Sombras, estrellas y el camino que sigue

Capítulo 16

He perdido la cuenta de cuántas dunas hemos pasado. Cada vez que me doy la vuelta, todo se ve exactamente igual: arena, más arena, y algunos arbustos dispersos. Ya llevamos más de una hora caminando y ni una sola pista del templo que se supone que estamos buscando. Empiezo a pensar que otra vez malinterpretamos la profecía. Gran equipo de héroes, ¿eh? La humanidad, el mundo… todo destinado a caer en desgracia porque nosotros, un grupo de adolescentes y un par de adultos que se creen sabios, somos incapaces de entender una profecía que parecía tan "clarita" en su momento.

Así que… lo siento, humanidad, pero si dependes de nosotros para salvar el mundo, lamento decir que parece que hemos fallado.

Observo a Malec, que suspira y se pasa una mano por el cabello, mientras Desiree, su cuervita, se acomoda en su hombro. El agotamiento se dibuja en su rostro, igual que en el de todos. Me siento culpable, más de lo que puedo admitir. Todo esto… lo de la profecía, la arena, Morfeo… Nunca debí pensar que sería capaz de solucionarlo. Soy un simple semidiós de dieciséis años, uno que creció alejado de todo este mundo de dioses, monstruos y héroes. Ni siquiera entiendo lo suficiente para estar aquí; soy un desconocido en mi propio destino.

¿Cómo esperan que pueda ser el héroe que necesitan? Es imposible. Tal vez nunca estuve destinado a serlo. Tal vez mi destino es aceptar que soy… bueno, un perdedor, en todos los sentidos.

—¿Sientes eso? —pregunta Malec tras unos minutos de silencio.

—¿Cansancio? —respondo, confundido—. Creo que todos lo sentimos, Malec...

—No, me refiero a esa energía —dice, mientras le indica a Desiree que vuele un poco más alto, intentando divisar algo.

—¿Por qué le pides que busque algo que ni siquiera está aquí? —pregunto sin entender.

—Ellos son parte de Morfeo, ¿recuerdas? —contesta, avanzando unos pasos—. ¿De verdad no sientes esa conexión?

—Creo que tienes arena hasta en el cerebro. Yo solo siento cansancio, frío, calor… y hambre. Además, estamos en un maldito desierto.

Malec me mira con seriedad y suspira, como si considerara decirme algo y luego cambiara de opinión.

—Alex, ve con Desiree —le ordena a mi cuervo, en voz baja, casi en un susurro—. Si ven algo, vuelvan y avísennos.

Frunzo el ceño, cruzo los brazos y siento cómo la frustración me quema por dentro. No entiendo qué está haciendo Malec ni por qué insiste en que hay “algo” aquí. Todo lo que siento es el cansancio que se mezcla con el frío de la noche, y ese silencio interminable que cubre el desierto.

—No entiendo, Malec… —mascullo, irritado, mientras veo a Alex alzarse y seguir a Desiree en la penumbra.

Malec no me contesta. Solo camina, como si supiera exactamente hacia dónde va, como si en medio de esta oscuridad pudiera ver algo que yo no. Su silencio solo me impacienta más.

Me quedo quieto, observando el horizonte oscuro. Nada se mueve. Suspiro, a punto de decirle que está alucinando… pero, entonces, algo cambia. Es como un murmullo en el aire, un eco lejano que empieza a resonar dentro de mí.

Siento un leve hormigueo en la piel, una tensión en la quietud que nos rodea. Es denso, extraño, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.

—¿Esto… es lo que sentías? —murmuro, casi sin aliento.

Malec asiente, con los ojos fijos en algún punto perdido en la oscuridad, sin voltear a mirarme.

—No es solo el desierto —responde en voz baja—. Estamos en la frontera entre dos mundos, y esa energía nos llama.

Trago saliva, sintiendo cómo el aire se vuelve más pesado a nuestro alrededor. Esto no es solo el frío o el silencio de la noche; es algo más grande, y ahora lo siento tan real como si siempre hubiera estado ahí, aguardando en la oscuridad.

—Chicos, creo que lo encontramos —digo al resto, pero sus miradas vacías me lo confirman: no sienten nada, y mucho menos comprenden lo que intento decirles.

—Ellos no son hijos de Morfeo; es difícil que logren entender esto —murmura Malec a mi lado, con la vista fija en un punto lejano.

Levanto la mirada y noto cómo la luz de la luna ilumina un área específica en la distancia, como si estuviera señalando el lugar exacto donde yace el templo. Es un brillo suave, pero en medio de la oscuridad del desierto parece tan claro y preciso que me da un escalofrío.

Malec y yo intercambiamos una mirada, y sin decir nada, sé que ambos sentimos lo mismo: hemos llegado.

Percy, Nico, Will, Tommy y Lissandro se miran entre sí, claramente confundidos. No sienten nada especial en el aire, ningún cambio, ninguna señal. Solo la fría y brillante luz de la luna, tocando un punto en la distancia. Pero al ver la seguridad en los ojos de Malec y en los míos, deciden confiar y siguen nuestro paso, avanzando con fe ciega en nosotros.

Desiree y Alex vuelan por encima, observando cada movimiento. Cuando finalmente nos detenemos, ambos regresan, graznando con energía: hemos llegado.

Y entonces lo veo. Desde el punto exacto donde cae la luz de la luna, una estructura antigua comienza a surgir, como si despertara después de siglos en silencio. Los muros de piedra son oscuros, cubiertos de inscripciones extrañas y símbolos que apenas distingo en la penumbra. El aire alrededor se vuelve más pesado, cargado de un poder que solo Malec y yo podemos percibir.

—Solo ustedes dos pueden entrar —advierte Percy, observando la estructura con una mezcla de asombro y recelo.

Asiento, sintiendo la misma tensión que él, pero una extraña calma me invade. Sé que Malec y yo estamos destinados a cruzar ese umbral. Nos miramos una última vez, y con un breve gesto, avanzamos juntos hacia el templo, dejando atrás a nuestros amigos mientras las sombras nos envuelven.

El interior del templo se ilumina con una suave luz azulada, tan hermosa y etérea que cada rincón parece un sueño en sí mismo. La decoración está llena de imágenes y símbolos de sueños, visiones y realidades distantes, cada detalle parece estar en perfecta armonía con el propósito del lugar. Al mirar hacia arriba, me quedo sin aliento: el techo parece el mismo cielo estrellado del desierto, pero aquí las constelaciones están perfectamente delineadas, tan brillantes y definidas que casi parecen vivas. Es… indescriptible.

Mientras avanzamos, Malec y yo encontramos talladas en las paredes imágenes y estatuas de los tres hermanos oníricos: Hypnos, Morfeo y Okniton, cada uno con su propia presencia, solemnes y poderosos. A su lado, está la figura de una mujer imponente: Nyx, la diosa primordial de la noche. Me detengo un momento, admirándola, sorprendido por la fuerza que emana.

—¿La abuela? —murmuro, sin saber muy bien si es correcto llamarla así. Pero algo en esa imagen me inspira un respeto profundo y una cercanía extraña.

Su apariencia es cautivadora: su cabello es oscuro como la misma noche, cayendo en ondas hasta sus hombros; su piel, pálida como una nube, parece brillar con una luz suave. Y sus ojos… sus ojos son como la galaxia misma, llenos de estrellas y secretos.

—Es… hermosa —susurro, incapaz de apartar la mirada de la imagen de Nyx.

Malec se detiene junto a mí, también atrapado por la visión.

—¿Te das cuenta de lo que significa estar aquí, Oribell? —pregunta en voz baja, casi reverente.

—¿Estar en un templo de nuestra… abuela? —digo, todavía con dudas. La palabra se siente extraña, pero a la vez adecuada.

Malec sonríe ligeramente y asiente, manteniendo los ojos en la figura de Nyx.

—Sí. Es como si nos estuviera recordando quiénes somos realmente —murmura, con un tono suave y solemne.

—¿Tú también sientes esa… conexión? —pregunto, intentando poner en palabras lo que late en mi interior.

—Más que nunca —responde Malec, mirándome ahora con una chispa en los ojos—. Es como si ella nos hablara a través de todo esto, como si quisiera mostrarnos el camino… o advertirnos.

Asiento, dejando que el silencio nos envuelva. Me doy cuenta de que, por primera vez, estamos realmente en un lugar donde pertenecemos.

Continuamos caminando, el eco de nuestros pasos se mezcla con el suave susurro del viento que pasa entre las columnas de piedra, haciendo que todo el lugar se sienta aún más etéreo, como un sueño del que no queremos despertar. Cada rincón, cada escultura, es una obra de arte, un testamento a lo que algún día fue un lugar sagrado.

—¿Dónde deberíamos buscar la arena? —pregunto, mirando a mi alrededor. A pesar de la magnificencia del lugar, no he visto nada que se parezca a un saco o a algún recipiente donde podría estar la arena. Mi mente no sabe cómo dar forma a lo que buscamos.

Malec se detiene brevemente, sus ojos recorriendo el lugar con cautela, como si cada rincón pudiera esconder algo clave.

—Posiblemente poco a poco lo averigüemos —dice en voz baja, sin parecer preocupado. Al contrario, hay algo en su tono que sugiere que está en paz con el proceso. Alex y Desiree han permanecido en silencio, volando en círculos por el templo, como si estuvieran explorando por su cuenta.

Poco después, ambos regresan y se posan en nuestros hombros. Desiree se acomoda sobre el mío, y Alex se posa junto a Malec.

—Vimos un pedestal de cristal —informa Desiree con un tono agudo y ligero, como si aún estuviera emocionada por lo que descubrió.

—Y parece que brilla con la luz de la luna —completa Alex, su voz más grave y grave, lo que da un toque de misterio a sus palabras.

Malec y yo nos miramos, una chispa de comprensión cruzando entre nosotros. Un pedestal de cristal, iluminado por la luz de la luna... eso tiene que ser importante.

—¿Dónde está? —pregunto, ya con la curiosidad en aumento.

—Al final de la sala —responde Desiree, señalando con su pico hacia el fondo.

Sin decir nada más, ambos comenzamos a caminar en dirección al pedestal. El ambiente se siente cada vez más cargado, como si el mismo templo estuviera esperando que llegáramos hasta allí.

—¿Podría ser lo que buscamos? —me pregunto en silencio mientras observamos el pedestal, que parece emanar una luz azulada tan brillante que lo hace aún más impresionante. No tengo idea si es el objeto que buscamos, pero ya estamos aquí. Es cuestión de dar un paso más y descubrirlo.

Con cada paso que damos, la luz del pedestal se hace más fuerte, como si nos estuviera llamando, invitándonos a acercarnos. Finalmente llegamos frente a él, y el brillo que emite es hipnótico, fascinante. Es tan hermoso que casi olvido por un momento todo lo que nos ha traído hasta aquí.

—¿Debería acercarme? —pregunto, mirando a Malec. Mi voz tiembla ligeramente, consciente de que podría estar cometiendo un error.

Malec me observa y asiente con seriedad, pero hay algo en su mirada que me tranquiliza un poco.

—Deberíamos hacerlo —responde, caminando con confianza hasta quedar frente al pedestal. Se detiene y se vuelve hacia mí, su expresión se suaviza por un instante—. Quédate atrás, por si las dudas.

Sonríe, pero su sonrisa es apenas un destello antes de que se concentre en el pedestal. Justo cuando está a punto de tocarlo, algo se mueve a nuestro alrededor. Una sombra grotesca emerge del suelo, separándose del pedestal como una extensión de la oscuridad misma. Antes de que pueda reaccionar, la sombra se lanza hacia nosotros con una velocidad aterradora.

—¡Malec! —grito, pero ya es tarde. Él retrocede rápidamente, haciendo lo suficiente para que ambos estemos fuera del alcance de aquella cosa.

El miedo me recorre, pero no puedo quedarme ahí. No puedo permitir que mi hermano luche solo. Sin previo aviso, Malec saca su arco y flechas, disparando con precisión hacia la sombra. Las flechas atraviesan la oscuridad, pero la sombra parece disolverse y reformarse, como si fuera parte del mismo vacío.

Yo me quedo cerca de una columna, tratando de pensar en algo que pueda hacer para ayudar. La sensación de impotencia me ahoga, pero entonces siento el medallón en mi cuello, frío y pesado. Sin pensarlo, lo quito, y en el momento en que lo sostengo en mis manos, el medallón se transforma, como si cobrara vida propia, convirtiéndose en mi espada Somnia.

La empuño con algo de duda, no sé cómo usarla, pero sé que no puedo quedarme de brazos cruzados. El miedo sigue apoderándose de mí, pero la necesidad de proteger a Malec, de no dejarlo solo, me empuja a avanzar. Mis manos tiemblan al sujetar la espada, pero la voz de Malec en mi cabeza me alienta a seguir adelante.

—Tienes que confiar en ti mismo, Oribell. Recuerda quién eres.

Con el corazón latiendo con fuerza, me adentro en la lucha, observando cómo Malec sigue atacando con su arco, y cómo Alex y Desiree se lanzan en picada sobre la sombra, ayudando con su agilidad. Siento miedo, pero no puedo retroceder. No puedo dejar que esta sombra nos venza.

Mi espada, Somnia, brilla con un dorado resplandeciente, un destello que me ciega momentáneamente, como si el mismo templo nos estuviera protegiendo con su luz. El filo de la espada parece tener vida propia, pero yo, aún sin saber cómo manejarla, solo hago lo que puedo: lanzar golpes al azar, de una manera completamente torpe. Cada movimiento que hago parece ser un desastre, como si no tuviera control sobre mis propios brazos. La espada corta el aire con fuerza, pero no parece tener mucho efecto sobre la sombra, que se mueve con agilidad, esquivando mis ataques con facilidad.

—¡Vamos, Oribell! —grita Malec desde el otro lado, mientras sigue disparando flechas. Estas también brillan con ese mismo dorado, como si compartieran el poder de mi espada. Es impresionante ver cómo sus flechas atraviesan la oscuridad, dejando una estela luminosa, pero al mismo tiempo, el monstruo parece no inmutarse.

Sigo luchando, golpeando a ciegas, pero la sombra esquiva todos mis ataques. El miedo me consume; no sé si estoy haciendo lo correcto. Mi corazón late con fuerza, y cada vez siento que el cansancio me alcanza, pero no puedo parar. No mientras Malec está en peligro.

De repente, escucho el sonido de Malec soltando una flecha más, pero cuando miro, me doy cuenta de que se ha quedado sin flechas. No hay tiempo para sorprenderse, porque en un parpadeo, él saca dos cuchillos gemelos de su cinturón. Los cuchillos brillan con el mismo tono dorado que la espada y las flechas, y sus inscripciones en la empuñadura reflejan la luz de la luna de una forma casi mística.

—¡No te detengas! —me grita Malec, mientras balancea los cuchillos con una destreza increíble, atacando a la sombra con movimientos precisos, casi como si el arma estuviera hecha para él. Yo, en cambio, sigo dando golpes a la sombra, tratando de conectar un golpe, pero todo lo que logro es cansarme más.

La sombra, al parecer, también parece más agresiva, como si notara que nuestra resistencia está menguando. Se mueve rápido, lanzándose hacia Malec con una fuerza que me hace contener la respiración.

—¡Malec! —grito, intentando acercarme, pero mis piernas no responden como deberían.

Malec, con una destreza impresionante, esquiva el ataque de la sombra y contraataca con uno de sus cuchillos. La sombra emite un rugido gutural, como si estuviera herida por primera vez. Eso me da una chispa de esperanza. Tal vez estamos logrando algo.

De repente, escucho la voz de Desiree, que nos alerta:

—¡¡Cuidado!! ¡¡La sombra está cambiando!!

La sombra parece dividirse en dos partes, cada una más agresiva que la anterior. Ahora, estamos enfrentando el doble de enemigos, y no sé si seremos capaces de resistir mucho más. Me quedo quieto por un segundo, casi como si el mundo alrededor se detuviera. Tomo aire profundamente, cerrando los ojos por un instante. La sensación de desesperación me inunda, pero decido ignorarla. No puedo rendirme. Respiro una vez más y, de repente, siento algo profundo dentro de mí, algo oscuro, algo que siempre había estado allí, esperando.

Puedo sentir la presencia de la oscuridad a mi alrededor, como si la sombra misma se deslizara hacia mí, dispuesta a devorarme, pero en lugar de huir, la recibo. Cierro los ojos con fuerza, y sin querer, mi mente comienza a abrirse, como si los recuerdos de mis propios temores y pesadillas se materializaran. La oscuridad no me asusta, no ahora. La absorbo, la dejo entrar en mi ser.

Es como si el aire se volviera más pesado, y el suelo bajo mis pies pareciera temblar levemente. Sin pensarlo, empuño mi espada Somnia con ambas manos, ahora llena de un extraño poder. El brillo dorado de la espada se vuelve más intenso, pero en lugar de atacar directamente, dejo que las sombras dentro de mí tomen forma, una vez más. Con un solo movimiento de mi espada, las pesadillas emergen, saliendo de mi ser, formándose en figuras oscuras que se lanzan contra la sombra. Al principio son solo fragmentos, como destellos de miedo y desesperación. Pero pronto, esas figuras se hacen más grandes, más poderosas, y empiezan a atacar a la sombra, envolviéndola, presionándola. La sombra se retuerce, como si no pudiera soportar el poder de las pesadillas. En ese instante, escucho el grito de Malec, y cuando miro, lo veo haciendo lo mismo. Con los cuchillos gemelos brillando en sus manos, él también está invocando su propia oscuridad, creando ataques que se lanzan hacia la sombra.

—¡Oribell, sigue! ¡No te detengas! —me grita Malec con voz firme, y aunque estoy agotado, sigo, sin cuestionar.

El poder de nuestras pesadillas, juntas, parece abrumar a la sombra. Ya no se mueve con la misma agilidad, y sus ataques se vuelven más descontrolados. Cada pesadilla que invoco golpea la sombra, dejándola debilitada, atrapada en una red de miedo y oscuridad. Finalmente, con un último esfuerzo, ambas pesadillas se fusionan, atacando la sombra con tal intensidad que se desintegra en el aire, desapareciendo en un estallido de luz oscura. El templo vuelve a quedar en silencio, pero esta vez, la calma es distinta. El brillo azulado regresa, iluminando el espacio con una paz indescriptible. La tensión en el aire desaparece, y la sombra ha desaparecido por completo.

Me apoyo contra una columna, agotado, casi incapaz de mantenerme en pie. Mi cuerpo se siente pesado, como si hubiera gastado cada gramo de energía en esa lucha. Todo me da vueltas, pero logro respirar profundo y, por fin, mi mente se aclara un poco.

—Lo logramos... —susurro, más para mí que para Malec.

Pero incluso él, que es más fuerte que yo, parece también agotado. Se acerca lentamente, sus cuchillos aún en las manos, y al ver el estado en el que me encuentro, su rostro se suaviza un poco.

—Sí, lo logramos —dice, con una sonrisa cansada. Pero su sonrisa es reconfortante, y por un momento, no siento miedo.

Comenzamos a reír, agotados pero aliviados. Estuvimos a punto de morir, pero aquí estamos, riendo de todo lo que acabamos de pasar. Han sido días extraños, largos, intensos… pero al final, solo nos queda reír. Somos dos semidioses tratando de sobrevivir a todo esto, a lo que está por venir, pero por ahora, estamos bien.

La risa se va apagando, pero la paz no dura mucho. De repente, algo cambia. El brillo azul en el templo comienza a intensificarse, envolviéndonos. Y entonces la vemos.

Una figura aparece frente a nosotros, majestuosa y etérea. Es como si la misma oscuridad del cosmos se hubiera materializado en una mujer, con un manto cubierto de estrellas brillando con tal intensidad que hace que el cielo mismo parezca opaco a su lado. Sus ojos reflejan toda la galaxia, como si contuviera en ellos los secretos del universo. Es Nyx, la diosa madre, la abuela de los sueños, la misma figura de las leyendas, pero ahora, está justo frente a nosotros.

Nos quedamos en silencio, asombrados. No hay palabras, solo el respeto absoluto que su presencia exige. Nos mira con una sonrisa cálida, profunda, llena de sabiduría y orgullo.

—¿Qué… qué significa todo esto? —pregunto, mi voz temblando. No es miedo, sino el peso de estar frente a algo mucho más grande que yo.

Nyx sonríe de nuevo, pero esta vez su mirada está llena de orgullo. Un orgullo que no puedo describir, algo profundo, casi tangible.

—Hijos de mi querido Morfeo… —dice con voz suave pero firme. Al escucharla, siento una emoción que no puedo identificar. Como si, de alguna manera, Morfeo estuviera aquí también, observándonos a través de ella. —Han demostrado coraje, han vencido las sombras que intentaron desviar su destino. No muchos logran lo que ustedes han logrado.

Malec y yo nos miramos, el corazón latiendo rápido. Las palabras de Nyx, su mirada de orgullo, nos hacen sentir que realmente estamos cumpliendo con algo importante. Quizá no entendemos todo lo que está sucediendo, pero en este momento, sabemos que hemos hecho algo bien. Algo que hace que Morfeo, nuestro padre, esté orgulloso, aunque no lo diga directamente.

Nyx da un paso hacia nosotros, y al hacerlo, el templo parece cobrar vida, como si todo estuviera reaccionando a su presencia. Con una suavidad increíble, extiende su mano, y de ella surge un pequeño saco, brillante con la misma luz azul que invadió el templo.

—Por ello, les doy lo que buscan —dice, y al sostenerlo, el brillo de la arena se refleja en su rostro, como si fuera un tesoro valioso. La arena. La que tanto habíamos buscado.

Nos la ofrece con un gesto cálido, lleno de cariño, como si fuera un regalo preciado.

—Ténganla. Pero recuerden, esto no es el fin. La arena no es solo un objeto, es un recordatorio de lo que son capaces. Son hijos de Morfeo, y el poder de los sueños y las pesadillas está en ustedes. No olviden nunca lo que son.

Al tomar la arena, siento una descarga de poder. Es como si el conocimiento de todo lo relacionado con los sueños, con la oscuridad, con las estrellas, se colara por mis venas. Todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos enfrentado, ahora tiene sentido. Y al mismo tiempo, siento una nueva carga, un nuevo propósito.

Nyx asiente con una sonrisa llena de orgullo.

—Morfeo está orgulloso de ustedes —dice antes de desvanecerse en un destello de estrellas, dejándonos con la arena en las manos y la sensación de haber sido tocados por algo mucho más grande que nosotros.

Nos quedamos en silencio, observando la arena en nuestras manos. Sabemos que lo que sigue no será fácil, pero por ahora, siento que hemos dado un paso importante. Y eso, por el momento, es suficiente.

Comenzamos a caminar hacia la salida, el desierto ahora bañándose en los primeros rayos del sol. Alex y Desiree siguen jugando en el aire, volando de un lado a otro, como si no les importara nada de lo que acaba de suceder. Malec, con su calma habitual, guarda la arena de papá en su mochila. La serenidad en su rostro es un contraste con la tensión que aún siento en mi pecho.

—¿Ahora qué? —pregunto, aún confundido por todo lo que hemos vivido y logrado. —¿Qué sigue después de todo esto?

Malec sonríe levemente, esa sonrisa que siempre parece tener cuando algo importante ha pasado, pero todavía hay mucho por hacer.

—Bueno, ya encontramos el primer elemento, solo faltan dos más —responde con calma. Su tono es confiado, pero puedo ver la determinación en sus ojos. Está preparado para lo que viene, como siempre.

—El Yelmo y el Rubí —susurro, sintiendo el peso de esas palabras. La misión está lejos de terminar, de hecho, acabo de darme cuenta de lo difícil que será conseguir los otros dos elementos.

—Sí, pero por ahora iremos por el Yelmo. Es lo que seguía en la profecía. Reunámonos con todos y veremos cómo continuar con esta misión, Oribell. —Su tono es firme, decidido. No hay tiempo para dudas ni vacilaciones. Lo que tenemos por delante es lo único que importa.

Mientras seguimos caminando hacia el horizonte, el sol ya alto en el cielo, mi mente no puede evitar pensar en lo que acabamos de lograr, pero aún más en lo que nos espera. El Yelmo está ahí, a la vuelta de la esquina, pero sé que no será fácil conseguirlo. Hay algo en el aire, algo que me dice que los próximos pasos no serán tan sencillos.

—¿Crees que todo esto fue solo una prueba? —pregunto, con la esperanza de que Malec pueda darme una respuesta que calme la creciente ansiedad dentro de mí.

—No —responde, sin mirarme. Su mirada está fija en el camino que tenemos por delante. —Esto es solo el comienzo. El verdadero desafío está por llegar.

Noto que no está exagerando. No puedo evitarlo; la sensación de que algo más grande está por ocurrir se cierne sobre nosotros, pero no hay vuelta atrás. Ya hemos comenzado algo que no podemos detener.

Llegamos donde el resto de nuestro grupo nos espera. Todos parecen estar bien, aunque puedo ver que aún hay incertidumbre en sus ojos. Malec les explica rápidamente lo que hemos encontrado, la arena de Morfeo ahora resguardada y segura.

—Entonces, ¿qué sigue? —pregunta Percy, como si lo que acabamos de decir no fuera suficiente.

—El Yelmo, pero no será fácil —responde Malec, mirando al grupo con seriedad. —Necesitamos estar listos para lo que venga. El Yelmo es lo siguiente, y las piezas están comenzando a encajar.

A lo lejos, el desierto parece interminable. Sabemos que lo que sigue nos llevará aún más lejos. Pero por ahora, lo único que tenemos claro es que estamos juntos, y no vamos a detenernos hasta conseguir lo que buscamos.

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