¿Buscar pistas? Sí. ¿Morir de calor? También

Capítulo 10

Decidimos tomar un descanso. Alex y Desiree han estado sobrevolando el lugar para asegurarse de que esa cosa tan horrible no nos haya seguido. Nadie entiende qué demonios ha pasado. La profecía decía una cosa, y ahora resulta que nada de eso está ocurriendo. ¿Tiene lógica? Para mí no, y no sé cómo debería sentirme al respecto. No me agrada en absoluto cómo están saliendo las cosas. Se supone que todo no debería ser una maldita mierda. Tendríamos que haber tenido la suerte de que todo saliera bien, ¿no?

—¿La profecía pudo haber sido manipulada? —preguntó Tommy mientras bebía agua y ofrecía un poco al resto del equipo.

—No sería imposible que eso pasara. Debemos tener en cuenta que pudo haber ocurrido cualquier cosa. Sin embargo, lo que más me preocupa es la maldita brea que encontramos en el museo; eso sin duda no es algo bueno, ¿verdad? —preguntó Lissandro, mirando a Percy y a Nico con cierta duda. Ellos tenían más experiencia que todos nosotros, así que no sabía qué estaría pasando por sus cabezas en ese momento.

—Conozco perfectamente esa brea —dijo Nico, recargado en Percy—. Hace mucho tiempo, existieron dos hermanos, nacidos de la diosa Nyx —comenzó a contar una historia que, creo, nadie esperaba.

—¿En serio vas a empezar con una maldita fábula? —preguntó Lissandro con fastidio.

—Como decía, existieron dos hermanos nacidos de la diosa Nyx. El mayor era Hypnos, quien tenía a su cargo los sueños dulces y tiernos; como hermano mayor, él cuidaba de la vigilia y también de la ensoñación. Sin embargo, el segundo hermano anhelaba el poder; deseaba ser el único que controlara los sueños y la realidad. Su corazón se corrompió, y comenzó a traer caos a ambos reinos, tanto mortal como divino. Los dioses no estaban de acuerdo, pues para ellos la humanidad era importante. La diosa Nyx estaba decepcionada por el camino que su hijo Okniton había tomado y por el desequilibrio que había entre sueños y pesadillas. Por eso trajo a un tercer hijo: él era el equilibrio que se necesitaba.

Nico tomó aire y continuó, su voz grave y pausada, como si cada palabra cargara el peso de los siglos.

—Ese tercer hijo fue Morfeo. Él nació con una misión: restaurar el equilibrio entre sueños y pesadillas, devolver la armonía a los reinos humano y divino. Morfeo no solo podía controlar los sueños, sino también moldearlos y guiar a los mortales hacia la verdad oculta en sus mentes. Era un poder único, uno que ni Hypnos ni Okniton poseían. Pero esta responsabilidad no estaba exenta de dificultades. Su hermano, Okniton, veía a Morfeo como una amenaza, un obstáculo en su camino hacia el control absoluto.

Percy asintió, mirando al grupo con seriedad.

—Okniton no aceptó fácilmente la llegada de Morfeo. La envidia envenenó su espíritu, y juró destruir a su hermano para recuperar el poder sobre los sueños. Así que, en su deseo de venganza, creó una sustancia oscura, un arma poderosa hecha de su propia esencia: la brea que encontramos en el museo. Esta brea es su símbolo, un fragmento de su corrupción y su odio. Dondequiera que toca, se siembran pesadillas y el caos. Para los dioses, esta brea es un recordatorio de Okniton y de la oscuridad que representa.

Lissandro lo escuchaba ahora con los ojos muy abiertos, olvidando por un momento su escepticismo inicial.

—¿Entonces... esa brea no es solo algo oscuro? ¿Es algo vivo? —preguntó con voz baja.

Nico asintió lentamente.

—Sí, tiene voluntad propia. La brea responde al odio y al miedo; es como una extensión del propio Okniton. Al tocarla, se corre el riesgo de permitir que su influencia se extienda. Es una trampa sutil: dondequiera que va, siembra el terror. Los dioses intentaron destruirla, pero no pudieron. La única manera de controlarla era a través de Morfeo, quien aprendió a contrarrestar el poder de su hermano y sellar su influencia.

Percy tomó la palabra, su tono reflejando respeto por la historia.

— Con el tiempo, Morfeo aprendio a dominar ciertos aspectos de esta brea, usándola para mantener el equilibrio. Pero hasta hoy, la brea sigue siendo un símbolo del legado oscuro de Okniton y su ambición. Por eso, si está apareciendo de nuevo, puede significar que algo se ha desbalanceado, o peor... que Okniton está buscando regresar.

—¿Qué decía la profecía respecto a la arena, Malec? —preguntó Nico, acomodándose mejor y comenzando a trazar algo en la arena.

Malec cerró los ojos, recordando las palabras exactas, y luego recitó con voz solemne:

En el susurro del viento, bajo cielos de fuego y arena,
Ocho valientes semidioses al destino se atreven.
Buscando los elementos de la velación,
Que la luz y la sombra a un equilibrio devuelven.

Hizo una pausa, y luego continuó, su voz más baja, como si el peso de las palabras le diera escalofríos.

La arena dorada, guardiana del tiempo.
En un antiguo templo su esencia se oculta.
Entre las dunas de un vasto desierto,
Quien la posea, la primera clave obtendrá en su camino.

Un silencio solemne envolvió al grupo mientras procesaban las palabras. Percy y Nico intercambiaron una mirada cargada de preocupación; sabían que la arena dorada no era solo un simple objeto.

—Hay algo que no me agrada del todo —admitió Nico mientras trazaba símbolos en la arena.

—¿Que todo encaja perfectamente? —pregunté, observando mi mano aún quemada por la brea—. Todo era perfecto… El museo no llevaba mucho tiempo abierto.

—Bell, ¿dónde escuchaste del museo? —Percy miraba los trazos de Nico en la arena con expresión seria.

—En la radio, cuando iba de camino a casa con papá hace un tiempo —respondí, intentando recordar con claridad—. Estábamos pensando en hacer planes por mi cumpleaños, y él dijo que sonaba interesante, sobre todo por el tema de Morfeo y todo eso. No sé exactamente a qué quieren llegar, pero intento ayudar.

Nico frunció el ceño y, tras una pausa, murmuró algo en voz baja:

—Aquellos que buscan en la vasta calma del sueño hallarán su reflejo en las dunas de la noche pálida, donde el velo de la oscuridad yace en paz.

Lo miré, desconcertado.

—Son las palabras de la inscripción en la estatua de papá —dije, confundido.

—Dunas de la noche pálida… y un vasto desierto —repitió Will, procesando las palabras.

—¿Y si estamos equivocados? —Tommy rompió el silencio tras unos minutos de reflexión—. ¿Y si la profecía no se refería a un lugar seco y desolado, sino a un espacio que evocara calma y reflejara la esencia misma del sueño? Estamos hablando de dioses oníricos; ¿por qué habríamos sido enviados al desierto de Arizona? Quizá debamos buscar un lugar que realmente capture su esencia…

—¿Estás sugiriendo un sitio único, etéreo, donde la noche sea apacible y las dunas parezcan fluir como si fueran parte de un sueño? —Malec miró a Tommy, sorprendido, mientras en todos nosotros se encendía una chispa de comprensión.

—No hablaba de Arizona; todo es demasiado obvio… Las dunas de los Algodones —respondí, mirándolos—. La arena blanca se convierte en un paisaje casi surrealista, digno de los dioses oníricos.

—¿Por qué la profecía parecía guiarnos a Arizona? —preguntó Tommy, dirigiéndose a Malec.

—Okniton sabe que vamos tras los objetos de la velación, así que es lógico que nos guiara a Arizona. Sabía que era el lugar donde buscaríamos, no dudaríamos ni un solo momento; todo encajaba perfectamente —respondió Lissandro con calma, inusual para un hijo de Ares—. Nos desvió del verdadero sitio donde se oculta la arena. Las dunas de los Algodones serían el lugar adecuado donde Morfeo habría escondido su arena.

Percy se veía algo preocupado.

—Bien, todo tiene sentido ahora, pero ¿cómo llegamos hasta casi el sur de California? ¿Cuánto creen que tardaremos en llegar?

—Estamos en Tucson; llegar hasta las dunas nos tomará unas cuatro o cinco horas, aproximadamente —respondió Malec, visiblemente preocupado también—. Veremos cómo conseguir más dinero...

En ese momento, Alex y Desiree regresaron y se posaron en nuestros hombros.

—Esa cosa no nos siguió, así que estamos a salvo —dijo Alex con tranquilidad, al igual que Desiree.

—¿Todo bien? —preguntó la cuervita.

—Sí, solo… —Malec negó con la cabeza—. ¿Qué tan lejos estamos del hotel más cercano?

—Caminando, quizá unos 45 minutos —dijo Alex, sacudiéndose las plumas.

—Menos si vamos entre sombras —Nico se levantó y se sacudió el polvo—. ¿Cuánto creen que nos cobren por quedarnos una noche? Tenemos que descansar y mañana seguimos.

—No creo que tengamos suficiente dinero. El pasaje hasta aquí salió costoso, y no olvidemos los boletos del museo… — Will se notaba inquieto

—Yo pago —dije, buscando la tarjeta de emergencia que papá me dio en Navidad—. Vamos a un hotel mínimamente decente, y no se preocupen, no tiene límite —añadí, sacando la tarjeta con una sonrisa.

—Mi niño resuelve —dijo Alex, hinchando el pecho con orgullo.

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