La energía que antes se sentía cálida y acogedora había sido reemplazada por un frío gélido, como si la alegría se estuviera desvaneciendo en el aire. Justo antes de cruzar el umbral, un sonido repulsivo resonó desde las sombras.
Malec se detuvo en seco, su rostro empalideciendo.
-¿Qué fue eso? -preguntó, mirando hacia el interior.
Me asomé y lo vi: una criatura asquerosa que parecía hecha de carne en descomposición, con miembros retorcidos y gelatinosos que colgaban en ángulos imposibles. Emitía un sonido similar a un llanto, una mezcla entre un gemido y un grito, que hacía eco en las paredes del museo. Un aroma nauseabundo invadió el aire, como si la corrupción misma estuviera escurriendo de la criatura. Sentí que mi estómago se revolvía, y el terror comenzó a apoderarse de mí.
-Dios mío... -susurré, retrocediendo instintivamente.
La alegría de nuestra misión se desvanecía rápidamente, sustituida por un abrumador sentido de desesperación. La criatura avanzaba lentamente, como si estuviera alimentándose de nuestro miedo. El mundo a mi alrededor se oscureció, y sentí que todo lo que había soñado, todo lo que me había llevado a este punto, estaba a punto de desmoronarse.
Malec, percibiendo la inminente amenaza, se interpuso entre mí y la criatura. Su mirada estaba llena de determinación.
-¡No la dejes acercarse! -gritó, levantando su arma improvisada.
Estaba paralizado por el miedo, incapaz de moverme. La adrenalina corría por mis venas, pero no había recibido entrenamiento para enfrentar algo así. Me sentía completamente impotente, atrapado en un mar de terror y confusión.
-¡Oribell! -gritó Malec, mientras intentaba distraer a la criatura. -¡Despierta! ¡No podemos dejar que nos derrote!
Su voz resonaba en mi mente, pero me sentía atrapado en un estado de shock. Cada movimiento de la criatura parecía retumbar en mi pecho, recordándome que todo lo que había soñado estaba a punto de convertirse en una pesadilla. La sombra repulsiva se acercó más, y el sonido horrible reverberaba en mis oídos, como si estuviera sopesando mis temores y dudas.
En ese instante de crisis, Percy también se lanzó al frente, empujando a Malec para cubrirlo y mantener la criatura a raya.
-¡Concentrémonos! ¡Juntos podemos vencerla! -exclamó, su voz firme en medio del caos.
El horror me mantenía paralizado, y mientras Malec y Percy se lanzaban a la lucha, me di cuenta de que la valentía no era algo que pudiera invocar en ese momento. No podía enfrentar a esa criatura repulsiva; el pánico me tenía atrapado. Mis amigos gritaban y luchaban a mi alrededor, pero yo solo podía observar, aturdido por el miedo que se cernía sobre mí como una sombra.
Nico, Will, Tommy y Lissandro se unieron a la pelea, cada uno buscando distraer a la criatura mientras lanzaban ataques a su forma grotesca. Los gritos y los ecos de los golpes resonaban en mis oídos, mezclándose con los sonidos repulsivos que la criatura emitía. Cada vez que escuchaba un nuevo gemido, una nueva muestra de su naturaleza monstruosa, un escalofrío recorría mi espalda.
-¡Oribell, ve por la arena! -gritó Malec, desviado un golpe que casi impacta en su rostro.
Las palabras de Malec me sacudieron de mi estado de aturdimiento. La arena, la razón por la que estábamos aquí. Miré hacia la cámara, y aunque el terror me llenaba, también sentí una necesidad desesperada de actuar. Si podía obtener la arena, tal vez podría ayudar.
Con una respiración profunda, me volví hacia la cámara que estaba detrás de la estatua de Morfeo. El ambiente oscuro me envolvió, pero cada paso que daba me acercaba más a la solución. La pelea continuaba detrás de mí, y aunque el sonido del combate se desvanecía, el eco de mi propio corazón resonaba en mis oídos. Al entrar en la cámara, un aire pesado me recibió. Las sombras danzaban alrededor, pero lo que me atrapó fue un brillo tenue en el centro de la habitación. Allí estaba la arena, dispuesta en un altar improvisado, como si me estuviera esperando. Pero no podía permitir que el miedo me dominara. A pesar de que la criatura rugía en la distancia y la lucha continuaba, concentré mi mente en la misión. No había lugar para el miedo en ese instante. Extendí la mano hacia la arena, pero el momento se volvió casi surrealista.
El aroma asqueroso de la criatura seguía flotando en el aire, y podía sentir el eco de la batalla resonando en mis huesos. Tomé el pequeño saco que había logrado alcanzar, pero al tocarlo, un ardor intenso me recorrió. Era como si estuviera sumergido en brea caliente, y el dolor me hizo retroceder, ahogando un grito.
-¿Qué demonios es esto? -exclamé, sacudiendo la mano, pero el ardor se intensificó. Era una brea asquerosa, una sustancia pegajosa y corrosiva que se aferraba a mi piel. El dolor era insoportable, y sentí que mis fuerzas se desvanecían ante la impotencia.
-¡Oribell, ¿qué está pasando?! -gritó Malec desde la entrada de la cámara, su voz cortando a través del caos.
No podía responder. Estaba atrapado en una lucha interna entre el dolor y el deseo de ayudar a mis amigos. Intenté sacudir la mano, pero la brea parecía aferrarse a mí con una tenacidad aterradora. Miré hacia el saco, que brillaba con un brillo extraño y siniestro, y comprendí que no era solo arena; era un veneno, una trampa destinada a desestabilizarnos.
-¡Necesito ayuda! -logré gritar, sintiendo la desesperación asomarse a mis pensamientos. No quería ser una carga, pero el ardor me hacía tambalear.
Justo en ese momento, el sonido de la lucha se volvió más intenso. Los gritos de mis amigos resonaban a mi alrededor, y pude ver a Nico, Will, Tommy y Lissandro luchando contra la criatura grotesca. Sus movimientos eran frenéticos, intentando mantener a raya a la abominación que se acercaba.
-Oribell, ven aquí! -gritó Nico, tratando de abrirse paso a través de la criatura, su rostro marcado por la determinación.
-¡No puedo! -respondí, mirando mi mano quemada y viendo cómo la brea se deslizaba lentamente por mi piel. Cada segundo que pasaba, el dolor se hacía más intenso, y la idea de quedarme ahí, incapacitado, me llenaba de rabia.
-¡Solo mueve tu culo! -dijo Malec, forcejeando con la criatura. Su voz, llena de urgencia, era el empujón que necesitaba. En un arranque de determinación, decidí que no podía quedarme de brazos cruzados.
Con un grito de esfuerzo, logré soltar la mano del saco, aunque el ardor seguía punzando. Corrí hacia la salida de la cámara, sintiendo que el sudor me empapaba la frente mientras el caos de la batalla se intensificaba detrás de mí.
Cuando finalmente llegué a donde estaban mis amigos, el horror de la criatura se desplegaba ante mí. Era una masa de carne en descomposición, un monstruo que parecía alimentarse del miedo. Sin pensar, me uní a la lucha. A pesar de la brea que aún me quemaba, sabía que debía estar ahí, junto a ellos.
-¿Qué podemos hacer? -grité, mi voz apenas audible sobre el clamor del combate.
-Necesitamos distraerla! -respondió Lissandro, mientras lanzaba un ataque certero.
Con un impulso de adrenalina, me uní a su lado, decidido a enfrentar a la criatura, a luchar por la amistad que nos mantenía juntos. A pesar del dolor y del miedo que aún me acompañaba, sabía que no podía rendirme.
Nico, con una mirada de determinación, se volvió hacia nosotros en medio del caos.
-¡Tengo un plan! -gritó, su voz resonando con una fuerza renovada.
Will y Tommy intercambiaron miradas, entendiendo al instante lo que debían hacer. Se posicionaron, concentrando su energía, y de repente, comenzaron a brillar intensamente, como si fueran dos pequeños soles en medio de la oscuridad. Las flechas que sostenían se iluminaron con un brillo casi cegador, y dirigieron su atención hacia la criatura grotesca.
-¡Ahora! -exclamó Will, mientras lanzaban las flechas al mismo tiempo. Los proyectiles atravesaron el aire, dejando un rastro de luz detrás de ellos, iluminando la sala con un destello resplandeciente.
La criatura, sorprendida y desorientada por la explosión de luz, retrocedió, emitiendo un grito ensordecedor que resonó en nuestras cabezas. Aprovechando la confusión, Nico cerró los ojos, invocando su poder. Su forma comenzó a desdibujarse, y su energía oscura se movió como una sombra en la luz.
-¡Rápido, síganme! -dijo Nico, y en un instante, nos vimos envueltos en una bruma oscura.
El aire se volvió denso a nuestro alrededor, y sentí como si estuviéramos siendo succionados hacia un lugar desconocido. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció, y un segundo después, caímos en un terreno caliente y arenoso. El desierto se extendía ante nosotros, iluminado por el sol abrasador.
-¿Estamos... en el desierto? -pregunté, aturdido, mientras me levantaba del suelo.
Nico cayó de rodillas, su respiración entrecortada. Su brillo había disminuido considerablemente, y su piel parecía pálida, casi moribunda. La presión del viaje entre sombras lo había desgastado más de lo habitual, y su cuerpo estaba luchando por mantenerse en pie.
-Nico, ¿estás bien? -me acerqué a él, preocupado. La lucha aún no había terminado, pero la debilidad que mostraba era alarmante.
-Estoy... bien... solo necesito un momento -respondió, pero su voz era apenas un susurro.
Will lo sostuvo firmemente, dándole apoyo, mientras miraba a su alrededor. Justo entonces, Lissandro, frustrado, estalló:
-¡Esto es culpa tuya, Nico! ¡Nos has llevado a la nada! ¿Qué pensabas que iba a pasar?
Percy se interpuso rápidamente, defendiéndolo.
-¡Cálmate, Lissandro! Nico solo estaba tratando de ayudarnos. No es fácil viajar entre sombras.
-¿Por qué no hiciste más? ¡Podrías haber hecho algo para evitar esto! -gritó Malec, su voz llena de frustración.
-¿Y qué se supone que hiciera? ¡No tenía idea de que terminaríamos aquí! -respondí sintiendo cómo el estrés de la situación lo consumía.
Fue entonces cuando la tensión alcanzó su punto máximo y, en un arrebato de desesperación, grité:
-¡Cállense todos!
Mi voz resonó en el desierto, interrumpiendo las discusiones. Miré a todos, sintiendo que el peso de la situación caía sobre mí.
-¡No podemos darnos el lujo de pelear entre nosotros! ¡Necesitamos trabajar juntos si queremos salir de aquí! -dije, sintiendo que la adrenalina empezaba a fluir.
El silencio se hizo presente por un instante, y todos se miraron con sorpresa. La verdad de mis palabras se asentó en el aire caliente del desierto.
Con una determinación renovada, me volví hacia Nico, que se esforzaba por mantenerse consciente mientras Will lo sostenía.
-Nico, ¿qué necesitamos hacer ahora?
-Debo... recuperarme. Puedo intentar volver a llevarnos a un lugar seguro, pero necesito un momento -respondió, su voz temblorosa.
-Entonces tomemos ese momento -dijo Percy, volviendo a mirar a todos-. Necesitamos proteger a Nico y asegurarnos de que se recupere.
Mientras el sol brillaba intensamente sobre nosotros, el ambiente seguía cargado de tensión, pero al menos había un sentido de unidad en medio del caos. Sentía que el desierto nos envolvía, su calor era abrumador, pero había algo más que me inquietaba. Miré hacia el pequeño saco que había recogido de la criatura, y no pude evitar que la verdad saliera de mis labios.
-Chicos, la arena... no era arena como tal. Era un maldito costal de brea -les dije, mi voz llena de frustración.
Lissandro se giró hacia mí, sus ojos fijos en mi mano, donde la quemadura comenzaba a enrojecerse. Se acercó un paso, y su expresión cambió de sorpresa a preocupación.
-¿Qué has hecho? -preguntó, su tono ahora más suave, pero aún tenso.
-No lo sabía -respondí, sintiendo la incomodidad del ardor en mi piel-. Solo la toqué, y me quemó.
Lissandro frunció el ceño, y de repente, un brillo de resolución cruzó su mirada.
-Voy a curarte -dijo, y se giró hacia Will y Tommy-. Necesito que me traigan lo necesario para hacerle curaciones a Oribell.
Will y Tommy asintieron, rápidamente comenzando a buscar entre sus mochilas. Mientras tanto, Lissandro se agachó frente a mí, inspeccionando mi mano herida con atención.
-Esto puede doler un poco -me advirtió, pero su tono era calmado, casi tranquilizador.
-Solo hazlo -respondí, apretando los dientes mientras el ardor se intensificaba.
Tommy regresó con un pequeño botiquín improvisado. Lissandro tomó las vendas y una pequeña botella de agua, comenzando a limpiar la herida con cuidado.
-Es solo una quemadura, pero debe curarse rápido -murmuró mientras envolvía mi mano con destreza.
Percy observaba, su mirada alternando entre Lissandro y Nico, que seguía apoyado contra Will, intentando recuperar el aliento.
-¿Estás seguro de que tienes todo lo que necesitas? -preguntó Percy, preocupado por nosotros.
-Sí, es solo una quemadura -dijo Lissandro, pero en su voz había un leve temblor que me decía que también estaba inquieto.
Mientras Lissandro terminaba de curar mi mano, sentí la presión de la situación y la incertidumbre de lo que vendría a continuación. La lucha contra la criatura aún estaba fresca en mi mente, y el eco del caos resonaba en mi interior.
-¿Qué hacemos ahora? -pregunté, mirando a los demás, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros.
-Debemos buscar un lugar seguro -dijo Will, finalmente mirando hacia el horizonte desértico-. No sabemos si la criatura nos seguirá.
-Y si la arena era brea, tal vez hay algo más en este desierto que debemos encontrar -agregó Nico, su voz aún débil, pero llena de un extraño sentido de propósito.
Percy, con una determinación renovada, se acercó a Nico y lo levantó con cuidado, como si fuera tan frágil como una hoja. Nico se apoyó contra él, su cabeza caída y los ojos entrecerrados, pero había una luz de agradecimiento en su mirada.
-Es mejor que te lleve. Necesitamos moverte antes de que algo más aparezca -dijo Percy, su voz firme.
-No puedo dejar que me cargues... -protestó Nico débilmente, pero su tono carecía de fuerza.
-No tienes opción -respondió Percy con una sonrisa. Su confianza era contagiosa, y por un momento, sentí que todo estaría bien.
Lissandro terminó de curarme, y se quedó a mi lado, listo para ayudarme a levantarme si fuera necesario.
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